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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.
Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.
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Jorge Omar Charras
ajedrez, informatica, casos reales, policiales etc.
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//20 de Noviembre, 2010 |
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por
jocharras a las 12:00, en
Hombres Asesinos |
JOACHIM KROLL
Joachim
Kroll nació en Hindenburg, Alemania. Sólo fue tres años a la escuela y
nunca aprendió a leer ni a escribir. Su madre, que era viuda, falleció
cuando él era un adolescente. A raíz de su muerte, sus cinco hermanos y
hermanas fueron separados y, con el tiempo, perdieron el contacto con...
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Joachim
Kroll nació en Hindenburg, Alemania. Sólo fue tres años a la escuela y
nunca aprendió a leer ni a escribir. Su madre, que era viuda, falleció
cuando él era un adolescente. A raíz de su muerte, sus cinco hermanos y
hermanas fueron separados y, con el tiempo, perdieron el contacto con
Joachim.
A saber qué razones se aunaron para que este hombre pequeño, común y
corriente se convirtiera en asesino en serie y caníbal. En 1955, a la
edad de 22 años, Joachim acechó a Irmgard Strehl, de 19 años, cuando
ésta iba por una carretera rural cerca de la ciudad de Walstedde.
Irmgard fue asesinada por estrangulación y luego violada, un destino que
correrían todas las mujeres que fueron víctimas de Joachim. Su cadáver
fue encontrado a varios metros de la carretera.
Durante cuatro años, los extraños impulsos que llevaban a Joachim a
matar y a violar permanecieron latentes. Luego, en rápida sucesión,
volvió a las andadas, dos veces en un mes. Las víctimas fueron Klara
Tesmer, de 24 años, y Manuela Knoot, de 16.
Fue al matar a Klara cuando a Joachim le empezó a gustar la carne
humana. Cuando se encontró su cadáver en un bosque cercano, la policía
se quedó horrorizada al ver los grandes trozos de carne que le habían
arrancado de los muslos y los hombros.
Años después, Joachim reveló que había envuelto la carne en un papel y
luego se la había comido en la cena. Desgraciadamente, un tal Heinrich
Ott fue arrestado y acusado del asesinato de Klara. A la espera del
juicio, Ott sufrió una depresión aguda y se ahorcó.
En 1962, Joachim volvió a actuar. Su primera víctima fue Petra Giese, de
13 años. Dos meses después, mató a Monika Tafel, de 12 años. Ambas,
originarias de la región de Bruckhausen, habían sido asesinadas por
estrangulamiento, y después violadas. De nuevo, se encontraron signos de
canibalismo. Dos hombres inocentes fueron arrestados, declarados
culpables y encarcelados por estos asesinatos.
Vinzenz Kuehn, un conocido pederasta, pasó seis años en prisión por el
asesinato de Petra Giese. Walter Quicker, un hombre que amaba a los
niños, pero que nunca había tocado a uno solo, fue declarado sospechoso
del asesinato de Monika Tafel. Como no había ninguna prueba en su
contra, fue liberado. La mujer de este hombre totalmente inocente se
divorció de él por el incidente. Sus amigos y conocidos le hicieron el
vacío. Unos meses después del asesinato, se colgó en el mismo bosque
donde se había encontrado el cadáver de Monika Tafel.
Tres años después de estos crímenes, Joachim volvió a matar. Estaba
buscando una víctima femenina en Grossenbaum cuando se topó con una
pareja que había aparcado en un callejón conocido por ser refugio de
enamorados. Hermann Schmitz y su novia, Marion Veen, se estaban besando
en el asiento delantero de su automóvil. Joachim se puso delante del
vehículo y empezó a mover los brazos como loco. Creyendo que este hombre
obviamente agitado tenía algún problema, Schmitz salió del automóvil.
Joachim le asestó varias puñaladas.
Marion, quien entendió lo que estaba pasando rápidamente, se pasó al
asiento del conductor y puso el vehículo en marcha. Joachim logró
apartarse de un salto en el último momento. Corrió hacia los matorrales y
desapareció, en medio de la noche. Marion colocó una horquilla debajo
de la corneta para que esta no parara de sonar, esperando así llamar la
atención. Entre tanto, detuvo el vehículo y corrió al lado de Hermann.
No había nada que pudiera hacer. Estaba muerto.
En septiembre de 1966, Joachim asesinó y violó a Ursula Rohling, de 20
años. Inmediatamente se sospechó de su novio, Adolf Schickel, la última
persona vista en su compañía. Aunque fue arrestado, después lo dejaron
en libertad.
Adolf tuvo que hacer frente a las burlas de sus amigos y vecinos, que
estaban totalmente convencidos de su culpabilidad. Cuatro meses después
de recuperar su libertad, se llenó los bolsillos con piedras y se ahogó
en un río cercano.
Joachim siguió asesinando. En Bredeney, engañó a una niña de cinco años,
Ilona, consiguiendo que se subiera a un tren. Al cabo de veinte millas,
ambos bajaron del tren. Joachim la estranguló y violó, y luego se llevó
partes de su cadáver.
A este hombre enloquecido no le importaba la edad de sus víctimas. Llamó
a una puerta elegida al azar. Cuando Maria Hettgen, de 61 años, abrió,
murió a puñaladas. Poco después, Jutta Rahn, de 13 años, corrió la misma
suerte. Se sospechó que un hombre llamado Peter Schay, sobre el que la
policía estaba investigando, era el asesino, principalmente porque tenía
el mismo grupo sanguíneo que el asesino.
No obstante, como no había pruebas de que hubiera participado en el
asesinato, se le dejó libre. Durante varios años, los amigos y vecinos
de este hombre inocente le hicieron el vacío, hasta que Joachim confesó
haber asesinado a Jutta.
En 1976, a Oscar Muller, de Laar, Alemania Occidental, su vecino de la
puerta de al lado le dijo que el inodoro de su piso estaba atascado.
Oscar fue a verlo con la idea de arreglarlo. Se quedó horrorizado al
darse cuenta de que en el inodoro flotaban diminutos trozos humanos.
Salió del edificio y rápidamente encontró a un agente de policía. En el
barrio había varios policías porque esa misma mañana había desaparecido
de un parque cercano Monika Kettner, una niña de cuatro años. Un agente
acompañó a Oscar, echó un vistazo al inodoro y llamó a sus superiores.
Un grupo de detectives fue a ver a uno de los vecinos de Oscar, Joachim
Kroll, para registrar su piso. En su frigorífico encontraron trozos de
carne de la niña desaparecida. En el congelador, descubrieron más trozos
de carne humana bien empaquetados. El asesino era consciente de que sus
21 años de asesinatos iban a concluir. Confesó todos los asesinatos que
recordaba, pero admitió que había muchos otros de los que no se
acordaba. La policía cree que no pasó un solo año en que no se cobrara
una víctima, aunque no se acordara de todas ellas.
Mientras contaba con todo lujo de detalles los crímenes de los que se
acordaba, Joachim contó con toda tranquilidad como conoció a Gabriele
Puettmann en un banco de un parque. Tenía la intención de matarla y
violarla pero cuando le enseñó fotos pornográficas, Gabriele saltó y se
fue corriendo.
Gabriele nunca le habló a sus padres del incidente pero cuando, once
años después, fue nombrada en la confesión de Joachim, se dio cuenta de
lo afortunada que había sido al lograr escapar de las garras de uno de
los caníbales más conocidos de Alemania.
Como en Alemania Occidental no existía la pena capital, la máxima pena a
la que pudo ser condenado Joachim Kroll fue cadena perpetua. |
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