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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//16 de Diciembre, 2011

Clifford Olson

por jocharras a las 12:37, en Hombres Asesinos
Clifford “el asesino de niños” Olson


Desde noviembre de 1980 hasta julio de 1981 desaparecieron varios niños y jóvenes en los pueblos cercanos a Vancouver. Olson dejó un rastro de 11 niños mutilados, algunas víctimas mostraban signos de ataques sexuales.

Clifford Olson nació el 01 de enero de 1940 en el hospital de Saint Paul en la ciudad de Vancouver, British Columbia, Canada. En su niñez ya se perfiló como un abusador molestando continuamente a sus compañeros, pero fue a partir de los 10 años cuando comenzó su carrera criminal, la cual iba en escalada conforme se hacía mayor, durante su adolescencia comenzó con atracos y robos a mano armada, hurto de autos entre otros de su delitos. A lo largo de su vida fue detenido en 90 ocasiones por cargos tan graves como los mencionados, violación, fraude y finalmente por el asesinato de 11 niños y adolescentes.

Olson fue descrito por los psicólogos de la policia como una persona que tenía la inteligencia y madurez emocional de un niño, sin embargo simulaba tener un vida relativamente normal, era un hombre casado con un hijo. La vida penitenciaria de Olson comenzó en sentencias por delitos menores a los 17 años. Fue detenido y sentenciado a la Penitenciaría de British Columbia por sus crímenes, durante su estadía en 1974 atacó sexualmente a un convicto más joven, de 17 años. Después de ser puesto en libertad Olson asaltó a una niña de 7 años en Nova Scotia, este fue el principio de su comportamiento homicida y de la depravación sexual con las que ejecutó sus asesinatos.

La estadía de Olson en prisión fue complicada debido a que se enemistó con el resto de convictos por abusar físicamente de los más jóvenes y por hacer el papel de soplón con los guardias. Olson era atacado constantemente por los otros reos, el más severo atentado contra él fue en 1976 en la penitenciaría de Prince Albert en el estado de Saskatchewan, lugar donde fue apuñalado 7 veces por uno de los reclusos.

Mientras pasaba el tiempo en su celda optó por estudiar leyes y así comenzó a enviar cartas al estado quejándose del mal servicio y de las instalaciones de la prisión, por ello se ganó también el desprecio de los guardias.

Por estos motivos Olson rotaba de prisión en prisión, era la única manera de evitar que lo asesinaran. En la década de los setenta Olson se destacó por saber manipular el sistema penal desde su celda, hasta que finalmente fue trasladado a la Super Máxima Unidad (S.M.U.), lugar que comúnmente era visto como la prisión más segura del país.

Durante este periodo de traslados y cortas estadías en varias penitenciarias Olson conoce al asesino de niños de British Columbia, Gary Francis Marcoux, quien estaba preso por violar y asesinar brutalmente a una joven. Olson solía hablar con Francis sobre el sadismo con el que mataba a niños, sus encuentros con Marcoux le sirvieron para traicionarlo, exponiendo cartas y dibujos de Francis que dieron a las autoridades las evidencias necesarias para condenar a Marcoux. Olson obtuvo lo que quería, las autoridades reconocieron su ayuda por lo que recibió recomendaciones para salir bajo palabra de prisión, pero también ganó algo mas, desarrolló un apetito por la pornografía infantil.

Tras ser liberado en 1978, Olson partió de British Columbia para pasar una temporada en las "Marítimas". Durante ese tiempo era buscado por las autoridades por cargos de pornografía infantil, pero jamás fue arrestado por ello debido a que Olson ya estaba de vuelta en la prisión de British Columbia por otros cargos, en esta ocasión era por violación.

La desaparición de Christine Weller una niña de 12 años que vivía en Surrey, no llamó mucho la atención de la policía, sin embargo un mes después encontraron su cadáver, que había sido atacado sexualmente para después ser mutilado.

Es a partir del mes de abril cuando la policía empezó a recibir varios reportes de niños y jóvenes desaparecidos, uno de los primeros en encabezar la lista fue Darren Johnsrude de 16 años, quien había llegado hace solamente dos días a Vancouver, pero su destino era desaparecer en un centro comercial. El cuerpo de Darren fue encontrado en Mayo con el cráneo partido.

Collen Daignault una tímida niña de 13 años también desapareció de forma similar cuando Olson la raptó sin testigos.

Exactamente dos semanas después Sandra Wolfsteiner de 16 años desapareció mientras hacía autostop en los suburbios de Langley, Olson llevó a Sandra al lago Chilliwack y tras violarla le quitó la vida con un golpe en la cabeza.

En esos tiempos era muy común que los jóvenes hicieran autostop y por ello los reportes que la policía recibía sobre adolescentes extraviados no eran tomados con la respectiva seriedad. Además no contaban con efectivos suficientes, durante el periodo en el que actuó Olson, se reportaron 2.000 desapariciones y 18.000 denuncias por distintos crímenes, demasiado para los tan solo 200 agentes de la policía montada que se disponían en el cuerpo.


Clifford Olson años después en prisión donde aún continua encerrado con 11 cadenas perpétuas una por cada asesinato.

En Julio Ada Court de 13 años no llegó a su casa tras salir de su trabajo como niñera, durante la investigación policial para encontrarla descubrieron el cadáver de Judy Kozma en el lago Weaver quien también había desaparecido a principios del mes.

Cuando la policía armó una lista de sospechosos el nombre de Olson estaba en ella, pero incluso así Olson logró matar a cuatro jóvenes más en la última semana de Julio.

El primero en desaparecer en ese mes fue Raymond King de 15 años en New Westminster, Olson engaño al joven Ray con la promesa de un buen sueldo por un trabajo fácil, tras llevarlo por la ruta #7, camino que siempre usaba, Olson se desvió y tomó un camino rocoso para llegar a Harrison Mills y al lago Weaver, en algún punto de ese camino se detuvieron y el asesino apedreó el cráneo de Ray, se deshizo del cadáver tirándolo por una colina, su cuerpo también fue hallado en el lago Weaver.



Sigrun Arnd una joven alemana que vino a Canadá a visitar a un familiar fue la siguiente víctima de Olson, quien la recogió mientras hacia autostop cerca de Vancouver, su cuerpo fue encontrado en Richmond a unos 365 metros de donde Simon Partington había sido desenterrado el día anterior.


Sorprendentemente la siguiente víctima, Terri Lynn Carson vivía en el mismo complejo de Surrey donde Christine Weller lo hacía. Olson recogió a Terri quien estaba celebrando haber conseguido un empleo de verano, este hecho facilitó a Olson la tarea de que aceptara su habitual bebida con narcóticos para entumecer el cuerpo. Después el asesino se alejó de la ciudad dirigiéndose al este de Agassiz, cuando estuvo cerca de la orilla del norte del rio Fraser la estranguló en el bosque, quemó sus ropas y tiró los zapatos y cartera al rio.

Pero el caso que infundió pánico y terror en los residentes de la zona fue la desaparición del pequeño Simon Partington de 9 años, quien nunca llegó a la casa de su amigo el 2 de Julio de 1981.

Simon desapareció alrededor de las 10:30 am, vestido con pantalones vaqueros y una camiseta azul. Salió en su bicicleta con su cuaderno naranja de Snoopy, el niño se esfumó cerca de donde Christine Weller fue vista por última vez. Simon no pudo terminar su proyecto estudiantil, un cuento llamado “El tigre hambriento y el pato incrédulo” historia que anunció su prematura muerte y presagiando que ningún infante estaba a salvo. El cuerpo mutilado del pequeño apareció en Richmond.

Una semana después desapareció Judy Kozma de 15 años es el caso más extraño de todas sus víctimas. Una semana después de la desaparición de Simon Partington, Judy salió para Richmond a visitar a un amigo y una entrevista de trabajo en un restaurante Wendy´s. Judy era una morena bonita y tímida a quien Olson conocía por su trabajo como cajera en el McDonald´s, Olson se ofreció a llevarla en conjunto con el joven Randy Ludlow, el asesino trató de emborrachar los dos jóvenes, tarea a la que le ayudó Randy sin conocer los motivos de Olson ofreciendo un poco licor a Judy pues era una joven de 15 años que iba a buscar un empleo y estaba bebiendo en la tarde. Olson mostró un gran bulto de dinero y luego se fue a una licorería, al regresar dejó a Randy en Lougheed Mall y partió con Judy, esa fue la última vez que Randy la vio. La siguiente vez que Randy escuchó de Olson se enteró que se había ido de vacaciones con su familia al día siguiente de haber matado a Judy.

La historia de la siguiente víctima, Louise Chartrand de 17 años fue reconstruida por la policía tras su desaparición cerca de Maple Ridge el 30 de julio de 1981, Louise después de salir de su trabajo nocturno fue a comprar cigarrillos, pero Olson la rapto y drogó para llevarla fácilmente a Whistler, antes de llegar hizo una parada en el Squamish RCMP para recoger una pistola confiscada, pero debido a que el oficial a cargo no se encontraba se tuvo que ir y continuó su camino a Whistler utilizando una carretera de alta mortalidad debido a los accidentes en ella. En Whistler, Olson martilló el cráneo de Louise repetidamente para después enterrarla en medio de la nada.

Olson finalmente fue arrestado por manejar peligrosamente y por inducir a la delincuencia juvenil, la pasajera de 16 años no pudo demostrar que Olson era un criminal sexual, pero si colaboró diciendo que Olson le compró cervezas y le dio unas pastillas para dormirla.

Mientras los titulares de los periódicos decían que había un asesino serial suelto, los habitantes de la región de British Columbia estaban atemorizados. Durante este periodo de terror, Olson ya era el principal sospechoso, los oficiales encargados de vigilarlo admitieron que era difícil de seguir, decían que se detenía en la mitad de la calle y hacia repentinos giros en U, o se metía por callejones aledaños a la vía principal. También tenía el hábito de cambiar constantemente de coches alquilados, durante tres meses en los que fue vigilado viajó 20.000 Km en 14 vehículos alquilados distintos. Además durante el seguimiento Olson subió a un ferry para la isla de Vancouver tras haber asaltado dos residencias en Victoria, al salir del transporte se dirigió a Nanaimo, un viejo pueblo minero de carbón donde recogió a dos chicas que estaban haciendo autostop.



Clifford Olson atontaba a sus víctimas con pastillas en la bebida para una vez adormecidas violarlas y asesinarlas sin que estas ofrecieran mayor resistencia

La detención de Olson


Tres horas más tarde el coche salió de la via principal y se adentró en una carretera de tierra, las patrullas cerraron el paso y mientras un helicóptero vigilaba agentes se acercaron al lugar donde se detuvieron. Olson y las dos chicas se encontraban fuera del vehículo pasándose una botella de licor, los agentes escucharon como Olson invitó a una de las chicas a "dar un paseo a solas", la chica se puso a gritar, momento que los agentes aprovecharon para entrar en acción y detenerle, tras asegurarse de que las pasajeras estaban bien, prosiguieron a revisar el vehículo, allí encontraron una libreta verde con la dirección y el nombre de Judy Kozma. Lo cual fue evidencia suficiente para acusarlo del asesinato de la chica.

Clifford Olson fue arrestado el 12 de agosto de 1981 por el asesinato de la joven Kozma, pero la demencia del asesino no termino ahí. Olson tuvo la idea de vender la ubicación de los cuerpos que él había enterrado, cobrando $10.000 dólares por cadáver. La policía se negó a pagar al asesino por sus víctimas, pero el abogado del distrito general de Canadá aceptó crear un fideicomiso para el hijo de Olson y su esposa. El asesino aceptó y cumplió con su parte del trato, al final de toda la negociación se le “pagó” el acuerdo convenido, se estima que entre 90.000 y 100.000 dólares manchados de la sangre de 11 niños inocentes. Lo cual es un tema que aún se debate en los medios de comunicación de la actualidad.


Víctimas de Clifford Olson



Ada Court

Colleen Daignault

Daryn Johnsrude

Judy Kozma

Louise Chartrand

Raymond King Jr

Sandra Lynn

Sigrun Arnd

Simon Partington

Terri Lyn Carson

En los últimos días antes de su arresto, Olson conversó con los oficiales Fred Maile y Edward Drozda en un café sobre las supuestas evidencias que solo el asesino sabría y la ubicación de las pruebas, sus diálogos fueron grabados por los micrófonos que los detectives portaban.


El sospechoso de haber matado a siete niños salió libre tras el interrogatorio, al poco tiempo fue arrestado, aunque en esa periodo logró matar a cuatro niños más.

El traslado de Olson a prisión fue llevado con la mayor seguridad posible dado por sus conocidos escapes, por ello fue escoltado por un convoy policial, en el vehículo donde iba Olson lo acompañaban 3 oficiales desarmados, pero uno de ellos estaba esposado a él, otros dos coches mas con 2 policías armados en cada uno lo seguían y la policía ya tenía permiso para usar el helicóptero en caso de que Olson intentase escapar.

Los cuerpos de Terri Carson y Sandra Wolfsteiner fueron hallados en Chilliwack, mientras que Collen Daignault fue encontrada en Surrey, la adolescente Louise Chartrand estaba enterrada en Whistler, y finalmente el cuerpo de Ada Court apareció en Agassiz.

Cuando los oficiales encargados de traer los cuerpos finalmente cumplieron con su deber, muchos de ellos no pudieron contemplar las escenas de muerte, hoy en día el caso de los asesinatos de Olson, sigue siendo controversia para los residentes de Vancouver, como un tema del que no se suele hablar. Cuando el trato que hizo la policía con Olson llego a la prensa, muchos se quejaron y vieron esta acción como algo repugnante, a partir de esto, Olson quien ya se encontraba en custodia y en juicio, le confesó todos los crímenes a su esposa, quien le dijo que él debía pagar por lo que había hecho y que probablemente muera en prisión, pero que al mismo tiempo tenía que hacer algo por su familia. Esta noticia sacudió a la comunidad canadiense y muchos aun expresan su descontento, el hecho de que un asesino de niños reciba dinero por sus crímenes era algo descabellado.

Tanto el abogado General de British Columbia como el Primer Ministro de Canadá y otros servidores públicos se vieron involucrados en la controversia del tema. Bruce Northorp el jefe de la operación policiaca dijo que encontraba incomprensible que Olson reciba paga para entregar evidencias.

El diario Vancouver Sun escribió un artículo sobre el caso de Olson, en el se citó al oficial Fred Maile quien dijo:

Para mí, si hubiera una imagen del diablo, seria Clifford Olson.”

Al final del todo el horror Clifford Robert Olson, fue enjuiciado y condenado por once cargos de homicidio en primer grado, y sentenciado a once cadenas perpétuas. Hasta el día de hoy, el asesino de niños Olson sigue escribiendo cartas a las cortes canadienses, para que consideren la posibilidad de salir bajo libertad condicional. Canadá continua debatiéndose si los homicidas condenados deberían en algún momento ser liberados...

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//20 de Noviembre, 2010

José María Manuel Pablo De La Cruz Jarabo Pérez Morris

por jocharras a las 11:49, en Hombres Asesinos

JOSE MARÍA MANUEL PABLO DE LA CRUZ JARABO PÉREZ MORRIS

JOSE MARÍA MANUEL PABLO DE LA CRUZ JARABO PÉREZ MORRIS

Seguramente todos tienen razón. Jarabo es eso y mucho más. Es un señorito en tiempos de crisis, un dandy que disfruta de un tren de vida muy por encima Uno de los crímenes más atroces de la historia española fue, sin duda, el cometido por José María Jarabo.

 

Este individuo acabó con la vida de cuatro personas, una de las cuales era una mujer embarazada. Precisamente, los crímenes de Jarabo fueron los que hicieron que la tirada del periódico El Caso se acercara al medio millón de ejemplares en 1958. Era la primera vez, desde antes de la Guerra Civil, que un medio de comunicación nacional alcanzaba dicha cifra.


Los sonados crímenes de Jarabo salieron a la luz pública el 22 de julio de 1958. El día anterior habían sido descubiertos los cuerpos sin vida de cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, muertos por obra de José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris, de 33 años.


El sábado 19 de julio de 1958 España se recupera de la resaca de patria producida por la coincidencia de los actos de conmemoración del "Glorioso Alzamiento Nacional" y la "Fiesta de Exaltación del Trabajo". Las calles están vacías. El calor es asfixiante.

 
Un joven bien plantado e impecablemente vestido aprovecha la tranquilidad de la mañana para ojear el ABC en una cafetería de Madrid. Las páginas de deportes hablan de un Bahamontes que acaba de ganar el premio de la montaña en el Tour de Francia.

Se detiene en esta información para enterarse de que Jacques Goddel, director de la carrera, piensa que "si el corredor de Toledo tuviera tanto cerebro como músculo ya hubiera ganado varias veces la vuelta francesa". También presta atención a las páginas taurinas, que resaltan la presentación en la capital de Curro Romero. Y a las necrológicas, donde destacan las honras fúnebres del ex ministro Cavestany.

El silencioso lector, que se echa al coleto una copa de coñac y pide otra, no es consciente de que está a punto de provocar la saturación de esas mismas páginas cargadas de necrológicas que ahora contempla. Aún no sabe que dentro de muy poco se convertirá en el personaje encargado de enfangar de sangre la posguerra.

Ignora que la mano que cierra con un movimiento seco el periódico es la misma que, unas horas después, empuñará la pistola y el cuchillo con que se cometerá uno de los crímenes múltiples más brutales de la historia negra española. No puede imaginar que ese cuádruple asesinato que está a punto de cometer será resuelto por la policía en una de las más rápidas investigaciones jamás realizadas, y que una vuelta de garrote pondrá fin a la amarga recta final de su existencia.

El tempranero bebedor se llama José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris. Nació en Madrid hace 35 años y lleva los últimos ocho entregado al alcohol, las drogas y las mujeres. Sus amigos dicen que sabe vivir y divertirse como nadie. Que es un tipo viril capaz de cautivar a señoras y señoritas, poco le importa la condición de las mismas, basándose en su simpatía y en su carácter cosmopolita (fue educado en buenos colegios de Estados Unidos). Aseguran que es un seductor dotado de una gran planta, una enorme labia y un descomunal miembro.

Sus enemigos dicen que sólo es un crápula, un despilfarrador, un vago y un enfermo sexual de sus posibilidades. No tiene trabajo, pero se acostumbra a vivir como un rey con el dinero que su madre le envía puntualmente desde Puerto Rico. Poco a poco van aumentando sus ya cuantiosos gastos, y con los giros mensuales de mamá apenas logra sobrevivir quince días: José María se ve obligado a hipotecar el chalé familiar de la calle madrileña de Arturo Soria y se marcha a vivir a una pensión, a un cuartucho con una cama en la que desplomarse cada mañana después de una noche de parranda. Posteriormente Jarabo reconoció que en las juergas de los últimos dos años bien podía haber dilapidado quince millones de pesetas, una cifra muy elevada si tenemos en cuenta que un flamante Seat 600 costaba en 1958 la friolera de 66.000 pesetas.

Cuando Jarabo salió del bar sintió que el peso de los bolsillos de sus pantalones estaba mal repartido. La cartera, vacía, no ofrecía ninguna consistencia. El forro del lado contrario estaba a punto de ceder ante un objeto que parecía de plomo: una pistola Browning FN del calibre 7,65 de fabricación belga. En ese instante recuerda que tiene muchos problemas.

Su romance con una mujer inglesa casada llamada Beryl Martin Jones había complicado la vida de ambos. Ella había colocado su matrimonio en el disparadero. El había gastado una fortuna en hoteles, cenas y regalos. Asfixiado por la falta de dinero, Jarabo le había pedido a ella un anillo de brillantes que inmediatamente había empeñado para cubrir alguna noche de pasión y lujo. Ahora ella, la única mujer a quien había querido, le reclamaba la joya, alegando que se trataba de un regalo de su marido.

Desde Inglaterra le envió una carta recordándole por enésima vez que debía devolverle la sortija. En esta ocasión adjuntaba una autorización suya como propietaria, que resultaba imprescindible para desempeñarla, y una comprometedora misiva de amor con diversas confesiones íntimas. Para colmo de males, los familiares de Jarabo amenazaban con regresar de Puerto Rico y levantar la tapa de la alcantarilla en que estaba sumergido.

Jarabo se había acercado con la carta en la mano a la tienda de empeños Jusfer, en la calle Alcalde Sainz de Baranda número 19. Como no tenía las cuatro mil pesetas necesarias para recuperar la joya, que en realidad valía mucho más, enseñó la carta y cometió el fallo de dejarla junto a la deseada sortija. Hoy, 19 de julio del 58, se había propuesto recuperar ambas cosas.

Son algo más de las nueve de la noche cuando se encamina con paso firme hacia el número 57 de la calle Lope de Rueda. No es la dirección de la tienda donde tiene empeñadas la sortija y la carta. Es la vivienda de uno de los dueños de ese negocio, un tal Emilio Fernández Díez. Jarabo, que cree que la sortija y la carta pueden estar en casa de éste, pulsa el timbre del cuarto exterior con la uña del dedo pulgar "para no dejar huellas de ninguna clase".

Paulina, la criada, abre la puerta a Jarabo sólo cuando este dice que es amigo del dueño de la casa. En el primer descuido la agarra por el cuello y la golpea con una plancha que encuentra en una mesa cercana. Forcejean. Jarabo agarra un cuchillo de la cocina y de un certero golpe en el pecho le parte en dos el corazón. La sangre irrumpe por primera vez en su vida, pero no parece impresionarle demasiado: arrastra el cuerpo inerte a una habitación junto a la cocina y se dispone a esperar a Emilio Fernández Díez, "el verdadero culpable" de sus males.

Pasan unos minutos de la diez cuando el dueño de la casa abre la puerta y llama de una voz a la criada. Nadie le contesta. Una necesidad urgente le hace encaminarse hacia el cuarto de baño. Pasa por delante del escondite de Jarabo que, tal y como tiene previsto, salta sobre su espalda como un leopardo, le inmoviliza sujetándole por la chaqueta y le pone el cañón de la pistola en la nuca. Al dueño de la casa no le da tiempo a saber quién le está apuntando. Suena un disparo y el cuerpo del usurero cae al suelo como un fardo, quedando tendido entre la bañera y el bidé.

Aún no se había recuperado de sus dos primeros crímenes cuando escucha que la puerta se abre de nuevo. No ha tenido tiempo de buscar ni la sortija ni la carta. Y ya ha matado a dos personas. Está muy nervioso. Amparo Alonso, la mujer de Emilio Fernández, acaba de entrar y se dirige al salón, donde un Jarabo que no logra aparentar tranquilidad responde a su cara de sorpresa con un "Buenas noches, soy inspector de Hacienda y estoy investigando a su marido". "Él y la criada están detenidos", continúa, "y mis compañeros se los han llevado a comisaría".

La mujer desconfía, trata de huir y chilla con fuerza. Ésa es su sentencia de muerte. El grito se clava en la espina dorsal de Jarabo, que la golpea y arrastra hasta una habitación. Sólo cuando la doblega hasta tumbarla sobre una cama saca la pistola, la encañona en la nuca y aprieta el gatillo. Amparo estaba embarazada. "La suerte estaba echada", confesó tiempo después Jarabo a la Policía.

Cuando logra relajarse se sienta en un sillón y bebe anís de una botella que encuentra en una mesa. Para confundir a la policía saca varias copas de un armario y mancha algunas con carmín. Tira por el retrete los casquillos. Limpia las posibles huellas. Bebe más anís. Sólo cuando considera que el trabajo está totalmente acabado se tumba en la cama de la única habitación que no está cubierta de sangre. Finalmente se relaja y pasa una noche entre los muertos, durmiendo un sueño incomprensiblemente plácido y profundo.

A las nueve de la mañana Jarabo abandona el improvisado panteón sin haber encontrado ni la sortija ni la carta. Para solucionar ese problema se encamina a una nueva cita, en este caso con Félix López Robledo, copropietario de la casa de empeños Jusfer. Pero antes desayuna, se toma unos coñacs, ve un par de películas en el cine Carretas, come en un restaurante chino y se echa una siesta en una pensión de la calle Escosura. Rendido por el esfuerzo de matar se toma el domingo libre y alarga el reparador sueño hasta las seis de la mañana. Dos horas después ya está en marcha. Ha desayunado su copa de brandy y comprobado que la Browning del 7,65 está cargada y en su bolsillo. Todo está en orden. Es la mañana del lunes 21 de julio.

Félix López Robledo siente cómo alguien que le estaba esperando en el portal de su tienda le sujeta por la espalda con una torpe llave de lucha. Es lo último que siente. Jarabo dispara dos tiros en la nuca del prestamista. Después registra sus bolsillos y el local y sale a la calle con las manos vacías y ensangrentadas. Se siente acabado. Ha matado a cuatro personas para nada. Más coñac y algunas drogas: cocaína, morfina... Y demasiados errores.

Aturdido por la matanza, Jarabo deja el traje, empapado en sangre, en una tintorería situada en el número 49 de la calle Orense. Luego se va de copas. Gasta dinero como si el mundo se fuera a terminar esa misma noche y despierta las sospechas de toda la gente que le conoce.

A las doce del mediodía del día siguiente, martes 22 de julio, Jarabo se acerca a la tintorería donde dejó el traje para recogerlo. Cuando llega le está esperando un dispositivo de vigilancia policial especial: el país entero está conmocionado por la noticia y el dueño de la tintorería avisó inmediatamente a la policía nada más ver la ropa. Jarabo se resiste en principio a ser detenido. Lleva un DNI falso, una pulsera y un reloj Omega de oro, juegos de llaves de las casas donde cometió los asesinatos y una pistola FN del 7,65 caliente que aún huele a pólvora.

Ya en el despacho del jefe de la Brigada de Investigación Criminal de la Dirección General de Seguridad el sospechoso, muy entero en todo momento, niega los hechos y asegura que hace semanas que no ve a las víctimas. El inspector jefe Sebastián Fernández Rivas y los policías Ramón Monedero Navalón y Pedro Herranz Rosado se encargan de interrogarle. Después de un par de preguntas de trámite le enseñan unas fotos de los cadáveres, y el sospechoso se tambalea y cae desmayado al suelo. Se derrumba. Y confiesa que ha matado por amor, por recuperar una joya y una carta de "la única mujer a la que he logrado querer". Ingresa por segunda vez en prisión: cuentan que ocupó durante algún tiempo la celda de una cárcel de Estados Unidos acusado de dirigir una casa de citas en Puerto Rico.

España entera se estremece con la orgía de sangre. Y con los detalles que rodean al criminal y a las víctimas. Los periódicos publican coleccionables con la historia del crimen, y le dedican portadas y titulares gloriosos. Los psiquiatras dicen que es "un psicópata desalmado". La gente se apelotonaba en las largas colas que se formaban en la calle para poder asistir al histórico juicio de "el último carnicero español".

Un año después, el 5 julio de 1959, todos los periódicos publicaban una lacónica noticia en portada: "En las primeras horas de la mañana de ayer, en el patio principal de la Prisión Provincial de Madrid, ha sido ejecutada, con las formalidades exigidas por la ley en estos casos, la sentencia de pena de muerte dictada contra José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris".

Condenado a cuatro penas de muerte, Jarabo murió con las vértebras del cuello descoyuntadas por la quinta vuelta de tuerca del último garrote vil que se utilizó en España. Está enterrado en el madrileño cementerio de la Almudena.

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//12 de Noviembre, 2010

Capitulo XVII De Ana al código azul

por jocharras a las 10:33, en La Marca de la Bestia

Capitulo XVII

 De Ana al código azul

 

Cortocircuito

 Tras la partida de Nievas, la llegada del fiscal Luis Villalba a la causa del violador serial estaba condenada a fracasar aun antes de que comenzase a trabajar en ella. Independientemente de los acontecimientos que desencadenaron el alejamiento final, la prin­cipal razón por la que Villalba no podía hacerse cargo de esa inves­tigación radicaba en que estaba mucho más preocupado por otra cosa. Tenía a su cargo el caso Maders (el asesinato de un dirigente radical ocurrido en el año 1991, cuando en Córdoba gobernaba Eduardo César Angeloz).

 Así fue, según se comentó siempre en Tribunales II, que Villalba puso el grito en el cielo cuando después del alejamiento de Nievas, todas las causas que tenía en sus manos el evangelista recayeron en él.

 Sin tiempo de patalear o hacer un planteo formal, Villalba fue rápidamente víctima del ritmo que llevaba Sajen y apenas unas horas después de su designación, tuvo la primera noticia del delin­cuente sexual. Fue en la tarde del 18 de agosto de 2004, cuando personal del distrito 3 de la Policía detuvo en las cercanías de la Ciudad Universitaria (a metros del colegio Deán Funes) a un joven de rasgos norteños vestido de guardapolvo que llevaba en un pe­queño maletín vaselina y preservativos.

 El primero en conocer sobre la detención fue el comisario Vargas, que llegó a la comisaría donde el hombre estaba detenido después de que la noticia se conociera a través de Radio Universidad y cuando un canal de televisión y un diario ya se habían instalado en la puerta del distrito a la espera de información. "No sé nada. Puede ser pero no vamos a dar ningún nombre, ni precisión hasta que no sepamos más. No queremos otro Camargo", alcanzó a decirle a los periodistas antes de entablarse en una fuerte discusión a través del celular con el nuevo fiscal. El detenido, de unos 40 años, debió pasar una noche en la comisaría hasta que al día siguiente se demostró que Vargas tenía razón y fue dejado en libertad. Al final de cuentas, aquella detención sólo sirvió para sumarlo a la larga lista de "portadores de cara".

En los días siguientes, mientras Villalba intentaba ponerse al día con la instrucción (así se denomina a la etapa de investigación y recopilación de datos de una causa), programando, a la par de la Dirección Investigaciones Criminales de la Policía, una serie de estrategias para buscar al serial en los lugares donde atacaba, se produjo el hecho que desencadenaría a la larga la resolución del caso: en la madrugada del domingo 29 de agosto de 2004, como ya fue relatado en detalle al comienzo de este libro, la persona que luego todos conoceríamos como Ana, fue víctima del serial.

Su trascendencia pública no se logró a través de los diarios como se cree, ni a través del e-mail que se difundió después, sino por medio de una entrevista televisiva que Damián Carreras, un inquieto periodista de Teleocho Noticias, consiguió y difundió días después del ataque.

 "Estaba trabajando en el tema desde hacía unos días hasta que finalmente me contactaron y la nota se hizo realidad. Habíamos acordado un seudónimo pero creo que cuando la presentamos al aire simplemente dijimos que era una víctima. Para mí esa nota fue la que, a la larga, desencadenó el final del violador", asegura Damián.

 La misma Ana y sus dos amigas (María y Julieta) le contaron a esta investigación que la decisión de hablar con los medios se fue gestando desde el mismo día en que juntas fueron al precinto a hacer la denuncia de lo que le había pasado a la primera y las atendió un sumariante que, ante el anuncio de lo que iban a denun­ciar, señaló: "¡Otra más del serial!". Ese día Ana fue invitada a pasar a un cuarto cerrado donde "un animal" le preguntó a esa estudiante de 20 años: "¿Se la chupaste?"

 "En la unidad judicial le dijeron que describiera el lugar pero le anunciaron que ya sabían dónde era, porque el tipo había viola­do muchas veces ahí. Además, la tuvieron cinco horas hasta llevarla a Medicina Forense donde no había ninguna mujer para atenderla y tuvo que soportar que un tipo le hiciera un hisopado vaginal. Terminamos a las 7 de la mañana", recuerda María, una de las amigas de Ana.

 Según cuentan las chicas, todas esas desidias juntas las fueron impulsando a hacer aquella nota que finalmente salió al aire el jueves siguiente. En la entrevista, Ana fue filmada de espaldas y dejó entrever por primera vez algunas de las cosas que luego daría a conocer a través del e-mail que circuló por todas las casillas de correo electrónico de Córdoba y el país. "Yo viví 12 años en Córdoba y les puedo asegurar que ese tipo es cordobés", afirmó Ana an­tes de indicar que el atacante la había amenazado con "cortarla toda" y que en el trayecto de 15 cuadras que le había hecho cami­nar no había llegado a ver "ni una sola camioneta del CAP". Final­mente en aquella entrevista llegaría la afirmación más polémica cuando Ana dijo que por la forma de tratarla y revisarla, pensaba que el atacante podía ser un policía.

 Auditoría

 La frase sonó como una bomba en la Departamento de Prensa de la Policía. En esas oficinas ubicadas en la planta baja de Jefatu­ra, un grupo de uniformados especialistas en medios se encarga de leer, escuchar y ver todo lo que trasciende desde los medios de comunicación en referencia a la seguridad para hacérselo llegar más tarde al jefe de Policía.

 Aunque estos policías también tienen la función de ayudar a los periodistas otorgando información sobre los acontecimientos del día (normalmente y por orden de sus jefes se concentran en difundir hechos que llaman "positivos" y que se refieren a operativos, allanamientos y detenciones de pequeños delincuentes), aquella función de "k" qué dicen, hacen y opinan los periodistas a través de sus medios es la más útil para adentro de la fuerza, que de esa manera puede percibir cuál es el humor social que existe en la calle en torno a la seguridad.

 En esas oficinas los tres televisores de la sala estaban encendi­dos en los diferentes canales, que lanzaron una piedra que tocaría suelo mucho tiempo después.

 Cuando la joven oficial que tenía a su cargo atender lo que pasaba en Teleocho, escuchó a Ana, se levantó de la silla y se dirigió caminando hasta donde se encontraba la videograbadora. Estaba conmovida por el relato, pero no dudaba que los dichos de Ana también tenían que ver con su trabajo, así que apenas comenzó la pausa detuvo la grabadora, rebobinó la cinta, y reprodujo la entrevista para salir de toda duda. Cuando confirmó los dichos de Ana, se dirigió al teléfono y marcó el interno 1-7008, el teléfono del jefe de prensa de la Policía de Córdoba, Daniel Rivello.

 -¿Queeé? -exclamó Rivello, quien posee la fantástica cualidad de saber poner siempre, y ante todo periodista, la exacta cara de desconocimiento en referencia a todo hecho por el que se lo consulte, pese a estar al tanto de la mayoría de las cosas que pasan dentro de la Policía.

 -Sí, Daniel, como te digo -respondió la oficial- Es la última víctima y dice que el tipo que la violó puede haber sido un poli­cía. Además, el periodista repitió la misma sospecha cuando volvió al piso después de la entrevista -contestó la escribiente.

 -Lo tenés todo, ¿no?

 -Sí. Está grabado y lo tengo que escribir en la computadora nomás.

 -Bueno. Preparalo porque eso tiene que estar en la mesa del jefe cuanto antes.

 Era jueves y puede decirse que fue un día revelador para el entonces jefe de Policía, Jorge Rodríguez, quien cuando recibió a Rivello en su inmensa oficina del tercer piso de Jefatura con el casete, alcanzó quizá por primera vez, a dimensionar el grado de problemas que la causa del violador -por ese entonces las denun­cias ya habían superado las 60 víctimas- podía causarle.

 Al ver la entrevista, Rodríguez contuvo el aliento y se dio cuen­ta de que este hecho iba a ser utilizado rápidamente por los medios para sumarlo a la "ola de inseguridad". Entonces se decidió a ac­tuar, como fue una constante a lo largo de toda su gestión, a des­tiempo.

 Mientras aquella reunión se concretaba, el fiscal Villalba preparaba un secreto operativo que tenía como objetivo apostar personal de civil (cuidadosamente camuflado) en algunos lugares específicos de Nueva Córdoba donde había atacado el serial. Todo se centraba en la hipótesis de que el violador era el mozo de un bar de ese barrio al que tenían que agarrar en el momento en que in­tentara violar a alguien.

 El fiscal (que trabajaba con sus propios investigadores) había ordenado que policías de civil se instalaran en aquellos lugares estratégicos apoyados por personal fuertemente armado que, a bordo de dos automóviles aportados a la causa por el Tribunal Superior de Justicia, sirvieran de nexo entre unos y otros. "El objetivo - asegura una fuente de esa fiscalía- era, más allá de la posibilidad de atraparlo esa noche, comenzar a hacer un trabajo serio de inte­ligencia que nos permitiese llegar al serial fuera o no la persona de la que sospechábamos".

La idea de actuar del jefe de Policía y la idea de actuar del fiscal iban a chocar ese mismo día, produciendo otro espectacular Blooper, que demuestra el escaso diálogo y la nula confianza que Policía y Justicia de Córdoba tienen entre sí.

 Pero la serie de errores (provocados por el miedo a Ana) no iba a ser iniciada en aquel ámbito, sino por la Municipalidad, que, a raíz de una orden del intendente Luis Juez y sin consultar a los investigadores sobre la conveniencia o no de hacerlo, tapió con ladrillos el ingreso al sendero de los Molinos Minetti, donde el se­rial había obligado a caminar a Ana, antes de violarla.

 Al caer la noche del sábado 4 de setiembre, mientras los poli­cías de Villalba se escondían intentando pasar inadvertidos, en la misma zona donde apenas seis días atrás Ana había caminado sin ver "a ningún policía", las patrullas empezaron a salir de todos lados junto a decenas, cientos de policías uniformados que pare­cían hormigas caminando por los Molinos, la terminal, Nueva Córdoba, la Ciudad Universitaria y el Parque Sarmiento.

 La orden había sido dada por el propio jefe Jorge Rodríguez y ejecutada por su lugarteniente, el entonces jefe de Operaciones comisario mayor Miguel Bernabé Martínez, quien llevó adelante el "operativo saturación".

 Esa noche se produjo el siguiente diálogo entre el fiscal y el comisario mayor Nieto:

-Mayor, necesito que me liberen la zona. Estoy haciendo un ope­rativo y resulta que hay policías por todos lados.

 -No podemos doctor. ¿Y si nos cometen una violación quién es el responsable?

 -Yo me responsabilizo.

 -Lo que usted dice no tiene sentido. Lo hablo con el jefe, pero si hay un nuevo hecho, la culpa va a ser nuestra.

 Nieto habló con el jefe de Policía y Jorge Rodríguez le confir­mó que eso era imposible, Nueva Córdoba debía estar saturada de policías.

 La conclusión fue simple: el intrépido Sajen no actuó ese día advertido por los inusuales movimientos que veía en la zona; el comisario general Rodríguez durmió tranquilo y el fiscal Villalba, enojado (según algunos aprovechando esa oportunidad para sacarse un problema de encima), pidió alejarse de la causa.

La presión de los medios

Gustavo Vidal Lascano llegó a la Fiscalía General de la Provincia el 24 de junio de 2004, después de una larga carrera en la Justi­cia Federal. Su designación fue una carta fuerte de la administra­ción De la Sota que necesitaba urgentemente instalar en ese sec­tor clave en el que la Justicia se mezcla con la política, a una per­sona de confianza que mostrara capacidad de gestión.

 En una lujosa oficina del primer piso del viejo edificio de Tribunales I, ubicado sobre la calle Caseros, entre sillones, escrito­rios y archiveros de madera de comienzos del siglo 20, el funciona­rio se reunió con los autores de este libro y, después de cerrar una enorme puerta de madera labrada, se aprestó a hablar coinvirtiéndose en el primer funcionario que no pidió que sus declaraciones se tomaran en off the record.

 De modos elegantes y voz suave, el jefe de los fiscales que se pone feliz cada vez que La Voz del Interior publica una foto suya, asegura que se enteró de la existencia de un violador serial gracias a los medios de comunicación y no porque se lo informara su ante­cesor en el cargo, Carlos Baggini.

 "Cuando asumí, no me reuní con Baggini porque él estaba de viaje. Digamos que me fui poniendo al día a medida que pasaban los días y que prácticamente debuté en mi función cuando fui a pedirle a Nievas que se tomara unos días y él optó por renunciar".

 "En aquel momento me decidí por Luis Villalba para darle las causas de Nievas, porque era el más antiguo de los fiscales y el que tenía la mayor experiencia. Creo que fue una de mis primeras designaciones. Sin embargo, un día vino a mi oficina y dijo que estaba preocupado por los operativos de la Policía y que quería hacerse a un lado. Me habló de falta de coordinación y, aunque yo le di mi apoyo formal, había un problema de fondo que eran las diferencias con el modus operandi de la Policía".

 "Cuando se fue, quedé muy preocupado porque tenía que desactivar la bomba que iba a estallar en los medios al día siguien­te. Mi miedo era que los titulares de los diarios iban a referirse a la causa del serial diciendo que la investigación no tenía fiscal. Entonces, se me ocurrió la idea de nombrar a los tres fiscales y funcionó, porque al día siguiente los diarios en lugar de decir: 'La causa del serial no tiene fiscal', pusieron: "Un triunvirato de fisca­les tiene a su cargo la causa'".

 Fue así como Pedro Caballero, quien en la Justicia es conocido como "un tipo práctico" llegó al caso, secundado por Maximiliano Hairabedian, un joven doctor en derecho y autor de varios libros (hijo del mediático abogado y conductor televisivo Carlos Hairabedian) y Juan Manuel Ugarte, un tipo con sapiencia, trayec­toria y experiencias en casos penales.

El derrumbe de una estrategia

Después del golpe de efecto que le permitió al fiscal general "cambiar los títulos de los diarios", llegaba la hora de trabajar y la realidad demostraba que la causa era un desastre.

 Paralelamente, en esos días un grupo de chicas todavía sin nombre (en su mayoría amigas de Ana) comenzaba a organizar peque­ñas movilizaciones para protestar por la inseguridad que provoca­ba la existencia de un violador. La primera marcha se concretó en setiembre, pero las cosas no cambiaban y el 15 de ese mes se pro­dujo otra violación que explotó en los medios de comunicación. El ataque era llamativo porque no se había producido en la zona de siempre sino que el delincuente se había desplazado más hacia el sur, violando en barrio San Vicente.

 Esa noticia se produjo en un contexto que vale la pena señalar para entender en su totalidad el impacto de la misma. A lo largo del año 2004 el gobernador De la Sota encontró dentro del panora­ma político -entonces dominado por la imagen positiva del presi­dente Néstor Kirchner- una pequeña veta por la cual diferenciarse de los otros gobernantes y acercarse al único opositor que tenía en ese tiempo el gobierno nacional: Carlos Blumberg (el padre de Axel, un joven que fue víctima de un secuestro extorsivo y que finalmen­te fue asesinado). Se trataba de mostrar a Córdoba como la provin­cia más segura del país (aquí fueron detenidos los supuestos asesi­nos del hijo de Blumberg), en la que el único delincuente peligroso y autor de todos los hechos importantes (Martín Luzi) se encontraba preso bajo siete llaves.

Los baluartes de esa imagen eran dos personas muy cercanas al gobernador: el jefe de Policía (amigo personal de De la Sota) y el ministro de Seguridad, Carlos Alessandri, un hombre fiel que des­pués de ser intendente de Embalse y diputado nacional (presidió la comisión de Inteligencia), finalmente recayó en ese ministerio.

 Toda aquella estrategia funcionó a la perfección, hasta que en la segunda quincena de setiembre se desató una seguidilla de he­chos delictivos que instalaron la sensación de que Córdoba sufría una ola de inseguridad.

 Cuando esto ocurrió, el gobierno provincial se apresuró a desmentirlo en un acto en el que el propio De la Sota terminó, muy a su pesar, protagonizando un verdadero Blooper (y van...). Ocurrió el día 20 de ese mes, en un acto en la Sociedad Rural de Jesús María, cuando, mientras el gobernador hablaba de su "política de seguridad", tres camionetas -pertenecientes a las personas que habían ido a escucharlo- fueron robadas del estacionamiento.

 Sin tiempo para reaccionar, el Gobierno debió enfrentar al día siguiente su peor primavera ya que el 21 de setiembre tres delincuentes que ingresaron a robar en una pizzería familiar de barrio Jardín del Pilar, terminaron matando a Laura Alfieri, su hijo Carlos y la tía de éste, Carmen Barrionuevo. El caso, que conmovió por la crueldad de los delincuentes, fue rápidamente puesto en manos del jefe de Homicidios, Rafael Sosa, y del fiscal Caballero, que días después volverían a trabajar juntos en la causa Serial.

 Todo esto sucedía mientras estaba de visita en Córdoba el ingeniero Blumberg, acompañado del asesor de una fundación norteamericana (el Manhattan Institute) que llegó a calificar a los lim­pia vidrios de la calle como "terroristas urbanos". Aunque en el interior de la Casa de las Tejas las acciones de Blumberg eran ob­jeto de bromas, su presencia se leía como una especie de respuesta de De la Sota al presidente Kirchner, que a su vez coqueteaba con el peor enemigo político del gobernador, el intendente Juez.

Mientras Blumberg elogiaba las políticas de seguridad, los medios reflejaban que las calles de Córdoba eran inseguras y De la Sota se vio obligado a confirmar al frente de la Policía al comisa­rio general Jorge Rodríguez, acusando al mismo tiempo a los pe­riodistas de "irresponsables" por crear "una falsa sensación de in­seguridad".

 La casualidad hizo que el día que De la Sota hizo esta declara­ción se cumpliera un mes del día en que Ana fuera violada salvaje­mente en los Molinos Minetti sin que el gobernador tuviese todavía idea de que eso ocurría a apenas 15 cuadras de la Casa de Gobier­no.

 Pero los hechos policiales se sucedían sin descanso y, apenas tres días después de ese ataque, la Policía debió investigar la muerte de un hombre que apareció asesinado en un baldío envuelto en una bolsa. Fue en ese clima que el caso del serial se instaló cada vez con más fuerza y preocupación en la opinión pública.

 No le estaban yendo bien las cosas al comisario amigo de De la Sota, porque el martes 5 de octubre tres delincuentes asaltaron a su hijo en su casa. Cuando los medios llegaron al lugar para saber qué pasaba, el joven declaró que en Córdoba había mucha insegu­ridad.

 Mientras eso pasaba, la edición digital de La Voz del Interior (La Voz on line) publicó el texto completo de un correo electrónico que, luego se sabría, había sido escrito por Ana. En los días si­guientes los diarios La Mañana y Día a Día reprodujeron el texto.

 De repente, todo Córdoba supo, gracias a esta chica de 20 años, que lo que le había pasado a ella y, al menos, a otras 64 jóvenes más, ya no era un problema de pocos, sino un problema de todos. Las palabras de Ana provocaron un terremoto que se sintió, sobre todo, en la Casa de Gobierno.

Ana

Carta sobre el violador


(reproducida sin ningún tipo de modificación)

Hace tres años decidí venir a estudiar a Córdoba... con todo lo que eso implica dejar mi familia, mi lugar, mi casa, para hacer realidad mi sueño de independizarme, de empezar a armar mi vida. Desde que llegué siempre me manejé caminando para todos lados, total acá todo queda a dos cuadras, nunca me pasó nada y siempre me confié de eso. Todos saben que Nueva Córdoba es una ciudad aparte de Córdoba, porque es seguro, porque siempre hay gente en la calle, y más cuando hace calor (es increíble Nva. Cba. en verano). El sábado 28 de agosto, la noche estaba bárbara y queda­mos con unas amigas en que salíamos a Mitre para hacerle la gam­ba a una de las chicas, me bañé, me cambié, me pinté y salí cami­nando para la casa de las chicas como a la una de la mañana.

 Había un montón de gente en la calle, la Estrada parecía una peatonal, así que en ningún momento me dio miedo caminar sola. Caminando por Chacabuco (antes de llegar a Obispo Oro bajando por la mano derecha) me di cuenta que venía alguien atrás mío, un tipo, que en un momento me dice no sé qué cosa (no me acuerdo) y cuando me quiero dar vuelta me dice que no le mire la cara porque me iba a cortar entera. En ese momento no me di cuenta de lo que pasaba, me puso la mano en el hombro como abrazándome y me dijo que en Oro íbamos a doblar a la derecha. Yo estaba a 20 metros de la casa de mis amigas.

 Doblamos por Oro hasta Poeta Lugones y comenzamos a bajar. El tipo me dijo que no me asustara, que no me iba a hacer nada, que lo único que quería era que lo acompañe a la terminal para hacerlo zafar de la policía. Me dijo: "¿qué le vas a decir a la poli­cía si los encontramos?" y le dije: "que soy tu novia pero si no me haces nada" y me dijo "si hubiera querido hacerte algo te hubiera llevado para el Parque Sarmiento"... Me preguntó cuanta plata te­nía, le dije que diez pesos, que se los llevara, que se llevara lo que quisiera (todo lo que tenía de valor estaba en una carterita que tenía colgada del hombro), pero me dijo que no se quería llevar nada, que lo acompañara hasta la terminal, que ahí me dejaba irme y que me guardara esa plata para volverme en un remís.

 Cuando íbamos caminando (por Lugones) me preguntaba que barrio era ese, en qué barrio vivía yo, si sabía llegar a la terminal, si estábamos muy lejos de ahí (como haciéndose el desorientado para que me creyera que no era de acá). Siguió preguntándome qué hacían mis viejos, cómo me llamaba, cuántos años tenía, y todo el tiempo me decía que me tranquilizara, que caminara rápido porque estaba apurado y se tenía que ir, y que 110 le mirara la cara (de hecho no se la- miré). Cuando llegamos a una calle que se llama Transito Cáceres (que es por donde suelo bajar yo para ir a la ter­minal) le dije que era por ahí, me dijo "¿estás segura que es por acá?". Le dije que sí, pero él dijo «que no, que mejor no íbamos a doblar, que íbamos a seguir derecho".

 Cruzamos al otro lado justo después de pasar el puente. Entre el boliche Lugones y el puente hay unas escaleras que llevan a los viejos Molinos Minetti, el lugar está abandonado, es un baldío lle­no de basura que a esa hora (1 de la mañana) está totalmente de­sierto porque es muy oscuro.

 Me hizo subir por las escaleras, para meterme en el baldío, mientras me decía que no gritara porque ahí no me iba a escuchar nadie, y yo por miedo a que me "cortara entera" o me matara me quedé piola. Me dijo que me iba a revisar para ver si tenía más plata y si era así, me mataba. Me hizo sacarme el sweater que tenía puesto y me lo puso en la cabeza. Después me hizo separar las pier­nas y me palpó como te palpa la policía antes de entrar a un recital de cualquier grupo de música, (siempre te palpan)...

 Pero ese «palpado» se convirtió en un manoseo y terminó en lo que éste enfermo quería: violarme. Fue lo más denigrante, espan­toso y humillante que me toco vivir en mis 20 años de vida. La ver­dad es que después de eso pensé que me iba a matar.

 Me dijo que no lo denunciara por que la única que iba a pasar vergüenza era yo, porque a él no lo iban a agarrar (me repitió mil veces que no lo denunciara). Me dijo "acá no hay ningún enfermo", que no le dijera nada a nadie. Me preguntó si me alcanzaban los 10 pesos para tomarme un remís (¿?), me dejo ir, saliendo para la ruta 9, él se fue para el otro lado y yo en la ruta me tomé un taxi para la casa de mis amigas que todavía me estaban esperando para salir. Estaba histérica, no podía parar de llorar, no podía hablar, me que­ría bañar, me sentía sucia, ultrajada... Les conté a mis amigas lo que me pasó y me llevaron a la seccional de policía que está en la Buenos Aires antes de llegar a Rondeau, dijimos lo que me había pasado y de ahí nos llevaron en una camioneta a la central en la Colón. Me tuvieron un rato esperando y pasé a dar la declaración con un tipo que estaba a cargo del caso. Ahí me dijeron que el tipo que me agarró fue el violador serial que había "reaparecido". Cuan­do me tomaron la declaración me preguntaron a dónde me había violado y el policía me dijo "yo sé a dónde te llevó, pero contame vos"... "no sos la primera chica a la que el violador lleva ahí, de hecho, hubo un oficial parado en las escaleras de los viejos moli­nos desde las 19.30 hasta las 23.30, y a esa hora se fue por que el violador siempre había atacado entre esas horas" (como si no tu­viera más ganas de violar después de las once)...

 Después me fui enterando de que el tipo está suelto hace "DOS AÑOS", que ya violó más o menos a 30 chicas que han hecho la denuncia (por que se piensa que en realidad es el doble, pero hay una mitad que por miedo, asco o la razón que fuere no hace la denuncia).

 Después de hacer la denuncia nos tuvieron sentados una hora esperando a que apareciera algún móvil para trasladarnos a Policía Judicial para que en medicina forense me hicieran un examen, y al final terminamos yendo en un auto todo baleado.

 En medicina forense me atendió un médico (hombre) que me hizo el examen (fue como si me violaran otra vez), y al final me dejaron irme a mi casa. Al otro día hicimos el recorrido con la policía, me llevaron al lugar para identificarlo y para ver si encon­traban alguna prueba de algo (miraron así no más y después nos fuimos). Al otro día hicimos el identikit con una dibujante (lo hizo ella como le pareció porque yo al tipo no llegué a mirarlo), hablé con una psicóloga, y ahí terminó el trabajo de la policía, pero me dieron un par de datos interesantes, como por ejemplo que este tipo actúa a fines de mes, en esa zona (por Chacabuco, Salguero, Paraná, Lugones), a esa hora (cuando está más o menos oscuro).

 El tipo debe haber medido 1.70 más o menos, morocho (de pelo y piel), acento cordobés no muy marcado, pero cordobés al fin, pa­recía gordo pero creo que en realidad era robusto más que gordo. LA POLICÍA SABÍA (Y SABE HACE DOS AÑOS) QUE EL TIPO ACTÚA EN ESA ZONA, EN ESA FECHA DEL MES, A ESA HORA, CON EL MISMO MODUS OPERANDIS, TIENEN EL PERFIL PSI­COLÓGICO Y EL IDENTIKIT EXACTO ECHO POR UNA PERSO­NA QUE LO VIÓ DE FRENTE Y NO LO AGARRAN...

 Yo al principio pensé "son unos inoperantes", pero me di cuen­ta de que en realidad hay algo más en todo esto. El violador tiene algún tipo de protección, o maneja algún tipo de información, porque es INSÓLITO y ABSURDO que después de dos años y tantos ataques no lo agarren.

 Esto es una especie de "cartita de la víctima", no para dar lás­tima ni mucho menos, si no para que sepan que EL VIOLADOR SERIAL ESTÁ SUELTO Y LO VA A SEGUIR ESTANDO POR QUE GOZA DE ALGÚN TIPO DE INMUNIDAD O PRIVILEGIO QUE HACE QUE LA POLICÍA NO LO AGARRE.

 Después de atacarme violó a dos chicas más (ya no a fin de mes) e intentó atacar a otra hace unos días. De más está aclarar o volver a mencionar que el tipo es policía o funcionario público, algún tipo de cargo debe tener para que después de dos años y más de una treintena de violaciones se nos siga riendo en la cara.

 No es un ataque personal, porque si bien me dio vuelta la vida, también lo hizo con mi familia, con mis amigos y con la gente que conozco. Éste mail no tiene el fin de que se pongan a quemar rue­das en la puerta de la legislatura o de la central de policía, sino que estén alertas. Absolutamente todos, si bien las mujeres somos las víctimas directas, los hombres que tienen amigas, novia, pri­mas, hermanas, hijas, etc. son víctimas secundarias.

 NO ANDEN SOLAS, NO SE DESCUIDEN, NO SE CONFIEN.

 El tipo está en Nueva Córdoba, está suelto, actúa indiscreta­mente y lo va a seguir haciendo. Sabe exactamente lo que hace, cómo hablarte, que decirte y como convencerte. NO tiene límites por que el organismo que se supone que se los ponga (la policía), NO LO HACE.

 No se olviden que NO FUI LA PRIMERA NI LAMENTABLE­MENTE LA ÚLTIMA.

 Me imagino que pensarán "¿porqué no saliste corriendo, te tiraste al piso, gritaste, hiciste algo?", en ese momento no podés porque te bloqueás.

 Siempre creí que yo iba a poder reaccionar y no pude, pensé que nunca me podía pasar, no te das cuenta de que te puede pasar hasta que te pasa.

 Desde que me violó que tengo sueños espantosos, todo el tiem­po asustada, paranoica, con miedo, sintiendo que todos los tipos que andan en la calle me pueden violar, o hacerme algo, siempre con miedo, con el corazón en la mano y los nervios hechos mierda por que la seguridad de Córdoba y del país está destruida. No se confíen de los policías del CAP que lo único que hacen es buscar problemas o hacerse los chetos en las camionetas, camionetas de las cuales, con el violador agarrado de mi hombro y a lo largo de 12 cuadras no vi ni una, NI UNA, hasta parece que le dejan el campo libre.

 No se olviden que ese sábado estaba cantado que el tipo ataca­ba (fin de mes, 1 de la mañana, sin vigilancia policial en los viejos molinos ni en ninguna calle).

 Lamentablemente la única forma que hay de agarrarlo al tipo es con las manos en la masa, esto no lo digo únicamente yo sino mucha gente entendida en el tema, por eso tenemos que estar pre­paradas y mentalizadas de que si alguien nos llama de atrás, nos pone una mano en el hombro, o nos agarra, la única forma de zafar es gritando, tirándote al piso, abrazando a alguien que ande por ahí, metiéndote en un negocio o simplemente corriendo. No te ol­vides que el tipo agarra a las víctimas en lugares públicos en donde si reaccionas rápidamente no sólo te podes te escapar sino que lo pueden agarrar.

 Con mis amigas estuvimos pensando en alguna forma de identi­ficar que a alguien le está pasando algo y es llevando un silbato en la mano, porque a lo mejor el grito no te salga, pero soplar sí. La idea es llamar la atención de las personas que estén por ahí.

 No te expongas a que te pase, porque en media hora un enfer­mo te puede dar vuelta la vida, no camines sola de noche, es prefe­rible gastar $2,50 en un remís, que el miedo para toda la vida a que te hagan algo.

 No te quedes con este mail, no te olvides que le puede pasar a alguna amiga, a tu prima, a tu hermana, a tu novia, a tu hija, A VOS. Pasalo a todos tus contactos.

 Si tenés algún dato para aportar o alguna sugerencia podes escribir a: podemoshaceralgo@hotmail.com

Muchas gracias. La revelación

Dicen los que estuvieron con él en ese momento, que cuando terminó de leer el papel que tenía en sus manos, no pudo contenerse y lloró. También dicen que nunca lo aceptaría en público. Lo cierto es que a partir de ese momento supo que ese problema insig­nificante al que no le había prestado atención desde que asumió,
podía costarle su carrera. Inmediatamente llamó a su secretaria para empezar una serie de consultas con sus hombres de confianza.

-Hola. ¿Quién habla? -Te llama el gobernador.

 -Ah, disculpe José, no lo reconocí... dígame, estoy a sus órde­nes.

 -Mirá, estoy muy caliente. Los diarios publican la carta de una chica que dice que la violaron en los Molinos Minetti. Te llamo para preguntarte si eso puede ser cierto.

 -¿A qué se refiere gobernador?

 -Quiero saber si este tipo viola en los Molinos Minetti.

 -¿Usted no lo sabe?

 -No... Decime si es cierto.

 -Sí, José. Por lo menos en seis casos está probado que este tipo atacó en los Molinos...

 -¡Pero la puta madre! ¡Entonces el hijo de puta este se nos está cagando de risa! -vociferó José Manuel De la Sota, antes de saludar y cortar el teléfono.

El diálogo no pudo ser verificado con el propio gobernador, ya que, pese a insistentes llamados efectuados a su jefe de prensa, Mario Bartolacci, el gobernador nunca quiso mantener un encuen­tro con nosotros. Sin embargo, algunos de los interlocutores que hablaron con la máxima autoridad provincial ese día, lo confirma­ron.

Siguiendo con esa rueda de consultas, a las 5 de la tarde el teléfono que sonó fue el del fiscal general. El funcionario recono­ció, en el identificador de llamadas de su celular, el origen de la comunicación y se puso serio.

-¿Hola?

-Hola Gustavo.

-Buen día gobernador. ¿Cómo le va?

-Mal Necesito que te vengas para acá, tengo que hablar con vos.

-Bueno. No hay problema. Ya estoy saliendo.

-Te espero en mi despacho.

"Cuando llegué, el gobernador me transmitió su preocupación sobre el caso del serial. 'Esto es una causa de Estado', aseguró mientras me preguntaba si era posible reunir a los tres fiscales en la Casa de Gobierno con la idea de que ellos mismos sintieran su respaldo político a la investigación. Le pregunté cuándo y me dijo: 'Ya mismo'", relata Vidal Lascano, quien se dispuso a llamar a los fiscales.

"No saben el apuro que pasé", recuerda ya relajado el fiscal general, que aquella tarde no lograba dar con ninguno de los funcionarios judiciales que apenas unos días antes había nombrado a cargo de la investigación. Treinta minutos después logró encontrar a Hairabedian y los otros fueron ubicados en sus domicilios.

Cuando llegó a la Justicia de Córdoba, hace 29 años, Juan Manuel Ugarte era muy diferente a esa persona seria, ubicada y siem­pre en foco que conocieron los cordobeses en el año 2004. Inconformista y recto "hasta el cansancio", el funcionario que conoce al dedillo todos los niveles de la Justicia Penal, no pudo evitar chocar a lo largo de su carrera contra muchos en una institución más acos­tumbrada a los "grises" que a los colores definidos que a él le gus­tan.

Por eso los memoriosos recuerdan que en sus primeros años este abogado, que hoy tiene cinco hijos y está casado en segundas nupcias con una jueza civil, era llamado "el Zurdito" por algunos de sus compañeros.

Quizá así pueda explicarse por qué, aquella tarde en que "las papas ardían", cuando los tres fiscales ingresaron a hablar con el gobernador, Ugarte interrumpió a De la Sota mientras éste le daba la mano: "Estoy muy enojado con usted por lo que ha hecho con el Consejo de la Magistratura...", le alcanzó a decir al gobernador, que, según dicen los testigos, se echó hacia atrás, como intentando digerir lo que ocurría y mordiéndose la lengua para no reaccionar.

Eran las 19 y los cuatro hombres del Ministerio Público Fiscal estaban reunidos en el despacho de De la Sota con Alesandri y el jefe de Policía. La mesa de diálogo, que se extendió hasta la no­che, era presidida por De la Sota, quien con gesto adusto fue infor­mado de la necesidad de instaurar una línea de teléfonos 0800 y consultó a los fiscales sobre si sería conveniente ofrecer una re­compensa de 50 mil pesos para quien aportara datos concretos so­bre el serial.

La reunión se trasladó posteriormente a la sede de la Policía Judicial, en Duarte Quirós 650, donde el grupo de asistentes se incrementó con la presencia del subjefe de Policía, Iban Altamirano, algunos miembros de la Judicial, como su director Gabriel Pérez Barberá, y Federico Storni, el director del Centro de Investigación Criminal.

Un hecho que vale la pena rescatar de aquella reunión hace referencia a una de las tantas internas políticas que ensuciaron la causa del serial y se evidenció cuando Pérez Barberá desplegó una serie de trabajos en los que se había sistematizado cierta informa­ción recopilada por la Policía Judicial sobre la causa. Antes de escucharlo, Vidal Lascano (jefe directo de esa estructura y del mis­mo Barberá) se retiró de la sala.

Otro episodio más elocuente muestra que hasta ese día el po­der político no sabía -ni le importaba- nada del asunto: antes de irse y después de leer los trabajos realizados por el equipo de Barberá, el ministro Alesandri preguntó: "Muchachos... ¿qué nece­sitan para trabajar?" y recibió una respuesta patética para una ins­titución encargada de investigar y ayudar a los fiscales a reunir pruebas para llegar a la Justicia: "Nos haría falta una computado­ra -le dijeron-, así podríamos sistematizar todo lo que tenemos".

Entonces, ese peronista "de sangre" que con orgullo niega ser abogado y se muestra feliz de ser "un hombre de la calle" se levan­tó, desconectó la computadora personal que había llevado a la re­unión y en un acto que quizá le hizo recordar a los desprendimien­tos de Eva Perón, le entregó el aparato a Federico Storni. "Tome, es suya", aseguró mientras le regalaba al investigador esa sonrisa generosa que podría haberse confundido con la que utilizaba años atrás, cuando era intendente de Embalse y personalmente entrega­ba bolsones a los más humildes o cuando, durante el gobierno de Carlos Menem, ocupó la Gerencia de Empleo de Córdoba, que se encargaba de otorgar subsidios o contactarse con los beneficiados de los planes Trabajar.

En aquella reunión, que se realizó en los primeros días de octubre, cuando Sajen ya había violado a 64 chicas (a las que habría que sumar a muchas que no lo denunciaron) el Estado provincial acababa de reconocer que la causa del serial era un problema.

Todos separados para hacer lo mismo

La reacción del gobernador activó la investigación, que comenzó a caminar por diferentes carriles y sin ningún tipo de coordinación.

En la Policía de la Provincia, bajo las órdenes del entonces subdirector de Investigaciones, Eduardo Rodríguez, y con la coordinación de Oscar Vargas, que pidió que afectaran a la causa a su ami­go y hombre de confianza Rafael Sosa, se armó un grupo de trabajo que casi se diría que empezó de cero ante una premisa aportada por el propio Sosa: "Estamos ante una causa con decenas de víctimas pero sin testigos. Salgamos a la calle para conseguirlos".

Por su parte, la Policía Judicial, particularmente el grupo de detectives del Centro de Investigación Criminal comandado por Federico Storni, siguió recopilando en su estructura toda la información que llegaba referida a nuevos ataques.

En tanto, los fiscales dividieron su trabajo en tareas que, a la larga, marcarían su vinculación con la causa. Hairabedian (el más incómodo a la hora de trabajar en equipo con los otros fiscales, según las fuentes consultadas) trabajó concentrado en las cuestio­nes operativas iniciales, aprobando el seguimiento de algunos sospechosos. Caballero (el que mejor relación mantenía con la Policía Judicial y con la Policía de calle) se concentró en el chequeo diario de los llamados al 0800 JUSTICIA, que se habilitó para receptar denuncias. Finalmente, Ugarte (el más entusiasmado con la causa) tenía a su cargo las entrevistas con las víctimas.

Los tres fiscales comisionaron a la causa (se llama así cuando se afecta a un caso específico a investigadores) a dos suboficiales de bajo rango que no son bien vistos en algunos ámbitos de la Poli­cía, pero sí son considerados excelentes por muchos fiscales de Córdoba. Se trata de Carlos Bergese y Rafael Sáenz de Tejada, quienes a partir de entonces se convirtieron en los hombres de con­fianza del fiscal Ugarte, junto con el secretario de éste, José Lavaselli.

A partir de ese momento, la causa del violador serial comenzó a caminar a la par de algunos anuncios mediáticos realizados por el Gobierno, pero con un grave problema: no existía ningún tipo de comunicación entre cada uno de estos investigadores (ni entre sus jefes), que en muchos casos llegaron a trabajar prácticamente en lo mismo.

"Yo me encargué de peinar' Nueva Córdoba", cuenta Sosa refiriéndose a la serie de consultas que hizo en todo el barrio para saber si alguien tenía alguna referencia sobre el delincuente sexual.

 "Bergese y Sáenz de Tejada hicieron un trabajo de hormiga rastrillando todo Nueva Córdoba por orden del fiscal. Hablaron con todo el mundo", afirma una fuente tribunalicia vinculada a Ugarte.

 "Pu­simos a un detective nuestro a hablar con cada uno de los vecinos buscando saber algo más sobre este tipo", asegura un vocero de la Policía Judicial. En realidad, las tres estructuras estaban haciendo exactamente el mismo trabajo, pero como no confiaban en cómo lo podría hacer el otro ni había seguridad de que toda la información recopilada iba a transmitirse, preferían gastar el doble y el triple de energía antes que trabajar en equipo.

La imagen de los investigadores cruzándose entre sí (curiosamente ninguno vio a los otros mientras trabajaba, así que también está en duda que algunos hayan hecho el trabajo que se les ordenó) y preguntando lo mismo en las mismas cuadras de Nueva Córdoba sería graciosa, si no fuera, ante todo, patética.

Pudieron hacer mucho

Mientras estas contradicciones dominaban la causa, el grupo de amigas de Ana (al que se sumó el de amigas de Milena y de otras víctimas) daba forma a "Podemos Hacer Algo".

"Contactamos a través de Victoria -amiga de una víctima- que estudiaba abogacía, a una amiga de ella que hacía poco se había recibido. La chica se llama Dolores Frías, pero como le faltaba experiencia nos contactó con Carlos Krauth, un docente universita­rio, especialista en derecho penal que a la larga se terminó convir­tiendo en el asesor legal de la organización", recuerda María.

Krauth conoció a las chicas una noche de ese mes de octubre, cuando lo convocaron a un departamento en el que, según pudo saber esta investigación, no había ninguna persona mayor.

Allí, ese abogado gordito y retacón que a la larga terminaría seduciendo con su soltura para manejarse en situaciones difíciles al mismo Gobierno de la provincia de Córdoba, supo que estas chicas estaban solas y se hizo cargo de la difícil tarea de representarlas.

(Hasta el día de hoy muchos funcionarios agradecen que haya sido Krauth el abogado querellante de las víctimas -finalmente lo sería sólo de una: Milena- porque cualquier otro, a diferencia de él que siempre mantuvo una excelente relación con los investigadores, podría haber utilizado a las chicas políticamente). En esas charlas iniciales se barajó la idea de promover una organización civil o una ONG, donde todas pudiesen aglutinarse.

Fueron días muy intensos para esas chicas de entre 20 y 23 años, que a medida que se movían despertaban el terror de los políticos y, al mismo tiempo, los obligaban a actuar. Lograron primero que por una resolución del fiscal general, la Policía Judicial se viera obligada a contratar a médicas mujeres (como no las había se fir­mó un convenio con el Ministerio de Salud de la Provincia) y sumariantes de ese sexo para que las víctimas de violaciones no tuvieran que volver a revivir el horror ante sumariantes hombres, maleducados, inexpertos y llenos de prejuicios.

En ese marco se produjo la primera marcha importante de la organización Podemos Hacer Algo en la que el ministro Alesandri mantuvo un duro enfrentamiento con las jóvenes.

El código azul del ADN

Corrían los primeros días de octubre y mientras Podemos Ha­cer Algo comenzaba a tomar forma, Córdoba era un polvorín por­que "la provincia más segura del país" estaba llena de delincuen­tes y la institución encargada de detenerlos (la Policía) estaba sos­pechada de contener en sus filas al violador serial.

Así fue que en el marco de la larga historia de cerebros puestos a favor del golpe de efecto antes que de la búsqueda de políticas a largo plazo, un funcionario del Gobierno tuvo la fantástica idea de desviar la atención de la prensa desde la causa del serial hacia otro lado.

Entonces, en una reunión realizada en la Jefatura de Policía, el ministro Alesandri anunció lo increíble. En lugar de decir que se iba a investigar a aquellos policías que pudiesen ser vinculados en base a hipótesis serias al violador o de lanzar una investigación interna al respecto, la mejor idea que tuvieron fue la de poner a todos los uniformados bajo sospecha y realizarles análisis de ADN para descartar la posibilidad de que fueran el serial.

"La Policía jamás debe estar sospechada", se aseguró en aque­lla reunión, después de poner bajo sospecha a los 7.000 policías que ahora estaban obligados a hacerse un examen de ADN para probar su inocencia.

Se trató de una puesta en escena más en la que el primer actor (sospechoso) que debió mostrar su inocencia fue el propio jefe de Policía, que convocó a todos los medios de comunicación a la Agen­cia Córdoba Ciencia (donde funciona el laboratorio del Ceprocor) para que lo vieran sacarse sangre sin desmayarse. La actitud fue explicada como "un ejemplo" hacia sus subordinados que, sin em­bargo, en los días siguientes se negarían en muchos casos a someterse a esos análisis.

El comisario mayor Pablo Nieto confiesa que paralelamente a estos anuncios la Policía sospechaba seriamente que el violador podía ser un miembro de sus filas y por ello se vio obligada a com­prar equipos de comunicación encriptados que fueron distribuidos exclusivamente entre los integrantes de la investigación. La particularidad de estos equipos es que su señal no puede ser utilizada o interferida por cualquier otro aparato.

Estas sospechas, más la existencia de la recompensa, promo­vieron la aparición de cazarrecompensas de dudosa trayectoria policial, que se involucraron en la investigación anunciando -en todos los casos sin elementos- que iban a llegar al violador, antes que la Policía.

A Tribunales II, de visita

Ey! Marcelo, ¿qué me decís del violador serial? Qué pedazo de hijo de puta, ¿no? ¿Será cana? -pregunta uno de los amigos que está parado en la esquina.

-Qué sé yo... parece raro, pero... El guaso las bolacea (les habla y las envuelve con su palabra), andá a saber. Para mí que las minas se dejan y después denuncian... Ayer la Zulma me decía que le da asco, que son criaturas... -Y vos negro, ¿qué pensás?

-Nada, qué voy a pensar. Que tiene que ser un cana, si no es imposible.

-Puede ser -dice Marcelo- podés creer que ayer mismo me pararon para controlarme el auto de nuevo. Es la tercera vez en diez días, me tienen las pelotas llenas esos cagones y además, ¿realmente se creen que soy tan boludo como para andar rega­lado para que ellos me agarren? En lugar de andar rompiéndome las bolas que lo agarren al serial.

-Para mí que el violador sos vos Marcelo, sos el que mejor se mueve en Nueva Córdoba, no te andarás entreteniendo con otras cosas antes del levante de autos, ¿no?

-Ma' sí, soy yo. El violador serial soy yo. A las pendejas me las estoy cogiendo yo... ¿y qué?

Los cuatro se miran, Marcelo sonríe y todo el grupo estalla en una carcajada justo en el momento en que pasa una camioneta del CAP y después de hacer unos 40 metros clava los frenos, da una vuelta en "u" y vuelve sobre sus pasos hacia donde está la reunión. Antes de bajar, el policía que está al lado del acompañante, toma la radio y avisa dónde está. Después abre la puerta y empieza a hablar

-Bueno... a ver vos... ¿en qué andás? -pregunta el uniformado mirando a Marcelo

-Y a vos qué carajo te importa -responde éste en actitud desafiante.

El policía, que no ha quitado la mano de su cintura donde tiene la pistola 9 milímetros, se da cuenta de que es momento de hacer valer su autoridad y vocifera:

-Bueno, bueno. Los cuatro contra la pared, rápido y callados.

Pero qué te pasa si no estamos haciendo nada!

-Contra la pared y denme los documentos que vamos a tomar nota de quiénes son.

El episodio ocurrió en barrio General Urquiza en octubre del año 2004. Los cuatro hombres eran vecinos y estaban charlando en una esquina sobre la calle Tristán Narvaja. Uno de ellos era Marcelo Sajen.

Cuando la Policía vio su documento, quiso llevárselo por una supuesta orden de detención a raíz de un robo de automotor. Sajen se resistió, diciendo que no tenían ninguna orden, pero los policías no le devolvieron el documento y le dijeron que lo fuera a buscar al precinto 10 de la calle Asturias. Parte de este episodio fue presenciado por unas de las hijas de Sajen y, cuando Zulma se enteró de esto, fue personalmente a buscar el DNI de su marido y lo recuperó.

Puede parecer perdida, pero está claro que detrás de aquella cara de confusión que sabe utilizar, hay una persona inteligente a la que nada se le escapa.

Así es Zulma, la mujer de Marcelo Sajen que en octubre de 2004, cuando se enteró por su yerno de que la Policía había intenta­do detener a su marido en la vía pública, decidió que no iba a dejar que eso siguiera ocurriendo. "A Marcelo siempre lo molestaron porque creían que sus autos eran robados, pero eso era mentira, si yo misma hacía los trámites en los registros. Por eso en octubre cuando lo intentaron detener yo me di cuenta de que ahí había algo raro", cuenta la mujer y agrega que habló con Marcelo y lo acom­pañó hasta el estudio del abogado Manuel Juncos, para asesorarse.

"La Policía siempre lo buscaba y él no era de dejarse llevar", asegura Zulma antes de afirmar que Marcelo no tuvo problemas en ir a Tribunales II (donde todo el mundo hablaba del violador se­rial) para gestionar un hábeas corpus (constancia de que no había causas en su contra) firmado por la jueza Ana María Lucero Ofredi.

Y así fue, temerariamente el miércoles 13 de octubre de 2004, Marcelo visitó Tribunales II y en el Juzgado de Control N° 1 gestio­nó el certificado. Desafiando a toda la Justicia de Córdoba, se reti­ró sin que nadie lo viera siquiera parecido a ese identikit de un boliviano que por entonces se difundía hasta el cansancio en toda la ciudad.

Los alemanes

Con la causa de nuevo en movimiento y ya instalada como una prioridad en los medios de comunicación, comenzaron a llegar a Córdoba representantes de policías de otros países. Un miembro del FBI (Oficina Federal de Investigaciones de Estados Unidos) se limitó a hacer un par de precisiones que a la larga no tenían dema­siada diferencia con lo que estaba haciendo la Policía. "Los israelíes", como llamaban los cordobeses a los integrantes de la policía de ese país que pasaron sin pena ni gloria por Córdoba, sólo tenían en su haber la detención de un atacante serial que había sido detenido en flagrancia (mientras cometía el hecho) y llegaron a insinuarle al fiscal Vidal Lascano que en nuestro país era muy difícil trabajar "con tantas garantías constitucionales".

Finalmente, quienes también vinieron fueron dos representan­tes de la BKA (la Bundeskriminalamt), que no es otra cosa que la Policía Federal Alemana. Vick Jens y Michael Schu llegaron a Córdoba luego de que un director de la institución para la que traba­jan se contactó -a través de la embajada- con un miembro del Tri­bunal Superior de Justicia de la Provincia.

El trabajo de estos profesionales -ambos participaron en la identificación de la denominada "Pista Hamburgo" que permitió las primeras detenciones posteriores al atentado de Al Qaeda que derribó el 11 de Setiembre de 2001 las Torres Gemelas en Nueva York- fue el que más aportó a la causa, pese a que lamentablemen­te se realizó tarde y a que por celos de las otras instituciones, no fue debidamente aprovechado.

La experiencia de los alemanes tenía un objetivo principal: la puesta en práctica de una teoría cuya traducción al castellano se­ría "Comportamiento geográfico de los ofensores desconocidos en delitos de violencia sexual" y que consiste en evaluar el comportamiento geográfico (los lugares de ataque) de los delincuentes sexua­les y en la elaboración de un perfil del depravado mediante un análisis operativo de los casos.

La teoría original, a la que esta investigación tuvo acceso vía Internet, fue aplicada casi exactamente en la provincia de Córdoba por dos razones diferentes: primero, la intención de los extran­jeros de colaborar con la investigación que se llevaba adelante en Córdoba y segundo, el deseo de los alemanes de saber si la teoría europea era aplicable en un país de Latinoamérica.

Sin pisar barrio Colón ni General Urquiza y apenas oliendo el aroma del smog del centro de la ciudad, Jens y Schu se encerraron (tal como el método lo requiere) en un departamento durante una semana con cinco representantes de la Policía Judicial (César Fortete, Javier Chilo, Raquel Ibarra, Julio Crembil y María Daniela Buteler), todos juntos, y mediante un método de trabajo en equipo analizaron caso por caso los ataques del violador serial y llegaron a una serie de conclusiones que permitieron hacer un patrón de la conducta geográfica del autor, de su conducta verbal y una peque­ña descripción del atacante.

En "la carpeta de los alemanes", como se la llamó en Córdoba a partir de que comenzaron a conocerse sus resultados, también se aportaban especulaciones sobre la capacidad planificadora del violador serial, sus posibles antecedentes penales, su movilidad y sus costumbres.

Finalmente, otorgaba dos conclusiones que podrían entenderse como sugerencias para los actores de la investigación. Primero, la disolución del triunvirato de fiscales, por considerar que la exis­tencia de muchos líderes podía entorpecer la investigación. Des­pués, la promoción de una campaña de prensa que informara a la población sobre el caso y que al mismo tiempo permitiese contar con el apoyo de la comunidad para atrapar al delincuente.

El trabajo, que aportó una sistematización de los hechos ocurridos entre los años 2002 y 2004, inexistente hasta el momento, tenía, además, otro aporte interesante: la determinación de un sec­tor -que los alemanes denominan "Zona Anclaje"- dentro del cual el delincuente sexual tenía su base de operaciones. Ese sector fue determinado como un cuadrado cuyos límites estaban señalados al norte por la calle Entre Ríos, al sur por la calle San Lorenzo, al oeste por la calle Buenos Aires y al este por la calle Balcarce de Nueva Córdoba.

El punto de anclaje podía ser, según las conclusiones, el domi­cilio del autor de los hechos, o donde viviesen parientes cercanos o su lugar de trabajo. Según la teoría, el delincuente capturaba a sus víctimas allí donde se sentía más seguro, las violaba fuera del lu­gar para no poner en riesgo esa protección y volvía a esa zona, una vez que ya había perpetrado el hecho.

Celos inútiles

El destino de la carpeta de los alemanes estaba condenado desde su inicio por una simple razón: al fiscal general Gustavo Vidal Lascano no le importó nunca su existencia. "La carpetita" le llamó en una entrevista que mantuvo con los autores de este libro, antes de asegurar que no aportó nada a la causa. En realidad, si él hubiese hecho suyo el trabajo (como realmente era, ya que había sido realizado por sus subordinados de la Policía Judicial) podría haber mostrado como propia la primera y única sistematización de información existente sobre los ataques efectuados por el violador serial.

Por el contrario, el trabajo nunca fue distribuido oficialmente y llegó a manos de los investigadores de la causa (también a noso­tros) prácticamente de contrabando y siempre con la misma adver­tencia: "No vayas a decir que tenés esto". Vidal Lascano había priorizado su interna con el director de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá, antes que aportar un nuevo elemento a la investiga­ción. A esa altura la interna ya tenía otra arista, porque ante la desprotección de sus superiores que sufría Barberá, el jefe de la Judicial se acercó al principal opositor de Vidal Lascano en el go­bierno provincial, el ministro Carlos Alesandri.

Con grandes falencias, como la determinación de que el ata­cante era morocho cuando en realidad tenía tez blanca, o como la sugerencia de que no tenía antecedentes de violencia sexual, el trabajo sí hubiese ayudado a aportar una sistematización que, por falta de método, la Policía tenía en su cabeza y no aplicada en el papel.

Aún así, el trabajo sí sería fundamental en un aspecto, porque aquella sugerencia de que la conducción de la investigación no podía tener tres cabezas le fue dictada al oído al gobernador que rápidamente instruyó a Vidal Lascano para que eligiera un líder entre los fiscales que formaban el triunvirato.

Según las consultas realizadas, todo indicaba que el hombre elegido debía ser Pedro Caballero, no sólo por mérito propio, sino tam­bién porque las otras dos opciones tenían demasiados puntos en con­tra. Hairabedian (con fama de resolutivo) no se sentía del todo có­modo trabajando en equipo y parecía cada vez más apático. Y Ugarte, que se mostraba más dispuesto, tenía en su haber dos episodios (uno con el gobernador y otro con las víctimas, que será comentado más adelante) que lo ponían en inferioridad de condiciones.

La interna volvería a meter su cola. Caballero tenía una exce­lente relación con la Policía Judicial y eso fue suficiente para que pasara al último lugar en la consideración de Vidal Lascano, quien recurrió entonces a Ugarte, el mismo que había increpado al go­bernador.

Corrían los primeros días del mes de noviembre de 2004 y De la Sota avisaba que el violador serial iba a caer detenido antes de fin de año. El día 3 de ese mes se cumplieron dos años del primer ataque de Marcelo Sajen después de quedar en libertad.

"El Zurdito" derecho

Nunca tiene tiempo, pero puede hablar durante 40 minutos de la batalla de Pavón (ocurrida en el año 1861, cuando la alianza porteña liderada por Bartolomé Mitre venció al ejército federal que respondía a Justo José de Urquiza, después de que éste último retirara sus tropas casi sin participar de la contienda) sólo para explicar que se siente el continuador de una línea histórica que entiende al país de una manera y lo defenderá hasta el final.

Prolijo para hablar, meticuloso para decir qué piensa, cuida­doso para que nunca nadie lo ponga en evidencia, este hombre de 48 años, que tiene una marcada tendencia a explicar la civilización (y lo que está bien y está mal de ella siempre según su punto de vista), supo desde que la causa del serial llegó a sus manos que, lejos de ser un problema, se trataba de una oportunidad.

Como lo apodarían después sus subordinados en la causa, parodiando esa marcada tendencia a terminar siempre hablando de sí mismo, "Yo-Yo" (el fiscal Ugarte) estaba en su pequeña y austera oficina del primer piso de Tribunales II cuando recibió el llamado telefónico del fiscal general Vidal Lascano anunciándole que des­de ese momento (11 de noviembre de 2004) la causa quedaba en sus manos y tenía orden de dedicarse exclusivamente a ese caso.

Después de colgar respiró hondo, dejó salir esa sonrisa que mantenía reprimida y observó con detenimiento cada uno de los rincones de esa oficina pintada de blanco donde pasó gran parte de los últimos años.

Primero sus ojos se detuvieron en el diploma que le entregaron el día en que fue nombrado fiscal de instrucción, el 2 de abril de 1998. Después, su mirada paseó por el ventanal que da al patio interior del edificio de Tribunales II y volvió a detenerse en la réplica del cuadro "Nave, nave Goe" de Paul Gauguin, que reposa en la pared, ubicada a espaldas de su asiento. Finalmente, se con­centró en un pequeño recuadro apoyado en el escritorio, donde una foto lo muestra orgulloso (con el fiscal Carlos Ferrer) junto al juez de la audiencia española Baltazar Garzón.

Sintiendo a la vez una mezcla de excitación y nerviosismo, lla­mó a su secretario José Lavaselli y le dijo que había llegado la hora de trabajar. No dejarían de hacerlo hasta dos meses después.

Los interrogatorios

A esta altura las chicas de Podemos Hacer Algo demostraron que no eran nenas y exigieron hasta el punto de que las autorida­des se vieron obligadas a informarles sobre la marcha de la inves­tigación. También fueron contactadas por el fiscal Ugarte, quien les solicitó su presencia y la de todas las víctimas que estuviesen dispuestas, para volver a tomarles una declaración. Algo llamó la atención de las convocadas: tenían que ir calzadas con los mismos zapatos que usaron el día en que las atacaron.

Así cuenta su experiencia Milena:

Con las chicas que formábamos Podemos Hacer Algo manifes­tamos a la fiscalía a cargo de la investigación nuestra voluntad de ayudar. Hablé con el fiscal Manuel Ugarte-y me dijo que me iba a citar a declarar y para aportar al identikit. En ese momento fue muy amable conmigo, pero cuando acudí en persona pasé una ex­periencia horrible. Llegué a la fiscalía con mi abogado (Carlos Krauth) y las personas que nos recibieron decían: "Viene por el caso ese", nadie quería nombrarlo. También repetían el "pobrecita" y esa clase de cosas.

Tuve que entrar sin mi abogado. "No te preocupes, no te vamos a secuestrar", me dijeron cuando notaron mi reticencia a entrar sola. En la oficina me recibieron cuatro hombres. Además de Ugarte, su subsecretario (José Lavaselli), y dos policías de investigación (Cesar Bergese y Rafael Sáenz de Tejada). Fue como un interroga­torio de culpable, porque me hicieron preguntas y preguntas por más de dos horas, cosas que yo no entendía qué tenían que ver con el caso, y a cada rato me advertían: "Mirá que estás bajo juramen­to, tenés que decir lo que pasó".

Me presionaban para responder, inducían las respuestas.

"¿Hiciste algo para que él se excitara ?". "¿Te agarró, 'así o así?", decían mientras uno de ellos me tomaba de la misma forma que el tipo.

-¿ Tenía un revólver o una pistola ?

-No sé, no sé, que sé yo de eso -contestaba yo.

-Pero lo tenés que diferenciar -repetían.

Me trataron con tanta frialdad, sobre todo el fiscal; sin consideración, me humillaron.

-¿Era muy peludo? -preguntaban.

-No sé, no estoy segura -dije.

-¿Así de peludo? -repreguntó el fiscal mientras le hacía levan­tar la camisa a uno de los policías, un hombre bastante gordo que me mostró el pecho peludo.

-¿Frecuentas el circuito gay de Córdoba?

Yo los miraba y no sabía qué responder. A lo largo de las dos horas de interrogatorio sin pausa me fui sintiendo mal, aturdida y cansada. Comencé a marearme, me sudaban las manos, se me bajó la presión y supongo que se dieron cuenta. Entonces uno dijo: "Que conste en acta que la interrogada se sintió cómoda durante la de­claración".

Cuando me dejaron salir tenía tanto miedo de haberme confun­dido y respondido algo mal "bajo juramento", que lo primero que hice fue contarle a mi abogado y preguntarle qué podía pasarme. Estaba muy asustada.

El episodio relatado por Milena fue confirmado a esta investigación por tres fuentes diferentes que participaron de una reunión realizada en el tercer piso de la Jefatura de Policía, el día poste­rior a la segunda marcha de Podemos Hacer Algo, el 18 de noviem­bre, y mientras otra marcha de similares características se realiza­ba en Río Cuarto.

Allí, en una reunión en la que se intentaba explicar a las integrantes del grupo el avance de la causa, una de las representantes de las víctimas contó el mal momento que pasó Milena.

Mientras la chica relataba lo ocurrido, el estupor fue ganando a los presentes, entre los que se encontraban el jefe de Policía,

Jorge Rodríguez; el subjefe, Iban Altamirano; el comisario Oscar Vargas, el ministro Carlos Alesandri; el fiscal general, Gustavo Vidal Lascano; el director de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá; el abogado de las víctimas, Carlos Krauth; su asistente, Dolores Frías; y tres amigas de las víctimas. Así lo relata uno de los presen­tes: "Nos quedamos todos con un gusto a asco en la garganta y con la sensación de que eso era increíble. Sólo la rapidez de Vidal Lascano para pedir disculpas y mirar hacia adelante permitió que dejáramos de mirarnos unos a otros pensando que Ugarte era un desubicado. Además la chica que comentó el hecho terminó su re­lato diciendo que cuando la joven del interrogatorio fue abusada, su atacante había tenido el torso desnudo".

Cuando se le consultó al respecto al fiscal Ugarte, insistió en que las víctimas se sintieron "cómodas" en los interrogatorios y recalcó el caso de algunas (sobre todo de bastantes años atrás), que aseguraron sentirse a gusto durante los interrogatorios. Otras personas cercanas a Ugarte aseguraron que esas entrevistas fueron las únicas "completas" que se hicieron a lo largo de la causa y criticaron duramente los testimonios recopilados por los sumariantes y los realizados por psicólogos de la Judicial.

Lo cierto es que en el diálogo que tuvimos con Ana, la chica, que reconoce al fiscal del caso como un actor importante en el final de esta historia, nos dijo que la experiencia de Milena la con­venció de no prestarse "a los malos tratos de Ugarte".

El episodio, sumado a la actitud que había tenido Ugarte en aquella reunión con De la Sota, prácticamente le quitaba la con­fianza de todas las personas importantes en la investigación. Cuan­do esto ocurrió, la sensación general era que Vidal Lascano podía haber cometido un error al designar a Ugarte al frente del caso.

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//01 de Agosto, 2010

Joe Ball - El Carnicero de Elmendorf

por jocharras a las 10:34, en Hombres Asesinos
Joe Ball - El Carnicero de Elmendorf


 

Frank Ball llegó a Elmendorf, un pequeño pueblo al sudeste de San Antonio, Texas, alrededor de 1885. A través de un préstamo del banco local abrió una fábrica para procesar algodón y la llegada del tren, pocos años después, hizo prosperar su negocio volviéndolo rico. Frank se casó con Elizabeth, y acrecentó su fortuna haciendo negocios de bienes raíces, eventualmente abrió una gran tienda en el pueblo. 

La familia Ball crió en total ocho hijos, Joseph D. Ball, su segundo hijo, nació el 7 de enero de 1896. La niñez de Joe fue normal, pero era un niño de carácter retraído que disfrutaba más de la pesca y largas excursiones en solitario, que de actividades con otros chicos. Siendo ya un adolescente adquirió pasión por las pistolas y solía pasar largas horas practicando el tiro, se sabe que llegó a ser un tirador muy habilidoso. 

En 1917, cuando los Estados Unidos declaran la guerra a Alemania, Joe se enlista y es enviado al frente poco después. No existen registros sobre su desempeño durante la guerra, pero sobrevive y en 1919 es dado de baja honorablemente y regresa a Elmendorf.

A su regreso trabaja durante algún tiempo con su padre, pero al parecer, los dos años en las trincheras le hacen difícil adaptarse a la vida civil y renuncia. Habiendo aprendido algo de negocios, se da cuenta que La Prohibición ha dado lugar a una gran demanda de licor ilegal por lo que decide dedicarse al contrabando y, a pesar de los riesgos (mismos que parece disfrutar), se dedica a recorrer la región en su Ford modelo A vendiendo whisky.

A mediados de los años 20, Joe contrata a un joven afro-americano llamado Clifton Wheeler para que le ayude en el negocio, siendo un tipo inteligente y más bien taimado, pronto el queda encargado del trabajo sucio. Se ha dicho que Clifton temía a Joe, ya que cuando este se emborrachaba se entretenía haciéndolo bailar disparando a sus pies. 




Taberna Sociable Inn, local donde se supone cometía sus crimenes. 

Al finalizar La Prohibición, el negocio de Joe se vino abajo, pero, aprovechando sus conocimientos en el negocio del licor decide abrir una cantina. Así es como, tras comprar un terreno a la orilla de la carretera a las afueras de Elmendorf, construye una taberna con dos habitaciones en la parte de atrás, la bautiza con el nombre de Sociable Inn. El lugar no es mas que una habitación grande con mesas y un piano en donde los parroquianos pueden beber y ocasionalmente disfrutar de una pelea de gallos. 

Aun cuando el negocio parece ir bien, Joe siente que debe de contar con alguna atracción que haga llegar más clientes así que construye, en la parte trasera de la taberna, un pequeño lago artificial rodeado con una reja de tres metros de altura en donde pone cinco caimanes vivos, uno grande y cuatro más pequeños. 

El éxito es inmediato y sus nuevas mascotas atraen a muchos nuevos clientes. Los Sábados son especialmente concurridos ya que ese día Joe tiene un "show" especial que consiste en alimentar a los caimanes con algún mapache, perro, gato o cualquier otro animal vivo del que pueda echar mano.
 

Además de los caimanes, el éxito de la taberna está en que Joe siempre se las arregla para contratar chicas jóvenes y guapas para atender a los parroquianos. Ninguna de las chicas parece quedarse demasiado tiempo pero él siempre lo explica diciendo que son chicas que van de paso buscando la manera de hacer un poco de dinero rápidamente.



Minnie Gotthardt, "Big Minnie". 

En 1934 Joe conoce a Minnie Gotthardt, una chica de 22 años de Seguin a quien apodan "Big Minnie". A pesar de que ella no agrada a la mayoría de sus clientes, Joe comienza una relación con ella y juntos atienden el Sociable Inn durante los siguientes tres años. Los problemas comienzan cuando Joe se enamora de una de sus meseras más jóvenes, Dolores "Buddy" Goodwin. La cosas se complicaron aun más en 1937 cuando entra a trabajar a la taberna Hazel "Schatzie" Brown, una guapa chica de 22 años que de inmediato comienza a recibir las atenciones de Joe.

En el verano de 1937 el problema de Joe se soluciona parcialmente al salir de escena Big Minnie, según explica a amigos y familiares de la mujer, Minnie decide dejar el pueblo tras dar a luz a un bebé de color. 

Algunos meses más tarde Joe se casa con Dolores a quién confía que no es verdad que Minnie huyera, según le cuenta, la verdad es que él la llevó a una playa cercana, le disparó en la cabeza y la enterró en la arena. Ella no le cree y el asunto no se vuelve a tratar entre ellos. 

En enero de 1938 Dolores se ve envuelta en un accidente automovilístico que casi le cuesta la vida, como resultado le es amputado el brazo izquierdo. Rápidamente comienzan a correr rumores de que la verdad es que uno de los caimanes de Joe le había arrancado el brazo. Independientemente de cual haya sido la verdad, Dolores desapareció misteriosamente el siguiente abril y no demasiado tiempo después Hazel también. 

Quizá las mujeres no fueran muy fieles a Joe ni él a ellas, pero ese no era el caso con sus caimanes. Según se cuenta, cuando un vecino reclamó a Joe por el fuerte olor a carne podrida del alimento de sus mascotas, Joe tomó una escopeta y le sugirió que no se metiera en asuntos que no eran de su competencia a menos que quisiera terminar como alimento él mismo. El vecino decidió cambiarse a otro pueblo. 


Hazel "Schatzie" Brown. 

El negocio de Joe parecía ir viento en popa no obstante la continua desaparición de sus ayudantes, pero a mediados de 1938 la familia de Minnie comenzó a hacer preguntas de nuevo al no poder localizarla a pesar de los esfuerzos de la oficina del Sheriff del condado de Bexar. Como Joe había sido su último amante y patrón conocido fue interrogado en varias ocasiones, sin embargo, sin evidencias de algún crimen, tuvieron que dejarlo en paz. 

Algunos meses más tarde, los familiares de otra chica desaparecida, Julia Turner de 23 años, acudieron a la policía. Como Julia también había sido empleada de Joe nuevamente la policía lo interrogó, el les dijo que al parecer la chica había tenido algunos problemas locales y había decidido marcharse del pueblo. 

Las investigaciones de la policía concluyeron que ella no había regresado al departamento que compartía con otra chica, su ropa y efectos personales aun estaban ahí, los investigadores regresaron a la taberna e interrogaron de nuevo a Joe. Esta vez el "recordó" que la chica estaba realmente desesperada y él le había prestado quinientos dólares ya que ella ni siquiera quería regresar a su departamento. 

Durante los meses siguientes dos chicas más, empleadas de Joe, desaparecieron. Los ayudantes del sheriff interrogaron a Joe durante horas pero no lograron sacarlo de su posición inocente; las chicas habían dejado el pueblo, él no sabía nada más. Al no tener alguna prueba contra él, de nuevo tuvieron que dejarlo ir. 

El 23 de septiembre de 1938 la suerte de Joe comenzó a decaer. Un viejo vecino de Joe declaró a la policía que lo había visto cortando pedazos de carne humana para alimentar a sus caimanes. Mientras la policía decidía que acción tomar, un méxico-americano pidió ayuda al alguacil de condado de Bexar, John Gray, sobre un barril "con olor a muerto" que Joe había dejado tras el granero de su hermana. A la mañana siguiente los alguaciles John Gray y John Klevenhagen fueron a investigar pero el barril había desaparecido. De nuevo decidieron visitar a Joe. 




Poseía unos caimanes a los que se supone alimentaba con sus víctimas. 

Cuando Gray y Klevenhagen llegaron al Sociable Inn informaron a Ball que lo iban a llevar a San Antonio para interrogarlo, Joe accedió y pidió permiso para cerrar apropiadamente el establecimiento, ellos accedieron. Joe tomó una cerveza y la dejó caer, se acercó a la caja registradora y oprimió la tecla "NO SALE" (Sin Venta), cuando el cajón de la registradora se abrió tomó de él un revolver colt calibre 45 y tras colocárselo contra el pecho jaló del gatillo ante la impotencia de los agentes. El disparo fue mortal. 

Alguaciles de toda la región convergieron en la taberna para la investigación, tras encontrar carne en estado de putrefacción en el lago de los caimanes y un hacha cubierta con sangre y pelo desarrollaron la teoría de que Joe descuartizaba a sus víctimas y alimentaba con ellas a sus mascotas. 

Las investigaciones concluyeron que solamente Clifton Wheeler podría haber ayudado a Joe en estas espeluznantes tareas, así que Wheeler fue detenido y llevado a San Antonio para su interrogatorio. 

Al principio Wheeler negó tener conocimiento alguno de las acciones de Joe, pero tras todo un día de preguntas finalmente aceptó colaborar. Explicó a los agentes que Hazel Brown, una de las chicas de Joe se había enamorado de otro hombre y estaba planeando irse para comenzar una nueva vida. La noticia y el que ella lo acusara de haber asesinado a Minnie hicieron que Joe perdiera los estribos y la matara. Para poder corroborar el hecho le pidieron que les mostrara en donde estaba enterrado el cuerpo. 
Al día siguiente Wheeler los condujo a un sitio apartado, a unas tres millas de pueblo, cerca del río San Antonio. Ahí comenzó a cavar en un sitio en que la tierra estaba medio suelta y poco después descubrieron dos brazos, dos piernas y un torso en avanzado estado de putrefacción, cuando le preguntaron por la cabeza el señaló los restos de una hoguera. Entre las cenizas se encontraron una mandíbula, algunos dientes y pedazos de un cráneo humano. 


Las pruebas que se supuso en su momento serían incriminatorias. 

Wheeler les contó que una noche, tras haber estado bebiendo copiosamente, Joe le había ordenado traer algunas cobijas y una lata de alcohol, después habían recogido del granero de su hermana un barril de 55 galones y en el auto de Joe lo habían llevado hasta el río. Una vez ahí Joe lo había obligado, a punta de pistola, a cavar una fosa y cuando abrieron el barril dentro estaba el cadáver de Hazel. Siempre bajo amenazas, lo había obligado a ayudarlo a desmembrar el cadáver. Una vez enterrado este Ball arrojó la cabeza de Hazel a la fogata. 

Cuando lo interrogaron sobre Minnie Gotthardt, dijo que Joe la había llevado a Ingleside, cerca de Corpus Cristi, donde después de beber en cantidad, le había pegado un balazo en la cabeza. Joe la mató porque descubrió que estaba embarazada y no quería que esto interfiriera en su relación con Dolores. Ambos la enterraron en la arena.

El 14 de octubre de 1938 fue encontrado el cuerpo de Minnie donde Wheeler había dicho que estaría. 

Cuando fue interrogado sobre la desaparición de las otras chicas negó saber algo al respecto. Wheeler se declaró culpable de complicidad bajo amenazas y fue condenado a dos años de prisión. 

Entre las cosas que se encontraron el la taberna de Joe estaba un álbum con fotografías de docenas de mujeres, nunca se comprobó que Ball las hubiera conocido realmente, pero según el alguacil J. W. Davis podría ser la pista de varios otros asesinatos.

En cuanto a Dolores, fue localizada varios meses más tarde en California, a donde había huido para comenzar una nueva vida. También fue encontrada en Phoenix, Arizona, otra de las chicas supuestamente desaparecidas. Los caimanes de Joe terminaron en el zoológico de San Antonio. 

Las investigaciones concluyeron que la sangre y pelo encontrados en el hacha tomada de la taberna de Joe no eran humanos, pero muchas de las chicas desaparecidas jamás fueron localizadas. En 1957 Dolores declaró en una entrevista con el periódico San Antonio Light que Joe Ball era un hombre dulce y cariñoso que jamás haría daño a nadie que no le obligara a ello, además dijo, que Joe había alimentado a sus caimanes con carne humana... La duda quedará por siempre... 
 
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//01 de Agosto, 2010

Adolfo de Jesús Constanzo

por jocharras a las 10:26, en Hombres Asesinos
Adolfo de Jesús Constanzo, "El Narcosatánico de Matamoros" 




Constanzo era el lider de una banda "satánica" que realizaba rituales con sacrificios humanos. 

Desde el rancho Santa Elena, en la ciudad fronteriza de Matamoros, México, Adolfo de Jesús Constanzo y su banda transportaban semanalmente una tonelada de marihuana al país vecino... pero el lugar no era sólo un centro de distribución de drogas.

En 1989 fueron acusados de asesinar a más de una docena de personas durante unos rituales de Palo Mayombe, un culto afroamericano.

Los "narcosatánicos" habían convertido el rancho en una verdadera casa de los horrores. El 9 de abril de 1989, la policía mexicana detiene en un rutinario control la camioneta que conducía David Serna Valdez, de veintidós años, a la altura del kilómetro 39 de la carretera de Matamoros a Reynosa en el rancho Santa Elena. En ella se encuentran restos de marihuana y una pistola calibre 38, por lo que el joven conductor es detenido. Tras unas horas de interrogatorio confiesa que pertenecía a una secta de "magia negra" y que utilizaban el rancho para realizar sus sacrificios rituales con seres humanos, además del narcotráfico.

Estas sorprendentes confesiones obligan a la policía a registrar el rancho, hallando allí otros ciento diez kilos de marihuana... y algo macabro: un caldero de hierro de hedor pestilente que contenía sangre seca, un cerebro humano, colillas de cigarros, 40 botellas vacías de aguardiente, machetes, ajos y una tortuga asada.

Alrededor de la casa, una fosa común con doce cadáveres descuartizados, a los que les habían extirpado el corazón y el cerebro en algún extraño ritual.

Entre ellos se hallaba el cuerpo de Mark Kilroy, un estudiante de medicina desaparecido en marzo de 1989 al que habían amputado las dos piernas y extirpado el cerebro, y con parte de cuya columna vertebral el líder del grupo se había fabricado un alfiler de corbata que le servía de amuleto. 

 

Los agentes de la policía judicial detienen a un grupo de personas implicadas, quienes confiesan haber matado a esos individuos por orden del Padrino Adolfo de Jesús Constanzo, de veintisiete años de edad e hijo de un americano y una cubana practicante de la Santería y Palo Mayombe, en cuyas artes mágicas había sido iniciado desde que tenía tres años.

En 1980, Constanzo comienza a vender sus servicios como mayombero en Miami, trasladándose posteriormente a México en donde tiene un gran éxito con sus trabajos de magia negra. Su excelente reputación entre las altas esferas le sería debida a los poderes mágicos que le eran atribuidos, al misterio que continuamente le rodeaba y a su carismática personalidad.

Los rituales de purificación o limpias (ceremonias para limpiar malas energías negativas) y de protección, le proporcionan de ocho mil a cuarenta mil dólares entre sus clientes, la mayoría, importantes personalidades americanas.

Uno de los titulares aparecidos en la prensa mexicana, el cerco de su búsqueda se iba estrechando.

Ávido por obtener más poder comienza a efectuar sacrificios en sus rituales, para dar mayor sensacionalismo y espectáculo, siempre ayudado por una joven divorciada que se convertiría en su musa y amante, la estudiante norteamericana de veinticuatro años Sara Villarreal Aldrete.

Sara se convierte en gran sacerdotisa del culto y participa activamente en todas las sangrientas ceremonias, además de reclutar a nuevos miembros y explicarles las actividades de la secta.

Adolfo convence a los demás adeptos que serán completamente invulnerables a las balas y que tendrán el poder de hacerse invisibles si siguen al pie de la letra sus instrucciones: confeccionar una ganga o caldero mágico con unos ingredientes especiales, además de secretos, en los ritos de Palo Mayombe, como son la sangre y algunos miembros humanos mutilados, preferentemente cerebros de criminales o locos, a ser posible de hombres de raza blanca, pues supuestamente éstos son más influenciables por el verdugo (para el asesino la tortura a la víctima es un factor muy importante, pues el alma de la víctima debe aprender a temer a su verdugo por toda la eternidad con el fin de hallarse para siempre sujeta a él). 



Sara Villareal principal complice de Constanzo 

El rito termina cuando los participantes beben la sopa del caldero formada con la sangre de la víctima, su cerebro y los demás elementos que completan la siniestra ganga... lo cual les dará todo el poder que los criminales deseen.

Los detenidos revelaron además la existencia de otras sedes del grupo en otras ciudades mexicanas, en las que se descubrieron más delegaciones y sucedieron una serie de aprehensiones.

A partir de ese momento más de trescientos policías participan activamente en la búsqueda de Constanzo y sus seguidores más próximos: Sara Aldrete, Alvaro de León Valdez, Omar Francisco Orea y Martín Quintana, quienes emprenden una huida durante tres semanas por todo México.

Constanzo intenta negociar con las autoridades mexicanas amenazando con revelar todos los nombres de los personajes conocidos que participan en su culto, pero esto pesa poco comparado con la atrocidad de sus crímenes y la policía se muestra intransigente. 
Dichas negociaciones se mantuvieron en secreto durante mucho tiempo, por lo que más tarde saldría a la luz pública: que numerosos policías habrían estado implicados en la secta.

Sintiendo que el fin de sus crímenes estaba cerca, Adolfo y sus cómplices se refugian en una mansión de las más lujosas del Obispado de Monterrey, protegida con un circuito cerrado con seis cámaras que vigilaban el jardín y accesos a la vivienda.

Mientras éstos eran perseguidos, las detenciones en distintas ciudades con narcosatánicos se multiplicaban. Finalmente, el 6 de mayo son descubiertos en el Distrito Federal por algunos agentes de la policía judicial que se hallaban registrando la zona y, sintiéndose acorralados, los cómplices del Padrino comienzan a dispararles desde la ventana de un edificio ubicado en la calle Río Sena de la Ciudad de México.

Al momento se presentan varias patrullas de refuerzo que pueden acercarse y llegar hasta el cuarto piso, desde donde disparaban. Dentro se encontraban Constanzo y los demás, quienes habían hecho un pacto de suicidio mutuo si no lograban deshacerse de los policías.

Al ver Constanzo la gran cantidad de agentes que les rodeaban y ganaban terreno a cada paso, desesperado, ordena a su compañero Valdez que le dispare con una ametralladora que le tiende, y Quintana, fiel a su líder decide suicidarse con él. Ambos se meten en un armario ordenando disparar a Valdez. Instantes después son detenidos sólo tres supervivientes, contabilizándose unos quince seguidores fieles de estos sangrientos cultos.

Según las aterradoras declaraciones de Sara a la policía, desde que conoció a Constanzo mantuvo una doble vida comportándose como una chica normal con sus amigos y familia, y como una fría asesina por otro.

Ella misma llegó a torturar a algunas víctimas, entre ellas Gilbert Sosa, un traficante de drogas.

Delante de los demás miembros del culto ordenó que se le colgase del cuello, con las manos libres para que pudiese sobrevivir agarrándose a la cuerda. Luego lo sumergió en un barril de agua hirviendo, mientras le arrancaba los pezones con unas tijeras.

Confesaría además otros crímenes brutales, como en el que uno de los miembros de la secta mantiene a la víctima con vida después de haberle cortado el pene, las piernas y los dedos de las manos. Le abre el pecho de un machetazo y le agarra el corazón sin desprenderlo, lo muerde a dentelladas mientras el moribundo lo mira agonizante.

Más tarde negaría su participación en los desquiciados rituales, asegurando que el Padrino la retuvo contra su voluntad al haberse descubierto la matanza de Matamoros.

En la actualidad Sara Aldrete Villarreal purga una pena de cincuenta años por homicidio, sin siquiera sabe que su historia ha inspirado la "Perdita Durango" de Alex de la Iglesia, película estrenada en septiembre de 1997.
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