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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//07 de Octubre, 2010

Perla B. "Cocinera "

por jocharras a las 11:00, en Mujeres Asesinas
Perlas B. " Cocinera "


En los cursos de cocina, Perla B. se destacaba por su dedicación y prolijidad. Metódica, anotaba los ingredientes y los pasos a seguir, y más tarde, a la noche, intentaba memorizar las recetas como si fueran poesías. "Es un ejercicio para la cabeza ", les decía a sus compañeras.

En realidad, Perla no sentía la menor pasión por la gastronomía: simplemente quería estar un rato fuera de su casa y distraerse del agobio doméstico.

Tenía treinta y cinco años y hacía seis que estaba casada con Daniel, a quien ella calificaba como "el hombre más importante del mundo, el que me cambió la vida”. Era verdad: cuando se conocieron, Perla estaba más interesada en convertirse en monja que en tener un novio. Pero bastaron unos cuantos encuentros con él para abandonar toda pretensión religiosa.

A Daniel, seducir a Perla le resultó una experiencia nueva y estimulante. Nunca había salido con una mujer tan ingenua y a la vez tan curiosa a la hora de aprender.

Sin embargo, el casamiento marcó el inicio de los conflictos. Daniel se había casado. Sin miedo ni prevenciones: para él, una libreta no hacía ninguna diferencia ni marcaba un antes y un después en la vida de nadie. Por eso, ni bien volvieron de la luna de miel, él llamó a Claudia, una antigua amante, y salieron a festejar el reencuentro. Perla se quedó en la nueva casa, desarmando las valijas y mirando el reloj hasta que, a las siete  de la mañana, escuchó la puerta.  

Daniel soportó los reproches de su mujer con una mirada helada y le explicó que se tendría que acostumbrar a sus horarios erráticos. "Siempre viví así y no veo Por qué voy  tener que cambiar. “

Perla lloro y se angustio, pero al fin llego a la conclusión de que todo iba a mejorar: Daniel estaba actuando por un lógico temor al compromiso. En cuanto se acostumbrara a su nueva condición de hombre casado, las cosas se pondrían en su lugar.

Perla había asumido su rol de esposa con estoicismo. Padecía las humillaciones constantes de su marido sintiendo una incomodísima sensación de culpa. Estaba, además, asombrada por la transformación de Daniel. Ya no era el hombre cariñoso del que se había enamorado, sino una persona despótica y egoísta que le hacía la vida imposible. Sin embargo, ella se sentía responsable por todo y rezaba durante horas para revertir la situación.

Luisa, la madre de Perla, trataba de consolar a la hija con argumentos prácticos: "Si tu marido sigue así, te divorciás y se acabó". Pero para Perla, el recurso del divorcio era demencial. “¿Cómo me voy a divorciar? Me casé para toda la vida." Le explicaba entonces a su madre que había mil cosas paras hacer antes de llegar a ese punto, y destacaba el poder persuasivo del diálogo. "Hablando todo se arregla, mamá, quedáte tranquila. "

Perla pasaba el día entero en su casa sin nada para hacer. A la mañana le preparaba el desayuno al marido, le alcanzaba la ropa recién planchada y lo despedía con una sonrisa insegura. Después hacía las compras, cocinaba, acomodaba la casa y se sentaba en un sillón a esperarlo.

Daniel tenía un negocio de compra y venta de repuestos para autos, que lo hacía vivir al día y malhumorado. Harto de sus clientes, de las inspecciones municipales y de los proveedores impiadosos, desquitaba su furia con la mujer, que día a día estaba más sometida y acobardada ante las actitudes hostiles del marido.

"La veo sentada en la cocina esperándome y ya tengo ganas de pegarle", le decía a su socio, Luis, que se asombraba de las constantes peleas telefónicas del matrimonio.

Un año después de la boda, Perla quedó embarazada. Luis recibió la novedad como una tragedia. Le explicó que estaba a punto de ampliar el local y que necesitaba poner todo su dinero y su energía en ese proyecto. "Vamos a tener que dejar el hijo para más adelante", anunció.

Perla estaba desolada. Por sus convicciones religiosas, veía el aborto como un simple asesinato. Daniel dejó de lado sus modales brutales y decidió convencer a la mujer de otra manera. La abrazó, le preparó un té, y le dijo que en el futuro podrían tener más hijos, y que esos hijos vivirían en mejores condiciones. “Pero ahora es imposible. No tenemos un mango. El pibe no va a poder criarse bien y nosotros vamos a estar peleando de la mañana a la noche."

Perla aceptó. Para recompensarla, y como gesto de agradecimiento y buena voluntad, Daniel le regaló un set de elementos de cocina que incluía un delantal, peladores de verdura, ralladores, cuchillos y budineras.

Daniel seguía visitando a Claudia, su antigua amante, con la misma regularidad de siempre. Dos o tres veces por semana, como un novio de toda la vida, aparecía sonriente y con un vino, dispuesto a quedarse a comer y a dormir.

Claudia se asombraba por la paciencia absurda de la esposa, que aceptaba que su marido pasara noches enteras fuera de la casa. Para Daniel, sin embargo, se trataba de una situación normal. "Yo me casé, no me pegué un tiro en la cabeza, y si a ella no le gusta, que se la banque."

En la casa, Perla esperaba, leyendo libros de autoayuda que sacaba de la biblioteca del barrio.

Su madre, que estaba al tanto de la conducta de Daniel, no podía soportar la pasividad de la hija y su mansedumbre frente a la actitud del marido. "iReaccioná! Te portás como una estúpida ", le gritaba enfurecida. "Mejor te hubieras hecho monja, que al menos no te iban a humillar como te están humillando."

Daniel ya le había hablado a su esposa de la existencia de Claudia, disimulando apenas el tenor de la relación. Le dijo que era su "amiga íntima", que se aconsejaban mutuamente, que se querían y que nunca iban a dejar de verse. Perla había intentado invitarla a comer, pero Daniel se negaba. "No hay que mezclar las cosas."

Sí invitaba, en cambio, a otros amigos, en especial a Esteban, un ex compañero de colegio, y su esposa Lucy. Con ellos se había establecido una rutina invariable: comían juntos los sábados y los miércoles a las nueve de la noche.

Muy rápido Lucy se dio cuenta de que Perla estaba viviendo un matrimonio tortuoso y desdichado. Frente a ella y al resto de los invitados, Daniel criticaba la comida de la mujer, le decía que sus comentarios eran estúpidos, le gritaba, y hacía menciones descaradas acerca de sus citas con Claudia, su "amiga íntima”.

Incómoda, Lucy trataba de desviar la conversación hacia otros terrenos, pero el daño estaba hecho.

Solas en la cocina, Lucy le decía a Perla que tenía que controlar a su marido antes de que fuera demasiado tarde. "Si lo dejás que te trate así, va a ser cada vez peor. Ponélo en su lugar." Perla escuchaba, en silencio, pensando que, acaso, la insistencia de Lucy en criticar a Daniel ocultaba otras intenciones.

Una tarde, mientras hacía unas compras, Perla vio, pegado en la puerta del mercado, un anuncio de clases de cocina. Anotó el número y llamó desde su casa para averiguar precios y horarios. Más tarde, cuando llegó el marido, ella le pidió el dinero para la inscripción.

Daniel estaba de buen humor: había cerrado un negocio interesante que le permitiría saldar una deuda con el banco. Le dijo que sí, que podía hacer el curso, y de paso mejorar la calidad de las comidas hogareñas, alas que él calificaba como asquerosas.

Perla estaba entusiasmada. Al fin tendría alguna actividad que la distraería de sus esperas y de su aburrimiento.

El curso en el que se anotó era de comida china, las clases se daban los martes y los jueves de 16 a 18. Feliz, Perla se preparaba desde la mañana, y salía a la calle con la actitud segura y orgullosa de quien está yendo a cursar sus primeras materias en la universidad.

En la casa preparaba las recetas que había aprendido, adaptándolas al peculiar gusto del marido: pimienta sí, pimentón no, cerdo sí, pollo no, fideos sí, arroz no.

Después de ese curso le siguieron otros más: comida árabe, repostería alemana, entradas calientes, comida criolla, carnes y pescados.

Cada vez que la esposa hacía una comida y desplegaba sus nuevos conocimientos culinarios, Daniel la criticaba y se burlaba de ella. "Si después de tantos cursos hacés esta porquería, imaginate si no estudiabas"

Una noche, mientras preparaba la comida para varios invitados, Perla volvió a decirle al marido que estaba interesada en conocer a Claudia. "Si querés yo la llamo", le sugirió a Daniel, que negó con énfasis la posibilidad de traer a su amante a su casa. Perla insistía: "Le digo yo que venga a comer con nosotros. Si es tan amiga tuya, no sé por qué no la voy a conocer".

Daniel estalló. “¿Sabés qué? No te la presento porque es mi mina. Y la conozco desde mucho antes que a vos. Así que no jodas."

Perla intentó darle un cachetazo. El marido le frenó la mano y le dio, a su vez, un golpe en el ojo que la tumbó.

Un rato más tarde, cuando llegaron todos a comer, Perla estaba poniéndose una bolsa de hielo en el ojo amoratado. Explicó en forma confusa que se había golpeado con la puerta del horno.

Con una excusa, Lucy la llevó al dormitorio y le preguntó por qué seguía adelante con el matrimonio. "Porque él es mi marido. Cuando está tranquilo, estamos bien."

Daniel compartía esa visión del matrimonio. A sus amigos les explicaba que Perla era una mujer buena, que hacía lo que se le pedía y que, además, a él le gustaba que fuera su esposa. "Es rompe bolas pero la quiero."

Después de haberla visto con el ojo golpeado, su madre empezó una campaña destinada a lograr la separación de Perla. Aparecía todos los días a la hora del almuerzo y trataba de convencerla de la necesidad imperiosa de contratar un abogado y tramitar un divorcio. Se había enterado, además, de la existencia de Claudia, y de la cantidad de veces que su yerno dormía fuera de la casa. “Si tu padre viviera, te sacaba de los pelos de esta casa. A la rastra te volvías con nosotros

Perla sentía que su vida era una lucha permanente. Su marido y su madre, las dos personas más importantes de su vida, la agredían y la consideraban alguien inferior, a quien podían ofender y manejar a su antojo.

A Lucy le confesaba su sensación de encierro. "No sé qué hacer. No veo ninguna solución, porque lo que me está pasando, me va a seguir pasando. “En las clases de cocina empezó a bajar su rendimiento. Se distraía, se lastimaba con los cuchillos y, de golpe, levantaba la mano para preguntar, con voz insegura, si esa receta no la habían visto antes. Lucy, que la acompañaba en algunos de los cursos, se reía de su confusión. Perla replicaba con tristeza. "Sí, me confundo. Todo el tiempo me parece que las cosas se repiten."

Una noche, antes de dormir, Perla le comentó al marido que quería trabajar. Un pariente de Lucy quería asociarse con ella para preparar viandas y venderlas en empresas de la zona. Lo único que necesitaba era una pequeña suma de dinero para empezar. Daniel se negó de plano. Le dijo que no pensaba darle ni un solo peso. "Y lo hago por tu bien. Porque después te vas a fundir y me vas a venir a llorar a mí." Perla siguió insistiendo y le dijo que una de sus profesoras la había felicitado y le había dado la idea de abrir un restaurante con pocos cubiertos, para ir empezando. Daniel la miró, asombrado. "Qué manga de pelotudas las profesoras No tienen ni idea de lo que es un restaurante" Perla insistió un buen rato mientras Daniel, exagerando su indignación, había prendido el televisor a todo volumen para no escucharla. Ella trató de seguir argumentando, pero se dio cuenta de que era inútil.

Al otro día le comentó a Lucy su charla frustrada. "Eso me pasa por creer que podía zafar. "

Un miércoles Perla se despertó y se dio cuenta de que su marido todavía no había vuelto. Eran las nueve de la mañana. Nunca había desaparecido por tanto tiempo: lo habitual cuando se quedaba a dormir en lo de su "amiga íntima " era que volviese a las siete, como máximo.

Perla se vistió, se arregló y se sentó en el comedor a archivar sus notas de cocina. Más tarde apareció la madre, para insistir con el tema del divorcio. "Me dijeron que no sale con una sola. Tiene varias ", le comentó escandalizada a la hija.

Cuando volvió a quedarse sola, Perla llamó al negocio del marido. Un empleado le dijo que justamente Daniel había llamado hacía un rato para decirle que llegaría a las cinco de la tarde.

Muy afectada, Perla se propuso no insistir. Esa tarde, a las siete, la hora en la que él habitualmente volvía del trabajo, tampoco apareció.

Toda la noche Perla se quedó viendo televisión, leyendo sus libros de auto ayuda y llorando desconsolada. A la mañana siguiente no había ninguna novedad. Perla se dijo que no tenía que buscarlo pero al fin, cerca de las tres de la tarde, no resistió más y lo llamó al local de repuestos. Esta vez el empleado le dijo que no lo iba a encontrar: Daniel había llamado antes para anunciar que se tomaba un par de días de descanso.

Al tercer día, Perla fue a la casa de Claudia. Hacía tiempo que había copiado su dirección de una agenda del marido. Le abrió la puerta una mujer muy alta, desgarbada, con el pelo negro y enrulado. Perla, sintiéndose fea y disminuida, le preguntó si era la amiga de su marido. Claudia asintió con un movimiento de cabeza. Perla, tartamudeando, le dijo que estaba preocupada por la ausencia de Daniel y que quería saber si había pasado por ahí. Ante el silencio provocador de Claudia, Perla preguntó en voz baja si podía verlo. Claudia sonrió, despectiva. "Acá no lo tengo. Por ahí está en un telo, con otra amiguita."

Perla volvió a la casa, sin saber qué hacer. Un rato después, Daniel la llamó para preguntar, con voz helada, si uno de sus proveedores lo había estado buscando, y para anunciar que más tarde iría a comer.

Cuando volvió a la casa, Daniel encontró a Perla en la cocina, picando cebollas y ajos. Se acercó a ella y a los gritos le preguntó por qué había ido a ver a Claudia. Le dijo que no tenía por qué meterse en la vida de los otros, y que agradeciera que su amiga no la hubiera echado de su casa a patadas en el culo.

Muy asustada, Perla le explicó que no fue a lo de Claudia para incomodarla sino porque estaba preocupada por él. "Pensé que por ahí te había pasado algo."

Daniel fue terminante. "Si volvés a ir a lo de Claudia, te reviento. A Claudia no la jodés más, ¿te quedó claro?"

Perla Bajó la vista y continuó con su tarea de pelar ajos y picarlos, mientras seguía escuchando las recriminaciones violentas de su marido.

De pronto, Perla miró a Daniel. “¿Entonces vas a volver a lo de Claudia? ¿Entonces vos viviste estos días con Claudia?", preguntó, en tono casi infantil.

Daniel sonrió. "Voy a estar todo el tiempo que quiera con Claudia, es un descanso que me tomo de esta vida de mierda. "

Perla se acordó de los consejos de su madre y de Lucy. Las dos, cada una a su manera, le habían explicado que no podía permitir que su marido hiciera lo que se le antojase. Tomó aire y se animó. "No, no vas a ir más. No me gusta que vayas.”. Daniel se le acercó despacio y, de improviso, le dio una cachetada que resonó en la cocina. Cuando levantó la mano para darle el segundo golpe, Perla agarró el cuchillo y se lo clavó en el pecho. Cuando cayó, le cortó la garganta.

Dos días después, Perla hizo la denuncia en la comisaría. Su marido había desaparecido y nadie sabía nada de él. Explicó que no era la primera vez que faltaba de la casa, pero nunca antes se había ausentado por tanto tiempo.

El policía que le tomó la denuncia preguntó si por casualidad existía otra mujer. Perla, con lágrimas en los ojos, asintió. El policía le dijo que lo mejor sería esperar un par de días más antes de empezar la búsqueda. Mientras tanto, alertaría a los hospitales de la zona, las comisarías y las morgues judiciales. Antes de despedirla, la tranquilizó. "Seguramente anda por ahí y en cualquier momento aparece."

Ya de vuelta en su casa, Perla llamó por teléfono a su amiga Lucy. Le dijo que Daniel la había abandonado sin siquiera tOmarse la molestia de avisar. "Me dejó plantada. No sé qué hacer." Lucy, desconcertada, le pidió que se calmara y ofreció su ayuda incondicional. Perla, con la voz entrecortada, anunció que pensaba hacer una comida en la casa para reunir a un par de amigos. "Por ahí a alguno se le ocurre dónde lo podemos encontrar." Le adelantó que llamaría a Sergio y Omar, los mejores amigos de Daniel, y le pidió a ella que fuera con Esteban, su marido.

Lucy prometió que irían y ofreció su ayuda para la comida. Perla se negó. "No traigan nada. Yo voy a cocinar, así por lo menos me distraigo."

Cuando terminó de hablar con Lucy, Perla se puso un delantal y empezó a cocinar. Primero abrió un cajón que guardaba debajo de la mesada, y de allí eligió un zapallo bien grande, choclos, cebollas, papas, batatas y zanahorias. De la heladera sacó un pollo entero y los trozos del cadáver refrigerado de Daniel. Haría un puchero, siguiendo la tradicional receta criolla que le habían enseñado en su curso, aunque reemplazaría la carne vacuna por la del marido.

Los amigos llegaron a las nueve, con gestos compungidos y varias botellas de vino. El puchero ya estaba hirviendo en la olla hacía varias horas.

Sergio y Omar estaban incómodos y se sentían culpables. Habían pasado años mintiéndole a Perla para cubrir las infidelidades de Daniel, y sabían que, a esa altura, ella ya estaba al tanto de todo. Omar, cabizbajo, la saludó con un beso y le aclaró que esa vez ellos no sabían nada. Perla le sonrió con tristeza y le dijo que no los había, invitado para hacerles recriminaciones. "En serio, ahora tenemos que pensar en Daniel y nada más. "

Lucy se ofreció a servir la comida pero Perla se negó con firmeza. "La cocina está hecha un desastre. Ahí me entiendo yo, nada más." Mientras todos se acomodaban en la mesa del comedor, Perla iba llenando los platos hasta los bordes y los llevaba a la mesa uno por uno, para que no se derramase el caldo.

Esteban, el marido de Lucy, dijo que había llamado a varios amigos en común para preguntar si alguien lo había visto. Todos le habían dicho que hacía días que no se lo cruzaban, Omar, con cierta timidez, quiso saber si habían discutido, o si Daniel había anticipado que quería irse de la casa. Perla miraba su plato lleno y negaba con la cabeza. Al fin, aclaró que siempre discutían por una cosa o por otra, pero que eran discusiones pasajeras y hasta normales en la pareja.

Sergio reconoció que había llamado a una amiga de Daniel para saber si él se había instalado con ella durante esos días. Todos lo miraron con reprobación: mencionar en ese momento a una amiga de Daniel era una imprudencia imperdonable. Sin embargo Perla salió al rescate de Sergio. "No lo miren así. Yo sé todo lo de Claudia. Y lo fui a buscar ahí, a la casa de ella, pero parece que no estaba. "

Asombrados, todos escucharon en silencio, sin animarse a hacer ningún comentario.

Omar, para cambiar el clima de la reunión, pasó al tema de la comida. Elogió el puchero con admiración. "Ni mi vieja hace uno tan bueno. " Todos se unieron a los halagos. Sergio, entusiasmado, revolvía en su plato tratando de identificar ingredientes. "Le pusiste pollo, también. Tenés que darme la receta así mi mujer me hace uno, ahora que empieza el frío."

Cuando todos terminaron, Perla sirvió una segunda tanda. Lucy miraba a su amiga con pena y comía con voracidad, ansiosa por el evidente dramatismo de la situación.

A medida que comían el segundo plato de puchero, iban evaluando todas las posibilidades. Omar y Sergio confesaron su desconcierto. "Es raro, él debería habernos llamado para decir adónde se iba." Perla, que no había comido un solo bocado pese a la insistencia de sus amigos, se lamentaba por la suerte de su matrimonio. "Yo no quería que todo terminara así", repetía con angustia. Melancólica, Perla removía con un tenedor su puchero frío, hasta que de pronto levantó la cabeza y miró a los amigos de su marido como si en un segundo se hubiera dado cuenta de todo. "¿Y si le pasó algo?"

Por supuesto, los demás ya habían pensado en eso, pero descartaron la idea con falso optimismo. "No, qué le va a pasar." "Para nada." "Debe estar en algún lado viendo cómo volver sin que lo cagues a trompadas."

Perla, agobiada, se levantó para ir al baño.

Cuando quedaron solos, volvieron a repasar todas las posibilidades. Lucy estaba indignada. No podía entender cómo un hombre se iba de su casa sin tener siquiera el gesto de avisar. “¿Qué le costaba decirle que la estaba abandonando? Los hombres son de cuarta."

Omar miró su plato vacío. "Me parece que me voy a servir un poco más, ya que estoy", les dijo a los amigos. Fue a la cocina, mientras los demás trataban de recordar el nombre de alguien que pudiera tener datos de Daniel. De pronto escucharon un grito aterrador y el ruido de vajilla rota.

Corrieron a la cocina y encontraron a Omar vomitando en la pileta. Acababa de pescar un pie humano con el cucharón.

En sus declaraciones ante la policía, Perla mostró cierta confusión mental. "Hay cosas de las que no me acuerdo bien. Lo que sí sé es que a mi marido no le gustaban las comidas raras. El puchero le gustaba, de eso me acuerdo. En algún momento, mientras cocinaba, hasta pensé que él también iba a venir a cenar con los amigos, como siempre. Pero no iba a venir. Ya estaba ahí”.

Perla fue acusada de homicidio agravado por el vínculo.

La condenaron a doce años de prisión. "Tienen razón ", dijo, cuando escuchó la sentencia. "Actué por rabia, sin pensar, y está bien que vaya a la cárcel. "

Cumplió íntegramente su condena. Salió en libertad en 1984.


Fuente :

Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)


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