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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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ajedrez, informatica, casos reales, policiales etc.

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//20 de Septiembre, 2010

Graciela Monica Hammer

por jocharras a las 22:05, en Mujeres Asesinas

Graciela Monica Hammer



Gladys  Tolosa camino por un pasillo de la Comisaria de Tigre acompañada por un

oficial. Tropezó con una baldosa floja y trastabilló. Se miró los pies con

indiferencia. Escuchó que el policía le decía que habían llegado. Estaban frente a un

cuarto ínfimo mal pintado de verde agua. Había un escritorio de

madera que le recordó la escuela primaria y cuatro sillas de plástico color naranja. Al

fondo, una ventana enrejada dejaba ver un árbol seco, desplumado con un par de

bolsas de plástico enganchadas en las ramas. Era julio y hacía frío. Con un

movimiento mecánico se secó los ojos, pero hacía un rato que había dejado de llorar.


El hombre le preguntó si no quería volver otro día. Gladys  lo pensó. Estrujó un

saquito de lana color mostaza que llevaba en el brazo y negó con un movimiento de

cabeza. Pasaron a la oficina verde. Ninguno de los dos se sentó. Se ubicaron cerca

de la ventana. Gladys  preguntó si faltaba mucho, pero en ese mismo momento entró

Graciela Mónica Hammer, vestida con unos jeans azules, botas altas y un suéter

negro. Una mujer policía la sostenía del brazo y se fue apenas el oficial que

acompañaba a Gladys  Tolosa le hizo una seña.


Graciela se acomodó el pelo castaño y largo, estudió las sillas,dudó unos segundos

y al fin eligió la que estaba más cerca de la puerta. "Mejor me siento, ¿no?". Miró a

Gladys  con una sonrisa. Levantó las cejas. Cruzó la pierna derecha sobre la

izquierda y sacó un paquete de cigarrillos que llevaba en el bolsillo de sus jeans.


¿Cómo estás, Gladys ? y usted, señor, ¿no me da fuego? El oficial le alargó un

encendedor de plástico verde transparente y no dijo nada. Gladys  miró a la mujer

que fumaba entre suspiros.


Decime, Graciela, ¿por qué mataste a mi hijo?


Lo dijo como al pasar, como quitándole todo contenido a la pregunta.


Yo no lo maté.


¿Cómo podés estar así, tan tranquila? Lo mataste, y vas a terminar tu vida en

la cárcel.


Eso decís vos. Yo creo en Dios. Vamos a ver cómo termina el juicio.


Gladys  Tolosa, que hasta ese momento había hablado en tono bajo y monocorde,

dejó de lado los modales tranquilos y se abalanzó sobre la que fuera la esposa de su

hijo muerto. El oficial le cerró el paso y la sacó a empujones al pasillo, pidiéndole que

se calmara. Graciela Hammer, impasible siguió fumando.


El 8 de junio de 1998 era un día frío y nublado. A las 8:40 de la mañana sonó el

teléfono de la comisaría Cuarta de Benavídez partido de Tigre. Un Policía de la

Segunda de Escobar le alertaba que en la calle Los Andes, a cincuenta metros de

la ruta nacional 9, había un auto incendiándose con una persona adentro.


Un rato más tarde llegaron al lugar policías y bomberos. El auto era un Fiat 600

patente C 805574. Por un minúsculo sector del guardabarros trasero pudieron ver

que el auto era azul. En el asiento trasero había una persona, totalmente carbonizada:

estaba boca arriba, con la cabeza caída sobre el hombro izquierdo.


Uno de los policías recorrió la zona. Encontró una gorra con visera a pocos metros

del Fiat. Tenía impresa la figura del Ratón Mickey. La calle de tosca tenía algunos

charcos de agua estancada. Frente al auto había unos silos de una empresa

procesadora de cereales.


A las 13,30, después de abrir el techo y cortar los hierros de las butacas delanteras,

los bomberos sacaron el cuerpo del auto. El muerto llevaba una cadenita dorada al

cuello y un reloj Casio Titanium gris con fondo blanco en la muñeca izquierda.

Marcaba las 6:45. En el piso del auto encontraron un anillo de metal dorado tallado

adentro. Un policía fue a buscar líquido corrector para limpiar las zonas carbonizadas

y leer la inscripción. La alianza decía: "Por siempre. 8-2-95".


Mientras despejaban la zona, un testigo, Abel Héctor Ramos, dijo que a las 08:10

había pasado una mujer corriendo frente a su casa, diciendo que a dos cuadras había

un auto incendiándose. La mujer tendría entre 35 y 38 años, vestía calzas y campera

de lluvia oscura. Ramos recordó que ya la había visto antes un par de veces.


Dos horas después de llevar el cadáver a la morgue de San Isidro, la policía

determinó que el dueño del auto era Alberto César Ortega domiciliado en Fenni

4798, de Tortuguitas. A las 20 el oficial inspector José Alejandro Voisin fue a la

casa del hombre calcinado. Lo atendió Graciela Hammer, la esposa quien estaba

junto a sus hijos viendo el programa de Susana Giménez. Después de todo, el

marido había desaparecido de madrugada y en algo tenían que entretener las horas

muertas. Voisin le explicó sin mayores detalles que había habido un problema con su

marido y su auto, y que tendría que acompañarlo a la comisaría. En la penumbra de

la casa, solo iluminada por el resplandor del televisor, la mujer, sin impacientarse, se

puso una campera, un par de guantes y dejó a sus tres hijas menores a cargo del hijo

mayor. Cuando le dieron la noticia de la muerte de su esposo, Hammer desvió la

vista del comisario y mascó enfáticamente su chicle. "No sé qué puede haber

pasado. Él se fue de casa a las cinco de la mañana para vender el auto.

Quería venderlo para arreglar el otro auto que tenemos, un Fiat Duna

blanco del 94, con el que trabajaba de remisero a veces, y otras veces en una

agencia de seguridad, la agencia Segam. Pero creo que de ahí lo habían

despedido hacía unos días. Por lo menos no le daban más trabajo. Yo le dije

que para qué iba a ir tan temprano para vender el auto, pero él fue igual. y

después no supe más nada".


Los policías le pidieron sus datos personales. Ella hizo una síntesis de sus 37 años:

dijo que en 1982 se casó con Jorge Valles con quien tuvo un hijo Gerónimo, de

15. "A Jorge nunca más lo vi después de que nació mi hijo. Después estuve

juntada con Jorge Mansini. Tuvimos tres hijas, Julieta, Andrea y Bárbara,

que tienen 10,7 y 5 años. Y en el 1994 conocí a Ortega. Con él me casé en 27

de noviembre de 1995. Él tiene 46 años es más grande que yo. Bueno, era más

grande. Con él, hijos no tuvimos".


De su marido, Hammer no dijo demasiado: contó que Ortega había vivido en

concubinato durante veintitrés años con otra mujer, con la que había tenido tres hijos,

Ulises, Ernesto y Paula, de 25, 21 y 13 años.


Dijo que su matrimonio era normal, "con las peleas que tiene cualquier pareja".

Enseguida a Hammer le hicieron ver la cadenita de oro, la gorrita grabada con el

Ratón Mickey, el reloj y la alianza. "Sí, todo es de él. Bueno, la gorrita es de

una de mis hijas, me parece. El reloj se lo regalé yo para un aniversario. y la

alianza es de él. Yo tengo la misma".


El comisario que llevaba el interrogatorio vio la oportunidad. “¿Me la muestra, por

favor? Me gustaría ver su alianza". Hacía rato que le llamaba la atención que la

mujer no se hubiera quitado en ningún momento unos guantes de lana negros.


Graciela Hammer vaciló. "Sí, como no". Se miró los guantes sin saber qué hacer.

"Con los nervios tengo tanto frío, sobre todo en las manos y los pies". "Es un

minuto, señora, quisiera ver el anillo", insistió el policía. Hammer se quitó los

guantes con fastidio. Tenía las manos con quemaduras de primero y segundo grado.


"Mire, me quemé las manos hace un par de días, mientras prendía una estufa

de querosén. Por eso las tengo así”.


Esa noche quedó detenida e incomunicada.


En mayo de 1998, menos de un mes antes de la muerte de su esposo, Graciela

Hammer se acercó a la compañía de Seguros Sur. Quería contratar un Seguro de

Vida recíproco, con alguna salvedad. Si ella moría, los beneficiarios serían su marido

y su hijo mayor, Gerónimo Valles. Si el que moría era Ortega la única beneficiaria

sería ella. La prima era de unos veintidós pesos por mes, y en caso de muerte se

cobrarían 100.000 pesos. Hammer se llevó los papeles a su casa, para hacerlos

firmar por su marido. Pero aparentemente Ortega nunca supo de este seguro.

Hammer falsificó su firma y presentó los papeles el 22 de mayo. Fueron aprobados

de inmediato.


José Voisin, el mismo policía que fue a buscar a Hammer el día de la muerte de su

marido, volvió al barrio unos días después. Su tarea era dar con alguna pista para

seguir la investigación. Entre varios vecinos entrevisto a Nazarena Daiana

Ramírez, una amiga del hijo de Hammer. La chica, de 15 años, estaba encantada

de proporcionar detalles que pudieran develar algún misterio. Al principio se explayó

en un relato acerca de las peleas permanentes del matrimonio. "Gerónimo me dijo

que Ortega le pegaba a Graciela, su mamá. Puede ser, porque se lo pasaban

discutiendo, yo los escuchaba muchas veces, cuando pasaba por la puerta de

la casa". Ese día, Nazarena se guardó un detalle que unas semanas después declaró

en el juzgado. "El domingo 7 a la noche, la noche antes de que mataran a

Ortega, Gerónimo estaba con un amigo en la vereda sacando nafta, con una

manguera, del Fiat 600. Yo le pregunté por qué lo hacía y él me dijo que se lo

había pedido la vieja y que no sabía para qué. y después él me contó que la

madre le pidió que fuera a cargar nafta". En el relato, Nazarena agregó que el

lunes a la noche, cuando Hammer estaba declarando en la policía, ella fue a ver a su

amigo y lo encontró llorando, con una carta de su madre, y preparando sus cosas

para ir a San Nicolás, a la casa de su padre.


Según consta en los testimonios del expediente judicial, la vida de Ortega cambió en

forma radical a partir de su relación con Hammer. Él venía de una convivencia

apacible con la madre de sus tres hijos. Vivieron veintitrés años juntos hasta que una

tarde, un compañero de trabajo lo invitó a comer a su casa. Se trataba de Jorge

Mansini, pareja de Hammer. Ortega llegó sin su esposa a la casa de la calle San

Juan donde se encontró con su amigo y Graciela, una mujer que lo miraba como si

fuera el hombre al que esperó toda su vida. En un principio, Ortega se sintió

incómodo. ¿Su amigo no advertía lo que estaba pasando? Pero no pudo resistir

la atracción y en un momento, cuando Mansini fue al baño, Ortega le dijo a la

mujer que la llamaría al día siguiente, lo más temprano posible. Hammer lo miró a los

ojos, sonrió y le rozó apenas la mejilla con el dorso de la mano. Ese mínimo gesto

bastó para que Ortega decidiera que no le importaba nada, que dejaría a su esposa,

que traicionaría al amigo, que se iría con esa mujer cuyo nombre ni siquiera podía

recordar. Al día siguiente empezaron una relación clandestina que no duró mucho.

Hammer quiso blanquear la situación desde el principio: por experiencia sabía que si

dejaba pasar el tiempo, el amantazgo se eternizaría. Él aplazaría el momento de

abandonar a su mujer, ella se acostumbraría a su condición de segunda. Ella iría

sintiéndose menos y menos segura para imponer condiciones, y él estaría cada vez

menos convencido de tomar una decisión adecuada. Por fuerza, con el correr del

tiempo una amante va perdiendo el brillo inicial, y esa opacidad que se descubre con

el correr de la relación va igualando a esa amante con la mujer legítima, igualmente

deslucida y opaca. Ella ya había sido amante en otras oportunidades, y esta vez

quería manejar las riendas desde el vamos. De modo que en menos de un mes

Hammer estaba caminando de la mano con Ortega, llevándolo a reuniones

familiares y sirviéndose los ravioles de su futura suegra.


Para cuando se casaron, Ortega todavía conservaba el entusiasmo por esa mujer a

la que llamaba "mi bastoncito". Pero a partir de la convivencia fue deprimiéndose

más y más. No tenía tiempo para ver a sus propios hijos, el dinero no le alcanzaba

porque tenía que mantener a Graciela y sus cuatro chicos y tenía que pasar parte de

su tiempo libre limpiando la casa y lavando la ropa: Graciela no tenía la menor

intención de hacerse cargo de las tareas domésticas.


Se habían mudado a una casa de dos ambientes en Tortuguitas, cuarenta y cinco

metros cuadrados oscuros y destartalados que albergaban al matrimonio y los cuatro

hijos de ella. Las peleas eran constantes. La falta de espacio enloquecía a todos por

igual y cualquier conflicto terminaba en el mismo cuadro: Graciela furiosa, a grito

pelado, repartiendo cachetadas y amenazando con abandonar la casa. Ortega, que

tampoco era un espíritu apocado, iba poniéndose igualmente violento. Pero después

de las peleas, venía la depresión. Se quedaba tirado en la cama días enteros, con las

persianas bajas, temblando.


Dejó de ver a sus amigos y concentró toda su vida social en las visitas semanales a

sus hijos.


El 6 de mayo de 1998, Hammer llamó por teléfono a Aldo Camera, un comisario

retirado que trabajaba como director técnico en la agencia de investigaciones Segam,

donde trabajaba Ortega. Le dijo que su marido estaba con un ataque de nervios,

llorando, desesperado, y que no sabía qué hacer con él. Camera le sugirió que lo

llevara al hospital Fernández.


Hammer nunca explicó por qué decidió llamar a uno de los directores de la empresa

y no a un compañero de su marido para pedir ayuda. Por su parte, Camera eludió

todo tipo de detalles y pidió no ir a prestar declaración. Después de ese ataque de

nervios, la estabilidad psíquica y laboral de Ortega se fue a pique.


El informe de la autopsia reveló que el cadáver tenía fractura en la base craneana. El

golpe habría provocado un estado de indefensión en la víctima. A su vez, había humo

en las vías respiratorias, lo cual demuestra que estaba vivo mientras se incendiaba el

auto. Tenía quemaduras en el ciento por ciento de su cuerpo. La muerte se produjo,

entonces, por una combinación de quemaduras e intoxicación.


Gladys  Tolosa llevaba treinta años de enfermera cuando se enteró de que su hijo

había muerto carbonizado. "Yo leí la autopsia, yo vi el informe de todo los

pulmoncitos, los riñones. Yo entiendo de eso, ¿sabe lo que eso significa para

mí? Era mi único hijo, era todo lo que yo tenía en la vida, era todo, todo

todo. Mi hijo era tan bueno, tan lindo. Era tan pero tan lindo que apenas

nació yo empecé a tener miedo. Siempre tuve miedo de que le pasara algo.

Terror. De noche me quedaba horas mirándolo, me parecía que si lo miraba,

él iba a estar más seguro. y esa mujer me lo quitó, me lo mató. Yo tengo

grabada en la cabeza esa vez que la vi, a ella, a Graciela, en la comisaría.

Ella me dijo que no lo había matado. Mentira. Ella lo mató. Era violenta,

mala. Le pegaba cruelmente a sus propios hijos, a las nenas y al más grande

también, a Gerónimo. No me lo contaron, yo lo vi. Una vez estábamos

comiendo y él la contradijo. Ella estaba parada y el chico sentado, y le dio

una cachetada así, de arriba abajo, que casi le parte la cara. Era tremenda.

Así como era de chiquita, un metro y medio, era tremenda igual. Mi hijo era

grandote, medía casi un metro ochenta y pesaba 78 kilos. Él debía estar

dormido cuando ella le pegó un golpe en la cabeza, cuando ella le partió la

cabeza, como salió en la autopsia. Si no, no hubiera podido. Mi hijo se

hubiera defendido. y después, cuando mi hijo estaba desmayado, lo debe

haber arrastrado hacia el auto, que estaba adentro, en el garaje, y después

llevó el auto al descampado ese donde lo quemó. Y mi hijito todavía estaba

vivo. ¿Por qué no lo llevó a un hospital para salvarlo? A lo mejor podía

haber vivido después del golpe... Una vecina me dijo que tenía que haber

habido otra persona, que ella sola no podría haberlo matado, o no podría

haberlo llevado al auto. Que alguien la debe haber ayudado. y yo digo que yo

soy enfermera y que conozco de esas cosas, yo también peso poco y puedo

llevar al baño a un hombre de cien kilos, o lo puedo trasladar de una camilla

a otra, o levantarlo del piso si se cayó. Se puede, que no me vengan a decir a

mí, que soy enfermera. Aunque a lo mejor sí había otra persona. Puede ser,

no digo que no. Es posible que ella tuviera un amante. Mi hijo había venido

a casa a dormir el fin de semana antes de su muerte, con la nena más chica,

Paulita. Mi hijo tiene tres hijos hermosos, yo sigo viviendo por ellos. La

cuestión es que mi hijo me dijo que le prepare un cuarto porque se iba a venir

a vivir conmigo, la iba a dejar a esa mujer. Me dijo que ella salía con alguien

y que andaba en algo raro.


Qué me quiso decir? Es algo que se llevó a la tumba y ella a la cárcel. Eso

me mata la cabeza. Bueno, y el sábado siguiente, dos días antes de morir,

vino a casa con Paulita y dijo que el lunes se venía a vivir conmigo. Paulita

le dijo que se quedara esa misma noche, que para qué iba a esperar al lunes,

pero él miraba la hora y decía que no, que esa noche tenía que volver a la

casa, y eso que estaba sin el auto y vivía a treinta y siete kilómetros. Se ve que

quería llegar de sorpresa a ver si la encontraba con alguien, no lo sé. y

después el chico de ella, Gerónimo, dijo que antes de que mi hijo se fuera,

a las cinco de la mañana del lunes, escuchó las voces de su madre, de mi hijo

y de otro hombre. Pero como era menor, no sé qué pasó con su declaración y

al final la cambiaron, no sé cómo habrá hecho el asesino que es el abogado

de ella, porque sólo un asesino puede defender a una asesina. Pero por suerte

a ella le dieron perpetua, porque si no le hubieran dado perpetua la hubiera

matado yo. Se lo juro. Yo, que siempre me dediqué a salvar vidas, la hubiera

matado. Hubiera borrado con el codo lo que escribí con la mano, mire lo que

es la vida. El otro día estaba con una amiga viendo fotos de mi hijo y había

varias en las que salía ella. Mi amiga me dijo que era bonita. Puede ser, pero

yo no la veo linda porque ella mató a mi hijo, es una alimaña, un elemento

pernicioso. Dice mentiras y no baja la vista, las dice de frente. No soy racista

pero sí creo en la maldad humana. Ella es alemana, y debe tener algo de la

crueldad de los nazis. Pero a mi hijo lo tenía agarrado sexualmente, si hasta

él me lo contaba, me tenía mucha confianza, me hacía bromas con eso. Y a

ella le gustaba mucho la plata, y mi hijo no andaba bien de trabajo.

Trabajaba de vigilador en una agencia y le habían dicho que no fuera más.

Seguro que esa última noche él le dijo que se iba a vivir conmigo, y por eso

ella no pudo esperar más y lo mató.


Porque quería cobrar el seguro de vida. Yo me imagino que ella pensaba

esperar más tiempo para que no sospecharan, pero si él se venía a vivir

conmigo no lo iba a poder matar. Ahora que lo pienso, me acuerdo que cada

vez que yo iba a Tortuguitas, a la casa de ellos, a visitar a mi hijo, me entraba

un frío espantoso. Y a unas cuadras antes de llegar me agarraba frío. Eso me

pasó durante meses. Y ahora que sé que me lo mataron ahí, me doy cuenta

por qué tenía frío, Porque sabía que ahí él iba a morir".


Una de las pocas amigas de Hammer la recuerda con rencor. "Siempre me miró a

mi marido. Las mujeres no la querían, y los hombres se le acercaban porque

ella los buscaba: Pero me da lástima, porque, según me dijo ella, su primer

marido y su concubino le pegaban. y parece que al final Ortega le pegó

también. Pero tenía sus razones, parece que ella estaba saliendo con el jefe de

su marido".


La amiga de Hammer tiene una teoría para explicar su conducta, que se basa en una

extraña relación que ella habría tenido con su padre, a quien adoraba.


Él era ingeniero y su madre empleada judicial. Pero por alguna razón que la amiga

dice desconocer, Hammer y su madre eran prácticamente enemigas.


"Según Graciela, la madre la odiaba porque le decía que ella le había

arruinado el matrimonio. Parece increíble, pero la madre le tenía celos, le

decía que le había quitado el amor del padre, no sé por qué decía eso. No

importa. Igual ella no tenía por qué haber matado a su marido. Yo ni pienso

ir a visitarla a la cárcel. Ni loca".


Graciela Hammer fue condenada a prisión perpetua por homicidio calificado

agravado por el vínculo, con alevosía y con concurso premeditado de dos o más

personas. Ella nunca declaró, ni tampoco se encontró al supuesto cómplice.

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De verdad, se continua investigando en este pais los paraderos? mentiras! porque falsean el apellido entonces? siempre fue Hammes no Hammer, la flia sigue en la zona cipoleña, no hay contactos?
publicado por eloradanan colombino, el 07.11.2014 18:57
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