Cada noche, al cerrar la puerta del almacén,
Alicia
pensaba en las injusticias de la vida. Había trabajado sin parar durante más de
veinte años y lo único que había logrado era comprar ese local oscuro y
decadente donde funcionaba su negocio. Cuando empezó en el rubro comercial,
imaginaba que al cumplir los cuarenta sería la dueña de una cadena de mercados
que tendría sedes en los pueblos y ciudades más importantes de todo el país.
Pero había cumplido cuarenta y siete, y su sueño empresario estaba muerto y
enterrado. A duras penas lograba mantener a flote su único almacén que, para
colmo, llevaba el nombre del marido que la había abandonado:
Carlos Luis.
Cada vez que bajaba la persiana del local, Alicia
les dejaba comida a sus tres gatos y salía por la puerta de atrás, que
comunicaba con su casa. Tomaba un baño, preparaba la comida para su hijo Luis y, mientras lo esperaba, hablaba por teléfono con su
amiga Nelly. Le contaba paso a paso todas sus
actividades, comentaban juntas los programas de televisión y las últimas
novedades del barrio y se despedían hasta el día siguiente.
Nelly era una maestra
jubilada que vivía a cuatro cuadras de la casa de Alicia, a quien conocía desde
hacía casi treinta años. Era soltera y nunca había tenido novio. En su época de
estudiante se había interesado por un hombre mayor que ella, pero jamás logró
que él la invitara a salir. Al final, se dedicó por completo a la docencia y
fue dejando de lado toda aspiración sentimental. Su desgano afectivo se combinó
con un notorio descuido por su físico: engordó, llevaba el pelo gris y desprolijo,
y jamás se ponía una gota de maquillaje.
Nelly era diez años mayor
que Alicia
pero adoptaba el papel de una hermana menor desamparada. Antes de tomar
cualquier decisión, Nelly consultaba con su
amiga y, sumisa, acataba lo que la otra indicaba. Así, había sido Alicia
la que le aconsejó ahorrar todos los meses un tercio de su sueldo, comprar
dólares, colocar dinero a plazo fijo e invertir en un par de terrenos próximos
al cementerio del pueblo. "Tenés que
prepararte para cuando no trabajes más", le decía siempre Alicia.
"Ya que no tenés hijos que mantener, usá la
plata para tu futuro."
Alicia se había casado antes de cumplir los
veinte años. Poco tiempo después nacía su hijo Luis e
inauguraban, con una modesta reunión familiar, el almacén.
En menos de cinco años, Alicia se había dado cuenta de que su esposo
carecía de una mentalidad apta para los negocios: no tenía ningún interés en
expandirse ni en ganar más dinero. "Tenemos lo
necesario y así estamos tranquilos", repetía Carlos. Para él, lo indispensable era vivir en paz y no
embrollarse con créditos y deudas que tampoco garantizaban un dinero seguro.
Alicia se indignaba. Le resultaba absurdo que
un hombre joven como Carlos no tuviera la más
mínima aspiración económica.
Mientras dejaba a su hijo Luis al
cuidado de tías y empleadas, ella recorría casas de préstamos, bancos y
supermercados mayoristas. Imaginaba nuevas estrategias de venta, mudanzas y
mejoras. Carlos la miraba con estupor. No podía creer
que su esposa se tomase tantas molestias para modernizar un simple almacén de
barrio. Poco a poco, cada uno empezó a ver en el otro un costado absurdo y
lamentable.
Alicia resolvía su angustia conyugal
concentrándose más y más en el almacén: estaba segura de que a la larga sus
planes de crecimiento la convertirían en una mujer exitosa y adinerada. Carlos, en cambio, había remediado su decepción con una
amante.
Todas las tardes, mientras la esposa atendía el local y
soñaba con su futuro promisorio, Carlos se metía en la cama
de Laurita, la hermana separada de uno de sus amigos. Los hijos
de ella estaban en la escuela y no volvían hasta las seis, con lo cual tenían
la casa a su disposición. Carlos, por su parte, le
decía a la esposa que iba al club con sus amigos o que salía a caminar para
bajar el colesterol. A Alicia no le importaba: le gustaba tener todo
el local para ella y hacer y deshacer a su antojo.
Tampoco sospechaba de Carlos: le parecía que a
ninguna mujer le podría interesar estar Con un hombre tan lineal y tan poco
ambicioso como su marido.
Mientras tanto, Carlos y Laurita eran felices en su mundo sencillo y erótico. Al
principio habían decidido, de Común acuerdo, no hacer ningún intento de
convivencia. Estaban bien como estaban. Los años pasaban y ellos se habían
acostumbrado a ese vínculo Constante, aunque desprovisto de Compromisos. Pero
cuando una tarde festejaron que Luis había empezado el
primer año de la secundaria, pensaron que era el momento de implementar algún
cambio. Esa misma noche Carlos le anunció a la esposa
que la dejaba.
Alicia Soportó el golpe de la separación sin
una queja. Le dijo a todo el mundo que estaba encantada de empezar a vivir sin
el inservible del marido, y que la repentina aparición de otra mujer había sido
providencial. "Qué suerte. Esa mujer no sabe el favor que me hace",
repetía. Sin embargo, estaba desolada. Pasaba el día entero fingiendo una
despreocupación que no sentía, ya la noche llamaba por teléfono a Nelly para descargar su malhumor.
Por esa época las dos amigas empezaron a almorzar juntas
todos los días. Alicia
pasaba la mayor parte del tiempo criticando a su ex marido Con ferocidad y
felicitándose a sí misma por haber empezado una nueva etapa de su vida. Nelly la escuchaba Con escepticismo. "Estás muy contenta Con la separación, pero te la pasás
hablando de Carlitos, al final. Para mí que todavía lo querés. “Alicia
se indignaba. Le decía a su amiga que no podía opinar de nada porque ella jamás
había tenido pareja, lo cual la inhabilitaba para hacer cualquier análisis de
la situación. Muchas veces también participaba del almuerzo una sobrina de Nelly, que se divertía enormemente con esas discusiones
sentimentales. Fue ella la que le sugirió a Alicia que cambiara el nombre de
su almacén: le dijo que era una tortura inútil estar trabajando en un lugar que
llevaba el nombre del marido que la había abandonado.
Alicia la miró con lástima. "No entendés nada de negocios. Las cosas no son así.
“Le explicó que el mundo estaba lleno de mujeres exitosísimas, que triunfaban
llevando todavía el apellido de sus ex maridos, y que, además, era imposible
cambiar una marca comercial por un hecho tan insignificante como un divorcio.
Mientras tanto, el negocio seguía manteniéndose con
altibajos. Alicia
advertía que pasaba el tiempo y que todos sus planes eran imposibles de
realizar. A pesar de sus esfuerzos, seguía siendo la dueña de un miserable
almacén de barrio. Las mejoras eran todas superficiales: cambios en las
estanterías, luces más potentes y heladeras más vistosas.
En una inmobiliaria había averiguado precios de locales para
instalar su primera sucursal. Pensó en pedir un crédito en un banco, pero
pronto advirtió que no cumplía con los requisitos básicos para que se lo
otorgaran. Deprimida, le dijo al dueño de la inmobiliaria que siguiera
avisándole cuando salieran a la venta locales de ese tipo. "Estoy ahorrando, así que no se olvide de llamarme cuando
haya una oportunidad. "
Durante el tiempo en el que Luis cursaba
el colegio secundario, Carlos la ayudaba con algún
dinero para la manutención del hijo. Por supuesto, Alicia se quejaba y les decía a
todos sus clientes que su ex marido era "un
cero a la izquierda " que le pasaba tres pesos miserables.
Carlos no se preocupaba por
las críticas de Alicia.
Vivía en la casa de su nueva mujer, donde había instalado un quiosco que
funcionaba con bastante éxito, y había tenido otro hijo.
Cuando Luis terminó el colegio
secundario, dejó de pasarle dinero a su ex esposa y se desentendió de su vieja
vida.
Alicia, temerosa de ser percibida como una
perdedora, empezó a salir con el encargado de una concesionaria de autos. El
hombre, Cacho, le resultaba triste y aburrido, pero
era lo único que había podido encontrar.
Después de su jubilación, Nelly se
había vuelto más dependiente de Alicia. La soledad y la vejez la asustaban.
Cada ruido en su casa y cada alteración en su ritmo cardíaco eran motivo de una
angustia profunda. Para compensar, comía con desesperación, en especial
alfajores y chocolates. En pocos meses había aumentado casi quince kilos, y Alicia
se lo reprochaba con crueldad. "Estás hecha un
adefesio. Y además te vas a enfermar. Cuando te dé un infarto, yo no voy a venir
a cuidarte."
Alicia se daba cuenta de la nueva fragilidad
de su amiga y se encargaba de mortificarla. Estaba tan decepcionada por su
propia vida que sentía la necesidad imperiosa de desquitarse con alguien. Nelly soportaba todo con sumisión: para ella, cualquier cosa
era mejor que pasar el día sola o esperando la visita ocasional de algún
pariente.
Cuando su sobrina pasaba a verla, solía ser testigo de la
particular relación de las dos. Sin embargo, no sabía cómo intervenir. Cuando Alicia
se iba, encaraba a su tía y le preguntaba cómo era capaz de soportar una amiga
semejante. Nelly admitía que Alicia estaba particularmente
agresiva, pero la justificaba. "A la pobre la
dejó el marido y en el almacén no le está yendo nada bien.
"
Cuando terminó el colegio secundario, Luis empezó a
estudiar medicina. Para pagarle los estudios, Alicia intentaba poner en
práctica nuevas técnicas de ventas que fracasaban una tras otra.
Un día, después de varias lluvias particularmente intensas,
el almacén amaneció inundado. Una enorme grieta en el techo dejaba pasar el
agua. Buena parte de la mercadería se arruinó. Alicia tuvo que cerrar por unos
días su negocio. No tenía dinero para cancelar las deudas con sus proveedores
ni para darle a su hijo, que tenía gastos permanentes en la facultad.
Acorralada, le pidió ayuda a Cacho, su
novio, que le dio una serie de excusas banales para no darle un centavo.
Sin hacer números ni calcular costos, Alicia acudió a un prestamista.
Fue el comienzo de la debacle.
Las reparaciones del almacén "Carlos Luis" llevaron dos semanas.
Mientras estaban en obra, Alicia pasaba la mayor parte del día en la
casa de Nelly, que criticaba en forma despiadada su decisión
de pedir dinero prestado. "Los prestamistas
te matan. Sos loca. No podés pedir ese dinero así. Tendrías que haber ido a un
banco." Alicia le explicaba que ya le habían rechazado
una vez su solicitud para recibir un préstamo, y que además no podía perder
tanto tiempo para hacer los trámites.
Las dos pasaban tardes enteras casi sin hablarse, mirando
televisión o leyendo revistas. Nelly pensaba que su amiga
era amarga e impulsiva, y que esas características le habían impedido ser feliz
y llevar una vida aceptable. Por su parte, Alicia veía a Nelly como
una persona infantil y egoísta que ni siquiera había sido capaz de ofrecerle
sus ahorros para ayudarla.
Mirándose de reojo, tomaban el té y hacían comentarios in
trascendentes sobre algún vecino o algún personaje famoso del espectáculo.
A la noche, otra vez en su casa, y después de vigilar los
avances de la obra, Alicia pensaba en Nelly y
acumulaba rencor. Acostada en su cama recordaba que había pasado meses y años
de su vida escuchando los lamentos de su amiga, sus miedos nocturnos y sus
enfermedades imaginarias.
Cuando había recibido el presupuesto para arreglar el local,
había corrido a contarle su desgracia, con la seguridad de que la otra le iba a
ofrecer el dinero. Alicia sabía exactamente cuánto había ahorrado
Nelly en todos sus años de trabajo y ostracismo: 18.500
dólares, muchos de los cuales había ido a comprar ella misma porque su amiga
temía ser asaltada a la salida de la casa de cambio.
Cuando vio que Nelly no tenía la menor
intención de ayudarla, tampoco le pidió nada. Para su hijo Luis, la
actitud de su madre era ridícula. “Andá y decíle que te
preste, ¿o no es como una
hermana para vos?" Alicia se negaba. "Yo
tengo dignidad. Si no es una iniciativa de ella, entonces que se meta la plata en
el culo."
Después de los arreglos en el local, Alicia tuvo que empezar a pagar
su deuda. Los intereses que le cobraban los prestamistas eran absurdamente
altos. Por otro lado, cada vez que Luis tenía más gastos en la
facultad o cuando en el almacén se vendía un poco menos, ella se veía obligada
a postergar el pago de las cuotas que, de esa manera, iban incrementándose a
niveles inalcanzables para sus ingresos.
Alicia seguía encontrándose con su amiga con
la misma regularidad que siempre y le contaba los pormenores de su tragedia
financiera. Tenía la esperanza de que al final se apiadara de ella y le
ofreciera sus ahorros para cancelar la deuda.
Nelly lo había pensado,
pero había descartado la idea. Le parecía injusto dilapidar todo su capital,
que tanto esfuerzo le había significado, para terminar solventando los gastos
absurdos de su amiga. "Yo que vos no
hubiera hecho tanto arreglo", le decía a Alicia.
"Con poner una membrana en el techo para que
no entre agua, ya estaba bien. Qué tanta pintura y tanta lamparita"
Enardecida, Alicia le decía que los arreglos no habían
sido un capricho arquitectónico sino una necesidad para evitar que el negocio
se viniera abajo. La otra insistía: "Igual. Te
pasaste con los gastos porque todo te parece poco. Siempre fuiste así".
Poco tiempo después, Nelly le contó a Alicia
que iba a viajar con su sobrina Norma
a Brasil. Ya había comprado los
pasajes y un paquete turístico por dos semanas. "Yo
sola no me animo a viajar, ya vos no te iba a decir porque estás con ese problema
de dinero y no ibas a dejar el almacén cerrado, ¿no?"
Feliz, le daba los detalles del itinerario y le decía que
tenía ganas de conocer otros países y salir un poco: "No me
voy a guardar la plata para mi entierro, ¿no?"
Alicia estaba indignada. Pensó que con ese
dinero podría haber cancelado unas cuantas cuotas de su deuda y respirar
tranquila por unos meses. Tan ofendida estaba que no dijo una palabra. La miró
con odio y anunció que tenía que volver a la casa a ordenar unos papeles.
No volvió a hablar con Nelly ni a visitarla hasta
que la amiga la llamó para despedirse.
A la vuelta del viaje, Nelly y Alicia
retomaron su amistad deteriorada. Se encontraban más por costumbre y por
soledad que por ganas de estar juntas. A Luis le explicaba la índole
de la relación. "Qué increíble.
Estamos con Nelly como cuando tu padre y yo nos íbamos a separar. Haciéndonos
compañía pero odiándonos."
Por esa época, empezaron a robar casas del barrio. Para
resolver su temor a ser asaltada, Alicia compró un revólver. De hecho, cuando
estaba casada, Carlos tenía uno que le había enseñado a usar
en caso de necesidad. Pero se lo había llevado después de una absurda pelea por
la tenencia del arma.
Nelly, en cambio, no sabía
qué hacer para tranquilizarse. Cerraba puertas, persianas y postigos con llaves
y candados, había colocado pasadores en cada cuarto de su casa, y tenía a mano
una enorme cantidad de velas y encendedores por si se cortaba la luz.
Todos sus ahorros estaban en el fondo del cajón donde ella
guardaba su ropa interior. Con total ingenuidad creía que ése era un lugar que
nadie revisaría. Alicia le había advertido mil veces que era una estupidez
no dejar el dinero en el banco, pero Nelly no estaba de acuerdo.
Sostenía que nadie en el mundo iba a pensar que ella cometería la imprudencia
de guardar la plata en su casa y, además, en un lugar tan obvio como el cajón
de las bombachas.
Cuando empezaron los asaltos, Alicia volvió a recordarle a la
amiga los peligros que corría al vivir sola y con todos sus dólares encima. Nelly, ofendida, le contestó que lo importante era su propia
seguridad, y que lo demás le preocupaba muy poco.
Alicia tomó ese comentario como una afrenta.
Ella, que estaba hundida y acosada por sus deudas, tenía que escuchar cómo Nelly era indiferente al dinero. "Si
tan poco le importa la guita, por lo menos me hubiera prestado",
le dijo a su hijo, en un ataque de indignación.
Mientras tanto, el tiempo pasaba y la deuda de Alicia
crecía.
Un año después, Alicia recibió una carta documento
anunciándole que si no pagaba lo que debía le iban a rematar el almacén. Muy
perturbada, escondió la carta para que su hijo no la leyera y siguió
trabajando, mientras pensaba en una solución.
Le preguntó a Cacho, que le recomendó
consultar con un abogado, aunque dejó en claro que él no conocía ninguno ni
tampoco tenía mucho tiempo como para buscarlo. Indignada, Alicia le dijo que si así eran
las cosas, no quería volver a verlo nunca más. Un rato más tarde Nelly la llamó para contarle que la noche pasada no había
podido dormir, atormentada por unos ruidos "de
alguien que caminaba por el techo de casa”.
Alicia le dijo que debía ser algún gato y
cortó rápido, harta de escuchar las quejas de la otra. Pero enseguida tuvo una
idea. Le robaría el dinero a Nelly y luego renegociaría
su deuda: no podía pagar todo junto porque crearía sospechas, pero al menos
iría pagando las cuotas y evitaría el remate de su negocio.
No encontraba otra solución. La falta de solidaridad de su
amiga se había mezclado en su cabeza con el desinterés del novio por ayudarla.
Estaba sola y, si no actuaba, nadie acudiría a rescatarla.
Dos tardes después, Alicia fue a la casa de Nelly
dispuesta a robarle el dinero. Le había llevado una linterna de regalo para que
guardara en la mesita de luz. Comieron juntas, hablaron de lo que siempre
hablaban y tomaron el té. Alicia esperaba el momento adecuado para
entrar al dormitorio de la amiga y robarle el dinero del cajón. Al fin, Nelly fue al baño y la dejó sola unos minutos. Ese tiempo le
bastó a Alicia
para encontrar el sobre con los billetes y sacárselo. Lo guardó en su cartera y
se sentó en la cocina como si nada hubiera pasado.
Esa noche, mientras contaba los billetes, se preguntaba por
qué había esperado tanto tiempo para hacer algo tan sencillo. En un par de
minutos había conseguido reunir 16.000 dólares. En el mismo sobre estaban las
facturas del viaje con la sobrina y de las compras de un par de
electrodomésticos: sumando esos gastos se llegaba a los 18.500 dólares que ella
recordaba.
Al día siguiente, bien temprano, fue a la oficina donde le
habían prestado el dinero y renegoció su deuda.
Las dos amigas siguieron viéndose durante un buen tiempo
como si nada hubiera pasado. Pero un mes después del robo, Nelly llamó a
la amiga y la citó en su casa con urgencia. Por su voz, Alicia se dio cuenta de que ya
había descubierto que su dinero no estaba.
Antes de ir, pensó una estrategia para defenderse. Iba a
decir que no había sido ella la ladrona, y que jamás iba a perdonar una
acusación semejante. Por las dudas, guardó su revólver en la cartera y salió.
Nelly le abrió la puerta
con los ojos enrojecidos por el llanto ya los gritos le dijo que no podía creer
lo que había pasado y que acababa de recibir la peor desilusión de su vida. Alicia
intentó convencerla de su inocencia pero no había manera: Nelly seguía
llorando y pidiendo a gritos la devolución del dinero. La discusión se prolongó
por un buen rato hasta que Nelly le comunicó que haría
la denuncia a la policía.
Muy nerviosa, temiendo que los vecinos escucharan todo, Alicia
intentó hacer callar a su amiga diciéndole que la iba a ayudar a encontrar al ladrón,
pero Nelly no cedía: no tenía ninguna duda de que
la ladrona era ella. En ese momento, muy asustada por los gritos de la otra y
sus posibles consecuencias, Alicia se tiró encima de Nelly, la
hizo caer y le golpeó la cabeza contra el suelo. Cuando estaba tirada e
inconsciente, buscó en su cartera y sacó una bolsa de plástico donde había
guardado el revólver. Se dio cuenta de que era imposible disparar sin alertar a
los vecinos. Dejó el arma y envolvió la cabeza de Nelly con la
bolsa, para asfixiarla.
Tres días después del crimen, la sobrina de Nelly fue a visitarla y la encontró muerta. Alicia
fue detenida esa misma tarde. "Me enojé porque
me gritaba que era una ladrona y todo el barrio la iba a escuchar. Yo no era
una ladrona. Podría haberle robado muchos años antes pero nunca le saqué nada.
Al final me enojé porque no quería ayudarme. Era una mujer egoísta, pero no
merecía morir. La maté casi sin darme cuenta. ..Me parece que si se defendía
mejor no la mataba. "
Alicia fue condenada a nueve años de prisión
por homicidio simple.
Salió en libertad en 1998.
Fuente :
Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)