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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//20 de Noviembre, 2010

John Reginald Christie

por jocharras a las 11:54, en Hombres Asesinos

JOHN REGINALD CHRISTIE

JOHN REGINALD CHRISTIE
A finales de marzo de 1953, el nuevo inquilino del número diez de Rillington Place, proseguía con las reformas que necesitaba su nuevo piso, ya que se encontraba sucio y destartalado. Agujereo la pared de la cocina, al hacer esto se percato de que no había pared, si no un hueco que estaba empapelado. Arrancó el resto del papel para poder comprobar el interior. Al enfocar con su linterna, se sobresaltó al encontrarse con un cuerpo envuelto en una sabana. Detrás de este se hallaban dos cadáveres más. Las tres mujeres habían sido estranguladas.

El anterior inquilino había abandonado Rillington Place tres días antes, su nombre era John Reginald Christie.
 
En un registro posterior se hallaron, a parte de los tres cuerpos del hueco de la cocina, otros dos enterrados en el jardín y el cadáver de la señora Christie sepultado bajo las tablas del suelo de la habitación principal.

John Reginald Halliday Christie nace el 8 de Abril de 1898 en Halifax. Contaba con el cariño de sus seis hermanos y de su madre, aunque no se podía decir lo mismo de su padre, de carácter severo y autoritario Fue un buen estudiante e incluso llegó a ser monitor de los boy scout. En su adolescencia sufrió una gran humillación y se convirtió en el blanco de las burlas de sus compañeros. Éstos, al enterarse que Christie era impotente, comenzaron a llamarle "Reggie no puede".

A los 17 años es sorprendido robando dinero mientras trabajaba como oficinista en la policía local. A raíz de esto su padre le echa de casa. A los 18 años es reclutado para la Primera Guerra Mundial, donde fue gaseado, esto le permitió posteriormente recibir una pensión por incapacidad.

En Mayo de 1920 se casa con Ethel Waddington. En años posteriores es encarcelado en varias ocasiones por robo de dinero y en 1924 pasa varios meses en prisión. Como consecuencia de su conducta delictiva, Ethel le abandona en 1929.

Christie se dedica a malvivir y vagabundear y, tras pasar por prisión en repetidas ocasiones, decide escribir a su mujer y pedirle que regrese; ésta accede y se queda con él hasta su muerte.

En 1938, a la edad de 40 años, John y su mujer se trasladan al nº 10 de Rillington Place. A partir de 1939 consigue, gracias a su relación con el ejército, un trabajo como policía especial.

Es en Agosto de 1943, mientras investigaba a un hombre por robo, cuando conoce a su primera víctima, Ruth Fuerst, una prostituta de 17 años. Aprovechando que Ethel está ausente, Christie invita a la joven a su casa y después de tomar el té la estrangula; a continuación entierra el cadáver en el jardín trasero.

Despertando así su vena más sádica y descubriendo el monstruo que había latente dentro de él desde su niñez.

A finales de ese año deja la policía y comienza a trabajar en los Ultra Radio Works, al oeste de Londres. Allí hizo amistad con Muriel Eady, de 31 años. Ésta le comenta que sufre un catarro y Christie le habla de los conocimientos médicos que adquirió en la guerra; Muriel acude al nº 10 de Rillington Place Esta vez Christie se perfecciona y planea el asesinato premeditadamente: fabricó un tarro de cristal con tapadera metálica, dicha tapa tenía dos agujeros de los que salían dos tubos de goma; uno iba conectado al conducto de gas y el otro a una especie de mascarilla, por la que la víctima inhalaba. Confiando en el remedio para el catarro, Muriel comenzó a inspirar. Cuando se dio cuenta de lo que estaba inhalando, Christie la estranguló y abusó de ella. Después enterró el cuerpo en el jardín.

Pasarían cinco años hasta que Christie volviera a actuar.

En Marzo de 1948 Timothy y Beryl Evans se trasladan al nº 10 de Rillington Place, junto a su hija Geraldine de poco más de un año. El joven matrimonio se llevaba bien con Christie y su mujer, quien estaba encantada con la niña. En 1949 Beryl queda embarazada; no desea tener el hijo ya que los ingresos de Timothy eran muy escasos. Preocupados, comentan el problema a los Christie; posteriormente John se ofrece a practicar el aborto, convenciéndoles de que se puede realizar sin salir de casa.

El 8 de Noviembre de 1949 Timothy regresa de trabajar y recibe la noticia de que Beryl no ha sobrevivido a la operación. Timothy está trastornado y no sabe qué hacer, pues el aborto es ilegal en Inglaterra; así, se deja guiar por la única persona que puede ayudarle, el señor Christie, quien le convence para ocultar el cadáver.

Timothy acepta horrorizado, convirtiéndose en cómplice de homicidio. El señor Christie le sugiere que abandone la ciudad durante un tiempo, asegurándole que él se encargaría de dar en adopción a la pequeña Geraldine.
 
Aunque el joven se marcha de la ciudad, no puede olvidar el trágico suceso; así, se presenta en comisaría y confiesa haber matado a su esposa. Hicieron falta dos registros de la casa para poder encontrar lo que buscaban; el cadáver de Beryl Evans se encontraba doblado debajo del fregadero, enrollado en una manta y ocultado por unos troncos. Se hallaba vestida y con una corbata en el cuello, había sido estrangulada; la pequeña Geraldine se encontraba, también estrangulada, junto a su madre. Evans es trasladado a Londres el 2 de Diciembre y es acusado del homicidio de su mujer e hija. Desesperado, decide confesar la verdad e implicar a Christie como único responsable del aborto fallido.

En el juicio se comprobó que Christie sirvió a su país en la Primera Guerra Mundial y que había trabajado como policía especial; con esto se ganó la compasión del jurado. Mientras declaraba como testigo negó su participación en el aborto y comentó las continuas peleas entre el joven matrimonio así como los malos tratos que sufría Beryl (todo falso). En menos de 40 minutos el jurado encontró a Timothy culpable de los asesinatos y fue sentenciado a la horca.

El joven no dejó de insistir en que Christie mató a su mujer y a su hija, hasta el mismo día de su muerte, pero nadie le creyó. Murió ahorcado el 9 de Marzo de 1950.

John Christie había estado cerca de ser atrapado; el nº 10 de Rillington Place había sido registrado dos veces y nadie se había fijado en el hueso de Muriel Eady que sobresalía en la tierra del jardín.

El 14 de Diciembre de 1952 su mujer Ethel le despierta sufriendo convulsiones y ataques de tos; Christie decide estrangularla como "un acto de compasión", por no poder acabar con sus dolores de otra forma. Conserva su cadáver varios días en la cama, hasta que decide sepultarlo bajo las tablas del suelo.

Prácticamente arruinado, vende todos los muebles y excusa la muerte de su mujer diciendo que se encuentra de viaje. Después de matar a Ethel, la poca cordura que le quedaba se deteriora y entre Diciembre de 1952 y su detención, en Marzo de 1953, atrae hasta su casa a las que serían sus tres últimas víctimas.

Kathleen Maloney, una prostituta de 26 años que conoció a Christie en un pub de Londres. Muere gaseada y estrangulada en Enero de 1953. El 12 de Enero mata del mismo modo a Rita Nelson, otra prostituta de 25 años. El 6 de Marzo conoce en un café a la que sería su última víctima, Hectorina McLenna de 26 años; Christie le ofrece alojamiento y, una vez en casa, le da muerte como a las demás. Los tres cadáveres son escondidos en un hueco en la pared de la cocina, que posteriormente sería cubierto con papel.

El 21 de Marzo abandona Rillington Place y empieza a vagabundear por la ciudad, alternando en albergues y transitando por los parques. El 31 de ese mismo mes es arrestado junto al puente Putney. Comienza entonces el juicio en el mismo tribunal que tres años antes había mandado a la horca a un hombre inocente.

Christie admitió haber cometido siete crímenes entre 1943 y 1953, aunque nunca confesó el asesinato de la pequeña Geraldine. Al cuarto día de juicio el jurado se retira a deliberar; una hora y veinte minutos después tenían el veredicto, culpable. John Christie es sentenciado a morir en la horca. El 15 de Julio de 1953 es ahorcado. 16 años después de ser ahorcado Timothy Evans recibe el perdón de la justicia.
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//20 de Noviembre, 2010

John George Haigh

por jocharras a las 11:52, en Hombres Asesinos

JOHN GEORGE HAIGH.

JOHN GEORGE HAIGH
En algunos casos, los sueños son capaces de condicionar un comportamiento hasta alcanzar extremos inimaginables, sobre todo si la persona afectada tiene una mente fría y un corazón débil, como puede ser el caso de un criminal.

 

John siempre había tenido un sueño que lo venía obsesionando desde muy pequeño, una pesadilla muy extraña: se veía en un campo repleto de crucifijos que lentamente se iban transformando a su paso en árboles sin hojas con largas ramas por las que caían gotas de rocío. Al aproximarse a los árboles, podía ver como las gotas que cubrían las ramas no eran agua... eran sangre. Los árboles comenzaban a retorcerse como si sufrieran un tormentoso daño y la sangre brotaba de los troncos, mientras una silueta borrosa que portaba una copa recogía el líquido rojo. Luego, una vez llena se le acercaba y se la ofrecía ordenándole beberla.

 

John se sentía completamente indefenso ante la situación. No era capaz de mover un solo músculo y quería librarse de la pesadilla. El ser, le dice que la única manera de librarse de él, es matar, para así saciar su verdadera sed.

 

La cruel pesadilla le estaba destrozando los nervios y cada vez se sentía menos dueño de sus actos. El quería ser libre, no volver a soñar... y terminó asumiendo que para hacerse libre tenía que hacerla real.

 

En 1949, Haigh vivía en una confortable pensión londinense, pasando casi desapercibido por los demás locatarios. Su aspecto físico, moreno, corpulento y muy bien parecido, además de una agradable sonrisa, hacía que todas las mujeres se fijaran en él. Les había hecho creer que era el dueño de una fábrica metalúrgica, por lo que además lo respetaban y eso le agradaba.

 

Pero las cosas no le iban muy bien. Apenas tenía dinero y la dueña de la pensión le había llamado varias veces la atención. Por si fuera poco, esos terribles sueños no dejaban de acosarle.

 

Olivia Durand-Deacon era una de las elegantes viudas de mucho dinero que se sentían interesadas por él, pero más que por su físico, por la actividad que le habían dicho que ejercía: agente comercial. La señora quería que le sirviese de intermediario para llevar a cabo un negocio de uñas artificiales. Cuando se hacen amigos, le enseña una muestra de unas uñas hechas de papel, preguntándole si creía que podían tener éxito comercial. El hombre promete interceder por ella ante un posible negocio y citarla con otro agente comercial. Cuatro días después la condujo a Crowley con el fin de discutir la fabricación de las uñas artificiales haciéndole creer que la cita tenía lugar allí. Quedaron en el pueblo, en dónde la recogería para ir a la fábrica.

 

Antes de la cita, compró un tonel de acero diseñado para resistir la corrosión de los ácidos, luego 153 litros de ácido sulfúrico, y lo hizo enviar a un almacén abandonado en Crowley

.

En realidad a donde conduciría a Olivia no sería a la fábrica, sino a unos almacenes semiabandonados para el depósito de mercancías. La mujer nunca hubiese imaginado que un hombre tan correcto tenía la extraña especialidad de disolver a sus amistades en ácido sulfúrico.

 

Al día siguiente todo el mundo preguntaba preocupado por Olivia, la mujer no tenía por costumbre pasar noches fuera de la pensión y, mejor dicho, nunca; pero en esta ocasión, no había dado "señales de vida".

 

Haigh respondía con aire sorprendido que no había acudido a la cita, que tras esperarla durante una hora se había ido sin verla. Y como seguía sin aparecer, se ofreció junto a otros pensionistas para ir a la policía a denunciar la desaparición de la viuda.

 

Tuvo que hacer dos largas declaraciones en la comisaría, no mostrándose reticente o nervioso y siempre afirmando que la viuda no había acudido a la cita. No tenía nada que temer, pues pensaba que las precauciones que había tomado lo pondrían al abrigo de toda sospecha.

 

Pero el escepticismo y las sospechas del comisario de policía lo llevaron por otras pistas. Por el hecho de que no acababa de gustarle el hombre y dejándose guiar por la intuición, decidió llevar a cabo una serie de investigaciones rutinarias que le ayudaron a descubrir algunos cabos sueltos que Haigh no había tenido en cuenta: tenía antecedentes penales por estafa y robo, además de que se descubrió que no era el tal jefe de la empresa que decía, pues terminaron localizando al verdadero jefe, y declaró que sólo le contrataba de vez en vez como representante.

 

En los almacenes, los policías encontraron tres bombonas de ácido sulfúrico, además de un delantal, unos guantes de caucho y un revólver que recientemente había disparado una bala. También hallaron otras pruebas macabras, como huellas de sangre en la pared y el delantal, un charco de grasa en un bidón vacío de ácido, y para colmo de sospechas, el recibo de una tintorería por un abrigo de astracán.

 

Expertos analistas de Scotland Yard analizaron cuidadosamente los restos de grasa y dos partes casi intactas de una dentadura, que finalmente fueron identificadas por el dentista de la mujer.

 

Haigh mantenía su disfraz de inocencia respondiendo amablemente a cada interrogatorio, aunque la policía de Scotland Yard sabía que mentía en sus declaraciones y que todas las pistas halladas le apuntaban como el asesino. Pero al darse cuenta que no podía seguir ocultando el crimen por mucho más tiempo, termina haciendo unas siniestras declaraciones:

"Si le confesara la verdad no me creería, es demasiado extraño. Pero se la voy a confesar. La señora Durand no existe. Ustedes no encontrarán jamás ningún resto de ella ya que la disolví en el ácido, ¿cómo podrán probar entonces que he cometido un crimen si no existe cadáver? Le disparé a la cabeza mientras estaba mirando unas hojas de papel para confeccionar sus uñas postizas, después fui por un vaso y le hice un corte con mi navaja en la garganta. Llené el vaso de sangre y me lo bebí hasta saciar mi sed. Luego introduje el cuerpo en el tonel llenándolo después de ácido sulfúrico concentrado Después me fui a tomar una taza de té. Al día siguiente el cuerpo se había disuelto por completo, vacié el tonel y lo dejé en el patio".

 

Lo que Haigh no sabía era que la policía londinense, en un minucioso trabajo de investigación, sí había encontrado restos del cadáver y lo habían incluso identificado.

Después de su detención y confesión, la policía sospechó de otros cinco crímenes acaecidos un año antes en similares condiciones. Finalmente también se declaró culpable de esos crímenes, alegando además que a todas las víctimas les había bebido la sangre. En el juicio, su abogado defensor intentó utilizar la pesadilla del hombre y el acto de vampirismo como recurso, queriéndolo hacer pasar por demente que se veía obligado a matar por una obsesiva ilusión vampírica, pero no dio resultado. Si bien los psiquiatras reconocieron sus rasgos paranoides como síntoma precursor de una aberración mental que le acarreaba una alteración completa de la personalidad, trastornándole el carácter y la conducta, el hombre había explotado económicamente a sus víctimas, bien vendiendo objetos que robaba o adueñándose de bienes u otorgándose falsos poderes.

 

Para los jueces se trataba de algo más que de una mente enferma que bebía la sangre de sus víctimas; era un personaje frío y calculador que premeditaba sus crímenes y actos, fingiendo una locura que lo convertiría en irresponsable ante la ley. Finalmente es sentenciado a la pena de muerte, a la que el acusado ni siquiera apela; es ahorcado en la prisión el 6 de agosto de 1949.

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//31 de Julio, 2010

John Wayne gacy - El Payaso Asesino

por jocharras a las 22:25, en Hombres Asesinos
Psicokillers. John Wayne Gacy, el payaso asesino.




Amigo, payaso, asesino


Gacy era un buen tipo, muchos lo consideraban como “un vecino modelo”. Atento, amable, siempre dispuesto a colaborar de forma desinteresada con las asociaciones para la mejora de la comunidad. Todo un ejemplo de ciudadano, a no ser, claro está, por las decenas de cadáveres que aparecieron, como el que no quiere la cosa, bajo su casa…









Casado, con dos hijos y homosexual reprimido, a los 26 años intentó abusar de un jovencito al que maniató. Todavía inexperto en esto de los asesinatos, el jovencito se escapó, lo denunció a la policía y el bueno de Wayne fue a parar con sus huesos en la cárcel. Lo condenaron a diez años de prisión, pero al igual que en su vida pública, Gacy fue en recluso modelo y consiguió que a los 18 meses de estar en prisión lo dejaran en libertad. Salió el 18 de junio de 1970.

Tras salir de prisión volvió a sus quehaceres, se reintegró, levantó un negocio próspero que daba trabajo, como no, a los jovencitos del barrio. Daba fiestas en su jardín multitudinarias a las que acudían las almas más piadosas de los alrededores, gente de las asociaciones en las que Gacy trabajaba, como la Defensa Civil de Chicago o los Jaycees, una especie de cámara de comercio para la juventud, y si todo esto es poco, se enfundaba su disfraz de Pogo, un payaso más terrorífico que divertido, y acudía en sus ratos libres a entretener a los niños de los hospitales y orfanatos cercanos. Un buen disfraz sin duda: ¿Quién iba a pensar que tras aquel payaso se escondía un violador, asesino y maníaco en potencia?










En 1972 se casó de nuevo con una tal Carole Hoff, divorciada y con dos hijas, que pese a conocer el motivo por el que Gacy fue encarcelado, no le dio más importancia pensando que fue algo pasajero y que aquel buen hombre no volvería a cometer los mismos errores. Craso error de Carole, por supuesto, pues ese mismo año, Wayne Gacy cometería su primer asesinato.

Un joven con el que se había acostado en su propia casa, por la mañana, según relató Gacy, lo encontró con un cuchillo en la mano, pensando que el joven quería robarle, entablaron una lucha y Gacy lo mató… éste seguro que no lo denunciaba como el anterior.

A Gacy siempre le gustaron los negocios. El padre de su primera mujer era director de zona de las filiales del Kentucky Fried Chicken, y uno de estos restaurantes fue el primer negocio que dirigió. Tras varios intentos fallidos, en 1974 creó la empresa de constructores, Painting, Decorating and Maintenance Contractors, Inc. De nuevo, la particularidad de la empresa es que toda la plantilla eran jovencitos apuestos. El comentaba que así menos impuestos, aunque la realidad era bien distinta, pues la verdadera finalidad era usarlos para sus prácticas sexuales. Muchos de estos trabajadores se convirtieron en sus víctimas y acabaron a un par de palmos bajo el suelo del sótano de su casa.

John Wayne Gacy no era ningún portento de la belleza, era un tipo más bien gordo y bajo, afable y, eso sí, con pinta de una muy buena persona. Cuando no se hallaba ocupado en abusar y en hacer desaparecer a alguno de sus trabajadores, salía de caza. Acudía a lugares de encuentros homosexuales, donde seleccionaba a sus víctimas. Los llevaba a su casa, donde los maniataba, torturaba, sodomizaba y al final, estrangulaba.










El sótano de Gacy ya estaba repleto de cadáveres. El buscar un hueco libre para enterrarlos llegó a convertirse en todo un problema, de modo que comenzó a arrojar cadáveres al cercano rio Des Plaines.

Ciertamente, a Gacy tampoco parecía preocuparle demasiado la discreción en aquellos tiempos y nunca fue un lince ocultando sus atrocidades. Los rumores y los dedos acusadores no tardaron en señalarle cuando comenzó a llevar a casa a sus víctimas a plena luz del día, y más cuando un buen número de sus empleados habían desaparecido sin dejar rastro.

La desaparición de Robert Piest, su última víctima, fue la que puso a la policía sobre su pista. La madre de Piest le estuvo esperando el 11 de diciembre de 1978, el día de su cumpleaños, pero Gacy se anticipó y realizó su macabra celebración. La madre, cuando denunció su desaparición, dijo que el chico había ido a un aparcamiento a verse con un contratista para un empleo de verano. Piest trabajaba en un Drugstore y allí informaron a la policía de que Gacy había estado en la tienda realizando un presupuesto de reformas. Tirando del hilo poco a poco, todo condujo a Gacy.

En su casa encontraron 33 cuerpos y todo un catálogo de efectos personales para identificarlos. El payaso asesino había conservado trofeos de casi todas sus víctimas, aunque ni tan siquiera recordaba el nombre de la mayoría. En su desfachatez, incluso llegó a vender el coche de uno de sus asesinados a un empleado. Nunca se ha sabido a ciencia cierta a cuantas personas mató Wayne Gacy.











Algunos jóvenes tuvieron la suerte de escapar de la casa de Gacy, quizás porque colaboraron voluntariamente en los temas sexuales, quizás porque Gacy no tenía ese día en concreto ganas de matar, incluso uno de ellos, con el que si que lo intentó, escapó y lo denunció a principios de 1978. Se trataba de Jeff Rignall, de 26 años, había aceptado subir al coche de Gacy y éste lo durmió con cloroformo en un descuido. Rignall despertó maniatado en el sótano de Gacy. Allí lo violó y lo volvió a dormir con anestésico en varias ocasiones. Finalmente, no se conocen los motivos, Rignall despertó en un parque cercano con el hígado destrozado por el cloroformo. Lo denunció a la policía que, increíblemente, dictaminó que no habían pruebas suficientes para inculpar a Wayne Gacy sin tan siquiera sospechar ni relacionarlo con las frecuentes desapariciones en la zona en los últimos años.

El pasado de Gacy coincide con el perfil de la mayoría de psicokillers de la historia. Una familia desestructurada, un padre alcohólico que maltrataba a todos sus hijos y a su mujer, que incluso una vez mató de un tiro al perro de John como castigo por algo que había hecho. Según el mismo Gacy contó, a los cinco años una muchacha había abusado de él y a los ocho años fue un contratista quien se propasó.

John Wayne Gacy fue un psicópata sin ningún tipo de remordimientos, frio y despiadado y con una gran capacidad de convicción para hacer creer a todo el mundo lo que querían. Su doble vida fue el papel de su vida, una actuación perfecta que mantuvo casi indemne hasta que lo atraparon. Fue ejecutado por inyección letal el 9 de mayo de 1994, sin el más mínimo atisbo de arrepentimiento sobre ninguno de sus asesinatos. Sus últimas palabras fueron: “Besadme el culo”.

Dos frases en una entrevista en la cárcel retratan muy bien su forma de ver la vida:

-¿Qué está permitido hacer?

-Todo lo que pueda sin ser pillado.

-¿Qué es bueno?

-Todo lo que es bueno para mi.

Gacy pintó una serie de dibujos y cuadros, de factura más bien patética, y como también suele ocurrir en estos casos, una panda de enfermos que consideran a este tipo como una especie de héroe místico han llegado a pagar sumas considerables por estas basuras. Portada de algunos de cd´s de algún grupillo pseudosatánico y inspirador de alguna que otra película de serie B.


















Fuente:


museumsyndicate.com
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