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Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//12 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XIX Trabajar

por jocharras a las 12:35, en La Marca de la Bestia

CAPÍTULO XIX

Trabajar

El robo de autos en Córdoba

Caminan por las calles del barrio como quien pasea disfrutan­do de la tarde. Toman un café, se paran en la esquina, entran a un cyber, toman una coca en un kiosco, se esconden cuando pasa la Policía. Parecen vecinos comunes, pero no viven allí; parecen a la deriva, pero no lo están; parecen honestos, pero no lo son. Son los levantadores de autos que deambulan por las calles de Córdoba a la caza del coche que buscan.

Pueden estar en barrio General Paz, en Juniors o en Alberdi, pero se los encuentra más fácilmente en el centro o en Nueva Córdoba, donde se sienten libres para hacer lo que quieran. Forman parte de una de las ''industrias" más antiguas de la humanidad, la del delito, y se especializan en una de las ramas que más adeptos tiene en la provincia: el robo y la posterior colocación de automo­tores.

Es uno de los negocios delictivos más rentables y frecuentes de Córdoba. Según las últimas cifras oficiales que se dieron a conocer (corresponden a los años 2001, 2002 y 2003), en nuestra provincia se roba por año un promedio de 3.800 automóviles (a razón de 11 vehí­culos por día). El 80 por ciento de esos rodados son sustraídos des­de la calle y cerca de la mitad de estos desaparecen en el triángulo de las bermudas que es el barrio Nueva Córdoba, precisamente el lugar preferido del violador serial. La investigación que llevó ade­lante el fiscal Ugarte llegó a la conclusión de que el hombre que fue identificado como el violador serial transitaba normalmente por las calles de ese barrio no sólo para abusar de las jóvenes, sino también para robar vehículos. Esto también fue confirmado por diferentes actores de la investigación como los comisarios Eduardo Rodríguez, Oscar Vargas y Rafael Sosa.

¿Pero cómo se ejecuta este delito que, según las personas que trabajaron con Sajen, era una de las tantas cosas que él sabía ha­cer "muy bien"?

El negocio del robo de autos mueve millones de pesos y para poder realizarse requiere de una serie de especialistas que actúan rápidamente y contrarreloj. El primer eslabón de esa cadena es el contacto que se comunica con aquella persona que quiere comprar o que está dispuesta a vender un auto robado como si fuera legal.

A partir de ese momento se activa la búsqueda y le correspon­de al levantador salir a la calle a encontrar el vehículo que requie­re el futuro comprador. No se trata de robar a cualquier costa el primer auto de esas características que se encuentre transitando por la calle, ya que de nada valdría asaltar a un conductor y llevarse su vehículo, porque el objetivo es justamente robarlo haciendo la menor cantidad de escándalo posible y aprovechándose de la lentitud del sistema a la hora de intentar recuperarlo.

Por eso, en general, los autos elegidos están estacionados en las calles a la espera de sus dueños. Los levantadores (se los califi­ca llave, ½   llave y 1 llave en orden ascendente, según su capaci­dad) salen a deambular buscando el auto que necesitan.

El secreto del levantador consiste, como en todo delito, en po­der encontrar el lugar adecuado para cometer el hecho y la víctima más vulnerable para sufrirlo. Por ello los lugares más buscados son cerca de las clínicas, donde la gente normalmente llegó preocupa­da por otras cosas y no tuvo tiempo de asegurarse de que el auto esté bien protegido; los negocios y las afueras de los grandes cen­tros comerciales, donde descuentan que los dueños se mueven con sus hijos y eso atrasa las cosas.

Un levantador de 1 llave, como según los investigadores era Marcelo Sajen, se lleva un auto de su lugar de estacionamiento en menos de 30 segundos, tenga éste o no una alarma activada. A par­tir de ese momento, el vehículo se convierte en una brasa ardiente y por eso se activa un nuevo eslabón de la cadena que consiste en llevar ese vehículo sin llamar la atención de la Policía y lo más rápido posible, a un lugar donde pueda enfriarse.

¿Qué significa enfriar un auto robado? Es llevarlo a un lugar donde pueda "descansar" sin llamar la atención (por eso se suelen utilizar playas de estacionamiento), hasta que los policías o las empresas de seguridad satelitales dejen de buscarlos . Si en Nueva Córdoba se roba la cantidad de autos que ya hemos señalado, es de imaginar que los investigadores poco pueden hacer para resolver un caso de hoy, si mañana tendrán 11 nuevos casos que investigar.

En ese punto está siempre la posibilidad de llevarlo rápidamente a un desarmadero  (hacerlo "cortar" en la jerga) o por el contrario llevarlo a una playa de estacionamiento hasta que se enfríe. También es posible que el auto sea "colocado" en manos de otros delincuentes que lo utilizan para cometer algún otro delito.

Según pudimos establecer, en los casos en los que se roban 4x4 o vehículos caros que pueden tener activado un buscador satelital, los ladrones acostumbran llevarlo a una zona céntrica, estacionarlo y sentarse en algún bar cercano por algunas horas hasta ver si la policía llega a buscarlo. Después de una prudente espera, la ca­mioneta es llevada al desarmadero o a la playa.

Esta presunta actividad de Marcelo Sajen era a la que más se lo vinculaba antes de que su nombre surgiera relacionado a las violaciones. De hecho, su mujer asegura que su marido era "un perseguido" por los policías que siempre iban a la casa creyendo que los autos familiares eran robados y "nunca pudieron probarlo". Al respecto, los investigadores especulan que Sajen utilizaba la compra-venta legal de autos como pantalla para su actividad ilegal.

Los apuntes de la Policía Judicial sobre el robo de automotores vinculado a Marcelo Sajen hablan de que los vehículos que le­vantaba el violador serial eran llevados a un taller de Santa Isabel 2a Sección, ubicado en una zona muy cercana a donde finalmente se suicidó. En este punto un mecánico de barrio General Urquiza que compartió muchos asados con Marcelo y que en más de una oportunidad lo escuchó "bromear" con que él era el violador se­rial, asegura: "A mí me traía autos para que los arreglara y yo no preguntaba de dónde venían. Lo único que me pedía es que hiciera algunos arreglos, nada de cambiar las cosas o cortar".

En Santa Isabel, siguiendo con los apuntes de la Judicial, los autos eran "trabajados" y comenzaba a ponerse en acción un nuevo eslabón de la cadena que consiste en que el auto que salga de allí sea diferente en aspecto y en papelería del que llegó. Desde ese lugar los coches iban a dos concesionarias de Córdoba ubicadas en el camino a Alta Gracia.

La noche después del suicidio de Sajen y mientras éste se encontraba agonizando, las puertas de una de esas concesionarias se abrieron y los vecinos vieron que el 80 por ciento de los autos que estaban allí, desaparecían.

Existe otra posibilidad, conociendo los movimientos de Sajen y su habilidad para moverse, que es por la que más nos inclinamos nosotros. Si efectivamente es cierto, como dicen los investigadores que Sajen levantaba autos, el mejor lugar que podía utilizar para enfriarlos era la terminal de ómnibus, donde existen dos playas (una externa y otra interna) en las que no hay demasiado control.

Si esto fuera cierto, podrían encontrarse respuestas a pregun­tas que por el momento no parecen tenerlas, como la manera en que Sajen se fue de aquella pensión de la calle Balcarce (donde abusó de Marcela) robándose además el televisor Hitachi Serie Dorada que pertenecía a la joven. El edificio donde vivía Marcela está ubicado en Balcarce al 500 desde donde, caminando por un puente peatonal, se puede ir a la playa externa de la terminal, en menos de cinco minutos. Cuando personal de seguridad de la termi­nal fue consultado al respecto explicó que esos predios están prác­ticamente a la deriva y que es muy común ver que algunos autos pasan varias noches durmiendo en la playa, hasta que unos días después vienen a buscarlos.

La noche de aquel ataque (el 30 de diciembre de 2002) Sajen desapareció de la vista de Marcela, su víctima, a lo largo de cinco minutos que bien pudo haber utilizado para buscar un auto que estaba enfriándose en la terminal de ómnibus.

Para que todo esto tenga sentido hay que decir que la División Sustracción de Automotores de la Policía de la provincia ha sido históricamente la más criticada y sospechada de la fuerza por su presunta vinculación con mafias dedicadas a las cuatro ruedas. Ese rumor promovió una investigación que luego quedó trunca, pero por la cual al menos un policía fue imputado y puesto a disposición del fiscal Luis Villalba.

En la actualidad, existen tres grandes bandas activas dedicadas a este tipo de hechos en nuestra provincia. De todos modos, todo indica que, si las especulaciones que vinculan a Sajen con este tipo de delitos son reales, el violador serial tenía un negocio independiente de esas organizaciones.

Muchas veces se ha dicho que para robar autos deben existir "zonas liberadas", sectores donde la Policía mira para otro lado a cambio de una comisión por los robos efectuados. Este dato, vincu­lado a la mala fama de la División Sustracción de Automotores, promovió el rumor de que Sajen recibía información calificada de algunos policías que lo tenían simplemente como un ladrón de au­tos y que él utilizaba para saber dónde era riesgoso atacar a sus víctimas de violación.

"Tengo mis dudas de que alguien le haya soplado sobre dónde hacíamos los operativos, pero en caso de que eso haya ocurrido imagino que a quien pueden haber ayudado es al Sajen ladrón y nunca al Sajen serial", asegura Eduardo Bebucho Rodríguez que recordó que el hecho de la calle Balcarce fue siempre una gran espina en la cabeza de los investigadores.

"Nos imaginábamos que escapaba en auto, pero ¿dónde lo de­jaba estacionado? Yo siempre pensé que el tipo aguantaba en la terminal que es un infierno porque hay miles de personas en cons­tante tránsito y es un excelente lugar para que nadie advierta tu presencia", afirma Rodríguez.

La saturación policial en Nueva Córdoba en los tiempos del violador serial disminuyó en un 40 por ciento el levante de autos en el sector.

El ganador esclavizado

Mientras la búsqueda del serial comenzaba a tomar forma de la mano de Juan Manuel Ugarte, Sajen siguió llevando lo que pue­de llamarse una vida normal. Pero su estado de ánimo parecía no estar del todo bien.

-Me voy a morir negra, lo presiento. Me voy a morir.

Adriana y Marcelo estaban acostados en la cama viendo televi­sión, los chicos se encontraban en el colegio y de repente Marcelo interrumpió el silencio para pronunciar esas palabras.

-Pero de qué hablás, si vos tenés más suerte... tenés siete vidas-recriminó Adriana.

-No, negra. Hablo en serio, siento que me queda poco de vida -repitió Marcelo, quedándose en un silencio pensativo.

La Negra Chuntero se sintió conmovida y comenzó a acariciarlo hasta que algunos segundos después su amante volvió a hablar.

-Pero vos no te vayas a ir con otro, ¿no?

El diálogo se produjo a fines del año 2004 y aunque Adriana no lo sabía, esa sensación era contemporánea a los momentos en que la búsqueda del serial comenzaba a avanzar y Sajen empezaba a sentirse cada vez más limitado no sólo para violar, sino también para moverse.

"En los últimos tiempos vivía directamente conmigo -cuenta la Negra Chuntero antes de enumerar las actividades familiares que llevaba adelante su amante- a la mañana iba a 'trabajar' al centro. Después pasaba por casa de Zulma para preparar a los chicos y llevarlos al colegio. Volvía para acá y llevaba a los míos".

"Mi marido iba todos los días a buscar a los chicos al colegio - confirma Zulma-, siempre fue un padre ejemplar que amaba mu­cho a sus hijos. A la tarde, cerca de las cinco estaba acá principal­mente porque una de las chicas (la joven que nació el día que mu­rió don Leonardo), su hija preferida, no le perdonaba no verlo aun­que sea un ratito".

"A la noche -asegura Adriana- llegaba a mi casa, se bañaba y nos íbamos a dormir juntos". Por esa época también se produjo el episodio de Tribunales II y Sajen tenía siempre en su bolsillo el hábeas corpus que le habían entregado firmado por la doctora Lucero Ofredi.

Entre el ataque inmediatamente posterior a Ana, ocurrido en barrio San Vicente el 15 de setiembre y el siguiente de la serie que se produjo en diciembre, pasaron 80 días, en los que Sajen se en­contraba muy alterado.

En este punto toma forma otra de las versiones vinculadas a Sajen que, hasta ahora no se ha nombrado en este trabajo y es la supuesta adicción a las drogas (en especial la cocaína) que podría haber sufrido. Jota dijo que Marcelo "tomaba" y dio a entender que en alguna oportunidad también "vendió" drogas. Lo mismo afir­mó el policía Raúl (Ojito) Ferreyra, de Protección de las Personas, quien tuvo a su cargo la búsqueda de víctimas en el período ubica­do entre los años 1991 y 1997.

"En base a los contactos que tenía Marcelo Sajen es de imagi­nar que entre las tareas ilegales que realizaba estaba la de vender cocaína en pequeñas proporciones. Una de sus parejas con la que se lo vio en muchas oportunidades en los últimos meses (sería la mujer con las iniciales N. G., según dijo Jota) podría haberse dedi­cado a ese negocio", explica Ferreyra.

En ese contexto es de imaginar que Sajen se encontraba presionado por todos lados. Algunos de estos aspectos fueron comenta­dos al psicólogo Carlos Disanto, uno de los mayores especialistas sobre delincuentes seriales de nuestro país. El profesional, docen­te de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Licenciado en Psico­logía y especialista en investigar las conductas de delincuentes y homicidas sexuales, fue lapidario refiriéndose a la vida de Sajen: "El perfil de individuo que se desprende de lo que ustedes relatan, más que al perfil de un ganador se parece al de un trabajador. Debe haber sido muy estresante para este hombre tener que mantener esa imagen de autosuficiente ante todas las amantes que tenía y creo que allí puede radicar parte de su enfermedad. Ir de acá para allá llevando chicos, teniendo relaciones sexuales 'exigentes' con sus mujeres y mostrándose como un ganador ante sus amigos hombres, es realmente cansador".

El sheriff Ugarte

Le gusta mandar, le gusta saber más que todos y le gusta tener el control de la situación. Odia que se le adelanten y prefiere siem­pre que las cosas lleguen a sus oídos primero para ser él mismo el que, luego de calificarlas, las transmita a los demás. No confía en nadie y como cree que las cosas se hacen bien sólo cuando se hacen a su modo, todo el tiempo desconfía de los otros. Así es el fiscal Juan Manuel Ugarte y así se manejó con la causa una vez que la tuvo en sus manos, después de haber tenido unos días para darse cuenta de que a lo largo de los años, poco se había hecho como correspondía para poder atrapar al violador serial.

Inteligente y conocedor de las internas que limitaban el traba­jo de los investigadores, supo aprovechar todo ese contexto para convertirse en el único que manejaba toda la información existen­te en la causa, limitando al mismo tiempo el contacto entre los diferentes grupos que trabajaban a sus órdenes.

Pronto organizó equipos de trabajo a los que les dio roles den­tro de un rompecabezas del que sólo él conocía la cantidad de pie­zas.

Su principal hipótesis de trabajo se basó en una idea que hoy parece obvia, pero que hasta ese momento no se había tomado en profundidad. El violador serial era también un delincuente acos­tumbrado a cometer hechos contra la propiedad. Desde entonces y mientras la Policía de calle seguía, filmaba y descartaba a cada uno de los sospechosos que se sumaban a la causa a través de de­nuncias o de los llamados al 0800 JUSTICIA, se concentró en esa hipótesis de trabajo junto con sus comisionados y su secretario.

A sus íntimos, Yo-Yo les confesó que hasta la llegada del triun­virato todo había sido desastroso y que tuvo que empezar de cero para poder encausar la investigación.

Internas

La segunda parte del mes de noviembre y los primeros quince días de diciembre del año 2004, fueron de extrema tensión. Aunque en ese momento no se percibía todavía ninguna certeza de que el violador serial podía ser atrapado, sí existía la idea de que las personas que estaban trabajando eran las indicadas y tarde o tem­prano obtendrían resultados.

De todas formas, entre los investigadores las cosas estaban le­jos de ser color de rosa. El fiscal y la Policía (el grupo conformado por los comisarios Nieto, Rodríguez, Vargas y Sosa) tenían una re­lación simplemente mala, principalmente porque Ugarte descon­fiaba de los que creía que tomaban decisiones sin consultarlo. Por su parte, ellos desconfiaban de él y estaban resentidos porque con­fiaba más en dos suboficiales de menor rango como sus comisiona­dos, que en la cúpula de la Dirección de Investigaciones Crimina­les.

Esa situación hizo que por su lado los policías buscaran "pro­tección" detrás del ministro de Seguridad, Carlos Alesandri, y el fiscal recurriera cada vez más a sus dos comisionados (los suboficiales Bergese y Sáenz de Tejada) a los que les pedía incluso veri­ficar el trabajo que hacía la Policía. Para entender lo que esto significa es importante saber que en una estructura verticalista como la policial, el hecho de que dos suboficiales tengan como rol "con­trolar el trabajo de policías de más autoridad" es básicamente un insulto para estos últimos.

En ese marco de nervios e histeria, Ugarte, que no era santo de la devoción de Alesandri, se apoyaba en el poder del fiscal gene­ral. Gustavo Vidal Lascano, quien a su vez mantenía una interna profunda con Alesandri dentro del Gobierno provincial.

Como si esto fuera poco, Ugarte tampoco confiaba demasiado en la Policía Judicial cuyo director Pérez Barberá, desde que los alemanes habían pisado suelo cordobés, no era ni saludado por Vidal Lascano.

Buscando protegerse de los ataques de su jefe, el director de la Judicial también mantenía una excelente relación con el Tribunal Superior de Justicia que lo considera uno de los legalistas más ca­pacitados de la provincia.

Además, estaba la puja constante entre la Policía Judicial y la Policía Provincial, que nunca han sabido convivir y prácticamente se tratan de "enemigos" entre sí. Los primeros porque creen que los segundos no están preparados para manejar los elementos cien­tíficos de una investigación; y los segundos porque aseguran que los detectives de la Judicial llegan a conclusiones que se caen a pedazos apenas se ven obligados a salir al exterior y cruzar una calle.

Eso para referirnos únicamente a las internas entre institucio­nes pero, además, habría que señalar la interna que existía por ejemplo entre los mismos policías.

También la Judicial tenía su propia interna, que todavía no había florecido pero que iba a enfrentar poco tiempo después de la caída del violador al grupo de investigadores del Centro de Investi­gación Criminal.

Todas estas personas mantenían incluso enfrentamientos indi­viduales entre sí y aunque se esforzaban por tratarse bien en las reuniones para que éstas no parecieran un conventillo, apenas ter­minaban dedicaban horas a criticar la tarea de los otros.

Lo único que todos compartían era el miedo a saber menos que los demás y a que alguno de los que supiera algo se lo transmitiera a los medios de comunicación. Hasta tal punto llegó esa descon­fianza entre unos y otros que Ugarte los reunió para decirles que el único que iba a hablar con la prensa sobre el tema, era él.

La medida no acabó con el problema y se puede decir que lo profundizó, porque ahora todos sentían celos ante el protagonismo de Ugarte, que hacía propios todos los logros del grupo. A raíz de ello la información se convirtió en el capital más importante y na­die quería saber menos que los otros. Como un ejemplo de esto se puede citar que en esa época se sumó a la mesa chica de la investi­gación Gustavo Lombardi, un funcionario de la Fiscalía General, que rápidamente (quizá con injusticia) fue apodado "el espía" o "el interventor" por los otros investigadores porque decían que su prin­cipal función consistía en escuchar todo para de esa forma mante­ner informado a Vidal Lascano.

Pero había más. Inclusive en el seno de Podemos Hacer Algo comenzaba a generarse una interna entre aquellas chicas que se sentían representadas por el abogado Carlos Krauth y otras (princi­palmente cercanas a Ana), como sus amigas María y Julieta, que indicaban que el letrado "parecía más abogado del gobierno" que de las víctimas.

Sacar la basura

Tras aquella reunión en la Jefatura de Policía, en la que las chicas de Podemos Hacer Algo contaron el episodio del interroga­torio en el que Ugarte le mostró a Milena el pecho de uno de los policías presentes para que la chica determinara la cantidad de pelo de su atacante, la organización siguió siendo un actor funda­mental de la búsqueda del serial.

A raíz del planteo fue que, para callar el enojo de las chicas, se gestó después de aquella reunión un encuentro con el entonces se­cretario de Justicia, Héctor David, y las autoridades del Centro de Asistencia a la Víctima. Allí, los funcionarios se comprometieron a hacer algo muy valioso, que el Gobierno cumplió a rajatabla hasta el día de hoy y que consiste en otorgarle una asistencia psicológica gratuita a todas las víctimas que lo solicitaran. También se concre­tó una reunión con Olga Riutort, la ex esposa del gobernador José Manuel De la Sota.

Así cuenta María, amiga de Ana, los pormenores de aquel en­cuentro: "A Olga le interesaba el tema de la prevención y como ya estaba tomando forma la Unidad Judicial de la Mujer (un edificio donde se receptan denuncias sobre hechos que tienen a las muje­res como víctimas) nos ofreció que trabajáramos allí sugiriendo incluso que recibiríamos un sueldo".

La reunión se concretó el 24 de noviembre y entre los asisten­tes también estuvo el publicista Droopy Campos, que bocetaba una campaña de prevención de violación para mujeres.

Antes de partir con la promesa de un nuevo encuentro las chi­cas presenciaron algo llamativo: "Mientras hablábamos, tres mucamas pasaban detrás de ella llevando trajes de hombre, panta­lones y ropa prolijamente planchada. Olga nos debe haber visto la cara de sorpresa porque nos dijo: 'Por eso de atrás no se preocupen chicas, estoy terminando de sacar la basura'".

Meses después de que las jóvenes se fueran de la casa de Riutort, anunciándole que por más que existiese buena onda ellas no iban a dejar de marchar para reclamar la detención del serial, De la Sota anunció que su matrimonio con Olga había acabado y que estaba de novio con Adriana Nazario, su ministra de Producción.

Por ningún lado

Las anécdotas que quedaron sobre la búsqueda del serial son decenas. En el marco de la búsqueda se pusieron puestos de vigilancia en edificios de gran altura, donde un policía del grupo espe­cial Goat observaba con prismáticos todo Nueva Córdoba buscando a un tipo de las características del serial abrazado a una joven. Desde allí se pudo atrapar a tres levantadores de autos en pleno trabajo, pero no se consiguió nada sobre el tema que se investiga­ba.

Otro día, un francotirador del Eter (grupo de elite de la Policía) estaba escondido con su uniforme camuflado en el Parque Sarmiento entre los yuyos (se utiliza este tipo de efectivos porque es­tán capacitados para estar durante 24 horas inmóviles sin moverse un centímetro), esperando la aparición de un sospechoso cuando tuvo la mala suerte de que a un transeúnte le dieron ganas de ori­nar justamente en el lugar donde el policía estaba apostado. "Con el líquido cayendo sobre su cabeza, el efectivo tuvo que quedarse quietito, porque si se llegaba a levantar el pobre vecino podía mo­rir infartado", recuerdan los investigadores.

En el marco de la investigación se filmó al amigo del portero de un edificio en Nueva Córdoba (fue uno de los más de 40 sospe­chosos filmados y seguidos de la época de Ugarte). Lo llamativo era que este hombre que al final no fue el violador se mostraba francamente sacado y al borde del orgasmo con sólo ver a las muje­res. En una de las reuniones periódicas en las que la Policía le mostraba estas filmaciones a las autoridades, el por entonces se­cretario de Seguridad, Horaldo Senn, se volvió loco al ver esa ima­gen y les gritó a los policías "¡Es ése... mirá ese hijo de puta... las huele... tiene que ser ése, vayan a agarrarlo!".

Eran los tiempos en que los comisarios Vargas y Sosa, obsesio­nados con el caso, se juntaban los días de franco en Nueva Córdoba para tomar café y con el dibujo de A. (la chica que había podido escapar y lo retrató de espaldas) esperaban verlo pasar y atraparlo. "Yo decía... si lo veo a este tipo caminando lo agarro. Estaba seguro, convencido", dice Sosa.

A lo largo de toda la investigación, Ugarte estaba muy enfermo y muchas veces las reuniones se interrumpían por unos minutos. En algún momento, el fiscal recibió la sugerencia de tomarse unos días pero se negó. Recién tras la caída de Sajen fue sometido a una cirugía.

No todos eran esfuerzos bien dirigidos y coordinados. Un día, la Policía estaba siguiendo con gente de civil a una persona para saber a dónde iba y qué hacía. Era un sospechoso más pero era importante que no sospechara nada. En el medio de esa búsqueda apareció una camioneta del CAP y lo controló. Para no quedar re­galados, los de civil siguieron caminando y, cuando lo quisieron volver a seguir, éste ya había desaparecido.

El período ventana

Hacia fines del mes de noviembre la situación entre los investigadores estaba cada vez más tensa. Lo único que permitió que no se derrumbaran las cosas fue que el fiscal Ugarte tuvo la cintura como para mantener una relación medianamente cordial en el tra­to, con todos ellos.

Por esos tiempos, el fiscal también comenzó con un trabajo me­ticuloso y por momentos maquiavélico que consistía en hablar con todos los medios, procurando que dejaran de publicar especulacio­nes sobre la causa que en muchos casos -como cuando se asegura­ba que no andaba armado- podían llegar a poner en riesgo la vida de futuras víctimas. Paralelamente, en la Policía Judicial los es­fuerzos estaban enfocados en organizar una campaña de prensa, que había sido sugerida por los investigadores alemanes, con la idea de que sólo con la colaboración de la sociedad era posible atrapar a un delincuente tan sagaz como el violador serial. Esa campaña que estuvo a horas de salir a la calle, consistía en otorgar elementos a las posibles víctimas que les permitieran saber qué hacer en el caso de ser atacadas. También iba a terminar con dece­nas de versiones divulgadas por los medios que, por falta de infor­mación real, empezaban a fantasear en torno al delincuente.

Por esos tiempos, los investigadores ya eran conscientes de que el violador serial no había comenzado a atacar en el 2002, sino que sus hechos se remontaban a 1997 y algunos hasta comienzos de la década del '90.

Así fue que surgió la idea de que entre mediados de 1999 hasta fines de 2002 o comienzos del 2003, los ataques con las característi­cas del serial dejaban de producirse, estableciéndose lo que los investigadores llamaron un "período ventana", en el que se sospe­chó que el violador, suponiendo sus antecedentes de delitos contra la propiedad, podría haber estado preso.

Este nuevo dato poco tenía que ver con la hipótesis que más le interesaba a Ugarte, pero por su peso propio la teoría se hizo un lugar en el marco de la investigación. El fiscal solicitó al Servicio Penitenciario los nombres de individuos con antecedentes de deli­tos sexuales y tuvo sobre su escritorio una lista interminable de personas que iban desde los 18 hasta los 70 años.

Como trabajar con tantos sospechosos era imposible y contra­producente, se decidió que dos inspectores de la Judicial se trasla­daran a la Penitenciaría de barrio San Martín y fueran quitando de esa lista a aquellos individuos que no se correspondían con las ca­racterísticas del serial. Los detectives Luna y García pasaron va­rios días en los archivos de la cárcel (los mismos que se quemaron en parte luego del sangriento motín ocurrido en febrero del año 2005) achicando aquella lista inicial.

Aquí es útil abrir un paréntesis y decir que cuando quisimos averiguar quién aportó la teoría del período ventana a la causa nos encontramos con un problema: era idea de todos. Para el director general de la Policía Judicial (Gabriel Pérez Barberá), esa teoría fue aportada por uno de sus subordinados, Federico Storni. Para la Policía se trató, en cambio, de una idea de Oscar Vargas, y para el fiscal fue simplemente "algo que surgió fruto del trabajo". En defi­nitiva, todos parecieron querer apropiarse de esa idea que fue tras­cendental a la hora de llegar hasta el nombre de Marcelo Sajen.

En base a lo que pudimos reconstruir, la única persona que conocía los sumarios como para idear esa teoría (que quizá sea demasiado exagerado llamar así y se haya tratado simplemente de un dato de la realidad que estaba allí y no había sido visto antes) era el comisario Vargas. Él contó que cuando se presentó (acompa­ñado del comisario Sosa) al despacho del fiscal Ugarte para expo­ner ese punto, éste se mostró muy interesado y señaló que iba a investigarlo con personal de la Judicial. Por ese entonces, el fiscal confiaba más en otra teoría -presumiblemente aportada a la causa por los investigadores de su fiscalía, Bergese y Sáenz de Tejada- que vinculaba al violador con el mundo de la prostitución y parti­cularmente con los travestís.

Fue el llamado al 0800 de una víctima lo que permitió ubicar la fecha del último hecho cometido por el violador serial, antes de que comenzara el período ventana. Se trataba de la joven que fue violada la misma noche del asalto a la pizzería de calle San Luis.

Cuando esto se determinó, sólo restaba cruzar las fechas entre ese ataque y el primero conocido, que correspondía a noviembre de 2002 y así determinar por qué delito se podría haber condenado a un delincuente durante ese período de tiempo. "Puede ser un robo calificado", calculó Ugarte.

La investigación estaba cerca. De la lista inicial de 520 nombres que había llegado a manos de los investigadores, quedaron primero 70 y después 30. Pronto el número se reduciría a 12, pero antes esa alianza casual que existía entre Marcelo Sajen y la inter­na política, atrasaría las cosas. A comienzos del mes de noviembre los policías directamente consideraban a Ugarte un irrespetuoso, el fiscal ya no confiaba en ellos para nada y la Policía Judicial aprovechaba esas diferencias para conseguir un poco más de espa­cio dentro de la causa. Entre los detectives y policías los rencores personales eran cada vez más evidentes.

Más arriba de todos ellos, el enfrentamiento entre el fiscal general Vidal Lascano y el ministro Alesandri seguía creciendo y, mientras el primero cerraba filas con Ugarte, el segundo apoyaba firmemente a ambas policías. De hecho, la denominada "capacidad de trabajo" de Alesandri (en referencia a la cantidad y no a la calidad) fue reconocida espontáneamente por todos los actores de esta historia, salvo por Vidal Lascano.

El tiro del final

La tarea del fiscal Ugarte desde el momento en que asumió la coordinación de la investigación contó con un aporte imprevisto que le permitió manejarse con cierta tranquilidad ante los medios de prensa y la opinión pública. El violador serial no había vuelto a atacar.

Esa fortuna se terminaría en la noche del 5 de diciembre, cuan­do una joven de 25 años fue abordada por el delincuente cerca de la esquina de las calles Carta Molina y Becu, del barrio Iponá, y obligada a trasladarse a un descampado ubicado a media cuadra sobre Carta Molina. Allí, el degenerado la obligó a practicarle sexo oral.

Esa misma madrugada la joven, a la que llamaremos Flavia, se presentó en la Jefatura de Policía acompañada por su novio y de­nunció lo ocurrido, asegurando que la persona que la había ataca­do era el violador serial. Sin embargo, la Policía no le creyó. (Para aquellos que al leer este libro pretendan desmentir lo que conta­mos sobre las internas basta esta triste anécdota que las confirma a todas).

Cuando el fiscal Ugarte se enteró del hecho, mucho más tarde de lo que hubiera esperado, buscó rápidamente encontrarse con la víctima. Una fuente cercana a la causa contó que ante la inactivi­dad de los policías que ni siquiera pusieron un auto a su disposi­ción, el fiscal subió a su propio vehículo con la mujer y fue hasta el baldío donde se produjo el abuso. Increíblemente, como llovía y el personal científico de la Policía Judicial no llegaba, Ugarte tuvo que pedirle a los policías que taparan con un saco el semen que estaba en el suelo del baldío para evitar que se perdiera la prueba.

Así recuerda aquel día Vidal Lascano: "Me llama Ugarte desde el lugar del hecho y me dice que estaba solo y llovía. Estaba tapando el semen con las manos y les dijo a los policías que cubrieran la zona con un saco con la promesa de que yo después les pagaba la tintorería. Recuerdo que llamé a Gabriel Pérez Barberá que estaba de viaje y me quejé porque no había ningún grupo de científicos disponibles. El único equipo estaba en Carlos Paz y hubo que esperar a que regresara".

La actitud de Ugarte fue motivo de risas de los policías de calle que estaban seguros, por el método de ataque, que ese violador no podía ser de ninguna manera el serial. Esa certeza surgía princi­palmente del hecho de que la joven (que no correspondía física­mente al perfil de las víctimas de Sajen) había visto a ese hombre movilizarse en un automóvil Fiat 128 color celeste. A la distancia hay que reconocer que Sajen había cambiado su método de ataque. De la misma manera hay que señalar que la Policía jamás debería desatender un caso cualquiera, basándose únicamente en intuicio­nes.

A la larga, los análisis de ADN demostrarían que el único que tenía razón era Ugarte, pero antes el fiscal se vio obligado a estar una semana en el ojo de la tormenta convirtiéndose, además, en una especie de enemigo del Gobierno que, independientemente de la marcha de la investigación, necesitaba por todos los medios de­cir, incluso con porfía, que aquel ataque no había sido del violador.

La prueba de que Ugarte estaba solo, está en que durante los días siguientes y hasta que se conoció el resultado del ADN, la Policía -convencida de que el fiscal estaba equivocado- no hizo lo suficiente para rastrear como correspondía el vehículo que la tes­tigo había señalado.

Para colmo, el mismo día en que se conoció el resultado del ADN (14 de diciembre) el diario Día a Día conoció los pormenores de otro episodio en el que el violador serial intentó abusar de una joven precisamente en un sector de barrio San Vicente, que por orden del fiscal debió haber estado bajo vigilancia.

Esa noche, cerca de las 23, el degenerado tomó de atrás a una chica menor que estaba en la parada del colectivo e intentó llevarla a un descampado. En el trayecto, vio pasar a alguien y aprove­chó para resistirse y forcejear con el atacante, logrando escapar. Antes de irse, Sajen volvería a recurrir a aquel método de insultar a las víctimas que se resistían para que quienes pudieran verlo pensaran que era una pelea entre novios y no un abuso.

El hecho iba a quedar en el silencio si no hubiese sido por el diálogo casual de un periodista que llamó a un policía para pedirle el teléfono de otro policía y se encontró justo con la noticia:

-Qué hacés... ¿Cómo te enteraste? -preguntó el oficial a uno de los autores de este libro que se comunicaba con él como única opción para conseguir el teléfono de un jefe de Investigaciones.

-Me llamaron y me avisaron -arriesgó el periodista mientras escuchaba las sirenas y las radios policiales por el teléfono.

-¿Quién? ¿De acá del barrio?

-Sí, una vecina que vio las patrullas -inventó el periodista que tuvo la suerte de encontrar al policía sacado por la bronca.

Se nos fue! ¡Se nos escapó el hijo de puta! No puede ser, nos tiene medidos el muy hijo de puta! -gritó el comisario entre desesperado y asustado.

-¿La violó? -volvió a preguntar, en realidad para saber si esta­ba entendiendo bien y se había encontrado con una noticia.

No, la chica se resistió. Se resistió, el tipo salió corriendo pero se le cayó una ganzúa! Está desesperado... -gritó el policía antes de acabar abruptamente con la comunicación.

Aunque en esta oportunidad el modus operandi sí se correspon­día con el del violador serial, Ugarte aceptaría esa noche la exis­tencia del hecho pero se negaría a adjudicárselo a Sajen hasta al­gunos días después. Lo que ocurría era que tenía la impresión de que, lejos de ser un descuido, lo que había sucedido era un anuncio de que ya no podía contar con la Policía.

"Vos andá y no digas nada"

Es necesario imaginarse una habitación amplia, con ventana­les grandes y cortinas de seda que caen hasta el piso delicadamen­te. Además, habría que explicar que ese ambiente enorme parece pequeño ante la inmensidad del mueble de tres metros de largo, por casi dos de ancho, que hace las veces de escritorio. A eso es necesario sumarle el clima templado del aire acondicionado y un constante y fresco olor a perfume artificial. Pero aun así no alcan­za porque también merecen ser mencionadas las fotografías en las que el político se ve abrazado a tenistas, golfistas y pilotos de ca­rrera e inclusive, sería necesario explicar que a sus espaldas hay un DVD última generación y que, sobre el escritorio, se alcanza a ver una notebook personal con un monitor de 17 pulgadas.

Habría que decir todo eso pero tampoco sería suficiente, ya que lo que realmente define a la persona que tenemos al frente, sentada en un sillón con un respaldar que lo dobla en tamaño, es lo que ocurre cuando con su dedo índice aprieta el botón de un apara­to que reposa sobre el escritorio y, como por arte de magia, apare­ce por una de las puertas del despacho una joven de 25 años que trae en sus manos un mate porongo en cuya superficie se lee deli­cadamente tallado: Carlos Tomás Alesandri.

Se trata del actual director de Turismo de la Provincia, que en la época en la que el violador serial todavía era un problema, se desempeñaba en el área más caliente del gobierno: el Ministerio de Seguridad. Es la misma persona a la que casi todos los que participaron de la investigación le reconocieron su apoyo, su es­fuerzo (muchas veces a la par de los policías de menor rango) y su compromiso con el caso. Es la misma persona que, aunque no qui­so hablar del tema con los autores de este libro, estaba enfrenta­da con el fiscal general Gustavo Vidal Lascano. Finalmente, es la misma persona que el jueves 16 de diciembre de 2004 le dijo al secretario de Seguridad, Horaldo Senn, que fuera en su nombre a una reunión en la Jefatura con una sola indicación: "Vos andá, poné la cara pero no digas nada. No importa lo que te pregunten vos no digas nada".

Contraprueba

Eran cerca de las 19 del día 16 y los medios de prensa estaban en la Jefatura de Policía porque durante esa jornada se había dis­tribuido un nuevo identikit del serial acompañado de un pedido de colaboración de los fiscales. Querían saber si dos años antes (tras el hecho sufrido por Marcela en la pensión de calle Balcarce) al­guien había visto por esa zona a un hombre cargando un televisor envuelto en un cubrecamas.

De la Sota y Alesandri estaban en Buenos Aires y hasta el mo­mento ningún funcionario de Gobierno se había referido al resulta­do positivo del análisis de ADN que demostraba que el serial era el atacante de la joven de barrio Iponá. Senn bajó del ascensor y se encontró de repente con toda la prensa que se le venía encima y comenzaba a hacerle preguntas sobre cosas que parecía no poder responder. De repente, el periodista Gustavo Bisay, de Canal 12, le hizo pisar el palito al preguntarle:

-¿Qué opina del nuevo ataque del serial? -Y Senn, quizá entu­siasmado por los flashes, contestó lo primero que se le vino a la mente (o quizá, lo que había escuchado decir a sus jefes).

 -¿Quién dice que volvió a atacar? -El fiscal lo dice. ¿Por qué? ¿Ustedes creen que no? -Vamos a hacer la contraprueba.

-¿Está diciendo que el fiscal está equivocado? -retrucó Héctor Emanuelle, cronista de Canal 8, quien de repente se encontra­ba con una noticia.

-Yo digo que vamos a hacer la contraprueba -repitió Senn antes de irse sabiendo que, por error o casualidad, acababa de tirar una bomba.

El diálogo alcanzó para que minutos después el fiscal Ugarte llamara a un periodista de confianza y le preguntara si aquellos dichos eran ciertos. Después de confirmarlos, tuvo la impresión de que era hora de abandonar la causa convencido de, que Senn no podía haber dicho lo que dijo sin el respaldo de sus jefes y de que en tal caso el poder político le había bajado el pulgar.

Al día siguiente, Día a Día publicó en su tapa y contratapa una nota titulada: "El fiscal Ugarte, ¿otra víctima?", en la que se rela­taba que el funcionario meditaba renunciar porque sentía que era imposible trabajar seriamente sin el apoyo de las fuerzas de segu­ridad. Ese día los medios hicieron público el nuevo identikit.

Fueron horas de tensión que supo descomprimir con su cintura política el fiscal general, aprovechando que justamente ese vier­nes se realizaba en Córdoba un almuerzo de camaradería al que asistían todos los fiscales de la provincia. En ese ámbito, el jefe de los fiscales tomó el micrófono y habló de dos funcionarios que esta­ban desentrañando las causas más costosas y complejas de la histo­ria de Córdoba y señaló que uno de ellos era Juan Manuel Ugarte (el otro era Villalba, que llevaba adelante la causa Maders). El aplauso cerrado y la emoción, sumada a una nota en La Voz del Interior que (ilustrada con una foto de Vidal Lascano) relataba todo lo ocurrido el día sábado, convencieron a Ugarte de seguir.

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