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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//10 de Agosto, 2010

Yiya Murano

por jocharras a las 21:17, en Mujeres Asesinas
Yiya Murano


El arte de la simulación siempre se le dio bien a Maria de las Mercedes Rolla Aponte de Murano, más conocida como Yiya. Por alguna razón, siempre lograba que los demás creyeran sus farsas y puestas en escena, aunque no hubiera otra evidencia para creerle que el propio poder de convencimiento de la mujer. Por mucho tiempo su mayor preocupación fue la hacerse pasar por una mujer rica y culta. La verdad era distinta: sus baches culturales eran gigantescos y sus recursos económicos escasos. Desde que se había casado con el abogado civilista Antonio Murano, vivía en la calle México 1177, sexto piso, apartamento 21, del barrio porteño de Montserrat. Era una vivienda deprimente, de dos ambientes ( uno de los cuales estaba dividido en dos), abarrotada de muebles viejos, con paredes húmedas por debajo de la pintura color durazno: Sin embargo Yiya se comportaba como si viviera en el más lujoso de los pisos, y lo hacía con soltura. Para reforzar la imagen de riqueza, gastaba buena parte del dinero de su esposo y contraía deudas impagables para comprarse ropas de marca, zapatos y joyas', sobre todo aros y pulseras haciendo juego, muchas pulseras que a Yiya le encantaba superponer, lo que producía el sonido permanente a metal que era su marca registrada. "Más que por el perfume -solía decir- me conocen por el tintinear de mis joyas".

Así, enjoyada y con sus vestidos impecables, pasaba sus días fuera del minúsculo apartamento, en casa de amigas o, como dijera muchos años más tarde su hijo Martín, "visitando a otros hombres, con los que engañaba a mi padre". Sus amigas la querían, más por costumbre y aburrimiento que por verdadera amistad. Cuando ella no estaba solían criticar sus gastos excesivos y su actitud altanera. Como sea, Yiya logró engañarlas a todas, haciéndoles creer que era una mujer tremendamente eficiente en inversiones financieras. Y, por fin, consiguió que tres de las más íntimas le dieran buena parte de sus ahorros para que ella se encargase de multiplicarlos. "Yo conozco la manera de que la plata te rinda mucho más que en un plazo fijo", repetía con tono profesional, sin ofrecer detalle. De modo que las amigas retiraban el dinero de sus bancos y se lo daban a la supuesta inversora quien, a su vez, les firmaba pagarés comunes y corrientes.

La prima de Yiya se llamaba Carmen Zulema del Giorgio de Venturini. Vivía sola: su marido había muerto hacía tiempo y sus dos hijas estaban casadas. No le faltaban recursos: su marido había sido un funcionario importante de YPF y le había dejado una buena suma de dinero. Vivía en Hipólito Yrigoyen 2580 pero, como Yiya, pasaba mucho tiempo fuera de la casa. Las primas se veían con regularidad: iban al cine: al teatro, a comer, a tomar te con masas a la confitería Richmond, de la calle Florida. Lo único que no hacían juntas era comprar ropa: Carmen no tenía paciencia para soportar las esperas interminables a las que podía llegar a someterla Yiya en los probadores de las tiendas. Sí caminaban y miraban vidrieras y se intercambiaban regalos. Carmen le regalaba plantas y Yiya tortas y masitas de crema.

Una tarde de enero de 1979, mientras tomaban el té, Yiya le habló de sus contactos con el mundo de las finanzas y la convenció de que le entregara veinte millones de pesos para ubicarlos en un plazo fijo de características particulares. "Nadie te va a dar más interés que el que te puede conseguir este amigo mio abogado, de Mar del Plata", le dijo en tono confidencial. Carmen miró de frente a su prima. Si tuvo un instante de duda lo descartó enseguida: Yiya estaba sentada muy erguida en su silloncito, con su peinado armado, de peluquería, sus aros dorados, sus anillos con brillantes diminutos pero verdaderos, su vestido celeste entallado, de mangas cortas. Tenía 49 años pero parecía menos. Era alta, muy flaca, estaba siempre con los hombros hacia atrás y miraba fijísimo con sus ojos grandes maquillados de marrón oscuro.

"Bueno, Yiya, mañana paso por tu casa y arreglamos todo. Esos intereses me van a venir muy bien". En efecto, al día siguiente Carmen fue a ver a Yiya y le entregó el dinero. Según el pagaré firmado por Murano, el 27 marzo le devolvería la plata y los intereses. Pero Carmen no llegó a vivir para ver los resultados de su primera operación financiera. El 24 de marzo empezó a sentirse mal y salió de su, departamento, probablemente para pedir ayuda. Se acercó a la escalera, se desmayó y rodó un piso completo, con la cabeza rebotando en los escalones. José González, el portero del edificio, se encargó de llamar una ambulancia. Mientras varios vecinos se apelotonaban alrededor de la mujer inconsciente, apareció Yiya, con sus mejores ropas. Enseguida le pidió al portero una llave para entrar al departamento de su prima y buscar números de teléfono para avisar a la familia. Unos días más tarde, frente a los policías que le tomaban declaración, el portero afirmó que la mujer se llevó un frasquito y unos papeles, y que, antes de irse, se lamentó: "Dios mío, es la tercera amiga que se me muere en tan poco tiempo".
 
Carmen todavía no estaba muerta cuando se la llevaron del departamento, pero falleció minutos más tarde, apenas la ambulancia la dejó en el hospital Ramos Mejía. Según el certificado de defunción la muerte se había producido por un paro cardíaco no traumático.

Pero la hija de Carmen, Diana Venturini de Olivera se presentó en la comisaría sexta para hacer una denuncia: en el departamento de su madre las cosas habían sido revueltas, como si alguien hubiera estado buscando algo, y había desaparecido el pagaré- que, según le había contado su madre, la habilitaba para cobrar un dinero el día 27. De inmediato se cambió la carátula del caso, que pasó de muerte natural a muerte dudosa. Al mismo tiempo se pidió la exhumación del cadáver: el resultado determinó que en las papilas del estómago de Carmen había restos de cianuro alcalino en cantidad suficiente para exterminar a treinta personas. La principal sospechosa era Yiya Murano, y los policías empezaron a investigarla.
 
El trabajo policial resultó mucho más sencillo de lo esperado. Al rastrear los pasos de la sospechosa descubrieron que en el departamento 20, contiguo al suyo, vivía Nilda Gamba, amiga y cuñada de Yiya, que había muerto de manera imprevista el 11 de febrero de ese mismo año.
 
La relación entre las dos mujeres era impecable. Nilda había conocido en la casa de Yiya a Rafael Murano, hermano de Antonio, con quién se casó a los pocos meses aunque enviudó con la misma rapidez. Yiya y Antonio protegieron desde ese momento a la cuñada, y la invitaban casi todas las noches a comer.

El 10 de febrero Nilda fue invitada a una cena de amigos en lo de Yiya, y se quedó allí hasta la una de la mañana. Nunca más fue vista con vida por nadie. En la mañana del domingo 11, el portero pasó por la puerta del departamento de Nilda y vio que ella no había entrado el diario. Le pareció extraño: como todo portero conocía al detalle los hábitos y manías de la gente del edificio y estaba muy al tanto de que la viuda del 20 recogía el diario apenas el chico del kiosco lo dejaba frente a su puerta. También sabía que la noche anterior se había acostado tarde, de modo que, aunque inquieto, no golpeó la puerta de la mujer para averiguar. Pero a la tarde le pareció que nada bueno podía estar pasando ahí dentro. LLamó a la puerta. Nadie le contestó. Excitado frente a la posibilidad de un acontecimiento que rompiera con su rutina insoportable, no pudo esperar más y llamó a Jesús García, otro vecino, español y cerrajero jubilado, para que lo ayudara a abrir la puerta de Nilda. El español, que no compartía en absoluto el espíritu entrometido del portero, se limitó a mirar por la cerradura. "Están las llaves adentro", dictaminó. "Mejor llamemos a la policía".




 
Varias horas más tarde la policía entró al departamento. El cadáver de Nilda Gamba estaba tirado en el piso del living, boca abajo, con la mano izquierda apretándose el vientre.

Yiya, al enterarse, miró al infinito y declamó: "Se me fue una gran amiga".

En el certificado de defunción decía que la muerte se debió aun paro cardíaco.

Gamba fue enterrada en el cementerio de la Chacarita, en la sepultura 11 de la sección 8, manzana 3. Pocos días después del entierro, su cadáver fue exhumado. Al igual que Carmen Zulema del Giorgio de Venturini, las vísceras de Nilda Gamba contenían restos de cianuro alcalino. y Nilda también le había entregado dinero a Yiya para hacer una buena inversión a corto plazo.
 
"Me parece que la Murano las envenena con unas masitas dulces. Las dos muertas tenían esas masitas en la casa", conjeturó uno de los investigadores.
 
En el primer piso departamento B de la avenida Belgrano 2481 vivía otra viuda amiga de Yiya: Leila Formisano de Ayala. Estaba sola, porque su hijo cursaba el segundo año de la Escuela de Prefectura de Zárate.

Las dos amigas eran íntimas. Habían viajado muchas veces a Mar del Plata -donde Leila tenía un departamento-, a Punta del Este y, una vez, al Brasil. Se encontraban para comer, para jugar a las cartas, para charlar. En Mar del Plata solían ir al casino, aunque jamás apostaban sumas importantes.
 
El lunes 19 de febrero de 1979, antes del mediodía, Yiya pasó a buscar a Leila. Las dos salieron juntas a los pocos minutos. Carlos Alberto Zamora, el portero, se las había cruzado: Está visto que en la vida de Yiya los porteros han sido siempre una desgracia inevitable.
 
Unas horas después, Yiya volvió al edificio de su amiga. Sin embargo estaba sola. Buscó al portero pero no lo encontró. Habló, en cambio, con su esposa, Matilde Elena Fuentes. Con cara de preocupación le preguntó si había visto a Leila Formisano. "Pero si salió con usted", le dijo la mujer. "Claro, ya sé, pero ella tuvo que volver porque no se sentía nada bien". Ante la propuesta de la esposa del portero de ir a tocarle el timbre, Yiya Murano se negó. "No, no la quiero molestar. Mejor que se quede descansando".
 
A las nueve de la noche, Yiya apareció nuevamente en el edificio de Leila y volvió a preguntarle a la misma mujer por el estado de su amiga. Como la portera no la había visto, Yiya le dejó dicho que ya había comprado las entradas para el teatro para ellas dos y otros amigos.

Tres días después, ante la absoluta desaparición de Leila, la pareja de porteros tomó cartas en el asunto. Buscaron a un vecino -un tal Berardi- que tenía una copia de las llaves de Leila. Pero, aunque la llave abría, había un pasador cerrado por dentro. La policía entró saltando por el balcón contiguo. Leila Formisaro de Ayala, de 52 años, quien también le había entregado a Yiya dinero para invertir, estaba muerta desde hacía tres días, reclinada en un sofá, con los ojos frente al televisor encendido y recalentado. Había masitas dulces en la heladera, aunque ese dato no fue tenido en cuenta en un primer momento.

La causa de su muerte, según el certificado de defunción, fue un paro cardíaco.

Fue a parar al cementerio de la Chacarita, lote 30, sección 13, manzana 4. Poco después, el cadáver fue exhumado. La policía, los forenses, los abogados, los parientes de Leila y de las otras dos muertas, esperaban que en su estómago se encontraran restos de cianuro alcalino. Los encontraron.
 
María de las Mercedes "Yiya" Aponte de Murano, poco después rebautizada por la prensa como "la envenenadora de Montserrat", fue detenida en su domicilio el 27 de abril de 1979. Ella misma les abrió la puerta a los policías que fueron a buscarla y cuando se le comunicó que tendría que ir a la comisaría no hizo ninguna pregunta, ni pareció asombrada, ni ofreció resistencia. Lo que hizo fue buscar un saco de hilo que se puso sobre su camisa clara, se acomodó la falda, dio una última mirada al espejo y salió con los policías.
 
Su caso lo estudiaba el juez de primera instancia en lo criminal, Diego Peres, secretaría de Juan Rodríguez Basavilbaso. La carátula: Homicidio en grado de reiteración.

En los interrogatorios, Yiya Murano jamás admitió haber envenenado a sus amigas y usó una extraña carta de defensa: "Pero por favor, si yo no sé cocinar, ¿cómo les voy a preparar masitas envenenadas? Es ridículo". Sí, reconoció que les había pedido dinero, pero solamente como un favor: ella conseguía intereses más altos que en cualquier otro lugar. Fue confusa al dar precisiones a acerca del destino de ese dinero, y de sus intenciones de devolverlo.

Murano fue alojada en la Cárcel de Mujeres de Ezeiza, mientras la policía rastreaba aun personaje escurridizo que, según testimonios, había sido un amigo muy cercano a la presunta asesina. Se trataba de un médico, quien podía haberle enseñado a Yiya el arte del envenenamiento y sus métodos más infalibles. No fue encontrado.
 
En contra de todas las previsiones, en la cárcel Yiya Murano se movía como pez en el agua. No se amedrentó frente a la presencia de compañeras violentas, criminales, golpeadoras o psicóticas. Más bien logró domarlas y tenerlas bajo su supervisión. Era ella quien organizaba las rutinas, los juegos, los grupos. y cada vez que alguna era puesta en libertad, se dirigía a Yiya para abrazarla y llorar con ella, como si se tratase de una santa a la que fueran a perder en el camino.
 
Casi todas sucumbían a la tentación del reportaje y la fama mediática: una vez libres, la prensa solía abordarlas para preguntar detalles de la vida de Yiya en la cárcel. Todas coincidían en describirla como generosa, creyente, buena amiga, valiente e incapaz de ninguna maldad.

Pero el fiscal Mario de la Vega Pizarro tenía otras ideas respecto de Yiya. Pidió para ella prisión perpetua con accesoria de reclusión

por tiempo indeterminado al considerarla culpable de homicidio por envenenamiento en perjuicio de Nilda Adelina Gamba, Leila Fonnisano de Ayala y Carmen Zulema del Giorgio de Venturini.

Yiya pareció tranquila al enterarse de su futuro. En la cárcel hacía bromas con respecto a su condena, matizadas con constantes referencias a la ineficacia de la justicia terrena y la grandiosidad de la justicia divina.
 
El 6 de mayo de 1980, cuando una de las guardiacárceles fue a examinar su celda, encontró a la Murano tirada en el suelo, gimiendo, con la cabeza entre las manos. "Haga algo -dijo-. El dolor es insoportable".
 
En la enfermería advirtieron que se trataba, muy probablemente, de un derrame cerebral. El diagnóstico se confirmó en el hospital Pirovano, donde decidieron operarla ese mismo día. Pero antes de que las enfermeras empezaran a prepararla para el quirófano, Murano se incorporó en su cama de metal, corrió las sábanas blancas deshilachadas, y dijo que, al no saber si saldría viva de la operación, estaba en condiciones de pedir un último deseo. "Quiero lápiz y papel para escribir mi verdad, antes de encontrarne con el Señor". La enfermera le dio la espalda y fue a buscar el lápiz y el papel. "Lo Único que falta -le dijo a una compañera-. Ahora estas mujeres tienen últimos deseos. Pero qué se va a morir! Así como es de jodida va a vivir ciento cincuenta años!".
 
La carta fue redactada de un solo tirón, escrita desde el rol de la víctima, como si todas las desgracias humanas hubieran caído sobre su cabeza:

" Autoridades judiciales, policiales y opinión pública. Yo, María de las Mercedes Bernardina Bolla de Murano, internada en el hospital Pirovano, en plenitud de mis facultades mentales y al borde de mis fuerzas físicas, con mi salud quebrantada, después de un largo año de detención, sin motivo, habiendo soportado difamación, agravio, persecución e injusticia y en previsión de que la muerte me alcance antes de llegar a probar mi inocencia y en salvaguardia de mi honor y en el de los míos, injustamente afectados por difusión de calumniosas noticias, juro ante el Altísimo, ante quien todos los que me han denigrado deberán rendir también cuentas, mi total y absoluta inocencia; he leído en algun lado que el mar tapa los errores de los marinos, así como la tierra los de los médicos. Me pregunto si alguna vez, en algún lugar, y en algún caso, alguna muerte no servirá para tapar los errores judiciales y policiales".

Yiya

María M. Bolla de Murano

6/5/80

La operación iba a ser dificil y de riesgo. Murano tenía un aneurisma cerebral en el lado derecho de su cabeza. La operación duró varias horas y fue un éxito, tal como vaticinaran sus enfermeras.
 
Poco tiempo después empezaron a surgir dudas con respecto a la sentencia. El defensor de Murano, Mario Soaje Pinto, puso reparos en toda la investigación. Los forenses que encontraron restos de veneno en las vísceras se equivocaron de frasco cuando extrajeron partes para hacer el estudio. El 15 de junio de 1982 el juez Ángel Mercado le dictó la absolución. Su tiempo como detenida había sido de tres años y cuarenta y cinco días.

Pero nada es para siempre. La causa siguió invesgándose y en mayo de 1985 la Sala Tercera de la Cámara del Crimen la condenó a prisión perpetua por los delitos de homicidio calificado por envenenamiento y estáfas reiteradas en tres oportunidades. En 1993 se le conmutó la pena por la de 25 años de prisión. Fue puesta en libertad al cumplir los dos tercios de su condena, el lunes 20 de noviembre de 1995, a las 17:20. Había estado presa dieciséis años. Permanecerá bajo libertad condicional hasta el 3 de febrero de 2003.


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El día en que abandonó la cárcel, Yiya se negó a dar reportajes a los periodistas que la esperaban en la puerta del penal. No era timidez, ni pudor, ni miedo a hablar. Lo que pasaba era más sencillo: estaba desarreglada, ojerosa y sin maquillaje. Pero después no tuvo más problemas en mostrarse. Su consagración fue en el programa de Mirtha Legrand, el martes 3 de noviembre de 1998, donde Yiya fue a almorzar y a contar su vida. Más allá de haber declarado su inocencia más absoluta sorprendió a toda la audiencia –y también a la conductora – cuando anunció que se había vuelto a casar. Con anteojos oscuros y vestido chemisier atigrado, dijo que se le "secaron las lágrimas de tanto llorar", y que su actual marido es un hombre al que quiere mucho. Lo bizarro del asunto es que el lunes siguiente, el supuesto feliz esposo de Yiya apareció en el mismo programa diciendo que su próximo paso sería, sin falta, la anulación de su matrimonio con "la señora Murano". "Me asusté cuando me dijeron que ella era la mujer que envenenaba, me asusté. Me lo contó mi cuñada. Y anoche mismo Yiya me llamó por teléfono a casa para que no viniera a este programa, me amenazó. Porque yo la conocí en Constitución, y nos pusimos de novios, y nos casamos, aunque solamente pasamos una noche juntos: la de bodas. Les juro que yo no sabía nada".

 

Martín Murano, el único hijo de Yiya, estuvo sentado a la misma mesa, mostrando con claridad los sentimientos que lo unen a su madre. "Ella me dijo que era culpable, que había matado, lo cual conté en mi libro sobre ella. Pero no la ví desde que salió, ni pienso verla. No me interesa".

 

La actitud de su hijo no fue suficiente para deprimirla. En 1999 fue columnista en el programa de TV  La hoguera, en el que hablaba de la moda. A una de las maquilladoras que estuvieron en su debut le dijo que, al fin, estaba en el lugar que de verdad le correspondía.

 


 
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Comentarios (4) ·  Enviar comentario
Sin duda el caso de Yiya es el más polémico (hasta ahora) de Argentina.
publicado por Mariana, el 06.10.2011 21:43
¡Gracias por arruinarme la experiencia de leer esto del libro!, aunque sea podrían poner extracto de "Mujeres Asesinas" o algo, ¿No? cero consideración...
publicado por Andrés, el 03.12.2013 02:38
ESTOY SEGURA DE QUE ES CULPABLE
ES FRIA Y CALCULADORA
UN MAL SER HUMANO
CON UNA MALA GENETICA Y UN ESPIRITU OSCURECIDO
lo peor que engendro argentina
publicado por LAYLA, el 26.10.2014 15:54
Una de las más completas crónicas que lei de este caso. Gracias!
publicado por luca, el 21.11.2014 18:31
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