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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.
Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.
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Jorge Omar Charras
ajedrez, informatica, casos reales, policiales etc.
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//02 de Noviembre, 2010 |
|
por
jocharras a las 11:14, en
Hombres Asesinos |
Manuel Delgado Villegas, “El Arropiero”Nacido en 1943, analfabeto, de escasas luces, hijo de un
vendedor de dulces de higo y propenso a enfadarse cuando le brotaban pelillos
en el centro del labio superior, porque ello borraba el parecido que creía
tener con Cantinflas. Violador bisexual con antecedentes penales; sádico, con
ocho muertes probadas, otras catorce investigadas y veintiséis más confesadas
por él mismo.
El Arropiero fue detenido a comienzos de 1971 en el Puerto de Santa María por estrangular a su novia,
que apareció con los leotardos anudados al cuello. Los policías se encontraron
ante un necrófilo, ya que Delgado reconoció que tuvo relaciones sexuales
varias veces con el cadáver. Tras la detención empezó a desgranar una secuencia
de crímenes terribles perpetrados durante varios años de vagabundeo.
Es el mayor asesino de la historia de la criminología
española. Manuel
Delgado Villegas "El Arropiero" se declaró autor
de cuarenta y ocho muertes. Nunca fue juzgado, ya que se le ingresó en el Psiquiátrico de Carabanchel. Murió hace
unos pocos años, ya en libertad, tras beneficiarse de la nueva legislación
penal. Nacía a la vida cuando su madre la perdía por traerle al mundo. Era una
fría mañana de 1943. El hambre y la miseria de la posguerra inundaban España. Su padre, un honrado trabajador,
se ganaba la vida fabricando y vendiendo golosinas caseras hechas con arrope,
un líquido dulzón, negruzco y espeso que se hace con higos. De ahí el alias del
Arropiero
que luego heredaría su tristemente famoso hijo. Al fallecer su esposa dejó la
criatura al cuidado de la abuela y marchó a vivir al Puerto de Santa María, donde posteriormente se volvería a casar.
Manuel se crió con varios parientes
diferentes, que le propinaban frecuentemente palizas que le curtieron el cuerpo
y endurecieron el corazón. Acudió a la escuela, pero fue incapaz de aprender a
leer y escribir. Era bisexual, mostraba un carácter bastante violento y la
promiscuidad empezó a ser su norma de vida. Empezó a gozar de gran estima entre
homosexuales y prostitutas, y logró a vivir a su costa. Su "éxito"
se debía a que padecía anaspermatismo, es decir, ausencia de eyaculación, por
lo que era capaz de practicar repetidos coitos en busca de un orgasmo que no
conseguía alcanzar.
A los dieciocho años ingresó en la Legión, donde
además de iniciarse en el consumo de marihuana, motivo por el que fue sometido
a una cura de desintoxicación, comenzó a padecer ataques epilépticos -nunca
se supo si fingidos o no- que le sirvió para ser declarado no apto para
el servicio militar. A partir de entonces se dedica a recorrer la costa
mediterránea ejerciendo la mendicidad, robando en las casas de campo y
prostituyéndose. Es detenido en numerosas ocasiones por "la
gandula", la famosa ley de vagos y maleantes, más tarde denominada
de peligrosidad social. Jamás llegó a ingresar en prisión, dado que las
convulsiones neurológicas que escenificaba lo conducían a establecimientos
psiquiátricos de los que rápidamente salía.
Poseía el cromosoma XYY, llamado de Lombroso o
de la criminalidad.Contaba 20 años de edad cuando el Arropiero emprende su
carrera criminal. Era 1964, hasta entonces los delitos no habían pasado de
proxenetismo y paso clandestino de fronteras. Al día siguiente de año nuevo,
paseando por la playa de Llorac, en Garraf, localidad de Barcelona, " se le cruzaron los cables".
"Vi un hombre
dormido apoyado en un muro. Me acerqué a él muy despacio y, con una gruesa
piedra que cogí cerca del muro, le di en la cabeza. Cuando vi que estaba
muerto, le robé la cartera y el reloj que llevaba en la muñeca. ¡No tenía casi
nada y el reloj era malo!".
Siete años tardó la justicia en demostrar su culpabilidad,
pese a que el cadáver fue descubierto a los diecinueve días del crimen. La
víctima, un cocinero, había acudido a la playa desde la ciudad condal para
recoger un par de saquitos de arena para la cocina y se recostó a dormir una
pequeña siesta de la que jamás despertó. Tres años después de este asesinato
volvió a las andadas, ahora en Ibiza. En un chalet deshabitado de Cam Plana, a cinco kilómetros de la capital, abandonaba el cadáver
desnudo de una estudiante francesa que ese día cumplía 21 años. La muchacha
había acudido al lugar con un norteamericano y, tras ingerir varias dosis de
LSD, éste intentó mantener relaciones sexuales, pero ella se opuso tenazmente.
El yanqui, desanimado, abandonó la casa dejando la puerta abierta. La
casualidad hizo que el Arropiero le viera salir y, pensando que era un ladrón,
intentó imitarle, encontrándose con la hermosa joven dormida. Esta tampoco
despertaría.
Las andanzas del "vagabundo de la muerte"
continuaban y en un viaje relámpago a la capital de España asesinaba de un golpe de karate al inventor del slogan
"Chinchon, anís, plaza y mesón". El cadáver apareció en un
recodo del río Tajuña sin pantalones ni calcetines. "Lo
maté porque le vi en compañía de una niña a la que trató de violar"
fue su excusa.
La siguiente víctima, un millonario vicioso. Se trataba de
un barcelonés que contrataba regularmente sus servicios por el precio de 300
pesetas la sesión. Se encontraban en la tienda de muebles propiedad de este industrial,
escenario habitual de sus reuniones, cuando Manuel le solicitó mil pesetas
argumentando que tenía una necesidad urgente. El cliente prometió dárselas al
final, pero, concluido el acto, le pagó las 300 de rigor. "Por eso le pegué en el cuello con el canto de la mano y
cayó al suelo. Cuando le estaba quitando la cartera se despertó y empezó a
insultarme ¡él a mí!, por lo que agarré un sillón, le arranqué una pata y le di
con ella en la cabeza". Después lo remató estrangulándolo.
Le partió el cuello.
No había terminado aún el año 1969 cuando
cometió su acto criminal más execrable. Asaltó a una señora de 68 años,
propinándole un fuerte golpe. Después la arrojó desde una altura de 10 metros,
descendió en su búsqueda y arrastró el cuerpo ensangrentado hasta el interior
de un túnel, donde sació su degenerado instinto sexual mientras lentamente la
estrangulaba. Horrible acto de necrofilia que volvió a repetir durante las tres
noches siguientes.
En septiembre de 1970 decidió trasladarse a vivir al puerto
de Santa María con su padre, para
ayudarle en la fabricación de arropías y vender golosinas en un carrito por las
calles. Pronto hizo amistad con un homosexual, con el que mantuvo secretas
relaciones.
"Fuimos a dar un
paseo en moto y cuando íbamos a salir a la carretera general, me acarició. Le
dije que se estuviera quieto, pero no me hizo caso. Enfadado, paré y le di un
golpe en el cuello, despacio, pero era tan flojo que se cayó y se rompió las gafas.
No respiraba bien y me dijo que lo llevara al fresco, junto al río. Allí
intentó otra vez tocarme y, sin pensarlo, le solté un golpe más fuerte y cayó
al fango, boca abajo e inmóvil". El cadáver fue localizado
flotando a 12 kilómetros del lugar del crimen.
Durante su estancia en la localidad costera entabló relación
con una subnormal, muy conocida por su desmesurada afición a los hombres. Llegó
a presentarla a su padre como su novia. "Salimos
a dar un paseo y por una veredas fuimos al campo de Galvecito; hacíamos el amor
siempre en él sin que nadie nos viera. Lo hicimos, como siempre, de muchas
formas, pero me pidió una cosa que me daba asco. Cuando me negué a ello me
insultó y me dijo que no era hombre, pues otros se lo habían hecho".
La infeliz no se apercibía de que estaba firmando su sentencia de muerte.
"Entonces le pegué un golpe, y como no se
callaba y me seguía insultando, le puse al cuello los leotardos que se había
quitado y apreté hasta que se murió".
Cuando terminó escondió el cuerpo entre unos matorrales y
regresó al pueblo. "Volví a estar
con ella el lunes, el martes y el miércoles, y hubiera vuelto hoy si no me
hubieran detenido. ¡Estaba tan guapa!, ¡La quería tanto! ¿No era mi novia?,
¿Entonces no podía hacer el amor con ella lo mismo que antes?"
Fue su argumentación al ser detenido por agentes de la Brigada de Investigación Criminal, el 8 de enero de 1971.
De los cuarenta y ocho asesinatos que se atribuyó -especificó
que estuvo a punto de matar a seis personas más para satisfacer su apetito
sexual- durante sus siniestras andanzas por Francia, Italia y España, sólo se llegaron a probar ocho,
debido a su extrema complejidad, que hubiera precisado la colaboración policial
a nivel europeo. Faltaron acusaciones particulares, había pocos testigos. No se
llegó a celebrar la vista oral, sino que con base en la Ley de Enjuiciamiento Criminal se emitió un auto de sobreseimiento
libre, por el que quedó archivada la causa y se ordenaba su internamiento en un
centro psiquiátrico penitenciario. El de Carabanchel fue su destino, hasta el
cierre del mismo hace una década.
En dicho establecimiento fue examinado por expertos
psiquiatras de numerosos países y determinaron que se trataba de un
peligrosísimo psicópata, a causa de ser poseedor del cromosoma XYY, denominado
de Lombroso o de la criminalidad. Los especialistas que estudiaron su caso
coincidían en que no se le podía poner en libertad porque "es un criminal nato, un asesino que puede hacer mucho
daño siempre, mientras viva". Por su alteración genética
carecía de conciencia, de sentido de la culpabilidad, de remordimientos; creía
que era normal, incluso cuando asesinaba. Cortocircuitados los sentimientos, lo
hacía con la mayor tranquilidad: ni parpadeo, ni aceleración cardiaca, ni gota
de sudor.
Describió con la mayor frialdad posible cómo en Roma mató a su patrona porque se había
encaprichado de él y, como era demasiado gorda, no podía abrazarla. En París se encaprichó de una joven que
pertenecía a una banda de atracadores; como éstos se negaron a admitirlo en el
grupo, acribilló a los cuatro con la metralleta de uno de ellos. En la capital
francesa, antes de ser expulsado del país por indocumentado, mató a otra chica
por chivata, estrangulándola lentamente.
Prosiguió sus correrías por la Costa Azul, asesinando a una dama de unos 40 años que le llevó a su
lujoso chalet; ella se empeñó en que durmiera abundante y él, contrariado, le
machacó la cabeza con una piedra.
Le robó el dinero y las alhajas. Igual que haría con un
hombre que, al verlo dormido en la playa, se ofreció a que lo hiciera en su
casa; tras invitarle a cenar, intentó mantener relaciones sexuales con él. Un
apretado cable alrededor del cuello del anfitrión puso fin a su "generosidad".
Curiosamente "el estrangulador del Puerto" aportó un dato que ayudó a la
INTERPOL a cargarle la autoría del
crimen. Recordó que, al mantener contacto íntimo con su víctima, se quedó
dentro del recto de ésta el vendaje que le cubría el dedo con el que le
penetró. El informe del forense establecía que, efectivamente, al hacerle la
autopsia se habían encontrado unas gasas en tal lugar.
Durante las dos décadas largas de internamiento fue sometido
a tratamientos por diversos expertos. A consecuencia de ello jamás volvió a
mostrarse violento con otros enfermos. "En
ocasiones ocurre que algún interno se mete con él llamándole estrangulador y,
sin violentarse, enseguida me llama y viene a presentar la queja oportuna".
Declaraba uno de los jefes del centro de Carabanchel.
Bajito y de extraordinaria fortaleza. Un sujeto enigmático y
agresivo, de mente retorcida, sin escrúpulos, en cuyo diccionario no entraban
las palabras perdón, piedad o remordimiento, y que alardeaba de sus hazañas
delictivas. Se pasaba el día musitando: "Necesito
que alguien se acuerde de mí".
Con el paso de los años en el psiquiátrico, su aspecto
externo tornó, pese a ser un cuarentón, en el de un anciano de cabello oscuro
encanecido, ralo y enmarañado, barba hirsuta, rostro ajado y diabólico, ojos
azules como el mar, fríos como el hielo y penetrantes como el acero. Pero su
actitud cambió. "No he matado a
nadie", susurraba a quien quería escucharle. Como si
hubiera olvidado el casi medio centenar de asesinatos de los que alardeaba,
describiéndolos con todo detalle en los interrogatorios policiales. Decía que
quería curarse, trataba de recuperar la libertad.
Tras el cierre del madrileño psiquiátrico penitenciario de Carabanchel prosiguió su internamiento
judicial en el sanatorio alicantino de Foncalen.
Con la entrada en vigor del nuevo Código
Penal fue puesto en libertad, falleció al poco tiempo debido a su desmedida
adicción al tabaco, desarrolló una EPOC (Enfermedad
Pulmonar Obstructiva Crónica) que acabó con su vida el 2 de febrero de
1998.
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