En los cursos de cocina,
Perla B. se destacaba por su
dedicación y prolijidad. Metódica, anotaba los ingredientes y los pasos a
seguir, y más tarde, a la noche, intentaba memorizar las recetas como si fueran
poesías. "
Es un ejercicio para la cabeza ",
les decía a sus compañeras.
En realidad, Perla no sentía la menor pasión por la
gastronomía: simplemente quería estar un rato fuera de su casa y distraerse del
agobio doméstico.
Tenía treinta y cinco años y hacía seis que estaba casada
con Daniel, a quien ella calificaba como "el hombre más importante del mundo, el que me cambió la vida”.
Era verdad: cuando se conocieron, Perla estaba más interesada en convertirse en
monja que en tener un novio. Pero bastaron unos cuantos encuentros con él para
abandonar toda pretensión religiosa.
A Daniel, seducir a Perla
le resultó una experiencia nueva y estimulante. Nunca había salido con una mujer
tan ingenua y a la vez tan curiosa a la hora de aprender.
Sin embargo, el casamiento marcó el inicio de los
conflictos. Daniel se había casado. Sin miedo ni prevenciones:
para él, una libreta no hacía ninguna diferencia ni marcaba un antes y un
después en la vida de nadie. Por eso, ni bien volvieron de la luna de miel, él
llamó a Claudia, una antigua amante, y salieron a
festejar el reencuentro. Perla se quedó en la nueva casa, desarmando
las valijas y mirando el reloj hasta que, a las siete de la mañana, escuchó la puerta.
Daniel soportó los
reproches de su mujer con una mirada helada y le explicó que se tendría que
acostumbrar a sus horarios erráticos. "Siempre
viví así y no veo Por qué voy tener que cambiar.
“
Perla lloro y se angustio, pero al fin llego a
la conclusión de que todo iba a mejorar: Daniel estaba actuando por
un lógico temor al compromiso. En cuanto se acostumbrara a su nueva condición
de hombre casado, las cosas se pondrían en su lugar.
Perla había asumido su rol de esposa con estoicismo.
Padecía las humillaciones constantes de su marido sintiendo una incomodísima
sensación de culpa. Estaba, además, asombrada por la transformación de Daniel. Ya no era el hombre cariñoso del que se había
enamorado, sino una persona despótica y egoísta que le hacía la vida imposible.
Sin embargo, ella se sentía responsable por todo y rezaba durante horas para
revertir la situación.
Luisa, la madre de Perla,
trataba de consolar a la hija con argumentos prácticos: "Si tu marido sigue así, te divorciás y se acabó".
Pero para Perla,
el recurso del divorcio era demencial. “¿Cómo me voy a
divorciar? Me casé para
toda la vida." Le explicaba entonces a su madre que había
mil cosas paras hacer antes de llegar a ese punto, y destacaba el poder
persuasivo del diálogo. "Hablando todo se
arregla, mamá, quedáte tranquila. "
Perla pasaba el día entero en su casa sin nada
para hacer. A la mañana le preparaba el desayuno al marido, le alcanzaba la
ropa recién planchada y lo despedía con una sonrisa insegura. Después hacía las
compras, cocinaba, acomodaba la casa y se sentaba en un sillón a esperarlo.
Daniel tenía un negocio de
compra y venta de repuestos para autos, que lo hacía vivir al día y malhumorado.
Harto de sus clientes, de las inspecciones municipales y de los proveedores
impiadosos, desquitaba su furia con la mujer, que día a día estaba más sometida
y acobardada ante las actitudes hostiles del marido.
"La veo sentada
en la cocina esperándome y ya tengo ganas de pegarle", le
decía a su socio, Luis, que se asombraba de
las constantes peleas telefónicas del matrimonio.
Un año después de la boda, Perla quedó embarazada. Luis recibió la novedad como una tragedia. Le explicó que
estaba a punto de ampliar el local y que necesitaba poner todo su dinero y su
energía en ese proyecto. "Vamos a tener
que dejar el hijo para más adelante", anunció.
Perla estaba desolada. Por sus convicciones
religiosas, veía el aborto como un simple asesinato. Daniel dejó
de lado sus modales brutales y decidió convencer a la mujer de otra manera. La
abrazó, le preparó un té, y le dijo que en el futuro podrían tener más hijos, y
que esos hijos vivirían en mejores condiciones. “Pero
ahora es imposible. No tenemos un mango. El pibe no va a poder criarse bien y
nosotros vamos a estar peleando de la mañana a la noche."
Perla aceptó. Para recompensarla, y como gesto
de agradecimiento y buena voluntad, Daniel le regaló un set de
elementos de cocina que incluía un delantal, peladores de verdura, ralladores,
cuchillos y budineras.
Daniel seguía visitando a Claudia, su antigua amante, con la misma regularidad de
siempre. Dos o tres veces por semana, como un novio de toda la vida, aparecía
sonriente y con un vino, dispuesto a quedarse a comer y a dormir.
Claudia se asombraba por la
paciencia absurda de la esposa, que aceptaba que su marido pasara noches enteras
fuera de la casa. Para Daniel, sin embargo, se
trataba de una situación normal. "Yo me casé, no
me pegué un tiro en la cabeza, y si a ella no le gusta, que se la banque."
En la casa, Perla esperaba, leyendo libros de autoayuda
que sacaba de la biblioteca del barrio.
Su madre, que estaba al tanto de la conducta de Daniel, no podía soportar la pasividad de la hija y su
mansedumbre frente a la actitud del marido. "iReaccioná!
Te portás como una estúpida ", le
gritaba enfurecida. "Mejor te
hubieras hecho monja, que al menos no te iban a humillar como te están
humillando."
Daniel ya le había hablado
a su esposa de la existencia de Claudia, disimulando apenas
el tenor de la relación. Le dijo que era su "amiga íntima", que
se aconsejaban mutuamente, que se querían y que nunca iban a dejar de verse. Perla
había intentado invitarla a comer, pero Daniel se negaba. "No hay que mezclar las cosas."
Sí invitaba, en cambio, a otros amigos, en especial a Esteban, un ex compañero de colegio, y su esposa Lucy. Con ellos se había establecido una rutina invariable:
comían juntos los sábados y los miércoles a las nueve de la noche.
Muy rápido Lucy se dio cuenta de que Perla
estaba viviendo un matrimonio tortuoso y desdichado. Frente a ella y al resto
de los invitados, Daniel criticaba la comida
de la mujer, le decía que sus comentarios eran estúpidos, le gritaba, y hacía
menciones descaradas acerca de sus citas con Claudia, su
"amiga íntima”.
Incómoda, Lucy trataba de desviar la
conversación hacia otros terrenos, pero el daño estaba hecho.
Solas en la cocina, Lucy le decía a Perla
que tenía que controlar a su marido antes de que fuera demasiado tarde. "Si lo dejás que te trate así, va a ser cada vez peor. Ponélo
en su lugar." Perla escuchaba, en silencio, pensando que,
acaso, la insistencia de Lucy en criticar a Daniel ocultaba otras intenciones.
Una tarde, mientras hacía unas compras, Perla vio, pegado en la puerta
del mercado, un anuncio de clases de cocina. Anotó el número y llamó desde su
casa para averiguar precios y horarios. Más tarde, cuando llegó el marido, ella
le pidió el dinero para la inscripción.
Daniel estaba de buen
humor: había cerrado un negocio interesante que le permitiría saldar una deuda
con el banco. Le dijo que sí, que podía hacer el curso, y de paso mejorar la
calidad de las comidas hogareñas, alas que él calificaba como asquerosas.
Perla estaba entusiasmada. Al fin tendría
alguna actividad que la distraería de sus esperas y de su aburrimiento.
El curso en el que se anotó era de comida china, las clases
se daban los martes y los jueves de 16 a 18. Feliz, Perla se preparaba desde la
mañana, y salía a la calle con la actitud segura y orgullosa de quien está
yendo a cursar sus primeras materias en la universidad.
En la casa preparaba las recetas que había aprendido,
adaptándolas al peculiar gusto del marido: pimienta sí, pimentón no, cerdo sí,
pollo no, fideos sí, arroz no.
Después de ese curso le siguieron otros más: comida árabe,
repostería alemana, entradas calientes, comida criolla, carnes y pescados.
Cada vez que la esposa hacía una comida y desplegaba sus
nuevos conocimientos culinarios, Daniel la criticaba y se
burlaba de ella. "Si después de
tantos cursos hacés esta porquería, imaginate si no estudiabas"
Una noche, mientras preparaba la comida para varios
invitados, Perla
volvió a decirle al marido que estaba interesada en conocer a Claudia. "Si querés yo la
llamo", le sugirió a Daniel, que negó con
énfasis la posibilidad de traer a su amante a su casa. Perla insistía: "Le digo yo que venga a comer con nosotros. Si es tan
amiga tuya, no sé por qué no la voy a conocer".
Daniel estalló. “¿Sabés qué? No te
la presento porque es mi mina. Y la conozco desde mucho antes que a vos. Así
que no jodas."
Perla intentó darle un cachetazo. El marido le
frenó la mano y le dio, a su vez, un golpe en el ojo que la tumbó.
Un rato más tarde, cuando llegaron todos a comer, Perla
estaba poniéndose una bolsa de hielo en el ojo amoratado. Explicó en forma
confusa que se había golpeado con la puerta del horno.
Con una excusa, Lucy la llevó al dormitorio
y le preguntó por qué seguía adelante con el matrimonio. "Porque él es mi marido. Cuando está tranquilo, estamos
bien."
Daniel compartía esa visión
del matrimonio. A sus amigos les explicaba que Perla era una mujer buena, que
hacía lo que se le pedía y que, además, a él le gustaba que fuera su esposa.
"Es rompe bolas pero la quiero."
Después de haberla visto con el ojo golpeado, su madre
empezó una campaña destinada a lograr la separación de Perla. Aparecía todos los días a
la hora del almuerzo y trataba de convencerla de la necesidad imperiosa de
contratar un abogado y tramitar un divorcio. Se había enterado, además, de la
existencia de Claudia, y de la cantidad de veces que su
yerno dormía fuera de la casa. “Si tu padre
viviera, te sacaba de los pelos de esta casa. A la rastra te volvías con nosotros”
Perla sentía que su vida era una lucha
permanente. Su marido y su madre, las dos personas más importantes de su vida,
la agredían y la consideraban alguien inferior, a quien podían ofender y
manejar a su antojo.
A Lucy le confesaba su
sensación de encierro. "No sé qué hacer.
No veo ninguna solución, porque lo que me está pasando, me va a seguir pasando.
“En las clases de cocina empezó a bajar su rendimiento. Se distraía, se
lastimaba con los cuchillos y, de golpe, levantaba la mano para preguntar, con
voz insegura, si esa receta no la habían visto antes. Lucy, que la
acompañaba en algunos de los cursos, se reía de su confusión. Perla
replicaba con tristeza. "Sí, me confundo.
Todo el tiempo me parece que las cosas se repiten."
Una noche, antes de dormir, Perla le comentó al marido que
quería trabajar. Un pariente de Lucy quería asociarse con
ella para preparar viandas y venderlas en empresas de la zona. Lo único que
necesitaba era una pequeña suma de dinero para empezar. Daniel se
negó de plano. Le dijo que no pensaba darle ni un solo peso. "Y lo hago por tu bien. Porque después te vas a fundir y
me vas a venir a llorar a mí." Perla siguió insistiendo y le
dijo que una de sus profesoras la había felicitado y le había dado la idea de
abrir un restaurante con pocos cubiertos, para ir empezando. Daniel la miró, asombrado. "Qué
manga de pelotudas las profesoras No tienen ni idea de lo que es un restaurante"
Perla
insistió un buen rato mientras Daniel, exagerando su
indignación, había prendido el televisor a todo volumen para no escucharla.
Ella trató de seguir argumentando, pero se dio cuenta de que era inútil.
Al otro día le comentó a Lucy su
charla frustrada. "Eso me pasa por
creer que podía zafar. "
Un miércoles Perla se despertó y se dio cuenta de que su
marido todavía no había vuelto. Eran las nueve de la mañana. Nunca había
desaparecido por tanto tiempo: lo habitual cuando se quedaba a dormir en lo de
su "amiga íntima " era que volviese a las siete, como máximo.
Perla se vistió, se arregló y se sentó en el
comedor a archivar sus notas de cocina. Más tarde apareció la madre, para
insistir con el tema del divorcio. "Me dijeron que
no sale con una sola. Tiene varias ", le comentó
escandalizada a la hija.
Cuando volvió a quedarse sola, Perla llamó al negocio del
marido. Un empleado le dijo que justamente Daniel había llamado hacía
un rato para decirle que llegaría a las cinco de la tarde.
Muy afectada, Perla se propuso no insistir. Esa tarde, a las
siete, la hora en la que él habitualmente volvía del trabajo, tampoco apareció.
Toda la noche Perla se quedó viendo televisión, leyendo sus
libros de auto ayuda y llorando desconsolada. A la mañana siguiente no había
ninguna novedad. Perla se dijo que no tenía que buscarlo pero al fin, cerca
de las tres de la tarde, no resistió más y lo llamó al local de repuestos. Esta
vez el empleado le dijo que no lo iba a encontrar: Daniel había
llamado antes para anunciar que se tomaba un par de días de descanso.
Al tercer día, Perla fue a la casa de Claudia.
Hacía tiempo que había copiado su dirección de una agenda del marido. Le abrió
la puerta una mujer muy alta, desgarbada, con el pelo negro y enrulado. Perla,
sintiéndose fea y disminuida, le preguntó si era la amiga de su marido. Claudia asintió con un movimiento de cabeza. Perla,
tartamudeando, le dijo que estaba preocupada por la ausencia de Daniel y que quería saber si había pasado por ahí. Ante el
silencio provocador de Claudia, Perla
preguntó en voz baja si podía verlo. Claudia sonrió, despectiva.
"Acá no lo tengo. Por ahí está en un telo,
con otra amiguita."
Perla volvió a la casa, sin saber qué hacer.
Un rato después, Daniel la llamó para preguntar, con voz
helada, si uno de sus proveedores lo había estado buscando, y para anunciar que
más tarde iría a comer.
Cuando volvió a la casa, Daniel
encontró a Perla
en la cocina, picando cebollas y ajos. Se acercó a ella y a los gritos le
preguntó por qué había ido a ver a Claudia. Le dijo que no
tenía por qué meterse en la vida de los otros, y que agradeciera que su amiga
no la hubiera echado de su casa a patadas en el culo.
Muy asustada, Perla le explicó que no fue a lo de Claudia para incomodarla sino porque estaba preocupada por
él. "Pensé que por ahí te había pasado algo."
Daniel fue terminante.
"Si volvés a ir a lo de Claudia, te
reviento. A Claudia no la jodés más, ¿te quedó claro?"
Perla Bajó la vista y continuó con su tarea de
pelar ajos y picarlos, mientras seguía escuchando las recriminaciones violentas
de su marido.
De pronto, Perla miró a Daniel. “¿Entonces vas a volver a lo de Claudia? ¿Entonces vos viviste estos días con Claudia?",
preguntó, en tono casi infantil.
Daniel sonrió. "Voy a estar todo el tiempo que quiera con Claudia, es un
descanso que me tomo de esta vida de mierda. "
Perla se acordó de los consejos de su madre y
de Lucy. Las dos, cada una a su manera, le habían explicado que
no podía permitir que su marido hiciera lo que se le antojase. Tomó aire y se
animó. "No, no vas a ir más. No me gusta que vayas.”.
Daniel se le acercó despacio y, de improviso, le dio una
cachetada que resonó en la cocina. Cuando levantó la mano para darle el segundo
golpe, Perla
agarró el cuchillo y se lo clavó en el pecho. Cuando cayó, le cortó la
garganta.
Dos días después, Perla hizo la denuncia en la comisaría. Su
marido había desaparecido y nadie sabía nada de él. Explicó que no era la
primera vez que faltaba de la casa, pero nunca antes se había ausentado por
tanto tiempo.
El policía que le tomó la denuncia preguntó si por
casualidad existía otra mujer. Perla, con lágrimas en los ojos, asintió. El
policía le dijo que lo mejor sería esperar un par de días más antes de empezar
la búsqueda. Mientras tanto, alertaría a los hospitales de la zona, las
comisarías y las morgues judiciales. Antes de despedirla, la tranquilizó.
"Seguramente anda por ahí y en cualquier
momento aparece."
Ya de vuelta en su casa, Perla llamó por teléfono a su
amiga Lucy. Le dijo que Daniel la
había abandonado sin siquiera tOmarse la molestia de
avisar. "Me dejó plantada. No sé qué hacer."
Lucy, desconcertada, le pidió que se calmara y ofreció su
ayuda incondicional. Perla, con la voz entrecortada, anunció que
pensaba hacer una comida en la casa para reunir a un par de amigos. "Por ahí a alguno se le ocurre dónde lo podemos encontrar."
Le adelantó que llamaría a Sergio y Omar, los mejores amigos de Daniel, y le
pidió a ella que fuera con Esteban, su marido.
Lucy prometió que irían y
ofreció su ayuda para la comida. Perla se negó. "No
traigan nada. Yo voy a cocinar, así por lo menos me distraigo."
Cuando terminó de hablar con Lucy, Perla
se puso un delantal y empezó a cocinar. Primero abrió un cajón que guardaba
debajo de la mesada, y de allí eligió un zapallo bien grande, choclos,
cebollas, papas, batatas y zanahorias. De la heladera sacó un pollo entero y
los trozos del cadáver refrigerado de Daniel. Haría un puchero,
siguiendo la tradicional receta criolla que le habían enseñado en su curso,
aunque reemplazaría la carne vacuna por la del marido.
Los amigos llegaron a las nueve, con gestos compungidos y
varias botellas de vino. El puchero ya estaba hirviendo en la olla hacía varias
horas.
Sergio y Omar estaban incómodos y se sentían culpables. Habían pasado
años mintiéndole a Perla para cubrir las infidelidades de Daniel, y sabían que, a esa altura, ella ya estaba al tanto
de todo. Omar, cabizbajo, la saludó con un beso y le
aclaró que esa vez ellos no sabían nada. Perla le sonrió con tristeza y le dijo que no los
había, invitado para hacerles recriminaciones. "En
serio, ahora tenemos que pensar en Daniel y nada más. "
Lucy se ofreció a servir la
comida pero Perla
se negó con firmeza. "La cocina está
hecha un desastre. Ahí me entiendo yo, nada más." Mientras
todos se acomodaban en la mesa del comedor, Perla iba llenando los platos
hasta los bordes y los llevaba a la mesa uno por uno, para que no se derramase
el caldo.
Esteban, el marido de Lucy, dijo que había llamado a varios amigos en común para
preguntar si alguien lo había visto. Todos le habían dicho que hacía días que no
se lo cruzaban, Omar, con cierta timidez, quiso saber si
habían discutido, o si Daniel había anticipado que
quería irse de la casa. Perla miraba su plato lleno y negaba con la
cabeza. Al fin, aclaró que siempre discutían por una cosa o por otra, pero que
eran discusiones pasajeras y hasta normales en la pareja.
Sergio reconoció que había
llamado a una amiga de Daniel para saber si él se
había instalado con ella durante esos días. Todos lo miraron con reprobación:
mencionar en ese momento a una amiga de Daniel era una imprudencia
imperdonable. Sin embargo Perla salió al rescate de Sergio.
"No lo miren así. Yo sé todo lo de Claudia.
Y lo fui a buscar ahí, a la casa de ella, pero parece que no estaba.
"
Asombrados, todos escucharon en silencio, sin animarse a
hacer ningún comentario.
Omar, para cambiar el clima
de la reunión, pasó al tema de la comida. Elogió el puchero con admiración.
"Ni mi vieja hace uno tan bueno.
" Todos se unieron a los halagos. Sergio, entusiasmado,
revolvía en su plato tratando de identificar ingredientes. "Le pusiste pollo, también. Tenés que darme la receta así
mi mujer me hace uno, ahora que empieza el frío."
Cuando todos terminaron, Perla sirvió una segunda tanda. Lucy miraba a su amiga con pena y comía con voracidad,
ansiosa por el evidente dramatismo de la situación.
A medida que comían el segundo plato de puchero, iban
evaluando todas las posibilidades. Omar
y Sergio confesaron su desconcierto. "Es
raro, él debería habernos llamado para decir adónde se iba."
Perla,
que no había comido un solo bocado pese a la insistencia de sus amigos, se
lamentaba por la suerte de su matrimonio. "Yo no
quería que todo terminara así", repetía con angustia.
Melancólica, Perla
removía con un tenedor su puchero frío, hasta que de pronto levantó la cabeza y
miró a los amigos de su marido como si en un segundo se hubiera dado cuenta de
todo. "¿Y si le pasó algo?"
Por supuesto, los demás ya habían pensado en eso, pero
descartaron la idea con falso optimismo. "No,
qué le va a pasar." "Para
nada." "Debe estar en algún lado viendo cómo volver
sin que lo cagues a trompadas."
Perla, agobiada, se levantó para ir al baño.
Cuando quedaron solos, volvieron a repasar todas las
posibilidades. Lucy estaba indignada. No podía entender cómo
un hombre se iba de su casa sin tener siquiera el gesto de avisar. “¿Qué le costaba decirle que la estaba abandonando?
Los hombres son de cuarta."
Omar miró su
plato vacío. "Me parece que me voy a servir un poco más,
ya que estoy", les dijo a los amigos. Fue a la cocina,
mientras los demás trataban de recordar el nombre de alguien que pudiera tener
datos de Daniel. De pronto escucharon un grito
aterrador y el ruido de vajilla rota.
Corrieron a la cocina y encontraron a Omar vomitando
en la pileta. Acababa de pescar un pie humano con el cucharón.
En sus declaraciones ante la policía, Perla mostró cierta confusión
mental. "Hay cosas de las que no me acuerdo bien. Lo
que sí sé es que a mi marido no le gustaban las comidas raras. El puchero le
gustaba, de eso me acuerdo. En algún momento, mientras cocinaba, hasta pensé
que él también iba a venir a cenar con los amigos, como siempre. Pero no iba a
venir. Ya estaba ahí”.
Perla fue acusada de homicidio agravado por el
vínculo.
La condenaron a doce años de prisión. "Tienen razón ", dijo, cuando escuchó
la sentencia. "Actué por rabia, sin pensar, y está bien
que vaya a la cárcel. "
Cumplió íntegramente su condena. Salió en libertad en 1984.
Fuente :
Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)