JOSE ANTONIO RODRÍGUEZ VEGA.
En su juventud, se había convertido en un agresor sexual,
cometiendo varias violaciones en un número indeterminado, hasta que fue
detenido e identificado como el célebre "
violador de la moto".
Fue condenado a 27 años de prisión, de los que cumplió solo ocho. Usando su
poder de persuasión obtuvo el perdón de todas las mujeres que había violado
menos el de una a la que no pudo engañar. No logró librarse de la cárcel, pero
consiguió reducir su condena significativamente. A raíz de esa condena, su
sorprendida esposa, le abandona y se lleva al único hijo de la pareja. Entonces
él se buscó como compañera a una mujer disminuida mental.
Sigue con una vida conyugal claramente poco satisfactoria
durante la que lleva a cabo una doble vida: se esfuerza de ser un marido modelo
mientras es un violador al acecho.
José Antonio, joven, bien parecido, de maneras
amables y gran seductor, es un hombre moreno de mirada penetrante, nariz
aguileña y boca muy marcada. Además, se le suele caracterizar por un rasgo: su
rostro de buena persona. Pero pese a su aspecto inofensivo, fue inculpado de al
menos 16 asesinatos de ancianas, a las que previamente había violado.
A pesar de eso, durante un año (de abril de 1987 a abril de 1988),
y sin la más absoluta impunidad, asesinó a dieciséis ancianas, aunque no se
descarta algún otro crimen no denunciado. Finalmente, cometería algunos errores
que acabarían delatándole: En la casa en la que mató a Margarita González de 82 años, la
policía encontró signos de violencia en lo que otra vez parecía un caso de
muerte natural.
En su siguiente crimen, otro error, nuevos signos de
violencia, esta vez sangre en el cadáver de Natividad Robledo, una viuda de 66
años, que mostraba claramente haber sido violentada. A otra de sus víctimas de
le encontró la dentadura postiza clavada dentro de la garganta. Finalmente, en
una de las casas fue hallada una tarjeta con el nombre y dirección del presunto
culpable... y poco después se producía la detención. La policía comprendió en
fin que tantas muertes de ancianas no era una epidemia.
El 19 de mayo de 1988 José Antonio era detenido y confesaba sus
fechorías a la policía. Cuando se registró su apartamento, la policía se
encontró con un cuarto decorado en rojo en el que guardaba su secreto. Antonio
tenía expuesta una colección de fetiches pertenecientes a sus víctimas, su
particular museo de los horrores: joyas, televisores, alianzas, porcelanas,
imágenes de santos, cada uno de ellos en memoria de los crímenes que había
cometido...No lo guardaba por el valor de lo robado, sino por el valor que
tenía para su morboso recuerdo. Este hombre es una persona muy ordenada,
podemos decir que casi maniático del orden, y aquélla habitación parecía una pequeña
exposición, los objetos estaban colocados casi expuestos, a manera de
fetichismo. Sin embargo, durante el juicio celebrado en Santander a finales de noviembre de 1991, niega todo por lo que se
le acusa, y dice que las 16 muertes por las que fue condenado eran debidas a
causas naturales.
Rodríguez Vega se descubrió allí como un
ególatra con afán de protagonismo que miraba fijo a las cámaras, sin huir ni
taparse, deseoso de que se conociera su cara. Era sin duda el rostro de un
asesino imperturbable, sonriente y cínico ante los insultos de los familiares
de las víctimas, que alardeaba del perdón que le concedieron las mujeres que
violó y de ser recibido después en las casas de esas mujeres.
También alardeó de no tener problemas sexuales, afirmando
que hacía el amor todos los días. Luego, declaró que actuaba movido por un
sentimiento de odio hacia su suegra y hacia su madre, a la que temía por un
lado y por la que se sentía atraído sexualmente desde niño por otro. Los
psiquiatras tuvieron que discernir si se trataba de un psicópata desalmado o de
un ser humano con las facultades mentales perturbadas. Sus informes fueron
concluyentes: "Conserva inalterado su sentido de la
realidad y es capaz de gobernar sus actos, siendo resistente a los
tratamientos, lo que ensombrece su pronóstico: su peligrosidad es muy alta".
"Llegamos a la conclusión de que su
imputabilidad era plena, porque su inteligencia era absolutamente brillante.
Era un psicópata, con esa característica de ese grupo de psicópatas, esa
frialdad clásica, sin remordimientos, no se conmueven, es un personaje
verdaderamente hecho para el crimen..."
Estos informes psiquiátricos son determinantes, lo
consideran un perverso sexual, una máquina de matar que distingue el mal, y por
ello fue sentenciado a 440 años de cárcel, cumpliendo la pena máxima.
Desde entonces, ha ido de cárcel en cárcel estudiando
derecho, pues sigue negando los crímenes y se ha empeñado en demostrar que es
inocente;
En Carabanchel, José Antonio
intimó con otro conocido asesino en serie español, Manuel Delgado Villegas "El
Arropiero".
Los funcionarios de la prisión comentaban asombrados y
divertidos por la situación, cómo entre ambos se había producido una macabra
rivalidad entorno a cómo habían acabado con la vida de sus víctimas...
Incluso había concedido entrevistas en las que se
enorgullecía de sus actos y pronunciaba frases del estilo:
“Todos los hombres han sentido alguna vez
deseos de violar a su madre".
"Yo digo 'hola'
en un medio de comunicación y me pagan cien mil pesetas".
"Todas las
víctimas me recordaban a mi madre y a mi suegra, que eran unas sinvergüenzas y
veneno."
"Cuando recordaba
a mi madre y a mi suegra me entraba una especie de excitación, de vergüenza
inconsciente, de agresividad pensando en lo que me habían hecho. Tenía un
temblor y escalofríos y me sentía llevado."
"Me sorprende
cómo aún están vivas mi madre y mi suegra. Desgraciadamente, han pagado estas
estimadas señoras."
"Con la mayoría
de las ancianas que maté hice el amor con su consentimiento o me incitaron a ello."
"Tras hacer el
amor o algunos manoseos les tapaba la boca a consecuencia del impulso que
sentía, y desistía tras un rato."
"Desconocía si
las ancianas quedaban vivas o muertas."
José Antonio, tiene 44 años, había llegado 48
horas antes a la prisión salamantina de
Tropas, procedente de la prisión de Murcia.
Desde que ingresara en prisión, el 24 de mayo de 1988, siempre estuvo
calificado en primer grado, el reservado a los más peligrosos.
Jueves, 24 de octubre de 2002, sobre las nueve de la mañana
de ayer, Rodríguez
Vega salió al patio de la tercera galería del módulo de aislamiento
acompañado de siete reclusos. A las once y cuarto, se desató una disputa entre
el 'asesino
de ancianas' y tres internos: FMG,
que le golpeó con un calcetín en cuyo interior escondía una piedra, EVG y DRO, portaban sendos estiletes que clavaron una y otra vez en el
cuerpo del psicópata de Santander,
mientras el resto de los presentes se mantenía al margen.
Entonces, el leonés Enrique
Valle González y el coruñés Daniel
Rodríguez Abelleira sacaron sus pinchos. 'Empezaron por apuñalarle en la
nuca', cuenta el citado funcionario de Topas, 'luego en la cabeza; le sacaron
los ojos e incluso masa encefálica... Imagine la frialdad de Enrique, que se
detuvo un rato a afilar el pincho en el suelo para sentarse después sobre la
barriga de su víctima, ya cadáver, y convertirle el pecho en un colador,
empuñando el pincho con las dos manos. En total fueron 113 puñaladas'
El funcionario de servicio, al ver lo que sucedía, entró en el patio, pero FMG y DRO salieron a su encuentro, este último esgrimiendo el punzón. Uno
de ellos le advirtió: "¡Qué quieres
defender a un violador! ¿Vete que te meto!".
Mientras EVG seguía atacando a Rodríguez vega,
sin que el trabajador de prisiones pudiera hacer nada por evitarlo.
Una vez consumada la sentencia, los reclusos, con absoluta
tranquilidad, entregaron a los funcionarios sus armas. Los autores fueron
llevados a celdas de aislamiento.
Vega, según la primera inspección ocular, tenía una
treintena de heridas de arma blanca en el pecho, y hasta un centenar por el
resto del cuerpo. Un impresionante charco de sangre rodeaba su cadáver.
José Antonio Rodríguez Vega recibió sepultura
el 25 de Octubre del 2002 en un nicho común. En la ceremonia sólo estuvieron
los dos enterradores.