CAPÍTULO XIV
Manual de un violador
No mirés
Con el paso de los años, Marcelo Sajen había aprendido que, para capturar a sus
víctimas, nada era mejor que sorprenderlas desde atrás mientras caminaban por
la vereda o la calle solas o acompañadas.
Siempre
abrazaba a la víctima desde atrás y le pasaba su brazo derecho por la espalda,
apoyándole la mano sobre el hombro. De esta forma, ejercía una leve presión con
sus dedos y así lograba paralizar a la mujer para tener un dominio absoluto de
la situación. Sus dedos presionados evitaban que la chica pudiera hacer
cualquier movimiento inesperado, como salir corriendo o abalanzarse sobre alguna persona que pasara a su lado.
Eso, sumado a su gran manejo de la tensión, se convertía en su seguro de vida.
Como
confirmación vale recordar lo que dijo Carlos
-el ex cómplice de Sajen- cuando contó que en las reuniones,
fiestas o cumpleaños, "Marcelo solía abrazar cariñosamente" a sus
amigas apoyándoles su pesada mano derecha sobre los hombros mientras ejercía
una fuerte presión con sus dedos índice y anular.
Mientras
abrazaba a la víctima de turno con su mano derecha, utilizaba la izquierda para
apoyarle en la cintura (en algún caso también en el cuello)
una pistola, una navaja o bien una ganzúa de las que se usan para forzar las
puertas de los autos.
Sajen tenía claro que su víctima no
debía verle el rostro. Por ello la amenazaba de muerte y le hacía poner el
cabello de tal forma que no pudieran observarlo. A veces, las hacía mirar para
el lado contrario a donde estaba él o les sujetaba el mentón o la nuca para que
sólo miraran hacia delante y para abajo.
Por lo general, mientras abrazaba
a la joven, le decía que la Policía lo buscaba y que ella debía ayudarlo a
escapar, fingiendo que era su novia.
Cuando la joven se daba cuenta de que todo era mentira, ya era tarde.
El 3 de marzo de 2003
aproximadamente a las 22, de acuerdo al expediente judicial, Marcelo
Mario
Sajen
sorprende a una joven de 17 años que acababa de salir de trabajar de una panadería
de Nueva Córdoba. Ni bien la abraza desde atrás, le dice que lo busca la
Policía y le pide que lo ayude a escapar. "Si nos para la cana, vos decí que sos mi novia.
¿Está claro?".
La chica es conducida hasta el ex Foro de la Democracia del Parque Sarmiento,
un edificio que fue construido en la década del '80 para ser centro de
convenciones, a instancias del por entonces gobernador Eduardo Angeloz. El
Foro está ubicado al lado del complejo para chicos Superpark y en la actualidad
está abandonado y usurpado. En un oscuro rincón de la parte posterior del
edificio, la joven es abusada.
Sajen aprendió que sus víctimas jamás
debían imaginarse que iban a abusar de ellas. Tampoco tenía que anticiparles
dónde las llevaba. En los casos en
que no respetó esas dos reglas, la mujer se había aterrorizado logrando, en
algunos casos, escapar. Cuando no decía que lo buscaba la Policía, le indicaba
a la víctima que se trataba de un asalto asegurándole que la llevaba a otro
lugar para que le entregara todo el dinero que llevaba. "Ya te largo en
la próxima cuadra", "una
cuadrita más y te dejo, quedate tranquila que ya te dejo",
"vamos a ir caminando como una pareja y me
vas a ir entregando la guita que llevás encima", eran
algunas de sus frases más utilizadas mientras el violador serial miraba para
todos lados, controlando que la situación no se le fuera de las manos.
La
utilización de las palabras que para sus amigas, amantes y enamoradas lo
convertía en alguien "dulce y atractivo" lo mostraba
manipulador y perverso para sus víctimas. Mientras eran conducidas hacia
oscuros descampados las amenazaba fieramente, pero si la chica se asustaba y
empezaba a llorar, cambiaba por completo sus palabras y el tono, a fin de tranquilizarla. Una vez en el lugar donde pensaba
cometer el abuso empezaba a revisarla de arriba abajo con la excusa de buscarle
dinero oculto. En la mayoría de los casos terminaba por robarles algunos
billetes, relojes, pulseras, cadenitas y anillos de oro. En realidad las
palpaba porque de esa forma se excitaba.
Además del
ex Foro de la Democracia, Sajen
solía abusar de sus víctimas en proximidades del lago del Parque Sarmiento o bien en los viejos Molinos Minetti, a unas 10 cuadras del parque. En ese edificio,
según constancias de los investigadores de la Policía Judicial, Sajen
abusó de 11 mujeres.
El 7 de marzo de 2003, alrededor de las 23.30, sorprende a una chica de 21 años que caminaba
sola por la avenida Chacabuco, en el
corazón de Nueva Córdoba. Abraza a
la estudiante justo cuando cruza
la calle Derqui. Amenazándola con un
arma de fuego, la hace caminar más de 15
cuadras hasta hacerla entrar al edificio de los viejos Molinos Minetti, donde la obliga a que le practique sexo oral. Luego la penetra
analmente.
El tiempo de
duración de los ataques tenía relación directa con la tranquilidad que
experimentaba el delincuente. Si se encontraba nervioso o con miedo a ser
descubierto por la Policía, los abusos sexuales eran de corta duración;
mientras que si notaba que no existía ninguna posibilidad de que lo
sorprendiera otra persona, llevaba a cabo todas sus fantasías sexuales y podía
llegar a abusar de una joven durante más de una hora. En algunos casos llegó a estar con su víctima por casi dos
horas.
Por lo
general, hacía poner a la joven de pie y de cara contra la pared, al tiempo que
le tapaba el rostro con alguna prenda.
Las veces
que se sentía seguro de que nadie podía descubrirlo, ponía su campera en el
suelo y violaba a sus víctimas de todas las formas posibles. En numerosas
ocasiones, de acuerdo al relato de las propias jóvenes, Sajen eyaculaba en el suelo.
En este
punto, bien vale trazar un paréntesis que permite saber que la estructura
investigativa afectada a esta causa navegó (hasta el final) sobre un
terreno fangoso en el que muchas veces, por no llegar a entender el accionar de
Sajen,
se aventuraba a tomar como certezas cosas que quizás estaban lejos de serlo. El
hecho de que Sajen
eyaculara en el piso (o en la boca de sus víctimas y no en la
vagina o en el ano) y que sus víctimas sugirieran que, aunque lo
intentaba, el delincuente no podía evitar contener esa eyaculación terminó
incorporando a la causa el término eyaculador anedónico, para referirse a Sajen.
Esa
definición que se escuchó por primera vez de boca de una sexóloga en las páginas
de La Voz del Interior, fue aportada
a la causa por un médico colaborador de la Policía
Judicial. A partir de allí, se distribuyó como un lugar común entre todas
las personas vinculadas a la causa y, desde los policías de más bajo rango
hasta los fiscales y las autoridades políticas, aseguraban a viva voz (sin
tener la menor idea de lo que significaba) que el violador serial era
un "eyaculador anedónico o anadónico"
Esta
investigación habló con un andrólogo (la ciencia que estudia todos los fenómenos
biológicos en torno a los órganos sexuales masculinos) quien negó la
existencia de un problema biológico de esa índole. Se consultó a diferentes
psicólogos que también aseguraron desconocer el tema y, cuando se recurrió de
nuevo a los autores de la afirmación, se encontró con que tampoco tenían en
claro de qué hablaban.
"Creemos que él
no sentía el placer y por eso necesitaba ver la eyaculación para darse cuenta
de que había llegado al orgasmo. Nos dijeron que eso se puede diagnosticar con
ese nombre", dijo una fuente de la Judicial.
La aclaración más lapidaria al respecto fue dada por Juan Carlos Disanto, un docente de la Universidad de Buenos Aires, Licenciado
en Psicología y especialista en investigar las conductas de delincuentes y
homicidas sexuales seriales, quien es por otra parte el principal especialista
del tema en Argentina y el principal
referente de los mismos investigadores que comenzaron a reproducir aquella
frase como cierta: "Eso es poco
probable. La única persona que puede saber eso es Sajen y no está para
responderlo. No se puede especular al respecto porque sólo mediante un
tratamiento adecuado podría determinarse. Por lo demás, nunca escuché sobre ese
término".
Algo que también se sospechó en aquellos tiempos y quedó confirmado
cuando el delincuente se quitó la vida y se encontró en su bolsillo una
pastilla, fue que el violador consumía Viagra.
La hipótesis, surgió sobre la base de que en sus testimonios, las víctimas
aseguraban que el atacante llegaba a eyacular dos, tres y hasta más veces en
cortos períodos de tiempo. Los científicos consultados por nosotros
confirmaron que sólo consumiendo esa pastilla es posible lograr ese rendimiento
sexual.
Algunos
científicos auguran que esa pastilla puede llegar a modificar los promedios de
edad de los delincuentes seriales sexuales. Antes de la pastilla la edad
promedio de los autores de este tipo de delitos oscilaba entre los 20 y los 45
años. El Viagra la estiraría aún
más.
El 16 de marzo, faltando pocos
minutos para la 1 de la madrugada, aborda a una chica de 20 años, oriunda del
sur de Córdoba, en la avenida Hipólito Irigoyen, a pocos metros de la
plaza España.
la conduce hasta el Parque
Sarmiento. Pasa al lado del mástil de la avenida del Dante y, sin importarle la presencia de una barra de
jóvenes que se encontraba cerca de un bar y de varios autos estacionados con
parejas en su interior,; lleva a la joven hasta proximidades del lago de la Isla Crisol, en el corazón del Parque.
Precisamente se trata del mismo sitio donde solía pasear las
tardes de domingo con su esposa e hijos, y donde se encontró por primera vez
con quien se convertiría en su amante, Adriana
del Valle Castro. Debajo de un frondoso árbol, viola a su víctima durante un
largo rato. Luego la hace vestir, se queda con ella unos minutos y la acompaña
un par de cuadras, mientras la amenaza para que no haga la denuncia ante la Policía. Es la primer víctima de Sajen
que es besada por el delincuente, la segunda será justamente la última. Antes de separarse le dice: "Si yo quería, te llenaba de leche".
Por un lado está claro que Sajen conocía (al menos de vista) a
algunas de sus víctimas de antemano. De hecho, a varias de ellas llegó a
decirles que las observaba siempre en la zona de Nueva Córdoba y les conocía sus rutinas. Se trataba de jóvenes que
regresaban de la facultad o bien salían del trabajo, del gimnasio o un
cyberbar, y siempre hacían el mismo camino a casa, a la misma hora. "Mi
marido solía ir de día a Nueva Córdoba para hacer trámites o para averiguar
por los autos en venta que salían en los clasificados del diario",
comenta Zulma Villalón.
Según dicen los investigadores de la Policía, el conocimiento que Sajen
tenía de Nueva Córdoba se debía al
hecho de que él deambulaba por esas calles supuestamente en busca de autos estacionados
para robar. "Es sabido que recorría esa zona para levantar
coches. De hecho no por nada andaba con una ganzúa en sus manos. Con ese fierro
amenazaba a las chicas y a la vez levantaba autos", señala
el comisario general Pablo Nieto.
Los investigadores sospechan que "mientras buscaba coches o
asaltaba negocios", aprovechaba para violar mujeres.
También está claro que Marcelo Sajen conocía de antemano, y a la perfección,
los lugares adonde llevar a sus víctimas. Si bien mientras caminaba con ellas
fingía estar perdido y preguntaba por el nombre de las calles, no hay dudas de
que conocía perfectamente cada arteria, sabía exactamente qué camino hacer y a
qué descampado dirigirse, para dar rienda suelta a su ferocidad.
Conocía las entradas, las salidas y los rincones de los Molinos Minetti, los predios del ferrocarril Mitre (ubicado al frente), el Parque
Sarmiento, el ex Foro de la
Democracia, la pista de patinaje, y descampados próximos al Palacio de Tribunales II (frente
a la estatua de Domingo Faustino Sarmiento) u otros ubicados en las
adyacencias de la Costanera o al Centro de Participación Comunal (CPC)
del barrio Pueyrredón, por citar
algunos.
"El tipo tenía
evaluado su nivel de riesgo. Nunca iba a violar en un lugar que no conocía de
antemano. Necesitaba sentir que tenía todo bajo control y para eso tenía que
conocer el lugar en el que se encontraba. Tenía que estar oculto, ser oscuro y
tener rápidas vías de escape. Además, era muy ágil para correr y saltar paredes",
señala un detective de la Policía Judicial.
El 5 de abril, alrededor de las 22.30, el violador serial sorprende
a una chica salteña de 23 años mientras estaba por cruzar una calle en Nueva Córdoba. La amenaza, le pone un
arma en la cintura y le dice que sólo quiere su dinero. Primero la lleva hasta
un oscuro pasillo ubicado en proximidades del colegio Taborín, en la avenida Amadeo
Sabattini. Mientras manoseaba a la joven pasa un muchacho caminando, por lo
que Sajen
toma a la chica y se la lleva directamente hasta la pista de patinaje del Parque Sarmiento, ubicada a un par de
cuadras. Amparado por la oscuridad del lugar, sobre un montículo de tierra y
debajo de un árbol de frondosa copa por el que no se colaban las luces de los
edificios ubicados al frente, el violador serial abusa de la joven durante una
hora. Una vez que termina, sale
corriendo y se pierde en la avenida Poeta
Lugones, sin que la víctima pueda ver para qué lado huyó.
Al momento de cometer las violaciones, Sajen actuaba de igual forma que
cuando llevaba abrazadas a sus víctimas por la calle. Esto es: fluctuaba
permanentemente entre la bestialidad y las palabras tranquilizadoras. Sin
embargo analizando con detenimiento las violaciones, se pudo saber que el
contexto (generalmente condicionado por la actitud de la víctima)
modificaba la actitud de Sajen.
Cuando las
mujeres se resistían a ser atacadas de manera brusca, Sajen respondía con la misma
fiereza y era capaz de golpearlas brutalmente. En cambio, cuando la resistencia
de las jóvenes se asemejaba a un ruego, a un pedido desesperado de piedad, Sajen
sufría una especie de disfunción eréctil que le impedía mantener su erección.
En muchos de esos casos y por este tipo de circunstancias, el delincuente tuvo
dificultades de penetrar analmente a las mujeres que tenía dominadas.
Uno de los psicólogos de Policía Judicial que más trabajó en
torno al análisis de estos episodios nos sugirió que su idea personal era que
si Sajen
fue un chico abusado (se refiere no sólo a abusado sexualmente,
sino también a la violencia familiar que puede haber sufrido en su infancia),
esa disfunción puede haber sido una señal que le recordaba a sí mismo pidiendo
piedad a su propio victimario.
El 14 de abril (otra vez el día antes del
cumpleaños de su hija mayor y a pocas cuadras de su casa de la infancia, sobre
la calle Juan Rodríguez ), pocos minutos después de la hora 20, el delincuente reduce a
una chica de 17 años que acababa de salir de un colegio del barrio San Vicente. Con el arma apoyada en la
nuca, la adolescente de 17 años es conducida a un descampado ubicado a la vera
de las vías del tren, a metros del cruce con la calle Juan Rodríguez . Durante
la violación, la joven alcanza a zafar, se pone de pie y empieza a golpear al
serial. Forcejean unos segundos y Sajen logra tumbarla mediante golpes en el
rostro sobre una toalla que antes había tirado en el suelo. Una vez en el
suelo, le pone un trozo de vidrio en el cuello y vuelve a abusar de ella. En un momento, el depravado
advierte los destellos amarillos de la baliza de un camión recolector de basura
que pasa a pocos metros. Se detiene por un momento y reanuda la violación, una
vez que el vehículo se ha marchado. Cuando la víctima testificó aseguró que el
trapo que Sajen
tiró al suelo era una toalla oscura con la imagen del Ratón Mickey, muy parecida a la que algunos años antes, Sajen
le habría regalado a su segundo hijo varón para su cumpleaños junto con un kit
completo de productos de Mickey
En la mayoría de los casos, las víctimas describieron que usaba
ropa deportiva, jeans, bermudas, buzos y una gorra blanca con la que ocultaba
su rostro. Varias veces anduvo con ojotas y no dudó en usar camperas inflables
(de
aquellas que parecen una bolsa de dormir), a pesar de las altas
temperaturas del verano. Según señalan los investigadores, llevar campera le
permitía esconder con facilidad cualquier arma o bien modificar su apariencia
si debía escapar de la Policía ante cualquier contingencia. Es decir, si una chica alcanzaba a escapar, era probable que le
dijera a la Policía que el violador andaba con campera. Para cuando los móviles salieran a buscarlo, él ya se habría
cambiado de ropa.
Jamás se
disfrazó de albañil, de médico o de enfermero, como supusieron en su momento
algunos detectives abocados al caso. Sí solía andar con una mochila, en cuyo
interior nadie sabe qué llevaba.
Por lo general, a la hora de
violar a una mujer, no se bajaba por completo los pantalones, por las dudas
tuviera que escapar ante una eventualidad. Sólo si se sentía tranquilo,
sabiendo que no corría riesgos, se desnudaba de la cintura para abajo. En esos
casos, supo obligar a sus víctimas a que le besaran un lunar que tenía en el
muslo derecho.
El 1" de mayo, cerca de las 20.30, abusa de una joven de 19
años, oriunda de un pequeño pueblo del interior cordobés, en un baldío ubicado
a pocas cuadras de los Tribunales II,
en proximidades de la estatua de Domingo
Sarmiento ubicada en la avenida Pueyrredón,
en el barrio Güemes. La joven había
sido abordada mientras caminaba sola por la esquina de la calle Duarte Quirós y la Cañada. Durante la violación, Sajen se desnudó casi por completo, pero le
dijo que no podía terminar porque estaba nervioso. A la hora de formular su
denuncia, la víctima relató que le llamó la atención la vestimenta que llevaba
el hombre. Luego de abusar de la chica oral, vaginal y analmente, el serial le
dio dos pesos para que se tomara un taxi y pudiera volver a su casa.
Por lo general, las víctimas elegidas por Marcelo Sajen tenían un perfil determinado.
No tenían más de 25 años, eran menuditas, delgadas, de espaldas pequeñas y con
cola llamativa. La mayoría tenía un
rostro con facciones delicadas, tez blanca, pelo castaño o rubio y por lo
general largo hasta los hombros. Ninguna tenía que ser más alta que él (Sajen medía casi 1,70 metro). En este
sentido, investigadores de la causa resaltan el parecido físico de estas víctimas
con la esposa de Sajen, Zulma Villalón, cuando era adolescente. En
esta línea de análisis infieren que Sajen veía -o buscaba- en sus
víctimas a la Zulma de años atrás.
Señalan que el violador serial llegaba a tratar a varias víctimas como si
fueran novias sumisas con quienes quería pasar largo tiempo. Si eran vírgenes,
más se excitaba.
En varias oportunidades, el violador serial permaneció un buen
lapso Acostado en los baldíos junto
con ellas, mientras les prodigaba palabras cariñosas y les decía que tuvieran
cuidado de andar solas por la calle no vaya a ser cosa que las sorprendiera un
degenerado. Hubo casos en los que llegó a decirles: "Qué
lindo sería poder estar con vos en una cama, pero bueno, eso no se puede".
Vale reiterar que luego de cometer algunas violaciones, acompañó
a las jóvenes por varias cuadras, sin dejar de abrazarlas. Esto tiene dos
lecturas. Algunos creen que lo hacía para cerciorarse de que no iban a buscar a
un policía de inmediato para hacer la denuncia, lo que le daba tiempo de
escapar. Sin embargo, no es descabellado pensar que Marcelo Sajen completaba así una
fantasía de ser por un momento el novio de esas inocentes víctimas a quienes
les acababa de marcar la vida para siempre. En uno de esos episodios tuvo la
"delicadeza" de acompañar a su víctima, detener un taxi,
abrirle la puerta del mismo y saludarla antes de escapar.
Los
psicólogos que analizaron su caso, resaltan que el violador serial justificaba
sus ataques sexuales y disolvía cualquier tipo de culpa, diciéndole a sus
víctimas: "Bueno, de última sólo nos echamos un
polvo, qué tanto". Incluso, según estos profesionales, él
trasladaba la responsabilidad de lo que había sucedido a la presa de turno:
"Es tu culpa tener una cola tan linda".
El 4 de mayo, ataca a una chica de 20 años, oriunda de una
provincia vecina a Córdoba y, luego
de recorrer más de 10 cuadras, abusa de ella en el mismo baldío de la avenida Pueyrredón donde había atacado a otra
mujer tres días antes. La joven es violada contra una pared y luego en el
suelo. Al terminar, Sajen se lamenta de no tener otro lugar para
estar junto a ella. Luego, le
pregunta hacia dónde quería ir y la amenaza con que no le cuente a nadie lo que
ha sucedido. "Se van a reír de
vos, porque me prestaste la cola", le dice. Según relató
luego la joven a un policía, a los tres meses, el violador fue al negocio donde
trabajaba en pleno centro de Córdoba
y le preguntó por el precio de un par de zapatillas. "Vos no te acordás de mí, pero yo sí me acuerdo de
vos. Chau, hasta mañana", le dijo antes de
abandonar el local.
Hoy se sabe que Marcelo Sajen se movía con total naturalidad por las
calles de Nueva Córdoba, sin
importarle que hubiera muchas personas ya sea en la calle o bien en los bares o
boliches existentes en el corazón del barrio.
De todos
modos, por lo general, abordaba a sus víctimas en los sectores más alejados de
la barriada, allí donde las calles son más oscuras, las obras en construcción
abundan y los cyber y locutorios telefónicos están casa de por medio. No le
importaba en absoluto que hubiera gente en las proximidades cuando abrazaba a
la víctima elegida: sabía que pasaba tranquilamente sin ser advertido, como si
fuera el novio o un cariñoso amigo. ¿Cuántos ataques
se hubiesen evitado si la Policía de calle hubiera tenido al menos este
insignificante dato?
Además, el serial sabía zafar de
situaciones inesperadas, como cuando alguna joven lograba escaparse y corría a
buscar ayuda. En esos casos, la
insultaba a los gritos ("loca de mierda, es la última vez que salimos
juntos", vociferó una vez) y se alejaba caminando como una persona
más. En otra oportunidad, mientras llevaba a tres chicas hasta el Parque Sarmiento se cruzó en el camino
con un automóvil cuyo conductor empezó a decirle piropos a las jovencitas.
"Ellas vienen conmigo, así que váyanse nomás", dijo Sajen
en un tono tal que hizo que el auto se marchase rápidamente.
El 11 de mayo, poco después de
las 22.30, sorprende a una joven de 25 años en la zona de Nueva Córdoba y la hace recorrer un largo trecho hasta violarla. En el camino, la chica ve que a lo
lejos venía su hermano caminando y, sin darse cuenta, se lo dice a Sajen,
quien la hace doblar rápidamente en una esquina. El muchacho recién se enteraría de la violación, una vez que su
hermana regresó al departamento, completamente destruida.
A pesar de la escasa presencia policial en la zona de Nueva Córdoba en aquel 2003, el
violador serial supo cruzarse en más de una oportunidad con un policía o con un
patrullero mientras llevaba a su víctima rumbo a un descampado. Varias jóvenes
relataron que, si bien el depravado solía estar nervioso y miraba para todos
lados cuando las llevaba, jamás se alteró demasiado al toparse con un hombre de
azul. En una oportunidad, pasó junto a un móvil del CAP abrazado con una estudiante, que no atinó a hacer ningún gesto
porque estaba amenazada de muerte. Otra vez, mientras caminaba por la calle Rondeau sujetando a una chica de unos
20 años, pasó tranquilamente al lado de un policía que, handy en mano, hacía
custodia en una esquina. "Eso demuestra
que Sajen sabía actuar. Si hubiera
cruzado la calle, si se hubiera dado vuelta para caminar hacia el lado
contrario, si se hubiera puesto nervioso, ahí se habría comportado en forma
sospechosa y el policía podría haberlo parado", admite un
investigador de la Policía Judicial y agrega: "Sin embargo, el serial siguió
adelante con su plan, fue al descampado y violó a la mujer".
Otro caso
que causó asombro respecto a cuán lejos estaba dispuesto a llegar Sajen,
se produjo durante una violación en el Parque
Sarmiento. Mientras la chica era abusada detrás de unos arbustos, vio los
fogonazos azules de un móvil policial que pasaba a pocos metros. El serial le
tapó la boca con una mano, mientras que con la otra le apoyaba una pistola en
la sien. El patrullero pasó lentamente. Una vez que estuvo lejos, la violación
prosiguió.
Bien vale
aclarar que al momento de 2003, ningún policía del CAP que patrullaba la zona tenía un conocimiento acabado sobre la
existencia de un violador serial. La noticia era increíblemente propiedad
exclusiva de un par de investigadores de la División Protección de las
Personas.
En las
comisarías, en los patrulleros, en los puestos de custodia en las esquinas,
ningún uniformado común lo sabía. O
si lo sabía, nadie le había dado directivas expresas o las características del
sujeto, lo que para el caso era lo mismo. Sajen se movía enfrente de ellos, a espaldas
de ellos, junto con ellos y nadie lo veía.
Ante esta
situación muchos llegaron a pensar que Sajen bien podría haber contado con la
supuesta complicidad de algún efectivo de la fuerza. "¿Proteger a un
violador? Eso es un disparate. Ahora, si contaba con complicidad de algunos
policías que lo conocían por ser ladrón de autos, es otra cosa. De todos modos,
no tenemos pruebas concluyentes para afirmar que Sajen, como levantador de autos,
haya contado con ayuda policial", opina el comisario Eduardo Bebucho Rodríguez , quien por esas
cosas de la vida - que en la historia de
una institución como la Policía, tienen poco de casualidad y mucho de intrigas
y conveniencias- terminaría, después de pasar tres meses
castigado al frente de la Unidad
Departamental Cruz del Eje, convirtiéndose en el jefe de la Dirección General de Investigaciones
Criminales.
Su
nombramiento se produjo después de que Nieto
fuera desplazado en el marco de una masiva purga, que incluyó a toda la plana
mayor de la Policía, dispuesta por De la Sota tras un acuartelamiento
policial en reclamo de mejoras salariales y por la fuga del Porteño Luzi del penal de Bouwer.
A lo largo
de los trece días que siguieron a la fuga de Martín Luzi, ocurrida el 12 de agosto de 2005 y hasta su recaptura
el día 25 del mismo mes en la localidad de Vinchina,
La Rioja, Rodríguez pasaría de ser
casi un paria de la Policía, a convertirse en el principal artífice de su
propia recuperación.
La
permanente sospecha sobre la posible connivencia de Sajen con algunos miembros de la
Policía será analizada páginas más adelante.
El violador serial, volviendo a
aquellos meses en Nueva Córdoba, se
sentía tranquilo mientras acechaba en las calles. Jamás temió pasar frente a
edificios oficiales y que contaban con uniformados de custodia, tales como la Delegación Córdoba de la Policía Federal,
Gendarmería Nacional, la Side, los Tribunales Federales, los
Tribunales I e incluso la Policía
Judicial.
El 27 de mayo, a las 22.20, el violador serial abraza a una chica
de 23 años, oriunda del interior de Córdoba,
y que hacía pocos minutos acababa de salir de un gimnasio de la calle Corrientes, en el centro de Córdoba. Rápidamente la lleva caminando
en dirección al río Suquía. En el
recorrido, el depravado ve un patrullero, pero ni se inmuta y pasa al lado
caminando junto a la joven. Se dirige hasta la Costanera y, en proximidades del puente 24 de Setiembre, contra un
muro y a metros de las chozas de unos cirujas, viola a la mujer. Durante el
tiempo que dura el ataque, la chica no deja de oír autos y gente caminando que
pasan sin cesar por la Costanera.
Los investigadores señalan que Marcelo Sajen era un violador por poder,
refiriéndose a qué era lo que le otorgaba satisfacción en sus ataques. En este
punto entienden que su método de ataque incluía situaciones que de alguna
manera incrementaban el placer que sentía al ejecutarlo. Se podría decir que él
disfrutaba de la situación de poder que ejercía sobre la víctima desde el
momento de su captura y que esa sensación se acrecentaba al pasearse por
lugares abarrotados de gente, cerca de móviles policiales, etc. Como si el
desafío a las personas que debían descubrirlo le diera un valor agregado a su
excitación.
En el mismo contexto -como ya se ha descrito-, cuando las
víctimas pedían piedad, él tenía dificultades para mantener su miembro eréctil.
Esta particularidad hizo especular a los investigadores que Sajen
quizás podría haber sido víctima de abuso, entendiendo que, al escuchar los
ruegos de piedad, algo se activaba en su memoria (¿sus propios gritos de
piedad? ¿Los de alguien cercano?), provocándole ese tipo de disfunciones.
El 4 de junio, alrededor de ¡as 22.20, reduce a una joven de 21
años a quien venía siguiendo desde hacía cuatro cuadras a lo largo de la
avenida Chacabuco, en proximidades
de la plaza España. Intenta
robarle, pero ella no tenía dinero. La conduce hasta el ex Foro de la Democracia, donde termina obligándola a que le practique
sexo oral. Antes de escapar, la amenaza para que se quede quieta durante unos
cinco minutos.
A la joven la llamaremos Lucrecia. A continuación se reproduce,
en base a un registro escrito, parte de una entrevista grabada que un
investigador de la Policía Judicial
mantuvo con ella meses después del ataque.
La historia de Lucrecia
-Bueno, quiero que haya quedado claro Lucrecia. Vamos a volver la
película para atrás y vamos a apelar a tu buena memoria. Contanos cómo era tu
vida, lo que vos hacías, con quién vivías...
-Siempre
viví en el mismo domicilio, con mi mamá, mi abuelo y mi hermano.
-Contame Lucrecia, ¿y qué hacías?
-Yo estudiaba en la facultad y trabajaba
como maestra particular de lunes a viernes. Primero daba clases y luego, a la
tarde, me iba a la facultad.
-¿En qué te ibas al centro? ¿En colectivo?
-En el colectivo C3 o en el C5. A veces me
iba caminando a la Universidad y me volvía caminando.
-¿Y de la facultad salías tarde?
-Sí, a las 23 horas. Tomaba el colectivo
siempre. A veces cuando se me pasaba o hacía frío, como no me gustaba esperar,
me iba caminando hasta la plaza España. Pero ese día no conseguí cospeles.
Entonces seguí caminando. Yo siempre solía volver de la facultad con mi novio.
Pero ese día, él justo no había ido a la facultad. Yo salí antes de clase y
decidí volverme sola.
-Aparte de no tener cospeles ese día, ¿te pasó otra cosa atípica?
-No
-¿Y con tu novio a dónde solías ir los fines de semana, por ejemplo?
¿Iban a bailar?
-íbamos a comer afuera. O íbamos al shopping
Patio Olmos, o a una parrillada en la Maipú o a una heladería.
-¿Has dejado algún curriculum en alguna empresa alguna vez?
-Sí, en varios lados.
-¿Y dejaste fotos en los currículums?
- Sí, varias veces.
-¿Y alguna vez tuviste algún problema?
-No, nunca.
-¿Alguna vez tuviste algún problema con alguien del grupo de la iglesia a
la que vas?
-No, es un grupo muy bueno.
-Y cuando andabas en la calle, ¿tomabas cualquier Remis o alguno en
particular?
-Cualquiera, el que pasara.
-¿Ibas al banco a pagar algunos impuestos? ¿Tuviste algún problema con
algún cajero?
-No, jamás.
-¿Cuántos años tenés?
-22 años.
-Bueno Lucrecia, necesito que me orientes sobre aquel día, desde el
momento que esta persona te agarra hasta que te deja libre, el tiempo que
transcurrió, sé que los momentos difíciles parecen eternos y los felices son
cortitos.
-Yo salí de la facultad y pasé por la plaza España.
Bajé por la Chacabuco y crucé frente a un bar. Ahí, cerca de un quiosco de
revistas, me pareció ver a alguien raro que me estaba mirando mucho. Ahí
preguntó, algo en el negocio que vende cospeles...
-Te pareció sospechoso.
-Lo vi ahí y me dijo algo. Lo miré y se
levantó.
-¿En San Lorenzo te aborda?
-En Obispo Oro. En un momento, me agarran de
atrás. Yo pensé que era mi novio. Eran como las 10 y 25 de la noche.
-¿Y cuándo te deja libre?
-Y, como a las 11 menos cuarto.
-Con el autor, ¿el tiempo pasó rápido?
-Sí. Me tomó y aparecimos en el Foro.
-¿Y ahí es donde te somete?
-Sí.
-Hay algo que nunca comentaste o que consultaste con tu almohada y no
te animaste a decirlo a la persona que te tomó la declaración?
-No, yo lo dije todo como te lo cuento a vos.
-O sea que no hay nada que te haya quedado para vos sólita.
-No.
-¿Hay algún detalle que a lo mejor no dijiste, como una mancha que él
tiene en su miembro? ¿Había luz?
- Sí, se veía perfecto. Lo que pasa es que
estábamos en una lomadita al oscuro, pero había luz del edificio que está
abandonado y que tiene luz al costado.
-¿Y esa mancha te llamó la atención? ¿Estaba en la punta, en un costado,
en todo el miembro?
-No era una mancha de cicatriz. Estaba en el
tronco, por ahí...
-¿Algo más que te acuerdes?
-Ahhh, se bajó el cierre, no se bajó el
pantalón.
-¿Intentó sacarla, bajándose el cierre?
-Sí. Y me hizo hacerle una fellatio.
-¿Tenía una conducta violenta, verbal o físicamente?
-Cuando yo me tropecé, me dice:
"¡Che boluda, qué hacés!". Pensó
que yo me quería escapar. Porque me hizo subir por una canaleta que estaba con agua.
Y yo pisé una botella y me resbalé.
-¿Vos tenés la sensación que él conocía el lugar a donde te llevaba?
-No sé. Daba la sensación que estaba
buscando otro lugar. Porque primero fue costeando como yendo para la terminal
de ómnibus, pero después se volvió y me llevó para el otro lado.
-Vos Lucrecia dijiste, cuando declaraste por primera vez, que él tenía
una campera azul como la que usan los policías.
-Sí, esa que por dentro es naranja y tiene
un avioncito.
-¿Tenía algún olor especial? ¿Alcohol? ¿Cigarrillo?
-No, tenía mucha pinta de policía.
-¿Te parecía que era una persona limpia?
-Ajam.
-Respecto a esa sensación de que te parecía un policía, ¿la tenés de
aquella vez o es por lo que se ha hablado en la prensa, en los diarios?
-Es por la forma en que él hablaba. Cuando
íbamos caminando, por ejemplo, me decía: "¿Cuál
es tu gracia?". Mi papá es policía
y siempre usa esas palabras. Él hablaba como un lenguaje de policía y tenía
tonada de cordobés.
-Bueno, te voy a decir que nosotros tenemos la tonada muy marcada. Uno
no nota la diferencia como si hablara con un vecino. ¿Viste si tenía un arma?
-Claro. En un momento, la deja.
-¿Vos sabés la diferencia entre las armas?
-Sí. Era como la de la Policía. Pero esa
estaba despintada. Era como plateada, pero estaba oxidada, como vieja y pintada
encima.
Sospecha
Como era de
esperar, los primeros investigadores que tomaron el caso del violador serial en
2003 empezaron a considerar la posibilidad de que el depravado fuera un policía. "Si ya tuvimos un Machuca, bien
podíamos tener otro de ese tipo en nuestras filas. Y reconozco que eso nos
desesperó mucho", confiesa un alto integrante del área de
Investigaciones.
Las sospechas
de los pesquisas se basaban básicamente en tres puntos: la forma en que el
violador hablaba y se movía (el hecho de palpar a las jóvenes, por
ejemplo), el uso de una pistola calibre 11.25, que a los ojos de un
inexperto se confunde con una 9 milímetros y, por sobre todo, el hecho de
dejar de atacar aquellas noches que los detectives tendían una celada con
mujeres de anzuelo y policías de civil mezclados en distintos sitios, ya sea
como mozos en los bares, recolectores de basura o simples vecinos esperando el
ómnibus.