MIGUEL ANGEL SALINAS La masacre de Rio Cuarto (Córdoba - Argentina ) |
Miguel A. Salinas. La torva y provocativa mirada de un asesino múltiple. |
La vida cotidiana de Río Cuarto fue cortada de cuajo el 16 de septiembre de 1987. La ciudad ya no sería la misma después de esa fatídica mañana, cuando un grupo aún indefinido de delincuentes perpetró un baño de sangre inédito en la crónica roja del país: la masacre del Banco Popular Financiero.
Ese luctuoso 16 de septiembre de 1987 se cumplían 32 años de la Revolución Libertadora que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, 13 años del asesinato del dirigente gremial y ex vicegobernador de Córdoba Atilio López, y 11 años de la Noche de los Lápices, que sesgó la vida de seis estudiantes secundarios en La Plata. Ese día, en la sucursal Boulevard Roca del Banco Popular Financiero de Río Cuarto, siete trabajadores bancarios eran brutalmente fusilados con un revólver Orbea calibre 38 Special, descargado por dos veces consecutivas hasta acribillarlos con una docena de disparos para llevarse el magro botín de 35.000 australes. El por entonces gerente de la entidad bancaria, Roberto Vicente Denner, fue el único sobreviviente de la matanza.
El atraco y múltiple homicidio se cobró las vidas de Jorge Garay, José Rubén Bianco, Angel Angellini, Alejandro Angel Muzzio, Víctor Meynet y Ricardo Ferreira.
En el juicio oral, llevado a cabo dos años después, fueron sentados en el banquillo de los acusados el ex cabo de policía Miguel Angel Salinas, su esposa María Rosa Boni, Francisco "Pancho" Nievas y Juan Carlos "Garganta" Lucero. No fue llevado a juicio el ex policía Miguel Angel Coy, a quien la Justicia dictó falta de mérito.
La extenuante zaga de audiencias en Tribunales no alcanzó a develar las incógnitas que rodearon al luctuoso suceso. No se pudo acreditar si actuó otro policía más, como aseguró Denner, dado que resultó fallido el reconocimiento intentado en alrededor de 200 legajos policiales que cubrieron adicionales en ese lugar desde enero de 1986 hasta el 16 de septiembre de 1987.
Denner describió al supuesto copartícipe del asalto como una persona de mediana estatura, robusta, de tez mate, bigotes y dientes cortitos, de cabello oscuro y profundas entradas. Y dijo que vestía de civil en oportunidad del asalto.
El caso estuvo rodeado de sospechas sobre la participación de importantes personajes vinculados con el poder político y económico de Río Cuarto. Al momento del atraco y múltiple homicidio, el Banco Popular Financiero era la entidad privada más importante del sur de la provincia.
Se hablaba de la existencia de una mesa de dinero y de actividades vinculadas con el lavado, que nunca pudieron ser comprobadas pero que revolotearon persistentemente en el imaginario colectivo. No fueron pocos los que desconfiaron de la presurosa versión policial que dio por resuelto el caso la tarde misma de ese negro 16 de septiembre, con la aprehensión de un cabo de policía, su esposa y dos lúmpenes del bajo fondo. Un trámite demasiado expeditivo para desentrañar el caso policial más escalofriante de la historia de Río Cuarto.
En el múltiple crimen del Banco Popular se cruzaron personajes del tenor del subcomisario Hugo Aspitia, denunciado por los organismos de derechos humanos por su participación en la represión ilegal durante la dictadura militar, que por entonces se despeñaba como Jefe del Servicio de Adicionales de la UR 9; el comisario Carlos Enrique Barbero, a quien Nievas acusó primero de apretarlo para que "limpiara" a Coy del hecho y luego de haberlo presionado para incriminar al ex policía en la matanza; o el mediático abogado Daniel Lacase, conocido recientemente en todo el país por su intervención como portavoz del viudo de Nora Dalmasso en el todavía irresuelto crimen del Golf Club, que en aquella oportunidad actuó como defensor civil de las víctimas de la masacre.
El 16 de septiembre de 1987 Barbero estaba interinamente a cargo de la policía por cuanto su titular, comisario Fernando Bornancini, se encontraba en Córdoba. Ante el Tribunal, Barbero admitió que visitó dos veces en la cárcel a Nievas, aunque negó haberlo presionado. Según su relato, Nievas implicó a Coy: "Ese día fui en moto a buscar a Salinas y nos fuimos con él y su mujer hasta la estación de trenes y allí nos esperaba el otro milico. Vinimos caminando. Los dos policías adelante y yo y la señora atrás tomados del brazo como si fuéramos una pareja. La mujer y Coy se quedaron en las inmediaciones y Salinas y yo fuimos al banco", dijo Barbero que le relató Nievas.
Un festín con olor a muerte
El testimonio de un perito en balística de la UR 9 fortaleció la presunción de que fueron más de dos los participes de la masacre de Río Cuarto y que al menos una de las víctimas fue ultimada fuera de la oficina del gerente de la sucursal Nº 2 del Banco Popular Financiero, donde posteriormente aparecieron acribillados a balazos los cuerpos de los infortunados empleados.
El cabo Carlos Alberto Vizzio declaró que a Rubén Bianco, a quien una docente de Escuelas Pías observó cuando lo obligaban a ingresar al banco, le tuvo que haber disparado un segundo delincuente, que no era el que lo redujo, apostado a más de un metro de la puerta. Y que luego lo remató con un disparo ejecutado a menos de cinco centímetros de su pómulo derecho.
Denner dijo que había escuchado algunos disparos fuera de la oficina mientras estaba tirado en el suelo boca abajo junto a Garay, en tanto que Muzzio y Angelini permanecían sentados respaldados contra una pared con las manos tomándose las rodillas "en posición fetal". De haber sido así, mientras dos sujetos reducían y asesinaban a Bianco, una o más personas debieron permanecer custodiando a los empleados inmovilizados en la gerencia.
El caso de gatillo fácil que produjo un festín de sangre con olor a muerte en la sucursal bancaria riocuartense conmovió al país.
El cabo Guillermo Ireno Torres, quien fue el primero en llegar al escenario de la masacre, relató el tremendo cuadro de sangre que encontró en la entidad financiera. Estaba asignado en la localidad serrana de Achiras y venía a Río Cuarto los días francos o de licencia para cumplir adicionales en los bancos de la ciudad, donde tenía radicado su domicilio. Frente al Tribunal dijo que esa mañana salió desde la sede de la UR 9 con otro policía de apellido Gutiérrez para hacer el adicional en la sucursal Nº 2 del Banco Popular Financiero, donde debían ingresar a las 7.50. Por razones económicas, las autoridades bancarias habían prorrogado en 45 minutos el ingreso del personal de adicionales.
"Tocamos varias veces el timbre de la puerta, al no contestar nadie mi compañero dio la vuelta al edificio para ver si veía algo. ¡Che Torres! no hay nada, ¿qué habrá pasado?" le comentó Gutiérrez, "pero como yo había visto la chata que traía los valores de la Casa Central estacionada sobre la calle San José de Calasanz y con el motor en marcha, le dije el flaco tiene que estar por acá y me volví a la parte lateral del banco para golpear. Cuando golpeé la puerta ésta se abrió; hago dos pasos dentro del pasillo y grito ¡Che!...¿no hay nadie acá? Miro hacia todos lados y empiezo a ver piernas...al correr la vista más allá le dije a Gutiérrez mirá qué es esto, ¡Dios mío esto es un desastre!".
En su declaración, Torres señaló que los cuerpos de las víctimas estaban boca abajo en la oficina de la gerencia esposados y que al menos tres se encontraban con vida.
Al solicitar la pena de reclusión perpetua a Salinas y Nievas, el fiscal Jorge Samuel Welner dijo el 8 de noviembre de 1989, al cabo de dos horas y media de una medular e impecable exposición: "Pareciera que hubieran descendido los Jinetes del Apocalipsis para sembrar la muerte, el horror y la miseria".
17 septiembre 2010
Juez de Instrucción Eduardo Bustamante. No logró determinar cuantas personas actuaron en la masacre. Las dudas persisten aún. |
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“Tres veces me llamaron asesinos a sueldo para preguntarme si quería que limpiaran a Salinas”
“¡Milico hijo de puta... me quiso matar pero yo le
cabeceé la bala!” Eso, le contó a su hermano, fue lo único que Roberto
Denner dijo cuando lo llevaban en estado desesperante en una ambulancia.
Boca abajo, con el mentón apoyado en la alfombra de la sucursal
Bulevard Roca del Banco Popular Financiero, el gerente supo que le
tocaba el turno de ser fusilado y lo único que pensó era que no debía
ser un blanco fácil. Encadenado como estaba, lo único que le quedaba era
sacudir su cabeza una y otra vez.
“Por eso a mí me dieron el balazo acá”, dice colocándose el índice detrás del cráneo. “Y la bala hizo un recorrido hasta dañarme una vena, si me daba en la arteria no lo cuento”.
El “milico” no era otro que Miguel Angel Salinas, el policía
que había compartido largas horas de guardia en el banco junto a Denner
y a Jorge Garay, José Rubén Bianco, Angel Angelini, Alejandro Angel
Muzzio, Víctor Meynet y Ricardo Ferreira, los empleados que fueron
fríamente ejecutados por Salinas y por Francisco Nievas, “un ratero de
toda la vida que hasta entonces no había matado a nadie”, evoca el
hombre de la voz y la altura imponentes.
Veintiún años después de
aquella imposible mañana del 16 de septiembre de 1987, Denner se resigna
en la calma de su casa a un retiro forzado. A los 61 años se siente con
fuerzas para seguir trabajando. Repartió 300 currículum sin suerte. Su
esposa Graciela le sugiere que haga arreglos en su jardín y él retruca
de mala gana: “eso es trabajo de una hora y después qué hago”.
Las horas de ocio lo convierten en presa fácil de los recuerdos.
“No
te olvidás más. Por muchas razones, no te olvidás más. Todos los días
te acordás de algo. Siempre sale una anécdota de alguno de los muchachos
fallecidos. Lo tengo presente a diario y si no la gente te lo hace
acordar porque desgraciadamente en Río Cuarto todos me conocen como el
que se salvó y a mí me molesta porque no soy ningún héroe. Por ahí estoy
con un amigo y te presenta a otro y dicen “este es Denner el de la
masacre del Banco Popular”.
Hace un año, los familiares de las
víctimas y él sufrieron un nuevo cimbronazo cuando se enteraron, por los
medios, que un desconocido juez cordobés había liberado al ex cabo
Miguel Angel Salinas.
A los pocos días, un sicario llamaba al
teléfono de su casa para ofrecerle matar al hombre que le arruinó la
vida. Era el primero de una serie de llamados. Nunca hasta ahora lo
había contado. Sólo la policía y su esposa lo sabían.
“Lo primero que le dije fue que lo denunciara a la policía”, interviene su esposa Graciela Roque.
Denner recuerda el episodio:
-Pocos
días después de la liberación de Salinas recibí tres llamados anónimos.
Eran asesinos a sueldo. Eran voces masculinas. Dos dijeron ser de la
ciudad de Córdoba. Uno dijo que lo tenía de vecino en el barrio. Me
preguntaban qué quería que hiciera con él y cuánto había arriba.
-¿Cuál fue su reacción?
-Los frené en el acto, les dije que estaban totalmente equivocados. “Vos no sabés quién soy”, dije “vos creés que yo voy a andar haciendo eso”. En el acto cortamos, y llamamos al departamento Investigaciones e hice la denuncia. Porque suponte que lo hubieran matado, en el cruce de llamadas yo quedo pegado.
-¿La oferta de matarlo se repitió?
-Sí, al otro día hubo otro llamado y al otro día otro. Siempre eran voces distintas y, al tercer llamado para que me dejaran de molestar dije: “tené cuidado con lo que decís porque tengo el teléfono intervenido y en estos momentos te están grabando”. Eran macanas, pero cortó en el acto. El segundo que llamó dijo “nosotros sabemos lo que le ha ocurrido a usted en Río Cuarto, acá en Córdoba Salinas anda haciendo propaganda de que hace trabajos de plomería, machimbre y electricidad, y la señora tiene un kiosco”. “¿Y qué pasa con eso?”, les dije yo. “Y que podemos llegar a un acuerdo si quiere que lo limpiemos”. Al jefe de investigaciones lo llamé por teléfono y le pedí que dejara asentado mi llamada en el libro policial, falta que después me acusen de instigador.
-¿Sabe si ese tipo de insinuaciones les fueron hechas también a los familiares de los bancarios asesinados?
-No, no lo sé porque después no he vuelto a estar con ellos. Los llamados fueron después de la marcha que nosotros hicimos en la plaza. Siempre eran llamados a la nochecita. Entre las 8 y las 9 de la noche. Ellos decían ser de Córdoba, pero incluso podían ser de acá. Yo quería dejarlo bien claro para no tener complicaciones. Más allá de que para mí ellos tendrían que haber recibido la pena de muerte cuando los juzgaron. Pero eso no existe en la Argentina lo que no significa que yo voy a salir a matarlos. No voy a ensuciar el apellido mío y el de mi familia.
-¿Cuál fue su reacción un año atrás cuando supo que lo liberarían?
-Lo tomé muy mal. Me explicaron que lo soltaron porque a la causa se la sacaron a los jueces de acá y la llevaron a Córdoba cuando crearon la figura de los jueces de ejecución penal. El doctor Arocena es el que lo libera a Salinas y lo tomé muy mal porque pienso que una sola persona no puede decidir si están dadas las condiciones como para que una persona quede libre o no. Para mí tendría que haber habido un tribunal. Pero...
-¿Se lo imagina cruzándoselo?
-No. Pero creo que estuvo acá. A mi me contaron que fue a un bar del centro a tomar un café y el dueño del bar lo conoció y lo hizo retirar. Pero bueno, son dichos.
-Algo que puede o no ser cierto.
-No, debe ser cierto porque quien me lo contó es una persona seria y además no te olvides que él acá tiene familiares, así que puede ser totalmente cierto.
-¿Habló de este tema con los familiares de las víctimas?
-Ellos
tomaron pésimo el tema de la liberación. El año pasado hicimos todos
una marcha de repudio en el centro, es lo máximo que podíamos hacer.
-¿Usted está interesado en la vida actual de Salinas o prefiere no tener noticias de él?
-De mi parte, no me interesa. Pero si me lo cruzo en la calle capaz que lo ignoro, o incluso te digo más: lo marcaría. Si lo viera en el centro, lo señalaría. “Este es Salinas, el atorrante que asesinó a seis compañeros míos”. Lo marcaría para que salga corriendo.
-¿Cómo juzga la reacción de la gente después de la liberación de Salinas?
-Toda la gente con la que hablás está en desacuerdo. Digo, la gente mayor porque hay mucha gente joven que no conoce del tema. Pero todos manifiestan su repudio. El día que lo liberaron empezó a sonar el teléfono desde las seis de la mañana, de los medios de todo el país. Yo me desayuné así.
-En una de las últimas visitas del
gobernador a Río Cuarto, familiares de Nievas pedían que Schiaretti
interviniera para lograr su liberación. ¿Cree que eso se producirá?
-El está encerrado en la cárcel de San Francisco y tengo entendido que tiene pésimo comportamiento. Si no lo han liberado es porque realmente no tiene buen comportamiento. Pero a ese... no. Yo apunté siempre a Salinas porque ahí había algo más espeso. Salinas no ha ido porque sí como fue vestido de policía y a cara descubierta. Está claro que fue a matar, pero hay algún protector de adentro de la policía, que yo no puedo señalar con nombre y apellido porque no tengo las pruebas.
-¿Las familias de las otras víctimas coinciden con usted?
-Con dos, coincidimos en el apellido de la persona. En su momento, era un alto jefe de la policía.
-Y el móvil era quedarse con el dinero.
-Y sí. Nosotros recaudábamos muy mucho dinero. Pero lo que no tuvieron presente, porque Salinas hacía como tres meses que no iba al banco, es que habíamos cambiado la modalidad. Cuando estábamos excedidos en el dinero que protege el seguro, nosotros llamábamos a casa central y mandaban el blindado para llevarse el excedente. Así que el dinero que se llevaron era más o menos 46.000 australes, es decir, cuarenta sueldos míos, que era un dinero importante como para empezar el día pero no eran los tocos de guita que veía Salinas.
-¿Conserva las imágenes de esa mañana?
-Me acuerdo de todo y puede venir acá el doctor Bustamante a pedirme que le haga la reconstrucción del hecho que se la hago igual. Hasta el momento en que yo recibo el disparo me acuerdo clarito de todo, todo, todo…
-En que orden estuvo usted en el fusilamiento.
-Fui
el segundo. El primero fue Garay que estaba al lado mío. Estábamos boca
abajo Jorge Garay y yo, y nos mirábamos los dos. Yo lo tomé con calma,
¿por qué? Porque estaba esperando que de un momento a otro me dijeran,
bueno, muchachos basta esto es una maniobra de la policía para demostrar
que ustedes no toman las medidas de seguridad. Estaba esperando eso.
Incluso, cuando le disparan a Garay pensé que se trataba de una bala de
fogueo porque no vi sangre, no vi ningún gesto de dolor. ¿Me entendés? Y
después no se siente más nada. Después, cuando despierto, ya estoy en
la clínica.
-¿Cómo era su vínculo con Salinas?
-A él lo conocía de antes de trabajar en el banco. Oíme, cuando yo era jovencito practicaba natación y corría y la posta de cuatro por cincuenta en natación la hacíamos un muchacho Magíster, Hugo Miloch, Salinas y yo. Te estoy hablando de cuando yo tenía 17 ó 18 años. Con Ferreira, otro de los muchachos fallecidos, Salinas iba a ver partidos de fútbol juntos, porque Ferreira tenía televisor a color en su casa. Y Ferreira, pobrecito, ese día perdió el ómnibus pero lo corrió y llegó justo. ¡Cómo no lo perdió! Y el que terminó ligándola de arriba era el viejito Angel que no tendría por qué haber estado. Don Angel Angelino era parte del personal de limpieza y el tenía que entrar a las dos de la tarde, pero como estaba aburrido todo el día le gustaba darse una vuelta. Entonces, nos servía café, nos compraba masas, me iba a comprar cigarrillos a mí.
Aún hoy el gerente siente culpa por haber sido el
único que sobrevivió para contarlo. “El hijo de Bianco no conoció a su
padre. Tenía dos meses cuando pasó todo. Cada vez que me ve, me abraza
fuerte como si yo tuviera guardado recuerdos de su padre”.
Antes de la despedida, Denner evoca un último flash.
Dice que hace un tiempo no le pasa, pero sabe que en cualquier momento vuelve. Es una especie de alucinación, un sueño que se repitió una y otra vez en estos 21 años que pasaron desde la trágica madrugada de septiembre de 1987. Es una visión en la que aparecen en la pared que tiene frente a su cama los rostros de “los muchachos” como dice él. “Los veo como en esas fotos antiguas, con un marquito, están todos sonrientes. Es como si me dijeran que están bien. Después me despierto”.