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Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//10 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XIII El año de la bestia

por jocharras a las 10:21, en La Marca de la Bestia
CAPÍTULO XIII
El año de la bestia

El saro, el foxtro y el Víctor Sierra

Si algo caracteriza a los policías es esa asombrosa y fastidiosa capacidad para ponerle nombres en clave a las cosas, a fin de que cuando dialogan entre sí o bien a través de la frecuencia de sus handies, el resta de las personas no pueda entender de qué están hablando. Para ello, utilizan un código en el que reemplazan cada letra por una palabra determinada. Así, si un policía tuviera que escribir en un pizarrón el abecedario que le enseñaron en la escue­la, no pondría las letras a, b, c, d, e, f, sino que escribiría las pala­bras alfa, bravo, charly, delta, eco, foxtro,...

 

Por caso, a la hora de hablar en clave, los policías no dicen la Jefatura de Policía, sino que hablan de una tal July Papa y no dicen unidad judicial, sino Ursula July. Tampoco mencionan base, teléfo­no, lluvia, Hospital de Urgencias, baño o sospechoso. Más bien ha­blan de la bravo, el tango eco (por la sigla TE.), la doble lima, el hotel Ursula, el whisky charly (W. C., water closet) y el saro. O la sara, si se trata de una sospechosa.

 

Menos aún usan la palabra muerto, sino que se refieren a un tal fijo, en directa alusión a la rigidez de un cadáver. Además, por la radio policial nadie habla de que una persona se encuentra grave­mente herida, sino que dicen que está 1/1, lo opuesto a estar 5/5, es decir, en perfecto estado. Para completar el panorama, un robo calificado se da a entender como un Romeo July y una violación es una viola.

 

En todo este amplio mundo de neologismos policiales, el término violador serial se ganó su propia "clave": el Víctor Sierra, en alusión a las dos primeras letras de las palabras violador y serial.

 

Durante 2003 y gran parte de 2004, Marcelo Mario Sajen iba a ser para los policías simplemente el Víctor Sierra, un fantasma que se burlaba de todos y de cada uno de ellos y a quien nadie podía-sabía ponerle freno.

 

Una sombra al acecho

 

Por aquel caluroso enero de 2003, la Policía estaba lejos de buscar con total dedicación al Víctor Sierra, quien ya había come­tido varias violaciones en la zona del barrio Nueva Córdoba y, en especial, en el Parque Sarmiento.

 

Los esfuerzos de gran parte de los detectives de la Dirección de Inteligencia Criminal estaban centrados en capturar al famoso Martín Luzi, quien no aparecía por ningún lado. Las escuchas tele­fónicas, los interrogatorios a buchones y los rastreos por distintos barrios no daban ningún resultado. El Porteño parecía haberse he­cho humo. Y eso los tenía desesperados.

 

Para colmo de males, en medio de esa incesante búsqueda, otro secuestro se produjo en Córdoba y tuvo por víctima a un supuesto financista que fue capturado y liberado en San Luis, en medio de un operativo conjunto realizado entre las policías cordobesa y puntana. Las cosas empezaban lentamente a complicarse para la Policía y la inseguridad iba agravándose.

 

En marzo de ese año, la Brigada Antisecuestros de la Policía cordobesa debió vérselas frente a un nuevo secuestro extorsivo, que desde Córdoba rápidamente saltó como gran noticia a todo el país. Se trataba del caso del productor de soja Marcelo Dezotti, quien había sido secuestrado el 27 de ese mes por una banda de encapuchados que copó su domicilio, el de su padre y el de unos tíos, en la localidad de Oncativo, a 90 kilómetros al sur de la Capi­tal provincial.

 

El secuestro representó un desafío, y a la vez todo un cachetazo, para el entonces jefe de Policía, comisario general Jorge Rodríguez , ya que el golpe comando en Oncativo se había desplegado durante más de dos horas y en forma simultánea en varios domicilios ubica­dos apenas a un par de cuadras de la comisaría del pueblo.

 

Desde un primer momento, los policías tuvieron claro que el principal sospechoso del secuestro de Dezotti volvía a ser el Porte­ño Luzi. Más aún lo temieron cuando, gracias al dato de un "soplón arrepentido", lograron rescatar vivo a Marcelo Dezotti, en la pri­mera semana de abril, antes de que se pagara un suculento rescate de 300 mil dólares, en la casa de un familiar de Luzi.

 

Finalmente, el Porteño iba a ser atrapado en marzo de 2004 por una comisión de investigadores de la Brigada Antisecuestros, que lo capturó cuando iba en un remis en el partido bonaerense de Morón, luego de hacer unas compras en un shopping. Durante un año y cinco meses, el Porteño iba a permanecer detenido en la Cárcel de Bouwer, hasta que se escapó en el marco de una fuga tan increíble como imposible a principios de agosto de 2005, pocos días antes de empezar a ser juzgado por el secuestro de Dezotti.

Pero volvamos a 2003. Los primeros meses de ese año fueron de los más complicados para la Policía de la Provincia. La ola de inse­guridad en Córdoba, al igual de lo que sucedía en Buenos Aires y principalmente en la Capital Federal, se había disparado como nunca antes. A los asaltos a empresas y domicilios, se sumaron una serie de conmocionantes y sangrientos homicidios en la ciudad Capital.

 

La sociedad empezó a alarmarse y, a la vez, indignarse cuando comenzaron a saltar a la luz de la opinión pública graves hechos de corrupción en los que supuestamente estaban involucrados unifor­mados de los más diversos rangos. Entonces empezó a barajarse la idea de que Gendarmería dejara los cuarteles en la ciudad de Je­sús María y se dirigiera a Córdoba Capital para colaborar en la lucha contra el delito. También se llegó a comentar sobre la posibi­lidad de que el Ejército -de la guarnición Córdoba de camino a La Calera- también saliera a la calle para combatir la delincuencia. Sin embargo, esto era prácticamente inviable, ya que la ley no per­mite que los soldados cuiden la seguridad interior, salvo un decre­to presidencial.

 

No es difícil imaginar que en aquellos primeros meses los me­dios de prensa no hablaban de otra cosa que del incremento de la inseguridad, al tiempo que las encuestas daban cuenta de que la mitad de la población cordobesa tenía una imagen negativa de toda la Policía.

 

El gobernador de Córdoba, José Manuel De la Sota, desechó de plano la alternativa de llamar al Ministerio del Interior de la Na­ción para pedir la Gendarmería. Sin embargo, consciente de que la exigencia de mayor seguridad estaba al tope de los reclamos de la población y de los tiempos electorales que se le avecinaban (en julio de ese año iba a ser reelegido), el mandatario decidió reali­zar una cuantiosa inversión en la compra de flamantes camionetas 4x4 para la Policía. Para que el efecto ante la población fuera aún mayor, De la Sota decidió crear una nueva brigada de calle que iba a estar compuesta por los vehículos recién adquiridos. Se trataba del Comando de Acción Preventiva (CAP), una cuadrilla que iba a funcionar en forma paralela a las demás patrullas de calle "en la lucha preventiva contra el delito", como decía el comisario gene­ral Rodríguez . Al poco tiempo, el CAP terminaría por reemplazar en la práctica a los demás patrulleros, dado que los automóviles estaban hechos pedazos.

 

Para el lanzamiento del CAP, De la Sota no tuvo mejor idea que convocar al jefe de Policía para que protagonizara las publici­dades televisivas, radiofónicas y gráficas. Pronto la ciudad quedó empapelada de afiches que mostraban las flamantes camionetas policiales pintadas de blanco, rojo y negro.

 

Sin embargo, ninguna publicidad oficial alertaba a la pobla­ción sobre la existencia de un violador serial. Tampoco ninguna autoridad judicial salía ante los micrófonos a alertar sobre lo que estaba sucediendo: un hombre se movía por las noches con total tranquilidad e impunidad por las calles de la ciudad, violando jovencitas a su paso.

 

Según comentan en la actualidad en la Jefatura de Policía, el caso del Víctor Sierra estaba en manos de los comisarios Acosta y Toledo de la División Protección de las Personas. Sin embargo, los intentos por atraparlo eran cuanto menos inútiles, en parte por la escasa cantidad de recursos -tanto de personal como de dinero- y además porque debían dilucidar otros hechos de abuso sexual que se registraban en la ciudad de Córdoba y en el Gran Córdoba. La mayor parte de estos casos se refería a violaciones cometidas den­tro de núcleos familiares.

Blooper

En ese marco de intenso trabajo, se produjo el Blooper del año en la provincia, lo que terminó por dejar muy mal parada a la Policía.

 

El 7 de julio de 2003, una mujer se presentó en la Jefatura para denunciar que su esposo, un humilde taxista, había desaparecido. Al principio, varios investigadores de Protección de las Personas pensaron que el trabajador se había ido de "joda" con amigos o bien con otra mujer. Eso piensa casi siempre un policía cada vez que un hombre no vuelve en hora a su hogar.

Sin embargo, cuando el caso fue reflejado por los medios de prensa, se inició una impresionante búsqueda que incluyó la parti­cipación de numerosas brigadas y de hasta el helicóptero de la Policía, ante la presunción de que el taxista podía haber sido ase­sinado en un asalto. Sin embargo, las cosas iban a aclararse al día siguiente, cuando se supo que el hombre no estaba desaparecido, ni asesinado, ni Acostado junto a una mujer. En realidad se encon­traba detenido en una comisaría y el jefe de ese precinto se había olvidado de avisárselo a sus superiores.

 

La falta de coordinación y de comunicación dentro de la Policía saltó ante la sociedad como una prueba acabada de su ineficiencia. El Blooper recorrió el país y, como no podía ser de otra manera, cayó como una bomba en la Casa de Gobierno de Córdoba.

 

Para frenar las carcajadas de la gente, las autoridades decidie­ron sancionar a varios comisarios. A la larga, en aquella volteada caería el comisario Acosta, quien fue desafectado de Protección de las Personas y enviado a otra unidad policial, Jejos del área de investigaciones. Entonces, el comisario Toledo quedó a cargo ex­clusivamente de esa división y, por ende, de la investigación del violador serial.

 

Pero la purga no se acabaría allí. A las pocas semanas, el comi­sario general Rodríguez  realizó varias modificaciones más en los principales puestos jerárquicos de la fuerza, desplazó al Pato Reparaz de Inteligencia Criminal (fue pasado a retiro) y puso en su lugar al comisario mayor Pablo Nieto, un hombre de su entera confianza.

 

Ni bien pisó su flamante despacho, Nieto cambió el escritorio de lugar y modificó toda la oficina, a fin de que nadie recordara a Reparaz. Instaló un televisor, un equipo de música y llenó la habi­tación de cuadros con diplomas de su paso por distintas unidades policiales. Colocó varias plantas, fotos suyas con otros comisarios y hasta una bandera argentina. Detrás de su sillón, dejó un chaleco antibalas de los que habían sido adquiridos hacía poco. Finalmen­te, estampó sobre un estante un cartel que, medio en broma, medio en serio, decía que el jefe siempre tiene la razón, aunque no la tuviera.

 

A poco de que asumiera, Inteligencia Criminal pasó a denominarse Dirección General de Investigaciones Criminales. Sin em­bargo, no le iba a ser tan fácil a Nieto -apodado Trapito o Droopy por sus subordinados- ganarse la confianza de sus subalternos. El Pato Reparaz era un hombre querido y respetado en Investigacio­nes, mientras que Nieto era observado con cierta desconfianza como un nuevo superior que entraba al despacho del jefe de Policía sin golpear la puerta. Pero Nieto es inteligente. No por nada dejó que en la oficina de al lado sobreviviera el subjefe de Investigaciones, el comisario mayor Eduardo Rodríguez , un tipo gordo, pícaro para esclarecer casos, simplón y, por sobre todo, de gran aceptación en­tre los detectives policiales y entre los periodistas.

 

Bebucho, tal como lo apodan, fue durante muchos años jefe de la División Protección de las Personas y sus detractores -entre los que se encuentran muchos de los investigadores judiciales afecta­dos a la causa serial- lo acusan de ser uno de los grandes culpables de que Sajen se convirtiera de delincuente sexual en violador se­rial. "Durante los años en que estuvo al frente de aquella división el caso nunca contó con la atención que se merecía", afirman. De todas maneras, aquel gordito pícaro que arrastra las palabras para hablar y suele hacerlo sin la utilización de las "s" intermedias, parece ser más ágil que muchos y fue la persona que puso al tanto a Nieto sobre las causas pendientes de resolución de las distintas divisiones como Antisecuestros, Homicidios, Robos y Hurtos, Sustracción de Automotores y Delitos Económicos.

 

Una helada mañana de julio de ese año también le informó sobre los casos irresueltos de Protección de las Personas, entre los que obviamente se encontraban los hechos del violador serial de Nueva Córdoba. Bebucho informó que desde hacía un buen tiempo en Córdoba actuaba un depravado que violaba a estudiantes y que el caso era investigado exclusivamente por el comisario Toledo. Le explicó que, si bien no tenían el patrón genético del violador serial en base a un examen de ADN, era fácil suponer que esas violaciones eran cometidas por una misma persona.

 

Nieto se levantó, cerró la puerta de la oficina y volvió a sentarse. La noticia le interesaba y empezó a tomar nota en su agenda de cuero negro. Bebucho Rodríguez  se acomodó y empezó a informarle todo lo que sabía.

 

Tenemos un Sierra

 

-Pablo, creemos que este nuevo Víctor Sierra de Nueva Córdoba es el mismo guaso que supo cometer otros casos en los '90 - dijo Rodríguez .

 

-No jodás, Bebucho -respondió Nieto, mientras bajaba el volu­men de un handy, apoyado sobre el escritorio y a través del cual se escuchaba claramente a investigadores de Homicidios mien­tras hacían un allanamiento.

 

-En serio, jefe. Creemos que el tipo empezó a atacar entre el '97 y el '98. Tengo un informe del 14 de febrero de 1999, que fue hecho por las doctoras Adriana Carranza y Alicia Chirino de la Unidad Judicial de Protección de las Personas, y que se lo en­viaron a sus jefes en la Policía Judicial. Hicieron ese informe en base a un laburo brillante que hizo uno de mis hombres: el sargento primero Osvaldo Fabián. Las violaciones están desperdigadas en distintas fiscalías de instrucción.

Nieto intentó abrir la boca para hacer un comentario, pero Rodríguez  siguió hablando.

-Pablo, Fabián llegó a contar unas 12 violaciones entre 1997 y 1998. Las víctimas fueron chicas de unos veinticinco de años y los casos se registraron en la zona de barrio Altamira, Müller y también en el Parque Sarmiento. -¿Y qué pasó? - interrogó, por fin, Nieto.

 

-Los casos se frenaron en 1999, justo cuando agarramos a un saro que andaba en bicicleta. Era el sátiro de la bici. Para esa época teníamos a otros violadores seriales. Estaba uno que en­traba a estudios contables o inmobiliarias que funcionaban en departamentos y violaba a mujeres, haciéndose pasar como comprador... -Un tal Rodríguez , ¿no?

 

-Sí. ¡Justo tenía que tener mi apellido! Se llama Luis Guillermo Rodríguez  y también supo estar imputado, aunque fue absuelto, por el caso Corradini como uno de los presuntos asesinos (el caso del asesinato del panadero Héctor Corradini conmovió a Córdoba en el año 1998 y hasta el día de hoy no se ha resuelto. En los últimos tiempos las sospechas se concentraron en la viuda del comerciante, quien se encuentra detenida y acusada de homicidio junto a otros dos ex policías) pero por suerte no es de mi familia. Le metieron como 20 años de prisión, como para que tenga. También estaba otro que se metía a departamentos y abusaba de pibas. Hubo un caso de una chica a la que sometió en una oficina de un hotel de primer nivel ubicado cerca de la plaza San Martín. El tipo ató a la piba a una silla, la manoseó toda y se masturbó frente a ella. -¿Y ése quién era?

 

-Un tal Riquelme, que también cayó y está en cana actualmen­te. Y bueno, después tuvimos el caso del policía Machuca. -Gustavo Machuca, ¿no?

 

-El mismo. Gustavo Oscar Machuca. A ese lo agarramos hace poco tiempo, luego de que una de sus víctimas lo reconociera en el Parque Sarmiento... Pero volviendo al sátiro de la bici­cleta, al tipo ese lo cazamos y fue juzgado por tres violaciones, pero lo condenaron por dos. Y bueno, nos quedaron 12 casos en el tintero. Y desde hace un tiempito hemos vuelto a tener viola­ciones muy parecidas a aquellas del '97 y del '98. -Ah, la mierda. ¿Y cómo son estos casos? - alcanzó a decir Nieto.

 

-El tipo sorprende a las chicas desde atrás. Siempre de atrás. En su mayoría las víctimas son estudiantes universitarias. Las agarra en la calle, principalmente en la zona de Nueva Córdoba, y las abraza -dijo Rodríguez , quien se había puesto de pie en medio de la oficina y acompañaba su relato haciendo ade­manes-, A veces, les dice a las chicas que es policía y a veces dice que lo buscan a él, en muchas ocasiones les dijo que se llama Gustavo o hace como que las confunde como amigas de un tal Gustavo. Se las lleva al Parque y las termina violando. Algunos de los changos de Protección piensan que son violacio­nes de Machuca, pero creo que no por dos motivos.... -¿Cuáles? - quiso saber el jefe de Investigaciones.

El subjefe se acomodó el saco y volvió a sentarse.

-Primero, este nuevo Víctor Sierra no viola dentro de autos. Y segundo, los hechos fueron cometidos cuando a Machuca ya lo habíamos metido adentro.

 

-¿No anda en auto? -preguntó Nieto, entre aturdido y asombra­do.

 

-No, creemos que anda a pie. Ninguna víctima le vio coche al­guno, porque siempre se les aparece de atrás. A fines del año pasado tuvimos el caso de una chica que fue violada en una pensión donde paraba y el guaso le robó un televisor y se fue caminando. No sabemos para dónde tomó, la chica quedó en la cama y no pudo verlo. Tampoco tenemos testigos. -¿Un televisor? -preguntó Nieto, sin entender nada. -Sí, un TV caro -respondió Rodríguez - Después a las pocas se­manas hubo otros casos más, pero siempre al aire libre. En la zona del Parque, la Ciudad Universitaria, los Molinos Minetti... -Bueno Bebucho, sé que hay mucho laburo pendiente, pero hay que poner en la zona al personal de civil que tengamos disponi­ble, no queda otra. Convocá a las chicas de Protección de las Personas, que se arreglen, se pongan bien QAP (listas) y vayan a la zona, junto a alguna brigada de hombres para que las cuiden. Hay que peinar bien el Parque Sarmiento, Nueva Córdoba, los Molinos Minetti.

El gato y el ratón

A lo largo de su vida, Marcelo Mario Sajen había adquirido una extraordinaria capacidad para descubrir policías de civil en la ca­lle. En el acto, los volteaba -como se dice en la jerga delictiva-, estuviese donde estuviese: ya sea en el supermercado, en la cola de un banco, en una despensa, cuando llevaba a los chicos a la escuela, en una plaza, en el taller mecánico, en un semáforo o en la vereda.

 

No por nada en el barrio General Urquiza recuerdan una vieja anécdota que se centra en un picado de fútbol que se desarrollaba en un baldío del sector. Era media tarde y Marcelo Sajen jugaba a la pelota con una camiseta con el número 9 en la espalda. De re­pente, a una cuadra de la canchita apareció por una polvorienta calle de tierra un vehículo con varios ocupantes. "¡La cana, la cana!", gritó Sajen, justo en el momento que echaba a correr y se perdía entre unos árboles. Los demás giraron para ver el auto. Cuando volvieron a mirar donde estaba Marcelo, sólo hallaron la remera con la 9 tirada en el suelo. En efecto, luego se sabría que los ocu­pantes del auto no eran otros que detectives de Sustracción de Automotores que venían a buscar a Sajen por un problema con unos vehículos.

 

Por ello a Sajen le fue tan fácil darse cuenta de que en el Parque Sarmiento y en Nueva Córdoba, la zona que venía recorriendo periódicamente de noche en lo que iba de 2003, habían empezado a deambular mujeres de más de 35 años que no se parecían en abso­luto a estudiantes universitarias, por más que se pusieran minis o jeans ajustados, musculosas coloridas, lentes oscuros y cargaran en sus brazos apuntes con el logo de la Universidad Nacional de Córdoba.

 

Para colmo, había comenzado a advertir el paso de algunos vehículos -Fiat Duna, Renault 19 y utilitarios Fiorino o Express, entre otros- que, pese a tener vidrios polarizados, dejaban ver cla­ramente la cara de policía de sus ocupantes. En efecto, eran vehí­culos con investigadores de la División Protección de las Personas que circulaban lentamente por las principales arterias de Nueva Córdoba. No eran muchos, pero su mera presencia le molestaba. Si esos autos hubieran tenido balizas y sirenas encendidas, quizá hu­bieran pasado más inadvertidos. Ni bien empezó a olfatear a aque­llos policías de cacería, Sajen optó por desaparecer de la zona como lo había hecho cada vez que se había visto en peligro.

 

Hasta entonces -julio de 2003- el violador serial había perfec­cionado la forma de atacar a jóvenes y se movía con total tranqui­lidad por las calles de Nueva Córdoba, del centro y las arboledas del Parque Sarmiento, aprovechando la ausencia de patrullaje de móviles identificables de la Policía. Además, se valía de que gran parte de los pesquisas estaban abocados principalmente a las in­vestigaciones de asaltos, secuestros express y a la búsqueda del escurridizo Porteño Luzi.

 

Sin embargo, a raíz de la presencia de los detectives de Protección de las Personas, Sajen se vio obligado a mudarse por algún tiempo a otros sectores de la ciudad, como los barrios San Vicente, Jardín o Villa Revol, entre otros.

 

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//03 de Noviembre, 2010

La marca de la bestia INTRODUCCION

por jocharras a las 09:23, en La Marca de la Bestia
La marca de la bestia

INTRODUCCION

Ana. La mujer detrás de la máscara

En setiembre de 2004, un e-mail enviado por una víctima del violador serial, Marcelo Mario Sajen, puso en evidencia la desidia y la incompetencia que las fuerzas encargadas de reprimir el delito habían demostrado en torno a este caso. Desde entonces y gracias a esta chica que se refugió bajo el seudónimo de Ana, el poder político asumió que ese delincuente podía llegar a comprometer esa extraña y elástica "entidad" que les gusta llamar "gobernabilidad". Así fue como, sin dejar de lado las mediocridades y rencillas internas existentes entre los distintos organismos oficiales, se avanzó hasta el punto de lograr resolver el caso. Días después de la caída del violador, Ana se llamó al silencio y sólo volvió a hablar siete meses después con los autores de este libro, con quienes acordó una entrevista a través de la misma vía que le permitió en su momento poner en jaque al gobierno de José Manuel De la Sota: la Internet. El diálogo por el sistema de chat que sirve de introducción a este libro, y que se reproduce sin cambios, es un fragmento de la charla que mantuvimos con la joven que hoy tiene 21 años.

Dante Leguizamón dice:

Ana, han pasado siete meses desde la muerte de Marcelo Sajen... ¿Cómo estás?

Ana dice:

La verdad que mejor de lo que esperaba. Estoy viva, tengo muchos proyectos, que se me van dando de a poco, y me voy dando cuenta de que se puede salir adelante... así que... estoy feliz.

Dante Leguizamón. Dice:

¿Es un "ejercicio" eso de estar bien? Me refiero a si tenés que retarte a vos misma para no volver sobre el recuerdo del ataque, o si, en cambio, te sale naturalmente.

Ana Dice:

En realidad en ciertos planos de la vida diaria, es un ejercicio. Hay momentos de introspección y angustia en los que me veo obligada (por consejo del psicólogo) a traerlo de vuelta y hablarlo para gastarlo. Para que quede como un simple recuerdo.

Dante Leguizamón. Dice:

¿En ese aspecto el "personaje" Ana ayuda o complica la vida de la persona que está detrás de él?

Ana dice:

Ana se murió el 28 de diciembre del 2004, y vuelve únicamente cuando su presencia es necesaria. En algún momento sirvió como una máscara, pero fue mucho más útil sacarme esa máscara y seguir con mi vida, sin Ana... La creación de Ana sirvió para proteger mi identidad después del revuelo con la prensa... Pero no sirve esconderse atrás de ese papel, porque no iba a poder asumir lo que me pasó. Escondida detrás de Ana fue más fácil hablar del tema... ahora no tanto.

Dante Leguizamón. Dice:

Me parece clarísimo. Sólo me cuesta un poco creer en esa capacidad de desdoblarse... ¿Te arrepentís a veces de haber mandado aquel e-mail? ¿Alguna vez pensaste... "me expuse demasiado"?

Ana dice:

Jamás. Fue lo mejor que pude hacer, estoy súper orgullosa de lo que hice y de la gente que estuvo y está al lado mío para sostenerme cuando me estoy por caer. Nunca me podría arrepentir de sacarle un fruto positivo a algo que de positivo no tenía nada.

Dante Leguizamón. Dice:

Eso me genera orgullo hacia vos y quiero decírtelo (el orgullo seguiría ahí si te arrepintieras) todo lo que nosotros hemos investigado nos hace pensar que sin aquel mensaje, la gravedad de la historia del violador serial sería aún mayor

 Ana dice:

Y se seguiría con la misma historia, porque nunca lo hubieran agarrado. La intención era que no volviera a pasar. Me daba bronca el manto de silencio que había sobre el caso, y (cual justiciera) pensé que alguien tenía que hacer algo, y decidí hacerlo yo.

Dante Leguizamón. Dice:

¿Qué evaluación hacés de lo que pasó en torno al caso?

Ana dice:

La verdad inicialmente el caso daba lástima, nadie le prestaba atención, era una moneda corriente. Yo me di cuenta con el tiempo de que la gente (yo formaba parte de esa "gente"), no se da cuenta de las cosas que pasan hasta que pasan cerca o hasta que le tocan a uno. Y hasta que las cosas no te pasan, sentís como una inmunidad a ser blanco de ellas. Incluso después de mandar el mail, recibimos respuestas de gente que pensaba que lo nuestro era mentira, que andábamos buscando fama... la gente que no lo pasó, casi no lo entiende y eso daba mucha bronca... Ir a la policía y que te digan "ah, sí, es el violador serial, claro, si siempre ataca a fin de mes y hoy es 28. Donde te atacó a vos ya atacó a otras 15 chicas". Eso daba mucha bronca, y fue un disparador para que nos pusiéramos en marcha y decidiésemos hacer algo por detenerlo...

Dante Leguizamón. Dice:

En este país es común que a la gente que señala lo que está mal, los responsables de que esas cosas estén mal, la traten de "loca". Vos ¿has sufrido eso?

Ana dice:

No tanto así, fue mayor el reconocimiento de la gente ante una actitud valiente.

Dante Leguizamón. Dice:

Me refiero a los que tenían el poder

Ana dice:

Mirá... sinceramente creo que el sistema está preparado de una forma que no permite a la gente criticarlo, y mucho menos, intentar cambiarlo. Para esto te ponen todo tipo de limitaciones, para que te calles, para que no molestes. Está en los objetivos de cada uno y en la fuerza (por supuesto) para seguir adelante y no quedarte ante la primera respuesta barata de un tipo que lo único que quiere es que te calles.

Dante Leguizamón. Dice:

¿Estabas en pareja cuando fuiste atacada? ¿Lo estás ahora? En ese aspecto (pregunto sin ánimo de invadirte) ¿cómo te influyó lo que pasó?

Ana dice:

No, no estaba en pareja, ni lo estoy ahora, pero el ataque no es un impedimento en absoluto. Lo fue en su momento, pero gracias a la terapia, pude ir superándolo.

Dante Leguizamón. Dice: ¿La terapia ha sido útil...?

Ana dice:

Sí, claro que lo fue, y lo sigue siendo. Voy todas las semanas, mi psicólogo es una gran ayuda y por suerte encontré un terapeuta muy profesional.

Dante Leguizamón. Dice:

¿Te costó avanzar sobre lo que pasó? Viste que uno tiene muchas más máscaras (Anas) de las que cree y te lo dice un paciente en tratamiento.

Ana dice:

Sí, claro, siempre es más importante uno, porque la voluntad para seguir yendo la pongo yo.

Dante Leguizamón. Dice:

Te hago una pregunta antes de entrar en el tramo final... Estas respuestas me las está dando Ana (el personaje) o la persona que está detrás de ella...? ¿Qué sentís en este momento? Ana dice:

La que escribe ahora soy yo. Pero también es inevitable traer de vuelta a Ana, para protegerme de algunas cosas.

Dante Leguizamón. Dice:

Entiendo perfectamente pero me gusta más saber que sos vos. Respeto a Ana pero más a vos... ¿Qué creés que necesita esta historia (la de Sajen, la tuya, la del violador serial) para cerrar? ¿Qué esperarías que tenga un libro sobre este caso?

Ana dice:

Lo importante es y seguirá siendo que la gente no se olvide nunca de que con lucha se pueden lograr las cosas. Que callarse y cruzarse de brazos no sirve de nada, nunca. En ese momento fui yo, sería muy lindo que la gente se dé cuenta de que pueden ser ellos también. De que no hay que callarse estas cosas, inspirar a la gente para que se movilice. Sería ideal poder darle una lección al sistema y que éste responda como se le pide, pero... difícil que el chancho silbe. En un país donde la corrupción y la falta de moral son moneda corriente, no se puede esperar mucho.

La lucha, lamentablemente, la tiene que iniciar uno mismo desde las pequeñas cosas, como mandar un mail o hacer la denuncia (por muy terrible que sea, siempre cuidándose la espalda).

Dante Leguizamón. Dice:

¿Creés que las condiciones están dadas para que dentro de cinco o diez años surja otro Sajen o las cosas han cambiado? ¿Será posible que vuelva a pasar lo mismo?

Ana dice:

¡Obvio! Lo único que más o menos cambió es la atención a la víctima para hacer las denuncias y todo ese procedimiento... pero, para evitar los ataques, no se hace nada. No hay la misma seguridad que en ese momento... ¿Hace falta que la gente ande paranoica y el tema estalle en los medios para que realmente alguien se ponga a trabajar? Sí, definitivamente esto puede volver a pasar. Cada vez que se conoce una nueva violación en esos lugares es como remontarse a esos días, es horrible pensar que siguen pasando estas cosas, que alguien más está sufriendo por un enfermo junto al sistema que lo apaña. Escuchar que vuelve a pasar, es volver a pensar en ese momento.

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