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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//10 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XIV Manual de un violador

por jocharras a las 11:53, en La Marca de la Bestia

 CAPÍTULO XIV

Manual de un violador

No mirés

 Con el paso de los años, Marcelo Sajen había aprendido que, para capturar a sus víctimas, nada era mejor que sorprenderlas desde atrás mientras caminaban por la vereda o la calle solas o acompañadas.

 

Siempre abrazaba a la víctima desde atrás y le pasaba su brazo derecho por la espalda, apoyándole la mano sobre el hombro. De esta forma, ejercía una leve presión con sus dedos y así lograba paralizar a la mujer para tener un dominio absoluto de la situa­ción. Sus dedos presionados evitaban que la chica pudiera hacer cualquier movimiento inesperado, como salir corriendo o abalanzarse  sobre alguna persona que pasara a su lado. Eso, sumado a su gran manejo de la tensión, se convertía en su seguro de vida.

 

Como confirmación vale recordar lo que dijo Carlos -el ex cóm­plice de Sajen- cuando contó que en las reuniones, fiestas o cum­pleaños, "Marcelo solía abrazar cariñosamente" a sus amigas apoyándoles su pesada mano derecha sobre los hombros mientras ejer­cía una fuerte presión con sus dedos índice y anular.

 

Mientras abrazaba a la víctima de turno con su mano derecha, utilizaba la izquierda para apoyarle en la cintura (en algún caso también en el cuello) una pistola, una navaja o bien una ganzúa de las que se usan para forzar las puertas de los autos.

 

Sajen tenía claro que su víctima no debía verle el rostro. Por ello la amenazaba de muerte y le hacía poner el cabello de tal forma que no pudieran observarlo. A veces, las hacía mirar para el lado contrario a donde estaba él o les sujetaba el mentón o la nuca para que sólo miraran hacia delante y para abajo.

 

Por lo general, mientras abrazaba a la joven, le decía que la Policía lo buscaba y que ella debía ayudarlo a escapar, fingiendo que era su novia. Cuando la joven se daba cuenta de que todo era mentira, ya era tarde.

El 3 de marzo de 2003 aproximadamente a las 22, de acuerdo al expediente judicial, Marcelo Mario Sajen sorprende a una joven de 17 años que acababa de salir de trabajar de una panadería de Nueva Córdoba. Ni bien la abraza desde atrás, le dice que lo busca la Policía y le pide que lo ayude a escapar. "Si nos para la cana, vos decí que sos mi novia. ¿Está claro?". La chica es conducida hasta el ex Foro de la Democracia del Parque Sarmiento, un edificio que fue construido en la década del '80 para ser centro de convencio­nes, a instancias del por entonces gobernador Eduardo Angeloz. El Foro está ubicado al lado del complejo para chicos Superpark y en la actualidad está abandonado y usurpado. En un oscuro rincón de la parte posterior del edificio, la joven es abusada.

Sajen aprendió que sus víctimas jamás debían imaginarse que iban a abusar de ellas. Tampoco tenía que anticiparles dónde las llevaba. En los casos en que no respetó esas dos reglas, la mujer se había aterrorizado logrando, en algunos casos, escapar. Cuando no decía que lo buscaba la Policía, le indicaba a la víctima que se trataba de un asalto asegurándole que la llevaba a otro lugar para que le entregara todo el dinero que llevaba. "Ya te largo en la próxima cuadra", "una cuadrita más y te dejo, quedate tranquila que ya te dejo", "vamos a ir caminando como una pareja y me vas a ir entregando la guita que llevás encima", eran algunas de sus fra­ses más utilizadas mientras el violador serial miraba para todos lados, controlando que la situación no se le fuera de las manos.

La utilización de las palabras que para sus amigas, amantes y enamoradas lo convertía en alguien "dulce y atractivo" lo mostra­ba manipulador y perverso para sus víctimas. Mientras eran condu­cidas hacia oscuros descampados las amenazaba fieramente, pero si la chica se asustaba y empezaba a llorar, cambiaba por completo sus palabras y el tono, a fin de tranquilizarla. Una vez en el lugar donde pensaba cometer el abuso empezaba a revisarla de arriba abajo con la excusa de buscarle dinero oculto. En la mayoría de los casos terminaba por robarles algunos billetes, relojes, pulseras, cadenitas y anillos de oro. En realidad las palpaba porque de esa forma se excitaba.


Además del ex Foro de la Democracia, Sajen solía abusar de sus víctimas en proximidades del lago del Parque Sarmiento o bien en los viejos Molinos Minetti, a unas 10 cuadras del parque. En ese edificio, según constancias de los investigadores de la Policía Judi­cial, Sajen abusó de 11 mujeres.

El 7 de marzo de 2003, alrededor de las 23.30, sorprende a una chica de 21 años que caminaba sola por la avenida Chacabuco, en el corazón de Nueva Córdoba. Abraza a la estudiante justo cuando cruza la calle Derqui. Amenazándola con un arma de fuego, la hace caminar más de 15 cuadras hasta hacerla entrar al edificio de los viejos Molinos Minetti, donde la obliga a que le practique sexo oral. Luego la penetra analmente.

El tiempo de duración de los ataques tenía relación directa con la tranquilidad que experimentaba el delincuente. Si se en­contraba nervioso o con miedo a ser descubierto por la Policía, los abusos sexuales eran de corta duración; mientras que si notaba que no existía ninguna posibilidad de que lo sorprendiera otra per­sona, llevaba a cabo todas sus fantasías sexuales y podía llegar a abusar de una joven durante más de una hora. En algunos casos llegó a estar con su víctima por casi dos horas.

Por lo general, hacía poner a la joven de pie y de cara contra la pared, al tiempo que le tapaba el rostro con alguna prenda.

Las veces que se sentía seguro de que nadie podía descubrirlo, ponía su campera en el suelo y violaba a sus víctimas de todas las formas posibles. En numerosas ocasiones, de acuerdo al relato de las propias jóvenes, Sajen eyaculaba en el suelo.

En este punto, bien vale trazar un paréntesis que permite saber que la estructura investigativa afectada a esta causa navegó (hasta el final) sobre un terreno fangoso en el que muchas veces, por no llegar a entender el accionar de Sajen, se aventuraba a tomar como certezas cosas que quizás estaban lejos de serlo. El hecho de que Sajen eyaculara en el piso (o en la boca de sus víctimas y no en la vagina o en el ano) y que sus víctimas sugirieran que, aunque lo intentaba, el delincuente no podía evitar contener esa eyaculación terminó incorporando a la causa el término eyaculador anedónico, para referirse a Sajen.

Esa definición que se escuchó por primera vez de boca de una sexóloga en las páginas de La Voz del Interior, fue aportada a la causa por un médico colaborador de la Policía Judicial. A partir de allí, se distribuyó como un lugar común entre todas las personas vinculadas a la causa y, desde los policías de más bajo rango hasta los fiscales y las autoridades políticas, aseguraban a viva voz (sin tener la menor idea de lo que significaba) que el violador serial era un "eyaculador anedónico o anadónico"

 Esta investigación habló con un andrólogo (la ciencia que estu­dia todos los fenómenos biológicos en torno a los órganos sexuales masculinos) quien negó la existencia de un problema biológico de esa índole. Se consultó a diferentes psicólogos que también asegu­raron desconocer el tema y, cuando se recurrió de nuevo a los auto­res de la afirmación, se encontró con que tampoco tenían en claro de qué hablaban.

"Creemos que él no sentía el placer y por eso necesitaba ver la eyaculación para darse cuenta de que había llegado al orgasmo. Nos dijeron que eso se puede diagnosticar con ese nombre", dijo una fuente de la Judicial.

La aclaración más lapidaria al respecto fue dada por Juan Carlos Disanto, un docente de la Universidad de Buenos Aires, Licen­ciado en Psicología y especialista en investigar las conductas de delincuentes y homicidas sexuales seriales, quien es por otra parte el principal especialista del tema en Argentina y el principal refe­rente de los mismos investigadores que comenzaron a reproducir aquella frase como cierta: "Eso es poco probable. La única perso­na que puede saber eso es Sajen y no está para responderlo. No se puede especular al respecto porque sólo mediante un tratamiento adecuado podría determinarse. Por lo demás, nunca escuché sobre ese término".

Algo que también se sospechó en aquellos tiempos y quedó con­firmado cuando el delincuente se quitó la vida y se encontró en su bolsillo una pastilla, fue que el violador consumía Viagra. La hipó­tesis, surgió sobre la base de que en sus testimonios, las víctimas aseguraban que el atacante llegaba a eyacular dos, tres y hasta más veces en cortos períodos de tiempo. Los científicos consulta­dos por nosotros confirmaron que sólo consumiendo esa pastilla es posible lograr ese rendimiento sexual.

Algunos científicos auguran que esa pastilla puede llegar a modificar los promedios de edad de los delincuentes seriales sexua­les. Antes de la pastilla la edad promedio de los autores de este tipo de delitos oscilaba entre los 20 y los 45 años. El Viagra la esti­raría aún más.

El 16 de marzo, faltando pocos minutos para la 1 de la madru­gada, aborda a una chica de 20 años, oriunda del sur de Córdoba, en la avenida Hipólito Irigoyen, a pocos metros de la plaza España.

la conduce hasta el Parque Sarmiento. Pasa al lado del mástil de la avenida del Dante y, sin importarle la presencia de una barra de jóvenes que se encontraba cerca de un bar y de varios autos estacionados con parejas en su interior,; lleva a la joven hasta proximidades del lago de la Isla Crisol, en el corazón del Parque.

Precisa­mente se trata del mismo sitio donde solía pasear las tardes de domingo con su esposa e hijos, y donde se encontró por primera vez con quien se convertiría en su amante, Adriana del Valle Castro. Debajo de un frondoso árbol, viola a su víctima durante un largo rato. Luego la hace vestir, se queda con ella unos minutos y la acom­paña un par de cuadras, mientras la amenaza para que no haga la denuncia ante la Policía. Es la primer víctima de Sajen que es be­sada por el delincuente, la segunda será justamente la última. An­tes de separarse le dice: "Si yo quería, te llenaba de leche".

Por un lado está claro que Sajen conocía (al menos de vista) a algunas de sus víctimas de antemano. De hecho, a varias de ellas llegó a decirles que las observaba siempre en la zona de Nueva Córdoba y les conocía sus rutinas. Se trataba de jóvenes que regre­saban de la facultad o bien salían del trabajo, del gimnasio o un cyberbar, y siempre hacían el mismo camino a casa, a la misma hora. "Mi marido solía ir de día a Nueva Córdoba para hacer trámi­tes o para averiguar por los autos en venta que salían en los clasifi­cados del diario", comenta Zulma Villalón.

Según dicen los investigadores de la Policía, el conocimiento que Sajen tenía de Nueva Córdoba se debía al hecho de que él deambulaba por esas calles supuestamente en busca de autos esta­cionados para robar. "Es sabido que recorría esa zona para levan­tar coches. De hecho no por nada andaba con una ganzúa en sus manos. Con ese fierro amenazaba a las chicas y a la vez levantaba autos", señala el comisario general Pablo Nieto.

Los investigadores sospechan que "mientras buscaba coches o asaltaba negocios", aprovechaba para violar mujeres.

También está claro que Marcelo Sajen conocía de antemano, y a la perfección, los lugares adonde llevar a sus víctimas. Si bien mientras caminaba con ellas fingía estar perdido y preguntaba por el nombre de las calles, no hay dudas de que conocía perfectamen­te cada arteria, sabía exactamente qué camino hacer y a qué des­campado dirigirse, para dar rienda suelta a su ferocidad.

Conocía las entradas, las salidas y los rincones de los Molinos Minetti, los predios del ferrocarril Mitre (ubicado al frente), el Parque Sarmiento, el ex Foro de la Democracia, la pista de patinaje, y descampados próximos al Palacio de Tribunales II (frente a la es­tatua de Domingo Faustino Sarmiento) u otros ubicados en las adyacencias de la Costanera o al Centro de Participación Comunal (CPC) del barrio Pueyrredón, por citar algunos.

"El tipo tenía evaluado su nivel de riesgo. Nunca iba a violar en un lugar que no conocía de antemano. Necesitaba sentir que tenía todo bajo control y para eso tenía que conocer el lugar en el que se encontraba. Tenía que estar oculto, ser oscuro y tener rápi­das vías de escape. Además, era muy ágil para correr y saltar pare­des", señala un detective de la Policía Judicial.

El 5 de abril, alrededor de las 22.30, el violador serial sorpren­de a una chica salteña de 23 años mientras estaba por cruzar una calle en Nueva Córdoba. La amenaza, le pone un arma en la cintu­ra y le dice que sólo quiere su dinero. Primero la lleva hasta un oscuro pasillo ubicado en proximidades del colegio Taborín, en la avenida Amadeo Sabattini. Mientras manoseaba a la joven pasa un muchacho caminando, por lo que Sajen toma a la chica y se la lleva directamente hasta la pista de patinaje del Parque Sarmiento, ubi­cada a un par de cuadras. Amparado por la oscuridad del lugar, sobre un montículo de tierra y debajo de un árbol de frondosa copa por el que no se colaban las luces de los edificios ubicados al fren­te, el violador serial abusa de la joven durante una hora. Una vez que termina, sale corriendo y se pierde en la avenida Poeta Lugones, sin que la víctima pueda ver para qué lado huyó.

Al momento de cometer las violaciones, Sajen actuaba de igual forma que cuando llevaba abrazadas a sus víctimas por la calle. Esto es: fluctuaba permanentemente entre la bestialidad y las pa­labras tranquilizadoras. Sin embargo analizando con detenimiento las violaciones, se pudo saber que el contexto (generalmente con­dicionado por la actitud de la víctima) modificaba la actitud de Sajen.

Cuando las mujeres se resistían a ser atacadas de manera brus­ca, Sajen respondía con la misma fiereza y era capaz de golpearlas brutalmente. En cambio, cuando la resistencia de las jóvenes se asemejaba a un ruego, a un pedido desesperado de piedad, Sajen sufría una especie de disfunción eréctil que le impedía mantener su erección. En muchos de esos casos y por este tipo de circunstan­cias, el delincuente tuvo dificultades de penetrar analmente a las mujeres que tenía dominadas.

Uno de los psicólogos de Policía Judicial que más trabajó en torno al análisis de estos episodios nos sugirió que su idea personal era que si Sajen fue un chico abusado (se refiere no sólo a abusado sexualmente, sino también a la violencia familiar que puede haber sufrido en su infancia), esa disfunción puede haber sido una señal que le recordaba a sí mismo pidiendo piedad a su propio victimario.

El 14 de abril (otra vez el día antes del cumpleaños de su hija mayor y a pocas cuadras de su casa de la infancia, sobre la calle Juan Rodríguez ), pocos minutos después de la hora 20, el delin­cuente reduce a una chica de 17 años que acababa de salir de un colegio del barrio San Vicente. Con el arma apoyada en la nuca, la adolescente de 17 años es conducida a un descampado ubicado a la vera de las vías del tren, a metros del cruce con la calle Juan Rodríguez . Durante la violación, la joven alcanza a zafar, se pone de pie y empieza a golpear al serial. Forcejean unos segundos y Sajen logra tumbarla mediante golpes en el rostro sobre una toalla que antes había tirado en el suelo. Una vez en el suelo, le pone un trozo de vidrio en el cuello y vuelve a abusar de ella. En un momen­to, el depravado advierte los destellos amarillos de la baliza de un camión recolector de basura que pasa a pocos metros. Se detiene por un momento y reanuda la violación, una vez que el vehículo se ha marchado. Cuando la víctima testificó aseguró que el trapo que Sajen tiró al suelo era una toalla oscura con la imagen del Ratón Mickey, muy parecida a la que algunos años antes, Sajen le habría regalado a su segundo hijo varón para su cumpleaños junto con un kit completo de productos de Mickey

En la mayoría de los casos, las víctimas describieron que usaba ropa deportiva, jeans, bermudas, buzos y una gorra blanca con la que ocultaba su rostro. Varias veces anduvo con ojotas y no dudó en usar camperas inflables (de aquellas que parecen una bolsa de dor­mir), a pesar de las altas temperaturas del verano. Según señalan los investigadores, llevar campera le permitía esconder con facili­dad cualquier arma o bien modificar su apariencia si debía esca­par de la Policía ante cualquier contingencia. Es decir, si una chica alcanzaba a escapar, era probable que le dijera a la Policía que el violador andaba con campera. Para cuando los móviles salieran a buscarlo, él ya se habría cambiado de ropa.

 Jamás se disfrazó de albañil, de médico o de enfermero, como supusieron en su momento algunos detectives abocados al caso. Sí solía andar con una mochila, en cuyo interior nadie sabe qué llevaba.

Por lo general, a la hora de violar a una mujer, no se bajaba por completo los pantalones, por las dudas tuviera que escapar ante una eventualidad. Sólo si se sentía tranquilo, sabiendo que no co­rría riesgos, se desnudaba de la cintura para abajo. En esos casos, supo obligar a sus víctimas a que le besaran un lunar que tenía en el muslo derecho.

El 1" de mayo, cerca de las 20.30, abusa de una joven de 19 años, oriunda de un pequeño pueblo del interior cordobés, en un baldío ubicado a pocas cuadras de los Tribunales II, en proximidades de la estatua de Domingo Sarmiento ubicada en la avenida Pueyrredón, en el barrio Güemes. La joven había sido abordada mientras cami­naba sola por la esquina de la calle Duarte Quirós y la Cañada. Durante la violación, Sajen se desnudó casi por completo, pero le dijo que no podía terminar porque estaba nervioso. A la hora de formular su denuncia, la víctima relató que le llamó la atención la vestimenta que llevaba el hombre. Luego de abusar de la chica oral, vaginal y analmente, el serial le dio dos pesos para que se tomara un taxi y pudiera volver a su casa.

Por lo general, las víctimas elegidas por Marcelo Sajen tenían un perfil determinado. No tenían más de 25 años, eran menuditas, delgadas, de espaldas pequeñas y con cola llamativa. La mayoría tenía un rostro con facciones delicadas, tez blanca, pelo castaño o rubio y por lo general largo hasta los hombros. Ninguna tenía que ser más alta que él (Sajen medía casi 1,70 metro). En este sentido, investigadores de la causa resaltan el parecido físico de estas vícti­mas con la esposa de Sajen, Zulma Villalón, cuando era adolescen­te. En esta línea de análisis infieren que Sajen veía -o buscaba- en sus víctimas a la Zulma de años atrás. Señalan que el violador se­rial llegaba a tratar a varias víctimas como si fueran novias sumi­sas con quienes quería pasar largo tiempo. Si eran vírgenes, más se excitaba.

 En varias oportunidades, el violador serial permaneció un buen lapso Acostado en los baldíos junto con ellas, mientras les prodiga­ba palabras cariñosas y les decía que tuvieran cuidado de andar solas por la calle no vaya a ser cosa que las sorprendiera un dege­nerado. Hubo casos en los que llegó a decirles: "Qué lindo sería poder estar con vos en una cama, pero bueno, eso no se puede".

Vale reiterar que luego de cometer algunas violaciones, acom­pañó a las jóvenes por varias cuadras, sin dejar de abrazarlas. Esto tiene dos lecturas. Algunos creen que lo hacía para cerciorarse de que no iban a buscar a un policía de inmediato para hacer la de­nuncia, lo que le daba tiempo de escapar. Sin embargo, no es des­cabellado pensar que Marcelo Sajen completaba así una fantasía de ser por un momento el novio de esas inocentes víctimas a quie­nes les acababa de marcar la vida para siempre. En uno de esos episodios tuvo la "delicadeza" de acompañar a su víctima, detener un taxi, abrirle la puerta del mismo y saludarla antes de escapar.

 Los psicólogos que analizaron su caso, resaltan que el violador serial justificaba sus ataques sexuales y disolvía cualquier tipo de culpa, diciéndole a sus víctimas: "Bueno, de última sólo nos echa­mos un polvo, qué tanto". Incluso, según estos profesionales, él tras­ladaba la responsabilidad de lo que había sucedido a la presa de turno: "Es tu culpa tener una cola tan linda".

El 4 de mayo, ataca a una chica de 20 años, oriunda de una provincia vecina a Córdoba y, luego de recorrer más de 10 cuadras, abusa de ella en el mismo baldío de la avenida Pueyrredón donde había atacado a otra mujer tres días antes. La joven es violada contra una pared y luego en el suelo. Al terminar, Sajen se lamenta de no tener otro lugar para estar junto a ella. Luego, le pregunta hacia dónde quería ir y la amenaza con que no le cuente a nadie lo que ha sucedido. "Se van a reír de vos, porque me prestaste la cola", le dice. Según relató luego la joven a un policía, a los tres meses, el violador fue al negocio donde trabajaba en pleno centro de Córdoba y le preguntó por el precio de un par de zapatillas. "Vos no te acordás de mí, pero yo sí me acuerdo de vos. Chau, hasta mañana", le dijo antes de abandonar el local.

 

Hoy se sabe que Marcelo Sajen se movía con total naturalidad por las calles de Nueva Córdoba, sin importarle que hubiera muchas personas ya sea en la calle o bien en los bares o boliches existentes en el corazón del barrio.

De todos modos, por lo general, abordaba a sus víctimas en los sectores más alejados de la barriada, allí donde las calles son más oscuras, las obras en construcción abundan y los cyber y locutorios telefónicos están casa de por medio. No le importaba en absoluto que hubiera gente en las proximidades cuando abrazaba a la vícti­ma elegida: sabía que pasaba tranquilamente sin ser advertido, como si fuera el novio o un cariñoso amigo. ¿Cuántos ataques se hubiesen evitado si la Policía de calle hubiera tenido al menos este insignificante dato?

 Además, el serial sabía zafar de situaciones inesperadas, como cuando alguna joven lograba escaparse y corría a buscar ayuda. En esos casos, la insultaba a los gritos ("loca de mierda, es la última vez que salimos juntos", vociferó una vez) y se alejaba caminando como una persona más. En otra oportunidad, mientras llevaba a tres chicas hasta el Parque Sarmiento se cruzó en el camino con un automóvil cuyo conductor empezó a decirle piropos a las jovencitas. "Ellas vienen conmigo, así que váyanse nomás", dijo Sajen en un tono tal que hizo que el auto se marchase rápidamente.

El 11 de mayo, poco después de las 22.30, sorprende a una joven de 25 años en la zona de Nueva Córdoba y la hace recorrer un largo trecho hasta violarla. En el camino, la chica ve que a lo lejos venía su hermano caminando y, sin darse cuenta, se lo dice a Sajen, quien la hace doblar rápidamente en una esquina. El muchacho recién se enteraría de la violación, una vez que su hermana regresó al departamento, completamente destruida.

A pesar de la escasa presencia policial en la zona de Nueva Córdoba en aquel 2003, el violador serial supo cruzarse en más de una oportunidad con un policía o con un patrullero mientras llevaba a su víctima rumbo a un descampado. Varias jóvenes relataron que, si bien el depravado solía estar nervioso y miraba para todos lados cuando las llevaba, jamás se alteró demasiado al toparse con un hombre de azul. En una oportunidad, pasó junto a un móvil del CAP abrazado con una estudiante, que no atinó a hacer ningún gesto porque estaba amenazada de muerte. Otra vez, mientras caminaba por la calle Rondeau sujetando a una chica de unos 20 años, pasó tranquilamente al lado de un policía que, handy en mano, hacía custodia en una esquina. "Eso demuestra que Sajen sabía actuar. Si hubiera cruzado la calle, si se hubiera dado vuelta para caminar hacia el lado contrario, si se hubiera puesto nervioso, ahí se habría comportado en forma sospechosa y el policía podría haberlo parado", admite un investigador de la Policía Judicial y agrega: "Sin embargo, el serial siguió adelante con su plan, fue al descampado y violó a la mujer".

Otro caso que causó asombro respecto a cuán lejos estaba dis­puesto a llegar Sajen, se produjo durante una violación en el Parque Sarmiento. Mientras la chica era abusada detrás de unos ar­bustos, vio los fogonazos azules de un móvil policial que pasaba a pocos metros. El serial le tapó la boca con una mano, mientras que con la otra le apoyaba una pistola en la sien. El patrullero pasó lentamente. Una vez que estuvo lejos, la violación prosiguió.

 Bien vale aclarar que al momento de 2003, ningún policía del CAP que patrullaba la zona tenía un conocimiento acabado sobre la existencia de un violador serial. La noticia era increíblemente propiedad exclusiva de un par de investigadores de la División Protección de las Personas.

 En las comisarías, en los patrulleros, en los puestos de custodia en las esquinas, ningún uniformado común lo sabía. O si lo sa­bía, nadie le había dado directivas expresas o las características del sujeto, lo que para el caso era lo mismo. Sajen se movía enfren­te de ellos, a espaldas de ellos, junto con ellos y nadie lo veía.

 Ante esta situación muchos llegaron a pensar que Sajen bien podría haber contado con la supuesta complicidad de algún efecti­vo de la fuerza. "¿Proteger a un violador? Eso es un disparate. Aho­ra, si contaba con complicidad de algunos policías que lo conocían por ser ladrón de autos, es otra cosa. De todos modos, no tenemos pruebas concluyentes para afirmar que Sajen, como levantador de autos, haya contado con ayuda policial", opina el comisario Eduar­do Bebucho Rodríguez , quien por esas cosas de la vida - que en la historia de una institución como la Policía, tienen poco de casuali­dad y mucho de intrigas y conveniencias- terminaría, después de pasar tres meses castigado al frente de la Unidad Departamental Cruz del Eje, convirtiéndose en el jefe de la Dirección General de Investigaciones Criminales.

 Su nombramiento se produjo después de que Nieto fuera des­plazado en el marco de una masiva purga, que incluyó a toda la plana mayor de la Policía, dispuesta por De la Sota tras un acuar­telamiento policial en reclamo de mejoras salariales y por la fuga del Porteño Luzi del penal de Bouwer.

 A lo largo de los trece días que siguieron a la fuga de Martín Luzi, ocurrida el 12 de agosto de 2005 y hasta su recaptura el día 25 del mismo mes en la localidad de Vinchina, La Rioja, Rodríguez  pasaría de ser casi un paria de la Policía, a convertirse en el prin­cipal artífice de su propia recuperación.

La permanente sospecha sobre la posible connivencia de Sajen con algunos miembros de la Policía será analizada páginas más adelante.

El violador serial, volviendo a aquellos meses en Nueva Córdoba, se sentía tranquilo mientras acechaba en las calles. Jamás te­mió pasar frente a edificios oficiales y que contaban con uniforma­dos de custodia, tales como la Delegación Córdoba de la Policía Federal, Gendarmería Nacional, la Side, los Tribunales Federa­les, los Tribunales I e incluso la Policía Judicial.

El 27 de mayo, a las 22.20, el violador serial abraza a una chica de 23 años, oriunda del interior de Córdoba, y que hacía pocos mi­nutos acababa de salir de un gimnasio de la calle Corrientes, en el centro de Córdoba. Rápidamente la lleva caminando en dirección al río Suquía. En el recorrido, el depravado ve un patrullero, pero ni se inmuta y pasa al lado caminando junto a la joven. Se dirige hasta la Costanera y, en proximidades del puente 24 de Setiembre, contra un muro y a metros de las chozas de unos cirujas, viola a la mujer. Durante el tiempo que dura el ataque, la chica no deja de oír autos y gente caminando que pasan sin cesar por la Costanera.

Los investigadores señalan que Marcelo Sajen era un violador por poder, refiriéndose a qué era lo que le otorgaba satisfacción en sus ataques. En este punto entienden que su método de ataque in­cluía situaciones que de alguna manera incrementaban el placer que sentía al ejecutarlo. Se podría decir que él disfrutaba de la situación de poder que ejercía sobre la víctima desde el momento de su captura y que esa sensación se acrecentaba al pasearse por lugares abarrotados de gente, cerca de móviles policiales, etc. Como si el desafío a las personas que debían descubrirlo le diera un va­lor agregado a su excitación.

En el mismo contexto -como ya se ha descrito-, cuando las víctimas pedían piedad, él tenía dificultades para mantener su miembro eréctil.

Esta particularidad hizo especular a los investigadores que Sajen quizás podría haber sido víctima de abuso, entendiendo que, al escuchar los ruegos de piedad, algo se activaba en su memoria (¿sus propios gritos de piedad? ¿Los de alguien cercano?), provo­cándole ese tipo de disfunciones.

El 4 de junio, alrededor de ¡as 22.20, reduce a una joven de 21 años a quien venía siguiendo desde hacía cuatro cuadras a lo largo de la avenida Chacabuco, en proximidades de la plaza España. In­tenta robarle, pero ella no tenía dinero. La conduce hasta el ex Foro de la Democracia, donde termina obligándola a que le practi­que sexo oral. Antes de escapar, la amenaza para que se quede quieta durante unos cinco minutos.

A la joven la llamaremos Lucrecia. A continuación se reprodu­ce, en base a un registro escrito, parte de una entrevista grabada que un investigador de la Policía Judicial mantuvo con ella meses después del ataque.

La historia de Lucrecia

-Bueno, quiero que haya quedado claro Lucrecia. Vamos a volver la película para atrás y vamos a apelar a tu buena memoria. Contanos cómo era tu vida, lo que vos hacías, con quién vivías...

 -Siempre viví en el mismo domicilio, con mi mamá, mi abuelo y mi hermano.

-Contame Lucrecia, ¿y qué hacías?

-Yo estudiaba en la facultad y trabajaba como maestra particu­lar de lunes a viernes. Primero daba clases y luego, a la tarde, me iba a la facultad.

-¿En qué te ibas al centro? ¿En colectivo?

-En el colectivo C3 o en el C5. A veces me iba caminando a la Universidad y me volvía caminando.

-¿Y de la facultad salías tarde?

-Sí, a las 23 horas. Tomaba el colectivo siempre. A veces cuan­do se me pasaba o hacía frío, como no me gustaba esperar, me iba caminando hasta la plaza España. Pero ese día no conseguí cospeles. Entonces seguí caminando. Yo siempre solía volver de la facultad con mi novio. Pero ese día, él justo no había ido a la facultad. Yo salí antes de clase y decidí volverme sola.

-Aparte de no tener cospeles ese día, ¿te pasó otra cosa atípica?

-No

-¿Y con tu novio a dónde solías ir los fines de semana, por ejem­plo? ¿Iban a bailar?

-íbamos a comer afuera. O íbamos al shopping Patio Olmos, o a una parrillada en la Maipú o a una heladería.

-¿Has dejado algún curriculum en alguna empresa alguna vez?

-Sí, en varios lados.

-¿Y dejaste fotos en los currículums?

- Sí, varias veces.

-¿Y alguna vez tuviste algún problema?

-No, nunca.

-¿Alguna vez tuviste algún problema con alguien del grupo de la iglesia a la que vas?

-No, es un grupo muy bueno.

-Y cuando andabas en la calle, ¿tomabas cualquier Remis o alguno en particular?

-Cualquiera, el que pasara.

-¿Ibas al banco a pagar algunos impuestos? ¿Tuviste algún pro­blema con algún cajero?

-No, jamás.

-¿Cuántos años tenés?

-22 años.

-Bueno Lucrecia, necesito que me orientes sobre aquel día, desde el momento que esta persona te agarra hasta que te deja libre, el tiempo que transcurrió, sé que los momentos difíciles parecen eternos y los felices son cortitos.

-Yo salí de la facultad y pasé por la plaza España. Bajé por la Chacabuco y crucé frente a un bar. Ahí, cerca de un quiosco de revistas, me pareció ver a alguien raro que me estaba mirando mucho. Ahí preguntó, algo en el negocio que vende cospeles...

-Te pareció sospechoso.

-Lo vi ahí y me dijo algo. Lo miré y se levantó.

-¿En San Lorenzo te aborda?

-En Obispo Oro. En un momento, me agarran de atrás. Yo pensé que era mi novio. Eran como las 10 y 25 de la noche.

-¿Y cuándo te deja libre?

-Y, como a las 11 menos cuarto.

-Con el autor, ¿el tiempo pasó rápido?

-Sí. Me tomó y aparecimos en el Foro.

-¿Y ahí es donde te somete?

-.

-Hay algo que nunca comentaste o que consultaste con tu almo­hada y no te animaste a decirlo a la persona que te tomó la declaración?

-No, yo lo dije todo como te lo cuento a vos.

-O sea que no hay nada que te haya quedado para vos sólita.

-No.

-¿Hay algún detalle que a lo mejor no dijiste, como una mancha que él tiene en su miembro? ¿Había luz?

- Sí, se veía perfecto. Lo que pasa es que estábamos en una lomadita al oscuro, pero había luz del edificio que está abandonado y que tiene luz al costado.

-¿Y esa mancha te llamó la atención? ¿Estaba en la punta, en un costado, en todo el miembro?

-No era una mancha de cicatriz. Estaba en el tronco, por ahí...

-¿Algo más que te acuerdes?

-Ahhh, se bajó el cierre, no se bajó el pantalón.

-¿Intentó sacarla, bajándose el cierre?

-Sí. Y me hizo hacerle una fellatio.

-¿Tenía una conducta violenta, verbal o físicamente?

-Cuando yo me tropecé, me dice: "¡Che boluda, qué hacés!". Pensó que yo me quería escapar. Porque me hizo subir por una canaleta que estaba con agua. Y yo pisé una botella y me resbalé.

-¿Vos tenés la sensación que él conocía el lugar a donde te llevaba?

-No sé. Daba la sensación que estaba buscando otro lugar. Por­que primero fue costeando como yendo para la terminal de ómnibus, pero después se volvió y me llevó para el otro lado.

-Vos Lucrecia dijiste, cuando declaraste por primera vez, que él tenía una campera azul como la que usan los policías.

-Sí, esa que por dentro es naranja y tiene un avioncito.

-¿Tenía algún olor especial? ¿Alcohol? ¿Cigarrillo?

-No, tenía mucha pinta de policía.

-¿Te parecía que era una persona limpia?

-Ajam.

-Respecto a esa sensación de que te parecía un policía, ¿la tenés de aquella vez o es por lo que se ha hablado en la prensa, en los diarios?

-Es por la forma en que él hablaba. Cuando íbamos caminando, por ejemplo, me decía: "¿Cuál es tu gracia?". Mi papá es poli­cía y siempre usa esas palabras. Él hablaba como un lenguaje de policía y tenía tonada de cordobés.

-Bueno, te voy a decir que nosotros tenemos la tonada muy marcada. Uno no nota la diferencia como si hablara con un vecino. ¿Viste si tenía un arma?

-Claro. En un momento, la deja.

-¿Vos sabés la diferencia entre las armas?

-Sí. Era como la de la Policía. Pero esa estaba despintada. Era como plateada, pero estaba oxidada, como vieja y pintada encima.

 Sospecha

Como era de esperar, los primeros investigadores que tomaron el caso del violador serial en 2003 empezaron a considerar la posi­bilidad de que el depravado fuera un policía. "Si ya tuvimos un Machuca, bien podíamos tener otro de ese tipo en nuestras filas. Y reconozco que eso nos desesperó mucho", confiesa un alto inte­grante del área de Investigaciones.

 Las sospechas de los pesquisas se basaban básicamente en tres puntos: la forma en que el violador hablaba y se movía (el hecho de palpar a las jóvenes, por ejemplo), el uso de una pistola calibre 11.25, que a los ojos de un inexperto se confunde con una 9 milíme­tros y, por sobre todo, el hecho de dejar de atacar aquellas noches que los detectives tendían una celada con mujeres de anzuelo y policías de civil mezclados en distintos sitios, ya sea como mozos en los bares, recolectores de basura o simples vecinos esperando el ómnibus.

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