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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//03 de Septiembre, 2010

Ana D. - Mujer corrosiva

por jocharras a las 11:32, en Mujeres Asesinas

Ana D.

Cuando salió del quirófano, Martín L. fue a reunirse con otros cirujanos. Todavía sentía en el cuerpo ese estado de euforia mística que lo invadía cada vez que terminaba bien una operación. Esta vez el caso no había sido espectacular, pero podían haber existido complicaciones. Un brazo deformado después de un accidente de tránsito. Estaba seguro de que no habría problemas motrices posteriores, y la cuestión estética estaba completamente a salvo. Además, la chica le gustaba. Ya en las citas previas en el consultorio le había parecido que alguna historia podrían tener. Ella, Ana D., le hacía acordar a su primera novia, y no ofrecía ninguna resistencia a su asedio sexual evidente.

Martín le sonrió a la enfermera de turno, le dio las instrucciones y se fue. Su carrera en cirugía plástica reparadora ya le había hecho ganar dos diplomas de honor, un departamento de cuatro ambientes en Retiro y tres mujeres, sin contar a la probable Ana.

Al día siguiente, la vio en la clínica. Estaba sola en su cuarto, con el brazo vendado y la cara abotagada y descompuesta típica de los que estuvieron muchas horas bajo el efecto de la anestesia.

El romance empezó una semana después. Enseguida fue evidente la desigualdad de condiciones en la relación: ella era —siempre— la que pedía, la que esperaba, la que rogaba. Era, en suma, la menos querida. Él, el cirujano, asumía el papel dadivoso del que hace el favor de estar con alguien que poco lo merece. Una vez establecidos los parámetros de ese amor desigual, el noviazgo se afianzó, lo mismo que sus miserias y sus trabas.

Ana era estudiante de medicina. En la facultad formaba parte del grupo de “las potras”, unas seis chicas que estaban siempre juntas, tenían promedios altos y llamaban la atención por sus físicos exuberantes. La relación con el cirujano plástico apartó a Ana de sus estudios y de sus amigas. No es que él se lo hubiera pedido: ella misma se recluía para esperarlo, o para esperar un llamado telefónico que siempre se postergaba. “No me ahogues, déjame vivir”, le repetía Martín por lo menos un par de veces al día.

Ana, desesperada y por consejo de una amiga, decidió empezar terapia. No le dio resultado. Su psicóloga incurría en lo que ella consideraba un error fundamental: creer que Martín no la amaba. “Nadie me entiende. Martín me ama, pero no se anima a nada serio”, le explicó una vez a una compañera de estudios.

Sin embargo, unos meses más tarde sobrevino la calma. Una rutina más o menos apacible se estaba instalando entre ellos. Se veían tres veces por semana, salían a comer, dormían juntos en la casa de él, y a la mañana los dos se iban a la misma hora, él a su trabajo, ella a la casa de su padre.

Una mañana, Ana dijo que se sentía mal. Tan mal como para no poder salir. Él, apurado, no advirtió la maniobra: de ahí a instalarse en su casa, faltaban pocos pasos. De hecho, el episodio dio pie a que ella le pidiese una copia de las llaves. Martín, creyendo que a esa altura era un hecho inevitable, se las dio.

Poco a poco, Ana fue tomando posesión del departamento. En menos de un mes vivía ahí la mitad de la semana, y no tardó mucho más en mudarse definitivamente.

La nueva situación la puso radiante: Ana, que de por sí era alta, rubia, de rasgos fuertes pero armónicos, estaba más espectacular que nunca. Era por eso que Martín no se quejaba. Veía a sus amigos cirujanos tan impresionados por su novia, que decidió sostener una convivencia que le resultaba tediosa. La vanidad siempre lo había llevado por mal camino.

Pocas operaciones después de la de Ana, Martín había conocido a quien enseguida se convirtió en su amante. Nunca había podido hacer pública su nueva unión porque era evidente que los problemas que acarrearía tal decisión eran muy superiores a las hipotéticas ventajas. Así que Martín se veía con las dos de manera estable y salpicaba su rutina con amigas ocasionales.

Pero —era inevitableAna se enteró. Supo de su directa por el descuido de la secretaria de Martín, que por teléfono la confundió con la otra. El escándalo fue tremendo. Ana lloró, gritó, amenazó con suicidarse, con matar a su rival, con desbaratarle la clientela, y terminó aferrada a una botella de whisky, tomando del pico, en un gesto de la más total y absoluta autocompasión.

La teatralidad de la escena fue decisiva para Martín. Comparó a la mujer que le gritaba, ya casi borracha, con la otra, a quien recordó con unos shorts de jeans y una musculosa, tirada en un sofá, apacible, siempre esperándolo.

“Andate ya”, le dijo.

Ana no estaba en condiciones de salir sola a la calle, Martín lo entendió. Pero al día siguiente, cuando ella, arrepentida, quiso hacer el amor con él, la rechazó. Con la frialdad de lo que en realidad era, un cirujano, explicó que sí, que tenía otra, y que prefería a la otra. Ana, una vez más al borde de la histeria, le recordó que vivían juntos, y que habían planeado ser socios para abrir una clínica de cirugía estética. “Ni socios ni novios ni amigos ni nada. No te quiero ver más”, fue la respuesta. Ella lo miró de arriba abajo y le dijo lo que en ese momento pareció una frase sacada de una telenovela. “Te vas a arrepentir de esto. No sabes cómo te vas a arrepentir”. Y se fue, sin devolverle las llaves. Él no tenía idea de que ella le estaba diciendo la verdad.

Ana volvió a su casa en estado de enajenación. No podía entender cómo, de golpe, la vida podía transformarse en algo espantoso. Hizo memoria de los últimos acontecimientos. Todo era un resumen de la desdicha. Nunca antes había sentido un rechazo tan directo como el de Martín. “No me lo merezco”, le dijo a una de las pocas amigas a las que se animó a confesarle que la habían abandonado.

Ni por un momento Ana evaluó la posibilidad de tachar de su agenda el nombre del cirujano y dedicarse a otra cosa. Quería venganza. Lo primero que pensó fue en llamar al íntimo amigo de Martín para invitarlo a salir, seducirlo y acaso quedar embarazada de él. Pero no era suficiente. Ya se había dado cuenta de que Martín no era un hombre de sufrimiento fácil. Él mismo le había dicho que jamás había llorado por una mujer, e incluso ilustró su frialdad confesándole que ni siquiera había llorado cuando su amigo de la infancia se reventó la cabeza en un accidente de moto.

Estaba claro que no había que buscar venganza tejiendo tramas con gente que lo rodeaba. Lo que ella tendría que hacer era planear algo que lo afectase directamente, algo que pudiera arruinarlo a él y a nadie más que a él.

Durante varias noches Ana hizo y rehízo el racconto de sus noviazgos y sus novios. A pesar de que en casi todos creyó ver, en los comienzos, al amor de su vida, la ilusión se iba disolviendo con el tiempo. Después, uno u otro tomaban la decisión de terminar el asunto. Porque no es que nunca la hubieran dejado, sino que, en los pocos casos en que la abandonaron, ese abandono era can cómodo y previsible que no daba ni para sorprenderse ni para angustiarse. Era el paso lógico de la relación. Pero con Martín era otra cosa. Ella había advertido en él, desde el vamos, la intención de maltratarla, de humillarla. Sabía que si no pasaba a la acción, si se quedaba con la angustia de la última escena, con la memoria de las palabras de Martín, estaría arruinada para siempre. Ya había visto a otras mujeres arruinadas por lo mismo.

Esa tarde, la tarde fatal, Ana compró el ácido sulfúrico en una ferretería.

Una semana antes había conseguido un revólver y una moto sierra. Fue al departamento de Martín y entró con las llaves que no había devuelto. Sabía que él llegaría más tarde, al terminar de trabajar. Se sentó en la cama, prendió el televisor y vio unos dibujos animados de Tom y Jerry.

Pensó en la fecha. Varios años atrás —no recordaba bien cuántos— su madre se había suicidado. En esa misma fecha. Nunca tuvo claro por qué se mató, pero sospechaba que tenía un amante, y que el amante cortó la relación. Estaba casi segura: de un día para el otro su madre había dejado de arreglarse, de salir, de hablar a escondidas por teléfono. Conocía a su madre: no estaba hecha para soportar derrotas de esa naturaleza. Sonrió y tuvo una vaga sensación de venganza con la vida.

Todavía tenía tiempo, eran las cuatro y media. Pero en cuanto se levantó para buscar un vaso con jugo, escuchó el ruido de la puerta que se abría. Desesperada, juntó sus cosas y con ellas se escondió debajo de la cama. Escuchó la voz de Martín y la de una mujer. Por lo que se decían, se dio cuenta de que ella era una de sus asistentes, y que lo había acompañado a la casa porque él estaba con fiebre, probablemente a causa de unas anginas que no se había curado. Solidaria, la asistente le hizo un té, le dio remedios, y se quedó con él, durante un tiempo interminable. Estaban en el living. Martín, seguramente, estaba en el sofá de tres cuerpos, tirado. Al fin, la asistente le dijo que se fuera a la cama y que durmiera. Ella se iría a buscar a sus hijos a sus clases de inglés. Ana se puso tensa: quería escuchar la despedida, quería saber si con esa mujer pasaba algo, si había más mujeres en la vida de Martín, además de la que ella había descubierto. No pasó nada que pudiese dar a entender que eran amantes. Tranquila a medias, Ana escuchó que se despedían, y el ruido de la puerta. Después escuchó los pasos de Martín, que iba al dormitorio. La luz se prendió. Desde su lugar vio las piernas, que se acercaban a la cama. Él se sacó los zapatos y las medias, buscó un piyama que siempre había debajo de las almohadas y se acostó. Antes, había apagado la luz principal y había prendido la que había en la cabecera de su cama. Ana escuchó el ruido de las páginas de un libro. Supo que él leería hasta estar rendido por el sueño. Cuando ya habían pasado más de cinco horas, él apagó la luz. En todo ese tiempo Ana no había hecho un solo ruido, ni se había movido, ni había dejado de estar atenta a los movimientos de Martín. En un solo momento se imaginó a sí misma como protagonista de una película de terror. “Ahora debería darme sueño”, se dijo. Pero no.

Desde su lugar, Ana primero no vio nada, y enseguida empezó a distinguir los haces de luz artificial que se filtraban por las rendijas de la persiana. Miró hacia su techo, el colchón. Lo tocó con la punta de los dedos, imaginando el cuerpo de Martín del otro lado. Pensó en cuánto le gustaba, y en lo horrible que sería todo más tarde. Pero ella ya había tomado la decisión. Unos minutos más tarde, escuchó que la respiración de él se hacía rítmica y pesada. Esperó un poco más, calculó con cierto orgullo que ya había resistido seis horas esperando debajo de la cama, y salió, sin hacer ningún ruido. Lo único que se llevó fue el frasco de ácido, un tarro de vidrio verde, como de vieja botella de leche. El resto de las cosas quedó donde había estado ella.

Cuando se paró, notó que no estaba acalambrada. Pensó que eso era una señal del destino, que aprobaba lo que estaba por hacer. Miró a Martín, dormido con la boca abierta. Destapó la botella y roció con el ácido a su ex, empezando por la cara.

Martín sintió la quemadura. El dolor era inhumano. Atinó a prender la luz y escuchó a Ana: “Te lo merecés, hijo de puta! ¡Te lo merecés! ¡Por basura te lo merecés!”.

Él trató de ver, pero era imposible. El líquido también le había entrado en los ojos, y en la boca, y en las manos, y en casi todo el cuerpo. Supo que era ácido: cuando estudiaba, había encontrado casos así en los libros. Y le había tocado atender uno, en una de sus prácticas. Sabía, entonces, que el ácido es corrosivo, y que la corrosión se va incrementando segundo a segundo. A los gritos, llorando, temblando, le pidió a Ana que llamara a Segundo, un amigo también cirujano. Ella empezó a dudar. No podía dejar de mirar a Martín, con unas heridas y llagas indescriptibles, y sintió arcadas. No puedo dejar que llame, pensó Ana. Pero entró en crisis y se quedó temblando al costado de la cama.

Como pudo, Martín fue hasta el teléfono y llamó a su amigo. Milagrosamente atendió él. “Ana me tiró ácido, me estoy muriendo, flaco, ¿qué hago?”, pudo decir, con una modulación casi imposible de entender ya que el ácido le estaba actuando también sobre la lengua. Antes de salir disparado hasta la casa de Martín, Sebastián le dijo que fuera a la ducha y que dejara que le corriese mucha agua por el cuerpo, incluidos los ojos.

A tientas, gritando, Martín llegó al baño y se metió bajo la ducha. Ana, con los ojos desorbitados, lo siguió. No atinaba a decir nada, ni a hacer nada. Solamente lo miraba, y se tapaba la boca con la mano izquierda, como para no descomponerse, o como para no gritar.

Mientras Martín seguía bajo la ducha, llorando, tendido en el piso de la bañera, llegó Sebastián. Fue directo a lo del portero, le explicó todo y le pidió las llaves. Había una ambulancia esperando abajo. Llegó casi al mismo tiempo que el patrullero policial.

Martín L. nunca más pudo trabajar como cirujano plástico ni como nada. Quedó ciego, deforme, perdió buena parte de las manos, la lengua, el pelo, las orejas y los órganos sexuales.

Los abogados de Martín afirmaron que era muy clara la tentativa de homicidio, teniendo en cuenta que debajo de la cama fueron encontrados un revólver y una moto sierra.

Ana fue declarada culpable por lesiones graves. En su defensa argumentó que llevó apenas un frasquito de ácido con el que iba a amenazarlo, pero que se lo tiró cuando él se disponía a atacarla.

Después de seis años, ella recuperó su libertad, retomó su carrera de medicina y se recibió. Hoy atiende su consultorio. Es Pediatra.


Fuente :

Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)

 

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me hiela la sangre...esta mujer es una profesional de la salud. Esta mujer tiene en sus manos una responsabilidad que es su mayor debilidad. ANA es una enferma que jamás ha sido tratada, solo estuvo presa unos 6 años!!! 6 AÑOOOOS!!! Para alguien que no dudo en quemar y ver sadicamente el dolor y heridas de las que era consciente iba a generar!??
El que sea PEDIATRA me asusta, me escandaliza y más saber que amenazó de muerte a la escritora del libro: Mujeres Asesinas si daba a conocer su nombre completo...es el mundo del revés.
Repito en este caso es mucho el temor q tengo de que la salud de nuestros hijos este en ESAS manos...
publicado por Lic. Correa P, el 26.04.2011 16:59
Este es uno de los casos más raros de mujeres asesinas. No hay un solo dato concreto. Ni nombres, ni fechas, ni lugares. No he encontrado en los diarios nada que lo menciones. En la versión televisiva los protagonistas se llaman Ana Dilcor y Martín Saldaña, pero personas con estos nombres no existen. Mas raro aún en el texto el médico se llama Martín L.
Es algo extrañó que alguien queme a un cirujano plástico de renombre como parece este y lo deje discapacitado de por vida y no aparezca una línea en la prensa. Es como si a Favaloro le hubieran tirado acido sulfurico.
Siendo el único caso de mujeres asesinas en la que la víctima no muere podríamos suponer que támbien es el único caso ficticio de la serie.
publicado por Sonia, el 17.03.2012 00:04
se lo merece, hombres, si se le puede llamar hombre....
publicado por ana, el 28.04.2012 06:03
Ana Dilcor no existe
publicado por Mario, el 06.05.2012 17:44
si ana dilcor no existe es porque la historia es mentira o la mina se llama de otra forma
publicado por Ana, el 26.05.2012 02:59
.
publicado por ., el 16.06.2012 00:49
Cómo pueden decir "se lo merece"!!se ve que la persona que hizo ese comentario también es una psicópata,como la tal "ana d"...es realmente monstruoso.Todas hemos sido engañadas y abandonadas,pero de ahí a cometer una monstruosidad así,revela la bestia que vive en nuestro interior.A mí no me extrañaría,mas alla de los comentarios,que el caso fuera real, esa mujer es un monstruo que está suelto y que está atendiendo niños.Ojallá algún dia la deschaven y se le descubra lo que hizo,se la someta al escarnio público,ya que no hubo justicia porque 6 años en la carcel no son nada,al menos que las madres de sus pacientes sepan que clase de bestia criminal es esta que se hace llamar "doctora"...
publicado por Emily, el 03.12.2013 10:05
No somos nadie para juzgar. Cada quien comete errores, y de ser real esta historia lo que yo percibo es que esta muchacha necesita ayuda.
publicado por Jeraldín, el 20.12.2013 01:18
Y si supuestamente amenazó a la escritora, cómo va a publicar datos? Lógico, no? Además, no todos los intentos de asesinatos pasionales salen en los diarios...
publicado por Paula, el 13.01.2014 23:07
pero da a entender que Martin era un médico muy famoso. algo tiene que haber salido en los medios. quizá ella támbien era famosa.
publicado por Sam, el 15.01.2014 14:43
Anal Dilcor es el nombre real de la asesina. Busquen en Google.
Saludos.
publicado por Paula, el 18.01.2014 12:11
Paula ¿y el cómo se llama?
publicado por Sam, el 18.01.2014 12:41
El cirujano se llama Gustavo. Ya averiguaré el apellido.Tampoco fue Favaloro.
publicado por Trixi Bongartz, el 03.11.2016 05:13
Escriba aquí su comentario
publicado por Trixi Bongartz, el 03.11.2016 05:15
En la serie dice que se llama Martín Saldaña.
publicado por Lucila la cortesana, el 23.11.2016 19:47
No puedo creer que a esta enferma psicópata sólo le dieran 6 años de cárcel.. quemar.. mutilar y dejar ciego a una persona sólo porque no quería seguir más en la relación???? No la violó ni la golpeaba ni la obligaba a prostituirse ni le abusaba los hijos.. sólo no quería seguir más con ella.. y esa enferma es pediatra y atiende??? mientras el flaco ciego mutilado y deforme que hace con su vida??
algunos comentarios de mujeres son preocupantes.. muestran la misma psicopatía que la enferma esa
publicado por Mariano, el 12.04.2020 19:15
Me parece que hay mucha información falsa para no dar con el caso real, ya que los pocos datos reales que he conseguido, difieren de cómo se contó la historia.
publicado por Marcelo, el 17.09.2020 20:46
Marcelo: El problema de esta historia es que el cirujano no se llamaría Martín Saldaña ni la agresora Ana Dilcor. Es más creo que Dilcor no es un apellido sino el nombre de una droga. No entiendo porque Marisa Grinstein le puso Dilcor al personaje.
publicado por Juancho Ermido, el 24.09.2020 00:31
Entiendo. He leído comentarios de gente que conoce a la persona que sufrió el ataque y además cuentan una historia totalmente distinta: que ella era quien no lo dejaba tranquilo. Es más, el libro se acerca más a esta versión. En el capítulo de televisión está totalmente cambiado el enfoque. A esta altura, ya dudo que se trate de un cirujano o que ella se haya recibido de pediatra... me genera desconfianza que los datos no concuerden y es una pena porque le quita verosimilitud a la historia.
publicado por Marcelo, el 24.09.2020 04:48
El caso ya tiene varias décadas y tampoco quedó tan deforme como se detalla en el libro.
publicado por Marcelo, el 24.09.2020 05:23
Marcelo: ¿Tenés algun link o sabés donde conseguir datos sobre el caso real? Una comentarista más arriba (3 de noviembre de 2016) dice que en realidad el cirujano se llamaba Gustavo y no Martín.
publicado por Juancho Ermido, el 24.09.2020 18:35
Hola, cómo andas?

Te soy sincero, la historia de “Ana D” me resultó fascinante desde el primer momento. El nivel de crueldad, o que, muy por el contrario a lo que uno creería, en la mayoría de las páginas donde se presenta el caso (desde las adaptaciones de Mujeres Asesinas en distintos países -cargadas en YouTube- hasta las propias redes sociales) los comentaristas no dejan de insistir con que: “el cirujano se lo merecía” … Me parece desmedida la consecuencia por más que haya sido un HDP, pero al mismo tiempo, no dejo de impresionarme por lo bien que la hizo la victimaria. Ni que hubiera sabido de derecho para ser juzgada básicamente por lesiones graves.

Durante bastante tiempo he recorrido infinidad de páginas y buscadores, incluso la memoria caché de Google para poder dar con información sobre el caso. He encontrado básicamente tres fuentes que me resultaron confiables: la primera, un blog que este año no he vuelto a hallar en los resultados pero que tiempo atrás, al momento de encontrarlo, alguna información sonaba bastante verídica. El blog hablaba sobre el caso (nada nuevo, se limitaba a los datos del libro) pero había comentarios de supuestos allegados que decían conocer lo ocurrido.

Para resumirlo, aseguraron que ella era la obsesiva y que no lo dejaba en paz. Tampoco el tipo fue un santo, pero más allá de la defensa obvia por tratarse de supuestos conocidos, dieron detalles que luego pude corroborar gracias a otra fuente: el caso ocurrió en la década del 70’ y la víctima no quedó tan dañada. Dijeron que fue más bien una jugarreta de la autora del libro para agregarle sensacionalismo, pero que el “cirujano” pudo rehacer su vida, casarse y tener familia (esto demostraría que o no perdió los genitales, o tal vez adoptaron/siguieron algún otro método para ser padres). Por otra parte, resaltaron que fue una gran historia de superación.

Segunda fuente: he hallado bastante material en los comentarios de Youtube, especialmente la versión original de Mujeres Asesinas (J.Viale, A. Birabent) donde una usuaria comentó que para obtener información, una psicóloga entrevistó a la víctima y fue haciéndole distintas preguntas que el “cirujano” asintió o negó con la cabeza, de manera que le permitiera reconstruir la historia. Allí describió que estaba totalmente arrepentido por cómo había llevado su vida y no le deseaba a nadie el sufrimiento que atravesó desde el ataque.

Pongo “cirujano” entre comillas porque hay tantos cambios en los datos, que y
publicado por Marcelo, el 26.09.2020 04:41
que ya ni de eso estoy seguro. Por citar un sólo cambio: mientras que en televisión “Ana” necesitó de una cirugía luego de romper un vidrio, en el libro fue a causa de un accidente de tránsito. Incluso las condenas varían: 6 años según la versión argentina, 15 años en la versión mexicana y en la colombiana, “Martín” llega un momento que no soporta las heridas y termina muriendo. Así que a esta altura me da la sensación que casi nada de le televisado o escrito sucedió de la forma que contaron. Que el caso existió, sin duda, pero la manera de presentarlo apenas debe rozar la realidad.

Por último, este mismo mes una usuaria de twitter escribió otros datos sobre el caso, habló del hecho real que inspiró a Ana Corrosiva, pero mucho no le entiendo porque está en francés (es una persona que twittea en varios idiomas, parece políglota). Al pasar los tweets por el traductor, pude corroborar que mencionaba lo mismo que leí hace ya unos cuantos años: que ocurrió en los 70s. Tampoco se explica cómo la mujer salió tan pronto y fue dueña de su propio consultorio (añadió que la doctora actualmente está jubilada o cerca de la misma). Como la twittera citó el hecho real que inspiró el capítulo, una conocida la contactó para tener más datos pero hasta ahora no le ha contestado.

Plus: hay otro twitter que parece falso llamado “simplemente Ana”, que también da una pista interesante: agrega que en el capítulo de tv ella aparece mirando al Correcaminos pero que en realidad, cuando Martín llegó, estaba viendo Tom y Jerry porque aún el primero no era televisado en el país. Esto de nuevo nos muestra fue en una época bastante más lejana a la presentada en todas las ficciones.

Y así entre datos cambiados de las historias “oficiales” pero buscando incansablemente, estoy reconstruyendo lo que pueda. No dudo que algún día daré con el caso verdadero.

Saludos!
publicado por Marcelo, el 26.09.2020 04:42
Marcelo. Buenísima la información. ¡Felicitaciones por el laburito! Cuando tengas más datos publicalos. Una cosa. Encontré un Twitter llamado SimplementeAnaD. Sería el Twitter de Ana. Creo que es el que vos mencionas porque cuenta lo de Tom y Jerry. Pero también menciona que Martín se emocionaba con Romina Yan y Chiquititas que es de los noventa.
publicado por Juancho Ermido, el 26.09.2020 12:23
Sí, ese dato es cualquiera, jejej. Pero dio otros como el aspecto físico de "Ana" que también vi en esas fuentes que te comentaba antes, datos que aparecieron después que ese twitter trucho, lo que me hace pensar que dicho twitter tiene alguna información verdadera.
publicado por Marcelo, el 27.09.2020 05:17
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publicado por Jenny, el 24.08.2022 22:17
Una supuesta prima del cirujano dijo en un comentario en Youtube que esté hecho ocurrió en el 24 de marzo de 1984 en un departamento en Belgrano. Esa mujer aún dijo que el cirujano solamente quedó ciego y desfigurado, pero no perdió lengua ni genitales, ella dijo también que el cirujano se casó con una amiga, tuvo dos hijos, estudió psiquiatría y hoy en día es psiquiatra.
publicado por Julian, el 28.12.2023 21:52
24 de Marzo de 1984. Da como para ir a una hemeroteca y revisar los diarios de fines de marzo de 1984.
publicado por El Pony, el 28.02.2024 11:20
El Pony, lograste encontrar información real sobre el caso en alguna hemeroteca? Podrías compartir algún link?
publicado por Julian, el 02.03.2024 23:28
Hola Julián. No consulté nada. Tiré una idea nada más. Habría que revisar diarios como Crónica que son más propensos a casos policiales sensacionalistas.
publicado por El Pony, el 05.03.2024 11:21
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