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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//10 de Septiembre, 2010

Rita L. " Burlada "

por jocharras a las 12:54, en Mujeres Asesinas
Rita L.


Rita L. se despertó sobresaltada. Estaba viajando en un colectivo viejo y suburbial cuando Consuelo, su hija mayor, le dio un codazo en las costillas.

Rita, confundida, miró hacia afuera: casas precarias, gente andando en bicicleta, un corralón de materiales, un par de edificios altos a lo lejos. Consuelo le señaló hacia adelante, muy cerca del conductor. Un hombre joven, de pelo castaño, le mostraba un mazo de cartas a una mujer muy gorda. “No las vende, hace magia”, le aclaró Consuelo a su madre.

El hombre iba ofreciendo cartas a los pasajeros, les decía que sacaran algunas y luego adivinaba, sin equivocarse ni una sola vez, cuáles habían elegido. Cuando dio por terminada la demostración, se agachó para saludar como un bailarín clásico, sacó un pañuelo blanco del bolsillo de su pantalón, lo puso frente a su cara, hizo un movimiento rápido con su mano derecha y sacó un clavel rojo sangre de los pliegues de la tela.

Mientras la gente lo aplaudía, el mago hizo una bolsa improvisada con el mismo pañuelo y se dispuso a recoger las propinas.

Consuelo miró de reojo a su madre: estudiaba al mago con atención, casi sin respirar, con una admiración desmedida. Se dio cuenta también de que el mago ya había advertido la actitud de su madre y estaba acercándose por el pasillo.

Rita, apurada y torpe, buscaba monedas en su bolso cuando el mago se paró al lado de su asiento. Expectante, Rita extendió el brazo para dejar el dinero pero el mago, sonriente, cerró con una mano la abertura de la bolsa y con la otra les ofreció su clavel. "Me llamo Camilo. Y lo que necesiten, me dicen."

Camilo tenía treinta y seis años, dos más que Rita y veinte más que Consuelo. Se presentaba de manera formal como mago, vidente y sanador. Había nacido en Misiones y había recorrido todo el país haciendo magia, adivinando el futuro, ofreciendo hechizos milagrosos y pócimas .”más potentes que los remedios de los doctores". El mismo día en que conoció a Rita ya Consuelo, las invitó a caminar ya comer unas galletas que había aprendido a preparar con unos amigos chinos.

Rita escuchaba los relatos de Camilo con fascinación y absoluta credulidad. A Camilo, por su parte, no le costó nada darse cuenta de que su admiradora era una mujer sufrida, insegura y harta de su mala suerte. Lo primero que hizo fue agarrarle la mano una mano que lo decía todo, con uñas de esmalte saltado, magullones y asperezas y adivinarle su vida.

Con la mano de Rita entre las suyas y los ojos cerrados, Camilo respiró hondo varias veces seguidas, mantuvo un largo silencio y al fin habló: "Veo sufrimiento. Muchas cosas oscuras. Traiciones. Envidia. Energía trabada. Pero veo que esto se acaba. Viene el aire, empieza a fluir. Todo empieza a fluir".

Conmovido por su propio discurso, Camilo abrió unos ojos casi llorosos y le soltó la mano. "Yo te voy a ayudar. Confía en mí."

Consuelo, sentada en el mismo banco de plaza que su madre y el mago, masticando sin ganas una galletita china, escuchaba con escepticismo. Cruzó una mirada con Camilo en el mismo momento en que él le miraba las piernas. Hizo el clásico y femenino movimiento de tirar hacia abajo la pollera, se levantó, aburrida y fastidiada, y le tocó el hombro a su madre. "¿Vamos?"

Rita era la menor de catorce hermanos y vivió en Tucumán con su familia hasta que decidió seguir aun recolector de caña de azúcar que le propuso mudarse a Buenos Aires. Cuando llegaron se instalaron en una mísera pieza alquilada, sin baño y. con goteras. Una vecina, que solía acompañarla a hacer las compras, le dio un consejo equivocado: "Te tenés que embarazar. Sin hijos, no tenés nada. Ni el marido te va a durar". Fue al revés. A los diecisiete quedó embarazada de Consuelo y su pareja, al enterarse de la novedad, le dio un par de puñetazos furiosos y la abandonó.

Una prima la ayudó a criar a su hija y conseguir un trabajo de empleada doméstica hasta que, cinco años más tarde, la historia se repitió. Rita quedó embarazada de su segundo hijo. Su nueva pareja también la dejó, aunque esta vez sin golpes y sin aviso.

La prima, fastidiada por los descuidos sexuales de Rita, le advirtió que no había lugar para otro chico y que fuera buscando una nueva casa. Rita tuvo a su hijo, a quien le puso Javier, como su hermano mayor, y viajó a Tucumán para entregárselo a su madre. Antes de volver a Buenos Aires le sacó una foto en donde se lo veía durmiendo, con los ojos entrecerrados, un gorrito celeste y una cinta colorada contra la envidia en la muñeca izquierda.

Volvió destrozada, extrañando al hijo que no iba a criar y jurando que no volvería a quedar embarazada ni volvería a confiar en ningún hombre.

Pero apareció Camilo para desbaratarle sus planes.

Camilo tenía una ex esposa y una hija, aunque había perdido todo contacto con las dos. A medida que iba mudando de domicilios y de amistades, cambiaba las versiones de su pasado. Siempre evitaba, eso sí, mencionar a su único y fallido matrimonio ya su hija ignorada, y al final hasta él mismo los había borrado de su cabeza.

Por regla general él se involucraba con clientas de cualquiera de sus múltiples actividades. Podía ser el amante de una mujer a la que le tiraba las cartas, o d una ala que le recetaba un ungüento contra los nódulo mamarios, o de otra a la que le prometía un gualicho para perjudicar a su ex marido. No era casualidad: su clientas lo veían como un ser superior, y él utilizaba e visión equivocada de la realidad en beneficio propio.

Esas relaciones seguían todas el mismo esquema; Camilo se acercaba a la mujer, la convencía de que estaba frente a un hombre virtuoso y desinteresado, le ofrecía lo que ella evidentemente estaba buscando, le sacaba todo el dinero que podía y desaparecía. Pero era prolijo con todas. Antes de irse las convencía de que esa separación era impuesta por las divinas reglas del destino y de que él, Camilo, había sido apenas el instrumento para abrirles las puertas a una vida mejor.

Cuando conoció a Rita y su hija, él estaba relaciona- do con Lidia, una mujer amargada y envidiosa a la que le hacía trabajos de umbanda para que su marido dejara a su nueva amante y regresara al hogar. Pero la mujer había consumido sus recursos y no había en el horizonte muchas chances de que aparecieran nuevas fuentes de ingresos. El fin de la relación era inevitable.

Dos días después de aquella actuación de magia en el colectivo, Camilo invitó a Rita a su casa para ofrecerle una cura energética.

En realidad, la casa de Camilo era un único cuarto donde había una mesa con estatuas de santos, dos sillas, un colchón en el piso, una pileta de lavar, una hornalla a gas y una heladera baja y oxidada.

Rita apareció con una pollera corta, mucho perfume, una bolsa con facturas y dos botellas de cerveza.

Camilo la invitó a sentarse y hablaron. Le explicó, didáctico, que sus trabajos de magia en los medios de transporte eran nuevos: había empezado unos meses antes durante un viaje largo y aburrido por el interior de Córdoba. La gente empezó a interesarse y la idea demostró ser un éxito moderado, pero éxito al fin. Sin embargo -remarcó Camilo- todos sus trabajos de magia y de adivinación eran un simple instrumento para lograr la confianza de la gente y poder entrar en sus corazones descreídos. "Entonces puedo empezar a dar luz y ayudar de verdad, que es mi misión en este mundo."

Rita necesitaba creerle porque quería, después de tanto tiempo, estar con un hombre. y para eso tenía que convencerse así misma de que ese hombre era especial, de que no la iba a engañar ni maltratar ni abandonar. Por eso mismo, si Camilo aseguraba que su misión era ayudar a la humanidad, Rita lo escuchaba con atención, cándida y esperanzada.

Antes de que Rita pudiera empezar con su propio relato, Camilo la hizo callar. Le apoyó las dos manos cerca de la garganta y cerró los ojos. Rita, incómoda, se quedó quieta, esperando. Camilo no hizo ningún movimiento: se limitó a dejarle las manos apoyadas en la garganta ya respirar de manera rítmica y sonora. Rita no tardó nada en cerrar ella también los ojos y acompasar su respiración a la de Camilo. Un par de minutos después, él sacó las manos y fue a la pileta a lavarlas. Entonces se las mostró, frías y agarrotadas. "Absorbieron la energía negra que tenías. El agua se lleva una parte de lo negativo pero algo siempre queda." Camilo se empezó a frotar una mano con la otra mientras Rita, admirada, observaba.

No era tan difícil ni para Camilo ni para nadie darse cuenta de que ya durante el ritual de las manos Rita estaba dispuesta a todo. Sin embargo él esperó un rato más. Serio, siguió moviendo los dedos, respirando profundo, hasta que le preguntó si se sentía bien. "Mirá, ahora voy a repetir el ejercicio. Vas a ver la diferencia de energía." Camilo volvió a apoyarle las manos en el cuello, esta vez mirándola a los ojos. "¿Mejor?" Rita asintió. Camilo la agarró de la mano y la llevó a su colchón. A partir de ese momento empezaron a verse todos los días, pero en la casa de Rita.

La casa de Rita, aunque modesta, era mucho mejor que la de Camilo. Tenía un cuarto en el que dormían madre e hija, un baño, una cocina comedor y un lavadero en un patio minúsculo.

Rita podía mantenerla a duras penas gracias a su trabajo de mucama. Sin embargo, había meses en los que el dinero ni siquiera le alcanzaba para pagar la luz y el gas.

Consuelo cursaba el colegio secundario y era la encargada de limpiar la casa. Rita, que apenas sabía leer y escribir, se había propuesto que sus hijos terminaran el colegio y, si algún milagro sucedía, que fuesen a la universidad. Había calculado que en unos años más podría enviar una mensualidad a su madre para sacar a flote a su hijo menor que estaba en Tucumán.

A pesar de sus apuros económicos, Rita había empezado a darle dinero a Camilo. No es que él se lo pidiera en forma directa. Camilo, simplemente, se sentaba, se agarraba la cabeza, suspiraba y empezaba a murmurar. Cuando Rita le preguntaba, él mantenía unos segundos de silencio hasta que al fin hablaba: "Tengo que hacer una cadena de oración y no pude comprar las velas". "Le di todo mi dinero a una mujer para que le compre los remedios al hijo." "Tengo que ir a curar a un viejo y no tengo para el pasaje." Rita, de inmediato, abría su bolso y le daba lo que tenía.

Consuelo sospechó desde un primer momento de las intenciones de Camilo. Estaba convencida de que su madre había caído en las garras de un estafador. Nada de lo que hacía Camilo le resultaba confiable: ni sus trucos de magia, ni sus videncias, ni sus famosas aperturas de caminos ni sus extraños manejos de la energía. Lo que sí advertía con cierta claridad era que el novio de su madre la miraba con un interés sexual bastante evidente. Ella respondía a ese interés con ambivalencia: por un lado se enojaba y ofendía, y por otro se sentía importante y halagada. Su intuición femenina, sin embargo, le decía que no debía hacer ningún comentario a su madre sobre ese punto: se ofendería y la acusaría de ser ella misma quien provocaba a su hombre.

Rita, en tanto, más de una vez había sorprendido a Camilo estudiando a su hija con miradas nada paternales. Pero enseguida se decía que lo suyo eran ideas paranoicas y nada más, y se olvidaba del asunto.

Ni bien empezaron a salir juntos, Rita comenzó a temer por la estabilidad de su pareja. El primer peligro, estaba claro, eran las clientas de Camilo. Como ella no podía evitar que él ejerciera su oficio esotérico, lo único que le quedaba por hacer era neutralizar los riesgos. Entonces invitó a su novio a vivir con ella y su hija.

En realidad, la idea se la había instalado Camilo con enorme astucia. Muchas veces él miraba a Rita con gesto de preocupación, y le decía que había pasado toda la noche con una clienta en plena limpieza energética. "Las tentaciones son tantas ...Hay que trabajar contra eso", decía él en voz baja, como para sí mismo.

Así fue que antes de cumplir dos meses de relación, Camilo embaló las pocas cosas de su pieza, fue a vivir a lo de su novia y dejó de pagar alquiler.

Rita juntó su cama y la que usaba su hija, con lo que improvisó una cama matrimonial. Consuelo iría aparar a la cocina comedor. Pondría en el piso el colchón de Camilo y ahí se arreglaría. Las estatuas de umbanda y las imágenes religiosas y esotéricas estarían guardadas en un armario hasta el momento de usarlas.

Poco antes de abandonar su casa, Camilo invitó a Rita ya su hija a presenciar una "apertura de caminos". La sesión se haría para ayudar a Lidia, la última de sus clientas-amantes que él estaba descartando.

Rita no tenía ningún interés en que Consuelo estuviera en la sesión pero Camilo fue insistente: la personalidad rebelde de la chica se aplacaría y enderezaría gracias al fluir energético del trabajo.

Apenas llegaron a la pieza de Camilo, él le pidió a Rita que fuera a un bar a buscar un par de cervezas. No eran para celebrar nada sino para convidar a las presencias del más allá. Según la explicación de Camilo, durante la ceremonia él invocaría a ciertos espíritus mediante cánticos y rezos, y esos mismos espíritus ofrecerían su ayuda divina. A cambio, él debería dejarles sus ofrendas. "Les gustan la cerveza, el cigarrillo y la sangre. La sangre que fluye, como la vida, lleva energía y abre caminos. "

Las dos, en ese momento, se miraron con cierta inquietud, pero Camilo las tranquilizó. "Hay muchas sangres, hay muchos caminos. Todo depende de lo que se esté pidiendo. A veces se mata algún animal, pero ahora vamos a usar hígado de vaca. Para este trabajo sirve igual porque no estamos pidiendo algo muy complicado para los santos."

Cuando Rita salió a comprar la cerveza, Camilo sacó de la heladera una fuente con hígado picado y la puso sobre la mesa. Acomodó las estatuas de los santos, colocó unas cuantas cartas de tarot en lugares estratégicos y ubicó en el centro de la mesa una jarra y un vaso.

Consuelo, callada, estudiaba la escena. Camilo se le acercó y la tomó de la mano. "Vení. Antes de empezar te voy a limpiar la energía que te oscurece. Esa energía te frena y me puede frenar mi trabajo también." Consuelo se apartó, intimidada. "No, dejá Yo no creo en esas cosas. " Camilo no le hizo el menor caso. Se paró frente a ella y apoyó las palmas abiertas de sus manos sobre la mejillas de Consuelo. Cerró los ojos y empezó a baja las palmas hasta llegar al cuello, masajeando de manera suave y firme. Poco a poco Consuelo se fue abandonando, dejando caer la cabeza hacia atrás. En ese momento, justo en el momento en que Consuelo esperaba que él siguiera, Camilo interrumpió su trabajo. Sacó las manos y pudo ver durante un segundo su mirada de decepción y fastidio.

Poco después llegó Rita con la cerveza. Camilo lleno la jarra y el vaso, se puso una remera blanca sobre su remera verde, les hizo un gesto a sus espectadoras para que se sentaran y dio por iniciado el ritual. Empezó a rezar en susurros muy tenues y poco a poco fue subiendo el tono hasta que al final se agarró a la mesa con ambas manos, como sosteniéndose. Se balanceaba de un lado al otro hasta que se quedó quieto. Se tomó de un solo sorbo todo un vaso de cerveza y habló con voz enronquecida. "Pido ayuda para abrir los caminos de Lidia. Luz y claridad en su vida. Que no se confunda y que perdone. Que perdone y que sea feliz. Que escuche; las voces de los santos a través de la energía. Que obedezca y que se libere para ser feliz en unidad con nosotros. Y abramos los caminos de Rita y Consuelo. Que se entreguen sin dudas interiores, para su liberación. Que se abra la oscuridad que las amenaza con peligros graves. Que yo tenga energía para protegerlas. " Camilo quedó callado unos instantes, agarró una cuchara de madera que estaba dentro del recipiente del hígado picado, la colmó con esa pasta sangrante y espesa y se la llevó a la boca. La tragó, sin masticar. Enseguida se sirvió otro vaso de cerveza. De pronto se apoyó contra la mesa, se sacudió como si tuviera un escalofrío, abrió los ojos y miró a Rita ya su hija. Las dos estaban fascinadas e impresionadas.

Camilo respiró hondo, se sacó la remera blanca y prendió la luz. "Listo. Si quieren, vamos a comer una pizza por ahí."

Con Camilo viviendo en su casa, a Rita ya no le alcanzaba su sueldo. Fue el mismo Camilo quien le consiguió un nuevo trabajo a través de un amigo, Oscar.

Oscar había sido su socio, muchos años antes, en un negocio de compra y venta de repuestos para autos. Trabajaban exclusivamente con artículos robados y estuvieron a punto de ir presos. Después Oscar puso un bar al que Camilo visitaba con frecuencia.

Una noche Oscar le comentó que estaba buscando una mujer para limpiar pisos y baños, y Camilo le recomendó a Rita.

Fue así como Rita, además de su trabajo habitual, limpiaba el bar cuatro horas por día. Terminaba exhausta y de pésimo humor, pero el dinero le servía para mantener a Camilo.

A todo esto, Camilo había abandonado sus trucos de magia, que le habían servido durante mucho tiempo para pagar buena parte de sus gastos. Pero todo eso ya no tenía sentido. Rita le daba dinero y lo alimentaba, y Consuelo le lavaba la ropa y se la planchaba.

Camilo pasaba el día en la casa, viendo televisión y tirando las cartas en soledad. Muy rara vez salía a ver a algún cliente, y pasaba horas y horas en la cama.

Consuelo había perdido toda curiosidad por Camilo. Ya no se sentía importante al ver el interés que despertaba en un hombre mayor. Más bien, había empezado a odiarlo. Le multiplicaba su trabajo hogareño, consumía buena parte de los ingresos de la casa y la abrumaba con sus miradas lascivas y sus elípticas insinuaciones sentimentales. Consuelo jamás estaba segura acerca de lo que Camilo le estaba sugiriendo: pasaba, entonces, la mitad del tiempo temerosa de sus avances y la otra mitad odiándose por no enfrentarlo. Y no lo enfrentaba por el simple motivo de que existía la posibilidad de que todos esos avances fueran apenas un triste producto de su imaginación de adolescente virgen y sin novio.

Su madre, que estaba cada vez más sometida a Camilo, trataba a Consuelo con rencor. Más de una vez había advertido que Camilo intentaba estar a solas con su hija, y que le hacía excesivas preguntas acerca de su vida sentimental. Rita, para preservar la imagen de su novio, suponía que era su propia hija quien intentaba seducir a su pareja.

Camilo no tardó nada en aburrirse de Rita e interesarse en Consuelo. Pero tenía muy en claro que era Rita quien pagaba las cuentas. Su plan, entonces, consistía en seguir "casado " con la madre pero lograr un acercamiento sexual con la hija.

A Oscar, su ex socio, se lo dijo claramente. "La vieja que me mantenga. Y la hija que me caliente."

Pero las cosas no le resultaban fáciles. Consuelo lo esquivaba y Rita lo vigilaba. Al fin, sacó de la galera una solución perversa: intentaría acercarse a la hija con la anuencia de la madre.

Rita, mientras tanto, trabajaba durante todo el día y cuando llegaba a su casa, por la noche, se desvivía por hacer feliz a Camilo. Le daba dinero, le compraba sus chocolates preferidos, le hacía masajes, lo escuchaba con admiración y hacía en la cama todo lo que él le pedía, que no era poco. Consuelo, desde el colchón del cuarto contiguo, escuchaba gritos y gemidos con absoluta claridad.

Por las mañanas Rita estaba cansada y adormilada. Sabía, además, que tendría que afrontar un día entero de sacrificio laboral mientras que Camilo y su hija pasarían juntos unas cuantas horas, cuando Consuelo volviera del colegio.

Una tarde, mientras Rita limpiaba vidrios, la dueña de la casa en la que trabajaba le reprochó con pésimos modales no haber baldeado un patio. Rita estalló. Contestó a los gritos y unos minutos más tarde estaba despedida.

Rita lloró un buen rato en una estación de trenes y fue a su segundo trabajo mucho más temprano que lo habitual. Cuando Oscar, el dueño del bar, se enteró de lo que había pasado, se subió al caballo de su desgracia y le bajó el sueldo. Le dijo que había estado pensando en prescindir de sus servicios pero que no lo había hecho por consideración a Camilo. Pero que ya no podía darle lo que venía pagándole. Oscar sabía que Rita no podía perder también ese empleo, y que se que. daría ahí aunque fuese con un sueldo menor.

Rita volvió a su casa aterrada. Tendría que enfrentar a Camilo y decirle que el mismo día la habían echado de un trabajo y le habían bajado el sueldo en el otro.

Rita bajó del colectivo, le compró a Camilo una botella barata de vino y fue a su casa, torturada por las negras posibilidades que se abatían sobre ella y su relación.

Cuando abrió la puerta encontró a Consuelo cocinando y a Camilo en la cama. Saludó a su hija con u beso apurado y se encerró en el cuarto con Camilo. Se sentó en la cama, abrió la botella, le sirvió un vaso de vino y confesó su derrumbe laboral. Camilo escuchó, se sentó en la cama, miró a Rita a los ojos y le dijo que él ya sabía que eso iba a suceder: la videncia se lo había adelantado.

Durante la cena Rita le anunció a su hija que tendría que salir a buscar un trabajo, y que si era necesario tendría que dejar por un tiempo sus estudios. Consuelo lloró a mares y preguntó, a los gritos y tropezando con las palabras, porqué no salía a trabajar el único hombre de la casa, "el parásito que vive acá con nosotras". Rita se levantó para darle una cachetada pero Camilo intervino con una actitud oriental que, sin embargo, dejaba traslucir cierta perversidad. "Dejala. Está creciendo, por eso llora. Dejala que fluya la energía que no le sirve." Rita, sobrepasada, también lloró. Camilo tomó de las manos a la madre ya la hija. "No peleen. Yo las voy a ayudar. Las quiero a las dos por igual, sin ninguna diferencia. Si nos unimos, vamos a ser libres los tres. "

Camilo no se preocupó demasiado por la pérdida del trabajo de Rita: era un empleo tan mal pago que podía conseguir otro similar en poco tiempo. También se negó a que Rita mandara a su hija a trabajar. "Vos vas a conseguir otra cosa muy pronto. A ella dejála tranquila por un tiempo. "

Rita, por su parte, leyó la actitud despreocupada de Camilo como una colosal prueba de amor. Feliz, acompañó a su hija al colegio y le explicó que se había dado cuenta de algo: Camilo la amaba por encima de todas las cosas materiales. Varias veces Consuelo le había dicho a su madre que Camilo era vividor, haragán e interesado, y ahí estaba la prueba para derribar esa teoría absurda. "La plata no le interesa. Quiere ser feliz conmigo y nada más  y quiere que vos te portes bien y termines los estudios."

Una noche Rita volvió de su trabajo en el bar y encontró a Camilo pálido en la cama. Muy preocupada le tomó la fiebre, lo arropó y quiso llamar al médico. Cuando Camilo vio tanta dedicación, tuvo una idea siniestra. No le dijo a Rita que lo suyo era uno de sus habituales ataques al hígado sino que cambió completamente la versión: "Hace un tiempo tengo cáncer y me voy a morir". Rita estaba anonadada por la noticia. Con los ojos llenos de lágrimas se sentó en la cama, lo besó y le dijo que haría cualquier cosa por él. Camilo la apartó de un suave empujón asimiló lo que le dijo Rita y sonrió apenas. "Lo voy a pensar. "

Camilo empezó a levantarse más tarde que de costumbre ya apropiarse del sueldo entero de Rita. Decía que tenía que preparar unas pócimas curativas con unos ingredientes traídos de Japón. Consuelo tuvo que empezar a caminar todos los días las veinticuatro cuadras que separaban su casa del colegio porque ya no tenía ni para pagar el colectivo. Camilo, en tanto, había vuelto a salir. Apremiado por el aburrimiento visita antiguas amantes, se encontraba con algunos amigos otras épocas y hacía trabajos de umbanda por los que cobraba buen dinero.

Rita, que ya se había acostumbrado a tenerlo todo el día encerrado en la casa, empezó a irritarse por sus salidas permanentes. Una noche en la que él llegó más tarde que lo habitual, Rita perdió la paciencia y le hizo un escándalo. Camilo también se enfureció. "Yo no doy más. Tengo cáncer por absorber toda tu energía negra. iPor eso! y vos exigís. Exigís y no das nada. Si no hago algo ya mismo, me muero. Porque la energía que tiene que fluir está estancada en mi cáncer y me va a matar. "

Rita, abrumada e impresionada, se quedó en silencio unos instantes. Al fin le preguntó qué podía hacer para cambiar las cosas. Camilo, astuto, le pidió un mazo de cartas que él usaba en muy pocas ocasiones. Cuando las tuvo, se las pasó por el pecho, las mezcló y empezó a distribuirlas sobre la frazada de la cama. Agarró una, que mostraba a un hombre en un carro, y se la puso a Rita delante de sus ojos. "La muerte. ¿Te queda claro?" Eligió otra, con una figura parecida a un hada. "La virgen. La virgen me va a salvar. " Camilo vio en la cara demudada de Rita que su actuación era impecable. Sacó entonces una carta que mostraba a un hombre caminando. "Las cosas que fluyen. Como cuando hicimos el trabajo de abrir caminos. Ahí te expliqué lo de la sangre. Es eso. Necesito sangre que fluya. Necesito a la virgen para curarme. Necesito fluir."

Rita escuchaba en silencio. Camilo la miraba fijo, con los ojos muy abiertos. "¿Entendiste las cartas?" Rita negó con la cabeza.

Desde la cocina se escuchó un ruido de platos y la voz de Consuelo anunciando que la comida estaba lista.

Camilo señaló hacia el lugar de donde venía la voz de Consuelo y sonrió: "La virgen. Está claro. Todo cierra y todos vamos a estar mejor."

Por una semana, Camilo intensificó su relación con Rita. Hizo el pape1 de hombre enamorado y entregado. Ella, por su parte, quería creer que todo volvería a la precaria normalidad de siempre, cuando todavía no había aparecido el cáncer y cuando Camilo no había mencionado la sangre de la virgen.

Pero una noche Camilo cambió la rutina de forma radical. Cuando Rita entró al dormitorio no la abrazó, ni le tironeó la ropa para desnudarla ni la besó. Ni siquiera la miró. Siguió tendido en la cama, como si estuviera muerto.

Preocupada, Rita se acostó al lado y le preguntó si se sentía enfermo. Camilo sonrió, escéptico. "No me queda más energía. y lo peor es que a tu hija le va a pasar lo mismo, lo estoy viendo. Se va a enfermar como yo." Muy alarmada, Rita se atrevió a hablar de lo que había callado durante esos días, esperando que Camilo se olvidara: le preguntó entonces si para sanar a los dos había que recurrir a la sangre. Camilo miró al techo y asintió: "La sangre purifica y da vida ".

Fueron días tétricos. Rita, obsesionada, le preguntaba a Camilo una y otra vez en qué consistía en ritual de sangre para sanar y destrabar energía. Camilo se negaba a dar precisiones, explicando que eran temas que no podían ser tratados por gente común y corriente. "No puedo contar secretos de maestros, que vienen de miles y miles de años atrás." Al final intuyó que algo tendría que revelar, porque si no Rita no iba a entregar a su hija. "No es nada. Es la sangre que tienen las chicas vírgenes. Se hace una ceremonia con esa sangre y se la ofrece a los espíritus." Rita quería detalles pero Camilo cortó el diálogo, hostil y grosero. "No le va a pasar nada, ¿o a VoS te pasó algo cuando te tocó dejar de ser virgen? "

A esa altura, Camilo ya estaba tan compenetrado en su papel de mago sanador que él mismo se lo creía. Tenía en claro, sí, que su objetivo final era llevar a Consuelo a su cama y conservar a Rita como proveedora de dinero. Pero de tanto machacar con las ideas de la energía y el fluir de la sangre, sentía que ese intercambio sexual iba a resultarle liberador. A Oscar, su ex socio, le contó que estaba a punto de concretar una relación con la hija de su novia y que esa relación marcaría un punto de inflexión en su vida. "Me van a cambiar las cartas, hermanito ", le juraba. "Y después hasta voy a tener plata. La sangre virgen me va a renovar, vas a ver. "

Desesperada, Rita se dio cuenta de que su vida estaba en un gran pantano. No conseguía trabajo, Camilo la ignoraba y parecía enfermo y su hija también se iba a enfermar. Trató de convencerse de que Camilo no era un hombre común sino un vidente y sanador que se había enfermado de tanto absorber la energía negra que circulaba por el mundo. Si tenía que desvirgar a su hija, no lo haría por placer sino como un acto profesional "Si no fuera así -se decía- ya lo habría hecho sin mi permiso."

En realidad, Camilo había pensado muchas veces en violar a Consuelo, pero no lo hacía porque ya una vez había estado a punto de ir preso y temía que Consuelo o su madre lo denunciaran. Además, le excitaba mucho más que fuera la misma madre quien entregara a su hija.

Una mañana, antes de ir a buscar trabajo, Rita se despidió de Camilo pero él se apartó, respirando con dificultad. "Me siento mal. Hoy mismo me voy de esta casa. Si me quedo acá, me muero antes de fin de año."

A Rita se le activaron todas las imágenes de abandono que había vivido en su vida, empezando por la de su padre. Le agarró la mano y le dijo que se quedara. "Eso de la sangre... hacélo. Por mí está bien." Camilo, al fin triunfador, la miró. Quería reforzar el permiso materno: " ¿Que haga qué?"

Rita no sabía cómo seguir. "Eso. Lo de la sangre de la virgen."Avergonzada y con culpa, Rita se levantó para irse pero Camilo la atajó. "¿De qué hablás?"

Rita, vencida, le dio un beso de despedida. "De la sangre de Consuelo. Yo tengo que salir. Vuelvo a la noche. Quedan los dos."

Cuando Camilo escuchó la puerta de calle, se levantó y fue a la cocina donde estaba durmiendo Consuelo en su colchón. Camilo la miró y se metió bajo las sábanas. Cuando Consuelo reaccionó, él ya estaba levantándole el camisón. Consuelo empezó a gritar e intentó escapar. Ágil, se escabulló entre los brazos de Camilo y logró incorporarse. Ella dejó ir ya su vez se levantó y buscó un cuchillo. Asustada, Consuelo se quedó inmóvil, apoyada contra una pared, mientras Camilo avanzaba. Cuando la alcanzó, le apoyó el cuchillo en el cuello y la obligó a tirarse otra vez en el colchón. Consuelo intentó volver a escabullirse pero esa vez recibió una trompada en el pómulo derecho.

Mientras tanto, Rita esperaba e! colectivo a una cuadra de su casa. Estaba angustiada imaginando a su hija en plena lucha con Camilo. Trató de adivinar en qué paso del ritual estarían en ese momento. No era tan estúpida como para no saber que su hija sería desvirgada por Camilo, pero hacía grandes esfuerzos para convencerse de que en esa relación habría algo más que un simple intercambio sexual: Estaba casi segura, también, de que ella ofrecería resistencia. Varias veces había hablado de sexo con su hija y siempre se había asombrado del valor enorme que ella le daba a su virginidad. No eran convicciones religiosas ni morales: simplemente, Consuelo no quería repetir el camino de su madre. Le asustaban los embarazos y los hijos, y le asustaba la posibilidad de que la abandonasen apenas pasaran por su cama.

De pronto, a Rita se le cruzó otra idea por la cabeza. ¿y si la sangre no fuera solamente la sangre del momento en que perdía la virginidad? ¿Si la enfermedad de Camilo tenía tanta gravedad que lo obligaba a un caudal extra de sangre? Rita, horrorizada, empezó a barajar la posibilidad de que Camilo la hiriese. O, peor, que su hija terminara degollada. Con los dientes apretados recordó varios relatos de crímenes cometidos por brujos y manosantas que después aseguraban haber matado por disposición del más allá.

Superpuesta a esas imágenes tremendas, Rita retomó la triste visión de su hija siendo violada por Camilo. O de su hija excitada por Camilo, por qué no. Imaginó también a Consuelo asustada por los avances sexuales de su novio, y la imaginó llamándola a los gritos. Decidió volver a su casa.

Antes ya de abrir la puerta escuchó el llanto histérico de su hija. Abrió la puerta de golpe y vio a Consuelo en el colchón, golpeada, con el camisón enrollado por encima de la cintura, ya Camilo encima de ella, con un cuchillo en la mano, tratando de violarla. Camilo ni siquiera se dio vuelta para verla de nuevo en la casa. .'Andate", le gritó. 

Rita estaba parada en la puerta de la cocina, al lado de la heladera. Miró a su alrededor. Vio un martillo en un estante. Lo agarró y empezó a pegarle a Camilo en la cabeza. No dejó de golpear hasta que la misma Consuelo, acariciándole el pelo, tratando de calmarla, le sacó el martillo de la mano y la hizo sentar en el piso. Al lado de ella, en el colchón, estaba el cadáver de Camilo.

Rita fue condenada a doce años de prisión por homicidio simple. Su hija fue aparar aun instituto de menores, donde estuvo hasta su mayoría de edad. Poco después de salir se casó con un ex compañero del colegio y tuvo dos hijos.

Rita saldrá en libertad a comienzo del 2009.

En la cárcel se hizo evangelista.


Fuente :

Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)

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