Blog gratis
Reportar
Editar
¡Crea tu blog!
Compartir
¡Sorpréndeme!
¿Buscas páginas de capÍtulo?
Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
Al margen
Información
Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

El administrador.
Sobre mí
FOTO

Jorge Omar Charras

ajedrez, informatica, casos reales, policiales etc.

Ver perfil

Enlaces
Camada 30
Policía de Córdoba
Calendario
Ver mes anterior Marzo 2024 Ver mes siguiente
DOLUMAMIJUVISA
12
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930
31
Buscador
Blog   Web
Se comenta...
» Carta de los Papás
153 Comentarios: Kiana, Joyce Morech, Anthony Nancy, [...] ...
» Ana D. - Mujer corrosiva
30 Comentarios: El Pony, Julian, El Pony, [...] ...
» CAPITULO IX Un lobo suelto
1 Comentario: Anonimo
» Perla B. "Cocinera "
10 Comentarios: Amanda, FAITH ...
Tópicos
Caso Lorena Ahuban (5)
Hombres Asesinos (96)
Informacion (12)
La Marca de la Bestia (24)
Mujeres Asesinas (45)
Parejas Asesinas (6)
Más leídos
Ana D. - Mujer corrosiva
Ana María Gómez Tejerina
Elvira R. " Madre Abnegada "
Emilia Basil
José María Manuel Pablo De La Cruz Jarabo Pérez Morris
Juana, Nina y Yolanda
Margarita Herlein
Marta Bogado
Nélida B. " Tóxica "
Perla B. "Cocinera "
Secciones
Inicio
Contacto
Marcadores flenk
Feed
« Blog
Entradas por tag: capÍtulo
Mostrando 1 a 10, de 21 entrada/s en total:
//14 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XVI El primer fiscal

por jocharras a las 11:26, en La Marca de la Bestia

El primer fiscal

Tenemos un violador serial

-Permiso doctor, ya me estoy yendo. Le dejo unas planillas y resoluciones que tiene que firmar -dijo el abogado Gustavo  Hidalgo mientras abría la puerta de la oficina del flamante fiscal del Distrito 3 Turno 3, Gustavo  Daniel Ivar Nievas. En realidad, hacía dos meses que Nievas había dejado de trabajar como abo­gado penalista para asumir como fiscal de instrucción, luego de superar un estricto examen en el que participaron unos 150 co­legas. Sin embargo, aún no terminaba de asimilar las responsa­bilidades que el nuevo cargo le exigía. Por ello, su secretario Hidalgo se había convertido prácticamente en su mano dere­cha.

-Gracias Hidalgo, dame un segundito y te atiendo... -respondió el fiscal, mientras lo miraba por encima de los lentes apoyados en la punta de la nariz.

Evangelista y seguidor de la doctrina de Juan Domingo Perón, Gustavo  Nievas había sido durante años un abogado penalista considerado en la Jefatura de Policía y por parte del ambiente judi­cial como un simple "sacapresos" caído en paracaídas en una fisca­lía. Por ello era observado con cierto recelo en los pasillos de Tribunales II, más aún teniendo en cuenta su supuesto acercamiento con el gobernador De la Sota, algo que Nievas se encargaba de negar cada vez que se le presentaba la oportunidad.

 

Sin embargo, para este flamante fiscal -poseedor de una gran capacidad histriónica, ya sea explicando decisiones judiciales o bien contando chistes y graciosas anécdotas- lo importante era ig­norar los comentarios que hacían a sus espaldas, trabajar y avan­zar en las causas penales.

En los muebles de su despacho convivían libros de derecho penal con expedientes de todo tipo, obras relacionadas al Evangelio,
discos de la banda británica Pink Floyd y portarretratos con imágenes de su segunda esposa y de sus hijos.

 

Por esas cosas del destino, a Nievas le iban a tocar dos grandes casos para investigar. Uno era el del violador serial. El otro era un proceso contra el ex intendente de la ciudad de Córdoba, Germán Kammerath, a quien llegó a imputar por un supuesto hecho de corrupción. Kammerath finalmente sería sobreseído de esa causa.

 

Sin embargo, las cosas se iban a complicar finalmente para Nievas a mediados de 2004, cuando empezaron a surgir una serie de denuncias en su contra que terminarían por obligarlo a renun­ciar. La más grave de las acusaciones fue la formulada por un hom­bre que aseguraba que el fiscal le había pedido una coima a cam­bio de dejar en libertad a su hijo. Se trataba de una denuncia que Nievas se encargó de desvirtuar siempre y que al momento de la edición de este libro la Justicia no se había expedido finalmente.

 

Nievas observó las planillas prontuariales que su secretario le había dejado en el escritorio y comenzó a leerlas detenidamente. Eran casi las 18 del viernes 24 de octubre de 2003.

 

Las fichas daban cuenta de varias personas que habían sido detenidas en las últimas horas y él debía disponer la situación proce­sal de cada una de ellas. Una de las hojas le llamó la atención. Era el caso de un estudiante de odontología, oriundo de Salta, quien se encontraba preso desde hacía varios días por resistencia a la autori­dad. No fue ese delito lo que le llamó la atención, sino que la causa había sido iniciada en la Unidad Judicial de Protección de las Per­sonas. Nievas dejó de leer, frunció el ceño y se preguntó en voz alta:

-¿Protección de las Personas? ¿Qué hace un estudiante deteni­do por resistencia a la autoridad en manos de los de Protección de las Personas? ¿Acaso esta gente no investiga violaciones?

Hacía unos minutos que su secretario había partido de la fisca­lía. Así que decidió comunicarse con la Unidad Judicial y averi­guar. Levantó el teléfono y marcó el 433-2658. Del otro lado, una integrante de la dependencia lo atendió.

-Tenemos detenido a ese muchacho porque creemos que puede ser el violador serial -disparó la agente judicial, con toda la naturalidad del mundo.

 

¿El qué? -respondió Nievas, con total desconocimiento.

-El violador serial. ¿No vio lo que salió en la prensa estos días?

-No entiendo nada de lo que me estás hablando. Acá nadie me habló de que hubiera un violador serial -dijo el fiscal.

-Es un caso importante -continuó la mujer- Le voy a decir una cosa: desde hace unos años, hay un violador serial que está vio­lando a jovencitas en Nueva Córdoba. A esto lo descubrió un grupo de investigadores de Protección de las Personas. Lo esta­mos investigando y no lo podemos agarrar. Ya lleva cometidos muchos ataques.

Nievas no entendía nada.

-Y tenemos detenido a este estudiante de odontología, porque su rostro es muy parecido a un identikit que se confeccionó. Lo agarraron los de Protección de las Personas cuando andaba por Nueva Córdoba en actitud sospechosa. El hombre se resistió, así que le metieron resistencia a la autoridad, como una infrac­ción al Código de Faltas. También le allanaron la casa y no se le encontró nada.

Nievas tomaba nota a las apuradas en una hoja de su cuadernito ayuda memoria, debajo de unas anotaciones sobre el Evangelio.

- ¿Y por qué nadie hizo público que hay un violador serial en Córdoba?

 

-Porque nadie se quiere hacer cargo. ¿Quién puede pagar el costo que representa eso? -respondió la agente judicial del otro lado del tubo, con toda la naturalidad del mundo.

 

-Bueno, ok. ¿Y esos hechos dónde están siendo investigados? ¿Quién los tiene? -repreguntó Nievas.

 

-Cinco casos están en manos del fiscal Bustos, otros los tiene Caballero, otros están sueltos por ahí y usted, tiene dos.

Nievas cortó la comunicación abrumado y ordenó que el estu­diante de Odontología fuera sometido a una rueda de reconocimien­to de personas. Esa medida iba a realizarse días después y el sospe­choso iba a recuperar la libertad. Ninguna víctima lo reconoció.

 

Todo en uno

 

A la semana siguiente, Nievas se reunió con los distintos fisca­les que tenían causas de violaciones adjudicadas a un NN y com­probó que varias de las investigaciones estaban truncas. Así fue que decididamente encaró al por entonces fiscal general de la Pro­vincia, Carlos Baggini.

-¿Y vos qué querés hacer, Gustavo  ? -le dijo Baggini, en su ofici­na del primer piso en el Palacio de Tribunales I.

-Me parece que las causas podrían unificarse, teniendo en cuenta que se trata aparentemente de un mismo violador. Hagamos una campaña informativa, avisemos a la población, hagamos algo... -dijo Nievas.

Ni bien se retiró del despacho, Baggini levantó el teléfono y marcó un número que conocía de memoria. Nievas subió a su auto y encaró hacia Tribunales II. Al rato, comenzó a sonarle el celular y atendió. Era el fiscal general.

-Gustavo  , he decidido que todas las causas de ese supuesto violador serial vayan a parar a tu fiscalía. Vos te vas a hacer cargo -dijo Baggini.

Nievas prácticamente no tuvo tiempo de contestar, antes de que del otro lado el fiscal general cortara. A las pocas, horas, el fiscal ya estaba reunido con las responsables de la Unidad Judicial de Protección de las Personas. A partir de entonces, esas funciona­rías -Adriana Carranza y Alicia Chirino- iban a convertirse prácti­camente en las únicas personas en quienes Nievas iba a confiar plenamente. Ellas le informaron que el serial había abusado de una veintena de jóvenes en lo que iba del año, principalmente en la zona de Ciudad Universitaria, el Parque Sarmiento y Nueva Córdoba. Y le aclararon que los casos debían de ser muchos más, ya que eran muy pocos los abusos sexuales que se denunciaban. El primer hecho que arrancaba la serie se había registrado el 3 de noviembre de 2002 a la noche y había tenido como víctimas a dos chicas.

 

El paso siguiente que dio Nievas fue entrevistarse con los investigadores policiales del caso, quienes por ese entonces ya esta­ban comandados por el comisario Vargas. Los detectives le mostra­ron al funcionario judicial cuatro identikits, entre los que se en­contraba el del hombre con rasgos norteños y le explicaron que era preciso determinar si el violador serial que buscaban era uno o varios que actuaban en forma similar.

 

Esa misma semana, Nievas se compró tres libros con tratados completos sobre el ADN y sus ventajas en la investigación, a fin de interiorizarse en el tema.

 

"Como no estaba claro si estábamos frente a un único violador serial o a varios que actuaban de la misma forma, decidí que lo mejor era realizar un estudio de histocompatibilidad con los restos de semen hallados en las víctimas y en sus prendas íntimas. Eso nos iba a permitir corroborar si se trataba de una misma persona", co­menta en la actualidad Nievas, mientras revuelve un café sentado en un bar de la avenida Sabattini, a escasas cuadras de donde vivía Marcelo Sajen. "Y pensar que el serial vivía acá nomás, cerca de casa", añade.

 

A los pocos días, el fiscal del Distrito 3 Turno 3 solicitó al Cen­tro de Excelencia en Productos y Procesos de Córdoba (Ceprocor) la realización de ese estudio con las muestras de semen que se obtuvieron de las víctimas. Paralelamente, entrevistó a algunas jovencitas y mantuvo diálogos con sus familiares, a quienes les ex­plicó que haría lo imposible para atrapar al depravado. Si bien contaba con un reducido equipo de trabajo, Nievas sentía que esta­ba solo en la cruzada.

A principios de noviembre, el fiscal decidió empapelar puntos clave de la ciudad con el identikit del violador -que, por cierto, los medios de prensa ya se habían encargado de difundir- y una serie de teléfonos para que la gente llamara si tenía alguna pista. Muy pocos en la Policía estuvieron de acuerdo con esa medida. "La idea era sacar el rostro a la calle, había que empapelar la ciudad, para que la gente estuviera alertada y a la vez colaborara con la causa. Quería que el retrato se viera en todos lados y que los cordobeses lo tomaran como propio. Parecía mentira pero en las comisarías ese identikit ni se conocía", explica Nievas hoy.

 

Empleados de la fiscalía de Nievas comentan que el funciona­rio, al comienzo, tuvo que poner dinero de su propio bolsillo para realizar las primeras fotocopias del dibujo. Otro obstáculo para el fiscal fue la carencia de un vehículo propio para realizar las prin­cipales diligencias. Ese auto iba a ser cedido bastante tiempo des­pués. "Pedí dinero para llevar adelante una campaña informativa y digamos que no tuve todo el apoyo necesario que se requería en ese momento. Por suerte, tiempo después, el problema se subsa­nó", señala Nievas.

 

El identikit del violador serial empezó a circular por todos la­dos, ya sea en la Universidad, en comercios, hospitales, postes, taxis, remises y colectivos. También comenzó a ser reenviado entre los mismos estudiantes y profesores a través de los correos electróni­cos. Esto significó un duro golpe para las propias víctimas del se­rial, muchas de las cuales se enteraron de que habían caído a ma­nos de un mismo depravado y que ese sujeto andaba impune por la ciudad desde hacía largo tiempo.

 

"Esa campaña informativa fue desacertada, porque provocó que empezaran a llover datos truchos. La gente llamaba y decía que creía conocer al violador, cuando no era así. Ese identikit mostra­ba un rostro muy común en Córdoba, por eso todos creían verlo a cada rato, por lo que la investigación se terminó complicando", señalan algunos investigadores.

 

No obstante, la campaña publicitaria permitió que familiares de víctimas del serial que no habían hecho la denuncia se acerca­ran a la fiscalía para dar testimonio de lo que les había sucedido a sus seres queridos.

A principios de noviembre, el fiscal Nievas mantuvo una re­unión con el jefe de Policía, a quien le solicitó que intensifique los patrullajes en la zona de Nueva Córdoba y, en especial, el Parque Sarmiento. "Yo trabajaba con una psicóloga que me dijo que segu­ramente el violador serial, al ver que no podía actuar donde siem­pre lo había hecho, se iba a trasladar hacia su zona, hacia su ba­rrio. Y ahora que lo pienso, así fue, porque tuvimos casos de ata­ques en la zona de barrio San Vicente y Altamira, que queda cerca de donde vivía Sajen", comenta Nievas, quien por las noches reco­rría la avenida del Dante en su propio auto para comprobar si el patrullaje se llevaba a cabo. "En más de una oportunidad, tuve que tomar el celular y llamar al jefe de Policía para decirle que no veía ningún policía en la zona", recuerda indignado Nievas. A los pocos minutos, comenzaban a verse balizas azules iluminando la oscuridad de la avenida del Dante.

 

La presunción del por entonces fiscal no era errónea. Tanta saturación policial hizo que el serial se moviera de lugar cada vez más. El 27 de noviembre a la noche, volvió a atacar en un sitio que nadie había imaginado.

 

El delincuente sorprendió a una chica de 27 años que camina­ba para encontrarse con su novio en avenida Patria y calle Sar­miento, en el barrio Alto General Paz. "Caminá o te mato", le dijo Sajen y la llevó varias cuadras hasta el Centro de Participación Comunal (CPC) Pueyrredón, un edificio destinado a atender trámi­tes municipales y que se encuentra ubicado en una calle que se convierte finalmente en la ruta nacional 19 que va a San Francisco o a Pilar.

 

La joven fue violada en un oscuro sector de las adyacencias del edificio. A pocos metros había una guardia policial que no se ente­raría de la violación, hasta que el caso tomó estado público por la prensa.

 

"El tipo se me apareció de atrás y me preguntó si yo trabajaba en una oficina y si llevaba cinco mil pesos. Yo le dije que no, pero él insistía que yo tenía plata. Me hizo que lo abrazara y me apuntó con el arma. Tenía que mirar para la derecha y no verlo. Me dijo: 'Si pasa un policía o el CAP somos novios. No grités que yo no te voy a hacer nada'. Tenía tonada norteña, boliviana. Me preguntó si conocía a un tal Gustavo . Me dijo que lo acompañara unas cuadras y que después me iba a dejar. Estaba desorientado. Me hizo doblar en un pasaje y se enojó porque no tenía salida. 'Mirá a donde me traés', me dijo. Ahí se me cruzaron mil cosas y me largué a llorar porque pensé que me mataba. 'No llorés que yo no te voy a hacer nada', me decía. Hizo que dobláramos. En el camino, un perrito me peleó, me rasguñó, y él me dijo que si me mordía lo iba a matar. Yo no tenía palabras para decirle. Llegamos a la cuadra del CPC y, en el descampado, me violó. Tenía papada, grasa. Era un poco más alto que yo, era robusto, pelo corto negro, tenía labios gruesos, andaba vestido con un short de fútbol con franjas blancas, llevaba zapatillas y una remera celeste", relató la joven a un investigador que la entrevistó tiempo después.

 

La tardanza del Ceprocor a la hora de confirmarle a Nievas si se estaba en presencia de un mismo violador serial hizo que él se quejara durante una entrevista periodística. El hecho de ventilar esa molestia ante la sociedad provocó, a su vez, que el Tribunal Superior de Justicia lo reprendiera en una reunión que se realizó a puertas cerradas.

 

Portación de cara

 

Durante noviembre y diciembre de 2003, en las calles de Córdoba comenzaron a reiterarse detenciones de todo hombre cuyas características físicas coincidían con las del violador serial. Esta política de cacería por portación de cara, implementada por la Policía, se intensificaría al año siguiente y llegaría a su punto máxi­mo con el arresto de Gustavo  Camargo, un hombre de notable pare­cido al identikit y que llegó a estar preso casi 40 días, luego de haber sido señalado por una víctima de Sajen que creyó reconocerlo en una calle de barrio San Vicente. Para colmo, el hombre no llevaba calzoncillo debajo del pantalón, lo que hizo que la Policía y el fiscal Nievas creyeran que habían dado en el blanco.

 

Por aquellos días de fin de año, mientras las vidrieras de los comercios empezaban a poblarse de Papá Noel, arbolitos verdes y angelitos coloridos, Nievas no paraba de moverse ni de salir en los medios de prensa. A diferencia de otros fiscales, que hacen del bajo perfil un culto, él no dudaba en atender a todo aquel periodis­ta que lo consultara, ya sea sobre los avances en la investigación contra Kammerath o bien en la causa del serial. En esa vorágine, Nievas se hacía tiempo para entrevistar a jóvenes que, merced a la campaña informativa, se acercaban a denunciar que habían sido violadas por el serial. También se reunía periódicamente con los investigadores y con jefes policiales.

 

Nievas recuerda que les dio instrucciones para que rastrearan a todos los delincuentes seriales de los últimos cinco años que ha­bían atacado en Córdoba y a sujetos que fueron arrestados por merodeo. La decisión de investigar a los merodeadores se debía a que en la investigación ya se pensaba que el serial efectuaba un plan previo de seguimiento de sus víctimas y de los lugares adonde iba a llevarlas.

-Este tipo está cebado. Muy cebado y no va a parar. Lo peor es que tengo miedo de que mate a una chica -no se cansaba Nievas de reiterarle a los policías.

 

Para fines de 2003, Nievas y sus hombres (y mujeres, de la Uni­dad Judicial) barajaban los nombres de ocho sospechosos. La ma­yoría estaba en libertad y se les había extraído sangre para análi­sis de ADN. Había de todo. Uno era docente de la UNC, otro era el estudiante de odontología, había un enfermero que trabajaba cer­ca del Parque Sarmiento, un peluquero, un comerciante, un des­ocupado y dos policías en actividad. Sí, dos policías. Es que mu­chos de los investigadores, aunque lo niegan hoy, tenían por aquel entonces la íntima y explícita sospecha de que el depravado era violador serial de noche, pero de día vestía uniforme azul. La idea estaba centrada en la forma de hablar y de actuar del delincuente, pero sobre todo porque tenía la extraña capacidad de desaparecer de los lugares donde se hacían operativos especiales con investiga­dores vestidos de civil. El razonamiento era simple: ya habían teni­do un policía violador. ¿Por qué no podían estar frente a otro? La sola idea de que esto fuera cierto, le causaba al jefe de Policía más que un simple dolor de estómago.

 

El 29 de diciembre, los ocho sospechosos fueron sometidos a una rueda de reconocimiento de personas en la alcaidía de los Tribunales II. La medida procesal, de la que participaron cinco de las nueve víctimas que habían sido citadas y Javier (el muchacho que ayudó a confeccionar el identikit), se extendió durante toda la jor­nada. Los imputados fueron pasando por una sala que tenía un vi­drio espejado a través del cual, en otra habitación separada, obser­vaban las jóvenes.

 

Al no ser reconocido ninguno, quienes estaban presos queda­ron en libertad de inmediato.

Sin brindis

Aquel 31 de diciembre de 2003, en varios hogares quedaron las copas guardadas en los estantes. Ninguna víctima ni sus familias tenían motivos para festejar el final del año y el comienzo de otro. Uno de esos hogares destruidos estaba ubicado en la ciudad de Vi­lla María, al sur de Córdoba.

 

En la casa vivían un hombre, su esposa y su hija adolescente. En realidad, sobrevivían. En agosto de ese año, la jovencita, quien se había trasladado a la ciudad de Córdoba para estudiar una carrera universitaria, había caído en las garras del violador serial. Fue salvajemente violada y golpeada en el ex Foro de la Democracia.

 

La chica era virgen. Esa noche de viernes, luego de que el se­rial la amenazara de muerte y la dejara abandonada, regresó como pudo hasta su departamento y llamó a su padre para contarle todo.

 

En poco más de una hora, el hombre viajó en su auto, por la ruta nacional 9 hasta llegar a Córdoba. Entró al departamento y luego de llorar durante un largo rato con su pequeña, le armó los bolsos y se la llevó de regreso a Villa María.

 

La joven no volvió a pisar la ciudad de Córdoba.

 

Pero el sufrimiento no se iba a acabar con la pesadilla sufrida aquella noche. Pocas semanas después, en su casa, comprobó que había quedado embarazada. El ginecólogo se encargó de confirmarle el calvario que se le avecinaba.

 

Por decisión de sus padres, abortó y jamás hizo la denuncia. El tratamiento psicológico no fue suficiente. La adolescente intentó suicidarse dos veces. En ambas oportunidades ingirió grandes cantidades de pastillas, mientras dormía en su cama. Su madre tam­bién intentó poner fin a su sufrimiento de igual manera. Por fortu­na, ambas sobrevivieron. Hoy se encuentran bajo un estricto trata­miento terapéutico.

 

Aquel 31 de diciembre de 2003, mientras aquella familia villamariense padecía el infierno en sí mismo, Marcelo Mario Sajen levantaba la copa feliz de la vida, rodeado de sus seres queridos, brindando y festejando la llegada del 2004. Sería la última vez que celebrara el fin de año.

Soy Gustavo , el violador serial

16.58. Domingo 4 de enero de 2004, central 101 de la Jefatura de Policía:

-Policía, buenos días, atiende Jorgelina.

 

-Hola, mirá, soy Gustavo  Reyes... Soy el violador serial que an­dan buscando.

 

-¿Ah, sí? ¿No me diga?

 

-Mirá hija de puta. Soy el violador serial y te voy a cagar cogiendo a vos como lo hice con todas las demás. Te voy a hacer de todo. Y a vos te va a pasar lo mismo, te voy a cagar cogiendo.

 

Cuando la oficial del servicio 101, del Departamento Centro de Comunicaciones de la Policía, que funciona en el cuarto piso de la Jefatura, quiso realizar una nueva pregunta, el hombre colgó. De inmediato, la policía dejó los auriculares con el micrófono incor­porado en su estación de trabajo y se levantó corriendo para con­tarle a su jefe lo que había sucedido. El comisario levantó el telé­fono y avisó a los pesquisas de Protección de las Personas.

 

Dado que el sujeto no había antepuesto *31#, el número del teléfono que había usado quedó registrado en la pantalla de la computadora. En segundos, los investigadores supieron que la llamada había sido efectuada desde un aparato ubicado en la calle Soto, a pocos metros del Arco de Córdoba, en el barrio Empalme.

 

En pocos minutos, una comisión de investigadores salió dispa­rada hacia ese lugar y se encontró con un teléfono público ubicado en un comercio. Los policías encararon a la dueña del negocio y desplegaron ante sus ojos el identikit del norteño.

-Mmm, sí, puede ser. El hombre era morocho y habló un ratito y cortó.

 

-¿Algo más señora? ¿No hubo nada más que le haya llamado la atención? - inquirió uno de los policías.

 

-Hablaba bajito, así que no se podía oír bien lo que hablaba.

 

 -¿Algo más? ¿Algo fuera de lo común?

 

-i Sabe que sí! Me llamó la atención el hecho de que mientras hablaba parecía sobar el teléfono, lo acariciaba con las ma­nos... Fue muy extraño - respondió la mujer.

De nada sirvió que los investigadores le preguntaran si conocía a aquella persona, si sabía dónde vivía o si alguna vez lo había visto por el barrio. La mujer no tuvo más nada que aportar y los policías debieron retirarse maldiciendo por lo bajo. Tampoco fue efectiva la búsqueda que desplegaron en la zona, dando vueltas y vueltas en procura de dar con el sospechoso. Nada. Al llamador anónimo se lo había tragado la tierra.

 

Hasta el día de hoy no existe certeza sobre si esa breve comunicación telefónica realizada fue efectuada o no por Marcelo Sajen.

 

No obstante, investigadores de la Policía Judicial y hasta el mismo fiscal Nievas sospechan que el violador serial bien puede haberse contactado con la Policía, en parte para burlarse y también para demostrar cuán lejos era capaz de llegar, sabiendo que los detecti­ves estaban muy lejos de poder capturarlo.

 

"Ese llamado telefónico me dio una bronca bárbara. Porque sentí como que el tipo se estaba burlando de nosotros. Y me acordé de la película Siete pecados capitales en la que Kevin Spacey hace de un asesino que va dejando mensajes a los policías que quieren agarrarlo. Bueno, en este caso, pensé que este perverso nos estaba dejando muestras", señala Nievas.

 

Había dos detalles sugestivos en la llamada: por un lado el ex­traño se había presentado como Gustavo , el mismo nombre que venía usando en cada uno de sus ataques; y por el otro, el teléfono estaba ubicado en barrio Empalme, a metros de la avenida Sabattini, una zona que, si bien estaba alejada de Nueva Córdoba y del centro, se encontraba dentro de su radio de acción.

 

Incluso, una alta fuente del Cuerpo de Investigaciones Crimi­nales, de la Judicial, redobla la apuesta: señala que el serial no sólo llamó aquella vez, sino que además lo habría hecho al menos en dos oportunidades más al 0800 que sería habilitado posterior­mente. Esas dos llamadas se habrían producido en el mes de di­ciembre de 2004.

 

Desde la Policía, algunos refuerzan el misterio y comparten la tesis de que Sajen quiso burlarse de quienes lo perseguían. Sin embargo, hay quienes desvirtúan todas estas conjeturas porque entre el 21 de diciembre del año anterior y el 30 de marzo el serial des­apareció. Ese día volvió a atacar en barrio Observatorio.

 

Ese mismo enero, luego de que los análisis realizados en el Ceprocor, sobre restos de semen hallados en las víctimas, demos­traron que el violador serial era un solo hombre, Nievas ordenó que la Policía investigara a todos los Gustavo  Reyes que existían en Córdoba y áreas cercanas.

 

"Visto hoy, aquel estudio del Ceprocor suena menor, pero fue importantísimo. Y, pese a la gravedad del caso, nos trajo alivio porque indicaba que estábamos detrás de una misma persona. Imagínate si hubiera demostrado que en realidad había varios vio­ladores seriales", añade Nievas.

 

No era ninguna tarea fácil investigar a todos los Gustavo  Reyes existentes. El listado era enorme. Luego de eliminar a aquellos que ya habían muerto, a quienes eran demasiado chicos o grandes, los policías tuvieron una lista acotada que se estrechó aún más al calcular la edad. Sospechaban, en base a las víctimas, que el serial andaba entre los 30 y los 40 años. A lo sumo, 45 años. No podía tener más, a no ser que tomara Viagra o algún estimulante sexual semejante. Sajen consumía esa pastilla y tenía 39 cuando cayó.

 

En marzo, los policías detuvieron a un joven que tenía la mala suerte de parecerse al identikit, de caminar solo por Nueva Córdoba a altas horas de la noche y, encima, de llamarse Gustavo  Reyes.

 

Por aquellos días, se manejaban tres hipótesis en la causa. El violador serial podía ser:

-      Un portero de un edificio, el cuidador de una obra en cons­trucción, o un albañil. Desde ámbitos policiales aseguran que se investigó prácticamente a todas las personas que tra­bajaban en las construcciones de Nueva Córdoba.

-      Un comisionista del interior provincial que viniera a Córdoba Capital a cobrar algún trabajo y, de paso, aprovechaba la oportunidad para cometer una violación. Por ello es que se investigó a todos los comisionistas o cobradores que salían en los avisos clasificados de los diarios.

-      Un hombre que residiera en alguna localidad "dormitorio" del Gran Córdoba y que viniera a trabajar a la Capital. La sospecha era que esta persona bien podía cometer los ata­ques sexuales y luego escapar hacia la terminal de ómni­bus. Se apostaron investigadores de civil en la estación, pero no sirvió de nada.

¿Qué pasó con Gustavo  Reyes? Fue sometido a una rueda de reconocimiento de personas. Ninguna víctima lo señaló y el hom­bre quedó en libertad. Los resultados de su ADN terminaron por desinvolucrarlo.

 

Mapa

 

El hombre fuma el cigarrillo y lo apoya en el cenicero. Es el cuarto que prende en lo que va de la charla. Arranca una hoja de la agenda y la pone en la mesa, mientras el humo se disipa lentamen­te en la habitación. De pronto, mete la mano derecha en el bolsillo interno del saco oscuro y saca una lapicera azul. Se acomoda en el respaldo de la silla y, en segundos, dibuja en el papel varias rectas paralelas y perpendiculares entre sí.

 

Hace varios círculos, algunos cuadrados y traza líneas que por momentos parecen rectas y después se vuelven curvas. "Esta es la ciudad de Córdoba, éstas son las principales avenidas y las vías que cruzan la zona sur de la Capital", dice por fin el comisario Oscar Vargas, quien cuando el serial era su obsesión, se identificaba como España 1 cada vez que le daba una orden a su grupo de detectives. A su lado, está el comisario Rafael Sosa, Portugal 1, que lo mira en silencio.

 

Vargas .empieza a sombrear los círculos por dentro y marca flechas, con destreza. "Y éstas son las zonas donde actuaba el Víctor Sierra, en todos estos sectores se movía el tipo", agrega.

 

España 1 dibuja el mapa de memoria. Si quisiera, podría ha­cerlo con los ojos cerrados. Se nota que junto a su equipo de traba­jo dibujó varias veces ese mismo esquema una y otra vez, analizan­do detalles, buscando respuestas, infiriendo deducciones.

 

Deja el cigarrillo y empieza a hablar con pasión. Explica que en las primeras épocas, en los años 1991 y 1992, Sajen atacó en la zona de Villa Argentina y de Empalme, cerca de la avenida Sabattini, a cuadras del Arco de Córdoba. Sosa lo interrumpe: "Yo conocí a una amiga que vivía en Villa Argentina. Una noche, mientras vol­vía sola a su casa, un tipo la agarró de atrás, le mostró un arma y la quiso llevar a un descampado. Ella gritó y un vecino salió a soco­rrerla. El desconocido salió corriendo y se perdió... No tengo dudas de que era Sajen".

Retoma la palabra Vargas. Explica que el violador serial siem­pre se fue moviendo, cambiando de zonas de acción, cada vez que la Policía empezaba a trabajar cerca de él. "No creo que el tipo haya contado con alguien que nos buchoneara. Nadie ayuda a un violador. Él era un caco, un delincuente. Los choros siempre reco­nocen cuando un policía está cerca, por más que lleve uniforme o esté de civil como nosotros. Lo huelen. Lo presienten. Y nosotros a ellos. Si estuviéramos en un bar y entran unos cacos, seguro que se dan cuenta de que somos canas. Y viceversa. Es como un juego, como un juego del gato y el ratón. Sajen era muy picaro para darte vuelta y reconocerte como cana", dice Vargas.

 

Y vuelve a tomar la lapicera. "Mirá, el tipo se fue cambiando de zona de acción", dice y la ceniza acumulada del cigarrillo cae como un cadáver sobre la hoja. "Entre el 92 y el 94 hay hechos en la zona donde se ubica la Cooperativa Paraíso. En el '96, el '97 y el '98 ataca en San Vicente, en Altamira y zonas cercanas. Después, en '99 empezó en Nueva Córdoba y la zona adyacente al centro".

 

Sosa vuelve a hablar. "Sí, actúa en Nueva Córdoba hasta que pierde. Cae en cana luego de asaltar la pizzería de la calle San Luis".

La lapicera vuelve a dibujar sobre las rayas-avenidas. "Y cuan­do salió en libertad volvió a atacar en la zona de Nueva Córdoba, una zona que conocía muy bien para moverse". Vargas vuelve a hablar del gato y el ratón. Señala que cuando los policías coparon ese sector, el serial se mudó a la zona sur. "Fue a la zona de barrio Cabañas del Pilar, luego a barrio Iponá, Villa Revoí, barrio Jardín y así. Siempre se fue corriendo, cada vez que nos acercábamos".

 

"Acordate Oscar -interrumpe Portugal 1- que después se man­dó para la zona de San Vicente y Pueyrredón". Vargas une con una línea todos los pequeños círculos que representan las zonas donde Sajen atacó y forma un gran círculo. "Y vuelve a atacar en Nueva Córdoba, es el caso de la chica Ana, la del mail", señala Vargas, mientras tapa la birome y la guarda en el bolsillo de su saco oscu­ro.

 

Pero se acuerda de algo y vuelve a sacarla. "Me olvidaba del tema de las vías del tren", dice el comisario. Según explica, las vías eran muy usadas por el serial. En efecto, allí cometió una de las violaciones más salvajes contra una adolescente de corta edad. Además, por una de las vías que pasan cerca de su casa habría escapado corriendo cuando lo buscaba toda la Policía. "Sajen an­daba por las vías, porque por allí no pueden andar los patrulleros. Eso lo sabe cualquier choro", razona en voz alta. Luego, agarra el papel y lo hace un bollo. Sosa es quien toma finalmente la posta.

 

"El tipo nunca atacó en la zona norte de la ciudad. Sí, atacó en los barrios Pueyrredón o San Vicente, que están cruzando el río. Pero nunca se fue al Cerro, a Argüello o a Villa Allende. Nunca se fue a Carlos Paz. Creo que era porque él no dominaba bien esos ámbitos y se movía con total tranquilidad en la zona centro y sur de la ciudad, que es donde solía operar desde hacía años. Aparte, su casa le quedaba cerca", agrega Sosa, antes de levantarse de la mesa.

 

Los caminos de la bestia

 

"Marcelo era un desastre para recordar las direcciones. Pero sabía ubicarse en las calles y sabía bien por dónde ir", dice Zulma Villalón, mientras recuerda detalles de la vida cotidiana de Sajen. Hay que creerle, porque dice la verdad.

 

Por un lado, basta con analizar cómo su esposo sabía movilizarse y escabullirse cada vez que notaba la presencia policial. Por otro lado, sirve examinar las calles y avenidas que rodeaban la zona donde vivía para comprobar cuáles eran seguramente los ca­minos que usaba para llegar en pocos segundos a los sitios donde iba a violar a sus víctimas. Y por cierto, cuáles iban a ser los atajos para escapar ante cualquier imprevisto.

 

En los últimos tiempos, Marcelo Sajen vivía en calle Montes de Oca al 2800 del barrio General Urquiza. Si quería ir desde su casa, a San Vicente o a Altamira, bastaba con que tomara la calle Juan Rodríguez, que pasa a pocas cuadras de su hogar y así cruzar, en una esquina semaforizada, la avenida Amadeo Sabattini. Si quería ir a Villa Argentina, debía bajar por Juan Rodríguez y al llegar a Sabattini, en vez de cruzar la avenida, giraba hacia la derecha un par de cuadras.

 

Para los investigadores, tanto la calle Juan Rodríguez como su paralela Gorriti eran una vía clave de circulación para su accionar. Varios de los abordajes a sus víctimas fueron cometidos en ambas arterias.

 

Pero volvamos a su domicilio. Si Sajen tomaba la calle Montes de Oca en dirección al este llegaba, en cuestión de minutos, al ba­rrio José Ignacio Díaz 1a Sección, donde vivía su amante, Adriana del Valle Castro.

 

En cambio, si salía de su casa por Montes de Oca, llegaba a Tristán Narvaja y en esta calle doblaba a la derecha, llegaba a la avenida Malagueño. Esta arteria, que corre paralela a las vías del tren, era clave. Así podía llegar en un corto tiempo a los barrios José Ignacio Díaz 2a Sección, donde estaba el taller mecánico de su hermano Eduardo, o bien a José Ignacio Díaz 3a Sección, donde vivía su madre y algunos de sus otros hermanos.

 

Varias personas relatan que era común ver a Sajen transitar por estas calles, en auto o en moto. "Yo llegué a verlo muchas ve­ces andando en moto por la zona del barrio Coronel Olmedo. Varias veces lo vi jugando a las bochas en una canchita muy conocida de esa zona", comenta un empleado de los Tribunales II que trabaja en la planta baja. Para llegar a barrio Coronel Olmedo a Sajen le bastaba tomar la avenida 11 de Setiembre que cruza la Malagueño y luego se convierte en el camino a 60 Cuadras.

 

Desde la casa de Sajen había dos caminos rápidos para llegar hasta el Parque Sarmiento y al barrio Nueva Córdoba. Podía ir por la avenida Sabattini o por la mencionada Malagueño, donde la pre­sencia policial es menor. Una vez que llegaba a la avenida Revolu­ción de Mayo, doblaba hacia la derecha y en cuestión de segundos llegaba al ingreso mismo al Parque Sarmiento, a la altura de la Bajada Pucará.

 

Por cualquiera de los dos caminos podía llegar, a la terminal de ómnibus, donde, según sospechan algunos investigadores, el serial dejaba estacionado su auto en la playa para luego salir de cacería.

 

Si, en cambio, quería llegar a los barrios Cabañas del Pilar, Jardín o Villa Revol, donde cometió varias violaciones, Sajen de­bía salir de su casa, tomar la avenida Malagueño y seguir andando, en forma paralela a las vías, hasta llegar a destino.

 

Finalmente, el violador serial viajaba a menudo a la localidad de Pilar. Para llegar allí, le bastaba tomar la avenida Sabattini y dirigirse hacia el este. Así llegaba a la vieja ruta nacional 9 sur o a la autopista Córdoba-Pilar.

Inocente a prisión

El fiscal Gustavo  Nievas se despertó sobresaltado por el ruido del celular. Eran las 2 de la mañana del martes 25 de mayo de 2004. Para que su familia no se despertara, Nievas atendió rápido. Del otro lado oyó la voz de uno de los comisarios de Investigaciones.

 

-¿Qué pasa? -preguntó Nievas, con voz ronca.

 

 -Malas noticias, doctor. Ha vuelto a atacar. Esta vez en San Vi­cente. La chica tiene 16 años. Salía de un cyber y el Sierra la agarró. La hizo caminar unas 15 cuadras y la llevó hasta un bal­dío de la calle Sargento Cabral y las vías del tren. Ahí la violó. La chica le mintió diciéndole que tenía Sida, pero el tipo no le creyó y la violó igual.

 

-¿A qué hora fue?

 

-... Entre las nueve y media y las diez de la noche. La chica hizo ahí nomás la denuncia, junto a su mamá.

-Mire doctor, esta vez, el tipo fue más violento que otras veces. Se nota que está sacado, nervioso. Para mí que toda esta cam­paña de difusión lo está volviendo loco.

-Ok. En 10 minutos estoy allá.

Cuando el fiscal estuvo en el lugar, se encontró frente a un enor­me descampado que se abría paso delante sobre la vía. En una calle cercana, había varios patrulleros del CAP y un móvil de la Policía Judicial.

 

"Fue la primera violación que cometió el serial después de la intensa campaña de difusión que habíamos largado ese año. El tipo se sentía acorralado y se fue de donde solía actuar a otro lado. Tal como pensábamos, se mudó a una zona más cercana a su lugar de residencia", señala Nievas.

 

Si bien la impresión del entonces fiscal es acertada respecto a que Sajen comenzó a atacar en una zona no acostumbrada, el se­rial regresaría meses después nuevamente a Nueva Córdoba.

 

Después de realizar la denuncia, la menor y su madre fueron invitadas a colaborar en la investigación recorriendo la zona. Y si veían al sospechoso, debían avisar a la Policía.

 

Eso ocurrió el 31 de mayo al caer la noche. Mientras la chica caminaba por la plaza Lavalle, corazón del barrio San Vicente, creyó reconocer al violador sentado en un banco. El hombre se levantó y empezó a caminar. La chica corrió a un teléfono público y llamó a la Policía. A los pocos minutos, un móvil policial estaba controlan­do al supuesto sospechoso.

 

El hombre era morocho, no tenía más de 40 años y su parecido con el identikit era extraordinario. Cuando le revisaron el docu­mento, los policías comprobaron que se llamaba Gustavo Camargo.

-Así que te llamás Gustavo ..., ¡mirá vos! Gustavo ..., ¡ qué casualidad! ¿El que llamó los otros días al 101 no se llamaba Gustavo ? -dijo uno de los policías.

 

-El serial, cuando aborda a las víctimas, menciona el nombre

Gustavo  -añadió otro uniformado.

Camargo trató de explicarle a los policías que él no era ningún violador y que había salido a comprar pan, pero los policías no le creyeron y lo llevaron a la Jefatura, directamente a la División Protección de las Personas. El hombre fue metido en una oficina y obligado a desnudarse ante una veintena de investigadores. Todos querían ver el lunar del que tanto hablaban algunas víctimas. Para peor, el hombre no usaba calzoncillos. Los investigadores creían estar frente el sospechoso perfecto. Pensaban que con esa captura, se habían acabado finalmente las andanzas del serial.

 

"Yo estaba convencido de que Camargo era la persona que buscábamos. Había sido reconocido por una víctima de violación en la calle. Pero estábamos equivocados", dice en la actualidad el comi­sario Nieto.

 

Lo que Nieto se olvida de contar es que Camargo fue sometido a un humillante interrogatorio durante toda la noche en el que los policías lo presionaron para que confesara: "¿De qué forma las agarrabas?"; "¿Las hacías agachar?"; "¿Gozabas?". También hubo tiempo para las amenazas asegurándole que en la cárcel iban a violarlo salvajemente.

 

Mientras la esposa de Camargo salía por todos los medios de prensa a jurar que su esposo no era ningún violador, Nievas retrucaba que existían indicios que lo vinculaban a los casos del serial.

 

En la actualidad, Nievas se apresura a explicar que este hom­bre no fue detenido porque estaba sospechado de ser el serial, sino porque una víctima lo había reconocido en plena calle. "Y el he­cho de que haya estado tanto tiempo en prisión no es culpa mía. Los análisis de ADN en el Ceprocor se demoraron más de lo espe­rado", sostiene.

 

Esos estudios demoraron 38 eternos días, en los cuales Camargo debió permanecer encerrado con presos condenados. Mientras tan­to, algunos seguían investigando a otros hombres que se llamaban Gustavo  Reyes -como el hijo de un ex funcionario judicial-, pero mientras todos apuntaban contra Camargo, Marcelo Sajen se en­cargaría de demostrarle a los investigadores que en realidad el violador serial seguía suelto.

 

El 14 de junio, Sajen abordó a una chica de 22 años en pleno Nueva Córdoba, en el cruce de Irigoyen y San Luis (a pocas cua­dras de la pizzería que había asaltado en 1999) y la llevó hasta un baldío cercano a los Tribunales II, donde la violó analmente.

 

Diez días después, Camargo no fue reconocido en una rueda de reconocimiento de personas. Al día siguiente, Nievas recibió los resultados de un estudio de ADN del Ceprocor que le confirmaban que no era el violador serial. Sin embargo, el fiscal dispuso que continuara detenido ya que no tenía el resultado que le permitía confirmar si había violado o no a la menor en San Vicente.

 

Recién el 8 de julio, Nievas tuvo los resultados de ADN que le faltaban. Después de estar 38 días preso, Camargo recuperó su li­bertad.

Para entonces, la suerte estaba echada sobre Nievas. Al des­crédito público a que se vio sometido por la arbitraria detención de Camargo, se le agregó un pedido de renuncia por parte del vicegobernador Juan Carlos Schiaretti, en aquel entonces a cargo de la Gobernación.

 

El jueves, Nievas le dijo al flamante fiscal General de la Pro­vincia, Gustavo  Vidal Lascano, que abandonaba el cargo.

 

Palabras claves , , ,
Sin comentarios  ·  Recomendar
 
//13 de Noviembre, 2010

CAPITULO X Volver tras las rejas

por jocharras a las 22:25, en La Marca de la Bestia
CAPITULO X

Volver tras las rejas

He robado

 

Aquella madrugada, el teléfono empezó a sonar. Zulma se despertó sobresaltada, prendió el velador y vio el reloj despertador que descansaba en la cómoda. Ya eran casi las 4 de la mañana del 8 de febrero de 1999. Dormida, tanteó la cama por costumbre y comprobó que su marido, otra vez, había decidido no dormir en su casa. El sonido insistente del teléfono le dio un mal presentimien­to.

 

Había tenido un día difícil. Tenía fiebre, le dolía todo el cuer­po y para colmo no podía sacarse de la cabeza que estaba por nacer "el bastardito", como siempre llamaba al hijo que la Negra Chuntero tendría con Marcelo. Precisamente por ese tema había discutido el día anterior con Sajen. Estaba segura que "la otra" vivía como una reina, mientras ella se sentía cada vez más desplazada.

 

Se levantó en camisón, fue rápido hasta la cocina y levantó el teléfono. Era Marcelo.

-He robado y me agarraron -del otro lado del tubo Sajen hablaba apurado, nervioso, asustado.

Zulma sintió que el mundo se le derrumbaba. Como una tormenta, cientos de recuerdos volvieron a cruzarse por su cabeza. Recordó Pilar, la Policía allanando su casa, Marcelo trasladado en un patrullero, los aprietes en la comisaría, el juicio en Tribunales I, el rostro del secretario Ugarte, la cara de piedra de los jueces que condenaron a su marido y las penurias que vivió cuando tuvo que ir a visitarlo a la cárcel.

-¡¿Dónde mierda estás, hijo de puta?! -exclamó Zulma.

 

-En la primera..., me tienen en la comisaría del centro. Metí el

caño en una pizzería, el dueño me corrió y la yuta me agarró.

Me tienen encerrado y me permitieron hacer una llamada.

Llamalo al doctor Albornoz y pedile que me venga a ver urgente

y me saque. Perdóname Zulmita, por el amor de Dios. Perdóname. No sé qué me pasó.

 

-¡¿Cómo que no sabés?! ¡¿Cómo te agarraron?! Me prometiste que no... -gritó Zulma, llorando.

Los chicos se despertaron y se largaron a llorar, asustados por los chillidos de su madre.

-No sé si voy a seguir con vos Marcelo. Se acabó. ¡Esta vez, bas­ta! ¡Te vas a la mierda! -bramó la mujer antes de cortar.

 

 -¿Qué pasa mamá? -preguntó una de sus hijas, mientras se aso­maba a través del marco de la puerta. Detrás de ella, estaban sus otros hermanos.

 

-Nada, no pasa nada. Tuve una discusión con tu padre. Váyanse a dormir.

Zulma se sentó en una silla del comedor y siguió llorando. Esta vez, la relación con Marcelo se acababa.

 

A unas 50 cuadras de allí, en un calabozo de la comisaría primera, ubicada en la calle Corrientes 534, a pocas cuadras de la terminal de ómnibus de Córdoba, Marcelo Sajen se sentía perdido. Definitivamente perdido. Acababan de atraparlo luego de un asal­to y se veía condenado otra vez en una celda de la Penitenciaría. Pero lo que más terror le daba no era haber caído preso, sino que la chica a la que había violado momentos antes hiciera la denuncia y los policías vincularan ambos casos.

 

Sabía que no era imposible que ella fuera a esa comisaría. "Falta que me encuentre cara a cara y se pudre todo", pensó. Sin embar­go, lobo y víctima no iban a cruzarse. La joven efectuó la denuncia en la unidad judicial de la comisaría cuarta, del barrio Nueva Córdoba, y luego en la División Protección de las Personas, en la Jefatu­ra de Policía. Como las actuaciones judiciales quedaron asentadas en distintas oficinas, nadie relacionó la violación con el asalto, a pesar de que ambos delitos se habían cometido a escasas cuadras de distancia entre sí y en un breve lapso entre uno y otro.

 

La Policía y la Justicia se enterarían de que el ladrón y el violador eran la misma persona recién varios años después.

 

Permaneció un par de horas en la Comisaría Primera y luego fue trasladado a la Décima (llamada por aquel entonces Precinto 5), en la avenida Vélez Sarsfield 748, donde pasó la noche encerrado en un calabozo junto a varios presos más. Estuvo todo el día prácticamente sin dormir. Al día siguiente, antes de que lo trasla­daran a la Cárcel de Encausados  y de que pudiera ver a su abogado, los policías le permitieron a Sajen otra comunicación telefónica. Esta vez, llamó a Adriana.

 

La Negra Chuntero no estaba en casa para atender el teléfono. Había sido internada de urgencia en una clínica del centro de la ciudad para dar a luz al bebé que había concebido con Marcelo nueve meses antes.

 

La criatura nació por parto natural.

 

"No sé por qué Marcelo robó esa noche. Lo que sí sé, es que él estaba desesperado porque Zulma lo tenía loco. Estaba atormenta­do porque ella le exigía plata todo el tiempo. En cambio, yo nunca fui así, siempre me conformé con lo poco que tengo y que él me daba. Marcelo siempre me decía que yo sabía economizar, mien­tras que Zulma y sus hijos gastaban y gastaban. Pobrecito, todo lo que le pedían, él les daba", recuerda Adriana.

 

La Negra Chuntero recién se enteró de que Marcelo había sido detenido dos días después, cuando su cuñado Daniel Sajen fue a visitarla y a conocer a su flamante sobrino.

 

"Yo estaba desesperada, porque esa noche Marcelo no había vuelto a casa a cenar. Encima tampoco me venía a visitar y a ver al bebé. 'Este no me quiere más y me dejó para siempre', pensé. Y sufrí mucho. Cuando supe que había caído preso, me puse peor", señala la mujer.

A pesar de la bronca que sentía por su marido, Zulma había ido a contratar los servicios del abogado Diego Albornoz, el mismo que lo había defendido en el juicio por la violación de Pilar en 1985.

 

Cuando Zulma lo llamó, el abogado se puso a trabajar de inmediato para que su cliente recuperara su libertad. Sin embargo, no había mucho por hacer, las pruebas en su contra eran demasiadas.

 

Nombre falso

 

A los pocos días de haber dado a luz, Adriana regresó a su hogar. Quería sentirse feliz de haber sido madre nuevamente, pero la angustia de saber que su pareja estaba detenida no la dejaba pensar.

 

Un día a la mañana, sonó el teléfono y ella presintió que era su "negro", no se equivocó.

-Negrita mía. Te extraño mucho. ¿Cómo estás? ¿Cómo está el nene? ¿Está bien? ¿Toma la teta? -Sajen no paraba de hacerle preguntas. Se lo oía abatido, desesperado, angustiado

-Adrianita, vení a visitarme. Te extraño. Me tienen en Encausados . Pero cuando vengas como visita, pedí por Gustavo Rodolfo Brene. No digás Sajen. Acordate, Gustavo Rodolfo Brene. Ese es el nombre que di acá -dijo Sajen, susurrando.

Brene no era un invento cualquiera. Había adoptado el apelli­do de un familiar que su esposa Zulma tenía en Pilar. Adriana no entendía nada, pero igual anotó el nombre en un papel para no olvidarse.

 

Esa mañana había comprado los diarios, pero al igual que en los días anteriores no informaban nada sobre la captura de un la­drón en el centro luego de cometer un asalto a una pizzería.

 

Viejo conocedor del código delictivo, Sajen había dado una iden­tidad falsa. Lo había aprendido de sus hermanos. Y no sería la últi­ma vez. Sabía bien que dando un nombre trucho, y no teniendo el documento de identidad encima, la Policía iba a tardar mucho tiem­po en averiguar si tenía antecedentes delictivos y podían soltarlo.

 

El cotejo de sus huellas dactilares con las planillas de antecedentes delictivos se hacía en forma manual, al igual que en la ac­tualidad, y eso demandaba un extenuante trabajo para cualquier policía. De esa forma, pensó que podía zafar de una condena abul­tada.

 

"Ahora es más difícil pero antes siempre que caías preso se daba cualquier identidad menos la de uno, porque los canas, al ver que no tenías antecedentes, te dejaban en libertad y te decían 'preséntese mañana'. Si tenías esa suerte te ibas y no volvías más", señala, sonriendo, Daniel Sajen.

 

El fin de semana siguiente a haber dado a luz, Adriana fue hasta Encausados  a visitarlo. La mujer ya conocía bien el derruido penal del barrio Güemes. Sajen la había acompañado varias veces, cuando ella iba a visitar a un hermano que tenía "privado de la libertad", como prefiere decir ella antes de usar la palabra "pre­so".

 

Durante meses, loca de amor, la Negra Chuntero fue a ver a Marcelo todos los fines de semana. Incluso iba los miércoles y jueves. Le llevaba comida, ropa y algo de dinero. Cigarrillos no, por­que no fumaba. La mujer iba con su pequeño bebé, a quien Marcelo veía crecer poco a poco.

 

Sin embargo, las cosas no eran fáciles para ella. No tenía dinero y no podía alquilar más, por lo que se fue a vivir durante un tiempo a la casa de la madre de Marcelo, María Rosa Caporusso, en barrio Maldonado.

 

Paralelamente, durante todo ese tiempo, Zulma nunca había ido a visitar a su esposo. La mujer realmente estaba fastidiada con él porque había robado y caído preso. "Cuando fue detenido, lo dejé de ir a ver por un buen tiempo. Estaba muy enojada, porque no tenía por qué robar. Teníamos trabajo, dinero... Me había desilusionado mucho", recuerda Villalón.

 

"Zulma es, y siempre lo fue, una mujer de muchos principios. Una mujer de fierro, por eso dejó a Marcelo solo, cuando cayó pre­so. No se banco que él robara", relata por su parte un abogado allegado a la familia Sajen.

 

Finalmente, luego de seis meses, la mujer decidió ir a Encausados  junto a dos de sus hijas a visitar a su esposo. Y pasó lo inevi­table.

 

A metros de la puerta de entrada a la cárcel, sobre calle Ayacucho, Zulma y Adriana se encontraron frente a frente en la cola que hacían aquellas mujeres que iban de visita con sus bolsas de hacer compras, cargadas con azúcar, yerba y fideos. Ambas se conocían bien tras haberse cruzado en el barrio varias veces.

 

El encuentro no fue precedido precisamente por un beso y un abrazo afectuoso. Las dos se agarraron de los pelos y empezaron a insultarse y pegarse. Todo era griterío. Las demás visitas empezaron a gritar también y formaron una ronda para observar de cerca la pelea.

 

"Yo estaba con mi bebé en brazos y a ella no le importó, y me tiró de los pelos. Sin querer, quise defenderme con las manos y le pegué a una de sus hijas y le empezó a salir sangre de la nariz. Zulma se desesperó y llamó a la Policía. Zulma siempre lloraba la carta y en la Policía le daban bolilla", recuerda Adriana.

 

La Negra Chuntero fue a parar a la Comisaría Décima, donde le pintaron los dedos y la dejaron demorada durante algunas horas hasta que fue a buscarla su padre. Ese día no pudo ver a Marcelo. Zulma sí, pero al cabo de unas semanas iba a abandonarlo por un largo tiempo. Las secuelas de este episodio llegarían a oídos de los presos de boca de sus propias mujeres, que vieron a Zulma y a Adriana peleándose por Marcelo. Eso alimentaría en la cárcel el mito de mujeriego y "ganador" que Sajen ya traía desde su barrio, hasta el punto de que la primera referencia que todos los presos que lo conocieron hacen de él es que era visitado por dos mujeres en la cárcel.

 

El pluma del pabellón

 

Aquel 1999, Sajen estaba preso y Encausados  era pura ebullición. Ya se sabía que de un momento a otro el edificio iba a ser desalojado y que los internos iban a ser trasladados al flamante Complejo Carcelario Padre Lucchese, una moderna cárcel del Primer Mundo ubicada en la comuna de Bouwer, en el camino a Des­peñaderos, varios kilómetros al sur de la ciudad de Córdoba.

 

Sajen entró a Encausados  el 9 de febrero del '99 y fue a parar directamente "al Cerro", como se conocía al sector de los pabellones "VIP", ubicados por aquel entonces en los pisos superiores y que daban hacia calle Belgrano. El nombre hace referencia al Ce­rro de las Rosas, uno de los barrios más exclusivos de la ciudad de Córdoba. Se trataba de los pabellones 16, 17, 18 y 19. Se los denomi­naba así ya que, en comparación con los demás espacios, contaban con mejores condiciones de alojamiento, baños y celdas limpias, cocinas con freezer, heladera, lavarropas y hasta televisión con una antena parabólica satelital que permitía ver partidos de fútbol o la señal del canal porno Venus.

 

A diferencia de la primera vez que había estado alojado en Encausados , esta vez Marcelo Sajen no se sentía solo. Si bien ya no estaba más aquel directivo del Servicio Penitenciario -amigo de su padre- que le había brindado cierta protección, Marcelo se sentía seguro y acompañado en el pabellón, ya que a muchos los cono­cía del barrio, de la calle, de la vida misma. Ellos lo conocían como "Marcelo", aunque él seguía haciéndose pasar ante los guardia cárceles como un tal Gustavo Brene. Todos sabían que había caído por robo e ignoraban su violación en Pilar, cometida años antes.

 

Sajen permaneció alojado los primeros tiempos en el pabellón 19 que, respecto a los otro cuatro del sector VIP era el que tenía las menores comodidades.

 

Un buen día se produjo una violenta pelea entre dos bandos que disputaban el control del pabellón 19. El grupo de Sajen fue el que perdió y Marcelo terminó expulsado a patadas y estocadas con púas. Lo primero que se hace en estos casos es solicitar a los guardias que se traslade al preso y Sajen terminó recayendo en el pabe­llón 6 del primer centro, uno de los más duros de Encausados.

 

Allí se encontraba alojado su hermano mayor Leonardo (el Tur­co Miguel), que por aquel entonces, según coinciden sus hermanos y varios reclusos que lo conocieron, era el más pesado del pabe­llón. Era el pluma, el jefe de los demás. Todos le temían y cum­plían sus órdenes a rajatabla. Si alguien iba en contra de sus desig­nios, terminaba mal.

 

Como no podía ser de otra manera, Marcelo llegó al pabellón para acompañar a su hermano y pronto se convirtió en otro pie de plomo ante los demás.

 

Un pluma es un preso peligroso y respetado que controla todo en un pabellón: ya sea cómo se dividen los internos en cada celda, quién se queda, quién se va, qué se come, qué no se come, qué se debe hacer, qué no. Muchos incluso llegan a convertirse en cerebros de organizaciones delictivas muros adentro e incluso de ban­das que actúan muros afuera. Y no están solos, sino que cuentan con un ejército de "perros" -reclusos que les demuestran fideli­dad- que harán cumplir sus normas y designios al pie de la letra.

 

Según se comenta, Leonardo Sajen en toda su etapa carcelaria fue un buen pluma que no tenía perros bajo sus órdenes porque prefería manejarse solo. La tarea no es nada fácil, ya que un pluma debe tener el control y para ello tiene que evitar que nadie más pueda competirle dentro del pabellón. Así también, sabe bien que cualquier decisión que adopte, a la larga se puede volver en su contra.

 

"Si llega un tipo nuevo al pabellón y comienza a hacer amigos, tenés que controlarlo. Si no lo hacés, el tipo te va a disputar el poder en poco tiempo. Entonces tenés que anularlo. Si no lo hacés, te arriesgás a una pelea y podés perder. Además, el Servicio Penitenciario necesita que vos tengas controlado el pabellón para evi­tar motines y problemas. Si demostrás que no podés controlar la situación en tu pabellón, no le sos útil al Servicio. A la larga, dejás de ser pluma, uno no lo es toda la vida. Así empezás a deambular entre pabellones y en cada uno hay un hermano, un amigo o un primo de algún tipo al que le cagaste la vida y que te la va a co­brar", comentan dos plumas alojados en la Penitenciaría, quienes conocieron a los hermanos Sajen bien de cerca.

 

Durante largo tiempo, Leonardo y Marcelo habrían sido juntos plumas del pabellón 6. Al poco tiempo, llegó Daniel, el otro hermano. Entre los tres -dicen algunos- fueron imparables.

Por aquellos meses, estaba preso en Encausados  un sujeto que se hacía llamar el Conchita Martínez, quien ganó su sobrenombre por su notable parecido con la ex tenista española que brilló en los '90.

 

Conchita había sido "capeado" -echado- del pabellón 17 -el sector VIP- y, luego de pasar por varios sitios de Encausados  -una asamblea de presos que dirigía el pabellón 18 le negó la entrada-, recaló finalmente en el pabellón 6, de los hermanos Sajen.

 

 Martínez está sospechado por la Policía de haber sido un preso que maneja­ba el ingreso y comercio de las pastillas sedantes, la droga por excelencia en la cárcel, presuntamente en complicidad con guardia cárceles. Incluso, en la cárcel, se le adjudica el supuesto récord de haber logrado ingresar entre la Navidad de 1999 y el 1° de enero de 2000 la friolera de 11 mil pastillas.

 

Los presos que estuvieron con los Sajen recuerdan que los hermanos le exigieron una condición a Conchita para que pudiera quedarse en el pabellón: la compra de un televisor, una heladera y pintura suficiente para pintar todo el sector.

 

"Los Sajen lograron mejoras y además quedaron bien con los demás internos", señala uno de los presos.

 

En marzo de 1999, el fiscal de instrucción del Distrito 2 Turno 2 de la ciudad de Córdoba, Alejandro Moyano, comprobó que Gusta­vo Brene y Marcelo Mario Sajen eran la misma persona -las hue­llas dactilares eran idénticas- y envió su causa por el asalto a la pizzería a juicio. Sin embargo, iba a pasar mucho tiempo hasta que el juicio finalmente se iniciara.

 

Aparentemente, dado el poder que tenían los Sajen, las autoridades penitenciarias con el director de Encausados , Gustavo Mina, a la cabeza, decidieron separar a los hermanos. En realidad, den­tro de la cárcel y en la familia, se comenta que conociendo el per­fil de pluma de Leonardo puede haberse producido algún enfrentamiento entre los hermanos. En este sentido, Daniel confiesa que fue el mismo Marcelo quien pidió trasladarse al VIP nuevamente dejando a sus hermanos con el poder del pabellón 6.

 

Después de unos meses, Marcelo Sajen empezó un derrotero por distintos pabellones, en muchos de los cuales tuvo serios problemas con los internos y, como duro boxeador que había aprendi­do a ser, se trenzó en violentísimas peleas con varios de ellos. Eso le permitía hacerse respetar y por sobre todas las cosas reivindicar su fama de duro.

 

En las fojas de su prontuario quedó archivado un grave incidente registrado a fines de 1999 en el pabellón 24. En aquella opor­tunidad, Sajen se peleó con varios presos y cuando los guardia cárceles entraron al sector para sacarlo a los bastonazos, él tomó un secador de piso, lo partió en dos y fabricó una improvi­sada lanza. Así estuvo varios minutos amenazando a los guardias, evitando que nadie se le acercara, mientras a los gritos incitaba a los demás internos para que se amotinaran. En efecto, hubo una revuelta que rápidamente fue disuelta. Sajen se entregó y pasó varias semanas en aislamiento, encerrado en una celda oscura, sin salir al patio y, sobre todo, sin la visita de Adriana, quien durante todo este tiempo seguía estando presente todos los días de visita.

 

Culpable

 

Dado que las pruebas en su contra, por el asalto a la pizzería, eran abrumadoras, Sajen aceptó el consejo de su abogado Albornoz. El letrado le había sugerido que aceptara la realización de un juicio abreviado, ya que así podía obtener una condena menor a la de un juicio común.

 

Albornoz le explicó cómo era el proceso. El secretario del juez lee la acusación, el fiscal amplía los detalles de la causa y pide la pena, el acusado confiesa el delito y el juez da su sentencia. Todo rápido, todo en menos de una hora. Y la condena puede ser benévo­la.

 

El 19 de octubre de 2000, Sajen fue trasladado hasta los Tribunales II, un moderno edificio construido en el barrio Observatorio, ubicado a pocas cuadras de Encausados , y que reemplazó a Tribunales I para el tratamiento de las causas penales.

 

Un guardia cárcel lo condujo a la sala de audiencias de la Cámara 8a del Crimen, que estuvo prácticamente vacía durante la hora que duró el juicio abreviado. Obviamente, el proceso pasó total­mente inadvertido para los periodistas que recorrían por aquellos tiempos los pasillos de Tribunales II en busca de primicias judicia­les.

 

La audiencia estuvo presidida por el juez Jorge Moya, quien hizo leer a su secretario, Luis López, la acusación. El funcionario relató que en los primeros minutos del 8 de febrero de 1999, Marcelo Mario Sajen había entrado a una pizzería de calle San Luis y Cañada y, luego de amenazar a los encargados del local con un arma, se había apoderado de dinero en efectivo, luego de lo cual huyó. El dueño lo persiguió y, al cabo de unas cuadras, fue atrapado por el mismo comerciante.

 

Terminada la lectura de la acusación, el juez Moya miró a Sajen y le cedió la palabra. El delincuente, tal como había practicado en prisión con su abogado, confesó que todo era verdad. En la sala de audiencias estaban algunos de sus hermanos y Adriana.

 

Luego de oír al fiscal Javier Praddaude -el mismo que lo había procesado 14 años antes por la violación de Pilar- y al abogado defensor Albornoz, el juez dictó la sentencia: Sajen fue condenado a cinco años y medio de prisión por robo calificado, tenencia de arma de guerra, abuso de arma y encubrimiento.

 

Para decidir la pena, Moya había valorado la naturaleza del juicio abreviado, la acción desplegada por Sajen a la que conside­ró como peligrosa y la reiteración de los hechos delictivos. "A su favor tengo en cuenta que Sajen es un hombre de condición humil­de, con familia constituida por esposa y cinco hijos, que no tiene vicios", resaltó el juez en aquel fallo.

 

El magistrado también tuvo presente que el delincuente había confesado todo, "demostrando con ello su voluntad de encausar su vida hacia la comprensión y el respeto de la ley y su reinserción social". Nada más lejos de la realidad.

 

El juez ignoraba por completo que Sajen ya había empezado a violar en serie en 1991 y que su último ataque hasta que cayó preso había ocurrido justamente media hora antes de asaltar la pizzería. También ignoraba, como pareció desconocerlo durante años el

Servicio Penitenciario, que no era un delincuente primario (que purgaba su primera condena), sino que ya había estado condenado anteriormente. De acuerdo a las planillas del Servicio Penitenciario, también se desconocía la violación cometida en 1985 en Pilar hasta el punto de que en ninguno de sus estudios psicológicos y criminológicos se llega a hacer referencia a aquella violación.

 

La condena impuesta debía cumplirse el 8 de agosto de 2004. Sin embargo, el tiempo que Sajen estaría en prisión sería mucho menor, gracias a la ley del 2x1, una norma que permite que a un preso que se encuentra sin condena firme, cada día de detención se le compute doble. Sajen estaría detenido hasta el 8 de octubre de 2002. Veintiséis días después de quedar en libertad volvería a violar.

 

Enjaulado

 

Al día siguiente de haber sido condenado fue trasladado hasta el Complejo Carcelario Padre Lucchese, conocido en la actualidad como la Cárcel de Bouwer. El traslado no era casual, sino que se debía al cierre de Encausados .

 

Sajen se salvó de ser patoteado por guardia cárceles como había ocurrido meses antes en otro traslado, cuando varios emplea­dos penitenciarios golpearon violentamente a unos 36 reclusos como parte de "una despedida" de la cárcel de barrio Güemes, hecho que luego sería investigado por el fiscal Juan Manuel Ugarte.

 

Bouwer es la cárcel más moderna de toda Córdoba. Ubicada a unos 20 kilómetros al sur de la Capital, el complejo carcelario demandó varios años de construcción y su estructura fue copiada a los modelos de presidio de alta seguridad de los Estados Unidos. Cuen­ta con cuatro módulos separados que funcionan prácticamente como cárceles independientes. Cada módulo está compuesto de pabello­nes que tienen celdas habilitadas para alojar a uno o dos internos. Cada celda tiene .cama, baño, repisa y una ventana de vidrio con rejas que da al exterior. Todas las puertas de la cárcel se cierran en forma automática y el predio cuenta con un alambrado perimetral electrificado para evitar fugas. Sajen fue alojado en el pabellón D4 del sector B del módulo de mediana seguridad 1 de Bouwer. A los pocos días de estar en su nuevo lugar de residencia, cumplió 35 años. Prácticamente ni los festejó.

 

Para colmo de males, recibió una dura sanción disciplinaria, luego de que guardia cárceles le encontraran 82 psicofármacos ocul­tos en el bolsillo izquierdo de su pantalón, listos para ser vendidos dentro del penal, según consta en su prontuario número 15.364.

 

La versión oficial era que Sajen estaba tan desesperado que en un descuido de los guardias, quienes aún no conocían del todo las medidas de seguridad que había que tomar en la nueva cárcel, logró escapar de su pabellón cuando se abrió la puerta electrónica. Fue recapturado y le aplicaron una sanción aún mayor. La versión de Sajen, escrita a mano y enviada a las autoridades de la cárcel, era diferente y vinculaba a los guardias con el mercado ilegal de pastillas dentro del penal. En ese texto el preso dice que los guardias le hicieron levantar un paquete que no le pertenecía y que estaba lleno de psicofármacos; según su versión los penitenciarios le mintieron para que saliera del pabellón y después lo agarraron como si él hubiese intentado escapar. "Yo no quisiera perder mi trabajo, mi conducta. Además nunca tuve un castigo por psicofármacos", asegura Sajen en aquella carta.

 

El director de Bouwer, Maximino Bazán, no le creyó y lo mandó durante varias semanas a una celda de aislamiento. Como pro­testa, Sajen inició una huelga de hambre que se extendió por va­rios días y que marcaría el comienzo de su etapa más conflictiva dentro de la cárcel.

 

Mientras se encontraba en castigo, llegó a Bouwer una notificación de la Municipalidad de Córdoba en donde se lo instaba a abonar una abultada deuda por impuestos impagos.

 

Cuando salió de aislamiento, lo llevaron esposado al módulo MX1 de Bouwer, el de máxima seguridad. Sajen estaba excitado, sacado, extremadamente violento.

 

Por aquella época, la Cárcel de Bouwer era noticia nacional por la reiteración de casos de presos que se ahorcaban en sus cel­das, dado que no se acostumbraban a las nuevas y rígidas condicio­nes penitenciarias. El pésimo estado en que se encontraba Sajen se puede comprobar en un informe que data del 30 de noviembre de 2000 y que fue firmado por el entonces adjutor principal Rober­to Sosa. En el informe de actualización, se especificó que su con­ducta era "mala 2", que poseía varias sanciones en su haber, que la relación con el personal penitenciario era regular y que tenía "conflictos manifiestos" con los demás internos. Además, en el informe consta que su aseo personal era "regular", al igual que el estado de su celda.

 

En los primeros días de diciembre de aquel 2000, por orden de la Cámara 8a del Crimen, Sajen fue trasladado a la Penitenciaría del barrio San Martín.

 

Ni bien llegó al presidio, Marcelo pidió ser alojado en el pabellón 6. Cuando le preguntaron a qué se debía la solicitud, respondió que conocía a la totalidad de los internos alojados allí y sabía que se iba a llevar bien con ellos.

 

Se trataba del mismo pabellón que cinco años más tarde iba a iniciar un terrible motín que se extendería a todo el penal, que duraría todo un día y que acabaría con ocho personas muertas y con el edificio prácticamente destruido.

 

Nadie se explica por qué, cuando entró a la Penitenciaría, Sajen fue a parar al primer centro, ubicado en la parte delantera del establecimiento. Ocurre que por lo general, los recién llegados van a parar a los pabellones "del fondo" de la cárcel, donde precisa­mente se encuentran los internos de peor conducta y peores conde­nas.

 

Sajen fue sacado del pabellón 6, luego de protagonizar una vio­lenta pelea con otros reclusos. Según consta en su prontuario, cuan­do los guardias cárceles intervinieron, lo encontraron en la puerta de ingreso a los baños con una púa recubierta con un trapo en el mango para no cortarse la mano. Este tipo de "arma blanca" -como dice la Policía- sería usada en algunas de sus violaciones en la zona de Nueva Córdoba. Aunque algunos investigadores aseguran que nunca usó un arma blanca, sino que asustaba a sus víctimas con la ganzúa con la que después abría la puerta de los autos.

Del pabellón 6, Marcelo fue trasladado al 4, donde se encontra­ba su hermano Leonardo -convertido en todo un pluma- cumplien­do una condena por robo calificado.

 

Tal como había ocurrido en la anterior oportunidad que cumplió una condena en la Penitenciaría, Sajen trató de que nadie supiera que él una vez había sido condenado por una violación en Pilar. Sin embargo, algunos lograron enterarse de ese hecho. Pero lo que nadie sabía era que él ya era un violador serial y que tenía varios ataques en su haber en la ciudad de Córdoba.

 

"Muy pocos sabíamos que él andaba metido en ese 'embrollo'. Nadie sabía que era un mete pito. Después nos fuimos enterando, pero no le pasó nada, porque él era muy bueno para las piñas y se defendía cuando lo querían 'picotear'", comenta Maximiliano, un joven de barrio Colón que supo compartir pabellón con Sajen durante aquellos años.

 

Marcelo permaneció un tiempo en el 4 hasta que fue cambiado de lugar por orden del director del penal, Eduardo Sardarevic, quien lo envió al segundo centro de la Penitenciaría, sector que por aquel entonces empezaba a ser copado por "Los guerreros de Jesucristo", un movimiento de presos que practicaba la religión evangelista y que seguía los pasos de un interno llamado Astrada, devenido en pastor.

 

Sajen estuvo "aplaudiendo", como llaman despectivamente los presos a lo que hacen los evangelistas, pero terminó convirtiéndose en un interno problemático y durante un largo período fue desfi­lando de pabellón en pabellón. Cada vez que lo cambiaban era por­que había mantenido una violenta pelea con algún interno.

 

Según los testimonios recogidos en el marco de esta investigación, ninguna pelea se originó por su condición de violador, sino por cuestiones más "domésticas", como el hecho de haber sido plu­ma en otro pabellón o bien por ser un tipo pesado que no se dejaba dominar por cualquier "gil".

 

En su itinerario por la Penitenciaría llegó a estar alojado en el pabellón 2, donde se mostró como un interno tranquilo que no se metía con nadie. Muchos lo recuerdan sentado en la puerta de su celda tomando mate, tarareando canciones de Chébere, Sebastián, La Barra o Gary. Si bien no era pluma, era una persona que se hacía respetar. Saludaba a algunos internos cuando tenía ganas, mientras que a otros directamente no les daba ni la hora.

 

"El tipo era respetado por varios presos no sólo porque era un pesado, sino porque en los choreos nunca los había cagado. Era un tipo duro, pero leal. Tenía códigos. Era un choro como los de antes, nunca cagaba a sus compañeros de andanzas, llevándose algo de dinero a las escondidas. Si había buen 'filo', lo repartía en forma proporcional, pero sin joder a nadie", recuerda un abogado. "Pero era un delincuente sexual, todo el tiempo andaba hablando de sexo. En la cárcel lo que él más extrañaba era coger, como cuando esta­ba con sus mujeres", añade el mismo letrado.

 

Corrían los primeros días de setiembre de 2001. Fecha en la que, como se contará más adelante, el deseo de volver a ver a su gente (Zulma y los chicos) hizo que Sajen abandonar aquel código de silencio que sus compañeros de robo dicen que siempre respeté.

 

"Mientras estuvo preso, nunca dejó de preocuparse por sus hi­jos. Yo estaba desesperada y nerviosa por la situación que me toca­ba atravesar y le contaba que discutía con los chicos. Y ahí empe­zábamos a discutir, porque no le gustaba que yo me peleara con ellos. Siempre me decía: 'Si realmente me querés, no te enojes con los chicos'", comenta Zulma.

 

"Es gracioso, pero sus dos mujeres lo iban a ver a la cárcel. Iba Zulma y, cuando salía, entraba Adriana. A veces era al revés. Du­rante bastante tiempo fue así", rememora Andrés Caporusso, tío de Sajen.

 

Varias personas que supieron conocer a Sajen en prisión, comentan que él siempre dio la imagen de un hombre que odiaba a los violadores. "Él decía todo el tiempo que habría que matar a los 'violines'. Decía que los odiaba", cuentan algunos. "Permanente­mente andaba diciendo: 'Me voy a coger a éste si no hace tal cosa, me voy a coger a aquel otro", rememoran otros.

 

"Acá en la cárcel no teníamos idea de que era un violín. Es muy raro, porque cuando entra un violín los mismos guardias te lo mar­can, haciendo la típica mímica de estar tocando un violín. La ver­dad es que nos sorprendió enterarnos de que era el serial, porque su personalidad no daba la pauta de ser violín. No tenía rasgos de ese tipo", señala un joven que compartió pabellón con Sajen.

 

Otro interno, Walter Romero, compañero suyo en el pabellón 2, cuenta: "A la medianoche o a la madrugada los chantas acá te habilitaban el canal Venus y todos nos juntábamos a ver. Un día estábamos frente a la tele y Sajen, que siempre permanecía en su celda, se asomó para gritarnos: '¡Degenerados hijos de puta, vayan a dormir en lugar de ver esa porquería!'".

 

Todas las personas consultadas fueron concluyentes: nadie re­cuerda haber visto u oído que Sajen haya sido violado por algún interno.

 

"Mi hermano era un tipo bravo, era de pelearse mucho. Una vez se cruzó con Roberto Carmona (el asesino de Gabriela Ceppi), quien le tiró aceite hirviendo con azúcar. Marcelo alcanzó a esqui­var el chorro y luego lo cagó a trompadas", cuenta Eduardo Sajen.

 

"Mi hermano vio matar a un hombre en la cárcel. Era un tipo que estaba acusado de violar a una nena. Los demás presos lo colgaron de una reja y lo apuñalaron con púas. Marcelo siempre me decía que eran preferibles los policías en la calle, que los presos en la cárcel", dice Eduardo. Teniendo en cuenta el odio que Sajen sentía por quienes vestían uniforme, la frase resulta más que elocuente.

 

A Marcelo no le gustaba que los demás internos le hicieran bromas con alguna de sus mujeres. De hecho, cualquiera que le insinuara que una de ellas lo engañaba, terminaba con la nariz rota de una trompada. Menos aún toleraba que le insultaran a su madre.

 

Personalidad neurótica

 

Dijimos que durante su primer residencia carcelaria no quedaron registros que demuestren que Sajen haya sido entrevistado por los gabinetes psicológicos en referencia a las razones por las que violó. Ahora debemos decir que el más completo de los informes psicológicos que existe en los archivos de su segunda etapa carcelaria tiene apenas una página y media (fue realizado meses después de la sentencia) y tampoco hace referencia a sus antece­dentes de delincuente sexual.

 

Se transcribe en forma textual el informe criminológico ini­cial, realizado por el Centro de Observación y Diagnóstico del Servicio Penitenciario de Córdoba, el 13 de marzo de 2001.

     

Interno: Sajen, Mario Marcelo Prontuario: 15.364.

Informe criminológico inicial

Interno de 35 años de edad, reincidente, quien se en­cuentra cumpliendo una condena de cinco años y seis meses de prisión por el delito de autor responsable de robo calificado por el empleo de armas. Familia de origen urbana, de características socio-económica baja, numerosa, compuesta en su origen por los progenitores y seis hijos, siendo el interno el cuarto en orden de nacimiento.

 

El rol de proveedor económico sería ejercido por su padre en el mercado laboral informal en diferentes ac­tividades (verdulero, chapa y pintura, almacén) a lo lar­go de su vida.

Se infiere que el control y efectivización de los límites quedaría a cargo de su madre, tomando su progenitor una actitud pasiva y cómplice; advirtiéndose que existi­ría cierta idealización de la figura  paterna, vivenciándola como bueno y compañero, y una figura materna autoritaria y distante.

 

Culmina el primer ciclo de escolarización integrándose en el mercado laboral en tareas a destajo. A la luz del material y tomando en consideración los aportes del profesional interviniente en anterior con­dena, se coincidiría que: "la problemática del interno es de tipo neurótica, juicio y sentido de realidad se en­contrarían conservados...: evidenciándose característi­cas de tipo pasivas, aspectos depresivos e inmaduros que subyacen en dicha estructura.

 

Al momento se deduciría cierta labilidad yoica, fragili­dad y precariedad a nivel de las defensas, como tam­bién que existirían sentimientos de minusvalía e infe­rioridad.

Durante su adolescencia (16 años) conforma pareja le­galmente constituida con una joven de 14 años de edad, con la cual tiene 5 hijos. Vínculo que se habría mante­nido durante su condena anterior y que se sostendría en la actualidad.

 

El sostén económico del grupo familiar vincular sería ejercido por el interno en tareas a destajo, las que se­rían alternadas con actividades delictivas, como forma de cubrir las necesidades básicas insatisfechas, llegan­do a ser naturalizadas dichas actividades por el grupo familiar externo.

 

Se deduciría a partir de las entrevistas administradas cierta sensación interna de abatimiento y tristeza, devenida de la sustitución de encierro; nivel de angus­tia subyacente.


En relación al delito por el cual se encuentra privado de la libertad, lo reconoce, a pesar de que no se obser­va implicancia subjetiva con respecto al mismo, depo­sitando en el afuera la responsabilidad de su accionar transgresor.

Recomendaciones:

Atención técnica a demanda.

Trabajo a demanda.

El trabajo está firmado por las licenciadas Rita Luque y Miriam Zbrun, trabajadora social y psicóloga, respectivamente.

 

Más informes

 

Durante todo 2001, Marcelo Sajen pasó por gran parte de los pabellones de la Penitenciaría. Cada vez que lo sacaban de uno, los guardia cárceles le preguntaban con quién había tenido proble­mas a fin de llenar una planilla. Viejo conocedor del código carce­lario, Sajen siempre se mantuvo en silencio para evitar males ma­yores en un futuro. Sin embargo, los responsables de la División Seguridad del penal lo tenían entre ojos: sabían muy bien que era una persona problemática y así lo hacían constar en sus expedien­tes, donde señalaban que su conducta era pésima.

 

Marcelo buscó ayuda en el gabinete psicológico del penal. Fue atendido por la psicóloga María Elena de Paul, quien, luego de una serie de entrevistas, elaboró un informe en el que constaba que Sajen tenía "sentimientos de culpa y una búsqueda de reparación por el daño ocasionado" en el asalto a la pizzería. (La licenciada no tenía por qué saber, como lo sabemos nosotros, que al momento de robar los problemas de Sajen no consistían en la dificultad para llenar una canasta básica, sino dos y que al momento de aquel robo el delincuente -como lo aseguró Zulma- poseía tres automóviles).

 

Finalmente refirió en el estudio -que consta en el prontuario 15.364-: "Subyacen aspectos de índole depresiva en su estructura de personalidad. Se infiere estado de angustia ante la situación descripta precedentemente y cierta inhibición de sus derivados impulsivos en este contexto".

 

Sin embargo, la psicóloga no expuso ninguna conclusión respecto a su condición de delincuente sexual, porque simplemente lo ignoraba, como todos. Sajen era una tumba. Hablaba de aquello que quería y ocultaba lo que no podía saber nadie.

 

"Yo lo conocí en la cárcel. Era capo. Solía juntarse con una banda de barrio General Urquiza. Pero cuando en ese pabellón se supo que él había sido un violador, tuvo problemas con los demás internos. Se cagó a trompadas con todos, lo sacaron del pabellón y lo llevaron a otro lado. Él siempre se defendía a las piñas", comen­ta Wilson, un joven que supo cumplir una dura condena por robo.

 

Hacía tiempo que Sajen había dejado de ser ese interno gentil y educado que en la década del '80 eligió ir al cine a ver Las aven­turas de Chatrán.

 

Sajen, el soplón

 

Acababa de cobrar 22 mil pesos después de adherirse al retiro voluntario de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (Epec) y, con apenas 47 años, se preparaba para vivir una nueva vida. Co­rría 2001 y estaba a punto de comenzar la primavera. El mundo se encontraba conmovido: hacía ocho días que la red terrorista Al Qaeda había cometido el atentado contra el World Trade Center en Nueva York. Pero para los vecinos de barrio General Urquiza esta­ba por pasar algo mucho más importante.

 

Ocurrió la noche del miércoles 19 de setiembre, alrededor de las nueve y cuarto de la noche. Eduardo Virgilio Murúa salió de la casa de una amiga y se dirigió hasta donde se encontraba estacio­nado su Renault 19. Sin tomar precauciones, el hombre subió y, antes de que pudiera arrancar, vio que por la ventanilla se asoma­ba un hombre y le exigía dinero. El ladrón no estaba solo, lo acom­pañaban otros dos y lo amenazaban con una pistola. Aparentemen­te, Murúa lo reconoció.

 

El empleado de Epec, sabiendo lo que buscaban, decidió que no estaba dispuesto a entregar su nueva vida, así que no bajó el vidrio y, nervioso, intentó encender el motor. No pudo. Uno de los asaltantes destrozó la ventanilla y le disparó un balazo desde corta distancia que terminó incrustándose en el hombro de la víctima. El proyectil salió por la base del cuello, provocándole instantánea­mente una hemorragia que a la larga sería mortal.

 

A esa hora se jugaba en Chile un partido de la Copa Mercosur entre Universidad Católica y Boca Juniors. Ese fue el pretexto que pusieron la mayoría de los vecinos para justificar que no escucha­ron el disparo. Los asaltantes escaparon con la campera de Murúa y una cartera donde, se cree, estaba el dinero. En el bolsillo del hombre moribundo quedaron 734 pesos.

 

Murúa, tapando con la mano derecha el orificio que tenía en el cuello, alcanzó a descender del auto y caminó 50 metros por la calle Miguel del Sesse, mientras intentaba evitar que la sangre si­guiera brotando de la herida. Quería llegar a la casa de su amiga, pero nunca llegó. La ambulancia del servicio de emergencias lo encontró muerto en la vereda.

 

A lo largo de toda su vida, Sajen se mostró como un enemigo de la Policía. De hecho, odiaba a todo aquel que formara parte de las fuerzas de seguridad. Sin embargo, hay un episodio que vincula a toda su familia y que lo muestra especialmente a él como un infor­mante de esa fuerza a la que aseguraba odiar.

 

El hecho merece ser relatado porque explicará muchas de las cosas que en el año 2004, con Sajen ya convertido en el principal sospechoso de ser el violador serial, ocurren en torno a la familia de este hombre para facilitar que la Justicia realice el análisis de ADN final, que terminó vinculándolo a la serie de violaciones.

 

El homicidio de Murúa golpeó particularmente a la familia Sajen, ya que el hombre en cuestión había sido una de las personas que más ayudó a los hijos de Marcelo cuando éste estaba preso. Inclusive se dice en el barrio que uno de los hijos de Zulma llegó a irse de vacaciones con éste hombre durante el verano de 2000/2001. La casualidad hizo que el encargado de investigar ese homicidio fuera un joven y ascendente policía de la División Homicidios, lla­mado Rafael Sosa, que por ese entonces se desempeñaba como jefe de calle de la dependencia.

Fuentes policiales señalan que el comisario Sosa, uno de los investigadores más respetados de la causa del violador serial, logró identificar a uno de los asesinos gracias a la ayuda de una mu­jer llamada Zulma Villalón, que se comunicó con Homicidios y dijo que su marido (Marcelo Sajen, preso en la cárcel) tenía informa­ción que permitiría resolver el caso.

 

Este hecho estableció un vínculo, principalmente entre Zulma y Sosa, que volverían a encontrarse en una dramática (pero a la vez graciosa) circunstancia en diciembre de 2004. Los datos aportados en aquella oportunidad llegaron a Sosa de la boca de Sajen, quien se comunicó desde un teléfono público del pabellón en el que se encontraba para brindar los datos de la persona que, "según se de­cía en la cárcel", había matado a Murúa.

 

La libertad

 

El año 2002 fue un año de cambios para Sajen. Por consejo de su abogado Albornoz, se concientizó de que debía evitar los con­flictos con otros internos y se puso como meta principal mejorar la conducta. Sólo de esta forma podía beneficiarse con la salida con­dicional. Aún faltaban más de dos años y medio para cumplir el total de la condena, pero Sajen no aguantaba más permanecer en­cerrado en prisión.

 

Durante los primeros meses trató de ganarse la confianza de los guardias, evitó las riñas y se mantuvo fuera de cuanto motín o reyerta se registrara en la Penitenciaría. En efecto, en su prontua­rio no consta ninguna sanción o llamado de atención por participar en ese tipo de episodios.

 

Paralelamente, empezó a trabajar en la cárcel, aunque esto no fue fácil, ya que no había suficientes vacantes ni presupuesto para las áreas laborales. De todos modos, logró ganarse un puesto como fajinero en la cocina y hasta empezó a hacer manualidades, lo que le permitió ganar algo de dinero.

 

"Fabricaba veladores, cuadritos, pósters, lo que podía. Yo le llevaba algunos implementos y él los hacía. Luego me los daba y yo me encargaba de venderlos en la calle, junto a mis hijos. De paso me hacía de algunos pesos y me ayudaba a sobrevivir. También ha­cía trabajar a otros presos que estaban con él", cuenta sonriente Adriana del Valle Castro.

 

En marzo de ese año, el Consejo Criminológico del Servicio Penitenciario evaluó sus antecedentes y concluyó que Sajen demostraba una capacidad auto reflexiva sobre el delito y había me­jorado en su conducta y su relación con los demás internos y el personal. Por ello, en forma unánime, se le permitió que entrara en la "fase de afianzamiento", lo que posibilitó que al poco tiempo empezara a gozar de salidas transitorias los sábados, día en que iba a visitar a su esposa Zulma y a sus hijos.

 

En setiembre de 2002, el Consejo Criminológico se volvió a re­unir y concluyó en forma positiva a favor, algo que él había estado demostrando todo ese tiempo. El informe daba cuenta de que su conducta era excelente, era responsable en la realización de ta­reas y participativo, además de respetuoso y colaborador con sus docentes y compañeros. Tampoco presentaba dificultades de apren­dizaje ni de integración.

 

En la planilla también constaba que en el trabajo como fajinero era muy responsable y no tenía conflictos con los demás internos. Finalmente, el estudio psicológico indicaba que Sajen estaba "ex­pectante ante la posibilidad de libertad anticipada", lo que gene­raba en él "deseos de retornar a su grupo familiar" y de trabajar en "actividades alejadas de lo delictivo". "En relación al delito por el cual cursa condena, Sajen ha podido reconocerlo como de su autoría, aduciendo malestar (...) como así también ha referido arrepenti­miento e intentos de reparación frente al daño ocasionado", remarcaba el informe psicológico.

 

"Marcelo estaba entusiasmado en salir de prisión, porque le había dicho que íbamos a estar juntos y que íbamos a trabajar en la venta de autos", comenta Zulma.

 

A fines de setiembre de 2002, Albornoz presentó en Tribunales II, y ante la Cámara 8a del Crimen, una solicitud para que Sajen pudiera salir definitivamente en libertad condicional.

 

En los primeros días de octubre, la Cámara respondió a favor del planteo, ya que a su entender el interno había cumplido el tiem­po suficiente en prisión, tal como lo exigía la ley. El lobo estaba por ser liberado en poco tiempo.

 

En la resolución, firmada por el juez Luis Hirginio Ortiz, la Cáma­ra terminó concediéndole a Sajen el beneficio de la libertad condi­cional. Tuvieron que pasar un par de semanas más, por cuestiones burocráticas, para que el dictamen se cumpliera en forma definitiva.

 

El 8 de ese mismo mes, Marcelo Mario Sajen preparó su bolso y dejó la Penitenciaría. En el penal de barrio San Martín queda­ron, en tanto, varios de sus conocidos. Entre ellos se encontraba un tal X. X.[1], un hombre condenado por robo y que compartió pabe­llón con Sajen.

 

X. X. se convertiría en un eslabón clave el 28 de diciembre de 2004, en plena cacería del violador serial, ya que él avisaría a la Policía dónde se encontraba el Marcelo Mario Sajen que tanto bus­caban.

 

Aquel día que recuperó su libertad, fue llevado en un móvil del Servicio Penitenciario de Córdoba hasta los Tribunales II, donde firmó el acta de su liberación en la Cámara que lo había condena­do tres años antes.

 

El violador se esmeró y firmó Marcelo Sajen en la planilla con una letra perfecta, como hacía tiempo que no conseguía plasmar. De la Cámara, y a través del presoducto, fue trasladado a la Alcaidía de los Tribunales II, en el subsuelo del edificio. A las 13.50 de ese día, Sajen recuperó su ansiada libertad, luego de haber permane­cido 44 meses preso o, lo que es lo mismo, tres años y ocho meses.

 

Ni bien la puerta de salida de la Alcaidía se abrió, dio unos pasos, dejó caer el bolso y se fundió en un abrazo con Zulma y sus hijos, quienes habían ido a buscarlo. Durante un par de minutos, todos lloraron en silencio. Ese día, Sajen se juró dos cosas. Una era que nunca más iba a hacer sufrir a su familia. La otra que nun­ca más volvería a la cárcel. Antes, prefería matarse como Bichi, de un tiro en la cabeza.

Palabras claves , , ,
Sin comentarios  ·  Recomendar
 
//12 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XXII La muerte

por jocharras a las 17:47, en La Marca de la Bestia
CAPÍTULO XXII

La muerte

Jugado

-Estoy jugado, estoy jugado, estoy jugado...

Repite mientras lleva su clásico paso de gorila que hace tambalear su cuerpo de un lado para el otro. Lleva la cabeza hacia abajo escondiendo el rostro. Tiene puestas zapatillas negras, un pantalón jean azul y un buzo rojo con rayas grises en las mangas. Lentes oscuros y la gorra de lona azul que su primo le regaló en la mañana mientras probaban la moto.

Camina rápido, respira hondo y transpira. Sin embargo, siente frío. En el bolsillo trasero derecho del pantalón lleva la estampita de Jesucristo que lo acompaña día a día desde que estuvo en la cárcel, el sudor ha hecho que se pegotee con el certificado de hábeas corpus. En los bolsillos delanteros tiene el blíster vacío de un ansiolítico, una pastilla de Viagra y todo el dinero que le queda: un peso con 30 centavos. La vida de Marcelo Sajen es muchas vidas, incluso cuando su final se dibuja claramente en el horizonte.

Al notar la presencia policial mira hacia atrás y ve la camione­ta con la baliza encendida. Ha sabido escabullirse de situaciones mucho peores, pero esta vez tiene la sensación de que a la vuelta de la esquina le espera otra encrucijada. Piensa en escapar, pero en un escape diferente. Piensa en su hermano Bichi. De alguna forma, resulta un alivio que lo hayan encontrado.

Acelera el paso. Vuelve a darse vuelta y ve que el CAP ya está a pocos metros. A bordo del vehículo, el oficial Bolloli habla sin pausa por el handy y alerta a la base que han tomado contacto con el prófugo.

Sajen mete la mano derecha debajo de la chomba y saca la 11.25. La siente pesada. En un abrir y cerrar de ojos, la pasa a su otra mano.

Imaginaba un final diferente. Quizá, hasta imaginaba tener más valor a la hora de enfrentar a la Policía. Después de todo, qué saben estos tipos de que él es un hombre respetado. Qué saben de que sus mujeres desesperan cuando se va, de que sus hijos lo aman y lo seguirán amando.

-Estoy jugado -repite antes de empezar a correr.

Está armado! ¡Sajen está armado! -gritan los policías entre sí. cuando lo ven sacar el arma. Piensan que va a darse vuelta para disparar pero, asombrados, lo ven alejarse a toda veloci­dad.

El delincuente avanza unos metros por calle Tío Pujio y, antes de llegar a la esquina, cruza de calzada para meterse en el jardín de una pequeña vivienda.

La casa, ubicada al 1871, es la más humilde de la cuadra. Está pintada de blanco en el frente y tiene una puerta amarilla al medio. Las ventanas, a ambos lados de la puerta de chapa, son del mismo color y del mismo material.

El jardín de adelante tiene una extraña forma triangular. Hay césped y un sendero de cemento que une el ingreso a la vivienda con la vereda. El matrimonio de ancianos que allí vive no se encuentra en casa.

No intenta entrar a la vivienda, sabe que está rodeado. Se mete a ese pequeño patio delantero y se para observando la calle con la mirada fija en el móvil del CAP que acaba de frenar frente a la casa. En su mano izquierda tiene la pistola.

Los dos policías de la patrulla observan los movimientos del delincuente mientras se bajan con cuidado para ponerse los chale­cos antibalas. El tiroteo parece inminente. Justo en ese momento llega el Renault 18 con los policías del CIE. Estacionan delante del patrullero y se bajan con sus pistolas 9 milímetros en la mano. Des­de la calle alcanzan a ver con cierta dificultad a Sajen.

-Calmate loco, bajá el arma. Calmate. No hagas locuras...-gri­ta uno de los policías que puede divisarlo.

-Yo estoy jugado. ¡Lo único que pido es que larguen a mi herma­no! ¡Él no tiene nada que ver!

Bajá el fierro Sajen! ¡No tiene sentido! -grita otra vez el uni­formado.

El cielo está todo encapotado y tiene esa extraña tonalidad naranja que sólo tienen los preludios de las tormentas de verano.

Sajen está perdido. Flexiona levemente sus piernas como para ponerse en cuclillas y se lleva el frío caño de la 11.25 en la sien. Faltan unos pocos segundos para las 8.15 de la noche. Por un instan­te todo parece paralizarse mientras las palabras de los policías se oyen cada vez más lejanas. Incluso su propia respiración empieza a sonar distante, mientras el mundo se presenta como una película proyectada en cámara lenta.

Cierra los ojos con el deseo de que algún recuerdo se instale en su memoria, pero es imposible. Ni Pilar, ni los primeros tiempos con Zulma o el nacimiento de sus hijos alcanzan a tomar la forma de un pensamiento. Tampoco aquel primer encuentro con la Negra Chuntero lo ayuda a escapar de ese instante atroz en el que es el principal testigo de su propio final. El recorrido del proyectil des­troza su cabeza.

Sin nada que lo ayudara a escapar, el disparo le quitó todo pensamiento. Sólo el estallido y el dolor provocado por la bala, lo acompañó como un constante e ininterrumpido aturdimiento durante los dos días que permaneció en coma, hasta que el 30 de di­ciembre a las 8.07, en la sala de terapia intensiva del Hospital de Urgencias, Marcelo Mario Sajen dejó de respirar. Entró a la muer­te con los ojos cerrados.

Fin.


Palabras claves , , ,
Sin comentarios  ·  Recomendar
 
//12 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XXI El ocaso

por jocharras a las 17:39, en La Marca de la Bestia
CAPÍTULO XXI

El ocaso

No tan inocentes (28 de diciembre)

Como había venido ocurriendo en los últimos días, los celulares de todos los integrantes de la investigación permanecían en­cendidos las 24 horas del día. Aquella cálida mañana del 28 de diciembre, cuando hacía poco que había amanecido, sonó el telé­fono del fiscal Ugarte, quien tomaba un café en la cocina de su casa. El funcionario atendió de inmediato y escuchó del otro lado la voz de la jefa del Ceprocor, Nidia Modesti.

-Doctor Ugarte, es Marcelo Sajen. Las muestras de ADN del hijo, de la saliva del cepillo de dientes y del cabello son coincidentes con el perfil genético del serial. Los análisis de la san­gre del hijo y del hermano se están realizando, pero sus porcen­tajes se corresponderían con esos parentescos. Y diría que no hay dudas. El violador serial es Marcelo Sajen.

La voz de Modesti sonaba acelerada, ansiosa. La bioquímica era consciente del valor de la información que estaba transmitiendo.

Ceremonioso como siempre, sin perder la compostura, Ugarte agradeció el llamado y cortó. Desde hacía varios días, el fiscal tenía la sospecha que el hombre que le quitaba el sueño era aquel delincuente que había conocido en 1985. La sangre empezó a correrle aceleradamente. Había que atraparlo. Capturarlo era el gran desa­fío de su vida: el más importante de todos. Las cartas estaban tira­das de tal manera que podía convertirse en un héroe o bien en el mayor de los inútiles, y aunque lo primero era algo que siempre había esperado, no estaba dispuesto a tolerar lo segundo.

A partir de ese llamado telefónico, los relojes habían empezado a correr para atrás. Había que atrapar a Sajen cuanto antes, pero la incertidumbre era precisamente si él aún se encontraba en Córdoba. Y en ese caso, dónde.

¿La Policía podía atraparlo? ¿Podía capturarlo vivo? Cientos de preguntas envolvieron al fiscal, quien rápidamente se comunicó con su jefe, Gustavo Vidal Lazcano, y con sus pares, Pedro Caballero y Maximiliano Hairabedian.

En pocos segundos, otros celulares iban a comenzar a sonar. Entre ellos el del gobernador José Manuel De la Sota, que tomó la noticia como un ansiado triunfo para un año que, en materia de seguridad, había sido nefasto.

De la Sota estaba por subir al helicóptero de la Gobernación, dispuesto a viajar a la localidad de Morrison, al sudeste provincial, para inaugurar unas vivienda cuando se enteró de la noticia y de que Ugarte quería hacer una conferencia de prensa. Ni lerdo ni perezoso, decidió quedarse en la Capital.

El jefe de Policía, Jorge Rodríguez, recibió la noticia de boca del ministro de Seguridad, Carlos Alesandri, y se la retransmitió a su plana mayor, entre quienes se encontraba el jefe de Investigaciones Criminales, Pablo Nieto. Asimismo el propio Alesandri fue quien se encargó de retransmitír  la buena nueva al otro grupo que había participado de la investigación: la Policía Judicial.

Nieto llegó rebosante al primer piso de la Jefatura de Policía y fue derecho al casino de oficiales donde un grupo de comisarios, entre los que estaban Eduardo Rodríguez, Oscar Vargas y Rafael Sosa, desayunaban.

-Bebucho, ¿sabés quién es el serial? -dijo Nieto, dirigiéndose a su segundo, el comisario Rodríguez.

-¡Yo! -bromeó el comisario

-No, hablo en serio, che. Es Sajen. Ya está el ADN.

 -¡Ja, ja, ja! Linda joda del día de los inocentes -respondió Rodríguez, mientras daba cuenta del primer criollito (bizcocho) de los tantos que devora al día.

No hizo falta que Nieto aclarara nada. El rostro del comisario les mostró que hablaba en serio. Todos dejaron las tazas sobre la mesa y se levantaron de un ¿alto. A partir de entonces, se iniciaba una jornada frenética para los investigadores y, por cierto, para gran parte de los policías de Córdoba.

Como Sajen ya se le había escapado a la Policía en varias opor­tunidades, Ugarte no quiso correr  más riesgos y decidió que lo más conveniente era pedir ayuda a la población. "El tipo es un violador serial. Será delincuente sí, tendrá contactos con el bajo mundo sí, pero al fin y al cabo es un violador. Es un ser repugnante y nadie le va a dar ayuda. Le van a soltar la mano. Hay que dar a conocer esto a la sociedad", razonó el fiscal, que además desconfiaba seriamen­te de que la Policía pudiera agarrarlo. Sus pares y su jefe estuvie­ron de acuerdo. Entonces, lo mejor era realizar una conferencia de prensa, con la mayor cantidad de medios periodísticos posibles, y dar a conocer el rostro del delincuente y su identidad.

De la Sota, que ya se imaginaba sosteniendo la foto del enemi­go público N° 1, apenas tres días antes del fin de Un año desastroso en materia de seguridad, se mostró de acuerdo y redobló la apuesta: había que hacer la conferencia, reiterar los números telefóni­cos y, además, volver a ofrecer la recompensa de 50 mil pesos en efectivo.

La idea, además, era que antes de que se iniciara la conferencia, toda la Policía debía saber a quién tenían que buscar. Todos los patrulleros debían salir a recorrer las calles con una foto del prófugo. Para ello se ordenó realizar cientos de copias color de las imágenes que, días antes, habían obtenido los investigadores de la División Homicidios cuando filmaron a Sajen en el falso control vehicular. La orden del fiscal, ni siquiera en ese momento de tamaña tensión, iba a llegar a cumplimentarse con la celeridad necesaria.

El jefe de Policía, Jorge Rodríguez, se reunió con la plana mayor en la Jefatura, principalmente con los comisarios Nieto y Miguel Martínez, jefe de Operaciones, con quienes diagramó el plan de búsqueda que en la práctica recaería en Vargas y Bebucho Rodríguez.

"Se dispuso un amplio operativo de rastreo con la mayor canti­dad de hombres posible. Además, ordené que se controlaran las rutas, peajes y la terminal de ómnibus ante la posibilidad de que Sajen se nos fugara", señala Nieto.

Cerca de las 10 de la mañana, Ugarte mantuvo un cruce con Vidal Lascano respecto a dónde debía realizarse la conferencia. El fiscal quería hacerla en su propia oficina, pero su jefe lo convenció de que lo más razonable era que se concretara en la mismísima Fiscalía General, en el edificio de Tribunales I. Sin embargo, De la Sota desechó ambas y ordenó que un acto de esa envergadura no podía realizarse en otro ámbito que no fuera la Casa de las Tejas. Ugarte evaluó que si lo que necesitaba era dar un impacto, el mejor lugar podía ser la Casa de Gobierno. Aunque reconocía la manifiesta intencionalidad política del gobernador, aceptó.

El periodista Miguel Clariá, de radio Cadena 3, fue el primer periodista en dar la información a la población en el marco del programa Juntos, el de mayor audiencia de Córdoba. Era el día de los inocentes y los cruces de llamados entre periodistas para confirmar la información se multiplicaron. A las 11, todos los medios de prensa de Córdoba y varios móviles de los principales canales de Buenos Aires ya estaban en Casa de Gobierno, en la avenida Chacabuco al 1300 del barrio Nueva Córdoba.

Los canales televisivos locales comenzaron a transmitir en vivo. Diez minutos después se inició la conferencia en la sala principal de la sede gubernamental. La sala, elegantemente alfombrada y en cuyo ingreso hay puertas de madera como tenían los antiguos cines de barrio, estaba atestada de expectantes periodistas.

En medio del escenario principal se ubicó De la Sota, quien quedó flanqueado por Alesandri, Jorge Rodríguez, Vidal Lascano y el triunvirato de fiscales con Ugarte a la cabeza. Un poco más atrás se ubicó el jefe de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá. Su­gestivamente no estaba el secretario de Seguridad, Horaldo Senn. Nadie del Gobierno quería que apareciera en la foto, luego de los desafortunados comentarios que había lanzado contra Ugarte días antes.

A excepción de Ugarte, Hairabedian, Caballero y Pérez Barberá, los demás funcionarios no paraban de sonreír, sin poder ocultar su euforia. Para ellos, el solo hecho de haber identificado al delincuente que había hecho tambalear como nadie la seguridad en la provincia, representaba un triunfo. Y allí estaban en hilera posando para los fotógrafos, dejando de lado las rivalidades y odios que hasta la se­mana anterior habían enfrentado a muchos de ellos.

Con toda grandilocuencia, De la Sota desplegó ante las cámaras una hoja con el rostro impreso de Sajen. Detrás de él, sobre un telón, yacía estampado el logo de su gestión: "Córdoba corazón de mi país". Los flashes de los fotógrafos hicieron blanco en la imagen del violador serial, iluminando el salón. El rostro adusto de Ugarte seguía sin inmutarse. ¿A qué obedecía semejante parquedad? Al tono de la conferencia tan plagado de intenciones políticas pero, principalmente a que no confiaba en que los policías, a los que - creía- Sajen se les había perdido, pudieran atraparlo ahora.

Luego de las palabras de De la Sota, fue el fiscal quien se encargo de informar que el violador se llamaba Marcelo Mario Sajen o Gustavo Adolfo Segal o Gustavo Adolfo Brene, basándose en las distintas identidades que el delincuente había proporcionado cada vez que había estado detenido en 1985, 1993 y 1999. Mientras indica­ba que había cumplido dos condenas en su vida, una por violación, la jefa de prensa de Vidal Lascano, Nelva Manera, repartía son­riente copias de la foto de Sajen a los periodistas. Finalmente, Ugarte dijo que se había ordenado la captura provincial, nacional e internacional del prófugo y pidió ayuda a la población.

Antes de que todo concluyera, De la Sota manoteó el micrófo­no y aclaró que seguía en pie la recompensa.

"Era imprescindible esa conferencia. Había que dar ese shock mediático para que los cordobeses nos ayudaran a buscarlo. Era imprescindible. Yo sabía que la gente iba a colaborar. Nadie podía ayudar a un ser tan deleznable. Teníamos información fehaciente de que el serial se iba del país", justifica el fiscal.

Cuando concluyó la conferencia, De la Sota desapareció de la sala por atrás, junto a su ladero Alesandri. Los periodistas se aba­lanzaron sobre el jefe de Policía y sobre los fiscales; pero ninguno quiso hablar demasiado. En la Casa de las Tejas muchos comenta­ban que la cacería se había largado y la presa no iba a aparecer viva.

El rostro de Sajen, mirando a cámara con sus oscuras cejas arqueadas y ese gesto de perplejidad, pronto se metió en cientos de miles de hogares y quedó grabado en la memoria de muchos. En algunos, la noticia provocó sorpresa y curiosidad lógica, algo esperable si se tiene en cuenta lo que significaba esa revelación. Sin embargo, en otros domicilios, tanto de la provincia de Córdoba como de otras provincias argentinas, la noticia iba a representar una profunda y dolorosa puñalada. Eran los hogares de aquellas jóvenes que habían sido víctimas del depravado. Ahora, el dolor y el odio ya tenían un rostro humano.

Barrio copado

Mientras en la Casa de las Tejas se informaba que el violador serial había dejado de ser un fantasma, en barrio General Urquiza todo era locura y vorágine. El grupo de elite Eter de la Policía, junto a brigadas de investigadores, allanaron la casa de Sajen en calle Montes de Oca. Algunos entraron por adelante, mientras otros brin­daban apoyo subidos al techo. En la vivienda se encontraron con los hijos del fugitivo, quienes lloraban desconsolados sin poder enten­der nada de lo que estaba ocurriendo. Hacía unos pocos minutos su madre, Zulma Villalón, había salido raudamente en un remis hacia Tribunales II para hablar con Ugarte (en realidad telefónicamente había acordado con Marcelo que él se entregaría esa misma mañana para prestarse al análisis de ADN) además, la mujer contaba con la promesa de que ese día estaría el resultado del examen de sangre que le habían efectuado a su hijo. No encontró al fiscal y se tuvo que conformar con ser atendida por los secretarios del funcionario, quie­nes le dijeron que sólo le quedaba esperar.

A la salida del edificio, según explica en la actualidad, Zulma se encontró con una cuidadora de autos que le decía a otra persona que por radio ya habían dado el nombre del violador serial.

-Es un tal Marcelo Sajen -dijo la mujer.

Zulma sintió de golpe que el mundo volvía a derrumbársele encima. Pero ya no eran el dolor y la bronca que había sentido allá por 1985 o en 1999. Esto era diferente.

En remis regresó al barrio y se encontró con una marea de po­licías, curiosos y cámaras de televisión arremolinados frente a su casa, lo que terminó por provocarle una crisis nerviosa. Villalón se descompuso y tuvo que ser atendida por un equipo médico del ser­vicio de emergencias 107 dentro de una cabina telefónica de una despensa ubicada cerca de su casa.

"Ese día, mientras toda la Policía lo buscaba, Marcelo me llamó desesperado, pobrecito. Quería verme a mí y a los chicos. Le dije que fuera a Tribunales, arreglara todo y después viniera a casa. Pero no lo volví a ver", comenta Zulma.

Aquel día, ella ignoraba que la Policía había pedido la intervención (pinchadura) de su celular para obtener alguna pista sobre el paradero de Sajen. Sin embargo, la autorización llegaría dema­siado tarde, cuando el caso ya hubiera tenido un desenlace.

Otro que esperaba atrapar a Sajen era Pérez Barberá, quien había iniciado una rueda de contactos para ofrecerle la posibilidad de entregarse en la Policía Judicial y no en la Policía de la provincia, a cambio de protegerlo de posibles abusos de autoridad.

Las decenas de móviles del CAP que habían copado la barriada recorrían sin pausa todas las cuadras. Iban y venían, sin noticias. Desde el aire, el helicóptero de la Policía tronaba. Por momentos se alejaba, pero de inmediato volvía a sobrevolar el sector, generando más nerviosismo entre los presentes. La búsqueda estaba centrada no sólo en el barrio General Urquiza, sino que además se extendía a una amplia franja a la redonda.

A medida que las órdenes de allanamiento eran libradas por los fiscales de la causa, los policías iban tirando la puerta abajo de distintos domicilios.

Sin embargo, del prófugo no había noticias por ningún lado.

Los uniformados, armados como pocas veces se había visto, entraron a varias viviendas, a la escuela del barrio, a la villa El Chaparral, revisaron techos, tanques de agua y hasta los baúles de todo automóvil que estuviera estacionado o transitara por allí. Por la radio se escuchaba a esa hora al jefe del servicio informativo de Cadena 3, Carlos Abel Castro Torres, decir con su clásica voz ronca:

-El violador serial está cercado.

Ese anuncio estaba bastante lejos de la realidad.

Minutos antes del mediodía, el sol ya pegaba fuerte y la tempe­ratura empezaba a aumentar gradualmente. Sin embargo, el calor no fue impedimento para que Rodríguez y Alesandri fueran hasta el barrio de Sajen para supervisar los operativos y, a la vez, aten­der los incesantes requerimientos de la prensa.

Semejante grado de exposición mediática llegó a su punto más cómico cuando el grupo Eter estuvo a punto de allanar una vivienda donde los vecinos aseguraban haber visto entrar a Sajen. Para ello los efectivos desplazaron nerviosamente a los periodistas hacia la otra vereda. Cuando se dieron vuelta dispuestos a tirar abajo la puerta de entrada, se encontraron con que el jefe de Policía había arrastrado a un periodista porteño hasta la vereda opuesta y, parado en el umbral de la casa que estaba por allanarse, sonreía frente a las cámaras. El Eter debió esperar hasta que Jorge Rodríguez terminara de dar la entrevista para completar el operativo.

Para ese entonces, los teléfonos de la central de comunicacio­nes 101 y el 0800 habían empezado a recibir los primeros llamados de personas que aseguraban conocer a Sajen e informaban haberlo visto esa mañana. "Parecía mentira, pero recibimos un aluvión de llamados de gente que aseguraba haberse cruzado con Sajen, al mismo tiempo y en lugares distantes uno del otro. Eso nos volvía locos, porque había que salir disparando para cualquier lado, pero el tipo no aparecía por ningún lado", recuerda sonriente el comisa­rio Eduardo Rodríguez.

Ugarte, a todo esto, no se despegaba de su celular, que sonaba a cada rato. Tiempo después, colaboradores estrechos suyos iban a asegurar que había información de que Sajen había vendido un auto (sería el Fiat Uno que conducía cuando fue filmado) para pa­gar alrededor de 1.500 pesos a una persona que lo iba a llevar hasta Paraguay en una camioneta 4x4 roja con vidrios polarizados. En ese viaje, supuestamente iba a viajar también su amante, la Negra Chuntero. En la actualidad, Adriana del Valle Castro se encarga, en parte, de desvirtuar el destino de la fuga. "Marcelo me dijo que estuviera lista porque de un momento a otro me iba a pasar a bus­car para que nos fuéramos. ¿A Paraguay? No, no sé a dónde se que­ría ir. Él decía que quería irse lejos, pero no sé a dónde", relata la mujer.

Lobo escondido

Aquel 28 de diciembre, Sajen se despertó bien entrada la mañana en la casa de su tío Andrés Caporusso, en el barrio Santa Isabel 3a Sección, donde paraba desde hacía dos días. El hecho de que abriera los ojos tan tarde no era ninguna sorpresa para los integrantes de la familia Caporusso.

En las últimas horas, Marcelo se comportaba extrañamente. Estaba callado, tenía el rostro demacrado y tomaba pastillas para tranquilizarse, al tiempo que le costaba conciliar el sueño. Cada tanto salía en su moto o en el Peugeot 504 bordó de la pareja de Caporusso, Mariela Mercedes Quintero, a dar largas vueltas y vol­vía tarde.

Aquel día de los inocentes, Caporusso se levantó temprano, como hacia siempre desde que era chico, y partió en su destartalada camioneta Ford F-100 verde modelo '79 para trabajar en el Mercado de Abasto, camino a Monte Cristo. El día anterior había llevado a su sobrino Marcelo para que lo ayudara.

Su mujer tampoco se encontraba en la casa, ya que se había ido a visitar a un familiar -Toli Sajen- a la ciudad de Villa Allende.

En la vivienda quedaron Sajen y los hijos de la pareja, todos chicos de no más de 13 años.

Marcelo acostumbraba a dormir en el comedor de la casa sobre un viejo sillón doble cuerpo. Cuando se despertó, caminó hasta la heladera, se sirvió un vaso de vino, le echó un poco de Coca Cola y se puso a tomar. Fueron un vaso, dos vasos, tres vasos...

Nadie puede precisar si aquella mañana Sajen se enteró por televisión o por radio de que su nombre ya estaba en boca de todo el mundo. Aunque es muy probable que haya sido así, también es posible que hasta su llegada al barrio no supiera que había sido identificado como el violador serial.

Marcelo tomó su vieja pistola Colt calibre 11.25, se sentó en el sillón y, en presencia de algunos de sus primos, empezó a cargarla lentamente. Primero colocó en el cargador 15 balas calibre 11.25 milímetros fabricadas en 1945. Luego puso un último proyectil, pero fabricado en 2003. Delante de los ojos asombrados de los chicos, metió el cargador y, con un rápido movimiento de manos, cargó la pistola. Un clac-clac metálico se sintió en la habitación y los chicos quedaron boquiabiertos.

-¿Para qué es eso, Marcelo? -se atrevió a preguntar el mayor de sus primos.

-No, para nada. Vos no le cuentes a tu papá que llevo esto - respondió Sajen, mientras metía el arma dentro de la bermuda verde y la tapaba con la chomba blanca que llevaba puesta.

Luego, abrió la puerta de calle y sacó su vieja moto Motomel, de 125 centímetros cúbicos color negro. A esa hora, en la calle de tierra ubicada al frente de la vivienda, varios chicos corrían detrás de una pelota.

Sajen los contempló en silencio y en un rápido movimiento con el pie arrancó el motor. Su primo se acercó unos metros y le preguntó si le enseñaba a manejar. El hombre dio unos pasos, con su característico andar de gorila, sujetó al chico de los brazos y en un santiamén lo puso en el asiento de cuerina. Los demás pibes dejaron la pelota y se acercaron corriendo.

Como si estuviera ante sus alumnos, Sajen sonrió y les enseñó cómo acelerar, frenar y tocar bocina. Los chicos miraban con aten­ción cómo la enorme mano de su maestro aceleraba a fondo y el caño de escape escupía humo negro mientras el motor rugía. La clase no se extendió más de unos minutos.

Sajen se puso unos lentes oscuros y le pidió prestada una gorra azul a su primo, la colgó del manubrio y se puso un casco blanco con el cual tapó sus cabellos teñidos.

Como lo había hecho siempre, Sajen aceleró a fondo y se perdió por la polvorienta callejuela sin decir adónde iba. Unos perros flacuchentos que vagaban por allí empezaron a correrlo, mientras ladraban enloquecidos. El ruido de la moto despertó a Paula, la joven a la que Sajen había intentado atacar el día anterior.

-Decile al tío que vuelvo en un rato - alcanzaron a escuchar los chicos, mientras se alejaba velozmente.

Hasta el día de hoy, nadie entiende cómo hizo Sajen para cru­zar media ciudad y burlar el cerco policial que se había dispuesto en torno a barrio General Urquiza. En este punto, bien vale aclarar que los llamados operativos cerrojo siempre se han caracterizado por mostrar serias falencias y en más de una oportunidad termina­ron siendo completamente ineficaces. En el caso Sajen, de cerro­jo, el operativo no tuvo nada.

Ya en su barrio, Sajen sentía que jugaba de local. Conocía como nadie los recovecos de cada cuadra, las entradas, las salidas, los atajos, las calles cortadas. Primero pasó por una casa de la calle Ramón Ocampo, donde es posible que se haya enterado de que lo habían descubierto. Entonces subió a la moto y transitó por la calle Asturias hasta Tristán Narvaja por donde subió rumbo a las vías.

Sajen llegó hasta proximidades del hogar que compartía con Zulma y sus hijos, pero al ver tantos patrulleros y semejante revue­lo de vecinos, decidió alejarse doblando por la calle Miguel del Mármol. En esas circunstancias, a media cuadra vio parada a una mujer a quien no reconoció como una vecina. Se trataba en verdad del agente de policía Analía Vemposta, quien, vestida de civil y una pistola dentro de un ajustado jean azul, realizaba algunas averiguaciones en la cuadra. Al ver al motociclista, la mujer lo reconoció en el acto.

Ahí viene! ¡Ahí viene! ¡Ahí viene Sajen! -exclamó la policía, que se desempeñaba desde hace años en Investigaciones Criminales y que a lo largo de ese año se había pasado noches sin dormir trabajando como señuelo en el Parque Sarmiento, junto a su compañera Natalia Berardo. Ahora tenía al violador fren­te a sí. Era el momento.

Vemposta trató de atraparlo, pero el motociclista alcanzó a es­quivarla   y aceleró. La mujer, sin parar de gritar, alertó a los com­pañeros que estaban cerca, pero Sajen logró hacerse humo. Conti­nuó por Miguel del Mármol rumbo a la villa El Chaparral y pasó a metros de la casa donde creció, sobre la calle Juan Rodríguez. Allí, su amigo de la infancia Marcelo Gorosito, quien a esa hora de la mañana se encontraba pintando el frente de su vivienda, lo vio pa­sar concentrado y mirando hacia todos lados.

"Me miró pero sin sacar las manos del manubrio, yo jamás hu­biera pensado que él andaba metido en ese embrollo", recuerda el muchacho. Frente a la casa de Gorosito se encuentra la casa de Paola, otra de las amantes de Sajen.

Desesperado, buscando un lugar donde producir la confusión necesaria para escapar, Sajen siguió por la calle Miguel del Mármol hasta que ésta se topa con Granada, dobló a la izquierda y, antes de meterse en la villa, abandonó la moto en la puerta de la casa de su vecino Pedro Burgos, en proximidades del puente pasa­rela que une General Urquiza con El Chaparral y muy cerca de la casa de Yolanda.

A todo esto, Vemposta tomó un handy y le informó al comisario Sosa lo que acababa de suceder. El jefe de Homicidios, quien se encontraba patrullando en un coche de civil por el sector, se volvió loco. De un tirón se ajustó el chaleco antibalas que llevaba puesto y le ordenó a sus detectives, vía handy, que "peinaran" (revisaran) la zona de punta a punta.

"Lo tengo que agarrar, yo lo tuve en mis manos y me obligaron a dejarlo ir. Ahora es algo personal", le diría por teléfono a un periodista algunos minutos después y antes de pedir disculpas por­que iba cortar y no volvería a atenderlo. El policía, al igual que sus jefes, una gran parte de los investigadores y hasta el ministro Alesandri, consideraban que si no hubiese sido por el miedo que Ugarte le tenía a los medios, Sajen podría haber sido detenido una semana antes, cuando fue filmado. El fiscal asegura que en aquel momento no había pruebas consistentes contra Sajen.

Sajen se quitó el casco y no le importó que Burgos y su hijo lo reconocieran.

-Cuídame la moto, ya vuelvo -les dijo serio a ambos, mientras se evaporaba entre los ranchos del asentamiento marginal. A lo lejos se oían sirenas y autos que aceleraban a fondo.

Faltaban pocos minutos para el mediodía y en los distintos ca­nales de televisión local acababan de comenzar los principales in­formativos dando a conocer la noticia excluyente del día.

Un grupo de policías llegó hasta la casa de Burgos y debió con­tentarse con encontrar la moto apoyada sobre una tapia. En el lu­gar había quedado el casco tirado, no así la gorra de lona azul. En el suelo de tierra se observaban las huellas de una persona que usaba zapatillas.

Nadie podía creer a esa altura de las circunstancias, que el violador serial se paseara con total impunidad por las narices mis­mas de los policías. Los de azul, con perros adiestrados y la Guar­dia de Infantería en pleno, entraron nuevamente a El Chaparral - un asentamiento que se extiende a lo largo de varias cuadras a la vera de las vías del tren, sobre la calle Malagueño-, pero sólo die­ron con vecinos que aseguraban no haber visto jamás al fugitivo corriendo por allí.

Desde el aire, el helicóptero no dejaba de dar vueltas incesan­temente.

Se sabe que Sajen se metió a un zanjón de varios metros de profundidad que bordea la villa y el barrio General Urquiza y que llega hasta San Vicente, luego de pasar por debajo de la avenida Sabattini. El serial corrió y corrió hasta que estuvo bien lejos de los uniformes.

Como era de esperar, los domicilios de varios familiares del serial fueron allanados. Una de estas casas era la de Eduardo Sajen, el jubilado, quien vive con su esposa Monchi y sus hijos en el ba­rio Vipro, en el Camino a 60 Cuadras. "De repente, la zona se llenó de policías. Nunca vi tanta Policía junta, salían de todos lados. Para colmo se escuchaba el helicóptero que no dejaba de dar vuel­tas. Vino gente de Homicidios y les abrí la puerta para que pasaran y vieran por su propia cuenta que yo no tenía escondido a mi hermano . Estuvieron un rato y se fueron. Yo no podía creer lo que pasaba. Me había enterado por la tele y no entendía nada", comen­ta Eduardo mientras con su mano derecha se acaricia una profunda cicatriz -provocada por una navaja- que recorre su cuello.

Los investigadores también allanaron la casa de la madre de Sajen, en barrio José Ignacio Díaz 3a Sección, pero tampoco dieron con él. Rosa Caporusso sufrió una descompostura y debió ser atendida por médicos.

Es él, es él

Pasadas las 12, no había móvil del CAP que no estuviera buscando a Sajen. Los policías iban y venían por gran parte de la zona sur de la ciudad. En el tablero de los patrulleros llevaban pegada la fotocopia con su rostro. Sus jefes les habían ordenado que se memorizaran esa cara y la buscaran a como diera lugar.

A las 12.45, dos uniformados que patrullaban lentamente a bor­do del móvil 4.655 por las calles del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección vieron el rostro de Sajen a bordo de un Fiat Duna gris. El patrullero y el auto se cruzaron de frente, lo que permitió al poli­cía Raúl Ludueña, quien iba sentado en el lado del acompañante, ver claramente cómo el conductor del Duna, a su vez, lo miraba directamente a los ojos. Claro que el conductor no tenía el pelo teñido de rubio, sino que era castaño.

Es él! ¡Es él! ¡Parate ahí, carajo! -le gritó el policía al sospechoso.

Sin embargo, el Duna no se detuvo. Ni aceleró, ni frenó, sólo siguió andando normalmente. El CAP ensayó un giro en "U" y empezó a seguirlo por calle Unión Ferroviaria, una de las principales del barrio. A unas 15 cuadras de allí, la prensa se seguía agolpando en el ingreso a la villa El Chaparral, cerca de la casa donde Sajen había dejado abandonada la moto.

Allí se produjo otro episodio gracioso, cuando el ministro Alesandri llegó al lugar y vio la moto del serial que desde hacía largo rato estaba siendo controlada por la Policía. El ministro le preguntó a los vecinos si era la moto del delincuente y éstos -toda­vía sin entender lo que estaba ocurriendo- respondieron que sí. Entonces el funcionario alzó la vista y le gritó a un oficial que esta­ba apostado a unos 50 metros

Sargento! Confirmado, eh. ¡Esta es la moto! -mientras, tras acomodarse el pelo, accedía a sacarse una foto señalando con mirada seria y preocupada el vehículo que él, solito, acababa de encontrar.

En tanto, en José Ignacio Díaz 1a, uno de los policías quiso usar el altavoz del móvil, pero desde hacía varias semanas el aparato no funcionaba. Entonces encendió la sirena y encaró directo hacia el Duna. El auto dobló en la esquina, recorrió una cuadra y volvió a girar nuevamente. En un momento, el coche aminoró la marcha y su conductor sacó su mano izquierda. Los policías creyeron ver que arrojaba un arma sobre un montículo de arena.

El CAP se detuvo y uno de los policías halló tirado un revólver calibre 22 marca Dallas. El patrullero volvió a arrancar y pidió apoyo. A los pocos metros, varios móviles se le cruzaron al Duna, al tiempo que numerosos uniformados se bajaban a los gritos con sus 9 milímetros en la mano. Dentro del auto, había un hombre idénti­co al fugitivo. A su lado, estaba sentada una mujer embarazada con una nena en brazos.

Quieto carajo, quieto! ¡Arriba las manos! ¡Dejame ver las ma­nos! ¡Bajate, bajate! -gritó uno de los policías.

 Es Sajen, es Sajen! ¡Quieto! ¡Levantá las manos o te quemo!

El hombre fue a parar al piso, mientras varios policías lo esposaban por la espalda. La mujer que lo acompañaba empezó a llorar. Uno de los uniformados le manoteó el documento y vio que en la segunda hoja decía: Sajen, Daniel Alejandro. En ese momen­to, llegó otro móvil más, del cual se bajó un policía panzón que se agachó, miró a los ojos al sospechoso y vociferó.

-Éste no es el Sajen que buscamos. Este es el hermano.

Pero son iguales, son iguales! -respondió un oficial.

-Pero te digo que éste no es el Víctor Sierra.

-No importa, por las dudas lo llevemos igual.

Los gritos y órdenes de los policías se superponían. Todo era confusión. Y en derredor la esquina comenzaba a poblarse cada vez de más curiosos.

Daniel Sajen fue llevado a la comisaría del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección y luego a la División Protección de las Personas en Jefatura de Policía.

"Yo no andaba armado. Los policías me plantaron el arma para justificar la detención. Ellos querían a mi hermano y empezaron a preguntarme por él", comenta el Nene Sajen.

En Jefatura, los policías le dijeron que tenían orden del fiscal Ugarte para extraerle sangre para un análisis de ADN. Daniel Sajen se quiso negar, pero algunos investigadores, según relata el herma­no del violador serial, le dijeron que podían extraerle la muestra por las buenas o por las malas. Finalmente, Daniel aceptó y dos bioquímicos de la Policía Judicial se hicieron de la muestra.

"Luego, los policías me interrogaron para que largara dónde estaba escondido mi hermano. Yo no tenía ni idea. Algunos llegaron a decir que yo estaba dando vueltas con el auto para distraer a la Policía, para que mi hermano pudiera escaparse. Eso es menti­ra. Yo llevaba a mi esposa embarazada a una farmacia para com­prar unos medicamentos porque se sentía mal", añade el Nene.

Ese mismo día, fue llevado a la Alcaidía de Investigaciones, en calle Santa Rosa 1345, donde quedó encerrado en un calabozo, im­putado por tenencia ilegal de arma de uso civil por orden, casual­mente, del fiscal Caballero.

En agosto de 2005, Daniel Sajen finalmente fue juzgado por la Cámara 2a del Crimen de Córdoba por ese delito y terminó absuelto de culpa y cargo por el beneficio de la duda. Ya que el acta de secuestro que había sido confeccionada por los policías contenía una colección de errores.

En una de las audiencias del juicio, la esposa de Daniel Sajen, Lorena Emilse Mozzarecchia, declaró que aquel día un policía la subió al Fiat Duna y empezó a dar vueltas con ella, mientras le preguntaba por el paradero del violador serial. "Me decía que si les decía dónde estaba escondido, ellos soltaban a mi marido. Pero yo no sabía nada. ¡Qué quería que les dijera!", dijo la joven.

En el período de instrucción de la causa, mientras estaba preso en Bouwer, Daniel mantuvo con nosotros las entrevistas que hemos citado a lo largo de este libro.

Búsqueda infructuosa

Ese 28 de diciembre, a medida que pasaba el tiempo, crecía el desconcierto entre los investigadores y los fiscales. Ya se habían allanado varios inmuebles, entre ellos el taller mecánico de Eduardo Sajen y la concesionaria de autos de Daniel Sajen, en la avenida Armada Argentina al 900., camino a la ciudad de Alta Gra­cia, y no se había encontrado nada. También se había interrogado a familiares de Sajen, a vecinos, a ex novias, a compañeros de andanzas, a los clásicos buchones de siempre, pero nadie aporta­ba nada. No había rastros del violador serial. Había desapareci­do.

Mientras algunos pensaban que el depravado podría haberse matado y que su cadáver estaría tirado en algún descampado, otros suponían que ya se había fugado muy lejos de la provincia.

A todo esto, los teléfonos de la central del 0800 seguían ardien­do. Permanentemente entraban llamadas de personas que asegura­ban haber visto a Sajen escapando. Antes de cortar, muchos pre­guntaban cómo tenían que hacer para cobrar los 50 mil pesos de recompensa.

En la calle, los investigadores seguían dando vueltas por distintos barrios de la zona sur en busca de pistas que pudieran orien­tarlos en la cacería.

En Jefatura, mientras tanto, se sucedían las reuniones y se ana­lizaban estrategias a seguir. Algo similar se registraba en la Casa de las Tejas, donde el gobernador seguía atentamente el avance de la búsqueda, en permanente contacto con su mano derecha, el mi­nistro Alesandri.

Ugarte, por su parte, se reunía con los otros dos fiscales y sus más estrechos colaboradores, con quienes analizaban los avances hasta ese momento y los datos que llegaban de todos lados, pero sin ser conducentes.

El fiscal decía que si Sajen no caía pronto, iba a hacerlo en los días sucesivos. Sin embargo, sabía que eso no iba a ser tan sencillo. El violador serial podía fácilmente sortear la frontera y huir hacia Paraguay y, una vez allí, cambiar de aspecto y de identidad. En ese caso, la captura iba a tornarse casi imposible.

El panorama iba a cambiar cerca de las 2 de la tarde.

La llamada

Andrés Caporusso volvió exhausto de trabajar después de un largo día vendiendo verduras. Se sentó a almorzar con su mujer, Mercedes, y los chicos y prendieron el televisor como hacían todos los mediodías. Estaban dando Crónica 10 Primera Edición.

Todos quedaron paralizados cuando vieron en la pantalla al gobernador sosteniendo una foto de Marcelo. Sobre la imagen, una placa roja y blanca decía: "Identificaron al violador serial". En off, el periodista Jorge Petete Martínez informaba sobre las últi­mas novedades del caso.

Los chicos comenzaron a gritar y Andrés los hizo callar para escuchar cómo De la Sota informaba que su sobrino era el violador serial que durante años había atacado a decenas de jovencitas en Córdoba. La comida quedó servida en la mesa. "Lo tuve en mi casa, sin saber. De haberme imaginado que era el violador serial, jamás le hubiera dado entrada a mi casa, jamás le hubiera dejado mis chicos, tengo una hija de once años", declararía Mercedes, la mu­jer de Caporusso, en la causa.

Caporusso no lo pensó dos veces y fue caminando hasta la co­misaría del barrio, ubicada a unas 10 cuadras de su casa, la misma dependencia que el día anterior había sido visitada por Paula para denunciar que habían intentado abusar de ella.

Caporusso se entrevistó con un comisario de apellido Aguirre, a quien le dijo que en su casa había estado parando Sajen. El policía quedó perplejo. Según consta en la causa, el tío de Sajen le explicó que él no quería tener problemas con la Policía y que quería que Marcelo se entregara para aclarar todo el tema. Con lujo de detalles, el verdulero relató que su sobrino le había dicho que la Policía lo buscaba porque había golpeado a su esposa.

Caporusso le indicó que esa mañana Sajen se había marchado en la moto y no sabía a qué hora iba a regresar. Una y otra vez, el hombre le insistió al policía que no quería tener problemas con nadie y menos con la ley. Así fue que con el comisario diagramaron un plan: cuando Sajen retornara al hogar, uno de los hijos de Caporusso iba a ir hasta la comisaría en bicicleta. Ésa sería la se­ñal para que los uniformados fueran a buscarlo.

Don Andrés clamó que no quería tiroteos ni que nadie resultara herido. El comisario se lo aseguró y, una vez que Caporusso se marchó, tomó el teléfono y se contactó con sus jefes inmedia­tos.

En pocos minutos, el fiscal Ugarte estuvo al tanto de todo. En ese momento, le volvió el alma al cuerpo.

"A Caporusso se le dijo que la Policía iba a esperar que el chico fuera en bicicleta a la comisaría. Sin embargo, no nos podíamos dar ese lujo. Era algo arriesgado. ¡Mirá si Sajen volvía y el chico al final no aparecía por el precinto! Por ello se apostaron policías de civil en el sector por si aparecía Sajen de repente", comenta en la actualidad una fuente de la fiscalía de Ugarte.

Ante la desesperación de todos, el violador serial no volvió a almorzar, ni a dormir la siesta a la casa de su tío.

Venite conmigo

Al mediodía, Adriana Castro había ido a buscar unos bolsones de comida que otorga el Gobierno de la provincia en una escuela del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección, cuando de golpe apareció su sobrina con el rostro desencajado.

-Tía, ¿dónde está el Marcelo?

-Se fue a trabajar -respondió Adriana.

-Tía, en la tele están diciendo que lo buscan por ser el violador serial.

Adriana salió corriendo de la escuela, regresó a su hogar, encendió el televisor y no se despegó más de la pantalla. "Sentí una cosa muy fea dentro mío. No lo podía creer. No me podía estar pasando esto a mí. Hasta horas antes había estado con Marcelo y no me había dicho que lo buscaban por eso. Estaba tan mal, tan abatido, pobrecito", señala la mujer.

A media tarde de aquel martes, un vecino fue hasta su casa y, a través de la ventana que da a la calle, le dijo que Marcelo estaba esperándola en un baldío cercano. Desesperada, la mujer salió corriendo y fue al lugar. Detrás de un añoso árbol, en medio de los yuyos, estaba Sajen apoyado sobre una bicicleta. Tenía puestos los lentes oscuros, llevaba la gorra azul y miraba frenéticamente para todos lados.

Adriana se acercó llorando y lo abrazó.

-Negrita mía, te juro que yo no soy eso que andan diciendo-empezó a decirle Sajen, mientras le apretaba las manos.

-Te creo Marcelo, te creo.

-Te juro por Dios y nuestro hijo que yo no soy el violador serial. Pero no aguanto más, no soporto más esto. Negrita, vámonos de acá. Armate un bolso, después te vengo a buscar y venite conmigo. Dejemos todo y vayámonos a algún lado juntos. No me dejes solo, no me abandones ahora.

-No Marcelo, no te voy a abandonar -decía Adriana, entre llan­tos.

-A las 9 de la noche te vengo a buscar, negrita. Estate lista y nos piramos.

-Andate Marcelo, yo te voy a estar esperando para que escape­mos juntos -balbuceó la Negra Chuntero.

La pareja se dio un beso. Sajen, finalmente, subió a la bicicleta y empezó a pedalear hacia la villa Los Eucaliptos, el mismo asentamiento donde vive Jota. A lo lejos se sentía el ruido del heli­cóptero de la Policía dando vueltas y vueltas.

Adriana regresó a su casa y se acostó a descansar en la cama. Dentro suyo, algo le decía que Sajen no iba a volver más y que todo iba a terminar mal. No se equivocaba.

Hasta el día de hoy tiene la imagen de él, agobiado, entregado y escapando a toda velocidad en una bicicleta. Así y todo, insiste que su cara demostraba "paz".

Un vecino vio a Sajen y llamó a la Policía. Al cabo de un rato, varios móviles del CAP y otros coches de civil de la Policía frenaron de golpe frente a su hogar. Una semana antes habían allanado la casa de los ancianos cuando Sajen los engañó haciéndoles creer que era la vivienda de su amante. Al ver semejante despliegue, Adriana abrió la puerta de calle e invitó amablemente a pasar a los policías.

-, Marcelo es mi amante, y qué. ¿Pero no les parece tonto pensar que, estando ustedes dando vueltas en la zona, él se va a arriesgar y va a venir a verme? -exclamó desafiante la mujer, mientras los uniformados revisaban todas las habitaciones y hasta debajo de las camas, armas en mano.

Mientras tanto, Sajen no dejaba de pedalear. Una vez que los policías se fueron de la casa de Adriana, ella se acostó a dormir. Jamás armó el bolso. Sólo se levantaría de la cama horas después, cuando desde la cocina, su sobrina pegara un grito al enterarse por televisión de que el violador serial había caído.

Misterio

En el período de tiempo desde que Marcelo Mario Sajen aban­donó la moto en el ingreso a la villa El Chaparral, hasta que se encontró con su amante en el baldío, Sajen estuvo refugiado y no sabemos exactamente dónde. Conjeturas hay muchas. Lo cierto es que en ese tiempo Sajen se hizo de la bicicleta con la que fue a ver a la Chuntero, se enteró de que su hermano Daniel había caído preso y se cambió la ropa.

Se trata de un misterio para el que no hemos podido encontrar respuestas precisas. Los investigadores creen que en la villa El Chaparral, hubo personas que lo habrían protegido. "Lo protegie­ron porque lo conocían desde siempre, porque se movía en el bajo mundo y desde ahí tenía contactos con muchos delincuentes", razo­na un comisario.

Los investigadores también creen que el violador serial habría estado escondido cuanto menos en dos domicilios. Una de las viviendas o aguantaderos, según creen, estaba ubicada en barrio Talleres Sur, muy cerca de la casa de su hermano Daniel -quien, vale reiterar, a esas horas estaba detenido-, y de la vivienda de su amante Adriana Castro, en José Ignacio Díaz 1a Sección.

El otro domicilio donde habría estado escondido es la casa de un matrimonio del barrio Santa Isabel 2a Sección, en proximidades del domicilio de su tío Caporusso. En la causa obran testimo­nios que señalan que -no se especifica si el día 28 o algún día ante­rior- Sajen fue visto saliendo de una casa de ese sector, a bordo de una camioneta 4x4 roja de vidrios oscuros con caja en la parte tra­sera.

Ahora bien, de ser esto cierto, ¿de qué matrimonio se trataba? Para determinar esto bien vale analizar los momentos finales de la fuga.

No soy yo, tío

Cerca de las 7 de la tarde, Sajen llamó por teléfono a su tío y le preguntó si había policías cerca de la casa.

-Tío, me escapé de la cana en El Chaparral, aguantáme que voy para allá - alcanzó a decir el violador serial, antes de cortar la comunicación.

Momentos antes, Sajen había pasado en bicicleta por el barrio José Ignacio Díaz 3a Sección con la intención de saludar por última vez a su madre. Sin embargo, no llegó a verla. Algunos conocidos lo alertaron, diciéndole que la Policía estaba por todos lados y que lo mejor era que escapara de allí.

Apenas colgó el teléfono, Caporusso regresó a la comisaría ubi­cada al lado de la fábrica de Renault y le contó al comisario la novedad. En la sede policial, el hombre insistió en que no quería problemas ni un desenlace trágico. Y recalcó que su sobrino le ha­bía manifestado en los últimos tiempos que no pensaba entregarse a la Policía, ya que antes de eso prefería pegarse un tiro.

Caporusso nos cuenta en la actualidad que retornó a su hogar y se encontró con Marcelo, completamente desesperado. En este punto vale detenerse nuevamente y preguntarse cómo hizo el prófugo para llegar a esa vivienda, siendo que la Policía supuestamente ya esta­ba apostada en las inmediaciones.

Don Andrés relata que su sobrino se arrodilló en el piso del ga­raje y se largó a llorar. "Me dijo: 'Te juro tío que no soy yo. Te lo juro. Yo no soy el violador serial'. Tenía el arma en su mano y decía que iba a matarse mientras lloraba desconsolado", cuenta el hombre.

Finalmente Caporusso, según nos dijo, decidió ayudarlo y escondió a Sajen en la parte trasera de la camioneta Ford F 100 de­bajo de unos cajones de madera. Con su mujer y su hijo a bordo llevó al delincuente más buscado de Córdoba fuera de allí. "Hice menos de siete cuadras y cerca del barrio Santa Isabel 2a Sección, lo dejé. Después no lo vi más", añade don Andrés.

Cae la red

Al caer la noche en Córdoba, el cielo se nubló y la historia del violador empezó a cerrarse. Minutos antes de las ocho de la noche, una mujer llamó desde su celular al 101 de la Policía. Se la notaba nerviosa, agitada, alterada.

La mujer, a- quien llamaremos Ñ.Ñ., le dijo a la oficial que la atendió que mientras circulaba junto a su esposo -X.X.-y otro hom­bre en un utilitario Renault Kangoo con vidrios semipolarizados, en proximidades del Cottolengo Don Orione (sobre la avenida Armada Argentina) había visto caminando a Marcelo Sajen con el pelo teñi­do. La oficial le pidió más información, al tiempo que le indicó que en pocos minutos un móvil policial iba a acudir al lugar.

Ñ.Ñ. le comentó a la Policía que su marido era quien había reconocido a Sajen, ya que había estado preso con él años atrás en Encausados y que no se había olvidado jamás de su rostro. La lla­mada, como todas las efectuadas al 101, quedó grabada en la com­putadora de la Policía.

Dado que el patrullero no llegaba, a los tres minutos, Ñ.Ñ. vol­vió a comunicarse. Esta vez fue atendida por un agente, quien le indicó que varias patrullas iban en camino. La mujer le aclaró que ellos se iban a quedar en la zona para indicarles a los policías que llegaran hacia dónde había huido el serial.

Mientras el matrimonio aguardaba en la Kangoo en proximidades del Cottolengo, a unas 20 cuadras de allí, frente a la concesionaria de autos del Nene Sajen, en la avenida Armada Argentina al 900, había un revuelo. Ocurría que un vecino, a su vez, había alertado al 101 ya que había visto al violador serial en el negocio. Fue entonces que decenas de camionetas rojinegras de la policía acudieron hasta el lugar, bajo el mando del comisario Pedro Tobares, en aquel momento jefe del distrito 2. Los policías entraron a la concesionaria y comprobaron que no había nadie. Tobares sintió que alguien le tocaba la espalda.

-Jefe disculpe -preguntó un hombre, mientras se restregaba las manos nerviosamente.

-Qué pasa -respondió secamente Tobares, mientras prestaba atención a lo que otro policía hablaba por la frecuencia de la radio.

-Hace un ratito, Sajen anduvo por acá y se fue en un coche oscu­ro con vidrios polarizados. -¿Vos lo conocés a Sajen?

-Lo conozco desde que éramos pibes. Era un personaje y de jo­ven andaba en una cupé Renault Fuego, con una pistola en la cintura. Nunca me imaginé que fuera el serial... Es más. Siem­pre en los asados sacaba el chumbo y lo hacía girar con el dedo de la mano como hacían los cowboys. -Ta' bien ¿Dónde lo viste?

-Andaba en un vehículo con otra gente, bajó la ventanilla y me dio unas cosas para su hijo. Ahí nomás arrancó como quien va para la zona de Villa El Libertador o de Santa Isabel. -¿Seguro que era él? ¿No estarás hablando al cuete, vos? -No jefe. Se lo juro. Era Sajen.

Tobares se dio vuelta y pulsó el handy.

-Central Cóndor, Central Cóndor. -QRB Cóndor -respondió un policía desde la base. -Central, poné QAP (atentos) a todos los móviles. El Víctor Sierra anda en un vehículo de vidrios oscuros. Hace QTN (se diri­ge) a Villa El Libertador o a Santa Isabel. Anda con unos saros a bordo. ¡Con la "preca" del caso, debe estar armado! -gritó Tobares, mientras subía a una camioneta del CAP y arrancaba velozmente.

A poco de cortar la comunicación, por la frecuencia policial, un oficial solicitaba que se dirigieran móviles hasta el frente del Cottolengo Don Orione y se entrevistaran con los ocupantes de una Kangoo roja con vidrios oscuros que aseguraban haber visto a Sajen caminando por la zona.

-Estamos en la correcta, negro. ¡Aceleré! -gritó Tobares al cabo que manejaba el patrullero.

Detrás de ellos, otros móviles del CAP aceleraron a fondo y emprendieron viaje hacia Santa Isabel, con la sirena apagada para pasar inadvertidos.

No eran los únicos policías que andaban por la zona. Paralela­mente circulaba un Fiat Duna al mando del subcomisario Mario Viva, compañero de Tobares, quien llevaba a un vecino del sector que aparentemente podía decir dónde estaba oculto Sajen.

Y había otra brigada más. Se trataba de un grupo de detectives del Cuerpo de Investigaciones Especiales (CIE), dependiente de la Dirección de Investigaciones Criminales, que bajo el mando del subcomisario Daniel Flores recorría las calles de Villa El Liberta­dor en un Renault 18. Los policías iban con una persona que podía indicarles dónde vivía una vieja novia del violador serial.

Entre los móviles del CAP y los del CIE no existía ningún tipo de comunicación. Los primeros se reportaban directamente con el comisario Martínez, de Operaciones, mientras que los segundos lo hacían con el comisario Nieto, de Investigaciones.

El primer CAP en llegar hasta el Cottolengo fue el 3.911, perte­neciente a la comisaría 18 de Villa El Libertador, donde iban los policías Sergio Bolloli y Gustavo Albornoz. Sin embargo, la Kangoo no estaba al lado de este instituto, sino al frente, cruzando la ave­nida Armada Argentina, en el ingreso mismo al barrio Santa Isabel 2a Sección. A esa hora del día, las luces de las calles ya se habían encendido.

El móvil policial debió girar en un semáforo y se acercó hasta el utilitario que se encontraba detenido junto a la vereda. En este punto existe una serie de contradicciones, ya que algunos indican que la orden inicial que habían recibido los policías era "controlar a la Kangoo" porque alguien había visto a Sajen a bordo de la misma. Sin embargo, cuando los uniformados se acercaron, los ocupantes de ese vehículo bajaron una ventanilla y empezaron a gritar:

Allá va, Sajen!... ¡Allá va! ¡Se fue para aquel lado! ¡Agárrenlo!

Sin alcanzar a verlo, los policías del CAP arrancaron a toda velocidad y recorrieron unas cuatro cuadras, sin lograr ubicarlo. Giraron en "U" y volvieron hasta donde estaba la Kangoo, vehículo que a su vez había empezado a moverse y se había detenido en el cruce de las calles Tío Pujio y Altos de Chipión. El CAP llegó y la pareja se bajó del vehículo.

Ése que va ahí! ¡Ése es Sajen! ¡El que va caminando allá!

Los policías giraron la cabeza y, sin forzar demasiado la vista, divisaron esta vez, a unos 50 metros, a un hombre con gorrita que se alejaba caminando por la vereda.

Subieron a la camioneta y las gomas chirriaron al pisar el acelerador. Eran poco más de las 8 de la noche. La bestia tenía los minutos contados.

Palabras claves , , ,
Sin comentarios  ·  Recomendar
 
//12 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XX La cacería

por jocharras a las 16:08, en La Marca de la Bestia
CAPÍTULO XX

La cacería

Cerca de Sajen

Fue en medio de toda esta batahola cuando un día en horas de la siesta los oficiales de la Policía Judicial (Luna y García) llega­ron al despacho de Ugarte con doce carpetas.

Después de semanas clasificando y cruzando información den­tro de la Penitenciaría, tenían los nombres de los sospechosos que, según los archivos, reunían cuatro requisitos esenciales: no tenían menos de 35 años ni más de 45, habían estado presos (por delitos contra la propiedad como robos o asaltos) entre 1999 y fines del año 2002, tenían antecedentes por delitos sexuales y sus rasgos físicos generales se adecuaban al patrón indicado por las víctimas.

El fiscal se sentó y comenzó a ojear los prontuarios lentamente hasta que se encontró, en la séptima carpeta, con una sorpresa: el nombre de Marcelo Mario Sajen, una persona de 39 años que entre el 8 de febrero de 1999 y el 8 de octubre de 2002 había estado preso por robo calificado. La misma persona que el propio Ugarte había ayudado a detener 19 años atrás cuando comenzaba su carrera en la Justicia.

El fiscal siguió viendo los otros nombres, pero lo hizo con menos ansiedad. Cuando terminó, volvió al prontuario 15.364 de Sajen y se puso a verlo con detenimiento: No tardó en encontrar otro dato que le llamó poderosamente la atención, porque se vinculaba con su habitual método de trabajo, que se centra en el cruce de infor­mación y en la teoría de que un hecho de índole penal siempre puede tener relación con otro hecho de características diferentes, si ambos se producen dentro de un lapso relativamente corto. Sajen había caído preso justamente el día de la violación que abría el período ventana.

"A éste lo conozco, yo lo investigué hace como 20 años. Recuer­do que mi instrucción fue tan buena que terminó siendo utilizada por los jueces en la condena", les dijo Ugarte a los que estaban en su oficina. Después de meditar unos instantes, llamó al comisario Pablo Nieto, que dormía la siesta en su casa.

"Me dijo que tenía en su mesa la carpeta con los doce sospechosos y que había un nombre que le gustaba más que otros. Me comentó que justamente ese hombre había sido detenido el mismo día de la última violación", recuerda Nieto.

A esa altura, la lista de personas sospechadas que habían formado parte de la causa estaba cerca de las 90 y pronto llegaría a 100. Entre las cosas positivas que se habían logrado estaba el he­cho de que por orden del gobernador ya no había que esperar un mes (como en el caso Camargo) para conocer el resultado de un ADN, sino que la investigación tenía "prioridad uno" y ello obliga­ba al Ceprocor a realizar los análisis en un tiempo prácticamente récord si se lo compara con lo que se tardaba apenas unos meses atrás.

Una de las grandes artífices de ese avance era la doctora Nidia Modesti, quien a esta altura y gracias a su conocimiento del ADN del violador, podía informar (a mitad del camino del análisis) si se estaba o no hablando de un sospechoso con posibilidades de ser el serial.

En este punto Modesti aportó una información muy significati­va a los investigadores: el estudio de mitocondria del violador no se correspondía con el perfil "amerindio", como se denomina al que se da con frecuencia en el norte de Argentina o en los países limítrofes, por lo que estaba directamente descartado que el serial fuese un hombre norteño similar al de los identikits.

Según cuentan a esta investigación el fiscal general Gustavo Vidal Lascano y su colaborador Gustavo Lombardi, todo indicaba que el perfil genético del serial se correspondía con el de los des­cendientes de griegos o turcos.

El regreso del buchón

Después de recibir aquella llamada del fiscal, Nieto se fue a la Jefatura de Policía y llamó a Vargas y a Sosa para transmitirles el dato. En realidad estaba obedeciendo una orden de Ugarte, que de esa manera les retribuía a los dos policías el fruto de aquella semi­lla que habían plantado cuando le fueron a señalar la existencia del período ventana.

Al salir de la oficina de Nieto, aquel 20 de diciembre de 2004, los dos investigadores se fueron caminando hasta la de Vargas, don­de estaban sus subordinados.

-Che, me suena Sajen... ¿de dónde puede ser?

-La Mara. La que le dio el arma a su marido para que mate al pendejo -dijo Vargas. (Mara Sajen es hija de un hermanastro de Marcelo y está acusada, según el fiscal de Distrito 3 Turno 2 - todavía no fue sometida a juicio- de haber alcanzado el 28 de marzo de 2004 un arma a su marido, Daniel Carranza, que éste luego utilizó presuntamente para matar a su vecino Daniel Torres, según la causa).

-Sí, sí... pero esos están todos presos... me suena de otro lado.

-¿No es el marido de Zulma? -preguntó el oficial Calderón.

-¿Qué Zulma? -retrucó Sosa.

La Zulma del empleado de Epec! ¿Te acordás en el 2001? Ése que había cobrado el retiro y fue a ver una minita que sospe­chábamos en su momento que lo había entregado. El tipo ter­minó con un balazo en el cuello.

Tenés razón! La Zulma Sajen, la mina del caco ese que lo en­tregó desde la cárcel al matador. Si yo hablé personalmente con el tipo y lo mandó al frente al loquito ese. Hasta la hija del Sajen testificó contra el acusado.

-Sí, es ése, acordate que tiene otro hermano (Leonardo) preso por un homicidio y que se supo tirotear con la Policía. Hay que andar con cuidado.

A esa altura el nombre de Sajen era uno más, pero los policías ya intuían que podía destacarse entre los otros. Si no, no se explica por qué Sosa se encargó personalmente de seguir los pasos de ese apellido. Esa tarde, los de Homicidios salieron a hablar con sus buchones.

Al día siguiente, el martes 21, la Policía ya sabía que Marcelo Mario Sajen se movilizaba en un Fiat Uno, color gris y de vidrios polarizados. Él sabía que ellos lo sabían.

El 22 de diciembre comienza a desencadenarse el final de esta historia, desde el momento en que el comisario Nieto se reúne con los tres fiscales y recibe la orden de conseguir una imagen del sos­pechoso llamado Marcelo Sajen.

La tarea recae en manos de Sosa, que con tres de sus hombres de confianza (Calderón, Osorio y Maldonado) sube a un utilitario Renault Express, de color blanco, rumbo a barrio General Urquiza En el auto y por radio le avisan al auto (Renault Twingo negro), que está haciendo controles en la zona, que siga a Sajen a cielo y som­bra.

Un pelado (22 de diciembre)

Desde hace dos días que viene volteando policías por el barrio. Uno ha estado parado en calle Juan Rodríguez y Miguel del Mármol, otro en Tristán Narvaja y Miguel del Sesse. También un auto anda dando vueltas y parece ser de Sustracción de Automotores. Marcelo sabe que lo buscan, pero no termina de imaginar por qué, íntimamente teme que sea por los ataques, pero ruega que sea por los autos.

Esa mañana sale de la casa de la Negra Chuntero en José Ignacio Díaz 1a Sección y va directo a buscar a su hijo más grande. Juntos parten para el taller de su hermano Eduardo, ubicado en la calle Chirino de Posadas 3964, a mitad de camino entre la casa de Zulma y la de la Negra. Al cruzar las vías, ven el auto de la Policía, pero no le prestan demasiada atención. "Me está caminando Dro­gas o Automotores", le había dicho Marcelo el día anterior a una persona cercana.

Después de unos minutos de charla con el Jubilado, que está arreglando una batería, padre e hijo vuelven a subir al auto y par­ten rumbo a casa de Zulma, desandando el camino que hicieron minutos antes. Se acerca el mediodía y Marcelo quiere ver a los chicos antes de que salgan para el colegio.

Hacen una cuadra por Chirino de Posadas y doblan hacia la de­recha, hasta llegar a las vías. De allí recorren tres cuadras hasta la calle Alejandro Danel y, después de cruzar el paso a nivel, toman en dirección hacia el puente que desemboca a pocos metros de la casa de Zulma en la esquina de Tristán Narvaja y Montes de Oca.

Antes de llegar, la Express blanca se cruza en su camino y los detiene. Bajan tres policías de civil y ellos paran el auto. Además de la camioneta blanca, la Policía viaja en el Twingo negro. Son las 12 en punto.

-Vení para acá – le dice el policía al hijo de Sajen, Que se baja del asiento del conductor y se dirige hacia el capó del auto.

-¿ Cómo se llama tu mamá? -pregunta el oficial

-Zulma Andrea -responde el menor mientras su padre, que queda parado en la calle con las manos apoyadas en la puerta del acompañante, se muestra incómodo y mira hacia todos lados.

Los policías fingen un control de rutina tan inverosímil que hasta Sajen lo podría haber actuado mejor. Rápidamente el violador se da cuenta de que todo es muy raro y de que lo están filmando. El hijo de Sajen afirma:

-Ese Twingo es de Homicidios. Si son de ahí, ¿qué hacen haciendo un control en la calle?

Además de actuar, los policías tenían que pararse junto a Sajen para calcular bien su altura y observar todo detalle que pudiese ser útil para el caso.

Termina la pantomima y los de Homicidios vuelven hacia la Jefatura. Sosa toma el informe que tiene escrito desde la mañana y le anexa una nota al pie. Así queda registrado en la causa.

"El nombre real es Marcelo Mario Sajen de 39 años. Registra antecedentes penales y contravencionales e inclusive dos condenas (a seis años y a cinco años y seis meses respectivamente) entre los antecedentes existe uno por violación. Actualmente registra domicilio en calle Montes de Oca, entre Tristán Narvaja y Ambrosio Funes de barrio Colón y se dedica a la compra y venta de automóviles usados.

 En el programa de capturas está identificado como Sajen Marcelo Mario D.N.I. 17.851.312, domiciliado en calle Juan Rodríguez 2483 de barrio Colón. El tal Marcelo Sajen tiene dos hermanos, Daniel Alejandro Sajen, alias Nene D.N.I. 20.871.253, domiciliado en calle siete esquina pública de barrio El Quebracho, y Leonardo Sajen, alias Turco, D.N.I. 14.892.672 domiciliado en calle Estados Unidos 5082 de barrio Acosta.

 Mantiene dos familias paralelas, una formada con Zulma Andrea Villalón, D.N.I. 18.177.465, de 37 años, oriunda de la localidad de Pilar, departamento Río Segundo (ca­lle Tucumán sin número, Pilar), con la cual tiene seis hijos, con esta familia vive en calle Montes de Oca al 2800.

 En calle Alonso de Reinoso al 3400, entre Pedernera y Obispo Castellanos, de barrio José Ignacio Díaz 1a Sección tiene otra mujer de apellido Castro Adriana del Valle, D.N.I. 20.453.907, conocida en el barrio como la Negra Chuntero, con la cual tiene dos hijos. Su descripción física es: bien morrudo, no más de un metro setenta, con cejas anchas y casi juntas en el me­dio, le faltan dos dientes, pelo castaño, corto semilacio con entradas en la frente, nariz ancha y chata, manos gordas y velludas.

 De las averiguaciones practicadas en el sector donde habita el tal Sajen, se conoció que es bastante violento, (tiene a los golpes a Zulma) su hablar, sobre cómo roba y trata a sus víctimas hace ver a un sujeto bastante "sa­cado" y especulador. Se comenta que conoció a Zulma cuando ésta tenía doce años, oportunidad en que vivía con sus padres en Pilar y en esa fecha Sajen sometió sexualmente a Zulma y más tarde (a los catorce años), la niña decidió convivir con Marcelo Sajen. Según los registros informáticos, el tal Leonardo Sajen cuenta con un automóvil a su nombre, de marca Fiat 128 modelo 75 dominio VYI 756. El día 22 a las 01.30 horas, el sujeto buscado llegó a su domicilio en un vehículo Fiat Uno dominio TKR 998.

Nota: en el día de la fecha, en horas de la mañana y mientras se practicaban averiguaciones en torno al sos­pechoso, se observa que el Fiat Uno dominio TKR 998 circulaba por la avenida 11 de Setiembre en sentido sur-norte y tras cruzar las vías férreas al llegar a la in­tersección con las calles Alejandro Daniel y avenida

Los Sauces de barrio José Ignacio Díaz, se procedió al control del automóvil, identificando al señor Marcelo Mario Sajen, de 39 años, D.N.I. 17.851.312, con domici­lio en calle Juan Rodríguez 2483 de barrio Colón, quien manifestó domiciliarse en calle Ambrosio Funes 2491 de barrio Colón, y que hasta la fecha no efectuó el cam­bio de domicilio. En cuanto a la documentación del automotor, Sajen exhibió la tarjeta verde la cual está a nombre de XX ZZ, con domicilio en la ciudad de Río Cuarto, a la vez que manifestó haber comprado el roda­do hace una semana aproximadamente y aún no efec­tuó la correspondiente transferencia. Sajen, al momen­to del control, se mostró muy nervioso y colaborador ante la requisitoria de la documentación. Con respecto a sus características físicas, el mismo tiene una estatu­ra de aproximadamente 1,68 m., contextura física ro­busto con el abdomen visiblemente abultado, de tez tri­gueña, cabellos ralos, cortos y notable calvicie en la zona de la coronilla, se destaca la vellosidad de sus bra­zos y los dedos de las manos y pies gruesos, que al mo­mento del control vestía una bermuda color beige, re­mera color blanco y ojotas color azul".

El jefe de Homicidios termina de escribir, imprime y llama a su jefe, el comisario Nieto.

-¿Jefe?

-

-Ya está el tema de la filmación, ¿cuándo quiere que se lo lleve por ahí?

-Ya mismo.

-¡¿Ya?!

Sí, quieren verlo ahora!

Las imágenes llegaron a Tribunales II a las 12.40 de aquel miércoles, cuando en el despacho del fiscal no entraba un alfiler. Además de Ugarte, estaban su secretario Lavaselli, los fiscales Caballero y Hairabedian, el director de Operaciones de la Policía, Miguel Martínez, el comisario Nieto, Oscar Vargas, Rafael Sosa, Bebucho Rodríguez, Gustavo Lombardi y Federico Storni, de la Policía Judicial. La tensión estaba mezclada con la expectativa. Sosa ya estaba seguro de que Sajen era el violador serial, lo mismo pensaba Vargas, pero no iba a ser tan fácil convencer a Ugarte.

Pero qué me traen! Éste tipo es pelado, si lo detengo se me va a cagar de risa todo el país -exclamó Ugarte. -¡Es él, doctor, mírelo bien! Tiene todas las características - retruca Sosa ansioso porque cree que de allí se va a ir con una orden de detención.

-Sí, ya sé que se parece, pero... es un pelado. Le faltan dientes. Ninguna víctima dijo que no tenía dientes. -Parece armenio más que turco, bromea en voz baja el secreta­rio Lombardi, que no se da cuenta que tiene a su lado a Hairabedian, un descendiente armenio.

-Obsérvelo bien, fiscal -se mete el representante de la Policía Judicial- Es físicamente muy parecido, su rostro no es el del identikit, pero... es muy parecido, para mí que...Pero Federico!, le brilla la pelada... -interrumpe Ugarte- De noche, esa pelada brilla. -Pero es muy parecido

Cállese la boca, Storni! Lo que yo necesito acá es seguridad.

Pero si es él, fiscal! -insiste Sosa que está ahí de regalo por­que no tiene el rango suficiente para compartir ese momento y por ello recibe una mirada de Vargas, su superior, para que baje el tono de voz.

-Se viene la Navidad, si yo lo detengo ahora y no es, se me acaba la carrera. ¡La prensa me fusila!

La discusión es interrumpida por el mismo Ugarte, que se comunica al Ceprocor, con la doctora Modesti.

-Si le llevo un ADN ahora, ¿para cuándo tendrían los resulta­dos?

-Para el día 27, doctor.

-No, los necesito antes.

-Si me los trae antes de las 10 de la noche se lo tengo listo para el 24 a la tarde.

El fiscal corta la comunicación y vuelve a plantear sus dudas al grupo. Finalmente decide no detenerlo y le ordena a Sosa que mantenga a Sajen vigilado. En ese momento, al comisario Pablo Nieto se le ocurre una idea que posteriormente sería muy criticada: ¿Y si lo detenemos por una contravención?".

La reunión se descomprime, Sosa se aleja del lugar ofuscado, igual que todos. Ugarte necesita pensar, sabe que no puede come­ter ningún error y en el fondo no termina de confiar en la Policía. Para protegerse, Ugarte busca refugio en el jefe de los fiscales, un eterno preocupado por lo que diga la prensa. Así lo cuenta Vidal Lascano: "Me llama Ugarte y me dice 'lo tenemos' pero me aclara que el problema es que es pelado y no concuerda en absoluto con el identikit. Quería saber qué le recomendaba yo y entonces le plan­teé mi preocupación por lo que podía decir la prensa si nos equivocábamos".

Si ese día el fiscal hubiese considerado, como lo consideraron casi todos los involucrados, que había suficientes razones para vin­cular a Sajen a los hechos de violación, el delincuente hubiera sido atrapado con vida. Pero Ugarte le tuvo demasiado miedo al error y cuando reaccionó, ya era tarde. "El fiscal en ese momento no se jugó", confiesa Pablo Nieto en la actualidad.

A esa altura Sosa ya estaba en la calle y tenía la orden de detener a Sajen por alguna contravención. Pronto tomaría por su cuenta la decisión de no hacerlo.

Mientras, en Tribunales la filmación de Sajen despertaba discusiones, Marcelo estaba en casa de Zulma, donde junto a su hijo mayor le comentaban que acababan de detenerlos para un control y que, aunque se presentaron como de la División Sustracción de Automotores, los policías eran caras conocidas de Homicidios. También le dicen que los filmaron. Después de comer, ambos salen nue­vamente rumbo al taller de la Chirino de Posadas.

A las 15.30 de ese día, Zulma ve que una camioneta de la Poli­cía pasa frente a su casa. En ese momento, los policías, que tenían como misión controlar a Sajen, lo esperaban en las afueras del taller.

Tenían la orden de Sosa de que ahora se buscaba detener a Sajen por una contravención y sólo restaba que el sospechoso cometiera alguna.

Después de ver el móvil policial, Zulma decide ir caminando hasta el taller y decirle a Marcelo que el Twingo negro y una camioneta del CAP (una Toyota Hilux) siguen pasando por el frente de su casa sospechosamente. Apenas llega, deciden subirse al Fiat Uno y volver a su casa en la casa Montes de Oca.

Saben que van a seguirlos y por eso se mueven rápidamente pero procurando no pasar el límite de velocidad. El Twingo negro los acompaña desde atrás y, cuando está a punto de detener el auto, el oficial Osorio que iba al volante se comunica con Sosa, que aca­ba de recibir la información de que Sajen ya tiene en su poder la pistola 11.25 con la que días después se quitará la vida.

-Portugal 1 a Portugal 2, ¿Osorio? -pregunta Sosa desde la Jefatura de Policía.

-Acá Portugal 2, base. Esperamos indicaciones, el sospechosose dirige hacia su QTH (domicilio).

-Abortá Diego, no lo detengas.

-Portugal 2 a base, ¿perdón jefe, me repite la orden?

-Cortá Osorio, está armado, es peligroso, no lo detengan.

"La decisión fue mía en ese momento y me hago cargo. Mandar a mi gente sin apoyo, a detener a un tipo armado por una contravención era mandarlos a la muerte y yo tengo la responsabilidad de protegerlos. Además, ni siquiera teníamos orden de detención. Nada me aseguraba a mí que un tipo desesperado no terminase matando a mis hombres", aseguró Sosa, que no quiso decir lo que se desprende de sus palabras. El fiscal que no se animaba a emitir una orden de detención pretendía que los policías tomaran los ries­gos que él no quería tomar.

"Imagínate que no era. Que el tipo sacaba el arma y se tirotea­ba con los míos. Nos habían dicho que, además de ser un delincuen­te con antecedentes, ya se había tiroteado con la Policía y no nos daban instrumentos legales para protegernos. Teníamos que ir con cara de tontos a detener al delincuente más peligroso de Córdoba en ese momento pero por una contravención. ¿Y si se resistía y defendiéndonos, lo matábamos? ¿Y si después el resultado de ADN daba negativo? Resulta que íbamos a ser los culpables por la muer­te de un tipo que no era el serial", especula Sosa.

Cuando el auto se detiene, cerca de las 17, Marcelo se baja e ingresa a la casa. Zulma, en cambio, se dirige hasta el Twingo y, ante la sorpresa de los policías, pregunta: "¿Está Sosa por allí? Quiero saber por qué están vigilando a mi marido".

Después de lo ocurrido, Sosa le transmite a Nieto lo que luego conto para este libro y éste entiende que los dichos de su subordinado  tienen lógica. Entonces se produce otra discusión que ahora Es protagonizada por Nieto y Ugarte. El resultado final es que el comisario le pide a Ugarte que emita una orden de allanamiento de la casa y una orden de detención contra Sajen. El fiscal accede a lo primero y promete para la tarde la orden de detención.

"Asegúrense de tenerlo controlado", le dice el fiscal a Nieto antes de cortar. De todos modos, el ánimo de Ugarte estaba decaí­do nuevamente y a partir de ese momento las acciones del día recaen en manos de Maximiliano Hairabedian.

Mientras tanto, Sajen, el escurridizo Marcelo Sajen, se aprove­cha del desconcierto de la Policía para escapársele de las manos al mismo comisario Sosa, que así explicó personalmente cómo el violador se burló de él: "Lo pasa a buscar un remis por la casa y vemos que sale rumbo a José Ignacio Díaz. Nosotros lo seguíamos atrás tranquilos, porque lo veíamos ahí sentado, hasta que agarra la avenida Los Sauces y dobla por Enfermera Luque para detenerse en una casa ubicada justo frente a lo que se conoce como la villa Los Eucaliptos. Lo perdemos un segundo cuando dobla y en ese instante, con el remís en movimiento, él se tira y se mete en una casa que tenía al frente estacionado un R12 con un tarrito en el techo. Al doblar, notamos que ya no estaba en el remís y rápida­mente detenemos al chofer que nos dice que se metió en esa casa del R12. Como sabíamos que la Negra Chuntero vivía frente a Los Eucaliptos, nos imaginamos que ésa era su casa, así que dejamos una guardia para allanarla".

En realidad, esa vivienda pertenecía a dos ancianos que no conocían a Sajen pero que, cuando él les golpeó la puerta lo deja­ron entrar porque les dijo que quería comprarles el automóvil. Mientras los policías detenían al remís, Sajen salió al patio inter­no de la casa de los ancianos y se escapó por los techos. De allí caminó dos cuadras más por la avenida Los Sauces y llegó a la casa de Adriana, que lo esperaba con la comida caliente.

Vos sabés negra que me paró la cana y me dieron vuelta el auto! Que los papeles, que el chasis, que la tarjeta verde, todo se pusieron a controlar los de la yuta. ¿Viste que te dije que me estaban caminando?

-Sí, pero, ¿por qué será? -preguntó Adriana.

-No sé, lo que me llamó la atención fue que me filmaron desde adentro de la camioneta.

-Pero cómo que te filmaban, ¿por qué?

-No sé, alguna cachada me van a hacer. La Policía trabaja así, me van a meter algo.

-¿Pero tenés idea de qué será?

-Yo pensaba que eran de Drogas o de Automotores, pero como a mí no me pueden mostrar nada, algo van a inventar... Presiento algo feo.

El diálogo que nos relató Adriana ocurrió en momentos en que toda la Policía de Córdoba buscaba a Sajen, apenas horas antes de que se realizaran allanamientos masivos para encontrarlo.

Nieto se comunica con el comisario Alejo Paredes, el jefe del cuerpo Eter y de la Brigada Antisecuestros, y le pide cuatro grupos para realizar allanamientos simultáneos en viviendas de la zona sur de la ciudad. A esa hora, Paredes estaba con sus hombres en Casa de Gobierno, custodiando el brindis que se hacía por las Fies­tas de fin de año.

Mientras tanto, en la Justicia se aceleraban los trámites y, a las 20, el fiscal Hairabedian se comunica con Gabriel Pérez Barberá para avisarle que se iban a hacer allanamientos.

-Gabriel, está todo preparado para allanar la casa del principal sospechoso. Si tenemos suerte vamos a tener material para ana­lizar, así que necesito que me dejes una guardia de tu gente para recoger las muestras.

-Quedate tranquilo Maxi. Acá va a estar todo el plantel científi­co y me voy a quedar yo también a la espera. ¿A qué hora está pensado?

-Estamos en eso todavía, yo te llamo.

Niños peligrosos

El efectivo miembro del Eter cierra el puño y, en silencio, hace un movimiento similar a un corte de manga. Detrás del pasamontañas del casco negro, se alcanzan a ver los ojos enrojecidos del oficial los nervios típicos previos a todo operativo. Detrás suyo, 10 hombres vestidos igual están en fila india y lo miran atentamente.

Están ahí porque el comisario Sosa está convencido de que en ese lugar está el violador serial y Sosa no es de equivocarse.

De repente, el de casco comienza a mover su brazo hacia arri­ba y hacia abajo, al tiempo que clava la vista en todos sus compa­ñeros y se lleva los dedos índice y anular de la mano derecha a los ojos. Después, une esos dos dedos y los extiende señalando la puer­ta de entrada de la casa. En segundos, los hombres de negro se desplazan e irrumpen violentamente en la vivienda, pateando mue­bles, puertas y todo lo que se cruce en el camino. En la casa, una señora mayor y sus siete nietos empiezan a gritar y llorar desconso­lados. Horas después, Sosa, víctima del engaño de Sajen, tiene que ir personalmente a pedirles disculpas a los ancianos por la puerta y los muebles rotos por las patadas de los del Eter.

Simultáneamente, otro grupo de elite ingresa a la casa de Zulma, un tercero en el taller del hermano de Sajen, en la calle Chirino de Posada, y un cuarto en la casa de la hija más grande del matrimonio Sajen, en la calle Ambrosio Funes. Sajen no estaba en ningún lado. Se presume que a esa altura dormía en casa del her­mano de Adriana del Valle Castro, el Negro Chuntero.

Era un mal día para Sosa, que, después de que los efectivos del Eter ingresaron a la casa de Zulma, pasó uno de los momentos más incómodos de su carrera policial cuando ingresó junto a otros cincuenta policías y escuchó entre sollozos el grito de Zulma que, ante el asombro de todos, clamaba: "¡Sosita! ¡Sositaaa... abrazame Sosita! ¿Por qué me hacen esto?", mientras se tiraba en sus brazos. El jefe de Homicidios no pudo evitar ponerse colorado. La mujer, lo recor­daba -al igual que él- desde hacía tres años cuando los Sajen ayu­daron a atrapar al supuesto autor de la muerte del empleado retirado de Epec, Hugo Murúa.

El allanamiento de esa noche no permitió encontrar al violador serial, pero sí otorgó un elemento importante a la causa. En el living, los policías encontraron un televisor Hitachi Serie Dorada de las mismas características del que el violador serial robó de la pensión de calle Balcarce, en diciembre de 2002. Esa noche no hubo secuestros de elementos. Zulma también reconoció entre los efectivos a Oscar Vargas y le preguntó por qué allanaban. Allí le mostraron la orden de allanamiento que decía que el operativo era ordenado a raíz de un hecho de abuso sexual. En ese momento la mujer demostró que tenía otros contactos dentro de la Policía: "¡Yo no tengo nada contra la Policía. Acá viene un chico del Eter, que es amigo de mi hija. Él conoce al comisario Paredes!", gritó Zulma.

Esta vez fue Paredes quien se puso colorado y se atragantó. Al ser consultado en el marco de esta investigación, el jefe del Eter se limitó a decir que "se trataba de un joven aspirante al grupo y que al final no pudo entrar".

Cerca de las 2 de la mañana el teléfono de la oficina de Pérez Barberá en Policía Judicial sonó, y cuando el funcionario atendió reconoció del otro lado de la línea, la voz del fiscal Hairabedian.

-Se nos piró, Gaby.

-¿Cómo?

-Sí. Sajen se escapó. Andá a dormir nomás. Vamos a ver quépasa mañana.

Mi hijo (Jueves 23)

Al día siguiente del allanamiento, con Sajen prófugo, Zulma se presentó en Tribunales II, en la oficina de Ugarte para hablar con él. Como el fiscal no estaba, dejó su número de celular y se fue.

Según cuenta la mujer, durante todo el día se dedicó a buscar a su marido porque, cansada de tantos problemas, se había propues­to llevar a Marcelo personalmente ante la Justicia para "aclarar todo". Nunca lo encontró.

Pasadas las 15, los policías liderados por Diego Osorio detie­nen en la calle a Zulma que viajaba a bordo del Fiat Uno gris en el que habían filmado a Marcelo dos días atrás.

Allí se produce un diálogo entre la mujer y Osorio que deriva en el traslado de ella, por sus propios medios, hasta la Jefatura de Policía. A diferencia de lo que trascendió inicialmente, Zulma sólo quería hablar con las personas que conocía y por ello se reunió en una oficina con Vargas y Sosa.

-¿Por qué lo buscan a mi marido, Sosa? ¿Qué quiere decir esode abuso sexual?

-¿Conocés el caso del violador serial, Zulma? -preguntó Vargas.

-.

-Bueno, por eso lo buscamos. Creemos que tu marido es el violador serial -le dijo el comisario, provocando un profundo estu­por en la mujer, que necesitó de unos instantes para reponerse.

No puede ser! ¡Él no es! Ustedes están equivocados, ¡mí marido no es ese hombre!

-Zulma. ¿Vos estás segura?

El silencio que hizo la mujer en ese momento todavía hoy es recordado por los policías con algo de impresión. Dicen que movió la cabeza de un lado para el otro y respondió:

-Para mí no es... pero no puedo asegurarlo. ¿Qué puedo hacer para saberlo? Afuera está mi hijo, ¿sirve que le hagan un estu­dio a él?

- -se regodearon los policías- sirve pero lo tenés que autori­zar vos, porque él es menor de edad.

-Está bien. Yo lo autorizo pero con una condición. Sino es eso que dicen, dejen de molestarnos. Y si llega a ser, hagan lo que quieran con él, pero no se metan con mis hijos.

Ugarte nunca supo cómo Sosa y Vargas habían convencido a Zulma. Cuando recibió la noticia, se limitó a decir: "Está bien, si ellos están dispuestos, hagan la extracción". Ese día el hijo me­nor de Marcelo se prestó por orden de su mamá a una extracción de sangre. Lo mismo hizo Zulma. Todo ello fue filmado con la misma cámara que días antes había tomado la imagen de Sajen para que lo pudiera ver el fiscal. Simultáneamente, según una fuente del Servicio Penitenciario, tres guardias ingresaban al pa­bellón donde Leonardo Sajen pagaba parte de su condena por homicidio en la Penitenciaría de barrio San Martín. Sin muchas palabras le explicaron que los tenía que acompañar para hacer un análisis de ADN. El pluma amagó a negarse, pero se dio cuenta de que no tenía sentido, así que los acompañó hasta la enfermería a sacarse sangre.

Alrededor de las 22, Zulma volvió a su casa con los mismos policías que la habían acompañado a Jefatura. Ellos realizaron otro allanamiento en la vivienda. En el nuevo operativo hubo secuestros: además del televisor Hitachi Serie Dorada, se llevaron sábanas, una almohada y un cepillo de dientes perteneciente a Sajen.

Los análisis de ADN de todos esos elementos, más la sangre de Zulma, de su hijo y de Leonardo iban a ayudar a cercar a Sajen que ya se había convertido en el único sospechoso, desde la llegada de Ugarte, que se negaba a hacerse el examen del código genético.

Lo único que sabemos de Marcelo ese día es que en algún momento pasó por la casa del Jubilado (su hermano Eduardo) en barrio Vipro y le comentó que lo estaban siguiendo. De allí volvió a su refugio en Ituzaingó Anexo.

Noche mala (Viernes 24)

Mientras la sangre de su entorno comenzaba a ser analizada en el Ceprocor, Sajen eligió seguir escondido donde pasó la noche del 22: supuestamente en la casa del hermano de su amante, el Negro Chuntero, un hombre que no fue contactado por esta investigación pero que habita en barrio Ituzaingó Anexo.

Quienes lo vieron en esos días aseguran que el serial se mos­traba ansioso y por momentos desesperado.

Un vecino del barrio afirma haberlo visto en la puerta de la casa en cuestión, tomándose la cabeza lleno de preocupación. Se­gún pudimos saber, aquellas horas estaban llenas de ansiedad para Sajen que pasó esos días la mayor parte del tiempo despierto y ayudado con pastillas y ansiolíticos. Si, como dice el comisario Raúl Ferreyra, Marcelo era, además, un frecuente consumidor de cocaí­na, es de imaginar que también haya estado consumiendo en esos momentos en que su vida se iba despedazando y ya podía vislum­brar que le quedaban pocas salidas.

Es de imaginar que aquellas fiestas, conociendo su anuncio tan­tas veces reiterado de que no pensaba volver a la cárcel, lo hicie­ron recordar tristes navidades encerrado en un calabozo y lejos de sus hijos.

Ese día el diario La Mañana de Córdoba había publicado la siguiente afirmación en sus páginas: "En las últimas horas circuló fuerte en la Central de Policía una versión de que un sospechoso de ser el violador serial estaría cercado y que su domicilio habría sido allanado el miércoles a la medianoche. Sin embargo, al cierre de esta edición los investigadores negaron la versión”

A la distancia es necesario reconocer que aquella nota que por entonces parecía tener poca consistencia era, en realidad, una pri­micia que bien hubiera valido un titular de tapa. El dato exclusivo pertenecía al periodista Gustavo el Pájaro Molina.

Cuando llegó la noche del 24, mientras Zulma y sus hijos su­frían en su casa de barrio General Urquiza, Marcelo sufría en ba­rrio Ituzaingó por no poder estar con ellos. Zulma se fue a dormir antes de la medianoche. Desde entonces, hasta el día de hoy, la mujer prefiere dormir junto a alguno de sus hijos, antes que volver a la cama que compartió con Marcelo.

El clima de tristeza tampoco permitió hacer una fiesta en ba­rrio Ituzaingó Anexo pero, de todos modos, Adriana fue a casa de su hermano para pasar unas horas con Marcelo.

Así lo cuenta ella: "Nos juntamos en casa de mi hermano. Fue todo muy triste porque Marcelo estaba muy angustiado. A medianoche brindamos y él se encerró en el baño a llorar. Estaba mal por­que no podía estar con sus otros hijos y después de varios minutos salió con los ojos colorados. Ese día habíamos estado con su hijo más grande que le dijo: 'Papá, mandate a mudar que te busca toda la Policía de Córdoba'".

En la cena, Marcelo no tomó un trago de alcohol, ni comió nada. Apenas dijo unas palabras y todo indica que comenzaba a imaginar que sólo le quedaba escapar. Se abrazó a Adriana, le tomó la cara con sus dos manos peludas y pesadas, y le preguntó:

-Negra, ¿qué vas a hacer?

-Marcelo, yo hasta el último momento voy a estar al lado tuyo.

Navidad de color (Sábado 25)

El 25 de diciembre Sajen tuvo, al igual que el día 24, una falsa sensación de tranquilidad, que se debe haber parecido a esa calma gris que precede a las grandes tormentas.

En rigor de verdad si hubiese tenido la intención de hacerlo es indudable que ése era el momento de escapar del país o, al menos, fugarse de Córdoba. La investigación posterior realizada por los comisionados a la causa de Juan Manuel Ugarte determinó que en ese momento Sajen comenzó a planear esa fuga con la ayuda de un mecánico amigo que iba a gestionarle la salida del país en los días siguientes.

Nuestra especulación es que esa era una idea que circulaba más fuertemente en el entorno de Marcelo que en él mismo, quien a esa altura ya tenía en claro cómo iba a ser su final y sólo espera­ba saber dónde se produciría.

La prueba está en que el hombre prefirió quedarse (refugiarse) donde siempre: en el sur de la ciudad, cerca de las vías donde cre­ció, de sus hijos y sus mujeres. En ese laberinto conformado por los barrios donde vendió verduras para supuestamente escapar de las palizas de su padre, violó a decenas de víctimas, presuntamente vendió drogas y robó autos, y cometió vaya a saber cuántos delitos que nunca llegaron a figurar en su prontuario.

-Presiento algo malo. De ésta no zafo.

-Pero Marcelo, ¿por qué no te entregas? -se animó a preguntar Adriana.

-Volverte más fría, negra. Si me agarran yo voy a hacer lo mismo que el Bichi. No sabés la vida que me espera y que me van a dar en la cárcel. No sabés lo que sufrí ahí la última vez que estuve preso.

-Pero Marcelo...

-Escúchame, quizá la última vez que me veas va a ser en un cajón, porque a mí no me van a poner las esposas.

Ese sábado, con un decolorante, Sajen se tiñó el pelo de rubio. Como su cabello era negro oscuro, adquirió una tonalidad que se parecía al colorado, cuando era iluminada por el sol. Se tiñó la cabeza, las cejas, los vellos de sus brazos y se depiló las manos. Su idea, más que la de escapar, parecía ser perderse.

Pese a que era intensamente buscado, las personas que compartieron esos momentos con él afirman que no estaba inmóvil y escondido en una pieza, sino que iba y venía todo el tiempo en auto, moto o bicicleta. Tan cómodo estaba, que tendría tiempo de atacar nuevamente.

Última violación (26 de diciembre)

En aquel momento quizá era necesaria mucha frialdad para poder dimensionarlo, pero ahora y a la distancia todo indica que Marcelo Sajen fue atrapado justo en una etapa de su carrera delictiva en la que necesitaba desafiar cada vez con más temeri­dad a la Justicia y, en particular, al sistema que sin saber verlo, le había permitido convertirse en lo que se convirtió.

Así fue que el día 26 de diciembre, dos días antes del final, volvió a atacar y lo hizo justamente en la zona donde se encontraba refugiado. Ocurrió en barrio Ituzaingó Anexo, en la intersección de las calles Westinghouse y Vucetich, donde mediante la violencia tomó a una chica de 16 años que había venido a pasar las fiestas a Córdoba a la casa de unos familiares, llevándola hasta un descam­pado ubicado a cuatro cuadras, donde la violó.

En este hecho Sajen muestra claramente a la víctima la pistola 11.25 que después utilizaría para quitarse la vida.

El abuso fue cometido cerca de las 21.30 de aquel domingo, minutos antes de que Sajen abandonara su refugio de los últimos días en Ituzaingó Anexo para partir rumbo a la casa de su tío, Andrés Caporusso, en barrio Santa Isabel 3a Sección.

La decisión (27 de diciembre)

Hay cosas que no se hacen: no se insulta a la madre, no se tira la comida, no se traiciona a un hermano. Del mismo modo, hay cosas que no se preguntan y una de esas es qué hacía uno de los hermanos Sajen llegando de sorpresa a casa del tío Caporusso en horas de la noche.

Algo así pasó el domingo 26 de diciembre, cuando de improviso Marcelo se presentó (con el pelo teñido) en la casa de su tío y le pidió que lo "aguantara" ahí unos días, porque se había mandado "un moco" y la Policía lo buscaba.

-Le volví a pegar a la Zulma y esta vez se me fue la mano, así que me busca la cana -explicó Marcelo sin que nadie se lo pre­guntara.

-Está bien. Quedate -le respondió Caporusso, que declaró en la causa que siempre estuvo al tanto de "las golpizas" que su so­brino "solía propinarle a Zulma". Similares a las que, según asegura, sufría su hermana antes de la muerte de don Leonardo.

En esas horas en Santa Isabel 3a Sección, Marcelo casi no ha­bló con su tío. Sólo en la noche del domingo le sugirió a su primo, un chico de 12 años, que la Policía lo buscaba y que él que no pen­saba entregarse.

En la mañana del 27, Marcelo acompañó a su tío hasta el Mer­cado de Abasto, donde lo ayudó a cargar la verdura en la camione­ta. Algunas personas lo vieron trabajando como un changarín más, como lo hizo durante tanto tiempo para su padre. Después volvió y se fue de la casa de su tío Andrés, a bordo de una motocicleta rum­bo a barrio General Urquiza.

Sajen estuvo paseando por sus zonas preferidas prácticamente en las narices de la Policía. Es de imaginar que en cierto modo esto le generaba cierta incertidumbre, ya que era evidente que, aunque la Policía lo buscaba, todavía no lo hacía con la intensidad con la que se imaginaba iba a hacerlo una vez que confirmaran que él era el serial.

Los investigadores sospechan que especulaba que los resulta­dos de los estudios de ADN a los elementos secuestrados en su casa, tardarían mucho tiempo antes de conocerse. Sabía lo que le había pasado a Camargo y pensaba aprovecharse de esas demoras.

Marcelo se movilizó con cierta tranquilidad en la zona de la casa de Adriana Castro, presumiblemente gestionando su posible fuga y buscando generar el dinero para financiarla. En este punto la investigación que lleva adelante el fiscal especula que Sajen pensaba fugarse en la noche del día 28 de diciembre, para lo que tendría que pagar un monto cercano a los 1.500 pesos. Nosotros seguimos pensando que Marcelo ya tenía en claro que iba a suicidarse.

En la tarde de ese día, Sajen es visto por dos chicas en una heladería ubicada en la avenida Sabattini y la calle Tristán Narvaja, a pocas cuadras de su casa y de la zona donde era más buscado. Cuando las jóvenes entran al comercio, el delincuente estaba to­mando un helado y ellas se sintieron muy incómodas por la manera en que éste las observaba.

Al irse, esas jóvenes que al día siguiente mirando la televisión iban a descubrir que habían estado a metros del violador serial, comentan entre ellas lo mal que las había hecho sentir ese sujeto.

Según los investigadores, Sajen estaba en el barrio coordinan­do con algunos conocidos la venta de uno de sus autos para finan­ciar aquella supuesta fuga que nunca se concretaría.

Muchos vecinos lo vieron por esas horas e inclusive Marta López, la vecina de la casa de la Juan Rodríguez en la que creció Sajen, aseguró haberle vendido una pizza a Marcelo. Algunas versiones lo ubican incluso en Pilar, vendiendo un auto, pero eso no pudo ser verificado.

Última víctima

Para los autores de este libro hablar con la última víctima de Marcelo Sajen fue tan importante como hablar con la primera, porque permitió cerrar ese horrendo círculo que el delincuente comenzó a transitar en 1985 al atacar a Susana. Independientemente de que ambas personas vivieron situaciones totalmente diferentes, ya que la última joven logró escapar de las garras de Sajen sin que él abusara de ella, ambos casos tienen el valor simbólico de su orden en la serie.

El ataque sufrido por Paula, una joven rubia, alta, estudiante de abogacía y vecina de barrio Santa Isabel 3a Sección, ocurrió en la tarde del día 27, cuando volvía en bicicleta de un gimnasio. En el living de su casa, la joven relata lo sucedido.

"Yo volvía a casa en la bicicleta y deben haber sido poco más de las 6 de la tarde cuando veo a un tipo en moto hablando por celular. Estaba parado en la puerta del Cottolengo Don Orione. La verdad es que ni me di cuenta de que era la misma persona que ese mismo día a la mañana me había mirado feo en el barrio y me había dicho una grosería". El dato del teléfono llama la atención porque la Policía nunca pudo encontrar prue­bas de que Sajen hubiera usado un celular por esos días, por más que sea de imaginar que de alguna manera necesitaba comunicarse con sus contactos.

La joven, que tenía puestas una calzas negras y encima un buzo color rojo, continuó transitando la calle de tierra que corre paralela a la Avenida Armada Argentina y, de pronto, sintió que la moto se le acercaba y Sajen la abordaba.

"Vino de frente impidiéndome el paso y me agarró el brazo fuerte. Con la otra mano, me tocó la cola por dentro del pantalón. Fue muy feo porque se lo veía como sacado. Después me agarró la cara y acercó la suya para besarme (es la segunda víctima de Sajen que recibió un beso del violador serial después de una chica ataca­da el 16 de marzo de 2003). Él me gritaba que me callara y yo me resistí haciendo todo lo que podía. Al final le arañé el brazo y justo tuve la suerte de que pasara un auto y él desapareciera". Fue la primera vez que Sajen atacó de frente mostrando su cara a la vícti­ma. Era también la última.

Aquella tarde, mientras Paula denunciaba lo ocurrido en la Unidad Judicial del precinto 9 y se enteraba por el sumariante de que en la zona se pensaba que podía estar escondido el violador serial, Marcelo se preparaba para despedirse del mundo.

Palabras claves , , ,
Sin comentarios  ·  Recomendar
 
//12 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XIX Trabajar

por jocharras a las 12:35, en La Marca de la Bestia

CAPÍTULO XIX

Trabajar

El robo de autos en Córdoba

Caminan por las calles del barrio como quien pasea disfrutan­do de la tarde. Toman un café, se paran en la esquina, entran a un cyber, toman una coca en un kiosco, se esconden cuando pasa la Policía. Parecen vecinos comunes, pero no viven allí; parecen a la deriva, pero no lo están; parecen honestos, pero no lo son. Son los levantadores de autos que deambulan por las calles de Córdoba a la caza del coche que buscan.

Pueden estar en barrio General Paz, en Juniors o en Alberdi, pero se los encuentra más fácilmente en el centro o en Nueva Córdoba, donde se sienten libres para hacer lo que quieran. Forman parte de una de las ''industrias" más antiguas de la humanidad, la del delito, y se especializan en una de las ramas que más adeptos tiene en la provincia: el robo y la posterior colocación de automo­tores.

Es uno de los negocios delictivos más rentables y frecuentes de Córdoba. Según las últimas cifras oficiales que se dieron a conocer (corresponden a los años 2001, 2002 y 2003), en nuestra provincia se roba por año un promedio de 3.800 automóviles (a razón de 11 vehí­culos por día). El 80 por ciento de esos rodados son sustraídos des­de la calle y cerca de la mitad de estos desaparecen en el triángulo de las bermudas que es el barrio Nueva Córdoba, precisamente el lugar preferido del violador serial. La investigación que llevó ade­lante el fiscal Ugarte llegó a la conclusión de que el hombre que fue identificado como el violador serial transitaba normalmente por las calles de ese barrio no sólo para abusar de las jóvenes, sino también para robar vehículos. Esto también fue confirmado por diferentes actores de la investigación como los comisarios Eduardo Rodríguez, Oscar Vargas y Rafael Sosa.

¿Pero cómo se ejecuta este delito que, según las personas que trabajaron con Sajen, era una de las tantas cosas que él sabía ha­cer "muy bien"?

El negocio del robo de autos mueve millones de pesos y para poder realizarse requiere de una serie de especialistas que actúan rápidamente y contrarreloj. El primer eslabón de esa cadena es el contacto que se comunica con aquella persona que quiere comprar o que está dispuesta a vender un auto robado como si fuera legal.

A partir de ese momento se activa la búsqueda y le correspon­de al levantador salir a la calle a encontrar el vehículo que requie­re el futuro comprador. No se trata de robar a cualquier costa el primer auto de esas características que se encuentre transitando por la calle, ya que de nada valdría asaltar a un conductor y llevarse su vehículo, porque el objetivo es justamente robarlo haciendo la menor cantidad de escándalo posible y aprovechándose de la lentitud del sistema a la hora de intentar recuperarlo.

Por eso, en general, los autos elegidos están estacionados en las calles a la espera de sus dueños. Los levantadores (se los califi­ca llave, ½   llave y 1 llave en orden ascendente, según su capaci­dad) salen a deambular buscando el auto que necesitan.

El secreto del levantador consiste, como en todo delito, en po­der encontrar el lugar adecuado para cometer el hecho y la víctima más vulnerable para sufrirlo. Por ello los lugares más buscados son cerca de las clínicas, donde la gente normalmente llegó preocupa­da por otras cosas y no tuvo tiempo de asegurarse de que el auto esté bien protegido; los negocios y las afueras de los grandes cen­tros comerciales, donde descuentan que los dueños se mueven con sus hijos y eso atrasa las cosas.

Un levantador de 1 llave, como según los investigadores era Marcelo Sajen, se lleva un auto de su lugar de estacionamiento en menos de 30 segundos, tenga éste o no una alarma activada. A par­tir de ese momento, el vehículo se convierte en una brasa ardiente y por eso se activa un nuevo eslabón de la cadena que consiste en llevar ese vehículo sin llamar la atención de la Policía y lo más rápido posible, a un lugar donde pueda enfriarse.

¿Qué significa enfriar un auto robado? Es llevarlo a un lugar donde pueda "descansar" sin llamar la atención (por eso se suelen utilizar playas de estacionamiento), hasta que los policías o las empresas de seguridad satelitales dejen de buscarlos . Si en Nueva Córdoba se roba la cantidad de autos que ya hemos señalado, es de imaginar que los investigadores poco pueden hacer para resolver un caso de hoy, si mañana tendrán 11 nuevos casos que investigar.

En ese punto está siempre la posibilidad de llevarlo rápidamente a un desarmadero  (hacerlo "cortar" en la jerga) o por el contrario llevarlo a una playa de estacionamiento hasta que se enfríe. También es posible que el auto sea "colocado" en manos de otros delincuentes que lo utilizan para cometer algún otro delito.

Según pudimos establecer, en los casos en los que se roban 4x4 o vehículos caros que pueden tener activado un buscador satelital, los ladrones acostumbran llevarlo a una zona céntrica, estacionarlo y sentarse en algún bar cercano por algunas horas hasta ver si la policía llega a buscarlo. Después de una prudente espera, la ca­mioneta es llevada al desarmadero o a la playa.

Esta presunta actividad de Marcelo Sajen era a la que más se lo vinculaba antes de que su nombre surgiera relacionado a las violaciones. De hecho, su mujer asegura que su marido era "un perseguido" por los policías que siempre iban a la casa creyendo que los autos familiares eran robados y "nunca pudieron probarlo". Al respecto, los investigadores especulan que Sajen utilizaba la compra-venta legal de autos como pantalla para su actividad ilegal.

Los apuntes de la Policía Judicial sobre el robo de automotores vinculado a Marcelo Sajen hablan de que los vehículos que le­vantaba el violador serial eran llevados a un taller de Santa Isabel 2a Sección, ubicado en una zona muy cercana a donde finalmente se suicidó. En este punto un mecánico de barrio General Urquiza que compartió muchos asados con Marcelo y que en más de una oportunidad lo escuchó "bromear" con que él era el violador se­rial, asegura: "A mí me traía autos para que los arreglara y yo no preguntaba de dónde venían. Lo único que me pedía es que hiciera algunos arreglos, nada de cambiar las cosas o cortar".

En Santa Isabel, siguiendo con los apuntes de la Judicial, los autos eran "trabajados" y comenzaba a ponerse en acción un nuevo eslabón de la cadena que consiste en que el auto que salga de allí sea diferente en aspecto y en papelería del que llegó. Desde ese lugar los coches iban a dos concesionarias de Córdoba ubicadas en el camino a Alta Gracia.

La noche después del suicidio de Sajen y mientras éste se encontraba agonizando, las puertas de una de esas concesionarias se abrieron y los vecinos vieron que el 80 por ciento de los autos que estaban allí, desaparecían.

Existe otra posibilidad, conociendo los movimientos de Sajen y su habilidad para moverse, que es por la que más nos inclinamos nosotros. Si efectivamente es cierto, como dicen los investigadores que Sajen levantaba autos, el mejor lugar que podía utilizar para enfriarlos era la terminal de ómnibus, donde existen dos playas (una externa y otra interna) en las que no hay demasiado control.

Si esto fuera cierto, podrían encontrarse respuestas a pregun­tas que por el momento no parecen tenerlas, como la manera en que Sajen se fue de aquella pensión de la calle Balcarce (donde abusó de Marcela) robándose además el televisor Hitachi Serie Dorada que pertenecía a la joven. El edificio donde vivía Marcela está ubicado en Balcarce al 500 desde donde, caminando por un puente peatonal, se puede ir a la playa externa de la terminal, en menos de cinco minutos. Cuando personal de seguridad de la termi­nal fue consultado al respecto explicó que esos predios están prác­ticamente a la deriva y que es muy común ver que algunos autos pasan varias noches durmiendo en la playa, hasta que unos días después vienen a buscarlos.

La noche de aquel ataque (el 30 de diciembre de 2002) Sajen desapareció de la vista de Marcela, su víctima, a lo largo de cinco minutos que bien pudo haber utilizado para buscar un auto que estaba enfriándose en la terminal de ómnibus.

Para que todo esto tenga sentido hay que decir que la División Sustracción de Automotores de la Policía de la provincia ha sido históricamente la más criticada y sospechada de la fuerza por su presunta vinculación con mafias dedicadas a las cuatro ruedas. Ese rumor promovió una investigación que luego quedó trunca, pero por la cual al menos un policía fue imputado y puesto a disposición del fiscal Luis Villalba.

En la actualidad, existen tres grandes bandas activas dedicadas a este tipo de hechos en nuestra provincia. De todos modos, todo indica que, si las especulaciones que vinculan a Sajen con este tipo de delitos son reales, el violador serial tenía un negocio independiente de esas organizaciones.

Muchas veces se ha dicho que para robar autos deben existir "zonas liberadas", sectores donde la Policía mira para otro lado a cambio de una comisión por los robos efectuados. Este dato, vincu­lado a la mala fama de la División Sustracción de Automotores, promovió el rumor de que Sajen recibía información calificada de algunos policías que lo tenían simplemente como un ladrón de au­tos y que él utilizaba para saber dónde era riesgoso atacar a sus víctimas de violación.

"Tengo mis dudas de que alguien le haya soplado sobre dónde hacíamos los operativos, pero en caso de que eso haya ocurrido imagino que a quien pueden haber ayudado es al Sajen ladrón y nunca al Sajen serial", asegura Eduardo Bebucho Rodríguez que recordó que el hecho de la calle Balcarce fue siempre una gran espina en la cabeza de los investigadores.

"Nos imaginábamos que escapaba en auto, pero ¿dónde lo de­jaba estacionado? Yo siempre pensé que el tipo aguantaba en la terminal que es un infierno porque hay miles de personas en cons­tante tránsito y es un excelente lugar para que nadie advierta tu presencia", afirma Rodríguez.

La saturación policial en Nueva Córdoba en los tiempos del violador serial disminuyó en un 40 por ciento el levante de autos en el sector.

El ganador esclavizado

Mientras la búsqueda del serial comenzaba a tomar forma de la mano de Juan Manuel Ugarte, Sajen siguió llevando lo que pue­de llamarse una vida normal. Pero su estado de ánimo parecía no estar del todo bien.

-Me voy a morir negra, lo presiento. Me voy a morir.

Adriana y Marcelo estaban acostados en la cama viendo televi­sión, los chicos se encontraban en el colegio y de repente Marcelo interrumpió el silencio para pronunciar esas palabras.

-Pero de qué hablás, si vos tenés más suerte... tenés siete vidas-recriminó Adriana.

-No, negra. Hablo en serio, siento que me queda poco de vida -repitió Marcelo, quedándose en un silencio pensativo.

La Negra Chuntero se sintió conmovida y comenzó a acariciarlo hasta que algunos segundos después su amante volvió a hablar.

-Pero vos no te vayas a ir con otro, ¿no?

El diálogo se produjo a fines del año 2004 y aunque Adriana no lo sabía, esa sensación era contemporánea a los momentos en que la búsqueda del serial comenzaba a avanzar y Sajen empezaba a sentirse cada vez más limitado no sólo para violar, sino también para moverse.

"En los últimos tiempos vivía directamente conmigo -cuenta la Negra Chuntero antes de enumerar las actividades familiares que llevaba adelante su amante- a la mañana iba a 'trabajar' al centro. Después pasaba por casa de Zulma para preparar a los chicos y llevarlos al colegio. Volvía para acá y llevaba a los míos".

"Mi marido iba todos los días a buscar a los chicos al colegio - confirma Zulma-, siempre fue un padre ejemplar que amaba mu­cho a sus hijos. A la tarde, cerca de las cinco estaba acá principal­mente porque una de las chicas (la joven que nació el día que mu­rió don Leonardo), su hija preferida, no le perdonaba no verlo aun­que sea un ratito".

"A la noche -asegura Adriana- llegaba a mi casa, se bañaba y nos íbamos a dormir juntos". Por esa época también se produjo el episodio de Tribunales II y Sajen tenía siempre en su bolsillo el hábeas corpus que le habían entregado firmado por la doctora Lucero Ofredi.

Entre el ataque inmediatamente posterior a Ana, ocurrido en barrio San Vicente el 15 de setiembre y el siguiente de la serie que se produjo en diciembre, pasaron 80 días, en los que Sajen se en­contraba muy alterado.

En este punto toma forma otra de las versiones vinculadas a Sajen que, hasta ahora no se ha nombrado en este trabajo y es la supuesta adicción a las drogas (en especial la cocaína) que podría haber sufrido. Jota dijo que Marcelo "tomaba" y dio a entender que en alguna oportunidad también "vendió" drogas. Lo mismo afir­mó el policía Raúl (Ojito) Ferreyra, de Protección de las Personas, quien tuvo a su cargo la búsqueda de víctimas en el período ubica­do entre los años 1991 y 1997.

"En base a los contactos que tenía Marcelo Sajen es de imagi­nar que entre las tareas ilegales que realizaba estaba la de vender cocaína en pequeñas proporciones. Una de sus parejas con la que se lo vio en muchas oportunidades en los últimos meses (sería la mujer con las iniciales N. G., según dijo Jota) podría haberse dedi­cado a ese negocio", explica Ferreyra.

En ese contexto es de imaginar que Sajen se encontraba presionado por todos lados. Algunos de estos aspectos fueron comenta­dos al psicólogo Carlos Disanto, uno de los mayores especialistas sobre delincuentes seriales de nuestro país. El profesional, docen­te de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Licenciado en Psico­logía y especialista en investigar las conductas de delincuentes y homicidas sexuales, fue lapidario refiriéndose a la vida de Sajen: "El perfil de individuo que se desprende de lo que ustedes relatan, más que al perfil de un ganador se parece al de un trabajador. Debe haber sido muy estresante para este hombre tener que mantener esa imagen de autosuficiente ante todas las amantes que tenía y creo que allí puede radicar parte de su enfermedad. Ir de acá para allá llevando chicos, teniendo relaciones sexuales 'exigentes' con sus mujeres y mostrándose como un ganador ante sus amigos hombres, es realmente cansador".

El sheriff Ugarte

Le gusta mandar, le gusta saber más que todos y le gusta tener el control de la situación. Odia que se le adelanten y prefiere siem­pre que las cosas lleguen a sus oídos primero para ser él mismo el que, luego de calificarlas, las transmita a los demás. No confía en nadie y como cree que las cosas se hacen bien sólo cuando se hacen a su modo, todo el tiempo desconfía de los otros. Así es el fiscal Juan Manuel Ugarte y así se manejó con la causa una vez que la tuvo en sus manos, después de haber tenido unos días para darse cuenta de que a lo largo de los años, poco se había hecho como correspondía para poder atrapar al violador serial.

Inteligente y conocedor de las internas que limitaban el traba­jo de los investigadores, supo aprovechar todo ese contexto para convertirse en el único que manejaba toda la información existen­te en la causa, limitando al mismo tiempo el contacto entre los diferentes grupos que trabajaban a sus órdenes.

Pronto organizó equipos de trabajo a los que les dio roles den­tro de un rompecabezas del que sólo él conocía la cantidad de pie­zas.

Su principal hipótesis de trabajo se basó en una idea que hoy parece obvia, pero que hasta ese momento no se había tomado en profundidad. El violador serial era también un delincuente acos­tumbrado a cometer hechos contra la propiedad. Desde entonces y mientras la Policía de calle seguía, filmaba y descartaba a cada uno de los sospechosos que se sumaban a la causa a través de de­nuncias o de los llamados al 0800 JUSTICIA, se concentró en esa hipótesis de trabajo junto con sus comisionados y su secretario.

A sus íntimos, Yo-Yo les confesó que hasta la llegada del triun­virato todo había sido desastroso y que tuvo que empezar de cero para poder encausar la investigación.

Internas

La segunda parte del mes de noviembre y los primeros quince días de diciembre del año 2004, fueron de extrema tensión. Aunque en ese momento no se percibía todavía ninguna certeza de que el violador serial podía ser atrapado, sí existía la idea de que las personas que estaban trabajando eran las indicadas y tarde o tem­prano obtendrían resultados.

De todas formas, entre los investigadores las cosas estaban le­jos de ser color de rosa. El fiscal y la Policía (el grupo conformado por los comisarios Nieto, Rodríguez, Vargas y Sosa) tenían una re­lación simplemente mala, principalmente porque Ugarte descon­fiaba de los que creía que tomaban decisiones sin consultarlo. Por su parte, ellos desconfiaban de él y estaban resentidos porque con­fiaba más en dos suboficiales de menor rango como sus comisiona­dos, que en la cúpula de la Dirección de Investigaciones Crimina­les.

Esa situación hizo que por su lado los policías buscaran "pro­tección" detrás del ministro de Seguridad, Carlos Alesandri, y el fiscal recurriera cada vez más a sus dos comisionados (los suboficiales Bergese y Sáenz de Tejada) a los que les pedía incluso veri­ficar el trabajo que hacía la Policía. Para entender lo que esto significa es importante saber que en una estructura verticalista como la policial, el hecho de que dos suboficiales tengan como rol "con­trolar el trabajo de policías de más autoridad" es básicamente un insulto para estos últimos.

En ese marco de nervios e histeria, Ugarte, que no era santo de la devoción de Alesandri, se apoyaba en el poder del fiscal gene­ral. Gustavo Vidal Lascano, quien a su vez mantenía una interna profunda con Alesandri dentro del Gobierno provincial.

Como si esto fuera poco, Ugarte tampoco confiaba demasiado en la Policía Judicial cuyo director Pérez Barberá, desde que los alemanes habían pisado suelo cordobés, no era ni saludado por Vidal Lascano.

Buscando protegerse de los ataques de su jefe, el director de la Judicial también mantenía una excelente relación con el Tribunal Superior de Justicia que lo considera uno de los legalistas más ca­pacitados de la provincia.

Además, estaba la puja constante entre la Policía Judicial y la Policía Provincial, que nunca han sabido convivir y prácticamente se tratan de "enemigos" entre sí. Los primeros porque creen que los segundos no están preparados para manejar los elementos cien­tíficos de una investigación; y los segundos porque aseguran que los detectives de la Judicial llegan a conclusiones que se caen a pedazos apenas se ven obligados a salir al exterior y cruzar una calle.

Eso para referirnos únicamente a las internas entre institucio­nes pero, además, habría que señalar la interna que existía por ejemplo entre los mismos policías.

También la Judicial tenía su propia interna, que todavía no había florecido pero que iba a enfrentar poco tiempo después de la caída del violador al grupo de investigadores del Centro de Investi­gación Criminal.

Todas estas personas mantenían incluso enfrentamientos indi­viduales entre sí y aunque se esforzaban por tratarse bien en las reuniones para que éstas no parecieran un conventillo, apenas ter­minaban dedicaban horas a criticar la tarea de los otros.

Lo único que todos compartían era el miedo a saber menos que los demás y a que alguno de los que supiera algo se lo transmitiera a los medios de comunicación. Hasta tal punto llegó esa descon­fianza entre unos y otros que Ugarte los reunió para decirles que el único que iba a hablar con la prensa sobre el tema, era él.

La medida no acabó con el problema y se puede decir que lo profundizó, porque ahora todos sentían celos ante el protagonismo de Ugarte, que hacía propios todos los logros del grupo. A raíz de ello la información se convirtió en el capital más importante y na­die quería saber menos que los otros. Como un ejemplo de esto se puede citar que en esa época se sumó a la mesa chica de la investi­gación Gustavo Lombardi, un funcionario de la Fiscalía General, que rápidamente (quizá con injusticia) fue apodado "el espía" o "el interventor" por los otros investigadores porque decían que su prin­cipal función consistía en escuchar todo para de esa forma mante­ner informado a Vidal Lascano.

Pero había más. Inclusive en el seno de Podemos Hacer Algo comenzaba a generarse una interna entre aquellas chicas que se sentían representadas por el abogado Carlos Krauth y otras (princi­palmente cercanas a Ana), como sus amigas María y Julieta, que indicaban que el letrado "parecía más abogado del gobierno" que de las víctimas.

Sacar la basura

Tras aquella reunión en la Jefatura de Policía, en la que las chicas de Podemos Hacer Algo contaron el episodio del interroga­torio en el que Ugarte le mostró a Milena el pecho de uno de los policías presentes para que la chica determinara la cantidad de pelo de su atacante, la organización siguió siendo un actor funda­mental de la búsqueda del serial.

A raíz del planteo fue que, para callar el enojo de las chicas, se gestó después de aquella reunión un encuentro con el entonces se­cretario de Justicia, Héctor David, y las autoridades del Centro de Asistencia a la Víctima. Allí, los funcionarios se comprometieron a hacer algo muy valioso, que el Gobierno cumplió a rajatabla hasta el día de hoy y que consiste en otorgarle una asistencia psicológica gratuita a todas las víctimas que lo solicitaran. También se concre­tó una reunión con Olga Riutort, la ex esposa del gobernador José Manuel De la Sota.

Así cuenta María, amiga de Ana, los pormenores de aquel en­cuentro: "A Olga le interesaba el tema de la prevención y como ya estaba tomando forma la Unidad Judicial de la Mujer (un edificio donde se receptan denuncias sobre hechos que tienen a las muje­res como víctimas) nos ofreció que trabajáramos allí sugiriendo incluso que recibiríamos un sueldo".

La reunión se concretó el 24 de noviembre y entre los asisten­tes también estuvo el publicista Droopy Campos, que bocetaba una campaña de prevención de violación para mujeres.

Antes de partir con la promesa de un nuevo encuentro las chi­cas presenciaron algo llamativo: "Mientras hablábamos, tres mucamas pasaban detrás de ella llevando trajes de hombre, panta­lones y ropa prolijamente planchada. Olga nos debe haber visto la cara de sorpresa porque nos dijo: 'Por eso de atrás no se preocupen chicas, estoy terminando de sacar la basura'".

Meses después de que las jóvenes se fueran de la casa de Riutort, anunciándole que por más que existiese buena onda ellas no iban a dejar de marchar para reclamar la detención del serial, De la Sota anunció que su matrimonio con Olga había acabado y que estaba de novio con Adriana Nazario, su ministra de Producción.

Por ningún lado

Las anécdotas que quedaron sobre la búsqueda del serial son decenas. En el marco de la búsqueda se pusieron puestos de vigilancia en edificios de gran altura, donde un policía del grupo espe­cial Goat observaba con prismáticos todo Nueva Córdoba buscando a un tipo de las características del serial abrazado a una joven. Desde allí se pudo atrapar a tres levantadores de autos en pleno trabajo, pero no se consiguió nada sobre el tema que se investiga­ba.

Otro día, un francotirador del Eter (grupo de elite de la Policía) estaba escondido con su uniforme camuflado en el Parque Sarmiento entre los yuyos (se utiliza este tipo de efectivos porque es­tán capacitados para estar durante 24 horas inmóviles sin moverse un centímetro), esperando la aparición de un sospechoso cuando tuvo la mala suerte de que a un transeúnte le dieron ganas de ori­nar justamente en el lugar donde el policía estaba apostado. "Con el líquido cayendo sobre su cabeza, el efectivo tuvo que quedarse quietito, porque si se llegaba a levantar el pobre vecino podía mo­rir infartado", recuerdan los investigadores.

En el marco de la investigación se filmó al amigo del portero de un edificio en Nueva Córdoba (fue uno de los más de 40 sospe­chosos filmados y seguidos de la época de Ugarte). Lo llamativo era que este hombre que al final no fue el violador se mostraba francamente sacado y al borde del orgasmo con sólo ver a las muje­res. En una de las reuniones periódicas en las que la Policía le mostraba estas filmaciones a las autoridades, el por entonces se­cretario de Seguridad, Horaldo Senn, se volvió loco al ver esa ima­gen y les gritó a los policías "¡Es ése... mirá ese hijo de puta... las huele... tiene que ser ése, vayan a agarrarlo!".

Eran los tiempos en que los comisarios Vargas y Sosa, obsesio­nados con el caso, se juntaban los días de franco en Nueva Córdoba para tomar café y con el dibujo de A. (la chica que había podido escapar y lo retrató de espaldas) esperaban verlo pasar y atraparlo. "Yo decía... si lo veo a este tipo caminando lo agarro. Estaba seguro, convencido", dice Sosa.

A lo largo de toda la investigación, Ugarte estaba muy enfermo y muchas veces las reuniones se interrumpían por unos minutos. En algún momento, el fiscal recibió la sugerencia de tomarse unos días pero se negó. Recién tras la caída de Sajen fue sometido a una cirugía.

No todos eran esfuerzos bien dirigidos y coordinados. Un día, la Policía estaba siguiendo con gente de civil a una persona para saber a dónde iba y qué hacía. Era un sospechoso más pero era importante que no sospechara nada. En el medio de esa búsqueda apareció una camioneta del CAP y lo controló. Para no quedar re­galados, los de civil siguieron caminando y, cuando lo quisieron volver a seguir, éste ya había desaparecido.

El período ventana

Hacia fines del mes de noviembre la situación entre los investigadores estaba cada vez más tensa. Lo único que permitió que no se derrumbaran las cosas fue que el fiscal Ugarte tuvo la cintura como para mantener una relación medianamente cordial en el tra­to, con todos ellos.

Por esos tiempos, el fiscal también comenzó con un trabajo me­ticuloso y por momentos maquiavélico que consistía en hablar con todos los medios, procurando que dejaran de publicar especulacio­nes sobre la causa que en muchos casos -como cuando se asegura­ba que no andaba armado- podían llegar a poner en riesgo la vida de futuras víctimas. Paralelamente, en la Policía Judicial los es­fuerzos estaban enfocados en organizar una campaña de prensa, que había sido sugerida por los investigadores alemanes, con la idea de que sólo con la colaboración de la sociedad era posible atrapar a un delincuente tan sagaz como el violador serial. Esa campaña que estuvo a horas de salir a la calle, consistía en otorgar elementos a las posibles víctimas que les permitieran saber qué hacer en el caso de ser atacadas. También iba a terminar con dece­nas de versiones divulgadas por los medios que, por falta de infor­mación real, empezaban a fantasear en torno al delincuente.

Por esos tiempos, los investigadores ya eran conscientes de que el violador serial no había comenzado a atacar en el 2002, sino que sus hechos se remontaban a 1997 y algunos hasta comienzos de la década del '90.

Así fue que surgió la idea de que entre mediados de 1999 hasta fines de 2002 o comienzos del 2003, los ataques con las característi­cas del serial dejaban de producirse, estableciéndose lo que los investigadores llamaron un "período ventana", en el que se sospe­chó que el violador, suponiendo sus antecedentes de delitos contra la propiedad, podría haber estado preso.

Este nuevo dato poco tenía que ver con la hipótesis que más le interesaba a Ugarte, pero por su peso propio la teoría se hizo un lugar en el marco de la investigación. El fiscal solicitó al Servicio Penitenciario los nombres de individuos con antecedentes de deli­tos sexuales y tuvo sobre su escritorio una lista interminable de personas que iban desde los 18 hasta los 70 años.

Como trabajar con tantos sospechosos era imposible y contra­producente, se decidió que dos inspectores de la Judicial se trasla­daran a la Penitenciaría de barrio San Martín y fueran quitando de esa lista a aquellos individuos que no se correspondían con las ca­racterísticas del serial. Los detectives Luna y García pasaron va­rios días en los archivos de la cárcel (los mismos que se quemaron en parte luego del sangriento motín ocurrido en febrero del año 2005) achicando aquella lista inicial.

Aquí es útil abrir un paréntesis y decir que cuando quisimos averiguar quién aportó la teoría del período ventana a la causa nos encontramos con un problema: era idea de todos. Para el director general de la Policía Judicial (Gabriel Pérez Barberá), esa teoría fue aportada por uno de sus subordinados, Federico Storni. Para la Policía se trató, en cambio, de una idea de Oscar Vargas, y para el fiscal fue simplemente "algo que surgió fruto del trabajo". En defi­nitiva, todos parecieron querer apropiarse de esa idea que fue tras­cendental a la hora de llegar hasta el nombre de Marcelo Sajen.

En base a lo que pudimos reconstruir, la única persona que conocía los sumarios como para idear esa teoría (que quizá sea demasiado exagerado llamar así y se haya tratado simplemente de un dato de la realidad que estaba allí y no había sido visto antes) era el comisario Vargas. Él contó que cuando se presentó (acompa­ñado del comisario Sosa) al despacho del fiscal Ugarte para expo­ner ese punto, éste se mostró muy interesado y señaló que iba a investigarlo con personal de la Judicial. Por ese entonces, el fiscal confiaba más en otra teoría -presumiblemente aportada a la causa por los investigadores de su fiscalía, Bergese y Sáenz de Tejada- que vinculaba al violador con el mundo de la prostitución y parti­cularmente con los travestís.

Fue el llamado al 0800 de una víctima lo que permitió ubicar la fecha del último hecho cometido por el violador serial, antes de que comenzara el período ventana. Se trataba de la joven que fue violada la misma noche del asalto a la pizzería de calle San Luis.

Cuando esto se determinó, sólo restaba cruzar las fechas entre ese ataque y el primero conocido, que correspondía a noviembre de 2002 y así determinar por qué delito se podría haber condenado a un delincuente durante ese período de tiempo. "Puede ser un robo calificado", calculó Ugarte.

La investigación estaba cerca. De la lista inicial de 520 nombres que había llegado a manos de los investigadores, quedaron primero 70 y después 30. Pronto el número se reduciría a 12, pero antes esa alianza casual que existía entre Marcelo Sajen y la inter­na política, atrasaría las cosas. A comienzos del mes de noviembre los policías directamente consideraban a Ugarte un irrespetuoso, el fiscal ya no confiaba en ellos para nada y la Policía Judicial aprovechaba esas diferencias para conseguir un poco más de espa­cio dentro de la causa. Entre los detectives y policías los rencores personales eran cada vez más evidentes.

Más arriba de todos ellos, el enfrentamiento entre el fiscal general Vidal Lascano y el ministro Alesandri seguía creciendo y, mientras el primero cerraba filas con Ugarte, el segundo apoyaba firmemente a ambas policías. De hecho, la denominada "capacidad de trabajo" de Alesandri (en referencia a la cantidad y no a la calidad) fue reconocida espontáneamente por todos los actores de esta historia, salvo por Vidal Lascano.

El tiro del final

La tarea del fiscal Ugarte desde el momento en que asumió la coordinación de la investigación contó con un aporte imprevisto que le permitió manejarse con cierta tranquilidad ante los medios de prensa y la opinión pública. El violador serial no había vuelto a atacar.

Esa fortuna se terminaría en la noche del 5 de diciembre, cuan­do una joven de 25 años fue abordada por el delincuente cerca de la esquina de las calles Carta Molina y Becu, del barrio Iponá, y obligada a trasladarse a un descampado ubicado a media cuadra sobre Carta Molina. Allí, el degenerado la obligó a practicarle sexo oral.

Esa misma madrugada la joven, a la que llamaremos Flavia, se presentó en la Jefatura de Policía acompañada por su novio y de­nunció lo ocurrido, asegurando que la persona que la había ataca­do era el violador serial. Sin embargo, la Policía no le creyó. (Para aquellos que al leer este libro pretendan desmentir lo que conta­mos sobre las internas basta esta triste anécdota que las confirma a todas).

Cuando el fiscal Ugarte se enteró del hecho, mucho más tarde de lo que hubiera esperado, buscó rápidamente encontrarse con la víctima. Una fuente cercana a la causa contó que ante la inactivi­dad de los policías que ni siquiera pusieron un auto a su disposi­ción, el fiscal subió a su propio vehículo con la mujer y fue hasta el baldío donde se produjo el abuso. Increíblemente, como llovía y el personal científico de la Policía Judicial no llegaba, Ugarte tuvo que pedirle a los policías que taparan con un saco el semen que estaba en el suelo del baldío para evitar que se perdiera la prueba.

Así recuerda aquel día Vidal Lascano: "Me llama Ugarte desde el lugar del hecho y me dice que estaba solo y llovía. Estaba tapando el semen con las manos y les dijo a los policías que cubrieran la zona con un saco con la promesa de que yo después les pagaba la tintorería. Recuerdo que llamé a Gabriel Pérez Barberá que estaba de viaje y me quejé porque no había ningún grupo de científicos disponibles. El único equipo estaba en Carlos Paz y hubo que esperar a que regresara".

La actitud de Ugarte fue motivo de risas de los policías de calle que estaban seguros, por el método de ataque, que ese violador no podía ser de ninguna manera el serial. Esa certeza surgía princi­palmente del hecho de que la joven (que no correspondía física­mente al perfil de las víctimas de Sajen) había visto a ese hombre movilizarse en un automóvil Fiat 128 color celeste. A la distancia hay que reconocer que Sajen había cambiado su método de ataque. De la misma manera hay que señalar que la Policía jamás debería desatender un caso cualquiera, basándose únicamente en intuicio­nes.

A la larga, los análisis de ADN demostrarían que el único que tenía razón era Ugarte, pero antes el fiscal se vio obligado a estar una semana en el ojo de la tormenta convirtiéndose, además, en una especie de enemigo del Gobierno que, independientemente de la marcha de la investigación, necesitaba por todos los medios de­cir, incluso con porfía, que aquel ataque no había sido del violador.

La prueba de que Ugarte estaba solo, está en que durante los días siguientes y hasta que se conoció el resultado del ADN, la Policía -convencida de que el fiscal estaba equivocado- no hizo lo suficiente para rastrear como correspondía el vehículo que la tes­tigo había señalado.

Para colmo, el mismo día en que se conoció el resultado del ADN (14 de diciembre) el diario Día a Día conoció los pormenores de otro episodio en el que el violador serial intentó abusar de una joven precisamente en un sector de barrio San Vicente, que por orden del fiscal debió haber estado bajo vigilancia.

Esa noche, cerca de las 23, el degenerado tomó de atrás a una chica menor que estaba en la parada del colectivo e intentó llevarla a un descampado. En el trayecto, vio pasar a alguien y aprove­chó para resistirse y forcejear con el atacante, logrando escapar. Antes de irse, Sajen volvería a recurrir a aquel método de insultar a las víctimas que se resistían para que quienes pudieran verlo pensaran que era una pelea entre novios y no un abuso.

El hecho iba a quedar en el silencio si no hubiese sido por el diálogo casual de un periodista que llamó a un policía para pedirle el teléfono de otro policía y se encontró justo con la noticia:

-Qué hacés... ¿Cómo te enteraste? -preguntó el oficial a uno de los autores de este libro que se comunicaba con él como única opción para conseguir el teléfono de un jefe de Investigaciones.

-Me llamaron y me avisaron -arriesgó el periodista mientras escuchaba las sirenas y las radios policiales por el teléfono.

-¿Quién? ¿De acá del barrio?

-Sí, una vecina que vio las patrullas -inventó el periodista que tuvo la suerte de encontrar al policía sacado por la bronca.

Se nos fue! ¡Se nos escapó el hijo de puta! No puede ser, nos tiene medidos el muy hijo de puta! -gritó el comisario entre desesperado y asustado.

-¿La violó? -volvió a preguntar, en realidad para saber si esta­ba entendiendo bien y se había encontrado con una noticia.

No, la chica se resistió. Se resistió, el tipo salió corriendo pero se le cayó una ganzúa! Está desesperado... -gritó el policía antes de acabar abruptamente con la comunicación.

Aunque en esta oportunidad el modus operandi sí se correspon­día con el del violador serial, Ugarte aceptaría esa noche la exis­tencia del hecho pero se negaría a adjudicárselo a Sajen hasta al­gunos días después. Lo que ocurría era que tenía la impresión de que, lejos de ser un descuido, lo que había sucedido era un anuncio de que ya no podía contar con la Policía.

"Vos andá y no digas nada"

Es necesario imaginarse una habitación amplia, con ventana­les grandes y cortinas de seda que caen hasta el piso delicadamen­te. Además, habría que explicar que ese ambiente enorme parece pequeño ante la inmensidad del mueble de tres metros de largo, por casi dos de ancho, que hace las veces de escritorio. A eso es necesario sumarle el clima templado del aire acondicionado y un constante y fresco olor a perfume artificial. Pero aun así no alcan­za porque también merecen ser mencionadas las fotografías en las que el político se ve abrazado a tenistas, golfistas y pilotos de ca­rrera e inclusive, sería necesario explicar que a sus espaldas hay un DVD última generación y que, sobre el escritorio, se alcanza a ver una notebook personal con un monitor de 17 pulgadas.

Habría que decir todo eso pero tampoco sería suficiente, ya que lo que realmente define a la persona que tenemos al frente, sentada en un sillón con un respaldar que lo dobla en tamaño, es lo que ocurre cuando con su dedo índice aprieta el botón de un apara­to que reposa sobre el escritorio y, como por arte de magia, apare­ce por una de las puertas del despacho una joven de 25 años que trae en sus manos un mate porongo en cuya superficie se lee deli­cadamente tallado: Carlos Tomás Alesandri.

Se trata del actual director de Turismo de la Provincia, que en la época en la que el violador serial todavía era un problema, se desempeñaba en el área más caliente del gobierno: el Ministerio de Seguridad. Es la misma persona a la que casi todos los que participaron de la investigación le reconocieron su apoyo, su es­fuerzo (muchas veces a la par de los policías de menor rango) y su compromiso con el caso. Es la misma persona que, aunque no qui­so hablar del tema con los autores de este libro, estaba enfrenta­da con el fiscal general Gustavo Vidal Lascano. Finalmente, es la misma persona que el jueves 16 de diciembre de 2004 le dijo al secretario de Seguridad, Horaldo Senn, que fuera en su nombre a una reunión en la Jefatura con una sola indicación: "Vos andá, poné la cara pero no digas nada. No importa lo que te pregunten vos no digas nada".

Contraprueba

Eran cerca de las 19 del día 16 y los medios de prensa estaban en la Jefatura de Policía porque durante esa jornada se había dis­tribuido un nuevo identikit del serial acompañado de un pedido de colaboración de los fiscales. Querían saber si dos años antes (tras el hecho sufrido por Marcela en la pensión de calle Balcarce) al­guien había visto por esa zona a un hombre cargando un televisor envuelto en un cubrecamas.

De la Sota y Alesandri estaban en Buenos Aires y hasta el mo­mento ningún funcionario de Gobierno se había referido al resulta­do positivo del análisis de ADN que demostraba que el serial era el atacante de la joven de barrio Iponá. Senn bajó del ascensor y se encontró de repente con toda la prensa que se le venía encima y comenzaba a hacerle preguntas sobre cosas que parecía no poder responder. De repente, el periodista Gustavo Bisay, de Canal 12, le hizo pisar el palito al preguntarle:

-¿Qué opina del nuevo ataque del serial? -Y Senn, quizá entu­siasmado por los flashes, contestó lo primero que se le vino a la mente (o quizá, lo que había escuchado decir a sus jefes).

 -¿Quién dice que volvió a atacar? -El fiscal lo dice. ¿Por qué? ¿Ustedes creen que no? -Vamos a hacer la contraprueba.

-¿Está diciendo que el fiscal está equivocado? -retrucó Héctor Emanuelle, cronista de Canal 8, quien de repente se encontra­ba con una noticia.

-Yo digo que vamos a hacer la contraprueba -repitió Senn antes de irse sabiendo que, por error o casualidad, acababa de tirar una bomba.

El diálogo alcanzó para que minutos después el fiscal Ugarte llamara a un periodista de confianza y le preguntara si aquellos dichos eran ciertos. Después de confirmarlos, tuvo la impresión de que era hora de abandonar la causa convencido de, que Senn no podía haber dicho lo que dijo sin el respaldo de sus jefes y de que en tal caso el poder político le había bajado el pulgar.

Al día siguiente, Día a Día publicó en su tapa y contratapa una nota titulada: "El fiscal Ugarte, ¿otra víctima?", en la que se rela­taba que el funcionario meditaba renunciar porque sentía que era imposible trabajar seriamente sin el apoyo de las fuerzas de segu­ridad. Ese día los medios hicieron público el nuevo identikit.

Fueron horas de tensión que supo descomprimir con su cintura política el fiscal general, aprovechando que justamente ese vier­nes se realizaba en Córdoba un almuerzo de camaradería al que asistían todos los fiscales de la provincia. En ese ámbito, el jefe de los fiscales tomó el micrófono y habló de dos funcionarios que esta­ban desentrañando las causas más costosas y complejas de la histo­ria de Córdoba y señaló que uno de ellos era Juan Manuel Ugarte (el otro era Villalba, que llevaba adelante la causa Maders). El aplauso cerrado y la emoción, sumada a una nota en La Voz del Interior que (ilustrada con una foto de Vidal Lascano) relataba todo lo ocurrido el día sábado, convencieron a Ugarte de seguir.

Palabras claves , ,
2 Comentarios  ·  Recomendar
 
//12 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XVIII Jota

por jocharras a las 10:51, en La Marca de la Bestia

CAPÍTULO XVIII

Jota

Abrir las piernas

El rumor sonó tan improbable como normalmente suenan los rumores que circulan en barrio General Urquiza, pero todo mere­cía ser verificado a la hora de conseguir información que nos acercase a Jota. "El que debe saber es el Yacaré, que me parece es medio amigote de él. ¿Por qué no lo vas a buscar?", señaló un veci­no del barrio, cuando se lo consultó sobre el paradero de José Luis Rivarola, la persona que ya fue presentada anteriormente como Jota y quien, según el tío de los Sajen, Andrés Caporusso, habría sido abusado por el padre de Marcelo.

 

De esa manera se activó nuevamente la búsqueda que había quedado trunca, cuando un travestí que dijo llamarse Ramón, en la villa Los Eucaliptos, había negado ser el Jota que buscábamos.

 

"Andá a verlo al Yaca que trabaja en el club Colón, frente a los Monoblocks Stabio. Es el entrenador de las divisiones inferiores. Una especie de buscador de talentos", aseguró un poco en broma y un poco en serio el vecino que aportó también la dirección del domicilio de Yacaré: Miguel del Sesse al 2800.

 

 Primero nos presen­tamos en su casa, desde donde nos enviaron al club que ya no se llama Colón, sino Escuela Presidente Roca, y que se encuentra en la esquina de las calles Gorriti y Asturias, a diez cuadras de la casa de Marcelo Sajen.

 

Cuando llegamos, nos encontramos con dos hombres de alrede­dor de 60 años que hablaban, entre preocupados y entusiasmados, por el futuro del club.

 

Después de preguntar por Yacaré y saber que acababa de irse pero volvía en cualquier momento, fuimos testigos de una larga charla que nos permitió conocer en profundidad la problemática de la liga provincial del fútbol. También supimos que por olvido y desidia este club de barrio ya no cumple aquella función silenciosa pero efectiva que supo cumplir cuando les ofrecía a los chicos la posibilidad de no caer en la delincuencia.

 

Pese al esfuerzo de muchos que siguen peleando por mantener aquella función inicial, Escuela, con sus puertas destruidas, sus tri­bunas vacías y esa imagen de abandono, ya no puede competir con las luces de la calle que al final de cuentas resultan mucho más atractivas para los chicos que las instalaciones del club.

 

Yacaré es un hombre morocho, corpulento y de baja estatura que tiene, innegablemente, y aunque resulte imposible de descri­bir, cara de Yacaré o más precisamente, de lagarto. Vestido de jean y remera, muestra un andar canchero y distante que sólo contrasta con una bufanda blanca de hilo, que reposa en su cuello como aban­donada, hasta que toma uno de sus extremos con la mano izquierda y, delicadamente, la cruza hacia el hombro opuesto.

 

Ya es el mediodía y el sol pega fuerte en barrio Colón cuando el hombre pregunta por qué lo buscan.

 

Qué hijo de puta...! ¿Quién te ha dicho que soy amigo del Jota? Si serán jodidos... yo lo conozco nomás, ha crecido acá en el barrio el puto ese y ahora está viviendo en José Ignacio Díaz, allá en Los Eucaliptos... ¿Para qué lo buscan?

 

 -Estamos haciendo un trabajo sobre Marcelo Sajen y nos han dicho que eran amigos.

 

-Mentira, qué van a ser amigos esos dos... se pueden haber co­nocido de chicos pero es mentira que "son" amigos.

 

-Bueno... el tema es que no sabemos dónde anda y necesitamos hablar con él. Por eso lo buscamos. Sabemos que vivía por acá.

 

 -... Pero se fue...

 

-Sí. Y sabemos que se fue a vivir a Los Eucaliptos, pero cuando lo fuimos a buscar nos atendió un travestí que dijo que él no era el Jota...

 

-No, es hombre. Jota no es travestí. Es hombre.

 

-¿Sabe dónde lo podemos encontrar?

 

-Todas las noches trabaja ahí en la Camionera Mendocina (un predio donde se arreglan camiones ubicado sobre la avenida Sabattini cinco cuadras antes de llegar al Arco de Córdoba), a no ser que lo hayan echado porque los travas ahí dicen que les saca trabajo... pero no, yo lo vi hace unos días y todavía estaba ahí en la Camionera...

 

El diálogo derivó en los Sajen, a quienes Yacaré dijo conocer desde hace muchos años. Primero hablamos del Turco Leonardo, que supo jugar en Escuela y que para Yacaré, "más que de puntero, jugaba como número 5 manejando los hilos del mediocampo".

 

"Era buena gente esa. El Chito -así llamó Yacaré a don Leonardo Sajen- los cuidaba, los tenía cagando y los hacía trabajar. Si vos venís por lo de violador, yo te digo que eso es una mentira... si el Marcelo tenía las minas que quería, no necesitaba andar haciendo macanas...".

 

Yacaré entonces comenzó a relatar las aventuras conocidas de Sajen y señaló que eran muchas las mujeres del barrio, aun casa­das, que llegaron a tener una relación con el violador serial.

 

Antes de despedirnos, el hombre aportó una explicación perso­nal sobre los ataques que se le atribuyen a Sajen. En su tono hay que leer entre líneas y saber que gran parte del barrio piensa como él.

 

"Yo pienso que el tipo se las culió, pero quiero ver el DNI (se refería al ADN). Después de que me muestren el papel ése, quiero saber quién lo denunció porque para mí que son minas que han culiado con él y después, para que los maridos no las casquen, in­ventaron eso... qué querés que te diga... violar, violar no tiene nada que ver. Para que te violen, alguien tiene que abrir las piernas".

 

Esa caja de sorpresas que es barrio General Urquiza nos depara­ría días después del encuentro con Yacaré otra confirmación de que en aquel mundo donde creció Marcelo Sajen nada parece tener que ver con nada y, al fin de cuentas, todo tiene que ver con todo.

El club Escuela Presidente Roca supo ser tapa de los diarios porque un entrenador de las divisiones inferiores fue acusado de abusar a menores que dirigía. Ese entrenador, que finalmente fue sobreseído y quedó en libertad, no sería otro que José Caliba, el Yacaré.

La estadía en la cárcel del entrenador (no las razones) fue con­firmada por él mismo en aquel breve diálogo, en tanto que la acu­sación y la liberación fueron confirmadas por un ex presidente de Escuela: Sergio Devalis.

Las chicas

Es cerca de la 1 de la mañana. Hace frío y los dos periodistas merodean la zona sur de la ciudad a bordo de un auto prestado.

Buscan a un tal José Luis Rivarola sin siquiera conocer su cara. Desde hace dos horas recorren la avenida Sabattini entre el Arco de Córdoba y el hipermercado Libertad, tratando de ver a alguien que se prostituya en la calle vestido de hombre. Lo único que saben es que buscan a una persona corpulenta que tiene alrededor de 40 años, pero no parece suficiente información como para poder encontrarlo. No quieren preguntar a cualquiera porque temen aler­tar a Jota, que a esta altura, si tuviera interés, ya podría haberse contactado, después de que muchas personas que lo conocen le han hecho saber que lo estamos buscando.

Comen un lomito en un bar de mala muerte de la zona, compran cigarrillos en un kiosco, hablan con los guardias de seguridad truchos que hay en las esquinas y nadie sabe de quién se trata. Nadie nunca escuchó hablar de Jota, y mucho menos de José Luis Rivarola.

Sin embargo, justo antes de renunciar, cerca de las 2 de la ma­ñana, la calle comienza a poblarse y en medio de la noche sobresa­len dos mujeres que "hacen esquina" como si desfilaran por una pasarela.

Hacia allá se dirige el auto con los dos periodistas. El coche se detiene, el vidrio se baja y una de las chicas se acerca lentamente poniendo sus senos en la cara del acompañante que desde entonces parece aislarse de la situación. Tiene la impresión de que eso no puede ser real, de que ese escote lleno de extrañas manchitas ne­gras que no parecen precisamente pecas, está por explotar y, cuan­do eso ocurra, lo que salga de allí podría ser tóxico.

Hoooola lindos! ¿Están aburridos... buscan diversión? pregun­ta el travestí, mientras su compañera se mantiene unos metros más atrás, como respetando el turno.

-Hola, ¿cómo estás? -pregunta el conductor, advertido de que el otro periodista parece más preocupado por "investigar" esas dos grandes tetas que tiene a centímetros de su cara

- Estamos buscando a un amigo... a Jota.

-¿Jota...? Acá no trabaja ningún Jota -dice la mujer que después sabremos que se llama Leonardo y trabaja en la zona de la Camionera Mendocina desde hace más de siete años.

El acompañante del auto sigue sin hablar, hasta que en un mo­mento de lucidez alcanza a levantar la mirada y observa la cara cuadrada del travesti que se esconde tras una cabellera amarilla. Y como saliendo del letargo, logra al fin que las palabras salgan de su boca.

-Se llama José Luis Rivarola. Le dicen Jota... es de barrio Colón o General Urquiza -afirma, mientras su compañero lo interrumpe aprovechando el impulso.

-Sabemos que estuvo viviendo en Los Eucaliptos...

-¿Vos conocés algún Jota? -le pregunta Leonardo al travesti que tiene atrás, que rápidamente se asoma a la ventanilla.

-José Luis... ¡Sí! Anda siempre por acá -dice el hombre, moro­cho y de curvas prominentes, que clava sus ojos en los del con­ductor.

-¿Jooosé Luis? -pregunta incrédula Leonardo

-¿Qué José Luis, si acá no viene ninguna?

-La Brenda boluda... la Brenda se llama -contesta su colega, hablándole a Leonardo y a los periodistas.

-Ahhh, pero la Brenda no es hombre, eh. Él es como nosotras...La Brenda no es hombre y sigue viviendo acá al frente, en Los Eucaliptos.

La descripción que aportaron ambas mujeres nos confirmó la sospecha inicial. Brenda, Jota, José Luis Rivarola y Ramón, eran la misma persona.

Una expedición...

La villa o el asentamiento Los Eucaliptos es a barrio José Ignacio Díaz 1a Sección lo que en algún momento fue la villa El Chaparral a General Urquiza. Aunque en la Policía se nos habló de un lugar "peligroso", otras personas "del ambiente" nos aseguraron que se trata de un asentamiento de gente primordialmente honesta que, por alguna u otra razón, no pudo pagar un alquiler en el barrio y tuvo que construir un lugar para vivir en ese bosque, al reparo de Los Eucaliptos.

El interior del asentamiento está dividido en dos zonas claramente marcadas, que se diferencian por la calidad de las viviendas existentes. A medida que el caserío está más cerca de la avenida Sabattini se va alejando del barrio y las casas se van haciendo cada vez más precarias. En una de estas últimas viviendas, construida de chapa oxidada y telas, nos había atendido Ramón en la primera visita que hicimos al lugar buscando a Jota.

Cuando llegamos caminando por segunda vez a la zona, decidi­mos entrar directamente por la parte de atrás de la villa, muy cer­ca de la avenida Sabattini, detrás de un galpón que pertenece a la empresa Telecom.

Justo en el momento en que nos acercábamos vimos, a lo lejos, a Jota entrando al asentamiento. Vestido con un pantalón extrema­damente ajustado, el travesti llevaba en su mano izquierda y aleja­da de su cuerpo para no ensuciarse, una bolsa de 15 kilos de leña. Lo seguimos.

Otra jungla

Dos perros flacos, sin pelos y sarnosos ladran enfurecidos con­tra el mundo. Los senderos que hacen de calles están inundados por las mismas aguas servidas que salen directamente de las casas, a través de tuberías de plástico o directamente por canaletas he­chas con tierra. Los chicos juegan a saltar el río de caca que se forma en la calle y que también sirve de alimento para los anima­les. Las reglas del entretenimiento infantil parecen ordenar que, aquel que por desgracia se cae, juega después a correr a los otros amenazando con toCarlos con sus manos sucias.

Un policía sale de su rancho vestido de impecable uniforme azul, lleva un arma en la cintura. La almacenera le niega el fiado a uno de sus clientes y antes de que le insistan cierra rápido la venta­na, quedando semi escondida detrás de las cortinas, el vidrio y las rejas del negocio.

Del otro lado de la calle tres hombres desocupados observan la acción, mientras hablan del campeonato de la primera B, que está por comenzar. A cincuenta metros de allí, las casas dejan de ser de material y la chapa oxidada comienza a gobernar el paisaje. El viento que corre del sur mueve las estructuras frágiles de esas viviendas, levantando además nubes de polvo que obligan a los caminantes a cerrar los ojos.

No hace falta investigar demasiado para saber que en todo el bosque que debe tener alrededor de 5.000 metros cuadrados, ade­más de eucaliptos y gente, viven ratas, comadrejas y alimañas de todo tipo. Sólo en una casa se alcanza a ver una huerta. Hace frío. Mucho frío.

Es otra jungla. Sin glamour, ni luces fluorescentes, ni 4x4. Es la villa Los Eucaliptos, ubicada a poco más de diez minutos de Nueva Córdoba. A 300 metros de la casa de la Negra Chuntero. Es el lugar donde vive Jota, que apenas deja la bolsa de leña sale a hablar con los periodistas que lo vienen siguiendo desde hace tanto tiempo.

-Perdoná que molestemos de nuevo, pero... ya está. Nos ha di­cho todo el mundo que vos sos Jota.

Tiene el pelo color rojo teñido y se lo ve un poco pelado. Usa una remera y un buzo semisuelto. No tiene siliconas. Mientras ca­mina, el pantalón de jean elastizado hace que sus piernas se vean flacas y se forme un evidente bulto a la altura de los testículos. Aunque morrudo, de baja estatura y aproximadamente de 80 kilos de peso, camina moviendo la cintura intentando imitar el andar de una mujer. Al ver que le estiran la mano para saludarlo, quiebra la muñeca hacia abajo, tomando con la punta de sus cinco dedos la punta de los dedos de la otra persona.

-Yo no soy Jota -contesta después de mirar de arriba abajo a las personas que han ido a molestarlo.

-Lo que pasa Ramón, no sé como querés que te llamemos... ¿Brenda? ¿José Luis?... lo que pasa es que ya nos han dicho que sos vos. Ya sabemos. Si realmente no querés hablar, nos vamos, pero te pedimos por favor que nos des unos minutitos, sólo queremos preguntarte algunas cosas de Marcelo Sajen, que sabe­mos que era tu amigo.

-Todo el mundo habla giladas... -Brenda arrastra las vocales imitando, además, una voz femenina- Por eso me fui de ese barrio, porque la gente habla estupideces. Yo apenas lo veía...

-Exactamente, Jota. Ahora todo el mundo habla giladas. Noso­tros vamos preguntando y todos dicen que eran amigos de Marcelo, que hablaban con él... que lo conocían.

-No... Marcelo era muy reservado, él no hablaba con nadie. Él no era de tener muchas amistades.

-¿Ves? Para eso necesitamos hablar con vos, para que nos digas esas cosas, para que nos ayudes a entender esa enfermedad que tenía él. Qué era eso que lo llevaba a hacer esas cosas.

-¿Y por qué no fueron al velorio? Ahí se decían muchas cosas. Las chicas del barrio hablaban de que en el barrio él era un señor, pero cuando estaba solo, a algunas les gritaba, las puteaba y las invitaba a hacer... pero al velorio fue un mundo de gente, fue como una procesión.

Sus labios son gruesos y están rodeados de una evidente papa­da que hace más inverosímil su parecido a una mujer. Sin embargo, el movimiento de sus brazos y manos, sus gestos y las miradas de timidez, demuestran que sería un error sentir que se está hablando con un hombre.

-Yo nunca vi que él tuviera algo raro. En realidad, te digo que a mí me gustaba porque él era lindo negro y porque era un tipo muy dulce para hablar y con eso te compraba. Una sola vez yo tuve oportunidad pero, yo lo rechazaba a él...

-¿No saliste nunca con él?

-No. Porque yo le tenía un rechazo... no sé. Se me cruzaban un montón de cosas en la cabeza y lo rechazaba.

-¿Y por qué pensás vos que él hacía, lo que ahora se sabe que hacía?

-Y yo pienso también en la droga porque él consumía de vez en cuando.

¡Brendaaa! ¡Brendaa!, gritan desde el suelo dos nenas que jue­gan con un muñequito sobre la pierna de Jota... se las ve sucias, con el pelo anudado y manchas de tierra en la piel. El panorama se completa con una mujer que, detrás del travesti, sube con una im­provisada escalera de madera hacia la rama de uno de Los Eucaliptos y desconecta la luz que cuelga de allí, llevándose el cable con corriente para adentro del rancho. Otra señora deambula detrás de los periodistas simulando barrer, pero escuchando el diálogo.

-Yo te repito que nunca, nunca lo vi en una actitud mala a él. Sí lo veía todas las noches o noche de por medio en la ruta (se refiere a la ruta 9) arrebatando carteras, pero nunca en algo así. El cambió mucho cuando estuvo en la cárcel y se hizo más serio.

-¿Será porque le pasó algo en la cárcel?

-Lo que pasa es que Marcelo tuvo muchos problemas desde siem­pre, pero no era malo. Era buen chico y a mí siempre me respe­tó. Yo nunca me imaginé que él fuera un violador.

-¿Cómo fue su infancia?

-Muy complicada fue la infancia de ellos, el padre era muy rígi­do y entonces ellos sólo podían hacer lo que él decía. Yo pienso que él ha visto muchas cosas y por eso se ha hecho así. El padre le pegaba mucho a la madre y eso él lo veía.

 -¿Vos te acordás de que Marcelo contara que el padre de él le pegaba a su mamá?

-Siempre comentó eso él. Después se descarriló el Marcelo. El padre los tenía agarrados, no los dejaba salir, les pegaba... yo fui con él al (colegio) Hilario Ascasubi y él de chico siempre tuvo problemas de conducta... era muy peleador, muy agresivo.

Durante toda la charla, Jota parece estar diciendo menos de lo que sabe y, a medida que las preguntas se van haciendo más especí­ficas, no puede evitar mirar hacia los costados con miedo de que alguien lo esté vigilando.

-Te tenemos que preguntar una cosa medio difícil. Nos han di­cho que el padre de Marcelo abusaba de vos cuando eras chico.

-¿De miií?

-.

-Ni lo conozco al padre. ¿No te digo que lo rechazaba?

-Pero del padre te estamos preguntando. Vos lo rechazabas a Marcelo, del padre te preguntamos ahora.

-No, si ni lo conozco al padre. Yo lo conozco al Marcelo, a la señora, al hijo de ellos. Meeentira. Macana. Primero, que nun­ca he ido a la casa cuando estaba el padre y dos, que al padre no lo conozco. Y además te digo una cosa: en ese barrio te van a embrollar con mil cosas y nunca vas a llegar a la verdad. Aho­ra si vos querés saber la verdad yo lo llamo al hijo para que te hable de su papá y esas cosas.

-¿Quién lo conocía bien?

-La que sabía salir con Marcelo, que la llevaba y la dormía v todo, era N. G., una chica negra que vive en la Ramón Ocampo

-¿Quién puede haber visto cuando el padre lo apaleaba a Marcelo?

-Y, los hermanos... ellos han visto todo eso.

Mientras hablamos se levanta un fuerte viento que nos obliga a todos a cerrar los ojos. En ese momento se nota la presencia de un chico que no puede tener más de un año y dos meses que, desnudito y con la carita llena de barro, mira la escena del diálogo. Sorpren­didos y un poco impactados, los periodistas remarcan que el chico está desnudo y que hace frío, pero ni Jota, ni las niñas, ni las dos mujeres que se encuentran cerca, hacen nada para arroparlo.

-¿Qué quieren saber ustedes de Marcelo? -pregunta Jota.

-Queremos saber cómo era él y cómo se convirtió en un viola­dor serial.

 -No, ni idea.

-¿Conociste al Bichi?

-Sí, era medio trastornado. Yo lo conocía de la ruta.

 -¿Pero nos podés explicar qué hacían los Sajen en la ruta?

-No, ni idea. Yo veía que ellos iban y venían pero no me metía, yo estaba haciendo mi trabajo y ellos el suyo. Andaban en auto, en moto o caminando, pero yo no sé lo que hacían.

Antes de despedirnos, Jota se animó a hablar de la conducta sexual de Marcelo y para intentar explicarla recurrió a su propia experiencia en la calle. Sus afirmaciones abren la puerta a un mundo que por más subterráneo que parezca, no deja de ser real.

-Teniendo tantas mujeres, ¿por qué violaba Marcelo? ¿Por qué creés vos que violaba?

-No sé. Yo pienso que eso no tiene explicación. Me parece que capaz lo hacía por hacerlo, o porque tenía ganas, o porque le gustaba la persona. Es lo mismo que yo, que estoy parado en la ruta y por qué me van a buscar los tipos siendo que yo les pregunto: ¿por qué lo hacen? Me dicen que porque les gusta y resulta que son casados, tienen novia. Y yo les pregunto: ¿por qué no lo hacés con un hombre? Y me dicen, porque con un hombre no lo hago, me gusta hacer con los travestís.

-¿Vos decís que no tiene explicación?

-Yo a todos los tipos les pregunto ¿por qué? Hay tipos que vos vieras, son tipos lindos y te pagan. Tengo un cirujano que me paga 40 pesos y sabés qué, te lleva al hotel, te hace desnudar y te hace caminar con los tacos y se pone la ropa y tomas whisky y cerveza toda la noche... y ¿por qué lo hace siendo que es un cirujano?

Apenas termina de contar la anécdota de su cliente, vuelve a levantarse viento y eso obliga a Jota a taparse los ojos con la muñe­ca, cubriendo su frente con los dedos extendidos. Entonces esa per­sona vestida de mujer, pero con cuerpo de hombre, sentencia:

-Para mí esas personas son enfermas de la cabeza, no son nor­males. Es lo mismo que vos te hagás el hombre y no sos hombre. Vos tenés que definirte por lo que querés ser, yo me decidí de chico por lo que soy y sigo siendo. A mí me gusta y de noche salgo espléndida, vestida de mujer... pero hay que ser mujer todo el tiempo. Por ejemplo hay un travestí que se hizo el no­vio, se casó, tuvo un hijo y ahora la mujer vive en el Cerro y él está puteando en la ruta de nuevo. Lo que les pasa es que son enfermos y no saben lo que quieren ser.

-¿Marcelo tenía una enfermedad así?

-Yo me imagino que sí, porque una persona normal no va a ha­cer lo que hace y hay muchos, muchos, muchos... Son personas enfermas.

-No nos termina de quedar claro eso de que Marcelo te encan­taba, te gustaba y, cuando llegaba el momento de estar juntos, lo rechazabas. ¿Nos lo podés explicar?

-Hasta el día de hoy no sé qué era. Yo le tenía miedo a él pero no sé si era eso nomás porque yo me ponía a conversar en el oscuro, lo tocaba todo y cuando él me decía vamos a los hechos, me pasaba algo que no sé... Era una cosa que no sé lo que tenía que a mí me daba miedo.

-¿De qué te hiciera daño, de eso tenías miedo?

-Sí, puede ser pero no... otra cosa... yo me iba. Él tenía algo que me alejaba...

-¿Y él a vos, también te tocaba cuando estaban juntos, Jota?

-Sí claro, el también me tocaba...


Palabras claves , ,
Sin comentarios  ·  Recomendar
 
//12 de Noviembre, 2010

Capitulo XVII De Ana al código azul

por jocharras a las 10:33, en La Marca de la Bestia

Capitulo XVII

 De Ana al código azul

 

Cortocircuito

 Tras la partida de Nievas, la llegada del fiscal Luis Villalba a la causa del violador serial estaba condenada a fracasar aun antes de que comenzase a trabajar en ella. Independientemente de los acontecimientos que desencadenaron el alejamiento final, la prin­cipal razón por la que Villalba no podía hacerse cargo de esa inves­tigación radicaba en que estaba mucho más preocupado por otra cosa. Tenía a su cargo el caso Maders (el asesinato de un dirigente radical ocurrido en el año 1991, cuando en Córdoba gobernaba Eduardo César Angeloz).

 Así fue, según se comentó siempre en Tribunales II, que Villalba puso el grito en el cielo cuando después del alejamiento de Nievas, todas las causas que tenía en sus manos el evangelista recayeron en él.

 Sin tiempo de patalear o hacer un planteo formal, Villalba fue rápidamente víctima del ritmo que llevaba Sajen y apenas unas horas después de su designación, tuvo la primera noticia del delin­cuente sexual. Fue en la tarde del 18 de agosto de 2004, cuando personal del distrito 3 de la Policía detuvo en las cercanías de la Ciudad Universitaria (a metros del colegio Deán Funes) a un joven de rasgos norteños vestido de guardapolvo que llevaba en un pe­queño maletín vaselina y preservativos.

 El primero en conocer sobre la detención fue el comisario Vargas, que llegó a la comisaría donde el hombre estaba detenido después de que la noticia se conociera a través de Radio Universidad y cuando un canal de televisión y un diario ya se habían instalado en la puerta del distrito a la espera de información. "No sé nada. Puede ser pero no vamos a dar ningún nombre, ni precisión hasta que no sepamos más. No queremos otro Camargo", alcanzó a decirle a los periodistas antes de entablarse en una fuerte discusión a través del celular con el nuevo fiscal. El detenido, de unos 40 años, debió pasar una noche en la comisaría hasta que al día siguiente se demostró que Vargas tenía razón y fue dejado en libertad. Al final de cuentas, aquella detención sólo sirvió para sumarlo a la larga lista de "portadores de cara".

En los días siguientes, mientras Villalba intentaba ponerse al día con la instrucción (así se denomina a la etapa de investigación y recopilación de datos de una causa), programando, a la par de la Dirección Investigaciones Criminales de la Policía, una serie de estrategias para buscar al serial en los lugares donde atacaba, se produjo el hecho que desencadenaría a la larga la resolución del caso: en la madrugada del domingo 29 de agosto de 2004, como ya fue relatado en detalle al comienzo de este libro, la persona que luego todos conoceríamos como Ana, fue víctima del serial.

Su trascendencia pública no se logró a través de los diarios como se cree, ni a través del e-mail que se difundió después, sino por medio de una entrevista televisiva que Damián Carreras, un inquieto periodista de Teleocho Noticias, consiguió y difundió días después del ataque.

 "Estaba trabajando en el tema desde hacía unos días hasta que finalmente me contactaron y la nota se hizo realidad. Habíamos acordado un seudónimo pero creo que cuando la presentamos al aire simplemente dijimos que era una víctima. Para mí esa nota fue la que, a la larga, desencadenó el final del violador", asegura Damián.

 La misma Ana y sus dos amigas (María y Julieta) le contaron a esta investigación que la decisión de hablar con los medios se fue gestando desde el mismo día en que juntas fueron al precinto a hacer la denuncia de lo que le había pasado a la primera y las atendió un sumariante que, ante el anuncio de lo que iban a denun­ciar, señaló: "¡Otra más del serial!". Ese día Ana fue invitada a pasar a un cuarto cerrado donde "un animal" le preguntó a esa estudiante de 20 años: "¿Se la chupaste?"

 "En la unidad judicial le dijeron que describiera el lugar pero le anunciaron que ya sabían dónde era, porque el tipo había viola­do muchas veces ahí. Además, la tuvieron cinco horas hasta llevarla a Medicina Forense donde no había ninguna mujer para atenderla y tuvo que soportar que un tipo le hiciera un hisopado vaginal. Terminamos a las 7 de la mañana", recuerda María, una de las amigas de Ana.

 Según cuentan las chicas, todas esas desidias juntas las fueron impulsando a hacer aquella nota que finalmente salió al aire el jueves siguiente. En la entrevista, Ana fue filmada de espaldas y dejó entrever por primera vez algunas de las cosas que luego daría a conocer a través del e-mail que circuló por todas las casillas de correo electrónico de Córdoba y el país. "Yo viví 12 años en Córdoba y les puedo asegurar que ese tipo es cordobés", afirmó Ana an­tes de indicar que el atacante la había amenazado con "cortarla toda" y que en el trayecto de 15 cuadras que le había hecho cami­nar no había llegado a ver "ni una sola camioneta del CAP". Final­mente en aquella entrevista llegaría la afirmación más polémica cuando Ana dijo que por la forma de tratarla y revisarla, pensaba que el atacante podía ser un policía.

 Auditoría

 La frase sonó como una bomba en la Departamento de Prensa de la Policía. En esas oficinas ubicadas en la planta baja de Jefatu­ra, un grupo de uniformados especialistas en medios se encarga de leer, escuchar y ver todo lo que trasciende desde los medios de comunicación en referencia a la seguridad para hacérselo llegar más tarde al jefe de Policía.

 Aunque estos policías también tienen la función de ayudar a los periodistas otorgando información sobre los acontecimientos del día (normalmente y por orden de sus jefes se concentran en difundir hechos que llaman "positivos" y que se refieren a operativos, allanamientos y detenciones de pequeños delincuentes), aquella función de "k" qué dicen, hacen y opinan los periodistas a través de sus medios es la más útil para adentro de la fuerza, que de esa manera puede percibir cuál es el humor social que existe en la calle en torno a la seguridad.

 En esas oficinas los tres televisores de la sala estaban encendi­dos en los diferentes canales, que lanzaron una piedra que tocaría suelo mucho tiempo después.

 Cuando la joven oficial que tenía a su cargo atender lo que pasaba en Teleocho, escuchó a Ana, se levantó de la silla y se dirigió caminando hasta donde se encontraba la videograbadora. Estaba conmovida por el relato, pero no dudaba que los dichos de Ana también tenían que ver con su trabajo, así que apenas comenzó la pausa detuvo la grabadora, rebobinó la cinta, y reprodujo la entrevista para salir de toda duda. Cuando confirmó los dichos de Ana, se dirigió al teléfono y marcó el interno 1-7008, el teléfono del jefe de prensa de la Policía de Córdoba, Daniel Rivello.

 -¿Queeé? -exclamó Rivello, quien posee la fantástica cualidad de saber poner siempre, y ante todo periodista, la exacta cara de desconocimiento en referencia a todo hecho por el que se lo consulte, pese a estar al tanto de la mayoría de las cosas que pasan dentro de la Policía.

 -Sí, Daniel, como te digo -respondió la oficial- Es la última víctima y dice que el tipo que la violó puede haber sido un poli­cía. Además, el periodista repitió la misma sospecha cuando volvió al piso después de la entrevista -contestó la escribiente.

 -Lo tenés todo, ¿no?

 -Sí. Está grabado y lo tengo que escribir en la computadora nomás.

 -Bueno. Preparalo porque eso tiene que estar en la mesa del jefe cuanto antes.

 Era jueves y puede decirse que fue un día revelador para el entonces jefe de Policía, Jorge Rodríguez, quien cuando recibió a Rivello en su inmensa oficina del tercer piso de Jefatura con el casete, alcanzó quizá por primera vez, a dimensionar el grado de problemas que la causa del violador -por ese entonces las denun­cias ya habían superado las 60 víctimas- podía causarle.

 Al ver la entrevista, Rodríguez contuvo el aliento y se dio cuen­ta de que este hecho iba a ser utilizado rápidamente por los medios para sumarlo a la "ola de inseguridad". Entonces se decidió a ac­tuar, como fue una constante a lo largo de toda su gestión, a des­tiempo.

 Mientras aquella reunión se concretaba, el fiscal Villalba preparaba un secreto operativo que tenía como objetivo apostar personal de civil (cuidadosamente camuflado) en algunos lugares específicos de Nueva Córdoba donde había atacado el serial. Todo se centraba en la hipótesis de que el violador era el mozo de un bar de ese barrio al que tenían que agarrar en el momento en que in­tentara violar a alguien.

 El fiscal (que trabajaba con sus propios investigadores) había ordenado que policías de civil se instalaran en aquellos lugares estratégicos apoyados por personal fuertemente armado que, a bordo de dos automóviles aportados a la causa por el Tribunal Superior de Justicia, sirvieran de nexo entre unos y otros. "El objetivo - asegura una fuente de esa fiscalía- era, más allá de la posibilidad de atraparlo esa noche, comenzar a hacer un trabajo serio de inte­ligencia que nos permitiese llegar al serial fuera o no la persona de la que sospechábamos".

La idea de actuar del jefe de Policía y la idea de actuar del fiscal iban a chocar ese mismo día, produciendo otro espectacular Blooper, que demuestra el escaso diálogo y la nula confianza que Policía y Justicia de Córdoba tienen entre sí.

 Pero la serie de errores (provocados por el miedo a Ana) no iba a ser iniciada en aquel ámbito, sino por la Municipalidad, que, a raíz de una orden del intendente Luis Juez y sin consultar a los investigadores sobre la conveniencia o no de hacerlo, tapió con ladrillos el ingreso al sendero de los Molinos Minetti, donde el se­rial había obligado a caminar a Ana, antes de violarla.

 Al caer la noche del sábado 4 de setiembre, mientras los poli­cías de Villalba se escondían intentando pasar inadvertidos, en la misma zona donde apenas seis días atrás Ana había caminado sin ver "a ningún policía", las patrullas empezaron a salir de todos lados junto a decenas, cientos de policías uniformados que pare­cían hormigas caminando por los Molinos, la terminal, Nueva Córdoba, la Ciudad Universitaria y el Parque Sarmiento.

 La orden había sido dada por el propio jefe Jorge Rodríguez y ejecutada por su lugarteniente, el entonces jefe de Operaciones comisario mayor Miguel Bernabé Martínez, quien llevó adelante el "operativo saturación".

 Esa noche se produjo el siguiente diálogo entre el fiscal y el comisario mayor Nieto:

-Mayor, necesito que me liberen la zona. Estoy haciendo un ope­rativo y resulta que hay policías por todos lados.

 -No podemos doctor. ¿Y si nos cometen una violación quién es el responsable?

 -Yo me responsabilizo.

 -Lo que usted dice no tiene sentido. Lo hablo con el jefe, pero si hay un nuevo hecho, la culpa va a ser nuestra.

 Nieto habló con el jefe de Policía y Jorge Rodríguez le confir­mó que eso era imposible, Nueva Córdoba debía estar saturada de policías.

 La conclusión fue simple: el intrépido Sajen no actuó ese día advertido por los inusuales movimientos que veía en la zona; el comisario general Rodríguez durmió tranquilo y el fiscal Villalba, enojado (según algunos aprovechando esa oportunidad para sacarse un problema de encima), pidió alejarse de la causa.

La presión de los medios

Gustavo Vidal Lascano llegó a la Fiscalía General de la Provincia el 24 de junio de 2004, después de una larga carrera en la Justi­cia Federal. Su designación fue una carta fuerte de la administra­ción De la Sota que necesitaba urgentemente instalar en ese sec­tor clave en el que la Justicia se mezcla con la política, a una per­sona de confianza que mostrara capacidad de gestión.

 En una lujosa oficina del primer piso del viejo edificio de Tribunales I, ubicado sobre la calle Caseros, entre sillones, escrito­rios y archiveros de madera de comienzos del siglo 20, el funciona­rio se reunió con los autores de este libro y, después de cerrar una enorme puerta de madera labrada, se aprestó a hablar coinvirtiéndose en el primer funcionario que no pidió que sus declaraciones se tomaran en off the record.

 De modos elegantes y voz suave, el jefe de los fiscales que se pone feliz cada vez que La Voz del Interior publica una foto suya, asegura que se enteró de la existencia de un violador serial gracias a los medios de comunicación y no porque se lo informara su ante­cesor en el cargo, Carlos Baggini.

 "Cuando asumí, no me reuní con Baggini porque él estaba de viaje. Digamos que me fui poniendo al día a medida que pasaban los días y que prácticamente debuté en mi función cuando fui a pedirle a Nievas que se tomara unos días y él optó por renunciar".

 "En aquel momento me decidí por Luis Villalba para darle las causas de Nievas, porque era el más antiguo de los fiscales y el que tenía la mayor experiencia. Creo que fue una de mis primeras designaciones. Sin embargo, un día vino a mi oficina y dijo que estaba preocupado por los operativos de la Policía y que quería hacerse a un lado. Me habló de falta de coordinación y, aunque yo le di mi apoyo formal, había un problema de fondo que eran las diferencias con el modus operandi de la Policía".

 "Cuando se fue, quedé muy preocupado porque tenía que desactivar la bomba que iba a estallar en los medios al día siguien­te. Mi miedo era que los titulares de los diarios iban a referirse a la causa del serial diciendo que la investigación no tenía fiscal. Entonces, se me ocurrió la idea de nombrar a los tres fiscales y funcionó, porque al día siguiente los diarios en lugar de decir: 'La causa del serial no tiene fiscal', pusieron: "Un triunvirato de fisca­les tiene a su cargo la causa'".

 Fue así como Pedro Caballero, quien en la Justicia es conocido como "un tipo práctico" llegó al caso, secundado por Maximiliano Hairabedian, un joven doctor en derecho y autor de varios libros (hijo del mediático abogado y conductor televisivo Carlos Hairabedian) y Juan Manuel Ugarte, un tipo con sapiencia, trayec­toria y experiencias en casos penales.

El derrumbe de una estrategia

Después del golpe de efecto que le permitió al fiscal general "cambiar los títulos de los diarios", llegaba la hora de trabajar y la realidad demostraba que la causa era un desastre.

 Paralelamente, en esos días un grupo de chicas todavía sin nombre (en su mayoría amigas de Ana) comenzaba a organizar peque­ñas movilizaciones para protestar por la inseguridad que provoca­ba la existencia de un violador. La primera marcha se concretó en setiembre, pero las cosas no cambiaban y el 15 de ese mes se pro­dujo otra violación que explotó en los medios de comunicación. El ataque era llamativo porque no se había producido en la zona de siempre sino que el delincuente se había desplazado más hacia el sur, violando en barrio San Vicente.

 Esa noticia se produjo en un contexto que vale la pena señalar para entender en su totalidad el impacto de la misma. A lo largo del año 2004 el gobernador De la Sota encontró dentro del panora­ma político -entonces dominado por la imagen positiva del presi­dente Néstor Kirchner- una pequeña veta por la cual diferenciarse de los otros gobernantes y acercarse al único opositor que tenía en ese tiempo el gobierno nacional: Carlos Blumberg (el padre de Axel, un joven que fue víctima de un secuestro extorsivo y que finalmen­te fue asesinado). Se trataba de mostrar a Córdoba como la provin­cia más segura del país (aquí fueron detenidos los supuestos asesi­nos del hijo de Blumberg), en la que el único delincuente peligroso y autor de todos los hechos importantes (Martín Luzi) se encontraba preso bajo siete llaves.

Los baluartes de esa imagen eran dos personas muy cercanas al gobernador: el jefe de Policía (amigo personal de De la Sota) y el ministro de Seguridad, Carlos Alessandri, un hombre fiel que des­pués de ser intendente de Embalse y diputado nacional (presidió la comisión de Inteligencia), finalmente recayó en ese ministerio.

 Toda aquella estrategia funcionó a la perfección, hasta que en la segunda quincena de setiembre se desató una seguidilla de he­chos delictivos que instalaron la sensación de que Córdoba sufría una ola de inseguridad.

 Cuando esto ocurrió, el gobierno provincial se apresuró a desmentirlo en un acto en el que el propio De la Sota terminó, muy a su pesar, protagonizando un verdadero Blooper (y van...). Ocurrió el día 20 de ese mes, en un acto en la Sociedad Rural de Jesús María, cuando, mientras el gobernador hablaba de su "política de seguridad", tres camionetas -pertenecientes a las personas que habían ido a escucharlo- fueron robadas del estacionamiento.

 Sin tiempo para reaccionar, el Gobierno debió enfrentar al día siguiente su peor primavera ya que el 21 de setiembre tres delincuentes que ingresaron a robar en una pizzería familiar de barrio Jardín del Pilar, terminaron matando a Laura Alfieri, su hijo Carlos y la tía de éste, Carmen Barrionuevo. El caso, que conmovió por la crueldad de los delincuentes, fue rápidamente puesto en manos del jefe de Homicidios, Rafael Sosa, y del fiscal Caballero, que días después volverían a trabajar juntos en la causa Serial.

 Todo esto sucedía mientras estaba de visita en Córdoba el ingeniero Blumberg, acompañado del asesor de una fundación norteamericana (el Manhattan Institute) que llegó a calificar a los lim­pia vidrios de la calle como "terroristas urbanos". Aunque en el interior de la Casa de las Tejas las acciones de Blumberg eran ob­jeto de bromas, su presencia se leía como una especie de respuesta de De la Sota al presidente Kirchner, que a su vez coqueteaba con el peor enemigo político del gobernador, el intendente Juez.

Mientras Blumberg elogiaba las políticas de seguridad, los medios reflejaban que las calles de Córdoba eran inseguras y De la Sota se vio obligado a confirmar al frente de la Policía al comisa­rio general Jorge Rodríguez, acusando al mismo tiempo a los pe­riodistas de "irresponsables" por crear "una falsa sensación de in­seguridad".

 La casualidad hizo que el día que De la Sota hizo esta declara­ción se cumpliera un mes del día en que Ana fuera violada salvaje­mente en los Molinos Minetti sin que el gobernador tuviese todavía idea de que eso ocurría a apenas 15 cuadras de la Casa de Gobier­no.

 Pero los hechos policiales se sucedían sin descanso y, apenas tres días después de ese ataque, la Policía debió investigar la muerte de un hombre que apareció asesinado en un baldío envuelto en una bolsa. Fue en ese clima que el caso del serial se instaló cada vez con más fuerza y preocupación en la opinión pública.

 No le estaban yendo bien las cosas al comisario amigo de De la Sota, porque el martes 5 de octubre tres delincuentes asaltaron a su hijo en su casa. Cuando los medios llegaron al lugar para saber qué pasaba, el joven declaró que en Córdoba había mucha insegu­ridad.

 Mientras eso pasaba, la edición digital de La Voz del Interior (La Voz on line) publicó el texto completo de un correo electrónico que, luego se sabría, había sido escrito por Ana. En los días si­guientes los diarios La Mañana y Día a Día reprodujeron el texto.

 De repente, todo Córdoba supo, gracias a esta chica de 20 años, que lo que le había pasado a ella y, al menos, a otras 64 jóvenes más, ya no era un problema de pocos, sino un problema de todos. Las palabras de Ana provocaron un terremoto que se sintió, sobre todo, en la Casa de Gobierno.

Ana

Carta sobre el violador


(reproducida sin ningún tipo de modificación)

Hace tres años decidí venir a estudiar a Córdoba... con todo lo que eso implica dejar mi familia, mi lugar, mi casa, para hacer realidad mi sueño de independizarme, de empezar a armar mi vida. Desde que llegué siempre me manejé caminando para todos lados, total acá todo queda a dos cuadras, nunca me pasó nada y siempre me confié de eso. Todos saben que Nueva Córdoba es una ciudad aparte de Córdoba, porque es seguro, porque siempre hay gente en la calle, y más cuando hace calor (es increíble Nva. Cba. en verano). El sábado 28 de agosto, la noche estaba bárbara y queda­mos con unas amigas en que salíamos a Mitre para hacerle la gam­ba a una de las chicas, me bañé, me cambié, me pinté y salí cami­nando para la casa de las chicas como a la una de la mañana.

 Había un montón de gente en la calle, la Estrada parecía una peatonal, así que en ningún momento me dio miedo caminar sola. Caminando por Chacabuco (antes de llegar a Obispo Oro bajando por la mano derecha) me di cuenta que venía alguien atrás mío, un tipo, que en un momento me dice no sé qué cosa (no me acuerdo) y cuando me quiero dar vuelta me dice que no le mire la cara porque me iba a cortar entera. En ese momento no me di cuenta de lo que pasaba, me puso la mano en el hombro como abrazándome y me dijo que en Oro íbamos a doblar a la derecha. Yo estaba a 20 metros de la casa de mis amigas.

 Doblamos por Oro hasta Poeta Lugones y comenzamos a bajar. El tipo me dijo que no me asustara, que no me iba a hacer nada, que lo único que quería era que lo acompañe a la terminal para hacerlo zafar de la policía. Me dijo: "¿qué le vas a decir a la poli­cía si los encontramos?" y le dije: "que soy tu novia pero si no me haces nada" y me dijo "si hubiera querido hacerte algo te hubiera llevado para el Parque Sarmiento"... Me preguntó cuanta plata te­nía, le dije que diez pesos, que se los llevara, que se llevara lo que quisiera (todo lo que tenía de valor estaba en una carterita que tenía colgada del hombro), pero me dijo que no se quería llevar nada, que lo acompañara hasta la terminal, que ahí me dejaba irme y que me guardara esa plata para volverme en un remís.

 Cuando íbamos caminando (por Lugones) me preguntaba que barrio era ese, en qué barrio vivía yo, si sabía llegar a la terminal, si estábamos muy lejos de ahí (como haciéndose el desorientado para que me creyera que no era de acá). Siguió preguntándome qué hacían mis viejos, cómo me llamaba, cuántos años tenía, y todo el tiempo me decía que me tranquilizara, que caminara rápido porque estaba apurado y se tenía que ir, y que 110 le mirara la cara (de hecho no se la- miré). Cuando llegamos a una calle que se llama Transito Cáceres (que es por donde suelo bajar yo para ir a la ter­minal) le dije que era por ahí, me dijo "¿estás segura que es por acá?". Le dije que sí, pero él dijo «que no, que mejor no íbamos a doblar, que íbamos a seguir derecho".

 Cruzamos al otro lado justo después de pasar el puente. Entre el boliche Lugones y el puente hay unas escaleras que llevan a los viejos Molinos Minetti, el lugar está abandonado, es un baldío lle­no de basura que a esa hora (1 de la mañana) está totalmente de­sierto porque es muy oscuro.

 Me hizo subir por las escaleras, para meterme en el baldío, mientras me decía que no gritara porque ahí no me iba a escuchar nadie, y yo por miedo a que me "cortara entera" o me matara me quedé piola. Me dijo que me iba a revisar para ver si tenía más plata y si era así, me mataba. Me hizo sacarme el sweater que tenía puesto y me lo puso en la cabeza. Después me hizo separar las pier­nas y me palpó como te palpa la policía antes de entrar a un recital de cualquier grupo de música, (siempre te palpan)...

 Pero ese «palpado» se convirtió en un manoseo y terminó en lo que éste enfermo quería: violarme. Fue lo más denigrante, espan­toso y humillante que me toco vivir en mis 20 años de vida. La ver­dad es que después de eso pensé que me iba a matar.

 Me dijo que no lo denunciara por que la única que iba a pasar vergüenza era yo, porque a él no lo iban a agarrar (me repitió mil veces que no lo denunciara). Me dijo "acá no hay ningún enfermo", que no le dijera nada a nadie. Me preguntó si me alcanzaban los 10 pesos para tomarme un remís (¿?), me dejo ir, saliendo para la ruta 9, él se fue para el otro lado y yo en la ruta me tomé un taxi para la casa de mis amigas que todavía me estaban esperando para salir. Estaba histérica, no podía parar de llorar, no podía hablar, me que­ría bañar, me sentía sucia, ultrajada... Les conté a mis amigas lo que me pasó y me llevaron a la seccional de policía que está en la Buenos Aires antes de llegar a Rondeau, dijimos lo que me había pasado y de ahí nos llevaron en una camioneta a la central en la Colón. Me tuvieron un rato esperando y pasé a dar la declaración con un tipo que estaba a cargo del caso. Ahí me dijeron que el tipo que me agarró fue el violador serial que había "reaparecido". Cuan­do me tomaron la declaración me preguntaron a dónde me había violado y el policía me dijo "yo sé a dónde te llevó, pero contame vos"... "no sos la primera chica a la que el violador lleva ahí, de hecho, hubo un oficial parado en las escaleras de los viejos moli­nos desde las 19.30 hasta las 23.30, y a esa hora se fue por que el violador siempre había atacado entre esas horas" (como si no tu­viera más ganas de violar después de las once)...

 Después me fui enterando de que el tipo está suelto hace "DOS AÑOS", que ya violó más o menos a 30 chicas que han hecho la denuncia (por que se piensa que en realidad es el doble, pero hay una mitad que por miedo, asco o la razón que fuere no hace la denuncia).

 Después de hacer la denuncia nos tuvieron sentados una hora esperando a que apareciera algún móvil para trasladarnos a Policía Judicial para que en medicina forense me hicieran un examen, y al final terminamos yendo en un auto todo baleado.

 En medicina forense me atendió un médico (hombre) que me hizo el examen (fue como si me violaran otra vez), y al final me dejaron irme a mi casa. Al otro día hicimos el recorrido con la policía, me llevaron al lugar para identificarlo y para ver si encon­traban alguna prueba de algo (miraron así no más y después nos fuimos). Al otro día hicimos el identikit con una dibujante (lo hizo ella como le pareció porque yo al tipo no llegué a mirarlo), hablé con una psicóloga, y ahí terminó el trabajo de la policía, pero me dieron un par de datos interesantes, como por ejemplo que este tipo actúa a fines de mes, en esa zona (por Chacabuco, Salguero, Paraná, Lugones), a esa hora (cuando está más o menos oscuro).

 El tipo debe haber medido 1.70 más o menos, morocho (de pelo y piel), acento cordobés no muy marcado, pero cordobés al fin, pa­recía gordo pero creo que en realidad era robusto más que gordo. LA POLICÍA SABÍA (Y SABE HACE DOS AÑOS) QUE EL TIPO ACTÚA EN ESA ZONA, EN ESA FECHA DEL MES, A ESA HORA, CON EL MISMO MODUS OPERANDIS, TIENEN EL PERFIL PSI­COLÓGICO Y EL IDENTIKIT EXACTO ECHO POR UNA PERSO­NA QUE LO VIÓ DE FRENTE Y NO LO AGARRAN...

 Yo al principio pensé "son unos inoperantes", pero me di cuen­ta de que en realidad hay algo más en todo esto. El violador tiene algún tipo de protección, o maneja algún tipo de información, porque es INSÓLITO y ABSURDO que después de dos años y tantos ataques no lo agarren.

 Esto es una especie de "cartita de la víctima", no para dar lás­tima ni mucho menos, si no para que sepan que EL VIOLADOR SERIAL ESTÁ SUELTO Y LO VA A SEGUIR ESTANDO POR QUE GOZA DE ALGÚN TIPO DE INMUNIDAD O PRIVILEGIO QUE HACE QUE LA POLICÍA NO LO AGARRE.

 Después de atacarme violó a dos chicas más (ya no a fin de mes) e intentó atacar a otra hace unos días. De más está aclarar o volver a mencionar que el tipo es policía o funcionario público, algún tipo de cargo debe tener para que después de dos años y más de una treintena de violaciones se nos siga riendo en la cara.

 No es un ataque personal, porque si bien me dio vuelta la vida, también lo hizo con mi familia, con mis amigos y con la gente que conozco. Éste mail no tiene el fin de que se pongan a quemar rue­das en la puerta de la legislatura o de la central de policía, sino que estén alertas. Absolutamente todos, si bien las mujeres somos las víctimas directas, los hombres que tienen amigas, novia, pri­mas, hermanas, hijas, etc. son víctimas secundarias.

 NO ANDEN SOLAS, NO SE DESCUIDEN, NO SE CONFIEN.

 El tipo está en Nueva Córdoba, está suelto, actúa indiscreta­mente y lo va a seguir haciendo. Sabe exactamente lo que hace, cómo hablarte, que decirte y como convencerte. NO tiene límites por que el organismo que se supone que se los ponga (la policía), NO LO HACE.

 No se olviden que NO FUI LA PRIMERA NI LAMENTABLE­MENTE LA ÚLTIMA.

 Me imagino que pensarán "¿porqué no saliste corriendo, te tiraste al piso, gritaste, hiciste algo?", en ese momento no podés porque te bloqueás.

 Siempre creí que yo iba a poder reaccionar y no pude, pensé que nunca me podía pasar, no te das cuenta de que te puede pasar hasta que te pasa.

 Desde que me violó que tengo sueños espantosos, todo el tiem­po asustada, paranoica, con miedo, sintiendo que todos los tipos que andan en la calle me pueden violar, o hacerme algo, siempre con miedo, con el corazón en la mano y los nervios hechos mierda por que la seguridad de Córdoba y del país está destruida. No se confíen de los policías del CAP que lo único que hacen es buscar problemas o hacerse los chetos en las camionetas, camionetas de las cuales, con el violador agarrado de mi hombro y a lo largo de 12 cuadras no vi ni una, NI UNA, hasta parece que le dejan el campo libre.

 No se olviden que ese sábado estaba cantado que el tipo ataca­ba (fin de mes, 1 de la mañana, sin vigilancia policial en los viejos molinos ni en ninguna calle).

 Lamentablemente la única forma que hay de agarrarlo al tipo es con las manos en la masa, esto no lo digo únicamente yo sino mucha gente entendida en el tema, por eso tenemos que estar pre­paradas y mentalizadas de que si alguien nos llama de atrás, nos pone una mano en el hombro, o nos agarra, la única forma de zafar es gritando, tirándote al piso, abrazando a alguien que ande por ahí, metiéndote en un negocio o simplemente corriendo. No te ol­vides que el tipo agarra a las víctimas en lugares públicos en donde si reaccionas rápidamente no sólo te podes te escapar sino que lo pueden agarrar.

 Con mis amigas estuvimos pensando en alguna forma de identi­ficar que a alguien le está pasando algo y es llevando un silbato en la mano, porque a lo mejor el grito no te salga, pero soplar sí. La idea es llamar la atención de las personas que estén por ahí.

 No te expongas a que te pase, porque en media hora un enfer­mo te puede dar vuelta la vida, no camines sola de noche, es prefe­rible gastar $2,50 en un remís, que el miedo para toda la vida a que te hagan algo.

 No te quedes con este mail, no te olvides que le puede pasar a alguna amiga, a tu prima, a tu hermana, a tu novia, a tu hija, A VOS. Pasalo a todos tus contactos.

 Si tenés algún dato para aportar o alguna sugerencia podes escribir a: podemoshaceralgo@hotmail.com

Muchas gracias. La revelación

Dicen los que estuvieron con él en ese momento, que cuando terminó de leer el papel que tenía en sus manos, no pudo contenerse y lloró. También dicen que nunca lo aceptaría en público. Lo cierto es que a partir de ese momento supo que ese problema insig­nificante al que no le había prestado atención desde que asumió,
podía costarle su carrera. Inmediatamente llamó a su secretaria para empezar una serie de consultas con sus hombres de confianza.

-Hola. ¿Quién habla? -Te llama el gobernador.

 -Ah, disculpe José, no lo reconocí... dígame, estoy a sus órde­nes.

 -Mirá, estoy muy caliente. Los diarios publican la carta de una chica que dice que la violaron en los Molinos Minetti. Te llamo para preguntarte si eso puede ser cierto.

 -¿A qué se refiere gobernador?

 -Quiero saber si este tipo viola en los Molinos Minetti.

 -¿Usted no lo sabe?

 -No... Decime si es cierto.

 -Sí, José. Por lo menos en seis casos está probado que este tipo atacó en los Molinos...

 -¡Pero la puta madre! ¡Entonces el hijo de puta este se nos está cagando de risa! -vociferó José Manuel De la Sota, antes de saludar y cortar el teléfono.

El diálogo no pudo ser verificado con el propio gobernador, ya que, pese a insistentes llamados efectuados a su jefe de prensa, Mario Bartolacci, el gobernador nunca quiso mantener un encuen­tro con nosotros. Sin embargo, algunos de los interlocutores que hablaron con la máxima autoridad provincial ese día, lo confirma­ron.

Siguiendo con esa rueda de consultas, a las 5 de la tarde el teléfono que sonó fue el del fiscal general. El funcionario recono­ció, en el identificador de llamadas de su celular, el origen de la comunicación y se puso serio.

-¿Hola?

-Hola Gustavo.

-Buen día gobernador. ¿Cómo le va?

-Mal Necesito que te vengas para acá, tengo que hablar con vos.

-Bueno. No hay problema. Ya estoy saliendo.

-Te espero en mi despacho.

"Cuando llegué, el gobernador me transmitió su preocupación sobre el caso del serial. 'Esto es una causa de Estado', aseguró mientras me preguntaba si era posible reunir a los tres fiscales en la Casa de Gobierno con la idea de que ellos mismos sintieran su respaldo político a la investigación. Le pregunté cuándo y me dijo: 'Ya mismo'", relata Vidal Lascano, quien se dispuso a llamar a los fiscales.

"No saben el apuro que pasé", recuerda ya relajado el fiscal general, que aquella tarde no lograba dar con ninguno de los funcionarios judiciales que apenas unos días antes había nombrado a cargo de la investigación. Treinta minutos después logró encontrar a Hairabedian y los otros fueron ubicados en sus domicilios.

Cuando llegó a la Justicia de Córdoba, hace 29 años, Juan Manuel Ugarte era muy diferente a esa persona seria, ubicada y siem­pre en foco que conocieron los cordobeses en el año 2004. Inconformista y recto "hasta el cansancio", el funcionario que conoce al dedillo todos los niveles de la Justicia Penal, no pudo evitar chocar a lo largo de su carrera contra muchos en una institución más acos­tumbrada a los "grises" que a los colores definidos que a él le gus­tan.

Por eso los memoriosos recuerdan que en sus primeros años este abogado, que hoy tiene cinco hijos y está casado en segundas nupcias con una jueza civil, era llamado "el Zurdito" por algunos de sus compañeros.

Quizá así pueda explicarse por qué, aquella tarde en que "las papas ardían", cuando los tres fiscales ingresaron a hablar con el gobernador, Ugarte interrumpió a De la Sota mientras éste le daba la mano: "Estoy muy enojado con usted por lo que ha hecho con el Consejo de la Magistratura...", le alcanzó a decir al gobernador, que, según dicen los testigos, se echó hacia atrás, como intentando digerir lo que ocurría y mordiéndose la lengua para no reaccionar.

Eran las 19 y los cuatro hombres del Ministerio Público Fiscal estaban reunidos en el despacho de De la Sota con Alesandri y el jefe de Policía. La mesa de diálogo, que se extendió hasta la no­che, era presidida por De la Sota, quien con gesto adusto fue infor­mado de la necesidad de instaurar una línea de teléfonos 0800 y consultó a los fiscales sobre si sería conveniente ofrecer una re­compensa de 50 mil pesos para quien aportara datos concretos so­bre el serial.

La reunión se trasladó posteriormente a la sede de la Policía Judicial, en Duarte Quirós 650, donde el grupo de asistentes se incrementó con la presencia del subjefe de Policía, Iban Altamirano, algunos miembros de la Judicial, como su director Gabriel Pérez Barberá, y Federico Storni, el director del Centro de Investigación Criminal.

Un hecho que vale la pena rescatar de aquella reunión hace referencia a una de las tantas internas políticas que ensuciaron la causa del serial y se evidenció cuando Pérez Barberá desplegó una serie de trabajos en los que se había sistematizado cierta informa­ción recopilada por la Policía Judicial sobre la causa. Antes de escucharlo, Vidal Lascano (jefe directo de esa estructura y del mis­mo Barberá) se retiró de la sala.

Otro episodio más elocuente muestra que hasta ese día el po­der político no sabía -ni le importaba- nada del asunto: antes de irse y después de leer los trabajos realizados por el equipo de Barberá, el ministro Alesandri preguntó: "Muchachos... ¿qué nece­sitan para trabajar?" y recibió una respuesta patética para una ins­titución encargada de investigar y ayudar a los fiscales a reunir pruebas para llegar a la Justicia: "Nos haría falta una computado­ra -le dijeron-, así podríamos sistematizar todo lo que tenemos".

Entonces, ese peronista "de sangre" que con orgullo niega ser abogado y se muestra feliz de ser "un hombre de la calle" se levan­tó, desconectó la computadora personal que había llevado a la re­unión y en un acto que quizá le hizo recordar a los desprendimien­tos de Eva Perón, le entregó el aparato a Federico Storni. "Tome, es suya", aseguró mientras le regalaba al investigador esa sonrisa generosa que podría haberse confundido con la que utilizaba años atrás, cuando era intendente de Embalse y personalmente entrega­ba bolsones a los más humildes o cuando, durante el gobierno de Carlos Menem, ocupó la Gerencia de Empleo de Córdoba, que se encargaba de otorgar subsidios o contactarse con los beneficiados de los planes Trabajar.

En aquella reunión, que se realizó en los primeros días de octubre, cuando Sajen ya había violado a 64 chicas (a las que habría que sumar a muchas que no lo denunciaron) el Estado provincial acababa de reconocer que la causa del serial era un problema.

Todos separados para hacer lo mismo

La reacción del gobernador activó la investigación, que comenzó a caminar por diferentes carriles y sin ningún tipo de coordinación.

En la Policía de la Provincia, bajo las órdenes del entonces subdirector de Investigaciones, Eduardo Rodríguez, y con la coordinación de Oscar Vargas, que pidió que afectaran a la causa a su ami­go y hombre de confianza Rafael Sosa, se armó un grupo de trabajo que casi se diría que empezó de cero ante una premisa aportada por el propio Sosa: "Estamos ante una causa con decenas de víctimas pero sin testigos. Salgamos a la calle para conseguirlos".

Por su parte, la Policía Judicial, particularmente el grupo de detectives del Centro de Investigación Criminal comandado por Federico Storni, siguió recopilando en su estructura toda la información que llegaba referida a nuevos ataques.

En tanto, los fiscales dividieron su trabajo en tareas que, a la larga, marcarían su vinculación con la causa. Hairabedian (el más incómodo a la hora de trabajar en equipo con los otros fiscales, según las fuentes consultadas) trabajó concentrado en las cuestio­nes operativas iniciales, aprobando el seguimiento de algunos sospechosos. Caballero (el que mejor relación mantenía con la Policía Judicial y con la Policía de calle) se concentró en el chequeo diario de los llamados al 0800 JUSTICIA, que se habilitó para receptar denuncias. Finalmente, Ugarte (el más entusiasmado con la causa) tenía a su cargo las entrevistas con las víctimas.

Los tres fiscales comisionaron a la causa (se llama así cuando se afecta a un caso específico a investigadores) a dos suboficiales de bajo rango que no son bien vistos en algunos ámbitos de la Poli­cía, pero sí son considerados excelentes por muchos fiscales de Córdoba. Se trata de Carlos Bergese y Rafael Sáenz de Tejada, quienes a partir de entonces se convirtieron en los hombres de con­fianza del fiscal Ugarte, junto con el secretario de éste, José Lavaselli.

A partir de ese momento, la causa del violador serial comenzó a caminar a la par de algunos anuncios mediáticos realizados por el Gobierno, pero con un grave problema: no existía ningún tipo de comunicación entre cada uno de estos investigadores (ni entre sus jefes), que en muchos casos llegaron a trabajar prácticamente en lo mismo.

"Yo me encargué de peinar' Nueva Córdoba", cuenta Sosa refiriéndose a la serie de consultas que hizo en todo el barrio para saber si alguien tenía alguna referencia sobre el delincuente sexual.

 "Bergese y Sáenz de Tejada hicieron un trabajo de hormiga rastrillando todo Nueva Córdoba por orden del fiscal. Hablaron con todo el mundo", afirma una fuente tribunalicia vinculada a Ugarte.

 "Pu­simos a un detective nuestro a hablar con cada uno de los vecinos buscando saber algo más sobre este tipo", asegura un vocero de la Policía Judicial. En realidad, las tres estructuras estaban haciendo exactamente el mismo trabajo, pero como no confiaban en cómo lo podría hacer el otro ni había seguridad de que toda la información recopilada iba a transmitirse, preferían gastar el doble y el triple de energía antes que trabajar en equipo.

La imagen de los investigadores cruzándose entre sí (curiosamente ninguno vio a los otros mientras trabajaba, así que también está en duda que algunos hayan hecho el trabajo que se les ordenó) y preguntando lo mismo en las mismas cuadras de Nueva Córdoba sería graciosa, si no fuera, ante todo, patética.

Pudieron hacer mucho

Mientras estas contradicciones dominaban la causa, el grupo de amigas de Ana (al que se sumó el de amigas de Milena y de otras víctimas) daba forma a "Podemos Hacer Algo".

"Contactamos a través de Victoria -amiga de una víctima- que estudiaba abogacía, a una amiga de ella que hacía poco se había recibido. La chica se llama Dolores Frías, pero como le faltaba experiencia nos contactó con Carlos Krauth, un docente universita­rio, especialista en derecho penal que a la larga se terminó convir­tiendo en el asesor legal de la organización", recuerda María.

Krauth conoció a las chicas una noche de ese mes de octubre, cuando lo convocaron a un departamento en el que, según pudo saber esta investigación, no había ninguna persona mayor.

Allí, ese abogado gordito y retacón que a la larga terminaría seduciendo con su soltura para manejarse en situaciones difíciles al mismo Gobierno de la provincia de Córdoba, supo que estas chicas estaban solas y se hizo cargo de la difícil tarea de representarlas.

(Hasta el día de hoy muchos funcionarios agradecen que haya sido Krauth el abogado querellante de las víctimas -finalmente lo sería sólo de una: Milena- porque cualquier otro, a diferencia de él que siempre mantuvo una excelente relación con los investigadores, podría haber utilizado a las chicas políticamente). En esas charlas iniciales se barajó la idea de promover una organización civil o una ONG, donde todas pudiesen aglutinarse.

Fueron días muy intensos para esas chicas de entre 20 y 23 años, que a medida que se movían despertaban el terror de los políticos y, al mismo tiempo, los obligaban a actuar. Lograron primero que por una resolución del fiscal general, la Policía Judicial se viera obligada a contratar a médicas mujeres (como no las había se fir­mó un convenio con el Ministerio de Salud de la Provincia) y sumariantes de ese sexo para que las víctimas de violaciones no tuvieran que volver a revivir el horror ante sumariantes hombres, maleducados, inexpertos y llenos de prejuicios.

En ese marco se produjo la primera marcha importante de la organización Podemos Hacer Algo en la que el ministro Alesandri mantuvo un duro enfrentamiento con las jóvenes.

El código azul del ADN

Corrían los primeros días de octubre y mientras Podemos Ha­cer Algo comenzaba a tomar forma, Córdoba era un polvorín por­que "la provincia más segura del país" estaba llena de delincuen­tes y la institución encargada de detenerlos (la Policía) estaba sos­pechada de contener en sus filas al violador serial.

Así fue que en el marco de la larga historia de cerebros puestos a favor del golpe de efecto antes que de la búsqueda de políticas a largo plazo, un funcionario del Gobierno tuvo la fantástica idea de desviar la atención de la prensa desde la causa del serial hacia otro lado.

Entonces, en una reunión realizada en la Jefatura de Policía, el ministro Alesandri anunció lo increíble. En lugar de decir que se iba a investigar a aquellos policías que pudiesen ser vinculados en base a hipótesis serias al violador o de lanzar una investigación interna al respecto, la mejor idea que tuvieron fue la de poner a todos los uniformados bajo sospecha y realizarles análisis de ADN para descartar la posibilidad de que fueran el serial.

"La Policía jamás debe estar sospechada", se aseguró en aque­lla reunión, después de poner bajo sospecha a los 7.000 policías que ahora estaban obligados a hacerse un examen de ADN para probar su inocencia.

Se trató de una puesta en escena más en la que el primer actor (sospechoso) que debió mostrar su inocencia fue el propio jefe de Policía, que convocó a todos los medios de comunicación a la Agen­cia Córdoba Ciencia (donde funciona el laboratorio del Ceprocor) para que lo vieran sacarse sangre sin desmayarse. La actitud fue explicada como "un ejemplo" hacia sus subordinados que, sin em­bargo, en los días siguientes se negarían en muchos casos a someterse a esos análisis.

El comisario mayor Pablo Nieto confiesa que paralelamente a estos anuncios la Policía sospechaba seriamente que el violador podía ser un miembro de sus filas y por ello se vio obligada a com­prar equipos de comunicación encriptados que fueron distribuidos exclusivamente entre los integrantes de la investigación. La particularidad de estos equipos es que su señal no puede ser utilizada o interferida por cualquier otro aparato.

Estas sospechas, más la existencia de la recompensa, promo­vieron la aparición de cazarrecompensas de dudosa trayectoria policial, que se involucraron en la investigación anunciando -en todos los casos sin elementos- que iban a llegar al violador, antes que la Policía.

A Tribunales II, de visita

Ey! Marcelo, ¿qué me decís del violador serial? Qué pedazo de hijo de puta, ¿no? ¿Será cana? -pregunta uno de los amigos que está parado en la esquina.

-Qué sé yo... parece raro, pero... El guaso las bolacea (les habla y las envuelve con su palabra), andá a saber. Para mí que las minas se dejan y después denuncian... Ayer la Zulma me decía que le da asco, que son criaturas... -Y vos negro, ¿qué pensás?

-Nada, qué voy a pensar. Que tiene que ser un cana, si no es imposible.

-Puede ser -dice Marcelo- podés creer que ayer mismo me pararon para controlarme el auto de nuevo. Es la tercera vez en diez días, me tienen las pelotas llenas esos cagones y además, ¿realmente se creen que soy tan boludo como para andar rega­lado para que ellos me agarren? En lugar de andar rompiéndome las bolas que lo agarren al serial.

-Para mí que el violador sos vos Marcelo, sos el que mejor se mueve en Nueva Córdoba, no te andarás entreteniendo con otras cosas antes del levante de autos, ¿no?

-Ma' sí, soy yo. El violador serial soy yo. A las pendejas me las estoy cogiendo yo... ¿y qué?

Los cuatro se miran, Marcelo sonríe y todo el grupo estalla en una carcajada justo en el momento en que pasa una camioneta del CAP y después de hacer unos 40 metros clava los frenos, da una vuelta en "u" y vuelve sobre sus pasos hacia donde está la reunión. Antes de bajar, el policía que está al lado del acompañante, toma la radio y avisa dónde está. Después abre la puerta y empieza a hablar

-Bueno... a ver vos... ¿en qué andás? -pregunta el uniformado mirando a Marcelo

-Y a vos qué carajo te importa -responde éste en actitud desafiante.

El policía, que no ha quitado la mano de su cintura donde tiene la pistola 9 milímetros, se da cuenta de que es momento de hacer valer su autoridad y vocifera:

-Bueno, bueno. Los cuatro contra la pared, rápido y callados.

Pero qué te pasa si no estamos haciendo nada!

-Contra la pared y denme los documentos que vamos a tomar nota de quiénes son.

El episodio ocurrió en barrio General Urquiza en octubre del año 2004. Los cuatro hombres eran vecinos y estaban charlando en una esquina sobre la calle Tristán Narvaja. Uno de ellos era Marcelo Sajen.

Cuando la Policía vio su documento, quiso llevárselo por una supuesta orden de detención a raíz de un robo de automotor. Sajen se resistió, diciendo que no tenían ninguna orden, pero los policías no le devolvieron el documento y le dijeron que lo fuera a buscar al precinto 10 de la calle Asturias. Parte de este episodio fue presenciado por unas de las hijas de Sajen y, cuando Zulma se enteró de esto, fue personalmente a buscar el DNI de su marido y lo recuperó.

Puede parecer perdida, pero está claro que detrás de aquella cara de confusión que sabe utilizar, hay una persona inteligente a la que nada se le escapa.

Así es Zulma, la mujer de Marcelo Sajen que en octubre de 2004, cuando se enteró por su yerno de que la Policía había intenta­do detener a su marido en la vía pública, decidió que no iba a dejar que eso siguiera ocurriendo. "A Marcelo siempre lo molestaron porque creían que sus autos eran robados, pero eso era mentira, si yo misma hacía los trámites en los registros. Por eso en octubre cuando lo intentaron detener yo me di cuenta de que ahí había algo raro", cuenta la mujer y agrega que habló con Marcelo y lo acom­pañó hasta el estudio del abogado Manuel Juncos, para asesorarse.

"La Policía siempre lo buscaba y él no era de dejarse llevar", asegura Zulma antes de afirmar que Marcelo no tuvo problemas en ir a Tribunales II (donde todo el mundo hablaba del violador se­rial) para gestionar un hábeas corpus (constancia de que no había causas en su contra) firmado por la jueza Ana María Lucero Ofredi.

Y así fue, temerariamente el miércoles 13 de octubre de 2004, Marcelo visitó Tribunales II y en el Juzgado de Control N° 1 gestio­nó el certificado. Desafiando a toda la Justicia de Córdoba, se reti­ró sin que nadie lo viera siquiera parecido a ese identikit de un boliviano que por entonces se difundía hasta el cansancio en toda la ciudad.

Los alemanes

Con la causa de nuevo en movimiento y ya instalada como una prioridad en los medios de comunicación, comenzaron a llegar a Córdoba representantes de policías de otros países. Un miembro del FBI (Oficina Federal de Investigaciones de Estados Unidos) se limitó a hacer un par de precisiones que a la larga no tenían dema­siada diferencia con lo que estaba haciendo la Policía. "Los israelíes", como llamaban los cordobeses a los integrantes de la policía de ese país que pasaron sin pena ni gloria por Córdoba, sólo tenían en su haber la detención de un atacante serial que había sido detenido en flagrancia (mientras cometía el hecho) y llegaron a insinuarle al fiscal Vidal Lascano que en nuestro país era muy difícil trabajar "con tantas garantías constitucionales".

Finalmente, quienes también vinieron fueron dos representan­tes de la BKA (la Bundeskriminalamt), que no es otra cosa que la Policía Federal Alemana. Vick Jens y Michael Schu llegaron a Córdoba luego de que un director de la institución para la que traba­jan se contactó -a través de la embajada- con un miembro del Tri­bunal Superior de Justicia de la Provincia.

El trabajo de estos profesionales -ambos participaron en la identificación de la denominada "Pista Hamburgo" que permitió las primeras detenciones posteriores al atentado de Al Qaeda que derribó el 11 de Setiembre de 2001 las Torres Gemelas en Nueva York- fue el que más aportó a la causa, pese a que lamentablemen­te se realizó tarde y a que por celos de las otras instituciones, no fue debidamente aprovechado.

La experiencia de los alemanes tenía un objetivo principal: la puesta en práctica de una teoría cuya traducción al castellano se­ría "Comportamiento geográfico de los ofensores desconocidos en delitos de violencia sexual" y que consiste en evaluar el comportamiento geográfico (los lugares de ataque) de los delincuentes sexua­les y en la elaboración de un perfil del depravado mediante un análisis operativo de los casos.

La teoría original, a la que esta investigación tuvo acceso vía Internet, fue aplicada casi exactamente en la provincia de Córdoba por dos razones diferentes: primero, la intención de los extran­jeros de colaborar con la investigación que se llevaba adelante en Córdoba y segundo, el deseo de los alemanes de saber si la teoría europea era aplicable en un país de Latinoamérica.

Sin pisar barrio Colón ni General Urquiza y apenas oliendo el aroma del smog del centro de la ciudad, Jens y Schu se encerraron (tal como el método lo requiere) en un departamento durante una semana con cinco representantes de la Policía Judicial (César Fortete, Javier Chilo, Raquel Ibarra, Julio Crembil y María Daniela Buteler), todos juntos, y mediante un método de trabajo en equipo analizaron caso por caso los ataques del violador serial y llegaron a una serie de conclusiones que permitieron hacer un patrón de la conducta geográfica del autor, de su conducta verbal y una peque­ña descripción del atacante.

En "la carpeta de los alemanes", como se la llamó en Córdoba a partir de que comenzaron a conocerse sus resultados, también se aportaban especulaciones sobre la capacidad planificadora del violador serial, sus posibles antecedentes penales, su movilidad y sus costumbres.

Finalmente, otorgaba dos conclusiones que podrían entenderse como sugerencias para los actores de la investigación. Primero, la disolución del triunvirato de fiscales, por considerar que la exis­tencia de muchos líderes podía entorpecer la investigación. Des­pués, la promoción de una campaña de prensa que informara a la población sobre el caso y que al mismo tiempo permitiese contar con el apoyo de la comunidad para atrapar al delincuente.

El trabajo, que aportó una sistematización de los hechos ocurridos entre los años 2002 y 2004, inexistente hasta el momento, tenía, además, otro aporte interesante: la determinación de un sec­tor -que los alemanes denominan "Zona Anclaje"- dentro del cual el delincuente sexual tenía su base de operaciones. Ese sector fue determinado como un cuadrado cuyos límites estaban señalados al norte por la calle Entre Ríos, al sur por la calle San Lorenzo, al oeste por la calle Buenos Aires y al este por la calle Balcarce de Nueva Córdoba.

El punto de anclaje podía ser, según las conclusiones, el domi­cilio del autor de los hechos, o donde viviesen parientes cercanos o su lugar de trabajo. Según la teoría, el delincuente capturaba a sus víctimas allí donde se sentía más seguro, las violaba fuera del lu­gar para no poner en riesgo esa protección y volvía a esa zona, una vez que ya había perpetrado el hecho.

Celos inútiles

El destino de la carpeta de los alemanes estaba condenado desde su inicio por una simple razón: al fiscal general Gustavo Vidal Lascano no le importó nunca su existencia. "La carpetita" le llamó en una entrevista que mantuvo con los autores de este libro, antes de asegurar que no aportó nada a la causa. En realidad, si él hubiese hecho suyo el trabajo (como realmente era, ya que había sido realizado por sus subordinados de la Policía Judicial) podría haber mostrado como propia la primera y única sistematización de información existente sobre los ataques efectuados por el violador serial.

Por el contrario, el trabajo nunca fue distribuido oficialmente y llegó a manos de los investigadores de la causa (también a noso­tros) prácticamente de contrabando y siempre con la misma adver­tencia: "No vayas a decir que tenés esto". Vidal Lascano había priorizado su interna con el director de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá, antes que aportar un nuevo elemento a la investiga­ción. A esa altura la interna ya tenía otra arista, porque ante la desprotección de sus superiores que sufría Barberá, el jefe de la Judicial se acercó al principal opositor de Vidal Lascano en el go­bierno provincial, el ministro Carlos Alesandri.

Con grandes falencias, como la determinación de que el ata­cante era morocho cuando en realidad tenía tez blanca, o como la sugerencia de que no tenía antecedentes de violencia sexual, el trabajo sí hubiese ayudado a aportar una sistematización que, por falta de método, la Policía tenía en su cabeza y no aplicada en el papel.

Aún así, el trabajo sí sería fundamental en un aspecto, porque aquella sugerencia de que la conducción de la investigación no podía tener tres cabezas le fue dictada al oído al gobernador que rápidamente instruyó a Vidal Lascano para que eligiera un líder entre los fiscales que formaban el triunvirato.

Según las consultas realizadas, todo indicaba que el hombre elegido debía ser Pedro Caballero, no sólo por mérito propio, sino tam­bién porque las otras dos opciones tenían demasiados puntos en con­tra. Hairabedian (con fama de resolutivo) no se sentía del todo có­modo trabajando en equipo y parecía cada vez más apático. Y Ugarte, que se mostraba más dispuesto, tenía en su haber dos episodios (uno con el gobernador y otro con las víctimas, que será comentado más adelante) que lo ponían en inferioridad de condiciones.

La interna volvería a meter su cola. Caballero tenía una exce­lente relación con la Policía Judicial y eso fue suficiente para que pasara al último lugar en la consideración de Vidal Lascano, quien recurrió entonces a Ugarte, el mismo que había increpado al go­bernador.

Corrían los primeros días del mes de noviembre de 2004 y De la Sota avisaba que el violador serial iba a caer detenido antes de fin de año. El día 3 de ese mes se cumplieron dos años del primer ataque de Marcelo Sajen después de quedar en libertad.

"El Zurdito" derecho

Nunca tiene tiempo, pero puede hablar durante 40 minutos de la batalla de Pavón (ocurrida en el año 1861, cuando la alianza porteña liderada por Bartolomé Mitre venció al ejército federal que respondía a Justo José de Urquiza, después de que éste último retirara sus tropas casi sin participar de la contienda) sólo para explicar que se siente el continuador de una línea histórica que entiende al país de una manera y lo defenderá hasta el final.

Prolijo para hablar, meticuloso para decir qué piensa, cuida­doso para que nunca nadie lo ponga en evidencia, este hombre de 48 años, que tiene una marcada tendencia a explicar la civilización (y lo que está bien y está mal de ella siempre según su punto de vista), supo desde que la causa del serial llegó a sus manos que, lejos de ser un problema, se trataba de una oportunidad.

Como lo apodarían después sus subordinados en la causa, parodiando esa marcada tendencia a terminar siempre hablando de sí mismo, "Yo-Yo" (el fiscal Ugarte) estaba en su pequeña y austera oficina del primer piso de Tribunales II cuando recibió el llamado telefónico del fiscal general Vidal Lascano anunciándole que des­de ese momento (11 de noviembre de 2004) la causa quedaba en sus manos y tenía orden de dedicarse exclusivamente a ese caso.

Después de colgar respiró hondo, dejó salir esa sonrisa que mantenía reprimida y observó con detenimiento cada uno de los rincones de esa oficina pintada de blanco donde pasó gran parte de los últimos años.

Primero sus ojos se detuvieron en el diploma que le entregaron el día en que fue nombrado fiscal de instrucción, el 2 de abril de 1998. Después, su mirada paseó por el ventanal que da al patio interior del edificio de Tribunales II y volvió a detenerse en la réplica del cuadro "Nave, nave Goe" de Paul Gauguin, que reposa en la pared, ubicada a espaldas de su asiento. Finalmente, se con­centró en un pequeño recuadro apoyado en el escritorio, donde una foto lo muestra orgulloso (con el fiscal Carlos Ferrer) junto al juez de la audiencia española Baltazar Garzón.

Sintiendo a la vez una mezcla de excitación y nerviosismo, lla­mó a su secretario José Lavaselli y le dijo que había llegado la hora de trabajar. No dejarían de hacerlo hasta dos meses después.

Los interrogatorios

A esta altura las chicas de Podemos Hacer Algo demostraron que no eran nenas y exigieron hasta el punto de que las autorida­des se vieron obligadas a informarles sobre la marcha de la inves­tigación. También fueron contactadas por el fiscal Ugarte, quien les solicitó su presencia y la de todas las víctimas que estuviesen dispuestas, para volver a tomarles una declaración. Algo llamó la atención de las convocadas: tenían que ir calzadas con los mismos zapatos que usaron el día en que las atacaron.

Así cuenta su experiencia Milena:

Con las chicas que formábamos Podemos Hacer Algo manifes­tamos a la fiscalía a cargo de la investigación nuestra voluntad de ayudar. Hablé con el fiscal Manuel Ugarte-y me dijo que me iba a citar a declarar y para aportar al identikit. En ese momento fue muy amable conmigo, pero cuando acudí en persona pasé una ex­periencia horrible. Llegué a la fiscalía con mi abogado (Carlos Krauth) y las personas que nos recibieron decían: "Viene por el caso ese", nadie quería nombrarlo. También repetían el "pobrecita" y esa clase de cosas.

Tuve que entrar sin mi abogado. "No te preocupes, no te vamos a secuestrar", me dijeron cuando notaron mi reticencia a entrar sola. En la oficina me recibieron cuatro hombres. Además de Ugarte, su subsecretario (José Lavaselli), y dos policías de investigación (Cesar Bergese y Rafael Sáenz de Tejada). Fue como un interroga­torio de culpable, porque me hicieron preguntas y preguntas por más de dos horas, cosas que yo no entendía qué tenían que ver con el caso, y a cada rato me advertían: "Mirá que estás bajo juramen­to, tenés que decir lo que pasó".

Me presionaban para responder, inducían las respuestas.

"¿Hiciste algo para que él se excitara ?". "¿Te agarró, 'así o así?", decían mientras uno de ellos me tomaba de la misma forma que el tipo.

-¿ Tenía un revólver o una pistola ?

-No sé, no sé, que sé yo de eso -contestaba yo.

-Pero lo tenés que diferenciar -repetían.

Me trataron con tanta frialdad, sobre todo el fiscal; sin consideración, me humillaron.

-¿Era muy peludo? -preguntaban.

-No sé, no estoy segura -dije.

-¿Así de peludo? -repreguntó el fiscal mientras le hacía levan­tar la camisa a uno de los policías, un hombre bastante gordo que me mostró el pecho peludo.

-¿Frecuentas el circuito gay de Córdoba?

Yo los miraba y no sabía qué responder. A lo largo de las dos horas de interrogatorio sin pausa me fui sintiendo mal, aturdida y cansada. Comencé a marearme, me sudaban las manos, se me bajó la presión y supongo que se dieron cuenta. Entonces uno dijo: "Que conste en acta que la interrogada se sintió cómoda durante la de­claración".

Cuando me dejaron salir tenía tanto miedo de haberme confun­dido y respondido algo mal "bajo juramento", que lo primero que hice fue contarle a mi abogado y preguntarle qué podía pasarme. Estaba muy asustada.

El episodio relatado por Milena fue confirmado a esta investigación por tres fuentes diferentes que participaron de una reunión realizada en el tercer piso de la Jefatura de Policía, el día poste­rior a la segunda marcha de Podemos Hacer Algo, el 18 de noviem­bre, y mientras otra marcha de similares características se realiza­ba en Río Cuarto.

Allí, en una reunión en la que se intentaba explicar a las integrantes del grupo el avance de la causa, una de las representantes de las víctimas contó el mal momento que pasó Milena.

Mientras la chica relataba lo ocurrido, el estupor fue ganando a los presentes, entre los que se encontraban el jefe de Policía,

Jorge Rodríguez; el subjefe, Iban Altamirano; el comisario Oscar Vargas, el ministro Carlos Alesandri; el fiscal general, Gustavo Vidal Lascano; el director de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá; el abogado de las víctimas, Carlos Krauth; su asistente, Dolores Frías; y tres amigas de las víctimas. Así lo relata uno de los presen­tes: "Nos quedamos todos con un gusto a asco en la garganta y con la sensación de que eso era increíble. Sólo la rapidez de Vidal Lascano para pedir disculpas y mirar hacia adelante permitió que dejáramos de mirarnos unos a otros pensando que Ugarte era un desubicado. Además la chica que comentó el hecho terminó su re­lato diciendo que cuando la joven del interrogatorio fue abusada, su atacante había tenido el torso desnudo".

Cuando se le consultó al respecto al fiscal Ugarte, insistió en que las víctimas se sintieron "cómodas" en los interrogatorios y recalcó el caso de algunas (sobre todo de bastantes años atrás), que aseguraron sentirse a gusto durante los interrogatorios. Otras personas cercanas a Ugarte aseguraron que esas entrevistas fueron las únicas "completas" que se hicieron a lo largo de la causa y criticaron duramente los testimonios recopilados por los sumariantes y los realizados por psicólogos de la Judicial.

Lo cierto es que en el diálogo que tuvimos con Ana, la chica, que reconoce al fiscal del caso como un actor importante en el final de esta historia, nos dijo que la experiencia de Milena la con­venció de no prestarse "a los malos tratos de Ugarte".

El episodio, sumado a la actitud que había tenido Ugarte en aquella reunión con De la Sota, prácticamente le quitaba la con­fianza de todas las personas importantes en la investigación. Cuan­do esto ocurrió, la sensación general era que Vidal Lascano podía haber cometido un error al designar a Ugarte al frente del caso.

Palabras claves , , , , ,
1 Comentario  ·  Recomendar
 
//11 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XV Mirando hacia otro lado

por jocharras a las 16:33, en La Marca de la Bestia

CAPÍTULO XV

Mirando hacia otro lado

Boliviano

-Dale flaco. Me hace falta que hagas memoria rápido, porque no tenemos mucho tiempo. Quiero que me digas cómo era el tipo ese que viste en la calle. Pensá bien, hacé memoria y describímelo. Cómo eran sus ojos, el pelo, la nariz, la boca... En fin, cómo era el rostro.

En una asfixiante oficina del área de Investigaciones, en la Jefatura de Policía, un par de detectives policiales y un retratista de la Policía Judicial dialogaban con Javier, un joven de no más de 25 años. El muchacho fumaba aceleradamente, se tomaba la cabe­za, se mordía los labios, miraba para arriba, miraba para abajo.

Pocas horas atrás, mientras caminaba de noche por la avenida Estrada, pleno barrio Nueva Córdoba, el joven se había cruzado con la novia de su mejor amigo, quien caminaba abrazada por un sujeto al que no conocía. Al pasar frente a ellos, la chica lo había mirado desesperadamente a los ojos. Pero Javier no dijo nada y clavó la mirada en el otro hombre, mientras insultaba para sus adentros. "¡Mírala a esta hija de puta! Lo está gorreando a mi me­jor amigo y tiene la caradurez de pasar al lado mío y mirarme a los ojos, como si nada. ¡Es una turra!", pensó Javier que sólo había visto a la chica en un par de oportunidades anteriores.

Esa misma noche, el muchacho se enteraría de boca de la pro­pia novia de su mejor amigo, que había sido llevada a un descam­pado por un delincuente que al final la terminó violando.

Hasta la actualidad, Javier no se perdona no haber hecho nada por salvarla.

 El joven se ofreció como testigo en la Policía y algunos investigadores se mostraron muy interesados en su relato. Es que hasta ese entonces, prácticamente ninguna víctima del violador serial lo había visto directamente a la cara y podía dar una descripción cla­ra y precisa de su fisonomía.

 Javier miró al violador un par de segundos y grabó ese rostro en su memoria. Ahora, los investigadores querían que se lo contase al retratista, a fin de confeccionar un identikit.

 -¿Pensaste bien, flaco? Empezá a contarme- dijo el hombre que sostenía un block de papel tamaño A4 y un lápiz de color negro.

 -Bueno, era un tipo morocho...

 -¿Negro?

 -Morochito, como si fuera un boliviano, un salteño. Tenía la cara redonda y era de tez media oscura

 -¿Y los ojos?

 -Eran negros, oscuros, medio achinados...

 -La nariz, ¿cómo era?

 -Era medio chata, como los boxeadores.

 -¿Cómo era la boca? Era fina, gruesa, carnosa...

 -Carnosa, eso, era carnosa. Tenía labios grandes.

 -Decime, cómo tenía el pelo.

 -Corto, peinado para un costado, creo. No me acuerdo bien...

Esa misma tarde de agosto de 2003, el identikit del violador serial quedó confeccionado, en base al aporte de un solo testigo, quien había visto al depravado durante apenas un par de segundos, en un sitio no del todo iluminado y en medio de la noche. Nunca se había hecho un dibujo tan impreciso del rostro de Marcelo Mario Sajen.

 Ese identikit fue guardado como oro por los investigadores de la División Protección de las Personas. Sin embargo, el rostro del sospechoso -bautizado por varios detectives como "el bolivianito"- no iba a ser distribuido a las demás reparticiones policiales y mu­cho menos dado a conocer a la población.

 Quienes vieron ese identikit fueron algunas víctimas del serial, cuando fueron entrevistadas por los investigadores. "Se lo mostraban a las chicas y le preguntaban: '¿El hombre que te violó era parecido a esta persona?'. Todo un despropósito. Porque las chicas nunca le habían visto la cara al violador serial. Entonces, veían ese dibujo y con tal de ponerle un rostro al fantasma que las había atacado, terminaban por decir que el identikit era parecido. Eso nos confundía más...", refiere en la actualidad un investigador de la causa.

 Durante largo tiempo, Javier fue considerado un "testigo clave" e incluso terminó citado varias veces para participar como tes­tigo en las ruedas de reconocimiento de sospechosos, en Tribunales II. Su testimonio siempre fue valorado como una palabra auto­rizada. Algo que, como se vería después, estaba completamente alejado de toda realidad. El retrato del supuesto sospechoso de rasgos norteños fue fotocopiado varias veces y pasó de mano en mano entre los principales pesquisas de Protección de las Personas, quienes salieron a la calle a atraparlo.

 Comenzaba la caza de brujas, un nuevo y lamentable capítulo de los tropiezos de la investigación policial y judicial en la causa del serial.

Un violador suelto

El 13 de agosto de 2003, el periodista Daniel Díaz de radio Universidad de Córdoba, quien trabajaba como movilero en los Tribunales II de Córdoba, salió al aire en el informativo del mediodía. En diálogo con el conductor del programa, Mario Pensavalle, infor­mó que desde hacía algunos meses la Policía investigaba la exis­tencia de un violador serial en la zona de Nueva Córdoba.

El periodista se reservó la identidad de la fuente que le confió el dato, pero es fácil intuir que esa persona fue el funcionario de alguna fiscalía.

 Al día siguiente, la primicia de Díaz fue desarrollada con más detalles en la cabeza de la contratapa del diario La Voz del Interior. La noticia daba cuenta sobre el accionar de un depravado que en los "últimos tiempos" había violado a 28 mujeres, en su mayoría estudiantes secundarias, según confirmaron en su momento informantes policiales.

 En la nota se explicaba que el depravado atacaba de noche, andaba armado, a veces se hacía pasar por un miembro de la Poli­cía o decía que escapaba de los uniformados. Además se indicaba que sorprendía a las víctimas desde atrás, en el barrio Nueva Córdoba, o en la zona céntrica, y las conducía hacia el Parque Sarmiento para finalmente abusar de ellas. La crónica consignaba tam­bién que las violaciones eran realizadas principalmente en el ex Foro de la Democracia o bien en la pista de patinaje.

 La información pronto fue reproducida por algunos medios televisivos, aunque no de una manera impactante con grandes titulares.

 Por esas cosas del destino, el día que salió publicada esa información en el diario, el jefe de la División Homicidios, comisario Rafael Sosa, fue absuelto, junto a otros policías más, en un juicio que se realizaba por supuestos apremios ilegales cometidos contra dos pescadores que habían sido confundidos como los asesinos de un policía, en Villa Carlos Paz.

 La absolución significó toda una revalorización para Sosa, un joven comisario que estaba haciendo carrera en el área de Investigaciones. Sin embargo, el funcionario policial -quien durante ese proceso había permanecido en libertad- tuvo su gran desquite ante los jefes y ante la opinión pública cuando a fines de ese mes captu­ró a Antonia Giampietro, una peligrosa mujer apodada la Viuda Negra, acusada de haber dopado a varios jubilados para robarles la jubilación, dos de los cuales finalmente murieron a causa de la ingesta de poderosas drogas. Gracias a la investigación policial, la Viuda Negra fue condenada.

 La buena reputación del Rafa -como le dicen sus compañeros- crecería tiempo después cuando el jefe de Homicidios capturó a varios sospechosos prófugos de resonantes crímenes, tal el caso del presunto matador del inspector municipal, Omar Gauna, quien ha­bía sido salvajemente apuñalado durante una riña callejera que se registró frente a la plaza de la Intendencia de Córdoba. El sospechoso fue capturado por el propio Sosa y un par de pesquisas suyos en La Paz, Bolivia, luego de eternos meses de investigación. Aque­lla detención fue filmada con una cámara digital y desde la azotea de un edificio, por el propio Sosa. La misma filmadora sirvió para eternizar la primera imagen de Marcelo Mario Sajen que llegó a los ojos de los cordobeses el 28 de diciembre de 2004.

 Aquellos logros permitirían finalmente a Sosa captar la aten­ción de sus jefes por lo que meses después terminaría afectado como un colaborador más en la causa del violador serial.

Policía serial

Mientras un par de investigadores buscaban al violador serial de Nueva Córdoba, el 26 de setiembre de 2003 la Justicia cordobesa condenó a 22 años de prisión a un oficial de policía que estaba acusado de abuso sexual contra 20 mujeres entre diciembre de 2000 y octubre de 2001 en distintos barrios de Córdoba. El depravado abusó tanto de chicas de entre 20 y 30 años, como también de criaturas de apenas 9 años que habrían sido manoseadas.

 Era Gustavo Oscar Machuca, un tucumano de 32 años, a quien la Cámara 11a del Crimen lo encontró culpable de once hechos de abuso sexual sin acceso carnal, tres casos de violaciones, cuatro de coacciones calificadas y dos de exhibiciones obscenas. Su abogado fue Carlos Hairabedian, quien no logró demostrar su inocencia ante los jueces.

 De acuerdo a lo que quedó comprobado en el juicio -que se desarrolló a puertas cerradas, como aquel en el que se condenó a Sajen en 1986-, Machuca sorprendía a sus eventuales víctimas en la calle y, usando su pistola reglamentaria o una navaja, las intro­ducía a su viejo Chevette gris con vidrios polarizados, donde abusa­ba de ellas. Actuaba entre las 20 y las 6 cuando salía a trabajar y dejaba a su esposa (enfermera) en su lugar de trabajo. Machuca se dirigía a la Ciudad Universitaria, estacionaba su vehículo y espera­ba.

 El fiscal de Cámara, Jorge de la Vega, logró demostrar que Machuca siempre actuaba con su rostro a la vista, sin el uniforme policial, en los barrios Nueva Córdoba, Güemes, Alto Alberdi y hasta en el centro de la ciudad. Por lo general abusaba de jóvenes que concurrían a la Universidad o bien a tomar clases a algún colegio secundario.

 Así como Sajen utilizaba el Gustavo, uno de los ardides predilectos de Machuca para acercarse a sus víctimas consistía en llamarlas por un nombre ficticio en plena calle o bien preguntarles por algún familiar al cual simulaba conocer. Cuando la joven ya estaba cerca, el policía sacaba el arma y la obligaba a subir al auto, donde finalmente la violaba.

 Machuca contaba con excelentes antecedentes dentro de la Policía. Sin embargo, los exámenes psicológicos habían sido inca­paces de descubrir que detrás de su rostro de buen policía se escon­día una personalidad enferma.

 Diversos investigadores señalan que la mayoría de los delincuentes seriales son atrapados en flagrancia. No ocurrió esto con Machuca. Tampoco pasaría con Sajen.

 El policía fue atrapado una mañana mientras hacía gimnasia en el Parque Sarmiento, luego de que fuera reconocido casualmen­te por una de sus víctimas que justo pasaba por la avenida del Dante. La mujer salió corriendo y alertó a unos policías que patrullaban cerca de la plaza España. Cuando se vio rodeado por sus pares. Machuca quiso hacer valer su jerarquía sobre los dos uniformados y llegó a mostrar la chapa de oficial. De nada le sirvió. Fue ence­rrado y llevado a la Jefatura. El examen de ADN, las armas y el vehículo de su propiedad, comprobaron su responsabilidad en los hechos.

 En el marco de la búsqueda del violador serial (que resultaría ser Marcelo Sajen), Machuca fue entrevistado por los comisiona­dos del caso que tenían a su cargo los fiscales y por personal de la Policía Judicial, en búsqueda de cualquier información que pudie­ra tener sobre el depravado.

 La imagen remite al thriller El silencio de los inocentes, del escritor Thomas Harris, en el que la investigadora del FBI Clarice Starling entrevista a un psiquiatra asesino serial -Hannibal Lecter- a fin de que la ayude a atrapar a un homicida de mujeres.

 Lo concreto es que el policía Machuca intentó ayudar pero sólo con una intuición y pretendiendo cobrar la recompensa que ofrecía el Gobierno para quien aportara datos sobre el serial. Los pesqui­sas salieron de la Penitenciaría de barrio San Martín con un nom­bre, el portero de un edificio que él conocía de sus épocas de viola­dor y a quien creía capaz de cometer estos hechos. Después de ser chequeado, ese individuo fue descartado como sospechoso.

 Paralelamente, la falta de respuestas concretas por parte de los pesquisas afectados al caso del Víctor Sierra obligó a las autorida­des policiales a mover el tablero en el área de Investigaciones.

 Una mañana de setiembre de ese año, los comisarios Vargas y Sosa, viejos amigos de Homicidios, se encontraron en el baño del primer piso de la Jefatura.

-¡Qué cara loco! ¿Qué te pasa negro? ¿Te peleaste con la bruja?

 -preguntó sonriente Sosa, mientras se paraba frente al mingitorio.

 -No, Rafa. Me llamó el jefe y tengo que ir a verlo cuanto antes

 -dijo Vargas mientras se lavaba las manos frente al espejo y

sostenía en sus labios su infaltable cigarrillo Parliament.

 -Mmm, ahí te van a encajar de lleno el quilombo del serial.

 -Sí Rafa. Me sacan de Homicidios y me mandan a Delitos Especiales. Voy a tener a mi cargo a los de Protección de las Personas. El hijo de puta del Víctor Sierra no para y el tema se está poniendo feo. Está atacando por todos lados y no lo pueden parar.

 -Estaba cantado que te iban a poner a vos en ese caso. ¡Suerte, macho!

 -Gracias, Rafa. Sería bueno que pudiéramos laburar juntos. Vamos a ver qué dice Nieto.

  -Después contame.

 -Ok, después charlamos - respondió Vargas, mientras enfilaba para el despacho del jefe de Investigaciones Criminales.

Meses después, Vargas y Sosa finalmente trabajarían juntos en la causa del serial y se protegerían mutuamente, en medio de los celos y disputas internas entre algunos jefes.

Investigador

Me sumé a la causa del violador serial en setiembre de 2003 - cuenta el comisario Oscar Vargas, ex jefe del Departamento Pro­tección de las Persona- Lo primero que encontramos fue que entre las denuncias cotidianas que normalmente apuntan al entorno fa­miliar y a personas que han sido violadas por alguien en especial, sobresalía una gran cantidad de denuncias atribuidas a un "NN". Esos ataques se concentraban en Nueva Córdoba. Para esa época teníamos identificados a los autores de otros hechos de violación; pero ahora estábamos teniendo nuevos hecho de abuso sexual co­metidos por un sujeto, del cual no teníamos pistas. En estos casos había un cierto patrón común de comportamiento de este delin­cuente y una coincidencia en las descripciones de los hechos.

Pensé que quizá esto tenía que ver con que las denuncias ha­bían sido tomadas por un mismo ayudante fiscal. Muchos tienen una forma estructural Fija de trabajar, de hacer las preguntas y de redactar las denuncias. Entonces se pensó en un primer momento, y en forma errada, que por culpa de esa persona había similitud en las denuncias. O sea, no sabíamos si estábamos frente a un serial o si era un problema del sumariante que escribía parecido e inducía a las víctimas a declarar en un sentido en particular.

 

Empezamos a trabajar y pronto juntamos 11 causas en los últi­mos tiempos. En estos casos la modalidad coincidía. Hablé enton­ces con la ayudante fiscal de la Unidad Judicial de Protección de las Personas y le dije: "Abramos el ojo, estamos ante el mismo su­jeto". Y esta funcionaría me comentó que pensaba lo mismo.

 

Juntamos las causas en una misma caja. Y así, revisando, en­contré un informe hecho por un comisionado en 1999 -el sargento Osvaldo Fabián- en el que informaba sobre varios hechos ocurri­dos años antes aparentemente por una misma persona.

Como antes de 1999 las denuncias se hacían en las comisarías, nos fuimos a los depósitos de los precintos a revisar papeles viejos. Así desempolvamos denuncias viejas de hasta 1992 en el que salta­ba un sospechoso que se asemejaba a este nuevo serial.

Uno de los máximos problemas que teníamos era que las de­nuncias estaban distribuidas en distintas fiscalías. Y eso era muy complicado a la hora de recibir directivas o encarar un trabajo bien hecho.

Para colmo, las víctimas de este serial no podían aportar demasiados datos sobre él. Algunas decían sin especificar demasiado que era un poco más alto que ellas, otras decían que era más an­cho, más panzón. Él las abrazaba y les decía que lo abrazaran. Ha­cía que le pusieran la cara en el pecho y que miraran para adelan­te. Así, nadie les miraba el rostro. Era muy poco lo que esas pobres criaturas podían ver.

A una de sus víctimas supo decirle: "Te voy a bolacear". Ahí nos dimos cuenta de que el tipo había estado preso, porque ése era un término muy tumbero, muy de la cárcel. Bolacear significa que con mis palabras solas, te puedo hacer caer, quebrar y hacer lo que quiera. Él. con su labia, dominaba la situación y la mantenía con­trolada. Cuando la víctima nos contó eso, nos ayudó mucho, claro que obtuvimos ese dato recién en setiembre de 2004, tres meses antes de que cayera Sajen.

La llamada

Una vez que se conoció públicamente la existencia de que un nuevo violador serial andaba suelto en Córdoba, algunos investigadores de Protección de las Personas se vieron obligados por órde­nes de arriba a incrementar el rastreo y los operativos con el identikit que el testigo Javier había ayudado a confeccionar. Para­lelamente, por algún tiempo, se empezó a notar un leve aumento del patrullaje de los móviles del CAP por la zona de Nueva Córdoba y el Parque Sarmiento. Este ir y venir de patrulleros iba a durar apenas un tiempo.

Sajen desapareció de esa zona por algunas semanas y empezó a atacar en otros barrios cercanos, por caso Villa Revol, un sector de clase media enclavado al sur de la Ciudad Universitaria, vías de por medio.

 El 7 de octubre de 2003, Susana y Raúl empezaron a impacientarse cuando el reloj marcó las diez de la noche y su hija Lorena, de 25 años, aún no había retornado al hogar, ubicado en la perife­ria de Villa Revol. Era martes y ese día, la chica tenía un examen en la Facultad de Psicología, donde cursaba los últimos años.

 Los minutos fueron pasando y la angustia pronto se adueñó del matrimonio. La mujer presintió que algo malo había sucedido con su hija, sobre todo teniendo en cuenta lo que había escuchado esa misma mañana cuando fue a hacer las compras a la despensa: cin­co días atrás, en un oscuro callejón del barrio, un hombre había violado a dos jóvenes. La historia turbó a Susana.

 La mujer estaba en su casa con la mirada clavada en un punto lejano del televisor, junto a su marido que se consumía en cigarri­llos mientras veía pasar el tiempo. Pasadas las 11 de la noche, al­guien golpeó la puerta desesperadamente. Susana se paralizó y se llevó las manos al pecho. Fue su esposo quien abrió y se encontró con su hija, convertida en un manojo de nervios y pronunciando frases ininteligibles.

 Los padres la serenaron un poco y Lorena alcanzó a balbucear: "Un tipo me violó..."

 Raúl quedó en silencio unos segundos hasta que explotó de fu­ria y cerró de un portazo. El odio empezaba a enceguecerlo lenta­mente.

 Susana llevó a Lorena al baño, luego a su pieza y trató de darle un té para que se calmara. La taza terminó enfriándose en la mesa de luz. La chica no paró de llorar en ningún momento, mientras se aferraba a su mamá. Así y todo, luego de largos minutos, pudo contarle que esa noche salió temprano de la facu, tomó un colectivo y se bajó en la avenida Riccheri cerca del cruce con Javier Díaz, donde entró a un cyber. Durante un par de minutos estuvo en el local, chateando con algunos amigos mientras revisaba los mails. Pagó y enfiló hacia su casa. A poco de salir, un sujeto con bermuda, gorra con visera y manos velludas la agarró de atrás, le puso un arma en el cuello y la condujo a un baldío en la avenida Rogelio Nores Martínez, entre las calles De la Industria y Del Comercio, de Villa Revol, donde finalmente la ultrajó.

 Raúl insultó una y otra vez, mientras buscaba respuestas de su hija que, shockeada como estaba, no podía responder. El hombre quería hacer justicia por mano propia, al igual que lo habían senti­do y lo sentirían posteriormente decenas de otros padres.

 "Entonces era cierto lo que me contaron en la despensa, un sátiro anda suelto en el barrio", exclamó Susana. "¡Por qué a nosotros, Dios, por qué a nosotros!". Los gritos y lamentos podían oírse desde afuera de la casa.

 Esa misma noche, Susana y Raúl (después de que toda la cua­dra se llenó de móviles del CAP a raíz de un llamado de ellos a la Policía) fueron hasta la comisaría del barrio para denunciar lo que había ocurrido. Pero allí no encontraron la solución que buscaban. Los atendió un policía que les explicó, de mala manera, que él no podía hacer nada y que encima en la comisaría no había móviles disponibles para salir a buscar al sujeto. Susana le dijo que en los últimos días, contando el caso de su hija, ya sumaban tres las viola­ciones. El policía, con un indisimulable gesto de fastidio, le reiteró que no podía hacer nada, que no sabía sobre la existencia de un violador y que debían ir a Jefatura para hacer la denuncia.

 A la media hora el matrimonio y su hija ya estaban en la central en la Unidad Judicial de Protección de las Personas. Allí le dijeron a Susana que su hija, seguramente, había sido víctima de un violador serial que venía atacando a estudiantes desde el año anterior. Incluso le indicaron que las dos chicas que habían sido abusadas noches antes en el barrio, habían caído en manos del mismo depravado. Como si el espanto y el dolor no hubieran sido suficientes para Lorena y sus padres, luego de completada la de­nuncia en la unidad judicial, unos policías se acercaron y le mos­traron a la joven el identikit de un hombre con rasgos norteños para que reconociera si se trataba de su agresor.

 Lorena sintió que se descomponía y tuvo nauseas. Susana le gritó al policía que en la comisaría de su barrio no sabían nada sobre un violador y que tampoco tenían identikit alguno. Los inves­tigadores optaron por callarse.

 Las siguientes noches se hicieron interminables para la fami­lia. Nadie dormía, nadie encontraba respuestas, nadie podía parar tanto dolor.

 A mediados de octubre, Susana no aguantó más. Tomó una edición del diario La Voz del Interior, que hasta entonces no había informado sobre la violación de su hija sencillamente porque la Policía ocultaba este tipo de casos, y buscó el número de teléfono de la redacción. Un periodista atendió y empezó a tomar nota en el primer papel que encontró.

-¿Hablo con el diario? ¿Hablo con policiales? Mire, quiero denunciar públicamente que en Córdoba hay un violador serial. Ha atacado a mi hija noches atrás y estoy indignada porque la Policía sabe sobre este sujeto y no hace nada. Es más, oculta todo. En la comisaría del barrio ni siquiera tienen el identikit del tipo. Ustedes los periodistas tienen que contar lo que está pasando, tienen la obligación de decirlo y alertar al resto de la gente.

La entrevista con Susana y Raúl se realizó al día siguiente, duró más de dos horas y fue publicada finalmente el domingo 19 de ese mes en la contratapa del diario.

 Durante la charla, el padre de Lorena comentó: "Un policía me dijo que por orden del gobernador De la Sota, ninguno de ellos durmió durante días hasta que encontraron a la beba que había sido raptada hace poco en la terminal. Todo porque se venían las elecciones". El hombre se refería al caso de una pequeña que le había sido arrebatada a su madre, en la terminal, por otra mujer.

         Curiosamente en este caso, la Policía sí difundió el identikit de la sospechosa. Esto permitió que un taxista llamara a la Policía y dijera dónde vivía la ladrona, ya que la había llevado en un viaje. La investigación para dar con la beba estuvo a cargo de los comisa­rios Juan Carlos Toledo y Eduardo Bebucho Rodríguez. El hallazgo de la pequeña, sana y salva, fue una reivindicación para todos los investigadores, pero sobre todo para Toledo. Sin embargo, la falta de resolución del caso del serial y la reiteración de violaciones sería finalmente su condena: el comisario fue retirado del área de Investigaciones tiempo después.

 "Si la Policía no durmió para recuperar la beba, yo quiero aho­ra que tampoco duerma y agarre a ese violador y lo encierre de una vez. Sólo así, la sociedad dejará de estar en peligro...", afirmó el padre de Lorena durante la entrevista. "Así no habrá más chicas, como mi hija, que sean violadas", lo interrumpió entre llantos su esposa. "La Policía nos dijo que esperan que el tipo ataque de nue­vo, recién entonces ellos podrán salir a contraatacar. No puede ser, ellos deben atacar ahora y atraparlo como sea, para que ese sinvergüenza no vuelva a hacerlo más", agregó Raúl.

 En la nota publicada se reprodujo por primera vez el identikit del serial. El dibujo en blanco y negro dejaba ver a un hombre morocho, de pelo lacio y negro, nariz y labios gruesos, y con una mirada que infringía miedo. El dibujo había sido cedido al perio­dista en forma extraoficial por un miembro de la investigación, luego de varios días de insistencia.

 En la publicación, además, se informaba en detalle que el violador tenía alrededor de 35 años, era robusto, un poco gordo y no muy alto. También se señalaba que llevaba una gorra blanca para ocultar sus facciones, andaba armado y que en los dos últimos años había violado a una treintena de jóvenes en distintos puntos de la zona centro y sur de la ciudad de Córdoba. En otro párrafo también se consignó que en el Centro de Asistencia a la Víctima del Delito, una entidad que funciona en el pasaje Santa Catalina, a un costado del Cabildo Histórico de Córdoba, se había registrado un incremento en las consultas y denuncias por el accionar de un depravado sexual serial.

 Una segunda parte del informe periodístico salió publicado al día siguiente, en el que se volvió a publicar el identikit y una entre­vista a fondo con los padres de Lorena. En los meses sucesivos, Susana se convertiría en una referente clave en la campaña para atrapar al violador serial. De hecho, la mujer participaría en va­rias marchas e integraría una organización dedicada a defender a las mujeres de los abusos sexuales.

 El mismo lunes 20 de octubre, el por entonces jefe de Policía, Jorge Rodríguez, arrojó el diario sobre el escritorio y tomó su celu­lar.

 Minutos más tarde, el comisario Nieto (a cargo aún de Investigaciones) se convirtió en carne de cañón y tuvo que salir a dar la cara que durante años decenas y decenas de funcionarios de todo rango se habían encargado de ocultar.

 Nieto recibió a la docena de periodistas que se había agolpado desde temprano en la oficina de prensa de la Jefatura, en la planta baja, para tener una palabra oficial sobre ese supuesto violador serial. El comisario tuvo que poner su mejor cara al atender los ansiosos micrófonos y grabadores que se le abalanzaban sin pausa.

-Estamos trabajando arduamente para erradicar de la sociedad a este sujeto que nos llena de preocupación, obviamente, por los graves hechos que está cometiendo. El violador es muy difí­cil de atrapar ya que comete hechos aislados y aparece y des­aparece. Esto imposibilita seguir sus pistas. Pero estamos tra­bajando arduamente para capturarlo.

Era la primera vez en toda esta historia que la Policía admitía oficialmente que en Córdoba actuaba un depravado serial suelto por las calles. Sajen ya había abusado de 55 mujeres.

 Ese día, los medios televisivos reprodujeron las palabras de Nieto y el identikit que había sido publicado por el diario el día anterior.

 Hasta la actualidad, muchos en la Policía insisten en que ha­ber cedido ese rostro a la prensa constituyó un tremendo error, ya que afectó la investigación y terminó complicando la búsqueda. Más allá de lo discutible que resulta tal apreciación, vale detenerse un momento y preguntarse qué hubiera sucedido si ese retrato no hubiera sido difundido por los medios. Sin caer en una postura extremista sobre la libertad de expresión, sirve interrogarse: ¿aca­so, la sociedad se hubiera enterado sobre la existencia de un serial de boca de las propias autoridades? ¿La Policía habría salido a dar a conocer ese secreto tan bien oculto, mientras un grupo ínfimo de investigadores fracasaba a cada paso que daba? ¿Algún funciona­rio judicial habría llamado a conferencia de prensa? Con analizar la sucesión de los hechos, la respuesta salta a la vista.

 Durante varios días, Marcelo Mario Sajen iba a mantenerse bien oculto en sus distintos hogares. Por un lado, seguramente lo inquietaba el hecho de que sus aberrantes violaciones habían sido informadas por los medios de prensa, aunque es probable que a la vez sintiera algo de tranquilidad al saber que la Policía buscaba a un hombre de rasgos bolivianos, que, como había visto por televi­sión, en nada se le asemejaba.

No es el violador, señora

23.15 del martes 28 de octubre de 2003, en la Comisaría Cuarta de Nueva Córdoba.

Apoyados sobre un viejo mueble de madera, los dos policías se callaron ni bien vieron entrar a una mujer acompañada de su hija adolescente. Hacía apenas una hora un hombre la había querido violar cerca del Instituto Helen Keller, un establecimiento para cie­gos ubicado detrás de la Ciudad Universitaria a metros de la Universidad Tecnológica Nacional Regional Córdoba. Eso fue lo que empe­zó a decirle la mujer a los dos uniformados, quienes no dejaban de mirar con cierta desconfianza a la menuda adolescente.

-El tipo agarró a mi hija desde atrás, le tironeó la mochila y le dijo que pensaba robarle, ¿no es así hija? Le puso un arma en la cabeza, mi chica gritó y el tipo le pegó una trompada en la cara. Ahí nomás empezó a bajarle los pantalones.

 -¿Dónde dice que pasó eso? -interrumpió uno de los uniformados, mientras daba una larga pitada a un cigarrillo rubio, cuyo humo inundaba todo el ambiente. Su compañero no dejaba de mirar a la chica, quien a su vez no despegaba la mirada del suelo. Frente al precinto estaba estacionado un solo móvil del CAP en medio de una fila de autos, todos con las ruedas desin­fladas, los parabrisas llenos de tierra y con rótulos de papel con sellos del Poder Judicial, pegados en las puertas.

-Fue cerca del Helen Keller, a metros de la entrada Instituto Pablo Pizzurno. Mi hija iba a tomar el colectivo para volver a casa.

-Ajam, ¿y qué pasó? -preguntó el policía.

-Ya le dije, empezó a bajarle los pantalones. El tipo quiso violar a mi hija. Ella se defendió y le pegó una trompada y un patadón en los testículos y salió corriendo hacia donde iban unos chicos caminando. La mochila quedó tirada en la vereda. Debe haber sido ese violador serial que tanto habla la prensa y mi hija logró zafar. ¡Tienen que ir a agarrarlo!

-Cálmese, señora, por favor. No debe ser el violador, seguramente se trató de un robo. El tipo simplemente le quiso arreba­tar la mochila, señora. Hechos como esos se producen a diario.

-¿Pero de qué ladrón me habla? ¡Era el violador, seguro que era él! ¿Acaso no actúa en la Ciudad Universitaria y de noche?

 -Señora, los asaltos se cometen a diario en la Ciudad Universitaria y se producen a toda hora.

Le estoy diciendo que ese hijo de puta le quiso bajar los pan­talones a mi hija! ¿De qué robo me habla? ¡La quiso violar!

El policía apagó el cigarrillo con fastidio, resopló y le dijo a la mujer que de todas maneras en la comisaría no podían tomarle la denuncia.

Segundos después, madre e hija abandonaron la comisaría de calle Buenos Aires 525 del barrio Nueva Córdoba y partieron en taxi hasta la Jefatura de Policía. La joven fue interrogada por los hombres de Protección de las Personas, quienes la trasladaron has­ta la zona donde había sucedido el ataque. Los pesquisas no tenían dudas de que estaban frente a una nueva aparición del Víctor Sierra.

Eran casi las 3 de la madrugada cuando llegaron al Helen Keller. La zona estaba desierta. Apenas se bajaron del auto, la chica divi­só su mochila tirada en medio de la vereda. Adentro estaba su cam­pera de cuero, una calculadora, el documento y una tarjeta de cré­dito. También estaba la billetera, pero sin el dinero.

A pesar de que en ese ataque no se cometió ninguna violación, al año siguiente el fiscal Ugarte adjudicaría el hecho a Marcelo Sajen, que había salido nuevamente de cacería.

Todo en uno

A la semana siguiente, Nievas se reunió con los distintos fisca­les que tenían causas de violaciones adjudicadas a un NN y com­probó que varias de las Investigaciones estaban truncas. Así fue que decididamente encaró al por entonces Fiscal General de la Provincia, Carlos Baggini.

-¿Y vos qué querés hacer, Gustavo? -le dijo Baggini, en su ofici­na del primer piso en el Palacio de Tribunales I.

 -Me parece que las causas podrían unificarse, teniendo en cuenta que se trata aparentemente de un mismo violador. Hagamos una campaña informativa, avisemos a la población, hagamos algo... -dijo Nievas.

Ni bien se retiró del despacho, Baggini levantó el teléfono y marcó un número que conocía de memoria. Nievas subió a su auto y encaró hacia Tribunales II. Al rato, comenzó a sonarle el celular y atendió. Era el fiscal general.

-Gustavo, he decidido que todas las causas de ese supuesto violador serial vayan a parar a tu fiscalía. Vos te vas a hacer cargo -dijo Baggini.

Nievas prácticamente no tuvo tiempo de contestar, antes de que del otro lado el fiscal general cortara. A las pocas, horas, el fiscal ya estaba reunido con las responsables de la Unidad Judicial de Protección de las Personas. A partir de entonces, esas funciona­rías -Adriana Carranza y Alicia Chirino- iban a convertirse prácti­camente en las únicas personas en quienes Nievas iba a confiar plenamente. Ellas le informaron que el serial había abusado de una veintena de jóvenes en lo que iba del año, principalmente en la zona de Ciudad Universitaria, el Parque Sarmiento y Nueva Córdoba. Y le aclararon que los casos debían de ser muchos más, ya que eran muy pocos los abusos sexuales que se denunciaban. El primer hecho que arrancaba la serie se había registrado el 3 de noviembre de 2002 a la noche y había tenido como víctimas a dos chicas.

El paso siguiente que dio Nievas fue entrevistarse con los investigadores policiales del caso, quienes por ese entonces ya estaban comandados por el comisario Vargas. Los detectives le mostra­ron al funcionario judicial cuatro identikits, entre los que se en­contraba el del hombre con rasgos norteños y le explicaron que era preciso determinar si el violador serial que buscaban era uno o varios que actuaban en forma similar.

Esa misma semana. Nievas se compró tres libros con tratados completos sobre el ADN y sus ventajas en la investigación, a fin de interiorizarse en el tema.

"Como no estaba claro si estábamos frente a un único violador serial o a varios que actuaban de la misma forma, decidí que lo mejor era realizar un estudio de histocompatibilidad con los restos de semen hallados en las víctimas y en sus prendas íntimas. Eso nos iba a permitir corroborar si se trataba de una misma persona", co­menta en la actualidad Nievas, mientras revuelve un café sentado en un bar de la avenida Sabattini, a escasas cuadras de donde vivía Marcelo Sajen. "Y pensar que el serial vivía acá nomás, cerca de casa", añade.

A los pocos días, el fiscal del Distrito 3 Turno 3 solicitó al Cen­tro de Excelencia en Productos y Procesos de Córdoba (Ceprocor) la realización de ese estudio con las muestras de semen que se obtuvieron de las víctimas. Paralelamente, entrevistó a algunas jovencitas y mantuvo diálogos con sus familiares, a quienes les explicó que haría lo imposible para atrapar al depravado. Si bien contaba con un reducido equipo de trabajo, Nievas sentía que esta­ba solo en la cruzada.

A principios de noviembre, el fiscal decidió empapelar puntos clave de la ciudad con el identikit del violador -que, por cierto, los medios de prensa ya se habían encargado de difundir- y una serie de teléfonos para que la gente llamara si tenía alguna pista. Muy pocos en la Policía estuvieron de acuerdo con esa medida.

La idea era sacar el rostro a la calle, había que empapelar la ciudad, para que la gente estuviera alertada y a la vez colaborara con la causa. Quería que el retrato se viera en todos lados y que los cordobeses lo tomaran como propio. Parecía mentira pero en las comisarías ese identikit ni se conocía", explica Nievas hoy.

Empleados de la fiscalía de Nievas comentan que el funcionario, al comienzo, tuvo que poner dinero de su propio bolsillo para realizar las primeras fotocopias del dibujo. Otro obstáculo para el fiscal fue la carencia de un vehículo propio para realizar las prin­cipales diligencias. Ese auto iba a ser cedido bastante tiempo des­pués. "Pedí dinero para llevar adelante una campaña informativa y digamos que no tuve todo el apoyo necesario que se requería en ese momento. Por suerte, tiempo después, el problema se subsa­nó", señala Nievas.

El identikit del violador serial empezó a circular por todos la­dos, ya sea en la Universidad, en comercios, hospitales, postes, taxis, remises y colectivos. También comenzó a ser reenviado entre los mismos estudiantes y profesores a través de los correos electróni­cos. Esto significó un duro golpe para las propias víctimas del se­rial, muchas de las cuales se enteraron de que habían caído a ma­nos de un mismo depravado y que ese sujeto andaba impune por la ciudad desde hacía largo tiempo.

"Esa campaña informativa fue desacertada, porque provocó que empezaran a llover datos truchos. La gente llamaba y decía que creía conocer al violador, cuando no era así. Ese identikit mostra­ba un rostro común en Córdoba, por eso todos creían verlo a cada rato, por lo que la investigación se terminó complicando", señalan algunos investigadores.

No obstante, la campaña publicitaria permitió que familiares de víctimas del serial que no habían hecho la denuncia se acerca­ran a la fiscalía para dar testimonio de lo que les había sucedido a sus seres queridos.

A principios de noviembre, el fiscal Nievas mantuvo una re­unión con el jefe de Policía, a quien le solicitó que intensifique los patrullajes en la zona de Nueva Córdoba y, en especial, el Parque Sarmiento. "Yo trabajaba con una psicóloga que me dijo que seguramente el violador serial, al ver que no podía actuar donde siem­pre lo había hecho, se iba a trasladar hacia su zona, hacia su ba­rrio. Y ahora que lo pienso, así fue, porque tuvimos casos de ataques en la zona de barrio San Vicente y Altamira, que queda cerca de donde vivía Sajen", comenta Nievas, quien por las noches reco­rría la avenida del Dante en su propio auto para comprobar si el patrullaje se llevaba a cabo. "En más de una oportunidad, tuve que tomar el celular y llamar al jefe de Policía para decirle que no veía ningún policía en la zona", recuerda indignado Nievas. A los pocos minutos, comenzaban a verse balizas azules iluminando la oscuridad de la avenida del Dante.

La presunción del por entonces fiscal no era errónea. Tanta saturación policial hizo que el serial se moviera de lugar cada vez más. El 27 de noviembre a la noche, volvió a atacar en un sitio que nadie había imaginado.

El delincuente sorprendió a una chica de 27 años que camina­ba para encontrarse con su novio en avenida Patria y calle Sar­miento, en el barrio Alto General Paz. "Caminá o te mato", le dijo Sajen y la llevó varias cuadras hasta el Centro de Participación Comunal (CPC) Pueyrredón, un edificio destinado a atender trámi­tes municipales y que se encuentra ubicado en una calle que se convierte finalmente en la ruta nacional 19 que va a San Francisco o a Pilar.

La joven fue violada en un oscuro sector de las adyacencias del edificio. A pocos metros había una guardia policial que no se enteraría de la violación, hasta que el caso tomó estado público por la prensa.

"El tipo se me apareció de atrás y me preguntó si yo trabajaba en una oficina y si llevaba cinco mil pesos. Yo le dije que no, pero él insistía que yo tenía plata. Me hizo que lo abrazara y me apuntó con el arma. Tenía que mirar para la derecha y no verlo. Me dijo: 'Si pasa un policía o el CAP somos novios. No grités que yo no te voy a hacer nada'. Tenía tonada norteña, boliviana. Me preguntó si conocía a un tal Gustavo. Me dijo que lo acompañara unas cuadras y que después me iba a dejar. Estaba desorientado. Me hizo doblar en un pasaje y se enojó porque no tenía salida. 'Mirá a donde me traés', me dijo. Ahí se me cruzaron mil cosas y me largué a llorar porque pensé que me mataba. 'No llorés que yo no te voy a hacer nada', me decía. Hizo que dobláramos. En el camino, un perrito me peleó, me rasguñó, y él me dijo que si me mordía lo iba a matar. Yo no tenía palabras para decirle. Llegamos a la cuadra del CPC y, en el descampado, me violó. Tenía papada, grasa. Era un poco más alto que yo, era robusto, pelo corto negro, tenía labios gruesos, andaba vestido con un short de fútbol con franjas blancas, llevaba zapatillas y una remera celeste", relató la joven a un investigador que la entrevistó tiempo después.

La tardanza del Ceprocor a la hora de confirmarle a Nievas si se estaba en presencia de un mismo violador serial hizo que él se quejara durante una entrevista periodística. El hecho de ventilar esa molestia ante la sociedad provocó, a su vez, que el Tribunal Superior de Justicia lo reprendiera en una reunión que se realizó a puertas cerradas.

Portación de cara

Durante noviembre y diciembre de 2003, en las calles de Córdoba comenzaron a reiterarse detenciones de todo hombre cuyas características físicas coincidían con las del violador serial. Esta política de cacería por portación de cara, implementada por la Policía, se intensificaría al año siguiente y llegaría a su punto máxi­mo con el arresto de Gustavo Camargo, un hombre de notable pare­cido al identikit y que llegó a estar preso casi 40 días, luego de haber sido señalado por una víctima de Sajen que creyó reconocerlos en una calle de barrio San Vicente. Para colmo, el hombre no llevaba calzoncillo debajo del pantalón, lo que hizo que la Policía y el fiscal Nievas creyeran que habían dado en el blanco.

Por aquellos días de fin de año, mientras las vidrieras de los comercios empezaban a poblarse de Papá Noel, arbolitos verdes y angelitos coloridos, Nievas no paraba de moverse ni de salir en los medios de prensa. A diferencia de otros fiscales, que hacen del bajo perfil un culto, él no dudaba en atender a todo aquel periodis­ta que lo consultara, ya sea sobre los avances en la investigación contra Kammerath o bien en la causa del serial. En esa vorágine, Nievas se hacía tiempo para entrevistar a jóvenes que, merced a la campaña informativa, se acercaban a denunciar que habían sido violadas por el serial. También se reunía periódicamente con los investigadores y con jefes policiales.

Nievas recuerda que les dio instrucciones para que rastrearan a todos los delincuentes seriales de los últimos cinco años que ha­bían atacado en Córdoba y a sujetos que fueron arrestados por merodeo. La decisión de investigar a los merodeadores se debía a que en la investigación ya se pensaba que el serial efectuaba un plan previo de seguimiento de sus víctimas y de los lugares adonde iba a llevarlas.

-Este tipo está cebado. Muy cebado y no va a parar. Lo peor es que tengo miedo de que mate a una chica -no se cansaba Nievas de reiterarle a los policías.

Para fines de 2003, Nievas y sus hombres (y mujeres, de la Uni­dad Judicial) barajaban los nombres de ocho sospechosos. La ma­yoría estaba en libertad y se les había extraído sangre para análi­sis de ADN. Había de todo. Uno era docente de la UNC, otro era el estudiante de odontología, había un enfermero que trabajaba cer­ca del Parque Sarmiento, un peluquero, un comerciante, un des­ocupado y dos policías en actividad. Sí, dos policías. Es que mu­chos de los investigadores, aunque lo niegan hoy, tenían por aquel entonces la íntima y explícita sospecha de que el depravado era violador serial de noche, pero de día vestía uniforme azul. La idea estaba centrada en la forma de hablar y de actuar del delincuente, pero sobre todo porque tenía la extraña capacidad de desaparecer de los lugares donde se hacían operativos especiales con investiga­dores vestidos de civil. El razonamiento era simple: ya habían teni­do un policía violador. ¿Por qué no podían estar frente a otro? La sola idea de que esto fuera cierto, le causaba al jefe de Policía más que un simple dolor de estómago.

El 29 de diciembre, los ocho sospechosos fueron sometidos a una rueda de reconocimiento de personas en la alcaidía de los Tribunales II. La medida procesal, de la que participaron cinco de las nueve víctimas que habían sido citadas y Javier (el muchacho que ayudó a confeccionar el identikit), se extendió durante toda la jor­nada. Los imputados fueron pasando por una sala que tenía un vi­drio espejado a través del cual, en otra habitación separada, obser­vaban las jóvenes.

Al no ser reconocido ninguno, quienes estaban presos queda­ron en libertad de inmediato.

Sin brindis

Aquel 31 de diciembre de 2003, en varios hogares quedaron las copas guardadas en los estantes. Ninguna víctima ni sus familias tenían motivos para festejar el final del año y el comienzo de otro. Uno de esos hogares destruidos estaba ubicado en la ciudad de Vi­lla María, al sur de Córdoba.

En la casa vivían un hombre, su esposa y su hija adolescente. En realidad, sobrevivían. En agosto de ese año, la jovencita, quien se había trasladado a la ciudad de Córdoba para estudiar una carrera universitaria, había caído en las garras del violador serial. Fue salvajemente violada y golpeada en el ex Foro de la Democracia.

La chica era virgen. Esa noche de viernes, luego de que el serial la amenazara de muerte y la dejara abandonada, regresó como pudo hasta su departamento y llamó a su padre para contarle todo.

En poco más de una hora, el hombre viajó en su auto, por la ruta nacional 9 hasta llegar a Córdoba. Entró al departamento y luego de llorar durante un largo rato con su pequeña, le armó los bolsos y se la llevó de regreso a Villa María.

La joven no volvió a pisar la ciudad de Córdoba.

Pero el sufrimiento no se iba a acabar con la pesadilla sufrida aquella noche. Pocas semanas después, en su casa, comprobó que había quedado embarazada. El ginecólogo se encargó de confirmarle el calvario que se le avecinaba.

Por decisión de sus padres, abortó y jamás hizo la denuncia. El tratamiento psicológico no fue suficiente. La adolescente intentó suicidarse dos veces. En ambas oportunidades ingirió grandes can­tidades de pastillas, mientras dormía en su cama. Su madre tam­bién intentó poner fin a su sufrimiento de igual manera. Por fortu­na, ambas sobrevivieron. Hoy se encuentran bajo un estricto trata­miento terapéutico.

Aquel 31 de diciembre de 2003, mientras aquella familia villamariense padecía el infierno en sí mismo, Marcelo Mario Sajen levantaba la copa feliz de la vida, rodeado de sus seres queridos, brindando y festejando la llegada del 2004. Sería la última vez que celebrara el fin de año.

Soy Gustavo, el violador serial

16.58. Domingo 4 de enero de 2004, central 101 de la Jefatura de Policía:

-Policía, buenos días, atiende Jorgelina.

-Hola, mirá, soy Gustavo Reyes... Soy el violador serial que an­dan buscando.

-¿Ah, sí? ¿No me diga?

-Mirá hija de puta. Soy el violador serial y te voy a cagar cogiendo a vos como lo hice con todas las demás. Te voy a hacer de todo. Y a vos te va a pasar lo mismo, te voy a cagar cogiendo.

Cuando la oficial del servicio 101, del Departamento Centro de Comunicaciones de la Policía, que funciona en el cuarto piso de la Jefatura, quiso realizar una nueva pregunta, el hombre colgó. De inmediato, la policía dejó los auriculares con el micrófono incor­porado en su estación de trabajo y se levantó corriendo para contarle a su jefe lo que había sucedido. El comisario levantó el telé­fono y avisó a los pesquisas de Protección de las Personas.

Dado que el sujeto no había antepuesto *31#, el número del teléfono que había usado quedó registrado en la pantalla de la computadora. En segundos, los investigadores supieron que la llamada había sido efectuada desde un aparato ubicado en la calle Soto, a pocos metros del Arco de Córdoba, en el barrio Empalme.

En pocos minutos, una comisión de investigadores salió dispa­rada hacia ese lugar y se encontró con un teléfono público ubicado en un comercio. Los policías encararon a la dueña del negocio y desplegaron ante sus ojos el identikit del norteño.

-Mmm, sí, puede ser. El hombre era morocho y habló un ratito y cortó.

-¿Algo más señora? ¿No hubo nada más que le haya llamado la atención? - inquirió uno de los policías.

-Hablaba bajito, así que no se podía oír bien lo que hablaba.

-¿Algo más? ¿Algo fuera de lo común?

Sabe que sí! Me llamó la atención el hecho de que mientras hablaba parecía sobar el teléfono, lo acariciaba con las ma­nos... Fue muy extraño - respondió la mujer.

De nada sirvió que los investigadores le preguntaran si conocía a aquella persona, si sabía dónde vivía o si alguna vez lo había visto por el barrio. La mujer no tuvo más nada que aportar y los policías debieron retirarse maldiciendo por lo bajo. Tampoco fue efectiva la búsqueda que desplegaron en la zona, dando vueltas y vueltas en procura de dar con el sospechoso. Nada. Al llamador anónimo se lo había tragado la tierra.

Hasta el día de hoy no existe certeza sobre si esa breve comunicación telefónica realizada fue efectuada o no por Marcelo Sajen.

No obstante, investigadores de la Policía Judicial y hasta el mismo fiscal Nievas sospechan que el violador serial bien puede haberse contactado con la Policía, en parte para burlarse y también para demostrar cuán lejos era capaz de llegar, sabiendo que los detecti­ves estaban muy lejos de poder capturarlo.

"Ese llamado telefónico me dio una bronca bárbara. Porque sentí como que el tipo se estaba burlando de nosotros. Y me acordé de la película Siete pecados capitales en la que Kevin Spacey hace de un asesino que va dejando mensajes a los policías que quieren agarrarlo. Bueno, en este caso, pensé que este perverso nos estaba dejando muestras", señala Nievas.

Había dos detalles sugestivos en la llamada: por un lado el extraño se había presentado como Gustavo, el mismo nombre que venía usando en cada uno de sus ataques; y por el otro, el teléfono estaba ubicado en barrio Empalme, a metros de la avenida Sabattini, una zona que, si bien estaba alejada de Nueva Córdoba y del centro, se encontraba dentro de su radio de acción.

Incluso, una alta fuente del Cuerpo de Investigaciones Criminales, de la Judicial, redobla la apuesta: señala que el serial no sólo llamó aquella vez, sino que además lo habría hecho al menos en dos oportunidades más al 0800 que sería habilitado posterior­mente. Esas dos llamadas se habrían producido en el mes de di­ciembre de 2004.

Desde la Policía, algunos refuerzan el misterio y comparten la tesis de que Sajen quiso burlarse de quienes lo perseguían. Sin embargo, hay quienes desvirtúan todas estas conjeturas porque entre el 21 de diciembre del año anterior y el 30 de marzo el serial des­apareció. Ese día volvió a atacar en barrio Observatorio.

Ese mismo enero, luego de que los análisis realizados en el Ceprocor, sobre restos de semen hallados en las víctimas, demostraron que el violador serial era un solo hombre, Nievas ordenó que la Policía investigara a todos los Gustavo Reyes que existían en Córdoba y áreas cercanas.

"Visto hoy, aquel estudio del Ceprocor suena menor, pero fue importantísimo. Y, pese a la gravedad del caso, nos trajo alivio porque indicaba que estábamos detrás de una misma persona. Imagínate si hubiera demostrado que en realidad había varios violadores seriales", añade Nievas.

No era ninguna tarea fácil investigar a todos los Gustavo Reyes existentes. El listado era enorme. Luego de eliminar a aquellos que ya habían muerto, a quienes eran demasiado chicos o grandes, los policías tuvieron una lista acotada que se estrechó aún más al calcular la edad. Sospechaban, en base a las víctimas, que el serial andaba entre los 30 y los 40 años. A lo sumo, 45 años. No podía tener más, a no ser que tomara Viagra o algún estimulante sexual semejante. Sajen consumía esa pastilla y tenía 39 cuando cayó.

En marzo, los policías detuvieron a un joven que tenía la mala suerte de parecerse al identikit, de caminar solo por Nueva Córdoba a altas horas de la noche y, encima, de llamarse Gustavo Reyes.

Por aquellos días, se manejaban tres hipótesis en la causa. El violador serial podía ser:

-      Un portero de un edificio, el cuidador de una obra en cons­trucción, o un albañil. Desde ámbitos policiales aseguran que se investigó prácticamente a todas las personas que tra­bajaban en las construcciones de Nueva Córdoba.

-      Un comisionista del interior provincial que Viniera a Córdoba Capital a cobrar algún trabajo y, de paso, aprovechaba la oportunidad para cometer una violación. Por ello es que se investigó a todos los comisionistas o cobradores que salían en los avisos clasificados de los diarios.

-      Un hombre que residiera en alguna localidad "dormitorio" del Gran Córdoba y que viniera a trabajar a la Capital. La sospecha era que esta persona bien podía cometer los ata­ques sexuales y luego escapar hacia la terminal de ómni­bus. Se apostaron investigadores de civil en la estación, pero no sirvió de nada.

¿Qué pasó con Gustavo Reyes? Fue sometido a una rueda de reconocimiento de personas. Ninguna víctima lo señaló y el hom­bre quedó en libertad. Los resultados de su ADN terminaron por desinvolucrarlo

Mapa

El hombre fuma el cigarrillo y lo apoya en el cenicero. Es el cuarto que prende en lo que va de la charla. Arranca una hoja de la agenda y la pone en la mesa, mientras el humo se disipa lentamen­te en la habitación. De pronto, mete la mano derecha en el bolsillo interno del saco oscuro y saca una lapicera azul. Se acomoda en el respaldo de la silla y, en segundos, dibuja en el papel varias rectas paralelas y perpendiculares entre sí.

Hace varios círculos, algunos cuadrados y traza líneas que por momentos parecen rectas y después se vuelven curvas. "Esta es la ciudad de Córdoba, éstas son las principales avenidas y las vías que cruzan la zona sur de la Capital", dice por fin el comisario Oscar Vargas, quien cuando el serial era su obsesión, se identificaba como España 1 cada vez que le daba una orden a su grupo de detectives. A su lado, está el comisario Rafael Sosa, Portugal 1, que lo mira en silencio.

Vargas, empieza a sombrear los círculos por dentro y marca flechas, con destreza. "Y éstas son las zonas donde actuaba el Víctor Sierra, en todos estos sectores se movía el tipo", agrega.

España 1 dibuja el mapa de memoria. Si quisiera, podría hacerlo con los ojos cerrados. Se nota que junto a su equipo de traba­jo dibujó varias veces ese mismo esquema una y otra vez, analizan­do detalles, buscando respuestas, infiriendo deducciones.

Deja el cigarrillo y empieza a hablar con pasión. Explica que en las primeras épocas, en los años 1991 y 1992, Sajen atacó en la zona de Villa Argentina y de Empalme, cerca de la avenida Sabattini, a cuadras del Arco de Córdoba. Sosa lo interrumpe: "Yo conocí a una amiga que vivía en Villa Argentina. Una noche, mientras vol­vía sola a su casa, un tipo la agarró de atrás, le mostró un arma y la quiso llevar a un descampado. Ella gritó y un vecino salió a socorrerla. El desconocido salió corriendo y se perdió... No tengo dudas de que era Sajen".

Retoma la palabra Vargas. Explica que el violador serial siempre se fue moviendo, cambiando de zonas de acción, cada vez que la Policía empezaba a trabajar cerca de él. "No creo que el tipo haya contado con alguien que nos buchoneara. Nadie ayuda a un violador. Él era un caco, un delincuente. Los choros siempre reco­nocen cuando un policía está cerca, por más que lleve uniforme o esté de civil como nosotros. Lo huelen. Lo presienten. Y nosotros a ellos. Si estuviéramos en un bar y entran unos cacos, seguro que se dan cuenta de que somos canas. Y viceversa. Es como un juego, como un juego del gato y el ratón. Sajen era muy pícaro para darte vuelta y reconocerte como cana", dice Vargas.

Y vuelve a tomar la lapicera. "Mirá, el tipo se fue cambiando de zona de acción", dice y la ceniza acumulada del cigarrillo cae como un cadáver sobre la hoja. "Entre el 92 y el 94 hay hechos en la zona donde se ubica la Cooperativa Paraíso. En el '96, el '97 y el '98 ataca en San Vicente, en Altamira y zonas cercanas. Después, en '99 empezó en Nueva Córdoba y la zona adyacente al centro".

Sosa vuelve a hablar. "Sí, actúa en Nueva Córdoba hasta que pierde. Cae en cana luego de asaltar la pizzería de la calle San Luis".

La lapicera vuelve a dibujar sobre las rayas-avenidas. "Y cuando salió en libertad volvió a atacar en la zona de Nueva Córdoba, una zona que conocía muy bien para moverse". Vargas vuelve a hablar del gato y el ratón. Señala que cuando los policías coparon ese sector, el serial se mudó a la zona sur. "Fue a la zona de barrio Cabañas del Pilar, luego a barrio Iponá, Villa Revól, barrio Jardín y así. Siempre se fue corriendo, cada vez que nos acercábamos".

"Acordate Oscar -interrumpe Portugal 1- que después se man­dó para la zona de San Vicente y Pueyrredón". Vargas une con una línea todos los pequeños círculos que representan las zonas donde Sajen atacó y forma un gran círculo. "Y vuelve a atacar en Nueva Córdoba, es el caso de la chica Ana, la del mail", señala Vargas, mientras tapa la birome y la guarda en el bolsillo de su saco oscu­ro.

Pero se acuerda de algo y vuelve a sacarla. "Me olvidaba del tema de las vías del tren", dice el comisario. Según explica, las vías eran muy usadas por el serial. En efecto, allí cometió una de las violaciones más salvajes contra una adolescente de corta edad. Además, por una de las vías que pasan cerca de su casa habría escapado corriendo cuando lo buscaba toda la Policía. "Sajen an­daba por las vías, porque por allí no pueden andar los patrulleros. Eso lo sabe cualquier choro", razona en voz alta. Luego, agarra el papel y lo hace un bollo. Sosa es quien toma finalmente la posta.

"El tipo nunca atacó en la zona norte de la ciudad. Sí, atacó en los barrios Pueyrredón o San Vicente, que están cruzando el río. Pero nunca se fue al Cerro, a Argüello o a Villa Allende. Nunca se fue a Carlos Paz. Creo que era porque él no dominaba bien esos ámbitos y se movía con total tranquilidad en la zona centro y sur de la ciudad, que es donde solía operar desde hacía años. Aparte, su casa le quedaba cerca", agrega Sosa, antes de levantarse de la mesa.

Los caminos de la bestia

"Marcelo era un desastre para recordar las direcciones. Pero sabía ubicarse en las calles y sabía bien por dónde ir", dice Zulma Villalón, mientras recuerda detalles de la vida cotidiana de Sajen. Hay que creerle, porque dice la verdad.

Por un lado, basta con analizar cómo su esposo sabía movilizarse y escabullirse cada vez que notaba la presencia policial. Por otro lado, sirve examinar las calles y avenidas que rodeaban la zona donde vivía para comprobar cuáles eran seguramente los ca­minos que usaba para llegar en pocos segundos a los sitios donde iba a violar a sus víctimas. Y por cierto, cuáles iban a ser los atajos para escapar ante cualquier imprevisto.

En los últimos tiempos, Marcelo Sajen vivía en calle Montes de Oca al 2800 del barrio General Urquiza. Si quería ir desde su casa, a San Vicente o a Altamira, bastaba con que tomara la calle Juan Rodríguez, que pasa a pocas cuadras de su hogar y así cruzar, en una esquina semaforizada, la avenida Amadeo Sabattini. Si quería ir a Villa Argentina, debía bajar por Juan Rodríguez y al llegar a Sabattini, en vez de cruzar la avenida, giraba hacia la derecha un par de cuadras.

Para los investigadores, tanto la calle Juan Rodríguez como su paralela Gorriti eran una vía clave de circulación para su accionar. Varios de los abordajes a sus víctimas fueron cometidos en ambas arterias.

Pero volvamos a su domicilio. Si Sajen tomaba la calle Montes de Oca en dirección al este llegaba, en cuestión de minutos, al ba­rrio José Ignacio Díaz 1a Sección, donde vivía su amante, Adriana del Valle Castro.

En cambio, si salía de su casa por Montes de Oca, llegaba a Tristán Narvaja y en esta calle doblaba a la derecha, llegaba a la avenida Malagueño. Esta arteria, que corre paralela a las vías del
tren, era clave. Así podía llegar en un corto tiempo a los barrios
José Ignacio Díaz 2a Sección, donde estaba el taller mecánico de su hermano Eduardo, o bien a José Ignacio Díaz 3a Sección, donde vivía su madre y algunos de sus otros hermanos.

Varias personas relatan que era común ver a Sajen transitar por estas calles, en auto o en moto. "Yo llegué a verlo muchas ve­ces andando en moto por la zona del barrio Coronel Olmedo. Varias veces lo vi jugando a las bochas en una canchita muy conocida de esa zona", comenta un empleado de los Tribunales II que trabaja en la planta baja. Para llegar a barrio Coronel Olmedo a Sajen le bastaba tomar la avenida 11 de Setiembre que cruza la Malagueño y luego se convierte en el camino a 60 Cuadras.

Desde la casa de Sajen había dos caminos rápidos para llegar hasta el Parque Sarmiento y al barrio Nueva Córdoba. Podía ir por la avenida Sabattini o por la mencionada Malagueño, donde la presencia policial es menor. Una vez que llegaba a la avenida Revolución de Mayo, doblaba hacia la derecha y en cuestión de segundos llegaba al ingreso mismo al Parque Sarmiento, a la altura de la Bajada Pucará.

Por cualquiera de los dos caminos podía llegar a la terminal de ómnibus, donde, según sospechan algunos investigadores, el serial dejaba estacionado su auto en la playa para luego salir de cacería.

Si, en cambio, quería llegar a los barrios Cabañas del Pilar, Jardín o Villa Revol, donde cometió varias violaciones, Sajen de­bía salir de su casa, tomar la avenida Malagueño y seguir andando, en forma paralela a las vías, hasta llegar a destino.

Finalmente, el violador serial viajaba a menudo a la localidad de Pilar. Para llegar allí, le bastaba tomar la avenida Sabattini y dirigirse hacia el este. Así llegaba a la vieja ruta nacional 9 sur o a la autopista Córdoba-Pilar.

Inocente a prisión

El fiscal Gustavo Nievas se despertó sobresaltado por el ruido del celular. Eran las 2 de la mañana del martes 25 de mayo de 2004. Para que su familia no se despertara, Nievas atendió rápido. Del otro lado oyó la voz de uno de los comisarios de Investigaciones.

-¿Qué pasa? -preguntó Nievas, con voz ronca.

-Malas noticias, doctor. Ha vuelto a atacar. Esta vez en San Vicente. La chica tiene 16 años. Salía de un cyber y el Sierra la agarró. La hizo caminar unas 15 cuadras y la llevó hasta un bal­dío de la calle Sargento Cabral y las vías del tren. Ahí la violó. La chica le mintió diciéndole que tenía Sida, pero el tipo no le creyó y la violó igual.

-¿A qué hora fue?

-... Entre las nueve y media y las diez de la noche. La chica hizo ahí nomás la denuncia, junto a su mamá.

-Mire doctor, esta vez, el tipo fue más violento que otras veces. Se nota que está sacado, nervioso. Para mí que toda esta cam­paña de difusión lo está volviendo loco.

-Ok. En 10 minutos estoy allá.

Cuando el fiscal estuvo en el lugar, se encontró frente a un enor­me descampado que se abría paso delante sobre la vía. En una calle cercana, había varios patrulleros del CAP y un móvil de la Policía Judicial.

"Fue la primera violación que cometió el serial después de la intensa campaña de difusión que habíamos largado ese año. El tipo se sentía acorralado y se fue de donde solía actuar a otro lado. Tal como pensábamos, se mudó a una zona más cercana a su lugar de residencia", señala Nievas.

Si bien la impresión del entonces fiscal es acertada respecto a que Sajen comenzó a atacar en una zona no acostumbrada, el se­rial regresaría meses después nuevamente a Nueva Córdoba.

Después de realizar la denuncia, la menor y su madre fueron invitadas a colaborar en la investigación recorriendo la zona. Y si veían al sospechoso, debían avisar a la Policía.

Eso ocurrió el 31 de mayo al caer la noche. Mientras la chica caminaba por la plaza Lavalle, corazón del barrio San Vicente, creyó reconocer al violador sentado en un banco. El hombre se levantó y empezó a caminar. La chica corrió a un teléfono público y llamó a la Policía. A los pocos minutos, un móvil policial estaba controlan­do al supuesto sospechoso.

El hombre era morocho, no tenía más de 40 años y su parecido con el identikit era extraordinario. Cuando le revisaron el docu­mento, los policías comprobaron que se llamaba- Gustavo Camargo.

-Así que te llamás Gustavo..., ¡mirá vos! Gustavo..., ¡qué casualidad! ¿El que llamó los otros días al 101 no se llamaba Gustavo? -dijo uno de los policías.

-El serial, cuando aborda a las víctimas, menciona el nombre Gustavo -añadió otro uniformado.

Camargo trató de explicarle a los policías que él no era ningún violador y que había salido a comprar pan, pero los policías no le creyeron y lo llevaron a la Jefatura, directamente a la División Protección de las Personas. El hombre fue metido en una oficina y obligado a desnudarse ante una veintena de investigadores. Todos querían ver el lunar del que tanto hablaban algunas víctimas. Para peor, el hombre no usaba calzoncillos. Los investigadores creían estar frente el sospechoso perfecto. Pensaban que con esa captura, se habían acabado finalmente las andanzas del serial.

"Yo estaba convencido de que Camargo era la persona que bus­cábamos. Había sido reconocido por una víctima de violación en la calle. Pero estábamos equivocados", dice en la actualidad el comi­sario Nieto.

Lo que Nieto se olvida de contar es que Camargo fue sometido a un humillante interrogatorio durante toda la noche en el que los policías lo presionaron para que confesara: "¿De qué forma las agarrabas?"; "¿Las hacías agachar?"; "¿Gozabas?". También hubo tiempo para las amenazas asegurándole que en la cárcel iban a violarlo salvajemente.

Mientras la esposa de Camargo salía por todos los medios de prensa a jurar que su esposo no era ningún violador, Nievas retrucaba que existían indicios que lo vinculaban a los casos del serial.

En la actualidad, Nievas se apresura a explicar que este hom­bre no fue detenido porque estaba sospechado de ser el serial, sino porque una víctima lo había reconocido en plena calle. "Y el he­cho de que haya estado tanto tiempo en prisión no es culpa mía. Los análisis de ADN en el Ceprocor se demoraron más de lo espe­rado", sostiene.

Esos estudios demoraron 38 eternos días, en los cuales Camargo debió permanecer encerrado con presos condenados. Mientras tan­to, algunos seguían investigando a otros hombres que se llamaban Gustavo Reyes -como el hijo de un ex funcionario judicial-, pero mientras todos apuntaban contra Camargo, Marcelo Sajen se encargaría de demostrarle a los investigadores que en realidad el violador serial seguía suelto.

El 14 de junio, Sajen abordó a una chica de 22 años en pleno Nueva Córdoba, en el cruce de Irigoyen y San Luis (a pocas cua­dras de la pizzería que había asaltado en 1999) y la llevó hasta un baldío cercano a los Tribunales II, donde la violó analmente.

Diez días después, Camargo no fue reconocido en una rueda de reconocimiento de personas. Al día siguiente, Nievas recibió los resultados de un estudio de ADN del Ceprocor que le confirmaban que no era el violador serial. Sin embargo, el fiscal dispuso que continuara detenido ya que no tenía el resultado que le permitía confirmar si había violado o no a la menor en San Vicente.

Recién el 8 de julio, Nievas tuvo los resultados de ADN que le faltaban. Después de estar 38 días preso, Camargo recuperó su libertad.

Para entonces, la suerte estaba echada sobre Nievas. Al descrédito público a que se vio sometido por la arbitraria detención de Camargo, se le agregó un pedido de renuncia por parte del vicegobernador Juan Carlos Schiaretti, en aquel entonces a cargo de la Gobernación.

El jueves, Nievas le dijo al flamante Fiscal General de la Provincia, Gustavo Vidal Lascano, que abandonaba el cargo.

Palabras claves , , ,
Sin comentarios  ·  Recomendar
 
//10 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XIV Manual de un violador

por jocharras a las 11:53, en La Marca de la Bestia

 CAPÍTULO XIV

Manual de un violador

No mirés

 Con el paso de los años, Marcelo Sajen había aprendido que, para capturar a sus víctimas, nada era mejor que sorprenderlas desde atrás mientras caminaban por la vereda o la calle solas o acompañadas.

 

Siempre abrazaba a la víctima desde atrás y le pasaba su brazo derecho por la espalda, apoyándole la mano sobre el hombro. De esta forma, ejercía una leve presión con sus dedos y así lograba paralizar a la mujer para tener un dominio absoluto de la situa­ción. Sus dedos presionados evitaban que la chica pudiera hacer cualquier movimiento inesperado, como salir corriendo o abalanzarse  sobre alguna persona que pasara a su lado. Eso, sumado a su gran manejo de la tensión, se convertía en su seguro de vida.

 

Como confirmación vale recordar lo que dijo Carlos -el ex cóm­plice de Sajen- cuando contó que en las reuniones, fiestas o cum­pleaños, "Marcelo solía abrazar cariñosamente" a sus amigas apoyándoles su pesada mano derecha sobre los hombros mientras ejer­cía una fuerte presión con sus dedos índice y anular.

 

Mientras abrazaba a la víctima de turno con su mano derecha, utilizaba la izquierda para apoyarle en la cintura (en algún caso también en el cuello) una pistola, una navaja o bien una ganzúa de las que se usan para forzar las puertas de los autos.

 

Sajen tenía claro que su víctima no debía verle el rostro. Por ello la amenazaba de muerte y le hacía poner el cabello de tal forma que no pudieran observarlo. A veces, las hacía mirar para el lado contrario a donde estaba él o les sujetaba el mentón o la nuca para que sólo miraran hacia delante y para abajo.

 

Por lo general, mientras abrazaba a la joven, le decía que la Policía lo buscaba y que ella debía ayudarlo a escapar, fingiendo que era su novia. Cuando la joven se daba cuenta de que todo era mentira, ya era tarde.

El 3 de marzo de 2003 aproximadamente a las 22, de acuerdo al expediente judicial, Marcelo Mario Sajen sorprende a una joven de 17 años que acababa de salir de trabajar de una panadería de Nueva Córdoba. Ni bien la abraza desde atrás, le dice que lo busca la Policía y le pide que lo ayude a escapar. "Si nos para la cana, vos decí que sos mi novia. ¿Está claro?". La chica es conducida hasta el ex Foro de la Democracia del Parque Sarmiento, un edificio que fue construido en la década del '80 para ser centro de convencio­nes, a instancias del por entonces gobernador Eduardo Angeloz. El Foro está ubicado al lado del complejo para chicos Superpark y en la actualidad está abandonado y usurpado. En un oscuro rincón de la parte posterior del edificio, la joven es abusada.

Sajen aprendió que sus víctimas jamás debían imaginarse que iban a abusar de ellas. Tampoco tenía que anticiparles dónde las llevaba. En los casos en que no respetó esas dos reglas, la mujer se había aterrorizado logrando, en algunos casos, escapar. Cuando no decía que lo buscaba la Policía, le indicaba a la víctima que se trataba de un asalto asegurándole que la llevaba a otro lugar para que le entregara todo el dinero que llevaba. "Ya te largo en la próxima cuadra", "una cuadrita más y te dejo, quedate tranquila que ya te dejo", "vamos a ir caminando como una pareja y me vas a ir entregando la guita que llevás encima", eran algunas de sus fra­ses más utilizadas mientras el violador serial miraba para todos lados, controlando que la situación no se le fuera de las manos.

La utilización de las palabras que para sus amigas, amantes y enamoradas lo convertía en alguien "dulce y atractivo" lo mostra­ba manipulador y perverso para sus víctimas. Mientras eran condu­cidas hacia oscuros descampados las amenazaba fieramente, pero si la chica se asustaba y empezaba a llorar, cambiaba por completo sus palabras y el tono, a fin de tranquilizarla. Una vez en el lugar donde pensaba cometer el abuso empezaba a revisarla de arriba abajo con la excusa de buscarle dinero oculto. En la mayoría de los casos terminaba por robarles algunos billetes, relojes, pulseras, cadenitas y anillos de oro. En realidad las palpaba porque de esa forma se excitaba.


Además del ex Foro de la Democracia, Sajen solía abusar de sus víctimas en proximidades del lago del Parque Sarmiento o bien en los viejos Molinos Minetti, a unas 10 cuadras del parque. En ese edificio, según constancias de los investigadores de la Policía Judi­cial, Sajen abusó de 11 mujeres.

El 7 de marzo de 2003, alrededor de las 23.30, sorprende a una chica de 21 años que caminaba sola por la avenida Chacabuco, en el corazón de Nueva Córdoba. Abraza a la estudiante justo cuando cruza la calle Derqui. Amenazándola con un arma de fuego, la hace caminar más de 15 cuadras hasta hacerla entrar al edificio de los viejos Molinos Minetti, donde la obliga a que le practique sexo oral. Luego la penetra analmente.

El tiempo de duración de los ataques tenía relación directa con la tranquilidad que experimentaba el delincuente. Si se en­contraba nervioso o con miedo a ser descubierto por la Policía, los abusos sexuales eran de corta duración; mientras que si notaba que no existía ninguna posibilidad de que lo sorprendiera otra per­sona, llevaba a cabo todas sus fantasías sexuales y podía llegar a abusar de una joven durante más de una hora. En algunos casos llegó a estar con su víctima por casi dos horas.

Por lo general, hacía poner a la joven de pie y de cara contra la pared, al tiempo que le tapaba el rostro con alguna prenda.

Las veces que se sentía seguro de que nadie podía descubrirlo, ponía su campera en el suelo y violaba a sus víctimas de todas las formas posibles. En numerosas ocasiones, de acuerdo al relato de las propias jóvenes, Sajen eyaculaba en el suelo.

En este punto, bien vale trazar un paréntesis que permite saber que la estructura investigativa afectada a esta causa navegó (hasta el final) sobre un terreno fangoso en el que muchas veces, por no llegar a entender el accionar de Sajen, se aventuraba a tomar como certezas cosas que quizás estaban lejos de serlo. El hecho de que Sajen eyaculara en el piso (o en la boca de sus víctimas y no en la vagina o en el ano) y que sus víctimas sugirieran que, aunque lo intentaba, el delincuente no podía evitar contener esa eyaculación terminó incorporando a la causa el término eyaculador anedónico, para referirse a Sajen.

Esa definición que se escuchó por primera vez de boca de una sexóloga en las páginas de La Voz del Interior, fue aportada a la causa por un médico colaborador de la Policía Judicial. A partir de allí, se distribuyó como un lugar común entre todas las personas vinculadas a la causa y, desde los policías de más bajo rango hasta los fiscales y las autoridades políticas, aseguraban a viva voz (sin tener la menor idea de lo que significaba) que el violador serial era un "eyaculador anedónico o anadónico"

 Esta investigación habló con un andrólogo (la ciencia que estu­dia todos los fenómenos biológicos en torno a los órganos sexuales masculinos) quien negó la existencia de un problema biológico de esa índole. Se consultó a diferentes psicólogos que también asegu­raron desconocer el tema y, cuando se recurrió de nuevo a los auto­res de la afirmación, se encontró con que tampoco tenían en claro de qué hablaban.

"Creemos que él no sentía el placer y por eso necesitaba ver la eyaculación para darse cuenta de que había llegado al orgasmo. Nos dijeron que eso se puede diagnosticar con ese nombre", dijo una fuente de la Judicial.

La aclaración más lapidaria al respecto fue dada por Juan Carlos Disanto, un docente de la Universidad de Buenos Aires, Licen­ciado en Psicología y especialista en investigar las conductas de delincuentes y homicidas sexuales seriales, quien es por otra parte el principal especialista del tema en Argentina y el principal refe­rente de los mismos investigadores que comenzaron a reproducir aquella frase como cierta: "Eso es poco probable. La única perso­na que puede saber eso es Sajen y no está para responderlo. No se puede especular al respecto porque sólo mediante un tratamiento adecuado podría determinarse. Por lo demás, nunca escuché sobre ese término".

Algo que también se sospechó en aquellos tiempos y quedó con­firmado cuando el delincuente se quitó la vida y se encontró en su bolsillo una pastilla, fue que el violador consumía Viagra. La hipó­tesis, surgió sobre la base de que en sus testimonios, las víctimas aseguraban que el atacante llegaba a eyacular dos, tres y hasta más veces en cortos períodos de tiempo. Los científicos consulta­dos por nosotros confirmaron que sólo consumiendo esa pastilla es posible lograr ese rendimiento sexual.

Algunos científicos auguran que esa pastilla puede llegar a modificar los promedios de edad de los delincuentes seriales sexua­les. Antes de la pastilla la edad promedio de los autores de este tipo de delitos oscilaba entre los 20 y los 45 años. El Viagra la esti­raría aún más.

El 16 de marzo, faltando pocos minutos para la 1 de la madru­gada, aborda a una chica de 20 años, oriunda del sur de Córdoba, en la avenida Hipólito Irigoyen, a pocos metros de la plaza España.

la conduce hasta el Parque Sarmiento. Pasa al lado del mástil de la avenida del Dante y, sin importarle la presencia de una barra de jóvenes que se encontraba cerca de un bar y de varios autos estacionados con parejas en su interior,; lleva a la joven hasta proximidades del lago de la Isla Crisol, en el corazón del Parque.

Precisa­mente se trata del mismo sitio donde solía pasear las tardes de domingo con su esposa e hijos, y donde se encontró por primera vez con quien se convertiría en su amante, Adriana del Valle Castro. Debajo de un frondoso árbol, viola a su víctima durante un largo rato. Luego la hace vestir, se queda con ella unos minutos y la acom­paña un par de cuadras, mientras la amenaza para que no haga la denuncia ante la Policía. Es la primer víctima de Sajen que es be­sada por el delincuente, la segunda será justamente la última. An­tes de separarse le dice: "Si yo quería, te llenaba de leche".

Por un lado está claro que Sajen conocía (al menos de vista) a algunas de sus víctimas de antemano. De hecho, a varias de ellas llegó a decirles que las observaba siempre en la zona de Nueva Córdoba y les conocía sus rutinas. Se trataba de jóvenes que regre­saban de la facultad o bien salían del trabajo, del gimnasio o un cyberbar, y siempre hacían el mismo camino a casa, a la misma hora. "Mi marido solía ir de día a Nueva Córdoba para hacer trámi­tes o para averiguar por los autos en venta que salían en los clasifi­cados del diario", comenta Zulma Villalón.

Según dicen los investigadores de la Policía, el conocimiento que Sajen tenía de Nueva Córdoba se debía al hecho de que él deambulaba por esas calles supuestamente en busca de autos esta­cionados para robar. "Es sabido que recorría esa zona para levan­tar coches. De hecho no por nada andaba con una ganzúa en sus manos. Con ese fierro amenazaba a las chicas y a la vez levantaba autos", señala el comisario general Pablo Nieto.

Los investigadores sospechan que "mientras buscaba coches o asaltaba negocios", aprovechaba para violar mujeres.

También está claro que Marcelo Sajen conocía de antemano, y a la perfección, los lugares adonde llevar a sus víctimas. Si bien mientras caminaba con ellas fingía estar perdido y preguntaba por el nombre de las calles, no hay dudas de que conocía perfectamen­te cada arteria, sabía exactamente qué camino hacer y a qué des­campado dirigirse, para dar rienda suelta a su ferocidad.

Conocía las entradas, las salidas y los rincones de los Molinos Minetti, los predios del ferrocarril Mitre (ubicado al frente), el Parque Sarmiento, el ex Foro de la Democracia, la pista de patinaje, y descampados próximos al Palacio de Tribunales II (frente a la es­tatua de Domingo Faustino Sarmiento) u otros ubicados en las adyacencias de la Costanera o al Centro de Participación Comunal (CPC) del barrio Pueyrredón, por citar algunos.

"El tipo tenía evaluado su nivel de riesgo. Nunca iba a violar en un lugar que no conocía de antemano. Necesitaba sentir que tenía todo bajo control y para eso tenía que conocer el lugar en el que se encontraba. Tenía que estar oculto, ser oscuro y tener rápi­das vías de escape. Además, era muy ágil para correr y saltar pare­des", señala un detective de la Policía Judicial.

El 5 de abril, alrededor de las 22.30, el violador serial sorpren­de a una chica salteña de 23 años mientras estaba por cruzar una calle en Nueva Córdoba. La amenaza, le pone un arma en la cintu­ra y le dice que sólo quiere su dinero. Primero la lleva hasta un oscuro pasillo ubicado en proximidades del colegio Taborín, en la avenida Amadeo Sabattini. Mientras manoseaba a la joven pasa un muchacho caminando, por lo que Sajen toma a la chica y se la lleva directamente hasta la pista de patinaje del Parque Sarmiento, ubi­cada a un par de cuadras. Amparado por la oscuridad del lugar, sobre un montículo de tierra y debajo de un árbol de frondosa copa por el que no se colaban las luces de los edificios ubicados al fren­te, el violador serial abusa de la joven durante una hora. Una vez que termina, sale corriendo y se pierde en la avenida Poeta Lugones, sin que la víctima pueda ver para qué lado huyó.

Al momento de cometer las violaciones, Sajen actuaba de igual forma que cuando llevaba abrazadas a sus víctimas por la calle. Esto es: fluctuaba permanentemente entre la bestialidad y las pa­labras tranquilizadoras. Sin embargo analizando con detenimiento las violaciones, se pudo saber que el contexto (generalmente con­dicionado por la actitud de la víctima) modificaba la actitud de Sajen.

Cuando las mujeres se resistían a ser atacadas de manera brus­ca, Sajen respondía con la misma fiereza y era capaz de golpearlas brutalmente. En cambio, cuando la resistencia de las jóvenes se asemejaba a un ruego, a un pedido desesperado de piedad, Sajen sufría una especie de disfunción eréctil que le impedía mantener su erección. En muchos de esos casos y por este tipo de circunstan­cias, el delincuente tuvo dificultades de penetrar analmente a las mujeres que tenía dominadas.

Uno de los psicólogos de Policía Judicial que más trabajó en torno al análisis de estos episodios nos sugirió que su idea personal era que si Sajen fue un chico abusado (se refiere no sólo a abusado sexualmente, sino también a la violencia familiar que puede haber sufrido en su infancia), esa disfunción puede haber sido una señal que le recordaba a sí mismo pidiendo piedad a su propio victimario.

El 14 de abril (otra vez el día antes del cumpleaños de su hija mayor y a pocas cuadras de su casa de la infancia, sobre la calle Juan Rodríguez ), pocos minutos después de la hora 20, el delin­cuente reduce a una chica de 17 años que acababa de salir de un colegio del barrio San Vicente. Con el arma apoyada en la nuca, la adolescente de 17 años es conducida a un descampado ubicado a la vera de las vías del tren, a metros del cruce con la calle Juan Rodríguez . Durante la violación, la joven alcanza a zafar, se pone de pie y empieza a golpear al serial. Forcejean unos segundos y Sajen logra tumbarla mediante golpes en el rostro sobre una toalla que antes había tirado en el suelo. Una vez en el suelo, le pone un trozo de vidrio en el cuello y vuelve a abusar de ella. En un momen­to, el depravado advierte los destellos amarillos de la baliza de un camión recolector de basura que pasa a pocos metros. Se detiene por un momento y reanuda la violación, una vez que el vehículo se ha marchado. Cuando la víctima testificó aseguró que el trapo que Sajen tiró al suelo era una toalla oscura con la imagen del Ratón Mickey, muy parecida a la que algunos años antes, Sajen le habría regalado a su segundo hijo varón para su cumpleaños junto con un kit completo de productos de Mickey

En la mayoría de los casos, las víctimas describieron que usaba ropa deportiva, jeans, bermudas, buzos y una gorra blanca con la que ocultaba su rostro. Varias veces anduvo con ojotas y no dudó en usar camperas inflables (de aquellas que parecen una bolsa de dor­mir), a pesar de las altas temperaturas del verano. Según señalan los investigadores, llevar campera le permitía esconder con facili­dad cualquier arma o bien modificar su apariencia si debía esca­par de la Policía ante cualquier contingencia. Es decir, si una chica alcanzaba a escapar, era probable que le dijera a la Policía que el violador andaba con campera. Para cuando los móviles salieran a buscarlo, él ya se habría cambiado de ropa.

 Jamás se disfrazó de albañil, de médico o de enfermero, como supusieron en su momento algunos detectives abocados al caso. Sí solía andar con una mochila, en cuyo interior nadie sabe qué llevaba.

Por lo general, a la hora de violar a una mujer, no se bajaba por completo los pantalones, por las dudas tuviera que escapar ante una eventualidad. Sólo si se sentía tranquilo, sabiendo que no co­rría riesgos, se desnudaba de la cintura para abajo. En esos casos, supo obligar a sus víctimas a que le besaran un lunar que tenía en el muslo derecho.

El 1" de mayo, cerca de las 20.30, abusa de una joven de 19 años, oriunda de un pequeño pueblo del interior cordobés, en un baldío ubicado a pocas cuadras de los Tribunales II, en proximidades de la estatua de Domingo Sarmiento ubicada en la avenida Pueyrredón, en el barrio Güemes. La joven había sido abordada mientras cami­naba sola por la esquina de la calle Duarte Quirós y la Cañada. Durante la violación, Sajen se desnudó casi por completo, pero le dijo que no podía terminar porque estaba nervioso. A la hora de formular su denuncia, la víctima relató que le llamó la atención la vestimenta que llevaba el hombre. Luego de abusar de la chica oral, vaginal y analmente, el serial le dio dos pesos para que se tomara un taxi y pudiera volver a su casa.

Por lo general, las víctimas elegidas por Marcelo Sajen tenían un perfil determinado. No tenían más de 25 años, eran menuditas, delgadas, de espaldas pequeñas y con cola llamativa. La mayoría tenía un rostro con facciones delicadas, tez blanca, pelo castaño o rubio y por lo general largo hasta los hombros. Ninguna tenía que ser más alta que él (Sajen medía casi 1,70 metro). En este sentido, investigadores de la causa resaltan el parecido físico de estas vícti­mas con la esposa de Sajen, Zulma Villalón, cuando era adolescen­te. En esta línea de análisis infieren que Sajen veía -o buscaba- en sus víctimas a la Zulma de años atrás. Señalan que el violador se­rial llegaba a tratar a varias víctimas como si fueran novias sumi­sas con quienes quería pasar largo tiempo. Si eran vírgenes, más se excitaba.

 En varias oportunidades, el violador serial permaneció un buen lapso Acostado en los baldíos junto con ellas, mientras les prodiga­ba palabras cariñosas y les decía que tuvieran cuidado de andar solas por la calle no vaya a ser cosa que las sorprendiera un dege­nerado. Hubo casos en los que llegó a decirles: "Qué lindo sería poder estar con vos en una cama, pero bueno, eso no se puede".

Vale reiterar que luego de cometer algunas violaciones, acom­pañó a las jóvenes por varias cuadras, sin dejar de abrazarlas. Esto tiene dos lecturas. Algunos creen que lo hacía para cerciorarse de que no iban a buscar a un policía de inmediato para hacer la de­nuncia, lo que le daba tiempo de escapar. Sin embargo, no es des­cabellado pensar que Marcelo Sajen completaba así una fantasía de ser por un momento el novio de esas inocentes víctimas a quie­nes les acababa de marcar la vida para siempre. En uno de esos episodios tuvo la "delicadeza" de acompañar a su víctima, detener un taxi, abrirle la puerta del mismo y saludarla antes de escapar.

 Los psicólogos que analizaron su caso, resaltan que el violador serial justificaba sus ataques sexuales y disolvía cualquier tipo de culpa, diciéndole a sus víctimas: "Bueno, de última sólo nos echa­mos un polvo, qué tanto". Incluso, según estos profesionales, él tras­ladaba la responsabilidad de lo que había sucedido a la presa de turno: "Es tu culpa tener una cola tan linda".

El 4 de mayo, ataca a una chica de 20 años, oriunda de una provincia vecina a Córdoba y, luego de recorrer más de 10 cuadras, abusa de ella en el mismo baldío de la avenida Pueyrredón donde había atacado a otra mujer tres días antes. La joven es violada contra una pared y luego en el suelo. Al terminar, Sajen se lamenta de no tener otro lugar para estar junto a ella. Luego, le pregunta hacia dónde quería ir y la amenaza con que no le cuente a nadie lo que ha sucedido. "Se van a reír de vos, porque me prestaste la cola", le dice. Según relató luego la joven a un policía, a los tres meses, el violador fue al negocio donde trabajaba en pleno centro de Córdoba y le preguntó por el precio de un par de zapatillas. "Vos no te acordás de mí, pero yo sí me acuerdo de vos. Chau, hasta mañana", le dijo antes de abandonar el local.

 

Hoy se sabe que Marcelo Sajen se movía con total naturalidad por las calles de Nueva Córdoba, sin importarle que hubiera muchas personas ya sea en la calle o bien en los bares o boliches existentes en el corazón del barrio.

De todos modos, por lo general, abordaba a sus víctimas en los sectores más alejados de la barriada, allí donde las calles son más oscuras, las obras en construcción abundan y los cyber y locutorios telefónicos están casa de por medio. No le importaba en absoluto que hubiera gente en las proximidades cuando abrazaba a la vícti­ma elegida: sabía que pasaba tranquilamente sin ser advertido, como si fuera el novio o un cariñoso amigo. ¿Cuántos ataques se hubiesen evitado si la Policía de calle hubiera tenido al menos este insignificante dato?

 Además, el serial sabía zafar de situaciones inesperadas, como cuando alguna joven lograba escaparse y corría a buscar ayuda. En esos casos, la insultaba a los gritos ("loca de mierda, es la última vez que salimos juntos", vociferó una vez) y se alejaba caminando como una persona más. En otra oportunidad, mientras llevaba a tres chicas hasta el Parque Sarmiento se cruzó en el camino con un automóvil cuyo conductor empezó a decirle piropos a las jovencitas. "Ellas vienen conmigo, así que váyanse nomás", dijo Sajen en un tono tal que hizo que el auto se marchase rápidamente.

El 11 de mayo, poco después de las 22.30, sorprende a una joven de 25 años en la zona de Nueva Córdoba y la hace recorrer un largo trecho hasta violarla. En el camino, la chica ve que a lo lejos venía su hermano caminando y, sin darse cuenta, se lo dice a Sajen, quien la hace doblar rápidamente en una esquina. El muchacho recién se enteraría de la violación, una vez que su hermana regresó al departamento, completamente destruida.

A pesar de la escasa presencia policial en la zona de Nueva Córdoba en aquel 2003, el violador serial supo cruzarse en más de una oportunidad con un policía o con un patrullero mientras llevaba a su víctima rumbo a un descampado. Varias jóvenes relataron que, si bien el depravado solía estar nervioso y miraba para todos lados cuando las llevaba, jamás se alteró demasiado al toparse con un hombre de azul. En una oportunidad, pasó junto a un móvil del CAP abrazado con una estudiante, que no atinó a hacer ningún gesto porque estaba amenazada de muerte. Otra vez, mientras caminaba por la calle Rondeau sujetando a una chica de unos 20 años, pasó tranquilamente al lado de un policía que, handy en mano, hacía custodia en una esquina. "Eso demuestra que Sajen sabía actuar. Si hubiera cruzado la calle, si se hubiera dado vuelta para caminar hacia el lado contrario, si se hubiera puesto nervioso, ahí se habría comportado en forma sospechosa y el policía podría haberlo parado", admite un investigador de la Policía Judicial y agrega: "Sin embargo, el serial siguió adelante con su plan, fue al descampado y violó a la mujer".

Otro caso que causó asombro respecto a cuán lejos estaba dis­puesto a llegar Sajen, se produjo durante una violación en el Parque Sarmiento. Mientras la chica era abusada detrás de unos ar­bustos, vio los fogonazos azules de un móvil policial que pasaba a pocos metros. El serial le tapó la boca con una mano, mientras que con la otra le apoyaba una pistola en la sien. El patrullero pasó lentamente. Una vez que estuvo lejos, la violación prosiguió.

 Bien vale aclarar que al momento de 2003, ningún policía del CAP que patrullaba la zona tenía un conocimiento acabado sobre la existencia de un violador serial. La noticia era increíblemente propiedad exclusiva de un par de investigadores de la División Protección de las Personas.

 En las comisarías, en los patrulleros, en los puestos de custodia en las esquinas, ningún uniformado común lo sabía. O si lo sa­bía, nadie le había dado directivas expresas o las características del sujeto, lo que para el caso era lo mismo. Sajen se movía enfren­te de ellos, a espaldas de ellos, junto con ellos y nadie lo veía.

 Ante esta situación muchos llegaron a pensar que Sajen bien podría haber contado con la supuesta complicidad de algún efecti­vo de la fuerza. "¿Proteger a un violador? Eso es un disparate. Aho­ra, si contaba con complicidad de algunos policías que lo conocían por ser ladrón de autos, es otra cosa. De todos modos, no tenemos pruebas concluyentes para afirmar que Sajen, como levantador de autos, haya contado con ayuda policial", opina el comisario Eduar­do Bebucho Rodríguez , quien por esas cosas de la vida - que en la historia de una institución como la Policía, tienen poco de casuali­dad y mucho de intrigas y conveniencias- terminaría, después de pasar tres meses castigado al frente de la Unidad Departamental Cruz del Eje, convirtiéndose en el jefe de la Dirección General de Investigaciones Criminales.

 Su nombramiento se produjo después de que Nieto fuera des­plazado en el marco de una masiva purga, que incluyó a toda la plana mayor de la Policía, dispuesta por De la Sota tras un acuar­telamiento policial en reclamo de mejoras salariales y por la fuga del Porteño Luzi del penal de Bouwer.

 A lo largo de los trece días que siguieron a la fuga de Martín Luzi, ocurrida el 12 de agosto de 2005 y hasta su recaptura el día 25 del mismo mes en la localidad de Vinchina, La Rioja, Rodríguez  pasaría de ser casi un paria de la Policía, a convertirse en el prin­cipal artífice de su propia recuperación.

La permanente sospecha sobre la posible connivencia de Sajen con algunos miembros de la Policía será analizada páginas más adelante.

El violador serial, volviendo a aquellos meses en Nueva Córdoba, se sentía tranquilo mientras acechaba en las calles. Jamás te­mió pasar frente a edificios oficiales y que contaban con uniforma­dos de custodia, tales como la Delegación Córdoba de la Policía Federal, Gendarmería Nacional, la Side, los Tribunales Federa­les, los Tribunales I e incluso la Policía Judicial.

El 27 de mayo, a las 22.20, el violador serial abraza a una chica de 23 años, oriunda del interior de Córdoba, y que hacía pocos mi­nutos acababa de salir de un gimnasio de la calle Corrientes, en el centro de Córdoba. Rápidamente la lleva caminando en dirección al río Suquía. En el recorrido, el depravado ve un patrullero, pero ni se inmuta y pasa al lado caminando junto a la joven. Se dirige hasta la Costanera y, en proximidades del puente 24 de Setiembre, contra un muro y a metros de las chozas de unos cirujas, viola a la mujer. Durante el tiempo que dura el ataque, la chica no deja de oír autos y gente caminando que pasan sin cesar por la Costanera.

Los investigadores señalan que Marcelo Sajen era un violador por poder, refiriéndose a qué era lo que le otorgaba satisfacción en sus ataques. En este punto entienden que su método de ataque in­cluía situaciones que de alguna manera incrementaban el placer que sentía al ejecutarlo. Se podría decir que él disfrutaba de la situación de poder que ejercía sobre la víctima desde el momento de su captura y que esa sensación se acrecentaba al pasearse por lugares abarrotados de gente, cerca de móviles policiales, etc. Como si el desafío a las personas que debían descubrirlo le diera un va­lor agregado a su excitación.

En el mismo contexto -como ya se ha descrito-, cuando las víctimas pedían piedad, él tenía dificultades para mantener su miembro eréctil.

Esta particularidad hizo especular a los investigadores que Sajen quizás podría haber sido víctima de abuso, entendiendo que, al escuchar los ruegos de piedad, algo se activaba en su memoria (¿sus propios gritos de piedad? ¿Los de alguien cercano?), provo­cándole ese tipo de disfunciones.

El 4 de junio, alrededor de ¡as 22.20, reduce a una joven de 21 años a quien venía siguiendo desde hacía cuatro cuadras a lo largo de la avenida Chacabuco, en proximidades de la plaza España. In­tenta robarle, pero ella no tenía dinero. La conduce hasta el ex Foro de la Democracia, donde termina obligándola a que le practi­que sexo oral. Antes de escapar, la amenaza para que se quede quieta durante unos cinco minutos.

A la joven la llamaremos Lucrecia. A continuación se reprodu­ce, en base a un registro escrito, parte de una entrevista grabada que un investigador de la Policía Judicial mantuvo con ella meses después del ataque.

La historia de Lucrecia

-Bueno, quiero que haya quedado claro Lucrecia. Vamos a volver la película para atrás y vamos a apelar a tu buena memoria. Contanos cómo era tu vida, lo que vos hacías, con quién vivías...

 -Siempre viví en el mismo domicilio, con mi mamá, mi abuelo y mi hermano.

-Contame Lucrecia, ¿y qué hacías?

-Yo estudiaba en la facultad y trabajaba como maestra particu­lar de lunes a viernes. Primero daba clases y luego, a la tarde, me iba a la facultad.

-¿En qué te ibas al centro? ¿En colectivo?

-En el colectivo C3 o en el C5. A veces me iba caminando a la Universidad y me volvía caminando.

-¿Y de la facultad salías tarde?

-Sí, a las 23 horas. Tomaba el colectivo siempre. A veces cuan­do se me pasaba o hacía frío, como no me gustaba esperar, me iba caminando hasta la plaza España. Pero ese día no conseguí cospeles. Entonces seguí caminando. Yo siempre solía volver de la facultad con mi novio. Pero ese día, él justo no había ido a la facultad. Yo salí antes de clase y decidí volverme sola.

-Aparte de no tener cospeles ese día, ¿te pasó otra cosa atípica?

-No

-¿Y con tu novio a dónde solías ir los fines de semana, por ejem­plo? ¿Iban a bailar?

-íbamos a comer afuera. O íbamos al shopping Patio Olmos, o a una parrillada en la Maipú o a una heladería.

-¿Has dejado algún curriculum en alguna empresa alguna vez?

-Sí, en varios lados.

-¿Y dejaste fotos en los currículums?

- Sí, varias veces.

-¿Y alguna vez tuviste algún problema?

-No, nunca.

-¿Alguna vez tuviste algún problema con alguien del grupo de la iglesia a la que vas?

-No, es un grupo muy bueno.

-Y cuando andabas en la calle, ¿tomabas cualquier Remis o alguno en particular?

-Cualquiera, el que pasara.

-¿Ibas al banco a pagar algunos impuestos? ¿Tuviste algún pro­blema con algún cajero?

-No, jamás.

-¿Cuántos años tenés?

-22 años.

-Bueno Lucrecia, necesito que me orientes sobre aquel día, desde el momento que esta persona te agarra hasta que te deja libre, el tiempo que transcurrió, sé que los momentos difíciles parecen eternos y los felices son cortitos.

-Yo salí de la facultad y pasé por la plaza España. Bajé por la Chacabuco y crucé frente a un bar. Ahí, cerca de un quiosco de revistas, me pareció ver a alguien raro que me estaba mirando mucho. Ahí preguntó, algo en el negocio que vende cospeles...

-Te pareció sospechoso.

-Lo vi ahí y me dijo algo. Lo miré y se levantó.

-¿En San Lorenzo te aborda?

-En Obispo Oro. En un momento, me agarran de atrás. Yo pensé que era mi novio. Eran como las 10 y 25 de la noche.

-¿Y cuándo te deja libre?

-Y, como a las 11 menos cuarto.

-Con el autor, ¿el tiempo pasó rápido?

-Sí. Me tomó y aparecimos en el Foro.

-¿Y ahí es donde te somete?

-.

-Hay algo que nunca comentaste o que consultaste con tu almo­hada y no te animaste a decirlo a la persona que te tomó la declaración?

-No, yo lo dije todo como te lo cuento a vos.

-O sea que no hay nada que te haya quedado para vos sólita.

-No.

-¿Hay algún detalle que a lo mejor no dijiste, como una mancha que él tiene en su miembro? ¿Había luz?

- Sí, se veía perfecto. Lo que pasa es que estábamos en una lomadita al oscuro, pero había luz del edificio que está abandonado y que tiene luz al costado.

-¿Y esa mancha te llamó la atención? ¿Estaba en la punta, en un costado, en todo el miembro?

-No era una mancha de cicatriz. Estaba en el tronco, por ahí...

-¿Algo más que te acuerdes?

-Ahhh, se bajó el cierre, no se bajó el pantalón.

-¿Intentó sacarla, bajándose el cierre?

-Sí. Y me hizo hacerle una fellatio.

-¿Tenía una conducta violenta, verbal o físicamente?

-Cuando yo me tropecé, me dice: "¡Che boluda, qué hacés!". Pensó que yo me quería escapar. Porque me hizo subir por una canaleta que estaba con agua. Y yo pisé una botella y me resbalé.

-¿Vos tenés la sensación que él conocía el lugar a donde te llevaba?

-No sé. Daba la sensación que estaba buscando otro lugar. Por­que primero fue costeando como yendo para la terminal de ómnibus, pero después se volvió y me llevó para el otro lado.

-Vos Lucrecia dijiste, cuando declaraste por primera vez, que él tenía una campera azul como la que usan los policías.

-Sí, esa que por dentro es naranja y tiene un avioncito.

-¿Tenía algún olor especial? ¿Alcohol? ¿Cigarrillo?

-No, tenía mucha pinta de policía.

-¿Te parecía que era una persona limpia?

-Ajam.

-Respecto a esa sensación de que te parecía un policía, ¿la tenés de aquella vez o es por lo que se ha hablado en la prensa, en los diarios?

-Es por la forma en que él hablaba. Cuando íbamos caminando, por ejemplo, me decía: "¿Cuál es tu gracia?". Mi papá es poli­cía y siempre usa esas palabras. Él hablaba como un lenguaje de policía y tenía tonada de cordobés.

-Bueno, te voy a decir que nosotros tenemos la tonada muy marcada. Uno no nota la diferencia como si hablara con un vecino. ¿Viste si tenía un arma?

-Claro. En un momento, la deja.

-¿Vos sabés la diferencia entre las armas?

-Sí. Era como la de la Policía. Pero esa estaba despintada. Era como plateada, pero estaba oxidada, como vieja y pintada encima.

 Sospecha

Como era de esperar, los primeros investigadores que tomaron el caso del violador serial en 2003 empezaron a considerar la posi­bilidad de que el depravado fuera un policía. "Si ya tuvimos un Machuca, bien podíamos tener otro de ese tipo en nuestras filas. Y reconozco que eso nos desesperó mucho", confiesa un alto inte­grante del área de Investigaciones.

 Las sospechas de los pesquisas se basaban básicamente en tres puntos: la forma en que el violador hablaba y se movía (el hecho de palpar a las jóvenes, por ejemplo), el uso de una pistola calibre 11.25, que a los ojos de un inexperto se confunde con una 9 milíme­tros y, por sobre todo, el hecho de dejar de atacar aquellas noches que los detectives tendían una celada con mujeres de anzuelo y policías de civil mezclados en distintos sitios, ya sea como mozos en los bares, recolectores de basura o simples vecinos esperando el ómnibus.

Palabras claves , , ,
1 Comentario  ·  Recomendar
 
FULLServices Network | Blog profesional | Privacidad