Rita L.
Rita L. se despertó sobresaltada.
Estaba viajando en un colectivo viejo y suburbial cuando Consuelo, su
hija mayor, le dio un codazo en las costillas.
Rita, confundida, miró hacia afuera:
casas precarias, gente andando en bicicleta, un corralón de materiales, un par
de edificios altos a lo lejos. Consuelo le señaló hacia
adelante, muy cerca del conductor. Un hombre joven, de pelo castaño, le
mostraba un mazo de cartas a una mujer muy gorda. “No
las vende, hace magia”, le aclaró Consuelo a su
madre.
El hombre iba ofreciendo cartas a los pasajeros, les decía que sacaran
algunas y luego adivinaba, sin equivocarse ni una sola vez, cuáles habían
elegido. Cuando dio por terminada la demostración, se agachó para saludar como un
bailarín clásico, sacó un pañuelo blanco del bolsillo de su pantalón, lo puso
frente a su cara, hizo un movimiento rápido con su mano derecha y sacó un
clavel rojo sangre de los pliegues de la tela.
Mientras la gente lo aplaudía, el mago hizo una
bolsa improvisada con el mismo pañuelo y se dispuso a recoger las propinas.
Consuelo miró de reojo a su
madre: estudiaba al mago con atención, casi sin respirar, con una admiración
desmedida. Se dio cuenta también de que el mago ya había advertido la actitud
de su madre y estaba acercándose por el pasillo.
Rita, apurada y torpe, buscaba monedas en su
bolso cuando el mago se paró al lado de su asiento. Expectante, Rita
extendió el brazo para dejar el dinero pero el mago, sonriente, cerró con una
mano la abertura de la bolsa y con la otra les ofreció su clavel. "Me llamo Camilo. Y lo
que necesiten, me dicen."
Camilo tenía treinta y
seis años, dos más que Rita y veinte más que Consuelo. Se
presentaba de manera formal como mago, vidente y sanador. Había nacido en Misiones y había recorrido todo el país
haciendo magia, adivinando el futuro, ofreciendo hechizos milagrosos y pócimas
.”más
potentes que los remedios de los doctores". El mismo día en que conoció a Rita
ya Consuelo, las invitó a caminar ya comer unas galletas que
había aprendido a preparar con unos amigos chinos.
Rita
escuchaba los relatos de Camilo con
fascinación y absoluta credulidad. A Camilo,
por su parte, no le costó nada darse cuenta de que su admiradora era una mujer
sufrida, insegura y harta de su mala suerte. Lo primero que hizo fue agarrarle
la mano una mano que lo decía todo, con uñas de esmalte saltado, magullones y
asperezas y adivinarle su vida.
Con
la mano de Rita
entre las suyas y los ojos cerrados, Camilo
respiró hondo varias veces seguidas, mantuvo un largo silencio y al fin habló:
"Veo sufrimiento. Muchas cosas oscuras.
Traiciones. Envidia. Energía trabada. Pero veo que esto se acaba. Viene el
aire, empieza a fluir. Todo empieza a fluir".
Conmovido por su propio discurso,
Camilo abrió unos ojos casi llorosos
y le soltó la mano. "Yo te voy a
ayudar. Confía en mí."
Consuelo, sentada en el mismo banco de
plaza que su madre y el mago, masticando sin ganas una galletita china,
escuchaba con escepticismo. Cruzó una mirada con Camilo en el mismo momento en que él le miraba las piernas. Hizo el
clásico y femenino movimiento de tirar hacia abajo la pollera, se levantó,
aburrida y fastidiada, y le tocó el hombro a su madre. "¿Vamos?"
Rita
era la menor de catorce hermanos y vivió en Tucumán con su familia hasta que decidió seguir aun recolector de
caña de azúcar que le propuso mudarse a Buenos
Aires. Cuando llegaron se instalaron en una mísera pieza alquilada, sin
baño y. con goteras. Una vecina, que solía acompañarla a hacer las compras, le
dio un consejo equivocado: "Te tenés que
embarazar. Sin hijos, no tenés nada. Ni el marido te va a durar".
Fue al revés. A los diecisiete quedó embarazada de Consuelo y su
pareja, al enterarse de la novedad, le dio un par de puñetazos furiosos y la
abandonó.
Una prima la ayudó a criar a su
hija y conseguir un trabajo de empleada doméstica hasta que, cinco años más
tarde, la historia se repitió. Rita quedó embarazada de su segundo hijo. Su
nueva pareja también la dejó, aunque esta vez sin golpes y sin aviso.
La
prima, fastidiada por los descuidos sexuales de Rita, le advirtió que no había
lugar para otro chico y que fuera buscando una nueva casa. Rita tuvo a su hijo, a quien le
puso Javier, como su hermano mayor,
y viajó a Tucumán para entregárselo
a su madre. Antes de volver a Buenos
Aires le sacó una foto en donde se lo veía durmiendo, con los ojos
entrecerrados, un gorrito celeste y una cinta colorada contra la envidia en la
muñeca izquierda.
Volvió
destrozada, extrañando al hijo que no iba a criar y jurando que no volvería a
quedar embarazada ni volvería a confiar en ningún hombre.
Pero
apareció Camilo para desbaratarle
sus planes.
Camilo tenía una ex
esposa y una hija, aunque había perdido todo contacto con las dos. A medida que
iba mudando de domicilios y de amistades, cambiaba las versiones de su pasado.
Siempre evitaba, eso sí, mencionar a su único y fallido matrimonio ya su hija
ignorada, y al final hasta él mismo los había borrado de su cabeza.
Por regla
general él se involucraba con clientas de cualquiera de sus múltiples
actividades. Podía ser el amante de una mujer a la que le tiraba las cartas, o
d una ala que le recetaba un ungüento contra los nódulo mamarios, o de otra a
la que le prometía un gualicho para perjudicar a su ex
marido. No era casualidad: su clientas lo veían como un ser superior, y él
utilizaba e visión equivocada de la realidad en beneficio propio.
Esas
relaciones seguían todas el mismo esquema; Camilo
se acercaba a la mujer, la convencía de que estaba frente a un hombre virtuoso
y desinteresado, le ofrecía lo que ella evidentemente estaba buscando, le
sacaba todo el dinero que podía y desaparecía. Pero era prolijo con todas.
Antes de irse las convencía de que esa separación era impuesta por las divinas
reglas del destino y de que él, Camilo,
había sido apenas el instrumento para abrirles las puertas a una vida mejor.
Cuando conoció a Rita
y su hija, él estaba relaciona- do con Lidia, una mujer amargada y envidiosa a
la que le hacía trabajos de umbanda para que su marido dejara a su nueva amante
y regresara al hogar. Pero la mujer había consumido sus recursos y no había en
el horizonte muchas chances de que aparecieran nuevas fuentes de ingresos. El
fin de la relación era inevitable.
Dos días después de aquella
actuación de magia en el colectivo, Camilo
invitó a Rita
a su casa para ofrecerle una cura energética.
En realidad, la casa de Camilo era un único cuarto donde había
una mesa con estatuas de santos, dos sillas, un colchón en el piso, una pileta
de lavar, una hornalla a gas y una heladera baja y oxidada.
Rita
apareció con una pollera corta, mucho perfume, una bolsa con facturas y dos
botellas de cerveza.
Camilo la invitó a
sentarse y hablaron. Le explicó, didáctico, que sus trabajos de magia en los
medios de transporte eran nuevos: había empezado unos meses antes durante un
viaje largo y aburrido por el interior de Córdoba.
La gente empezó a interesarse y la idea demostró ser un éxito moderado, pero
éxito al fin. Sin embargo -remarcó Camilo-
todos sus trabajos de magia y de adivinación eran un simple instrumento para
lograr la confianza de la gente y poder entrar en sus corazones descreídos.
"Entonces puedo empezar a dar luz y ayudar
de verdad, que es mi misión en este mundo."
Rita
necesitaba creerle porque quería, después de tanto tiempo, estar con un hombre.
y para eso tenía que convencerse así misma de que ese hombre era especial, de
que no la iba a engañar ni maltratar ni abandonar. Por eso mismo, si Camilo aseguraba que su misión era
ayudar a la humanidad, Rita lo escuchaba con atención, cándida y
esperanzada.
Antes de que Rita pudiera empezar con su
propio relato, Camilo la hizo
callar. Le apoyó las dos manos cerca de la garganta y cerró los ojos. Rita,
incómoda, se quedó quieta, esperando. Camilo
no hizo ningún movimiento: se limitó a dejarle las manos apoyadas en la
garganta ya respirar de manera rítmica y sonora. Rita no tardó nada en cerrar
ella también los ojos y acompasar su respiración a la de Camilo. Un par de minutos después, él sacó las manos y fue a la
pileta a lavarlas. Entonces se las mostró, frías y agarrotadas. "Absorbieron la energía negra que tenías. El agua se lleva
una parte de lo negativo pero algo siempre queda." Camilo se empezó a frotar una mano con
la otra mientras Rita, admirada, observaba.
No era tan difícil ni para Camilo ni para nadie darse cuenta de
que ya durante el ritual de las manos Rita estaba dispuesta a todo. Sin embargo él
esperó un rato más. Serio, siguió moviendo los dedos, respirando profundo,
hasta que le preguntó si se sentía bien. "Mirá,
ahora voy a repetir el ejercicio. Vas a ver la diferencia de energía."
Camilo volvió a apoyarle las manos
en el cuello, esta vez mirándola a los ojos. "¿Mejor?"
Rita
asintió. Camilo la agarró de la mano
y la llevó a su colchón. A partir de ese momento empezaron a verse todos los
días, pero en la casa de Rita.
La casa de Rita, aunque modesta, era mucho
mejor que la de Camilo. Tenía un
cuarto en el que dormían madre e hija, un baño, una cocina comedor y un lavadero
en un patio minúsculo.
Rita
podía mantenerla a duras penas gracias a su trabajo de mucama. Sin embargo,
había meses en los que el dinero ni siquiera le alcanzaba para pagar la luz y
el gas.
Consuelo cursaba el colegio secundario y
era la encargada de limpiar la casa. Rita, que apenas sabía leer y escribir, se
había propuesto que sus hijos terminaran el colegio y, si algún milagro
sucedía, que fuesen a la universidad. Había calculado que en unos años más
podría enviar una mensualidad a su madre para sacar a flote a su hijo menor que
estaba en Tucumán.
A pesar de sus apuros económicos,
Rita
había empezado a darle dinero a Camilo.
No es que él se lo pidiera en forma directa. Camilo, simplemente, se sentaba, se agarraba la cabeza, suspiraba y
empezaba a murmurar. Cuando Rita le preguntaba, él mantenía unos segundos
de silencio hasta que al fin hablaba: "Tengo
que hacer una cadena de oración y no pude comprar las velas".
"Le di todo mi dinero a una mujer para que
le compre los remedios al hijo." "Tengo
que ir a curar a un viejo y no tengo para el pasaje." Rita,
de inmediato, abría su bolso y le daba lo que tenía.
Consuelo sospechó desde un primer momento
de las intenciones de Camilo. Estaba
convencida de que su madre había caído en las garras de un estafador. Nada de
lo que hacía Camilo le resultaba
confiable: ni sus trucos de magia, ni sus videncias, ni sus famosas aperturas
de caminos ni sus extraños manejos de la energía. Lo que sí advertía con cierta
claridad era que el novio de su madre la miraba con un interés sexual bastante
evidente. Ella respondía a ese interés con ambivalencia: por un lado se enojaba
y ofendía, y por otro se sentía importante y halagada. Su intuición femenina,
sin embargo, le decía que no debía hacer ningún comentario a su madre sobre ese
punto: se ofendería y la acusaría de ser ella misma quien provocaba a su
hombre.
Rita,
en tanto, más de una vez había sorprendido a Camilo estudiando a su hija con miradas nada paternales. Pero
enseguida se decía que lo suyo eran ideas paranoicas y nada más, y se olvidaba
del asunto.
Ni
bien empezaron a salir juntos, Rita comenzó a temer por la estabilidad de su
pareja. El primer peligro, estaba claro, eran las clientas de Camilo. Como ella no podía evitar que
él ejerciera su oficio esotérico, lo único que le quedaba por hacer era
neutralizar los riesgos. Entonces invitó a su novio a vivir con ella y su hija.
En
realidad, la idea se la había instalado Camilo
con enorme astucia. Muchas veces él miraba a Rita con gesto de preocupación,
y le decía que había pasado toda la noche con una clienta en plena limpieza
energética. "Las tentaciones son tantas ...Hay que
trabajar contra eso", decía él en voz baja, como para sí
mismo.
Así
fue que antes de cumplir dos meses de relación, Camilo embaló las pocas cosas de su pieza, fue a vivir a lo de su
novia y dejó de pagar alquiler.
Rita juntó su cama y
la que usaba su hija, con lo que improvisó una cama matrimonial. Consuelo iría aparar a la cocina comedor. Pondría en el piso
el colchón de Camilo y ahí se
arreglaría. Las estatuas de umbanda y las imágenes religiosas y esotéricas
estarían guardadas en un armario hasta el momento de usarlas.
Poco antes de abandonar su casa, Camilo invitó a Rita ya su hija a presenciar una
"apertura de caminos". La sesión se haría para ayudar a Lidia, la última de sus
clientas-amantes que él estaba descartando.
Rita
no tenía ningún interés en que Consuelo estuviera en la
sesión pero Camilo fue insistente:
la personalidad rebelde de la chica se aplacaría y enderezaría gracias al fluir
energético del trabajo.
Apenas llegaron a la pieza de Camilo, él le pidió a Rita
que fuera a un bar a buscar un par de cervezas. No eran para celebrar nada sino
para convidar a las presencias del más allá. Según la explicación de Camilo, durante la ceremonia él
invocaría a ciertos espíritus mediante cánticos y rezos, y esos mismos
espíritus ofrecerían su ayuda divina. A cambio, él debería dejarles sus ofrendas.
"Les gustan la cerveza, el cigarrillo y la
sangre. La sangre que fluye, como la vida, lleva energía y abre caminos.
"
Las dos, en ese momento, se
miraron con cierta inquietud, pero Camilo
las tranquilizó. "Hay muchas
sangres, hay muchos caminos. Todo depende de lo que se esté pidiendo. A veces
se mata algún animal, pero ahora vamos a usar hígado de vaca. Para este trabajo
sirve igual porque no estamos pidiendo algo muy complicado para los santos."
Cuando Rita salió a comprar la cerveza,
Camilo sacó de la heladera una
fuente con hígado picado y la puso sobre la mesa. Acomodó las estatuas de los
santos, colocó unas cuantas cartas de tarot en lugares estratégicos y ubicó en
el centro de la mesa una jarra y un vaso.
Consuelo, callada, estudiaba la escena. Camilo se le acercó y la tomó de la mano.
"Vení. Antes de empezar te voy a limpiar la
energía que te oscurece. Esa energía te frena y me puede frenar mi trabajo
también." Consuelo se apartó,
intimidada. "No, dejá Yo no creo en esas cosas.
" Camilo no le hizo el menor
caso. Se paró frente a ella y apoyó las palmas abiertas de sus manos sobre la
mejillas de Consuelo. Cerró los ojos y empezó a baja las
palmas hasta llegar al cuello, masajeando de manera suave y firme. Poco a poco Consuelo se fue abandonando, dejando caer la cabeza hacia
atrás. En ese momento, justo en el momento en que Consuelo
esperaba que él siguiera, Camilo
interrumpió su trabajo. Sacó las manos y pudo ver durante un segundo su mirada
de decepción y fastidio.
Poco después llegó Rita
con la cerveza. Camilo lleno la
jarra y el vaso, se puso una remera blanca sobre su remera verde, les hizo un
gesto a sus espectadoras para que se sentaran y dio por iniciado el ritual.
Empezó a rezar en susurros muy tenues y poco a poco fue subiendo el tono hasta
que al final se agarró a la mesa con ambas manos, como sosteniéndose. Se
balanceaba de un lado al otro hasta que se quedó quieto. Se tomó de un solo
sorbo todo un vaso de cerveza y habló con voz enronquecida. "Pido ayuda para abrir los caminos de Lidia. Luz y claridad
en su vida. Que no se confunda y que perdone. Que perdone y que sea feliz. Que
escuche; las voces de los santos a través de la energía. Que obedezca y que se
libere para ser feliz en unidad con nosotros. Y abramos los caminos de Rita y Consuelo. Que se entreguen sin dudas interiores, para su liberación. Que se
abra la oscuridad que las amenaza con peligros graves. Que yo tenga energía
para protegerlas. " Camilo
quedó callado unos instantes, agarró una cuchara de madera que estaba dentro
del recipiente del hígado picado, la colmó con esa pasta sangrante y espesa y
se la llevó a la boca. La tragó, sin masticar. Enseguida se sirvió otro vaso de
cerveza. De pronto se apoyó contra la mesa, se sacudió como si tuviera un
escalofrío, abrió los ojos y miró a Rita ya su hija. Las dos estaban fascinadas e
impresionadas.
Camilo respiró hondo,
se sacó la remera blanca y prendió la luz. "Listo.
Si quieren, vamos a comer una pizza por ahí."
Con Camilo viviendo en su casa, a Rita ya no le alcanzaba su sueldo. Fue el
mismo Camilo quien le consiguió un
nuevo trabajo a través de un amigo, Oscar.
Oscar había sido su socio, muchos años
antes, en un negocio de compra y venta de repuestos para autos. Trabajaban
exclusivamente con artículos robados y estuvieron a punto de ir presos. Después
Oscar puso un bar al que Camilo visitaba con frecuencia.
Una
noche Oscar le comentó que estaba
buscando una mujer para limpiar pisos y baños, y Camilo le recomendó a Rita.
Fue
así como Rita,
además de su trabajo habitual, limpiaba el bar cuatro horas por día. Terminaba
exhausta y de pésimo humor, pero el dinero le servía para mantener a Camilo.
A
todo esto, Camilo había abandonado
sus trucos de magia, que le habían servido durante mucho tiempo para pagar
buena parte de sus gastos. Pero todo eso ya no tenía sentido. Rita
le daba dinero y lo alimentaba, y Consuelo le lavaba la ropa
y se la planchaba.
Camilo pasaba el día en la casa, viendo
televisión y tirando las cartas en soledad. Muy rara vez salía a ver a algún
cliente, y pasaba horas y horas en la cama.
Consuelo había perdido
toda curiosidad por Camilo. Ya no se
sentía importante al ver el interés que despertaba en un hombre mayor. Más
bien, había empezado a odiarlo. Le multiplicaba su trabajo hogareño, consumía
buena parte de los ingresos de la casa y la abrumaba con sus miradas lascivas y
sus elípticas insinuaciones sentimentales. Consuelo jamás estaba
segura acerca de lo que Camilo le
estaba sugiriendo: pasaba, entonces, la mitad del tiempo temerosa de sus
avances y la otra mitad odiándose por no enfrentarlo. Y no lo enfrentaba por el
simple motivo de que existía la posibilidad de que todos esos avances fueran
apenas un triste producto de su imaginación de adolescente virgen y sin novio.
Su
madre, que estaba cada vez más sometida a Camilo,
trataba a Consuelo con rencor. Más de una vez había
advertido que Camilo intentaba estar
a solas con su hija, y que le hacía excesivas preguntas acerca de su vida
sentimental. Rita,
para preservar la imagen de su novio, suponía que era su propia hija quien
intentaba seducir a su pareja.
Camilo no tardó nada en aburrirse de Rita
e interesarse en Consuelo. Pero tenía muy en claro que
era Rita
quien pagaba las cuentas. Su plan, entonces, consistía en seguir "casado
" con la madre pero lograr un acercamiento sexual con la hija.
A Oscar, su ex socio, se lo dijo
claramente. "La vieja que me mantenga. Y la hija que me
caliente."
Pero
las cosas no le resultaban fáciles. Consuelo lo esquivaba y Rita
lo vigilaba. Al fin, sacó de la galera una solución perversa: intentaría
acercarse a la hija con la anuencia de la madre.
Rita, mientras tanto,
trabajaba durante todo el día y cuando llegaba a su casa, por la noche, se
desvivía por hacer feliz a Camilo.
Le daba dinero, le compraba sus chocolates preferidos, le hacía masajes, lo
escuchaba con admiración y hacía en la cama todo lo que él le pedía, que no era
poco. Consuelo, desde el colchón del cuarto
contiguo, escuchaba gritos y gemidos con absoluta claridad.
Por
las mañanas Rita
estaba cansada y adormilada. Sabía, además, que tendría que afrontar un día
entero de sacrificio laboral mientras que Camilo
y su hija pasarían juntos unas cuantas horas, cuando Consuelo
volviera del colegio.
Una
tarde, mientras Rita
limpiaba vidrios, la dueña de la casa en la que trabajaba le reprochó con
pésimos modales no haber baldeado un patio. Rita estalló. Contestó a los
gritos y unos minutos más tarde estaba despedida.
Rita lloró un buen
rato en una estación de trenes y fue a su segundo trabajo mucho más temprano
que lo habitual. Cuando Oscar, el
dueño del bar, se enteró de lo que había pasado, se subió al caballo de su
desgracia y le bajó el sueldo. Le dijo que había estado pensando en prescindir
de sus servicios pero que no lo había hecho por consideración a Camilo. Pero que ya no podía darle lo
que venía pagándole. Oscar sabía que
Rita
no podía perder también ese empleo, y que se que. daría ahí aunque fuese con un
sueldo menor.
Rita volvió a su
casa aterrada. Tendría que enfrentar a Camilo
y decirle que el mismo día la habían echado de un trabajo y le habían bajado el
sueldo en el otro.
Rita bajó del
colectivo, le compró a Camilo una
botella barata de vino y fue a su casa, torturada por las negras posibilidades
que se abatían sobre ella y su relación.
Cuando
abrió la puerta encontró a Consuelo cocinando y a Camilo en la cama. Saludó a su hija con
u beso apurado y se encerró en el cuarto con Camilo. Se sentó en la cama, abrió la botella, le sirvió un vaso de
vino y confesó su derrumbe laboral. Camilo
escuchó, se sentó en la cama, miró a Rita a los ojos y le dijo que él ya sabía que
eso iba a suceder: la videncia se lo había adelantado.
Durante
la cena Rita
le anunció a su hija que tendría que salir a buscar un trabajo, y que si era
necesario tendría que dejar por un tiempo sus estudios. Consuelo
lloró a mares y preguntó, a los gritos y tropezando con las palabras, porqué no
salía a trabajar el único hombre de la casa, "el
parásito que vive acá con nosotras". Rita se levantó para darle una
cachetada pero Camilo intervino con
una actitud oriental que, sin embargo, dejaba traslucir cierta perversidad.
"Dejala. Está creciendo, por eso llora.
Dejala que fluya la energía que no le sirve." Rita,
sobrepasada, también lloró. Camilo
tomó de las manos a la madre ya la hija. "No
peleen. Yo las voy a ayudar. Las quiero a las dos por igual, sin ninguna
diferencia. Si nos unimos, vamos a ser libres los tres. "
Camilo no se preocupó
demasiado por la pérdida del trabajo de Rita: era un empleo tan mal pago que podía
conseguir otro similar en poco tiempo. También se negó a que Rita
mandara a su hija a trabajar. "Vos vas a
conseguir otra cosa muy pronto. A ella dejála tranquila por un tiempo.
"
Rita,
por su parte, leyó la actitud despreocupada de Camilo como una colosal prueba de amor. Feliz, acompañó a su hija
al colegio y le explicó que se había dado cuenta de algo: Camilo la amaba por encima de todas las cosas materiales. Varias
veces Consuelo le había dicho a su madre que Camilo era vividor, haragán e interesado,
y ahí estaba la prueba para derribar esa teoría absurda. "La plata no le interesa. Quiere ser feliz conmigo y nada
más y quiere que vos te portes bien y
termines los estudios."
Una noche Rita volvió de su trabajo en el
bar y encontró a Camilo pálido en la
cama. Muy preocupada le tomó la fiebre, lo arropó y quiso llamar al médico. Cuando
Camilo vio tanta dedicación, tuvo
una idea siniestra. No le dijo a Rita que lo suyo era uno de sus habituales ataques
al hígado sino que cambió completamente la versión: "Hace
un tiempo tengo cáncer y me voy a morir". Rita
estaba anonadada por la noticia. Con los ojos llenos de lágrimas se sentó en la
cama, lo besó y le dijo que haría cualquier cosa por él. Camilo la apartó de un suave empujón asimiló lo que le dijo Rita
y sonrió apenas. "Lo voy a pensar.
"
Camilo empezó a
levantarse más tarde que de costumbre ya apropiarse del sueldo entero de Rita.
Decía que tenía que preparar unas pócimas curativas con unos ingredientes
traídos de Japón. Consuelo tuvo que empezar a caminar todos los días las
veinticuatro cuadras que separaban su casa del colegio porque ya no tenía ni
para pagar el colectivo. Camilo, en
tanto, había vuelto a salir. Apremiado por el aburrimiento visita antiguas
amantes, se encontraba con algunos amigos otras épocas y hacía trabajos de
umbanda por los que cobraba buen dinero.
Rita, que ya se había acostumbrado a tenerlo todo el día encerrado en la
casa, empezó a irritarse por sus salidas permanentes. Una noche en la que él
llegó más tarde que lo habitual, Rita perdió la paciencia y le hizo un
escándalo. Camilo también se
enfureció. "Yo no doy más. Tengo cáncer por absorber toda tu energía
negra. iPor eso! y vos exigís. Exigís y no das nada. Si no hago algo ya mismo,
me muero. Porque la energía que tiene que fluir está estancada en mi cáncer y
me va a matar. "
Rita,
abrumada e impresionada, se quedó en silencio unos instantes. Al fin le
preguntó qué podía hacer para cambiar las cosas. Camilo, astuto, le pidió un mazo de cartas que él usaba en muy
pocas ocasiones. Cuando las tuvo, se las pasó por el pecho, las mezcló y empezó
a distribuirlas sobre la frazada de la cama. Agarró una, que mostraba a un
hombre en un carro, y se la puso a Rita delante de sus ojos. "La muerte. ¿Te queda claro?" Eligió
otra, con una figura parecida a un hada. "La
virgen. La virgen me va a salvar. " Camilo vio en la cara demudada de Rita que su actuación era
impecable. Sacó entonces una carta que mostraba a un hombre caminando. "Las cosas que fluyen. Como cuando hicimos el trabajo de
abrir caminos. Ahí te expliqué lo de la sangre. Es eso. Necesito sangre que
fluya. Necesito a la virgen para curarme. Necesito fluir."
Rita
escuchaba en silencio. Camilo la
miraba fijo, con los ojos muy abiertos. "¿Entendiste
las cartas?" Rita negó con la cabeza.
Desde la cocina se escuchó un
ruido de platos y la voz de Consuelo anunciando que la
comida estaba lista.
Camilo señaló hacia el
lugar de donde venía la voz de Consuelo y sonrió: "La virgen. Está claro. Todo cierra y todos vamos a estar
mejor."
Por una semana, Camilo intensificó su relación con Rita.
Hizo el pape1 de hombre enamorado y entregado. Ella, por su parte, quería creer
que todo volvería a la precaria normalidad de siempre, cuando todavía no había
aparecido el cáncer y cuando Camilo
no había mencionado la sangre de la virgen.
Pero una noche Camilo cambió la rutina de forma
radical. Cuando Rita
entró al dormitorio no la abrazó, ni le tironeó la ropa para desnudarla ni la
besó. Ni siquiera la miró. Siguió tendido en la cama, como si estuviera muerto.
Preocupada,
Rita
se acostó al lado y le preguntó si se sentía enfermo. Camilo sonrió, escéptico. "No me
queda más energía. y lo peor es que a tu hija le va a pasar lo mismo, lo estoy
viendo. Se va a enfermar como yo." Muy alarmada, Rita
se atrevió a hablar de lo que había callado durante esos días, esperando que Camilo se olvidara: le preguntó
entonces si para sanar a los dos había que recurrir a la sangre. Camilo miró al techo y asintió: "La sangre purifica y da vida ".
Fueron
días tétricos. Rita,
obsesionada, le preguntaba a Camilo
una y otra vez en qué consistía en ritual de sangre para sanar y destrabar
energía. Camilo se negaba a dar
precisiones, explicando que eran temas que no podían ser tratados por gente
común y corriente. "No puedo contar
secretos de maestros, que vienen de miles y miles de años atrás."
Al final intuyó que algo tendría que revelar, porque si no Rita no iba a entregar a su
hija. "No es nada. Es la sangre que tienen las
chicas vírgenes. Se hace una ceremonia con esa sangre y se la ofrece a los
espíritus." Rita quería detalles pero Camilo cortó el diálogo, hostil y grosero. "No le va a pasar nada, ¿o a VoS te pasó algo cuando te
tocó dejar de ser virgen? "
A esa
altura, Camilo ya estaba tan
compenetrado en su papel de mago sanador que él mismo se lo creía. Tenía en
claro, sí, que su objetivo final era llevar a Consuelo a su
cama y conservar a Rita como proveedora de dinero. Pero de tanto
machacar con las ideas de la energía y el fluir de la sangre, sentía que ese
intercambio sexual iba a resultarle liberador. A Oscar, su ex socio, le contó que estaba a punto de concretar una relación
con la hija de su novia y que esa relación marcaría un punto de inflexión en su
vida. "Me van a cambiar las cartas, hermanito
", le juraba. "Y después hasta
voy a tener plata. La sangre virgen me va a renovar, vas a ver. "
Desesperada, Rita se dio cuenta de que su
vida estaba en un gran pantano. No conseguía trabajo, Camilo la ignoraba y parecía enfermo y su hija también se iba a
enfermar. Trató de convencerse de que Camilo
no era un hombre común sino un vidente y sanador que se había enfermado de
tanto absorber la energía negra que circulaba por el mundo. Si tenía que desvirgar
a su hija, no lo haría por placer sino como un acto profesional "Si no fuera así -se decía- ya lo habría hecho sin mi permiso."
En realidad, Camilo había pensado muchas veces en violar a Consuelo,
pero no lo hacía porque ya una vez había estado a punto de ir preso y temía que
Consuelo o su madre lo denunciaran. Además, le excitaba mucho
más que fuera la misma madre quien entregara a su hija.
Una mañana, antes de ir a buscar
trabajo, Rita
se despidió de Camilo pero él se
apartó, respirando con dificultad. "Me siento mal.
Hoy mismo me voy de esta casa. Si me quedo acá, me muero antes de fin de año."
A Rita
se le activaron todas las imágenes de abandono que había vivido en su vida,
empezando por la de su padre. Le agarró la mano y le dijo que se quedara.
"Eso de la sangre... hacélo. Por mí está
bien." Camilo,
al fin triunfador, la miró. Quería reforzar el permiso materno: " ¿Que haga qué?"
Rita no sabía cómo
seguir. "Eso. Lo de la sangre de la
virgen."Avergonzada
y con culpa, Rita
se levantó para irse pero Camilo la
atajó. "¿De qué hablás?"
Rita, vencida, le
dio un beso de despedida. "De la sangre de
Consuelo. Yo tengo que
salir. Vuelvo a la noche. Quedan los dos."
Cuando
Camilo escuchó la puerta de calle,
se levantó y fue a la cocina donde estaba durmiendo Consuelo en
su colchón. Camilo la miró y se
metió bajo las sábanas. Cuando Consuelo reaccionó, él ya
estaba levantándole el camisón. Consuelo empezó a gritar e
intentó escapar. Ágil, se escabulló entre los brazos de Camilo y logró incorporarse. Ella dejó ir ya su vez se levantó y
buscó un cuchillo. Asustada, Consuelo se quedó inmóvil, apoyada contra una
pared, mientras Camilo avanzaba. Cuando
la alcanzó, le apoyó el cuchillo en el cuello y la obligó a tirarse otra vez en
el colchón. Consuelo intentó volver
a escabullirse pero esa vez recibió una trompada en el pómulo derecho.
Mientras
tanto, Rita
esperaba e! colectivo a una cuadra de su casa. Estaba angustiada imaginando a
su hija en plena lucha con Camilo.
Trató de adivinar en qué paso del ritual estarían en ese momento. No era tan
estúpida como para no saber que su hija sería desvirgada por Camilo, pero hacía grandes esfuerzos
para convencerse de que en esa relación habría algo más que un simple
intercambio sexual: Estaba casi segura, también, de que ella ofrecería
resistencia. Varias veces había hablado de sexo con su hija y siempre se había
asombrado del valor enorme que ella le daba a su virginidad. No eran
convicciones religiosas ni morales: simplemente, Consuelo no quería repetir el camino de su madre. Le asustaban los
embarazos y los hijos, y le asustaba la posibilidad de que la abandonasen
apenas pasaran por su cama.
De
pronto, a Rita
se le cruzó otra idea por la cabeza. ¿y si la sangre
no fuera solamente la sangre del momento en que perdía la virginidad?
¿Si la enfermedad de Camilo tenía tanta gravedad que lo
obligaba a un caudal extra de sangre? Rita, horrorizada, empezó a barajar
la posibilidad de que Camilo la
hiriese. O, peor, que su hija terminara degollada. Con los dientes apretados recordó
varios relatos de crímenes cometidos por brujos y manosantas que después
aseguraban haber matado por disposición del más allá.
Superpuesta
a esas imágenes tremendas, Rita retomó la triste visión de su hija siendo
violada por Camilo. O de su hija
excitada por Camilo, por qué no.
Imaginó también a Consuelo asustada
por los avances sexuales de su novio, y la imaginó llamándola a los gritos.
Decidió volver a su casa.
Antes
ya de abrir la puerta escuchó el llanto histérico de su hija. Abrió la puerta
de golpe y vio a Consuelo en el
colchón, golpeada, con el camisón enrollado por encima de la cintura, ya Camilo encima de ella, con un cuchillo
en la mano, tratando de violarla. Camilo
ni siquiera se dio vuelta para verla de nuevo en la casa. .'Andate", le gritó.
Rita estaba parada
en la puerta de la cocina, al lado de la heladera. Miró a su alrededor. Vio un
martillo en un estante. Lo agarró y empezó a pegarle a Camilo en la cabeza. No dejó de golpear hasta que la misma Consuelo, acariciándole el pelo,
tratando de calmarla, le sacó el martillo de la mano y la hizo sentar en el
piso. Al lado de ella, en el colchón, estaba el cadáver de Camilo.
Rita fue condenada a
doce años de prisión por homicidio simple. Su hija fue aparar aun instituto de
menores, donde estuvo hasta su mayoría de edad. Poco después de salir se casó
con un ex compañero del colegio y tuvo dos hijos.
Rita saldrá en
libertad a comienzo del 2009.
En
la cárcel se hizo evangelista.
Fuente :
Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)