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//03 de Noviembre, 2010

CAPÍTULOIII Una familia de barrio

por jocharras a las 10:54, en La Marca de la Bestia

CAPÍTULOIII

Una familia de barrio

La barriada

Antes de llamarse General Urquiza, ese paraje ubicado en la zona sur de la ciudad de Córdoba era conocido como Pueblo Colón por el simple hecho de nacer justo en el límite del barrio que llevaba el nombre del navegante genovés. Por aquellos tiempos era un asentamiento primordialmente humilde, no demasiado diferente de la mayoría de los barrios de la periferia cordobesa, en el que unas pocas casas habitadas por familias trabajadoras se mezclaban con los montes todavía vírgenes, en los que era común encontrar caballos y carros donde hoy se estacionan autos y motos.

Ubicado al 2700 de la avenida Amadeo Sabattini (arteria que a la salida de Córdoba se convierte en la ruta nacional 9 sur), el asentamiento se fue ampliando con el paso de los años hasta convertirse en barrio General Urquiza.

La barriada quedó rodeada al norte por el barrio San Vicente, al sur por la villa miseria El Chaparral, una de las más grandes de la ciudad de Córdoba, y por barrio Jardín del Pilar. Al oeste quedó el barrio Colón y al este, Brigadier San Martín.

Con el paso de los años, General Urquiza logró ese funcionamiento que sólo consiguen aquellas barriadas cuyo crecimiento se mantiene al margen de la ciudad y donde la idea de "ir al centro" se acerca más a una salida especial que a un hecho cotidiano.

En ese lugar, en una humilde casa de la calle Juan Rodríguez al 2400, entre Montes de Oca y Miguel del Mármol, vivían los Sajen allá por 1965. El 26 de octubre de ese año, doña Rosa Caporusso dio a luz a Marcelo Mario, el cuarto hijo de una familia que se terminaría conformando con seis varones y una mujer: Leonardo (el Turco Miguel), Stella Maris (Lela), Eduardo (el Jubilado), Marcelo Mario, Luis Gabriel (Bichi), Daniel (el Nene) y, finalmente, Luca.

Bucear en el pasado de la familia Sajen en aquellos años '60 y ´70 es ahondarse en aguas difíciles de comprender y plagadas de contradicciones. Es que mientras algunos vecinos hablan de niños víctimas de maltratos por parte de sus padres, esos mismos chicos, hoy ya adultos, niegan sistemáticamente eso y aseguran en cambio que siempre fueron queridos y respetados tanto por papá, como por mamá.

De la misma manera, mientras esos niños recuerdan a sus padres como un matrimonio "lleno de amor", varios vecinos guardan en la memoria escenas de violencia física de las que habría sido víctima la madre de Marcelo Sajen.

Después de casi cuatro décadas todo indica que tanto una cosa como la otra ostentan rasgos de verdad y que en ese ambiente de verdades a medias, en el que una cosa cierta sirve para esconder otra igualmente verdadera, aunque no aceptada socialmente, crecieron aquellos niños que, a la larga, terminarían por convertirse (varios de ellos) en delincuentes, sin que por eso dejaran de ser considerados buenas personas por sus allegados.

Cuando nació Marcelo, Rosa Caporusso era una adolescente que no había cumplido aún los 20 años. La mujer estaba casada con don Leonardo Sajen desde los 14. Pese a que entre ambos existía una diferencia de edad de 18 años, la pareja brindaba a algunos habitantes del barrio, y especialmente a sus hijos, la imagen de un matrimonio "compacto".

De oficio verdulero, don Leonardo es recordado en el barrio como una persona "amable, atenta, bondadosa" y principalmente como un hombre trabajador.

"Era muy pícaro, don Leonardo. Le gustaba hablar con las viejas y contar chistes. A sus chicos los quería mucho, pero cuando alguno se mandaba una macana les daba unas buenas palizas para que no la hicieran más", recuerda doña Amalia, una vecina que llegó a General Urquiza hace ya varios años. La mujer comenta que en más de una ocasión, tanto a ella como a otros vecinos, don Leonardo tuvo el gesto de dejarle la verdura a cambio de la promesa de que "cuando hubiera plata se la pagara".

La imagen del verdulero del barrio conduciendo el carro con sus pequeños hijos detrás es una de las más recordadas por los vecinos de General Urquiza.

"Los Sajen eran todos trabajadores. Cuando eran chicos, todos -y principalmente Marcelo, que era la debilidad de don Leonardo- iban con su padre por los barrios de la zona vendiendo verduras", dice en voz alta Amalia, sin dejar de sonreír. Pareciera estarlos viendo a través de la ventana del comedor. Los ojos se le llenan de lágrimas. “Las desgracias llegaron después", dice por fin la mujer, que ya superó las seis décadas de vida.

Por las calles de tierra de esa barriada, en las que el paisaje ge parecía al de una ciudad, Marcelo Mario Sajen dio sus primeros pasos.

Uno de sus hermanos mayores, Eduardo Sajen, se refirió de esta manera a aquellos tiempos: "Empezamos a trabajar a los cinco años. Mi viejo era muy firme y recto. Él no nos hacía trabajar para él; nos hacía ganar nuestra propia plata y nos decía que la usáramos para tener nuestras cosas".

El recorrido de los Sajen a bordo del carro se iniciaba siempre en el Mercado de Abasto, que, por aquellos años, se encontraba en el cruce de la actual Costanera con la calle Maipú. Desde allí seguía, según el día y la fecha del mes, por diferentes barrios de la zona sur de la ciudad, tal el caso de San Vicente, Comercial, Colón, Armada Argentina, Revol, Altamira, 1° de Mayo, Maipú, Jardín del Pilar, entre otros. Barrios que con el paso de los años Marcelo Sajen llegaría a conocer como la palma de su mano, ya sea buscando autos, ya sea buscando jovencitas para violar.

"Marcelo iba siempre sentado en la parte de atrás del carro, con don Leonardo sujetando las riendas del caballo. El padre era un turco bueno", cuenta Pepe Pino, el histórico diariero del barrio a quien todavía hoy puede encontrarse a bordo de una bicicleta destartalada "voceando" diarios por las calles de General Urquiza. Algo similar expresa Amalia, la vecina sexagenaria que queda al borde del llanto cada vez que recuerda a Marcelo, a quien dice haber querido como a un hijo. "Muchas veces vimos cómo, de espaldas al padre que se hacía el distraído, Marcelito convidaba frutas a los chicos. Era un santito, Marcelo. Por eso se lo quiere mucho en el barrio, Porque siempre fue una persona buena", señala la mujer.

Don Leonardo y sus hijos no eran los únicos Sajen que vivían en la barriada. A pocos metros de su casa, sobre calle Miguel del Mármol, tenía un almacén su hermano Demetrio. Ambos habían heredado de su padre, Narciso Sajen, la vocación por el comercio. El abuelo de Marcelo era un comerciante nato. El hombre tenía un enorme almacén en el que se podía comprar desde una botella de leche fresca hasta un par de alpargatas.

Al recorrer el barrio y hablar con los vecinos se podría decir Que todo el mundo recuerda a Marcelo, pero pocos son capaces de rememorar hechos específicos. Al mismo tiempo, podría afirmarse que todos lo relacionan con "la calle", pero pocos saben qué hacía realmente cuando no estaba en su casa. O, quizá, no se animan a decirlo.

Marta López, la vecina de la casa contigua a la vivienda de los Sajen en la calle Juan Rodríguez, lo explica así: "Marcelo era un encanto. Nosotros y todo el barrio en general lo queríamos mucho. Él siempre fue el más guapo de los hermanos para trabajar y el más atento con todo el mundo". Los dichos de López coinciden con las palabras que utiliza Cacho Cristaldo, el esposo de Amalia, quien hoy por hoy se siente una especie de padre postizo de Marcelo. "Él era el ruiseñor de los pájaros para nosotros. Cada vez que había una reunión, todos nos congregábamos en torno a él", comenta Cacho.

Marcelo Gorosito, otro vecino del sector, quien asegura haber vivido gran parte de su vida jugando en casa de los Sajen, también recuerda con afecto a Marcelo y a toda su familia. "Lo que yo puedo decir es que eran personas excelentes y que nadie se imaginó alguna vez que Marcelo pudiera haber hecho las cosas que dicen que hizo. Yo lo conocí mucho, prácticamente vivía dentro de esa casa cuando éramos chicos y a él nunca lo vi desubicarse con una mina. Es más, era una persona querida y respetada en el barrio".

Buena conducta

Aquel día de comienzos de la década del '90, Cacho Cristaldo necesitaba un certificado de buena conducta y fue a gestionarlo a la comisaría, en la calle Asturias 1840 del barrio Colón.

Hacía cerca de 18 años que vivía en General Urquiza y nunca había entrado a esa seccional, tal vez por eso fue que cruzó el umbral del edificio con esa sensación de inseguridad que invade a cualquiera cuando ingresa a un lugar extraño por primera vez.

Apenas entró, le llamó la atención la forma en que uno de los oficiales de mayor rango lo miró a los ojos, como si de alguna manera el rostro de Cacho -un hombre fornido, con marcas de trabajo en sus manos pero de aspecto bonachón- le generara desconfianza. Cacho le explicó al policía qué necesitaba y éste se lo transmitió a su jefe. Fue entonces que el hombre se acerco a Cacho y se identificó como el subcomisario García.

-Disculpe, ¿yo a usted lo conozco? -dijo por fin el subcomisario, mientras se cruzaba de brazos.

¿-No -respondió Cristaldo.

 -¿Está seguro de que no nos hemos visto nunca antes por acá? -No, no me conoce,  -¿Está seguro? -insistió el policía.

-Le digo que no señor -contestó secamente Cacho, un hombre "de pocas pulgas", tal como él mismo se define.

El policía García no le creyó.

-¿Pero usted está seguro de que nunca nos hemos visto antes? ¿Hace cuánto que vive en el barrio? ¿En qué calle vive? -insistió el uniformado.

Las preguntas fueron tan insistentes que la molestia de Cacho fue dando paso a cierto temor, ya que no podía entender por qué lo interrogaban de esa manera. Finalmente todo se aclaró cuando el subcomisario se dio por vencido y le confesó el origen de su curiosidad.

-¿Sabe lo que pasa, mi amigo? Yo estoy en esta comisaría desde hace diez años y los conozco a todos en la zona. A todos. ¿Por qué? Porque no hay un solo habitante en General Urquiza que, en todos estos años, no haya traído acá a la comisaría por lo menos una vez. Por eso le pregunto si usted es de acá. Si realmente es así, usted puede considerarse la única persona de la zona que no tiene una entrada al calabozo -respondió García.

La anécdota sirve para explicar cómo, a lo largo de los años, esa barriada humilde y poblada de gente honrada que fue en sus orígenes General Urquiza se fue convirtiendo en un lugar mucho mas turbio, en el que además del trabajo existen muchas otras formas de vida.

Descariño y látigo

Los testimonios que se recogen en el barrio referidos a la infancia de Marcelo Mario Sajen y de sus hermanos guardan un punto en común, al coincidir que esa etapa fue, si no "difícil", al menos "complicada". Sin embargo, esa aparente coincidencia se diluye a la hora de indagar en las causas.

"Don Leonardo era una excelente persona. Un hombre bueno, pintón, muy educado y decente, que quería mucho a sus hijos y en particular a Marcelo, que era su preferido. El Turco Viejo (los vecinos llaman Turco Miguel a Leonardo, el hermano mayor de Marcelo, por lo que al padre de ambos le quedó el apodo de Turco Viejo) era una persona bonachona. Para mí, los problemas que vinieron después pueden haberse originado en que la madre no los quería mucho...", afirma doña Amalia.

Pero la mujer va más allá en sus confesiones. Según dice, cuando Marcelo era chico, le tenía "miedo a su mamá" y añade que en más de una ocasión, siendo ya adolescente, lo vio temblar de miedo cuando la madre se le acercaba. "Marcelo era un flor de tipo", dice Cacho Cristaldo.

Las afirmaciones del matrimonio difieren de las de Marta López -vecina de la casa colindante al hogar de los Sajen- respecto de la personalidad del padre de Marcelo. "Don Leonardo vivió en esa casa, primero, con una mujer a la que le decían la Gringa y que se mandó a mudar, porque él le pegaba mucho. Era una mujer muy linda, pero de un día para el otro desapareció. Después vino a vivir otra chica que creo que se llamaba Carmen y con la que él llegó a tener un hijo -llamado Narciso-, pero esa mujer también se le fue", relata Marta.

Estos datos, que luego serían verificados en el marco de este trabajo, fueron soslayados por los parientes cercanos a Marcelo Sajen en las diferentes entrevistas mantenidas, como si ese pasado de don Leonardo no existiese.

La llegada de Rosa Caporusso al barrio allá por los primeros años de la década del '60 fue bastante llamativa para los vecinos. Es que muchos de ellos se encontraron de repente con un hombre de 32 años que se había enamorado de una niña de apenas 14.

Poco se pudo saber realmente respecto de cómo floreció ese amor. Ambos se conocieron en un baile de la época y Rosa, que aparentemente vivía con sus dos hermanos y su madre en la casa de sus abuelos, pidió autorización para irse a vivir con el verdulero de General Urquiza. "Un hijo de puta era. Leonardo era una porquería que maltrataba a mi hermana y a sus hijos y los obligaba a pelearse. Era un miserable que no tenía los huevos suficientes y hacía que esos pobres chicos se mataran entre ellos en un ring que tenía armado en a parte de atrás de su casa", dispara Andrés Caporusso, el hermano de Rosa, al recordar a Leonardo Sajen.

Andrés se define como uno de los pocos en la familia que se atrevió a hacerle frente a Leonardo. "Yo me le planté cuando él golpeaba a sus hijos", dice Caporusso. Precisamente a él recurrió Marcelo Sajen para pedir protección a fines de 2004, cuando toda la Policía lo buscaba por cielo y tierra. Durante casi tres días, el violador serial estuvo oculto en la casa de este hombre, en barrio Santa Isabel 3a Sección.

"El viejo Sajen le daba mala vida a todos los que estaban con él. A todas sus mujeres las fajó. Cuando llegó con la chiquilina (Rosa), a todos nos llamó la atención porque ella no tenía más de 14 años de edad y él ya era un hombre grande. Siempre tuve la sensación de que no estaba contenta acá y fueron muchas las veces en que ella se iba a la casa de su mamá, pero después de unos días él siempre la traía de nuevo", recuerda Marta López, la vecina que vio a Sajen apenas días antes de su suicidio, cuando éste fue a comprarle una pizza al negocio familiar que posee sobre la calle Juan Rodríguez.

La referencia a don Leonardo como "un hombre golpeador" fue sistemáticamente negada por los hermanos de Marcelo Sajen, quienes insistieron en que ésa era la "única manera" de controlarlos y que su padre sólo les pegaba "cuando alguno se mandaba una cagada". Incluso Eduardo afirma: "Nos daba algún fustazo si veía que hacíamos algo mal". Sus expresiones de alguna manera llevan 'implícita la concepción de que los supuestos golpes eran para los chicos algo así como un sinónimo de rectitud por parte de su padre.

Lo mismo afirma Daniel Sajen, el hermano de Marcelo, con quien nos reunimos en dos oportunidades mientras estaba preso en la cárcel de Bouwer por portación de arma de uso civil, delito del cual fue absuelto finalmente. "A mí, por ejemplo, mi viejo nunca me levantó la mano. Quien diga algo así, está mintiendo. A lo sumo nos habrá dado una cachetada como a cualquier chico cuando se manda una macana. Pero decir que éramos chicos golpeados es una mentira", señala Daniel.

"Mi viejo por ahí nos pegaba un par de cintazos. Yo no cobraba porque estaba bajo las polleras de mi madre", señala, no obstante, Eduardo Sajen, el otro hermano de Marcelo.

Algunos vecinos son categóricos. Por caso, Marta López asegura: "Don Leonardo también fajaba mucho a la madre de los chicos, principalmente por celos. Ocurre que ella era muy joven cuando él estaba viejo. Ojo, no era que él tuviera razones para celarla, porque sobre eso yo no sé nada, pero por alguna razón él la fajaba seguido y la verdad es que era tremendo porque los gritos se escuchaban en mi casa". Según la vecina, los hermanos Sajen habrían sido testigos de golpizas, las cuales ellos siempre se apresuran en negar -o justificar- cada vez que se les consulta al respecto.

Esto también es comentado por Andrés Caporusso: "¡Las cosas que Leonardo le hacía a mi hermana! Me acuerdo la manera en que le pegaba porque estaba celoso y resulta que ella nunca lo había engañado", dice Caporusso, parado frente a su vivienda.

A diferencia de Marta, que vivía junto a la casa de los Sajen, Amalia y Cacho Cristaldo (que siempre vivieron a más de tres cuadras) no se refieren a esas supuestas golpizas y prefieren hablar de "la poca atención que tenían los chicos por parte de su mamá".

Sin embargo, al ser consultada nuevamente sobre la manera en que supuestamente era golpeado Marcelo Sajen durante sus primeros años de vida, la vecina señala: "Lo tenían a látigo, como se hacía antes...". Y se apura en aclarar que el látigo en cuestión era la fusta con la que don Leonardo guiaba al caballo que tiraba el carro de la verdura. En sintonía con esas afirmaciones, Andrés Caporusso recuerda un episodio en el que Marcelo "recibió" de parte del padre varios golpes con el cuadro de una bicicleta. "El viejo los mataba y a mí me odiaba. Un día lo estaba apaleando mal a Marcelo y yo lo paré en seco. La verdad es que pensé que lo iba a matar", dice.

Aunque no constan denuncias judiciales sobre esos hechos, Caporusso no duda en señalar a Marcelo, a Eduardo y a Luis como los hijos "que más sufrieron los golpes de su padre".

De los tres chicos señalados, hoy sólo uno de ellos está vivo. Es Eduardo y niega cualquier clase de maltrato, al tiempo que insiste en que su padre sólo les pegaba "cuando se lo merecían".

no coincide con él Marta, la vecina, que relata el siguiente modo: "Él (Marcelo) era muy chiquitito y muy bueno, al igual Danielito. Muchas veces los he recibido acá en mi casa llorando porque les habían pegado en su hogar. Venía, se sentaba a tomar mates y me decía: 'Mi viejo es tan jodido... me pega porque vendo poco, o me pega porque vendo mal'. El chico me contaba siempre que el padre les pegaba porque no traían plata y yo sé que en más de una ocasión ellos eran testigos de golpes que recibía la madre".

La misma mujer fue muy clara al dejar dos afirmaciones referidas a la vida de aquella familia con la que compartió durante largos años la medianera. La primera estuvo referida a la madre de Marcelo. "Ella era muy joven como para tener tantos chicos. Si yo tuviera que definir cómo era, diría que era descariñada con ellos", cuenta la mujer.

La segunda información abre una nueva puerta para entender la vida de Marcelo Mario Sajen. "El viejo (un hombre fornido, alto y con cara de árabe) les pegó, pero sólo hasta los 15 años".

¿Porque lo ha visto?

-¿Por qué cree usted que Marcelo se convirtió en lo que se convirtió?

-¿Cómo? ¿Por qué se hizo violador?

-Sí, eso. ¿Qué pasó?

-Porque lo ha visto m' hijo.

-No entiendo. ¿Alguien se lo hizo a él?

-No. Lo ha visto, lo ha visto al padre, si yo le contara..., pero no puedo, no puedo.

Para acercarnos un poco más a la infancia de Marcelo Sajen, intentamos en varias oportunidades volver a hablar con Andrés Caporusso, la última persona de su familia a la que recurrió Sajen antes de suicidarse.

Después de una serie de visitas a la casa ubicada en la calle Guadalupe al 200 de barrio Santa Isabel 3a Sección, en las que Caporusso prefirió no hablar porque consideraba que si lo hacía su vida, y la de sus hijos, correrían peligro, el hombre aportó una serie de afirmaciones que podrían explicar muchas cosas vinculadas con lo que ocurrió en la etapa de formación de Sajen como persona.

La primera de esas confidencias ya fue citada anteriormente y está relacionada con los supuestos malos tratos que don Leonardo Sajen habría propinado a sus hijos y a la madre de éstos.

La segunda señala que don Leonardo -según manifestaciones de Caporusso- "obligaba a sus hijos a pelearse entre sí a golpes de puño".

En este punto, el tío de Marcelo recuerda que en un patio interno de la casa de los Sajen en la calle Juan Rodríguez, don Leonardo había montado una especie de cuadrilátero donde hacía que sus hijos "pelearan" con otros chicos del barrio.

Así como los hermanos de Marcelo niegan haber sido chicos golpeados, también comentan que esos supuestos combates no existieron nunca. Sin embargo, aceptan que su padre soñaba con que alguno de ellos fuera boxeador y les enseñaba a pelear "para defenderse".

En un primer diálogo, Caporusso acaba por hacer otra afirmación que resulta estremecedora. Cuando se le preguntó cuál podía ser, según él, la razón por la que Marcelo se convirtió en violador, el hombre respondió: "Porque lo ha visto".

Cuando se le consulta qué significaba eso en realidad, indica: "Lo ha visto hacerlo al padre. Pero yo no puedo hablar, tengo chicos y tengo miedo de que en el futuro les pase algo malo. Si yo pudiera hablar y decir todas las cosas que he visto de esa familia...".

Luego de formular esa afirmación, Caporusso aporta el dato de una persona a la que llama Jota y que, según sus creencias, podría haber sido abusada por el padre de los Sajen en presencia de sus propios hijos. Cuando se intenta conseguir más información al respecto, Caporusso insiste con el temor a una posible represalia por parte de algunos de sus propios familiares.

Desde entonces, el apodo Jota se convirtió en uno de los objetivos más importantes para esta investigación. Así fue que muy pronto logramos saber que esta persona había vivido durante muchos años en una casa ubicada en calle Asturias casi esquina Gorriti, cerca de donde se ubican los conocidos Monoblocks Stabio (complejo habitacional) y a pocas cuadras de donde creció Sajen.

Jota un hombre a quien todos los consultados discriminaban sus supuestas tendencias homosexuales, es reconocido como amigo de la infancia de Marcelo Por muchas personas de su entorno.  Sin embargo, resultó muy difícil de hallar. Al buscarlo en su casa un muchacho de unos 30 años que se identificó como su sobrino aseguró que no vivía más allí. En un segundo intento regresamos a la misma vivienda donde además de ese sobrino otros jóvenes se presentaron como parientes de Jota. Todos afirmaron que, para encontrarlo, era necesario ir de noche a la casa. "Vengan, porque mi tío ha sido medio novio de Sajen", afirmó uno de los chicos que se hizo llamar Wilson o "Willy Solo".

Después de una serie de consultas, en el barrio se nos sugirió que no volviéramos a esa zona, porque Jota ya no vivía allí y porque simplemente corríamos "peligro".

Paralelamente, una fuente anónima aportó el dato de que, después de haber sido echado de su casa aparentemente por sus sobrinos, Jota se había recluido en un asentamiento marginal conocido como Los Eucaliptos, ubicado en barrio José Ignacio Díaz 1era. Sección. Hacia allí nos dirigimos una fría mañana de invierno hasta un rancho de chapa donde un travestí (a quien muchos llamaron Jota) nos atendió, pero dijo llamarse Ramón. Esta persona aseguró no conocer a Jota ni a Marcelo Sajen.

En este punto, una vez más la investigación parecía golpear contra una puerta infranqueable, pero cuando la pista sobre el paradero de este misterioso personaje parecía desmoronarse, volvió a cobrar fuerzas, luego de que Andrés Caporusso -en otro encuentro- se mostró mucho más confiado y dispuesto a hablar del caso Jota.

En ese diálogo, afirmó que el padre de los chicos Sajen "usaba a sus hijos para seducir a Jota y hacerlo entrar a su casa", donde supuestamente don Leonardo "abusaba de él". Todo esto, según Caporusso, ocurría en un galpón ubicado detrás de la casa de la calle Juan Rodríguez, el mismo lugar donde el padre de los Sajen había montado un ring para que sus hijos "se cagaran a trompadas".

"Todos los chicos lo sabían porque él les contaba. Marcelo tiene que haberlo visto porque a mí me decía: 'El infeliz de mi viejo se lo come al Jota...'".

Y agregó: "Jota era un chico morrudito que solía pelear con los hijos de don Leonardo, después de que éste abusara de él".

Ante la consulta sobre si el mismo Marcelo podría haber sido víctima de alguna violación de pequeño, el tío lo negó y remarcó que don Leonardo Sajen "no habría hecho algo así con sus propios hijos".

Parado en la vereda de su casa, el hombre aseguró que lo que pasaba con Jota le fue comentado por el mismo Marcelo cuando tenía 6 años.

Aunque no tiene que ver con las afirmaciones de Caporusso, en este punto es importante señalar que, según se informó desde la Dirección General de Investigaciones Criminales de la Policía, don Leonardo Sajen contaría con dos antecedentes penales. Uno de ellos hace referencia a una denuncia realizada por una mujer (sus iniciales son S. V M.) por un supuesto caso de intento de abuso sexual. Esa denuncia (por la que fue sobreseído) fue radicada en noviembre de 1982 y se tramitó en el Juzgado de Instrucción de 12a Nominación de Córdoba.

La otra denuncia es por robo calificado, pero la familia asegura que es fruto de un "malentendido", sin avanzar demasiado en las explicaciones. En esa causa, don Sajen fue sobreseído, según informan desde la Policía.

Los dichos de Caporusso -según él mismo confesó- constan en la causa del violador serial y fueron reafirmados en declaraciones que su madre (la abuela de Marcelo) hizo a representantes de la justicia. En su testimonio, María Ester Sánchez, de 77 años, contó que su hija (Rosa, la madre de Marcelo) comenzó a tener problemas apenas conoció a don Leonardo a los 14 años. La mujer aseguró que Sajen se "aprovechó de la inocencia de su hija" y que desde ese momento se desató el "calvario" que sufrió Rosa, a lo largo de los años que consistía "en ser brutalmente golpeada por parte de su marido y en presencia de sus hijos".

La mujer también insinuó que su hija sólo fue feliz en el período en que los Sajen se fueron a vivir al interior. La abuela habría asegurado, además, que su nieto nunca le prestó mucha atención ni a ella ni a su hija "porque Marcelo era igual a su padre". Para la señora, lo que le salvó la vida á Rosa fue refugiarse en la palabra de Dios y en la fe de los Testigos de Jehová, donde, sin embargo, nunca pudo llevar a sus hijos.

De aquellas declaraciones de los Caporusso también surgió una afirmación que explica por qué Marta (la vecina de los Sajen) aseguró que don Leonardo les pegó a sus hijos hasta una edad y no lo siguió haciendo después: "Abandonaron la escuela primaria (Hilario Ascasubi) en tercer grado porque el padre los obligaba a ganarse el jornal. Si los chicos no recaudaban ese dinero eran golpeados brutalmente", afirmaron los familiares de la madre de Sajen e indicaron después que "con los años" eso hizo que los chicos se rebelaran y comenzaran "a robar dinero que el padre, un miserable, no les daba".

Aunque la Justicia buscó desesperadamente en el entorno del violador serial primero y de Marcelo Sajen después, vínculos con el ambiente del travestismo, el nombre de Jota no figura en los expedientes. Nuestra búsqueda en cambio continuó y el resultado de la misma, que se conocerá más adelante, fue revelador.

El cuidador

No importa en qué lugar se lo consulte; cada vez que se les pregunta a quienes lo conocieron cómo era Marcelo Sajen con las mujeres, todos se apresuran a señalar que siempre se comportó como un "caballero". Cada uno tiene una anécdota que es utilizada para certificar la idea de que una persona así "jamás podría haber sido el violador serial". Esto ocurre no sólo con aquellos que conocían poco a Sajen, sino también con quienes, como su mujer, sus hermanos y sus amantes, saben que Sajen estuvo condenado por una violación en 1985.

La mayor parte de los consultados coincide en que nunca le escucharon de su boca algún comentario de índole sexual y enfatizan que tampoco lo sorprendieron mirando en forma amenazante a alguna mujer.

Aunque parezca increíble, la vida de Marcelo Sajen está plagada de hechos que alcanzan estatura de leyenda entre sus conocidos y que hacen referencia a una supuesta rectitud por parte de Sajen en lo que se refiere al respeto por las mujeres.

Entre tantas anécdotas se puede rescatar una que cuentan Cacho y Amalia Cristaldo y que involucra a Marcelo con la Turquita, una sobrina del matrimonio. El episodio habla de un Sajen joven y ofrece, además de algunas características llamativas, otro dato impensable para aquellos que prefieren encasillarlo en la imagen de un pervertido.

"Una mañana Marcelo y la Turquita volvían del baile con una amiga de ella que andaba noviando con él y que vivía justo al frente. Se despidieron y mi sobrina se fue a dormir mientras Sajen se metió en la casa de su novia. En un momento, Marcelo vio a través de la ventana que había un tipo que espiaba a la Turquita' mientras ella se desvestía. Se enfureció, agarró un palo de escoba y lo fue a buscar. No le pegó, ni siquiera lo insultó, lo que hizo fue empalarlo. Sí, le metió el palo en el culo e hizo que el otro gritara desesperado de dolor. A Marcelo no le importó y, mientras el otro pedía perdón, le dijo: 'La próxima vez, te mato a trompadas'".

Los cambios

"El padre no quería que ellos chorearan y se los llevó al campo"; "Marcelo empezó a robar luego de que su hermano mayor, Leonardo, le ofreció hacerse unos mangos. Por eso el viejo, cuando vio que todo se iba a la mierda, se los llevó derechito a Pilar para enderezarlos"; "de un día para el otro, todo se pudrió y varios de los hermanitos Sajen comenzaron a chorear. Una vez que disfrutaron por primera vez de la plata fácil, no hubo forma de recuperarlos". Así explican varios vecinos de barrio General Urquiza cómo Marcelo Sajen y algunos de sus hermanos dejaron de ser simples "laburantes" para introducirse en el ambiente del delito.

Un mundo muy diferente al que existe hoy y cuyas características resulta interesante abordar para entender en qué contexto pudo haberse formado Marcelo y desarrollado ese "oficio" que, hasta el día de hoy, muchos de los que "trabajaron" con él recuerdan con nostalgia.

Así lo explica el comisario mayor retirado Héctor Vanderland, quien durante aquellos años se desempeñó en la Dirección de Investigaciones de la Policía de Córdoba. "El delito no estaba por entonces en manos de improvisados, sino que era ejecutado por bandas organizadas que se concentraban básicamente en dar golpes importantes a entidades bancadas o crediticias", comenta.

Vanderland, poseedor de uno de los archivos del delito más completos de Córdoba, asegura que entre los años '70 y hasta mediados de los '80 en la ciudad de Córdoba convivían cinco bandas importantes que congregaban una gran cantidad de delincuentes y se distinguían entre sí por ciertas modalidades a la hora de cometer sus golpes.

"En cada organización había intelectuales que planificaban cada asalto armado. Había una fuerza de choque y un grupo dedicado a reducir el producto de lo robado. Aunque la droga todavía no era moneda común, sí era cierto que el alcohol y algunos alucinógenos eran usados principalmente por las fuerzas de choque que, sin embargo en muy pocas ocasiones llegaban a efectuar disparos, porque los atracos eran lo suficientemente bien planeados como para evitar cualquier clase de enfrentamiento", dice Vanderland.

El comisario retirado asegura no haber escuchado, por aquella época, el apellido Sajen vinculado con alguna de las grandes bandas que operaban en Córdoba. Sin embargo, explica el camino que debía transitar un delincuente para convertirse en un ladrón "capacitado" y con posibilidades de integrarse a aquellos grupos. "Los delincuentes menores eran fácilmente atrapados porque los hechos no eran muchos. De todos modos, para llegar a participar de estas bandas era importante vincularse con alguno de sus integrantes y tratar de golpear junto con ellos, aunque fuera en hechos pequeños. De esa manera, el asaltante se iba destacando en delitos cada vez mayores y con suerte eran llamados a colaborar en atracos más importantes", afirma el ex policía.

Vanderland insiste en señalar que hay que tener en cuenta que el delincuente de entonces no era como el de ahora: "Gobernado por la droga y la necesidad, antes que por su inteligencia".

Según señala, la principal característica (en efecto, una de las cualidades que más destacan en Marcelo Sajen sus antiguos compañeros de delito) era que los líderes no llevaban el arma para utilizarla, sino como un instrumento de amedrentación que "en muy raras ocasiones" llegaba a ser utilizado. "Se trataba de tipos cerebrales. Si alguien deseaba hacer mérito para entrar a los grupos importantes, debía respetar códigos que requerían del cerebro más Que de la violencia. En otras palabras, eran tipos pensantes y creativos que no tenían la necesidad de apuñalar, disparar o matar como la tienen ahora numerosos delincuentes", enfatiza Vanderland.

En ese contexto, entre personas que conocían el Código Penal,l'as consecuencias procesales de cada delito y sus atenuantes, debió formarse Sajen de joven.

Daniel Sajen dice que su hermano Marcelo se dedicaba al "raterismo" sin hacer "cosas grandes", hasta que su hermano mayor, Leonardo, que "ya tenía más cartel, lo invitó a participar de hechos más importantes".

Aunque en esos años Marcelo apenas superaba los 13 es posible que su padre vislumbrara ese panorama y por eso decidiera sacar a sus hijos de ese antro en que se había convertido el barrio General Urquiza, llevando a toda la familia hacia Pilar y buscando que todos se criaran en la cultura del trabajo. Deseo que finalmente no se hizo realidad.

Vivir en el campo

Nadie puede decir en qué momento exacto de su vida Marcelo cayó en la delincuencia. Lo mismo ocurre con Leonardo, el hermano mayor de Marcelo.

"Por lo que yo sé, a mi hermano mayor le arruinó la vida un empresario -se trataría de un importante hombre de negocios vinculado al mundo del boxeo cordobés que murió- La carrera de mi hermano estaba en el fútbol, donde realmente era bueno, pero se echó a perder", señala Daniel Sajen en coincidencia con los dichos de Eduardo.

Según recuerda, Leonardo se desenvolvía en la cancha con tanta habilidad como se movió luego en el mundo del delito. "Era un tipo guapo y encerador como 'el Burrito' (Ariel) Ortega. Cada vez que la situación se le complicaba, él nunca daba marcha atrás. Es más, muchas veces terminaba enredado en jugadas de las que no siempre tenía posibilidades de salir".

Sajen cuenta que cuando el empresario en cuestión descubrió a Leonardo y vio su proyección, tentó a su padre para que firmara un contrato con la promesa de colocarlo en un club de Capital Federal. "Como mi viejo no sabía leer, le hicieron firmar un contrato que en la letra chica decía que era por tiempo indeterminado. El empresario lo terminó cagando. Cuando fueron a Racing de Avellaneda y le pidieron que se quedara, el tipo pidió 30 mil pesos, ellos 'contra ofertaron' 15 mil, pero el representante no quiso saber nada". Desde entonces -señala Daniel-, Leonardo, aquel delantero encarador  en el área, no quiso volver a jugar nunca más al fútbol profesionalmente.

Es por aquellos años cuando el nombre de Leonardo Sajen comienza a aparecer en los archivos policiales.

"En 1978 yo tenía 18 años -cuenta un emocionado Eduardo Sajen, el Jubilado, al evocar aquella revolucionaria mudanza hacia Pilar-. No es cierto que nos fuimos allá porque los chicos robaban, sino que nos fuimos porque a mi mamá siempre le gustó el campo y a todos nos gustaba Pilar. Desde que éramos chicos era muy común que nos fuéramos de vacaciones allí y nos quedábamos tres o cuatro días armando una especie de toldería cerca del río. Por eso, cuando mi mamá se quiso ir, mi viejo le siguió la corriente. Vendió la casa de la calle Juan Rodríguez, se compró dos campos en Pilar y nos fuimos", relata Eduardo.

Algunos afirman -entre ellos Andrés Caporusso- que la partida hacia Pilar también podría haber sido consecuencia de la negativa de don Leonardo a que su mujer Rosa practicara su religión (ella siempre fue Testigo de Jehová) y muchos dicen que él llegó a prohibirle en muchas oportunidades que lo hiciera. Consultados, los hijos del matrimonio siempre hablaron con un extraño dejo de pudor sobre las creencias de su madre, sin dejar margen para hablar demasiado del asunto.

El viaje de los Sajen a Pilar fue un periplo de antología, porque no se marcharon en un camión de mudanza, sino que hicieron el traslado ellos mismos en dos camionetas Chevrolet que acababan de comprar y en el carro de las verduras.

Eduardo cuenta que por aquellos años su padre estaba cerca de convertirse en una especie de empresario de la verdura, ya que tenía 14 carros a sus órdenes vendiendo en diferentes barrios. "En la repartija de funciones los que recibieron la peor parte fueron mis hermanos Marcelo y Luis Gabriel, a quienes les tocó hacer el recorrido en carro hasta Pilar. Imagínate, ¡40 kilómetros sentados en esas tablas de madera!".

Según recuerda el Jubilado, fue en Pilar donde la familia Sajen pasó los mejores años de sus vidas. Allí, el campo los conquistó y llegaron a tener decenas de gallinas, gansos, cerdos, caballos y un amplio terreno para disfrutar.

En Pilar, cuenta Eduardo, los Sajen vivieron su momento más feliz y una prueba de aquello es que no sólo Marcelo conoció allí a Zulma Andrea Villalón, quien se convertiría en su esposa, sino que todos los hermanos conocieron a sus futuras mujeres. El hombre que se convertiría en el delincuente más buscado de Córdoba vivió allí entre los 13 y los 17 años.

El primer amor

El Pilar de comienzos de los '80 mantenía esa magia que tenían los pueblos de la periferia de Córdoba antes de que el progreso los obligara a asimilar su ritmo al de la ciudad. Es de imaginar que cuando los siete hermanos Sajen llegaron al pueblo, contaron con el beneficio de ser los "chicos nuevos" y eso les permitió conocer a mucha gente.

Si a eso se suma que la familia instaló una importante verdulería en un lugar estratégico -como lo fue el local ubicado frente al Club Central, uno de los más importante de la ciudad- y algunos puestos independientes en lugares específicos, se entiende por qué, pese a que sólo estuvieron allí unos cinco años, el apellido Sajen sigue siendo tan recordado en esa localidad del Departamento Río Segundo.

Esa facete de "trabajadores y honestos" que los Sajen alcanzaron a tener les otorgó fama de "buenos partidos" y les permitió conocer a las mujeres que a la larga se terminaron convirtiendo en sus esposas.

Así cuenta Zulma cómo fue su primer encuentro. "Doblé en la esquina y lo vi parado detrás del puesto de verduras que tenía su papá cerca de mi colegio. Yo apenas tenía 13 años. Al mirarlo a la cara me encontré con unos ojos negros y profundos que me atraparon para siempre. Esa sensación que tuve cuando lo vi es la misma que tengo hoy que ya no está. Desde entonces él se convirtió en el primer y único gran amor de mi vida", dice. Según el relato de la mujer, ése fue el comienzo de una nueva vida para ambos, porque la niña era amiga de Daniel Sajen y no pudo resistir la tentación de confesarle la atracción que sentía por su hermano Marcelo.

"Yo era amigo de ella porque era más chica que Marcelo, hasta que un día me dijo: 'Che, ¿ese chico es tu hermano?'. Yo le dije que sí. Después me preguntó si tenía novia y al final me dijo que le gustaba y que quería conocerlo", recuerda Daniel. A partir de entonces, el hombre de brazos anchos y mirada seria que fue líder de un pabellón en la cárcel de Bouwer se convirtió en el "Celestino" de la pareja.

Corría el año 1980 y las cosas no eran nada simples para Marcelo y Zulma Han pasado 25 años desde aquellos primeros encuentros a escondidas en Pilar, pero la mujer que, según señalaron numerosos vecinos (esta información también cuenta en diferentes partes policiales), "era golpeada por su marido", sigue recordándolos con nostalgia.

"Él tenía dos años más que yo pero no me importaba. Yo ya lo había elegido a él. Cuando se lo dije a mi mamá, a ella no le gustó nada. Peor fue cuando le conté a mi papá que quería ser novia de él se armó un verdadero escándalo. Yo lloraba y lloraba diciéndoles que él era el amor de mi vida, pero ellos no querían. Incluso, me prohibieron verlo. Nosotros nos queríamos, así que decidimos afrontar todos los problemas y seguimos de novios. Él ya no estudiaba y yo dejé la secundaria. Todas esas cosas enojaron todavía más a mi papá. Durante dos años estuvimos de novios a escondidas dejándonos cartas de amor debajo de un tronco. Día de por medio cada uno escribía una carta y se la dejaba al otro para que la leyera al día siguiente", rememora Zulma y sus ojos color miel se llenan de lágrimas.

Los recuerdos de la mujer se enlazan con los de Daniel. "Cada dos días Marcelo me mandaba a dejar una carta, que él había escrito, debajo de un tronco que estaba en la puerta de la casa de Zulma. En ese mismo tronco ella dejaba la respuesta", recuerda. El intercambio epistolar se extendió durante dos años.

Pero no sólo de cartas se alimentaba aquel amor, ya que, como lo explica Zulma, mientras el tiempo pasaba, Marcelo seguía haciendo lo que tenía que hacer para acercársele. "Él no era ningún tonto, se hizo amigo de mis hermanos y, de a poco, fue encontrando lugares y cómplices para poder estar conmigo. Durante esos tiempos yo me iba por las noches para estar con él a escondidas. Quedé embarazada y nos casamos", dice la mujer.

El casamiento se celebró el 20 de octubre de 1982 a las 10 de la mañana. Ella tenía 15 años y estaba embarazada; él, 17. El padre de Zulma aceptó la unión, pero para demostrar que en el fondo estaba en desacuerdo fue media hora antes al Registro Civil de Pilar y dejó estampada la firma en el libro de actas. Luego de autorizar la boda de su hija, se fue.

"Era un gallego medio loco y estoy segura de que por orgullo no quiso estar presente en la ceremonia en el Registro Civil", señala la mujer.

Los recién casados se mudaron a Córdoba Capital y se fueron a vivir a una casa grande que los padres de Marcelo habían comprado en el barrio Cárcano. "Con mi marido no teníamos mucha plata, pero nos la rebuscábamos. Pusimos un puesto de choripán frente al club donde se hacían los bailes en Río Segundo (ciudad del Gran Córdoba vecina a Pilar). Estaba embarazada y un día empecé a sentir dolores por lo que me fui a la casa de mi mamá. Yo siempre fui muy 'maniera' y Marcelo me lo respetó, se vino conmigo y algunos días después empecé con el trabajo de parto", rememora Zulma.

El 15 de abril de 1982, nació la primera hija del matrimonio. Ese día, Marcelo fue feliz. "La compré por parto normal. Para nosotros fue una alegría inmensa. Él le cambiaba los pañales, le hacía la mamadera y todos los días antes de irse a trabajar la sacaba a pasear en una moto que se había comprado", relata la mujer. Para entonces, la pareja ya se había mudado de Cárcano a otra casa en el barrio Acosta.

Al poco tiempo, Zulma volvió a quedar embarazada. La familia vivía de lo que ganaba Marcelo vendiendo verduras y trabajando como changarín en el Mercado de Abasto. Sin embargo, la época dorada de Zulma se iba a borrar, de golpe.

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