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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//10 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XIII El año de la bestia

por jocharras a las 10:21, en La Marca de la Bestia
CAPÍTULO XIII
El año de la bestia

El saro, el foxtro y el Víctor Sierra

Si algo caracteriza a los policías es esa asombrosa y fastidiosa capacidad para ponerle nombres en clave a las cosas, a fin de que cuando dialogan entre sí o bien a través de la frecuencia de sus handies, el resta de las personas no pueda entender de qué están hablando. Para ello, utilizan un código en el que reemplazan cada letra por una palabra determinada. Así, si un policía tuviera que escribir en un pizarrón el abecedario que le enseñaron en la escue­la, no pondría las letras a, b, c, d, e, f, sino que escribiría las pala­bras alfa, bravo, charly, delta, eco, foxtro,...

 

Por caso, a la hora de hablar en clave, los policías no dicen la Jefatura de Policía, sino que hablan de una tal July Papa y no dicen unidad judicial, sino Ursula July. Tampoco mencionan base, teléfo­no, lluvia, Hospital de Urgencias, baño o sospechoso. Más bien ha­blan de la bravo, el tango eco (por la sigla TE.), la doble lima, el hotel Ursula, el whisky charly (W. C., water closet) y el saro. O la sara, si se trata de una sospechosa.

 

Menos aún usan la palabra muerto, sino que se refieren a un tal fijo, en directa alusión a la rigidez de un cadáver. Además, por la radio policial nadie habla de que una persona se encuentra grave­mente herida, sino que dicen que está 1/1, lo opuesto a estar 5/5, es decir, en perfecto estado. Para completar el panorama, un robo calificado se da a entender como un Romeo July y una violación es una viola.

 

En todo este amplio mundo de neologismos policiales, el término violador serial se ganó su propia "clave": el Víctor Sierra, en alusión a las dos primeras letras de las palabras violador y serial.

 

Durante 2003 y gran parte de 2004, Marcelo Mario Sajen iba a ser para los policías simplemente el Víctor Sierra, un fantasma que se burlaba de todos y de cada uno de ellos y a quien nadie podía-sabía ponerle freno.

 

Una sombra al acecho

 

Por aquel caluroso enero de 2003, la Policía estaba lejos de buscar con total dedicación al Víctor Sierra, quien ya había come­tido varias violaciones en la zona del barrio Nueva Córdoba y, en especial, en el Parque Sarmiento.

 

Los esfuerzos de gran parte de los detectives de la Dirección de Inteligencia Criminal estaban centrados en capturar al famoso Martín Luzi, quien no aparecía por ningún lado. Las escuchas tele­fónicas, los interrogatorios a buchones y los rastreos por distintos barrios no daban ningún resultado. El Porteño parecía haberse he­cho humo. Y eso los tenía desesperados.

 

Para colmo de males, en medio de esa incesante búsqueda, otro secuestro se produjo en Córdoba y tuvo por víctima a un supuesto financista que fue capturado y liberado en San Luis, en medio de un operativo conjunto realizado entre las policías cordobesa y puntana. Las cosas empezaban lentamente a complicarse para la Policía y la inseguridad iba agravándose.

 

En marzo de ese año, la Brigada Antisecuestros de la Policía cordobesa debió vérselas frente a un nuevo secuestro extorsivo, que desde Córdoba rápidamente saltó como gran noticia a todo el país. Se trataba del caso del productor de soja Marcelo Dezotti, quien había sido secuestrado el 27 de ese mes por una banda de encapuchados que copó su domicilio, el de su padre y el de unos tíos, en la localidad de Oncativo, a 90 kilómetros al sur de la Capi­tal provincial.

 

El secuestro representó un desafío, y a la vez todo un cachetazo, para el entonces jefe de Policía, comisario general Jorge Rodríguez , ya que el golpe comando en Oncativo se había desplegado durante más de dos horas y en forma simultánea en varios domicilios ubica­dos apenas a un par de cuadras de la comisaría del pueblo.

 

Desde un primer momento, los policías tuvieron claro que el principal sospechoso del secuestro de Dezotti volvía a ser el Porte­ño Luzi. Más aún lo temieron cuando, gracias al dato de un "soplón arrepentido", lograron rescatar vivo a Marcelo Dezotti, en la pri­mera semana de abril, antes de que se pagara un suculento rescate de 300 mil dólares, en la casa de un familiar de Luzi.

 

Finalmente, el Porteño iba a ser atrapado en marzo de 2004 por una comisión de investigadores de la Brigada Antisecuestros, que lo capturó cuando iba en un remis en el partido bonaerense de Morón, luego de hacer unas compras en un shopping. Durante un año y cinco meses, el Porteño iba a permanecer detenido en la Cárcel de Bouwer, hasta que se escapó en el marco de una fuga tan increíble como imposible a principios de agosto de 2005, pocos días antes de empezar a ser juzgado por el secuestro de Dezotti.

Pero volvamos a 2003. Los primeros meses de ese año fueron de los más complicados para la Policía de la Provincia. La ola de inse­guridad en Córdoba, al igual de lo que sucedía en Buenos Aires y principalmente en la Capital Federal, se había disparado como nunca antes. A los asaltos a empresas y domicilios, se sumaron una serie de conmocionantes y sangrientos homicidios en la ciudad Capital.

 

La sociedad empezó a alarmarse y, a la vez, indignarse cuando comenzaron a saltar a la luz de la opinión pública graves hechos de corrupción en los que supuestamente estaban involucrados unifor­mados de los más diversos rangos. Entonces empezó a barajarse la idea de que Gendarmería dejara los cuarteles en la ciudad de Je­sús María y se dirigiera a Córdoba Capital para colaborar en la lucha contra el delito. También se llegó a comentar sobre la posibi­lidad de que el Ejército -de la guarnición Córdoba de camino a La Calera- también saliera a la calle para combatir la delincuencia. Sin embargo, esto era prácticamente inviable, ya que la ley no per­mite que los soldados cuiden la seguridad interior, salvo un decre­to presidencial.

 

No es difícil imaginar que en aquellos primeros meses los me­dios de prensa no hablaban de otra cosa que del incremento de la inseguridad, al tiempo que las encuestas daban cuenta de que la mitad de la población cordobesa tenía una imagen negativa de toda la Policía.

 

El gobernador de Córdoba, José Manuel De la Sota, desechó de plano la alternativa de llamar al Ministerio del Interior de la Na­ción para pedir la Gendarmería. Sin embargo, consciente de que la exigencia de mayor seguridad estaba al tope de los reclamos de la población y de los tiempos electorales que se le avecinaban (en julio de ese año iba a ser reelegido), el mandatario decidió reali­zar una cuantiosa inversión en la compra de flamantes camionetas 4x4 para la Policía. Para que el efecto ante la población fuera aún mayor, De la Sota decidió crear una nueva brigada de calle que iba a estar compuesta por los vehículos recién adquiridos. Se trataba del Comando de Acción Preventiva (CAP), una cuadrilla que iba a funcionar en forma paralela a las demás patrullas de calle "en la lucha preventiva contra el delito", como decía el comisario gene­ral Rodríguez . Al poco tiempo, el CAP terminaría por reemplazar en la práctica a los demás patrulleros, dado que los automóviles estaban hechos pedazos.

 

Para el lanzamiento del CAP, De la Sota no tuvo mejor idea que convocar al jefe de Policía para que protagonizara las publici­dades televisivas, radiofónicas y gráficas. Pronto la ciudad quedó empapelada de afiches que mostraban las flamantes camionetas policiales pintadas de blanco, rojo y negro.

 

Sin embargo, ninguna publicidad oficial alertaba a la pobla­ción sobre la existencia de un violador serial. Tampoco ninguna autoridad judicial salía ante los micrófonos a alertar sobre lo que estaba sucediendo: un hombre se movía por las noches con total tranquilidad e impunidad por las calles de la ciudad, violando jovencitas a su paso.

 

Según comentan en la actualidad en la Jefatura de Policía, el caso del Víctor Sierra estaba en manos de los comisarios Acosta y Toledo de la División Protección de las Personas. Sin embargo, los intentos por atraparlo eran cuanto menos inútiles, en parte por la escasa cantidad de recursos -tanto de personal como de dinero- y además porque debían dilucidar otros hechos de abuso sexual que se registraban en la ciudad de Córdoba y en el Gran Córdoba. La mayor parte de estos casos se refería a violaciones cometidas den­tro de núcleos familiares.

Blooper

En ese marco de intenso trabajo, se produjo el Blooper del año en la provincia, lo que terminó por dejar muy mal parada a la Policía.

 

El 7 de julio de 2003, una mujer se presentó en la Jefatura para denunciar que su esposo, un humilde taxista, había desaparecido. Al principio, varios investigadores de Protección de las Personas pensaron que el trabajador se había ido de "joda" con amigos o bien con otra mujer. Eso piensa casi siempre un policía cada vez que un hombre no vuelve en hora a su hogar.

Sin embargo, cuando el caso fue reflejado por los medios de prensa, se inició una impresionante búsqueda que incluyó la parti­cipación de numerosas brigadas y de hasta el helicóptero de la Policía, ante la presunción de que el taxista podía haber sido ase­sinado en un asalto. Sin embargo, las cosas iban a aclararse al día siguiente, cuando se supo que el hombre no estaba desaparecido, ni asesinado, ni Acostado junto a una mujer. En realidad se encon­traba detenido en una comisaría y el jefe de ese precinto se había olvidado de avisárselo a sus superiores.

 

La falta de coordinación y de comunicación dentro de la Policía saltó ante la sociedad como una prueba acabada de su ineficiencia. El Blooper recorrió el país y, como no podía ser de otra manera, cayó como una bomba en la Casa de Gobierno de Córdoba.

 

Para frenar las carcajadas de la gente, las autoridades decidie­ron sancionar a varios comisarios. A la larga, en aquella volteada caería el comisario Acosta, quien fue desafectado de Protección de las Personas y enviado a otra unidad policial, Jejos del área de investigaciones. Entonces, el comisario Toledo quedó a cargo ex­clusivamente de esa división y, por ende, de la investigación del violador serial.

 

Pero la purga no se acabaría allí. A las pocas semanas, el comi­sario general Rodríguez  realizó varias modificaciones más en los principales puestos jerárquicos de la fuerza, desplazó al Pato Reparaz de Inteligencia Criminal (fue pasado a retiro) y puso en su lugar al comisario mayor Pablo Nieto, un hombre de su entera confianza.

 

Ni bien pisó su flamante despacho, Nieto cambió el escritorio de lugar y modificó toda la oficina, a fin de que nadie recordara a Reparaz. Instaló un televisor, un equipo de música y llenó la habi­tación de cuadros con diplomas de su paso por distintas unidades policiales. Colocó varias plantas, fotos suyas con otros comisarios y hasta una bandera argentina. Detrás de su sillón, dejó un chaleco antibalas de los que habían sido adquiridos hacía poco. Finalmen­te, estampó sobre un estante un cartel que, medio en broma, medio en serio, decía que el jefe siempre tiene la razón, aunque no la tuviera.

 

A poco de que asumiera, Inteligencia Criminal pasó a denominarse Dirección General de Investigaciones Criminales. Sin em­bargo, no le iba a ser tan fácil a Nieto -apodado Trapito o Droopy por sus subordinados- ganarse la confianza de sus subalternos. El Pato Reparaz era un hombre querido y respetado en Investigacio­nes, mientras que Nieto era observado con cierta desconfianza como un nuevo superior que entraba al despacho del jefe de Policía sin golpear la puerta. Pero Nieto es inteligente. No por nada dejó que en la oficina de al lado sobreviviera el subjefe de Investigaciones, el comisario mayor Eduardo Rodríguez , un tipo gordo, pícaro para esclarecer casos, simplón y, por sobre todo, de gran aceptación en­tre los detectives policiales y entre los periodistas.

 

Bebucho, tal como lo apodan, fue durante muchos años jefe de la División Protección de las Personas y sus detractores -entre los que se encuentran muchos de los investigadores judiciales afecta­dos a la causa serial- lo acusan de ser uno de los grandes culpables de que Sajen se convirtiera de delincuente sexual en violador se­rial. "Durante los años en que estuvo al frente de aquella división el caso nunca contó con la atención que se merecía", afirman. De todas maneras, aquel gordito pícaro que arrastra las palabras para hablar y suele hacerlo sin la utilización de las "s" intermedias, parece ser más ágil que muchos y fue la persona que puso al tanto a Nieto sobre las causas pendientes de resolución de las distintas divisiones como Antisecuestros, Homicidios, Robos y Hurtos, Sustracción de Automotores y Delitos Económicos.

 

Una helada mañana de julio de ese año también le informó sobre los casos irresueltos de Protección de las Personas, entre los que obviamente se encontraban los hechos del violador serial de Nueva Córdoba. Bebucho informó que desde hacía un buen tiempo en Córdoba actuaba un depravado que violaba a estudiantes y que el caso era investigado exclusivamente por el comisario Toledo. Le explicó que, si bien no tenían el patrón genético del violador serial en base a un examen de ADN, era fácil suponer que esas violaciones eran cometidas por una misma persona.

 

Nieto se levantó, cerró la puerta de la oficina y volvió a sentarse. La noticia le interesaba y empezó a tomar nota en su agenda de cuero negro. Bebucho Rodríguez  se acomodó y empezó a informarle todo lo que sabía.

 

Tenemos un Sierra

 

-Pablo, creemos que este nuevo Víctor Sierra de Nueva Córdoba es el mismo guaso que supo cometer otros casos en los '90 - dijo Rodríguez .

 

-No jodás, Bebucho -respondió Nieto, mientras bajaba el volu­men de un handy, apoyado sobre el escritorio y a través del cual se escuchaba claramente a investigadores de Homicidios mien­tras hacían un allanamiento.

 

-En serio, jefe. Creemos que el tipo empezó a atacar entre el '97 y el '98. Tengo un informe del 14 de febrero de 1999, que fue hecho por las doctoras Adriana Carranza y Alicia Chirino de la Unidad Judicial de Protección de las Personas, y que se lo en­viaron a sus jefes en la Policía Judicial. Hicieron ese informe en base a un laburo brillante que hizo uno de mis hombres: el sargento primero Osvaldo Fabián. Las violaciones están desperdigadas en distintas fiscalías de instrucción.

Nieto intentó abrir la boca para hacer un comentario, pero Rodríguez  siguió hablando.

-Pablo, Fabián llegó a contar unas 12 violaciones entre 1997 y 1998. Las víctimas fueron chicas de unos veinticinco de años y los casos se registraron en la zona de barrio Altamira, Müller y también en el Parque Sarmiento. -¿Y qué pasó? - interrogó, por fin, Nieto.

 

-Los casos se frenaron en 1999, justo cuando agarramos a un saro que andaba en bicicleta. Era el sátiro de la bici. Para esa época teníamos a otros violadores seriales. Estaba uno que en­traba a estudios contables o inmobiliarias que funcionaban en departamentos y violaba a mujeres, haciéndose pasar como comprador... -Un tal Rodríguez , ¿no?

 

-Sí. ¡Justo tenía que tener mi apellido! Se llama Luis Guillermo Rodríguez  y también supo estar imputado, aunque fue absuelto, por el caso Corradini como uno de los presuntos asesinos (el caso del asesinato del panadero Héctor Corradini conmovió a Córdoba en el año 1998 y hasta el día de hoy no se ha resuelto. En los últimos tiempos las sospechas se concentraron en la viuda del comerciante, quien se encuentra detenida y acusada de homicidio junto a otros dos ex policías) pero por suerte no es de mi familia. Le metieron como 20 años de prisión, como para que tenga. También estaba otro que se metía a departamentos y abusaba de pibas. Hubo un caso de una chica a la que sometió en una oficina de un hotel de primer nivel ubicado cerca de la plaza San Martín. El tipo ató a la piba a una silla, la manoseó toda y se masturbó frente a ella. -¿Y ése quién era?

 

-Un tal Riquelme, que también cayó y está en cana actualmen­te. Y bueno, después tuvimos el caso del policía Machuca. -Gustavo Machuca, ¿no?

 

-El mismo. Gustavo Oscar Machuca. A ese lo agarramos hace poco tiempo, luego de que una de sus víctimas lo reconociera en el Parque Sarmiento... Pero volviendo al sátiro de la bici­cleta, al tipo ese lo cazamos y fue juzgado por tres violaciones, pero lo condenaron por dos. Y bueno, nos quedaron 12 casos en el tintero. Y desde hace un tiempito hemos vuelto a tener viola­ciones muy parecidas a aquellas del '97 y del '98. -Ah, la mierda. ¿Y cómo son estos casos? - alcanzó a decir Nieto.

 

-El tipo sorprende a las chicas desde atrás. Siempre de atrás. En su mayoría las víctimas son estudiantes universitarias. Las agarra en la calle, principalmente en la zona de Nueva Córdoba, y las abraza -dijo Rodríguez , quien se había puesto de pie en medio de la oficina y acompañaba su relato haciendo ade­manes-, A veces, les dice a las chicas que es policía y a veces dice que lo buscan a él, en muchas ocasiones les dijo que se llama Gustavo o hace como que las confunde como amigas de un tal Gustavo. Se las lleva al Parque y las termina violando. Algunos de los changos de Protección piensan que son violacio­nes de Machuca, pero creo que no por dos motivos.... -¿Cuáles? - quiso saber el jefe de Investigaciones.

El subjefe se acomodó el saco y volvió a sentarse.

-Primero, este nuevo Víctor Sierra no viola dentro de autos. Y segundo, los hechos fueron cometidos cuando a Machuca ya lo habíamos metido adentro.

 

-¿No anda en auto? -preguntó Nieto, entre aturdido y asombra­do.

 

-No, creemos que anda a pie. Ninguna víctima le vio coche al­guno, porque siempre se les aparece de atrás. A fines del año pasado tuvimos el caso de una chica que fue violada en una pensión donde paraba y el guaso le robó un televisor y se fue caminando. No sabemos para dónde tomó, la chica quedó en la cama y no pudo verlo. Tampoco tenemos testigos. -¿Un televisor? -preguntó Nieto, sin entender nada. -Sí, un TV caro -respondió Rodríguez - Después a las pocas se­manas hubo otros casos más, pero siempre al aire libre. En la zona del Parque, la Ciudad Universitaria, los Molinos Minetti... -Bueno Bebucho, sé que hay mucho laburo pendiente, pero hay que poner en la zona al personal de civil que tengamos disponi­ble, no queda otra. Convocá a las chicas de Protección de las Personas, que se arreglen, se pongan bien QAP (listas) y vayan a la zona, junto a alguna brigada de hombres para que las cuiden. Hay que peinar bien el Parque Sarmiento, Nueva Córdoba, los Molinos Minetti.

El gato y el ratón

A lo largo de su vida, Marcelo Mario Sajen había adquirido una extraordinaria capacidad para descubrir policías de civil en la ca­lle. En el acto, los volteaba -como se dice en la jerga delictiva-, estuviese donde estuviese: ya sea en el supermercado, en la cola de un banco, en una despensa, cuando llevaba a los chicos a la escuela, en una plaza, en el taller mecánico, en un semáforo o en la vereda.

 

No por nada en el barrio General Urquiza recuerdan una vieja anécdota que se centra en un picado de fútbol que se desarrollaba en un baldío del sector. Era media tarde y Marcelo Sajen jugaba a la pelota con una camiseta con el número 9 en la espalda. De re­pente, a una cuadra de la canchita apareció por una polvorienta calle de tierra un vehículo con varios ocupantes. "¡La cana, la cana!", gritó Sajen, justo en el momento que echaba a correr y se perdía entre unos árboles. Los demás giraron para ver el auto. Cuando volvieron a mirar donde estaba Marcelo, sólo hallaron la remera con la 9 tirada en el suelo. En efecto, luego se sabría que los ocu­pantes del auto no eran otros que detectives de Sustracción de Automotores que venían a buscar a Sajen por un problema con unos vehículos.

 

Por ello a Sajen le fue tan fácil darse cuenta de que en el Parque Sarmiento y en Nueva Córdoba, la zona que venía recorriendo periódicamente de noche en lo que iba de 2003, habían empezado a deambular mujeres de más de 35 años que no se parecían en abso­luto a estudiantes universitarias, por más que se pusieran minis o jeans ajustados, musculosas coloridas, lentes oscuros y cargaran en sus brazos apuntes con el logo de la Universidad Nacional de Córdoba.

 

Para colmo, había comenzado a advertir el paso de algunos vehículos -Fiat Duna, Renault 19 y utilitarios Fiorino o Express, entre otros- que, pese a tener vidrios polarizados, dejaban ver cla­ramente la cara de policía de sus ocupantes. En efecto, eran vehí­culos con investigadores de la División Protección de las Personas que circulaban lentamente por las principales arterias de Nueva Córdoba. No eran muchos, pero su mera presencia le molestaba. Si esos autos hubieran tenido balizas y sirenas encendidas, quizá hu­bieran pasado más inadvertidos. Ni bien empezó a olfatear a aque­llos policías de cacería, Sajen optó por desaparecer de la zona como lo había hecho cada vez que se había visto en peligro.

 

Hasta entonces -julio de 2003- el violador serial había perfec­cionado la forma de atacar a jóvenes y se movía con total tranqui­lidad por las calles de Nueva Córdoba, del centro y las arboledas del Parque Sarmiento, aprovechando la ausencia de patrullaje de móviles identificables de la Policía. Además, se valía de que gran parte de los pesquisas estaban abocados principalmente a las in­vestigaciones de asaltos, secuestros express y a la búsqueda del escurridizo Porteño Luzi.

 

Sin embargo, a raíz de la presencia de los detectives de Protección de las Personas, Sajen se vio obligado a mudarse por algún tiempo a otros sectores de la ciudad, como los barrios San Vicente, Jardín o Villa Revol, entre otros.

 

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//10 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XII Milena

por jocharras a las 10:02, en La Marca de la Bestia

CAPÍTULO XII

Milena

 

Llegué a Córdoba desde Jujuy hace cuatro años, cuando tenía 19 a estudiar psicología en la Universidad Nacional. Ya conocía la ciudad bastante bien porque mis dos hermanos estaban estudiando acá. Al principio fue muy difícil estar lejos de mi mamá, soy muy apegada a ella, extrañaba y lloraba todo el tiempo. No me ubicaba en la ciudad, ni me animaba a ir sola a ningún lado. Pero me hizo bien cortar un poco ese lazo, y de a poco me fui soltando, sintiéndome feliz en mi nuevo lugar. Vivía en Nueva Córdoba, compartiendo un departamento con dos amigas que ¡legaron conmigo. Cursaba Psicología por la mañana, almorzaba en casa y por la tarde me reunía con compañeras a tomar mate, a estudiar, a charlar. Siem­pre me encantó pasar tiempo con amigas. También iba a bailar, los viernes y sábados... ¡soy muy salidora!

 

Milena tiene un rostro fresco, que denota que aún no pasó los 25. La nariz respingada y la ausencia total de maquillaje acentúan el aura angelical de su expresión. La piel es blanca, el pelo casta­ño y enrulado, y lo lleva más bien corto. Aunque es menudita -no supera el 1,65 metro-, tiene una silueta de curvas generosas, bien femeninas. El tono de su voz es suave y sigue con armonía la caden­cia de un acento norteño. Es muy fácil imaginarla carpetas en mano, caminando entre risas con un grupo de compañeras por las calles del barrio de Nueva Córdoba, mezclada entre algunos de los más de seis mil estudiantes universitarios que allí viven. Gran parte del caudal de jóvenes que cada año llega a la ciudad para estudiar en la Universidad Nacional de Córdoba, elige instalarse en ese ba­rrio, el más cercano a la institución.

Durante mi primer año en Córdoba pasé por varios cambios. Dejé de vivir con mis amigas y me mudé con mis dos hermanos

 

-los dos son mayores que yo- a otro departamento en Nueva Córdoba. También descubrí que Psicología no era lo mío.

 

Era el verano de 2003, estaba de vacaciones y pensando cómo seguir, qué hacer. Había buscado información sobre Recursos Humanos, la carrera que más tarde terminé eligiendo. Luego de pasar todo enero en Jujuy, volví el 15 de febrero a Córdoba. Días después, la noche del jueves 27 de ese mes, estaba en casa con unas amigas charlando, y decidimos salir a dar una vuelta. Uno de mis hermanos pensaba acompañarnos, pero a último momento prefirió quedarse con la novia en casa. Éramos cuatro chicas, salimos temprano, alrededor de las 22.30 ó 23, y caminamos rumbo a La Cañada.

 

Detrás de la expresión seria con que relata los acontecimien­tos de aquel verano, se adivina la alegría sanamente despreocupa­da con la que ese jueves se abría paso en el bullicio de los bares que se suceden sobre la calle Marcelo T. De Alvear, paralela al arroyo encausado conocido como La Cañada, una marca registrada de la ciudad de Córdoba y que parte al centro en dos. Especie de costanera pero sin mar donde los fines de semana se aglutina gran parte de los estudiantes que residen en el área.

Estuvimos un rato allí, pero pronto decidimos regresar a la zona de la Rondeau, ya eran más de las 12 de la noche. Una de mis amigas desistió del plan, y quedamos tres, caminando hacia Nueva Córdoba. íbamos por Rondeau, había poca luz pero una buena cantidad de gente. Sobre la vereda opuesta un bar estaba abierto y con mesas ocupadas. Siempre fui algo miedosa y por eso suelo caminar fijándo­me en si pasa algo raro, pero esa noche no vi nada. Fue en un segun­do: justo al llegar a la esquina de Independencia, me agaché para acomodarme un zapato, y cuando me incorporé tenía al tipo encima. Me sujetó por detrás, apuntándome con una pistola, y dijo: "¡Callate!". "No digan nada -les ordenó a mis amigas- o la mato".

 

Aunque era pleno verano usaba un gorro, una campera inflable y llevaba una mochila. Con la campera se tapaba la pistola con que me apuntaba a la cintura, y con la otra mano me rodeaba y me decía que lo abrace como si fuera mi novio. Yo no podía reaccio­nar, el miedo me paralizó. No podía hablar, transpiraba frío. El tipo casi no hablaba, me decía que no dijera nada o me mataba. Y a las chicas les repetía que si salían corriendo, me mataba a mí. Empezamos a caminar hacia arriba por Independencia y nos orde­nó que le diéramos todo lo que teníamos. Yo le entregué los únicos siete pesos que llevaba y a mis amigas les dijo que le dieran la plata más adelante. Avanzábamos por esa calle... ¡había tanta gen­te! En un momento escucho que me dicen: "¡Mile!". Era un amigo que me saludaba. Debe haber notado algo anormal en mi cara o en la situación, porque se quedó mirando extrañado, pero nadie atinó a hacer nada.

 

Alrededor de 70 bares, restaurantes y discotecas funcionan en Nueva Córdoba, en un área que apenas supera las 40 manzanas. La sorprendente concentración de oferta nocturna tiene su epicentro en las calles por las que Milena y sus amigas fueron conducidas aquella noche. Cuando cae el sol, cientos de jóvenes cruzan de ba­res a boliches y desdibujan los límites entre veredas y calles -como Rondeau o Independencia - tomando cerveza y escuchando música hasta la madrugada. El movimiento cesa un poco durante el vera­no, con la emigración masiva de inquilinos que pasan las vacaciones en sus ciudades de origen. En febrero, la mayor parte de ellos ya está de regreso: hay turnos de examen y cursillos de ingreso que atender. Eso se notaba en el bullicio de aquella noche del 27.

Caminando, llegamos a la avenida Hipólito Irigoyen y el tipo nos hizo seguir en dirección al Parque Sarmiento. Hasta ese mo­mento casi no había hablado, solamente nos había pedido que le obedeciéramos y nos había dicho que no nos preocupáramos, que no iba a lastimarnos. Pero cuando avanzábamos por esa calle, les pidió a las chicas que caminen más adelante y empezó a hacerme preguntas: que dónde vivía, que a dónde iba, quién me esperaba, cómo me llamaba... Yo le contestaba "sí", "no", "sí", "no", y no le decía nada. Entonces empezó a decirme asquerosidades, cosas obs­cenas, me preguntaba si mis amigas habían tenido relaciones sexua­les. Quizá estaba drogado, porque también hacía preguntas sin sen­tido, como por qué calle íbamos, o en qué lugar estábamos. Era como si se hiciera el tonto, el que no conocía el lugar. Empezó a manosearme y ahí me di cuenta de que nos llevaba a algún lugar con otras intenciones más que robarnos. Las chicas caminaban como unos tres metros adelante, ellas creían que sólo planeaba asaltar­nos, pero yo no podía avisarles nada y él me alejaba de ellas. Aho­ra pienso que tenía toda la intención de que salieran corriendo y quedarse sólo conmigo, pero mis amigas se quedaron, no me deja­ron. Caminando, nos hizo meter al Parque Sarmiento.

 

La geografía de las 64 Hectáreas del mayor espacio verde de la ciudad de Córdoba combina una avenida central (la avenida del Dante) bien iluminada y transitada -sobre todo en verano- con de­cenas de rincones que la vegetación y la falta de luz vuelven manchones negros por la noche. Muchos de ellos están en torno al lago ubicado en el ombligo del parque, y en una de las dos islas que se levantan en su interior, un área a no más de 20 metros de la calle y de las veredas más concurridas del Sarmiento.

 

"No se preocupen, que les saco las cosas y las dejo", nos dijo cuando entramos al parque. ¡Estaba tan oscuro! Yo nunca había ido antes, así que no tenía idea de dónde estaba. Nos llevó atrás de un árbol, junto al lago. El tronco era ancho y como en forma de ele, desde allí podíamos ver la calle y la gente que pasaba por ahí, pero estaba tan oscuro que nadie nos veía. Sólo había una parejita sen­tada cerca, frente a nosotros, creo que sí alcanzaba a vernos... La verdad es que no entiendo qué habrán pensado que estábamos ha­ciendo allí como para no hacer nada, no intervenir, porque noso­tras llorábamos y gritábamos.

 

Entonces pasó lo más espantoso. "Bueno, ahora una por una me van chupar la pija", nos dijo, y yo tuve la sensación más fea de mi vida. El mundo, no sé... No, no... yo no entendía nada, era algo como irreal, algo que no me estaba pasando a mí. Como si fuera una película.

 

Las tres le rogábamos: "No, no, por favor", y él nos insultaba: "Hijas de puta", repetía. A mí me hizo sacar toda la ropa, y a mis dos amigas las hizo desnudar de la cintura para arriba. Nos arrodi­llamos, nos dimos la mano, llorando, temblando. Yo rezaba y reza­ba. El nos repetía que no le miráramos la cara. No sé por qué, pero el tipo se había obsesionado conmigo. Quizá me vio más vulnerable o le gusté más, qué sé yo. Me decía que me iba a llevar a otro lugar y me iba a violar. Empecé a desesperarme y sentí que prefería morirme antes de que me hiciera eso. Lloraba y le rogaba: "No, por favor, estoy descompuesta". El se puso nervioso al verme así y me arrastró por el suelo llevándome del pelo. Después me dijo que me tranquilizara, que no me iba a pasar nada.

 

Me manoseaba todo el cuerpo. Yo nunca había tenido relaciones sexuales, entonces no sabía cómo actuar, qué hacer, cómo hacer lo que decía. En un momento les dijo a mis amigas que si alguna no le hacía sexo oral y se tragaba su semen, me violaba a mí, entonces una de mis amigas aceptó hacerlo. En esas situaciones te das cuenta hasta qué punto los amigos pueden sufrir por vos, para protegerte.

 

Yo no lo miraba, él no quería que le viéramos la cara y yo no lo miraba, sólo una de las chicas lo veía a la cara. Nos insultaba, nos decía y hacía hacer cosas asquerosas. Tenía mal olor. Fue espanto­so todo, estar arrodillada, desnuda, llorando y escuchar a tus ami­gas dando arcadas detrás. Yo no sabía si iba a vivir más allá de esa noche, si no me mataba ahí. Llegó un punto donde dejé de sentir que me tocaba, era como si lo que estuviera pasando no me pasara a mí, Como si yo viera desde afuera la situación. Sentí eso que dice mucha gente que le pasó porque estuvo cerca de morirse: por mi cabeza pasó mi vida como en una película, mi mamá, mis herma­nos, mi familia. En un momento se vistió como para irse, pero se arrepintió y volvió a sacarse la ropa. Fueron como dos horas las que nos tuvo allí.

A continuación se transcribe la descripción de la ejecución del abuso sufrido por Milena y sus amigas, ocurrido el jueves 27 de febrero de 2003, tal como figura en el expediente judicial de la causa denominada "violador serial", extraído del Protocolo de aná­lisis operativo realizado por la Policía Judicial de Córdoba, en co­laboración con investigadores de la Policía Federal de Alemania (BKA, según su sigla).

"Una de las víctimas se encontraba sometida al poder inmedia­to del autor del hecho y, durante todo el tiempo era manoseada por él. Le preguntaba qué edad tenía, si era virgen y si las otras dos chicas ya habían tenido relaciones sexuales. Le preguntó también si le gustaría que él la 'cogiera' a ella y a las otras dos jóvenes. Luego que arribó a la isla del parque, él se desnudó. Luego obligó a las tres víctimas a que se arrodillasen mirando al lago y se desnu­daran de la cintura hacia arriba. Las tres víctimas siguieron las indicaciones del sujeto y se sacaron la ropa señalada. El autor del hecho se encontraba entonces desnudo detrás de las chicas y les ordenó que una tras otra 'se la chuparan'. Las víctimas le pidieron que no les exigiera eso. El autor del hecho las amenazó con un tiro si las víctimas no hacían lo que él les decía. El autor tomó a las tres mujeres de los cabellos y las forzó a inclinarse hacia el suelo para que no pudiesen verlo. Entonces, a la muchacha que había tenido sujetada en el trayecto al lago, le ordenó que se desnudara comple­tamente y le anunció que quería violarla. Mientras tanto la forzaba a que le hiciera sexo oral y la manoseaba por todo el cuerpo. Des­pués de obligar a las tres víctimas a sexo oral, les preguntó cuál tragaría su eyaculación. Las víctimas se negaron, ante lo cual el autor del hecho les dijo que si no podían decidirse, entonces viola­ría a la joven que tuvo bajo su poder durante el trayecto hasta allí. Una de las víctimas se declaró dispuesta a acceder a sus deseos, si él, después de eso, las liberaba.

 

"El autor eyaculó en la boca de la víctima y ésta tragó su se­men. Entonces el autor del hecho exigió que las jóvenes se dieran vuelta mientras él se vestía. Mientras tanto seguía manoseando a una de las víctimas. El sujeto volvió a desvestirse y ordenó a una de las víctimas a que se sentara en sus rodillas, a fin de poder penetrarla. La víctima le pidió que no lo hiciera, a lo cual el sujeto la obligó a que le hiciera sexo oral. (...) sometió a dos de las víctimas a sexo oral. Eyaculó nuevamente en la boca de ambas mujeres. Entonces les indicó a las víctimas que se pusieron de espalda para poder vestirse".

Cuando terminó, nos dijo que esperáramos 10 minutos a partir de que él se fuera, para irnos. Dijo que si no le hacíamos caso, nos mataría. Estábamos tan asustadas que esperamos. No entendíamos qué nos había pasado. Llorando, empecé a buscar mi ropa en la oscuridad. Temblaba, estaba llena de tierra, de barro, sucia. Sen­tía tanto asco. Tomamos un taxi y fuimos a mi casa. Cuando llega­mos, eran como las 2 y estaba mi hermano solo. Él no entendía nada cuando aparecimos las tres desesperadas, llorando, sucias. Lo primero que hicimos fue vomitar, todavía teníamos el olor del tipo encima. Yo me bañé, quería limpiarme todo eso. Mi hermano estaba desesperado por salir a matarlo. Pensamos en ir a buscar a mi otro hermano, que estaba en su casa, pero el que estaba conmi­go pensó que era mejor no despertarlo con todo eso. Con las chicas nos quedamos hasta tarde, hablando, llorando, tratando de enten­der, de asimilar lo que nos había pasado.

 

Después de varias horas ellas se fueron y me acosté a dormir, pero no pude. Lloré toda la noche. Al otro día cuando mi hermano mayor supo, me dijo que íbamos a ir a hacer la denuncia en ese momento. Llamó a una oficial que vino a casa y nos dijo que tenía­mos que ir a la Jefatura de Policía.

A pesar de que los rasgos físicos emparentan a Milena con la fragilidad, cuando comienza a hablar salen a la luz su determina­ción y su fortaleza. Es valiente y se le nota.

 

Sólo al revisar los detalles más sórdidos del infierno de dos horas que vivió ese jueves, la emoción le gana la garganta entrecortándole las palabras y le humedece los ojos. Pero no se permite romper en llanto, ni deja de relatar lo que vivió una vez en el mundo real y otras miles de veces en recuerdos que quedaron como una marca en su memoria.

En la Jefatura de Policía me recibieron unos oficiales que me mostraron un mapa y me explicaron que ellos estaban siguiendo a un violador serial, que atacaba aquí y allá, y que actuaba de ésta y aquella forma. Entonces empezaron a decirme qué debería haber hecho yo cuando el tipo me agarró, porque él "no hubiese dispara­do con la pistola" por esto y aquello. "En ese caso hay que correr", me decían. Yo me sentía tan mal, tan culpable. Llena de tanta, tanta vergüenza. Es impresionante la vergüenza que se siente. To­dos los policías eran hombres, estuve un rato largo ahí.

 

Después pasé sola a una habitación en la que un oficial me tomó declaración. Escribía de costado a mí, en una máquina, sin mirarme, y repetía lo que yo decía. "Entonces me hizo sacar la ropa", "y me tocó así". Sólo me miró cuando me preguntó si el tipo me había penetrado y yo respondí que no.

 

-¿No te penetró?

 

-No -dije de nuevo.

 

-¿Segura?

 

-Sí -repetí.

Era como si no me creyera. Le conté todo y después lo escuché de nuevo, cuando me leyó toda la declaración.

 

De allí pasé a otra habitación donde había dos médicos senta­dos en un escritorio. Me dijeron que me sacara la ropa, que me diera vuelta, "ahora ponéte así", "ahora así" me pedían sin tocarme. "¡Cómo te vas a bañar!", me reprocharon. Con un hisopo, me tomaron muestras de saliva para analizarla, buscando restos de semen. Yo no podía dejar de pensar en lo irreal que era todo, la noche anterior me vestía para salir con mis amigas y ahora tenía ese hisopo en la boca. "Ahora tenés que hacerte el análisis del Sida y la revisación por otras enfermedades, pero no sé qué resul­tado dará porque pasó ese tiempo, y bla bla bla...", repetían los médicos, como aleccionándome. "Pobrecita, ¿cuántos años tenés? ¡Cómo no fuiste al hospital!". Lo que no me explicaron claramente fue dónde atenderme y qué hacer por mi salud. Tampoco me ofre­cieron ayuda psicológica de ningún tipo.

 

Estuve en la Jefatura de Policía desde las 14 hasta las 22.30, más o menos. Todo el trato fue tan frío... No me dieron una taza de café, nadie me preguntó cómo me sentía y yo necesitaba tanto que me preguntaran eso. Sentía tanta vergüenza, tanta soledad y de­samparo. Cuando salí, estaba muy cansada, fue tan humillante pa­sar por eso de nuevo.

 

No volví a tener noticias de la Policía hasta dos meses después, cuando me llamaron para hacer una declaración. Después de eso, no se volvieron a comunicar conmigo.

 

"Re victimización o victimización secundaria" es la forma en que se tipifica desde la Psicología el efecto que tiene para una víctima revivir, al revisar para sí y relatar a terceros, el ataque del que fue blanco. Como éste es un costo inevitable de todo proceso de denuncia, los especialistas aconsejan disminuir los factores que intensifican la sensación de culpa, vergüenza y humillación de la persona que lo protagoniza. En el caso de una mujer violada, las recomendaciones que hacen pueden deducirse desde el sentido co­mún: que sean mujeres quienes le tomen declaración y la guíen en el proceso de denuncia, y personal policial con entrenamiento jurí­dico pero a la vez formación suficiente como para contenerla el que trate con ella. Los mismos criterios pueden aplicarse al exa­men médico-forense.

Al otro día fui al Hospital San Roque, me llevó mi hermano que es médico. Allí me atendió un doctor que había recibido a otras chicas víctimas de violaciones, fue muy amable, me explicó todo. Cuando me tomaron la muestra de sangre para el análisis del Sida, pensaba ¿qué hago yo haciéndome este análisis? Aún no podía creer lo que me pasaba. El médico me tranquilizó, me dijo que era muy poco probable que estuviera contagiada. También me pusieron la vacuna contra la Hepatitis B. Yo fui al hospital gracias a mi herma­no y una amiga, que me guiaron y acompañaron. Pero una de las chicas prefirió no atenderse.

 

Sida, Hepatitis B, Sífilis, Blenorragia, infecciones por clamidia, infecciones por tricomonas, herpes virus, molusco contagioso y escabiosis; son algunas de las enfermedades que una mujer violada puede contraer a partir del contacto sexual y el intercambio de fluidos con su atacante. Si la víctima no es revisada y sometida a una batería de análisis que permita la detección precoz de estas patologías y su tratamiento, algunas pueden resultar mortales -tal es el caso del Sida o la Hepatitis B- o generar efectos permanentes -como la esterilidad, producto de la infección pelviana aguda.

Los días posteriores a todo eso fueron muy difíciles. Me fui a Jujuy porque me sentía la persona más sola y desamparada del mundo. Mis padres no supieron muy bien cómo reaccionar, es difí­cil para las familias aceptar algo así, tener claro qué hacer. Mi mamá se largó a llorar cuando me vio y yo me sentí peor. "Bueno, no le contemos a nadie, hay que olvidarse", dijo. Fue tan difícil para mí contarles a mis padres lo que había pasado, me sentía cul­pable, pensaba en por qué me había pasado a mí. Quizá por cómo me vestía, o porque soy tetona, o porque hice algo que no debí. Estaba segura de que nadie me iba a querer, de que ningún hombre iba a querer estar conmigo.

 

Aunque mi mamá no supo bien cómo acompañarme, era la per­sona que yo más necesitaba en el mundo. Pero mucha otra gente sí me acompañó: mis hermanos, mis amigos... Yo sentía muchas ma­nos en mi espalda que me sostenían y me decían: "No te caigas, tenés que seguir adelante".

 

Cuando regresé a Córdoba, no quería salir a la calle y tenía miedo de todo. Encima el tipo estaba libre y yo no sabía si él podía encontrarme. No salía nunca sola y me ponía muy mal cuando leía algo sobre él o cuando me enteraba de que le había hecho a otra chica lo que me hizo a mí.

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//10 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XI Nueva Córdoba

por jocharras a las 10:00, en La Marca de la Bestia

CAPÍTULO XI

Nueva Córdoba

En la jungla

El semáforo se pone en rojo y la 4x4 clava los frenos justo en la esquina. Un par de jóvenes se abalanzan sobre el vehículo para limpiar el parabrisas a cambio de dos monedas, un cigarrillo o nada. Es de noche y todas las luces del bulevar Chacabuco están encendidas. Por los parlantes de la camioneta resuena la base rítmica de un tema de música electrónica. Los tonos graves hacen sacudir al vehículo desde dentro. "Tung tung tung...", el sonido es tan fuerte que parece dar golpes en el pecho a todo aquel que pase cerca. En el coche, los cuatro amigos ríen, beben de la bote­lla de cerveza y deliran cuando ven pasar delante de ellos a cua­tro chicas vestidas para matar. Juntas son un espectáculo visual. Ellas sonríen y los jóvenes desesperan. Uno de ellos se asoma por la ventanilla del lado del acompañante, le jura a una de las ami­gas darle todo el amor del mundo y le ofrece casamiento. Detrás de ellas pasan caminando otras cinco chicas y metros más atrás varias más. Todas apuran el paso ya que el semáforo se corta en cualquier momento.

 

La luz finalmente se pone verde y la 4x4 demora unos segundos en arrancar. Los autos que están detrás hacen cambio de luces y se prenden de la bocina hasta que el conductor finalmente pone pri­mera, pisa el acelerador a fondo y suelta el embrague. El vehículo acelera y se pierde por el pavimento, las luces violetas ubicadas debajo del motor convierten a la camioneta en una nave espacial. El chirrido de las gomas tapa durante un par de segundos los acor­des de una canción de los Rolling Stones que empieza a sonar en el bar de la esquina. El local es pequeño y ya no cabe nadie más den­tro. Las mesas están todas ocupadas y el humo de los cigarrillos se convierte en una densa cortina azulada, iluminado por los reflecto­res del bar, y cubre todos los vasos a medio llenar, las botellas y decenas de rostros sonrientes. En la vereda hay más mesas y sillas abarrotadas de chicos y chicas que hablan, gritan y ríen en un per­manente juego de seducción.

 

Al lado hay una heladería y metros más allá un bar, dos bares, tres bares. Todos están repletos de gente de todas las edades, pero principalmente jóvenes de no más de 25. En la cuadra hay un cyberbar con unas 20 computadoras. Todas están ocupadas por jó­venes que chatean, controlan sus casillas de mails o pasan el tiem­po navegando en páginas de juegos, música y sexo. En la puerta del local hay dos amigos esperando turno hasta que se desocupe algu­na PC.

A la vuelta de la esquina, el panorama no cambia demasiado. A media cuadra, en el subsuelo de un edificio, un grupo de chicas practica step en un gimnasio todo pintado de blanco y con vidrios espejados. Algunas se paran un minuto, muertas de cansancio y dan cuenta de botellas de agua mineral.

Al frente hay un boliche con las luces de neón rojas encendidas, pero las puertas aún están cerradas. Es temprano y falta un par de horas para abrir y para que los patovicas, con sus cuerpos fabricados a base de anabólicos, se paren en la puerta con cara de pocos amigos y se pongan a rebotar a todo aquel que no les guste. Frente a la disco, cinco taxis están detenidos a la espera de clien­tes que hagan dejar de bostezar a sus choferes.

Por la Chacabuco pasa un ciruja en bicicleta. Lleva el pelo canoso y enmarañado desde hace años. Usa un viejo y sucio saco que le tapa parte del pantalón repleto de manchas oscuras de dis­tintas formas y colores. Las botas están llenas de barro y empujan con paso cansino los pedales. En la parte trasera del asiento lleva una bolsa de nailon con dos cajas de vino que acaba de comprar. También lleva cartones aplastados que canjeará por un par de mo­nedas. Se lanza por la Chacabuco sin dar importancia a un colecti­vo que pasa volando a su lado. El bocinazo del ómnibus retumba en la cuadra durante un par de segundos. El colectivero pega un volantazo y evita atropellar al ciclista que se aleja insultando por lo bajo. La imagen de estos dos personajes extraños al barrio con­firma la noche de Nueva Córdoba, donde a nadie le importa lo que hace el otro y todo el mundo está preocupado por sí mismo.

El desfile de chicos y chicas por la zona parece interminable. Se abren paso como pueden en las veredas atestadas de gente y en la calle repleta de autos estacionados y en movimiento.

La cuadra está llena de edificios. En realidad, es el barrio el que se encuentra poblado de monumentales estructuras de hormigón y ladrillo que se elevan como hongos hacia el cielo, en medio de decenas de obras en construcción que se erigen donde años atrás podían apreciarse viejas casonas de familias de renombre.

El olor en las calles es una mezcla que va desde los perfumes de quienes deambulan por allí hasta deliciosas fragancias que se desprenden de las flores de los árboles del bulevar, pasando por el aroma de hamburguesas, pizzas y demás comida chatarra.

Es la isla de la tentación. Es Nueva Córdoba, uno de los barrios más importantes y poblados de la ciudad de Córdoba. Vecina al centro de la Capital, la barriada cuenta con unas 70 cuadras distri­buidas en un triángulo formado por el bulevar San Juan, que se convierte en bulevar Illia, la avenida Vélez Sarsfield y finalmente la avenida Ambrosio Olmos, que se transforma, a su vez, en la ave­nida Poeta Lugones. Un triángulo que cuenta con una población de miles de jóvenes de clase media, en su mayoría oriundos del inte­rior de Córdoba o bien de otras provincias -como San Luis, La Pam­pa, Catamarca, Santiago del Estero, La Rioja, Tucumán, Salta y Jujuy- y que vienen a la Capital a estudiar en la Universidad Nacional o a cualquiera de las privadas.

El corazón del barrio Nueva Córdoba es la plaza España, una gran rotonda de cemento y baldosas con columnas rectangulares, que conecta a la barriada con la Ciudad Universitaria y con el Parque Sarmiento.

A cinco cuadras de la plaza, bajando por la Poeta Lugones se llega a la terminal de ómnibus. Si la plaza España es el corazón de Nueva Córdoba, podría decirse que la terminal es la cabeza del barrio. Por allí circulan diariamente decenas de miles de personas que viajan y llegan en colectivos de larga distancia, en su mayoría, provenientes de todos los rincones del país.

Por las inmediaciones de la estación el panorama es distinto al del resto de Nueva Córdoba. Ya no son tantos los boliches y tampo­co hay demasiados bares ni pubs de moda atestados de jóvenes. En la zona se observan viejas casonas venidas abajo, mezcladas con edificios y comercios tradicionales como quioscos, verdulerías, panaderías y restaurantes para viajeros.

La zona está poblada de árboles y es más oscura. La mayor parte de la gente que por allí transita lo hace a las apuradas con bolsos o mochilas a cuestas.

Allí, en medio de toda esa jungla, hay dos chicas paradas en la esquina de Illia y Balcarce. Están a dos cuadras de la terminal. El semáforo en rojo las detiene. Se trata de Mariela y Guadalupe, dos pibas de 23 años, oriundas del interior de Córdoba, que se hicieron amigas y compinches en la facultad. Están tan animadas charlando que ni le prestan atención a la 4x4 con luces violetas debajo del motor que pasa a mil frente a ellas.

Es domingo de primavera. Es el 3 noviembre de 2002. Faltan pocos minutos para que el reloj enclavado en el medio del cantero de Illia marque las diez de la noche.

Hace un par de minutos que Guada pasó a buscar a Mariela a su departamento sobre Illia para salir a caminar un rato. La noche está excelente como para quedarse encerradas en el depto. Salen a dar vueltas por Nueva Córdoba .sin un rumbo fijo. Como hacen todos, salen a rondar la noche. Si pinta un bar -como dicen sus amigos-, anclan allí. Si no, siguen dando vueltas hasta dar con un buen lugar.

Cruzan el bulevar y caminan apuradas en medio de varias per­sonas, sin darle demasiada importancia a un hombre con gorra blan­ca, bermudas y remera manga corta que se encuentra parado al lado de unos autos estacionados. Ni bien ellas pasan, el tipo se acomoda la gorra y empieza a seguirlas, sin dejar de clavarles la mirada. Visto desde atrás, su forma de caminar se asemeja a la de un gorila.

Después de tres años y medio, Marcelo Mario Sajen vuelve a su zona predilecta, a cazar víctimas desprevenidas. Vuelve a Nueva Córdoba a saciar su hambre sexual. Vuelve al barrio de siempre, aquel donde es fácil pasar inadvertido entre tanta gente y tan po­cos policías. Hace menos de un mes que salió de la cárcel y necesi­ta dar rienda suelta a su bestialidad.

Paralizadas

Las dos chicas empiezan a subir por Balcarce. No llegan a hacer 10 metros cuando Mariela siente que alguien se acerca co­rriendo y respira agitado. Ni ella ni Guadalupe alcanzan a darse vuelta cuando ya lo tienen encima. El hombre abraza a Mariela y pasa el brazo derecho sobre su espalda y con la mano le aprieta el hombro. Mientras tanto, con su mano izquierda le apoya el caño de una pistola directamente en la cintura. La chica se queda pa­ralizada, sin entender nada. Su amiga tampoco sabe qué hacer. Piensa en salir corriendo a pedir ayuda, pero se queda quieta, porque sabe que si huye a su amiga puede irle mal. De todas maneras, tampoco puede escapar, el miedo la ha paralizado por com­pleto.

-Shhh, quietas, quietas, pendejas. Se me quedan calladitas y no les va a pasar nada. Sigan caminando que no pasa nada. Esto es un robo. Vamos a ir caminando hasta la esquina, me dan todo lo que tienen y las dejo ahí -dice Sajen en voz baja, pero con un tono que permite que las chicas lo oigan y no atinen a hacer otra cosa que no sea obedecerlo-. Tranquilas, que no les va a pasar nada. Quiero que me den toda la guita que tienen enci­ma. ¡Vos hija de puta no te des vuelta, no me mirés, porque te cago matando! ¿Me entendés, che pelotuda? Te cago matando a vos y a tu amiga. Hagan lo que les digo y no les pasa nada. Y vos no salgas corriendo, no te hagás la canchera y vení para acá porque cago matando a tu amiga. La hago boleta. La guita, la guita, vamos, denme la guita - repite Sajen, sin detenerse du­rante la subida de la Balcarce.

Aterradas, Mariela y Guadalupe apenas pueden caminar. Están mudas del miedo. Una de ellas extrae un billete de 10 pesos, todo arrugado, del bolsillo delantero del pantalón y se lo da a Sajen. La otra se saca una cadenita de oro y un reloj pulsera.

Los tres llegan al cruce de Balcarce con la avenida Poeta Lugones. Frente a ellos se levanta el Parque Sarmiento. Por la ve­reda de la avenida pasan varios grupos de amigos caminando, mu­jeres solas, parejas abrazadas. Poco más allá algunos jóvenes prac­tican footing, con la música palpitando en sus discman.

El ir y venir de autos, a pesar del día y la hora, es incesante. También circulan colectivos de larga distancia ya sea rumbo a Buenos Aires, a Mendoza o al sur del país, con pasajeros que bostezan, duermen plácidamente o contemplan a través de las ventanillas, con mirada indiferente, lo que ocurre en la calle.

Sajen llega a la esquina, mira hacia el parque, pero opta por doblar hacia la izquierda y dirigirse por Poeta Lugones hacia la terminal de ómnibus. Sabe bien dónde llevarlas, pero no se los dice. Eso las asustaría y echaría por tierra el plan.

Las dos amigas le dicen que ya le dieron todas las cosas de valor que llevan encima y le piden que las deje ir. Sajen no respon­de y mira hacia adelante, de un lado hacia el otro, controlando toda la situación. Fotografiando todo lo que ocurre, escudriñando cada metro, llevando el control. Por fin, habla.

-Quedense tranquilas. No les voy a hacer nada malo. No soy un choro, no soy una mala persona. Esto lo hago porque tengo hi­jos y tengo que darles de comer. ¿Vieron cómo están las cosas ahora? Está dura la calle, no hay laburo, no hay un mango - Mariela y Guadalupe lloran de pánico y tiemblan. Sajen, de golpe, se exaspera-. Vos, dejá de llorar como una pelotuda y abrazame como si fueras mi novia. Vos seguí caminando y no se te ocurra salir corriendo o gritar porque liquido a tu amiga. ¿Lo conocen a Gustavo? - dice Sajen, sin obtener respuestas.

En varios de sus ataques anteriores y posteriores, el depravado pronunció ese nombre mientras abordaba a sus víctimas y las con­ducía al sitio elegido de antemano para violarlas. Hasta el día de hoy, nadie sabe ni puede decir con certeza a qué o a quién se refe­ría con esa palabra, si es que representó algo. No existe ningún familiar cercano a él que se haya llamado así. Es más, ni su esposa ni sus amantes, como así tampoco sus hermanos u otros familiares recuerdan a alguien del entorno con ese nombre.

Con estos elementos podría cobrar validez la suposición de al­gunos investigadores judiciales que señalan que "Gustavo" sería un término utilizado para hacer referencia a la eyaculación.

En sintonía con esto, un funcionario de la Fiscalía General de la Provincia opinó que la palabra Gustavo era "común" en la cár­cel, pero eso fue rechazado por los presos y ex presos consultados. Aun así, alguna gente del barrio donde creció Sajen dijo que es común en ciertas reuniones de hombres escuchar referencias a la llegada del "Gustavo", como la llegada del orgasmo y la eyaculación.

La afirmación más fundamentada y menos subjetiva sobre el tema, la efectuó el comisario Oscar Vargas, uno de los policías que ayudó a atrapar a Sajen, quien precisó: "¿De qué vale buscar significados? En la práctica de Sajen y del caso violador serial la utilización del nombre Gustavo era el primer golpe que daba el atacante a sus víctimas, provocándoles la primera confusión de la serie de confusiones que le permitían sostener el control".

Gustavo, además, es el nombre inventado que solía usar Sajen cuando era detenido y necesitaba dar una falsa identidad. Al me­nos en una ocasión (cuando estuvo detenido en 1993) dio el nombre Gustavo Rodolfo Segal y en otra (en 1999) se hizo llamar Gustavo Rodolfo Brene.

-¿No lo conocen a Gustavo? -vuelve a preguntar Sajen. Ni Mariela ni Guadalupe responden.

Para entonces, el hombre ya les ha hecho cruzar la avenida y las lleva a paso acelerado hacia el viejo edificio de los Molinos Minetti. El predio, ubicado sobre el bulevar Perón y frente de la terminal de ómnibus, se encuentra abandonado desde hace varios años. Cuenta con varios pisos y ocupa una gran extensión de terre­no. Los accesos al predio conducen directamente a sectores aban­donados, oscuros y cubiertos por enormes yuyales.

Según determinarían los investigadores con posterioridad, ésa era la primera vez -conocida- que Sajen llevaba a una víctima a ese lugar. Antes, si bien había abusado sexualmente de otras jóve­nes en ese sector de la ciudad, preferentemente lo había hecho en el Parque Sarmiento, ya sea en la Isla Crisol o bien en la pista de patinaje.

Sajen hace detener a las dos chicas debajo del puente del Nudo Vial Mitre, donde se encuentra la obra El Hombre Urbano, y em­pieza a revisarlas como si fuera un policía. En realidad, las palpa de un modo idéntico al de los uniformados. Está agitado. Las cua­tro cuadras que las había hecho caminar, desde que las abordó, lo habían dejado boqueando.

Primero sujeta a Mariela y mete sus manos en los bolsillos tra­seros de su jean. El manoseo lo excita.

Qué linda cola tenés, pendeja! -susurra mientras manosea a Guadalupe y termina por descontrolarse -Vamos mierda, métanse ahí- grita Sajen, mientras las obliga a entrar al viejo edi­ficio, conduciéndolas directamente hacia un baldío interno que da hacia el bulevar Perón y corre paralelo a las vías que pasan por la estación ferroviaria Mitre.

Ni bien se cerciora de que no hay nadie que pueda complicarle sus planes, obliga a las chicas a ponerse de cara contra una pared, cerca de un tanque de agua, y vuelve a manosearlas. Hace que Guadalupe se tire al suelo y se quede boca abajo con las manos sobre la cabeza.

Se acerca entonces a Mariela y la obliga a que no despegue la vista de la pared. La abraza por detrás y empieza a hablarle al oído, mientras le acaricia los pechos y empieza a bajarle el panta­lón. Mariela grita y trata de defenderse, sujetándose el jean, pero se lastima las manos. Sajen le pega en la cabeza y le apoya la pis­tola en la sien.

-Hija de remil puta, quedate quieta o te cago matando mierda. Te juro que te mato. Nadie va a venir a ayudarte.

Mariela llora desconsolada. Lo mismo hace Guadalupe, ahogando su llanto en el piso.

Sajen se baja el cierre de la bermuda, se escupe la mano y empieza a masturbarse. Intenta penetrar a la joven por el ano, sin dejar de mirar para todos lados. El grito de dolor retumba en el descampado y se pierde en medio de la oscuridad. En un impulso desesperado, Mariela trata de manotearle el arma a Sajen, mien­tras le grita:

Matame hijo de puta, matame, matame! ¡Antes de que me ha­gas esto, prefiero que me mates, hijo de puta!...

Sajen queda descolocado durante unos segundos mientras la ira lo quema por dentro. Levanta la mano y le da una furibunda cachetada en la cara antes de soltarla. En segundos, se viste, mete la pistola 11.25 dentro de la bermuda a la altura de la cintura y amenaza a las dos chicas.

-Quédense quietas o las mato a las dos. Yo me voy a ir, pero ustedes se me quedan media hora acá. Voy a estar cerca, mirándolas. Si se van antes o me siguen, las doy vuelta de un balazo.

Y vos, no hagas ninguna denuncia. Vas a pasar la vergüenza de tu vida con los canas. Se van a cagar de risa de vos. Encima te voy a ir a buscar a tu casa y te voy a liquidar.

Sajen se tranquiliza, sale caminando de los viejos Molinos Minetti y retoma la avenida Poeta Lugones, en dirección a la plaza España. Falta apenas media hora para la medianoche del domingo y decide retornar a su casa.

Sólo cuando siente que el violador está lejos, Mariela se viste y se abraza en un llanto desconsolado con su amiga. Minutos des­pués llegan al departamento de una de ellas sin despegar la mira­da del piso y presenciando cómo el mundo de Nueva Córdoba gira con total normalidad.

En el departamento pasan un largo rato bañándose. Se sienten destruidas y no pueden entender por qué les tuvo que tocar a ellas. Después parten a la comisaría del barrio Nueva Córdoba, desde donde las mandan (en taxi) a la Unidad Judicial de la División Pro­tección de las Personas, en la Jefatura de Policía ubicada en aveni­da Colón al 1250, donde los policías y funcionarios de la unidad se encargan de que Mariela vuelva a sentir la violación.

La misma humillación y mal trato se trasladarían después a los consultorios de la Policía Judicial, cuando fue revisada por un médico forense.

Al alcance de la mano

El dibujo muestra de espaldas a un hombre corpulento, casi sin cuello, de brazos largos musculosos y pelada incipiente. Debajo de la figura se alcanzan a leer las especificaciones de la autora: pan­talón largo de jean, remera blanca mangas cortas y zapatillas.

Cuando A. lo dibujó por primera vez, apenas habían pasado horas del ataque y su memoria todavía guardaba un recuerdo fres­co de esa imagen que tampoco el tiempo iba a poder borrar fácil­mente.

Fue víctima de Sajen el 13 de noviembre de 2002, algo más de un mes después de que éste hubiera sido dejado en libertad por el Servicio Penitenciario de Córdoba. Aunque menos triste que otras, porque esta joven logró escapar de las manos de su agresor antes de ser sometida, la historia de A. echa luz para entender cuán lejos estaba la Policía en 2002 de atrapar al delincuente que ya había abusado de más de 30 mujeres de la ciudad de Córdoba.

La joven fue contactada por nosotros en los primeros meses de 2005 y accedió gentilmente a contar lo que le pasó aquella noche. El encuentro se concretó en el bar de la librería El Ateneo, junto al vidrial que da hacia la avenida General Paz, pleno centro de Córdoba.

Bajita, de pelo castaño y curvas sutiles pero pronunciadas, A. relató lo que sucedió mientras caminaba rumbo a Nueva Córdoba desde la calle Corrientes, subiendo por Obispo Salguero, hacia su departamento ubicado 20 metros antes de que esta última calle se cruce con Rondeau.

"Venía de acompañar a un amigo hasta su casa. Eran cerca de las nueve y media de la noche. Llegué despreocupada a la altura de bulevar San Juan porque no me seguía nadie", recuerda la chica antes de explicar que un año antes de encontrarse con quien asegu­ra era Sajen, había sido víctima de un hombre que la manoseó en plena calle. "Desde entonces -asegura- me volví muy cuidadosa y siempre estaba mirando para atrás por las dudas, por eso te puedo decir que, al menos desde atrás, nadie me había seguido".

A. habla acompañada de gestos y nunca deja de mover sus ma­nos, pero a medida que avanza el relato ese histrionismo suma un nuevo elemento y es el de los dibujos. Mientras habla, la joven toma una servilleta y traza un plano. Esa noche, A. cruzó el bulevar que está ubicado a 80 metros del departamento donde vivía y, cuan­do apenas había comenzado a caminar por Obispo Salguero, sintió que alguien la agarraba del cuello y, con la otra mano, le apretaba los riñones.

"Me torció el cuello para que no lo mirara y automáticamente me dijo: 'Te bajo acá. Decile a Gustavo que se deje de joder que lo voy a coger y lo voy a hacer mierda'". Cuando escuchó la amenaza, A. creyó que su atacante se había equivocado y se lo dijo, pero el desconocido demostró que eso no iba a frenarlo. "No importa", res­pondió, mientras despaciosamente la hacía caminar.

"Mientras me llevaba se dio lo que, según me dijo después la Policía, era una característica clásica de los ataques de Sajen. Como yo estaba exaltada, él se tranquilizó un poco con sus amenazas, como si supiera lo que me pasaba y lo que tenía que hacer para controlarme", asegura la chica.

-¿Tenés plata? -preguntó el desconocido.

-No tengo nada -respondió A.-

"En ese momento empecé a sentir taquicardia, como si el cora­zón me fuera a explotar y el pecho se me saliera, así que comencé a sollozar sin parar, sin poder contenerme", cuenta la joven de 23 años, mientras se lleva las manos al cuello.

Cuando era llevada por el desconocido, A. vio a una mujer y la miró fijamente a los ojos, pero ésta no se dio cuenta de lo que pasaba. El miedo tampoco le permitió a la chica encontrar fuerzas para hablar o al menos hacer el gesto de horror que deseaba. Si­guieron caminando, despacio.

"Él había bajado la presión, pero yo nunca bajé el nivel de tensión y ahora pienso que eso fue lo que me salvó. En ningún mo­mento pensé que iban a violarme o a pegarme o asaltarme. Pensé que me mataban, que me moría y me decía 'no me puedo morir ahora, no me puedo morir ahora, no me puedo morir ahora'", afir­ma A., quien aún hoy no puede creer que en esa cuadra donde siempre está lleno de gente, aquella vez no hubiera nadie.

"Yo tenía fe de que si hacíamos unos metros más íbamos a pa­sar por el frente de mi edificio y el portero se iba a dar cuenta, pero justo cuando nos acercábamos, él me hizo cruzar la calle".

-¿De dónde sos? -preguntó el desconocido mientras cruzaban.

A. intentó contestar, pero no tuvo fuerzas.

-¿Dónde vivís? -volvió a preguntar el atacante, tratando de que el control no se le fuera de las manos.

A. volvió a hacer silencio y señaló el edificio con su cabeza.

-Si te portás bien -volvió a hablar el atacante-, no te va a pasar nada. Yo estoy jugado así que si te portás mal, te bajo acá mis­mo.

Ya habían llegado casi a la esquina, donde había un videoclub. Entonces A. se dio cuenta de que ya no sentía aquella presión en los riñones.

"Me di cuenta de que no me estaba apuntando más con lo que, yo creía, era un arma. Como yo pensaba que iba a matarme, no pude evitar mirar para atrás. Vi que no tenía arma... No sé de dón­de saqué fuerzas, pero lo empujé y lo alejé. Entonces me dijo que me callara la boca y no dijera nada y salió corriendo por Rondeau, donde se encuentra la Clínica El Salvador", relata A., como si aque­lla experiencia hubiera ocurrido ayer.

Increíblemente, y por un segundo, el victimario se convirtió en perseguido porque, "llena de bronca", A. comenzó a perseguirlo. A poco de andar, la joven se detuvo y se dio cuenta de que era un error. "Fue un impulso nada más, pero estaba tan asustada que ni siquiera pude gritar, me quedé parada ahí viéndolo correr. Sin embargo, eso me sirvió porque justo cuando pasó frente a la clíni­ca, las luces hicieron que pudiera verle perfectamente la espalda y la pelada en la cabeza. Su imagen me quedó tan grabada en la memoria que después pude hacer un dibujo de su silueta vista des­de atrás y dárselo a la Policía", señala la chica.

En este punto es necesario detenerse y señalar, sin dejar de considerar valiente la actitud de A., que los estudiosos de este tipo de delitos entienden que los ataques de un delincuente sexual pue­den tener aspectos comunes entre sí, pero son imposibles de com­parar por más que esas características similares existan. A. pudo escapar de su atacante porque las circunstancias del hecho se pre­sentaron de tal manera que ella pudo aprovecharlo. Sin embargo, eso no significa en lo absoluto que, aun en circunstancias simila­res, otras víctimas hayan tenido la misma suerte de la chica.

Resulta importante precisar que las otras víctimas de Sajen no tienen ninguna culpa o responsabilidad por no haber podido esca­par. Simplemente tuvieron la mala suerte de que sus circunstan­cias y el contexto en el que se desarrollaron las mismas no les permitieron zafarse como A.

"Era el violador serial"

Si alguien hubiese escuchado y prestado atención en su momento a A., muchas otras jóvenes se habrían salvado de caer vícti­mas de Sajen.

"Cuando lo dejé, entré al edificio, pero el portero no estaba. Subí aterrada hasta mi departamento y, recién cuando entré, me di cuenta de que tenía que denunciarlo. No podía dejar que esto pasa­ra sin hacer nada", cuenta la chica de ojos almendrados. "Fui al cyber que está al lado de mi edificio y le pedí al chico que atiende que me acompañe a hacer la denuncia. Lo hizo, pero no muy convencido", recuerda.

Lo siguiente puede considerarse la más clara muestra de la nula importancia que la Policía de Córdoba le daba hasta ese mo­mento a los abusos y la evidencia más patente de que en Córdoba se desconocía que un violador serial había abusado ya de una treintena de chicas. Desandando el camino que había hecho con el atacante, A. bajó hasta bulevar Arturo Illia con su acompañante. Cerca del cruce con la calle Paraná, sus ojos se encontraron con la misma persona que la había atacado. El hombre caminaba por la vereda del frente del bulevar, en dirección a la terminal de ómnibus, y se disponía a abordar a otra chica. "Caminaba como si estu­viera sacado", recuerda A.

"Mirá, ése es el hijo de puta", gritó A. a su acompañante. El sujeto escuchó, se detuvo un momento, retrocedió unos metros y se sentó en los escalones de ingreso a una casa, dejó caer sus brazos al suelo y agachó la cabeza. Simulaba ser un borracho.

"Ése es", volvió a gritar la chica, quien cruzó a la vereda del frente. El hombre se levantó y salió corriendo. A. no tiene dudas de que era Sajen.

Justo en ese momento pasaba por calle Paraná un patrullero de la Policía, dirigiéndose hacia el Parque Sarmiento. A. le hizo señas para que se detuviera. El coche se paró ni bien cruzó la es­quina.

"Ese hijo de puta que va allá corriendo me intentó atacar re­cién", dijo la jovencita a los gritos. Según recuerda, lo primero que hizo uno de los policías fue mirarle el pantalón ajustado que ella llevaba puesto.

-Ese que va ahí -señaló de nuevo A:, mientras apuntaba a Sajen que se encontraba a unos cincuenta metros de la esquina.

-¿Qué te hizo? -preguntó el policía.

-Me quiso atacar -respondió la joven.

-¿Te pidió plata?

-No.

-¿Te manoseó?

-No.

-¿Qué te quiso hacer? -insistió el uniformado.

-Me iba a matar -respondió A.

"El policía me trató bien, pero cuando terminó de preguntarme esas cosas, el tipo ya había desaparecido. Entonces, me dijo que él no podía hacerse cargo del tema porque tenía que llevar a unos detenidos a la comisaría", dice la jovencita.

Dibujo

La joven cuenta que, a pesar de haber hecho la denuncia, ja­más fue citada por la Policía o. la Justicia.

A. recién sería contactada por los investigadores en octubre de 2004, luego de que ella misma se comunicara al teléfono 0800 555 8784 que había sido habilitado por la Justicia para recibir informa­ción de la población sobre el violador serial.

Tiempo después de esa comunicación, la jovencita fue contactada por el comisario Vargas, de Protección de las Personas de la Policía.

"Fue la primera vez que pude contar lo que me pasó a alguien que mostró interés en saberlo", asegura A.

Vargas contactó a la estudiante con el comisario Sosa, quien al enterarse de que la chica tenía memorizada la imagen de atrás del sospechoso, le pidió que se lo dibujara en una hoja. Desde enton­ces esa ilustración, dibujada con lapicera negra, pasó a ocupar un lugar de suma importancia en el escritorio de Sosa, junto al retrato de sus hijos, los diplomas de sus estudios y las fotos e identikits de los homicidas más buscados de Córdoba.

Tan seguros estaban ambos policías de las palabras y del relato de A. que se reunían todas las noches en Nueva Córdoba, con el dibujo en la mano, convencidos de que si veían pasar de espadas al violador serial, seguramente lo reconocerían.

Fue el hecho de que Sosa se mostrara dispuesto a hablar del dibujo, sin dar precisiones sobre el caso en sí, lo que despertó nues­tra curiosidad para encontrar a A.

La experiencia vivida por esta chica no consta en la causa judi­cial del fiscal Ugarte, ni está directamente vinculada con Sajen en los archivos policiales. Sin embargo, resulta extremadamente útil para demostrar hasta qué punto cuando ocurrió (pese a que hoy sabemos que Sajen ya había violado a más de 30 mujeres) el inte­rés y la dedicación por atrapar al violador serial eran prácticamente inexistentes.

El dibujo, además, demuestra cuán lejos parecía estar la Poli­cía del serial, ya que ese hombre de espaldas que adornaba la ofi­cina de Sosa es notablemente más parecido a Marcelo Sajen que los demás identikits con los que contaba la Policía.

A las dos semanas

De acuerdo con las denuncias que constan en la causa judicial, Marcelo Mario Sajen volvió a violar dos semanas después del ata­que contra Mariela y su amiga, el 17 de noviembre de 2002. La víc­tima en este caso fue una joven de unos 20 años, que fue sorprendi­da por el delincuente a pocos metros de su casa, en la calle Baradero del barrio Santa Catalina. La barriada se encuentra ubicada entre las avenidas Madrid y Cruz Roja Argentina, cerpa de la Ciudad Universitaria. El ataque fue cometido a unas 30 cuadras de los vie­jos Molinos Minetti.

La chica fue obligada a caminar unas tres cuadras hasta que finalmente fue violada en un descampado. El ataque ocurrió en plena noche y tuvo características semejantes al anterior. La única diferencia fue que el serial estuvo más tiempo con su víctima.

El siguiente hecho adjudicado a Sajen por la Justicia se regis­tró casi un mes después, otra vez en el barrio Nueva Córdoba: el viernes 13 de diciembre, a la noche. En aquella oportunidad, según señalan los investigadores, el hombre sorprendió a una chica de 21 años cuando caminaba sola en inmediaciones de la calle Obispo Trejo, entre la avenida Hipólito Irigoyen y San Luis. Sajen la ha­bría abordado de atrás, pero la chica alcanzó a gritar y salir co­rriendo. Cuando la gente que caminaba por la zona se dio vuelta para mirar, el sospechoso se había hecho humo.

Pasarían poco más de dos semanas para que el lobo volviera a atacar en la zona. A partir de entonces iniciaría una secuencia de ataques prácticamente nunca vistos en Córdoba por su mecánica y su reiteración en sitios puntuales. Los hechos se iban a incrementar en los meses siguientes, convirtiendo al 2003 en el año de la bestia. A todo esto, la Policía demostraba no tener todas las intenciones de echarle las manos encima.

Pensión

-No te des vuelta, no me mirés y seguí caminando que no pasa nada. Me sigue la yuta y vos me vas a ayudar a zafar.

Marcela se asustó cuando oyó esas palabras del hombre que segundos antes había escuchado correr detrás de ella y que ahora la alcanzaba y abrazaba. Hacía pocos minutos que la joven de 21 años había salido de la pensión donde vivía, en calle Balcarce al 500 del barrio Nueva Córdoba, para ir a la casa de una amiga.

Trató de tranquilizarse, pensando que en realidad era un com­pañero de la facultad quien la había sorprendido desde atrás mien­tras caminaba y le hacía una broma pesada.

Recién cuando divisó la sombra de un rostro que no conocía y percibió olor a alcohol que salía de esa boca intuyó lo que ocurría y sintió el terror. Intentó gritar, pero enmudeció. Quiso zafar de la mano que le oprimía el hombro derecho, pero no pudo. Quiso mirar de nuevo y se paralizó. El hombre le tironeó el pelo y Marcela alcanzó a gritar. Fue entonces cuando sintió otro tirón de un me­chón y un fierro frío que se le apoyaba en el cuello, estremeciéndola.

-¿Qué hacés boluda? ¡Te dije que no me miraras! Caminá calladita. Abrazame como si fueras mi novia. Vamos a salir de acá caminando como si fuéramos una parejita. Dale que me sigue la cana -volvió a decir el desconocido. Marcelo Sajen había vuelto a atacar en Nueva Córdoba.

Era la 0.30 del lunes 30 de diciembre de 2002. Ese día, Marcela tenía pensado viajar a su pueblo natal, en el interior de Córdoba, para pasar el Año Nuevo con toda su familia. El viaje, finalmente, nunca se haría. Y en su casa, la noche del 31, nadie iba a levantar una copa para brindar.

Empezó a desesperarse, mientras veía que el hombre la hacía caminar a pasos apurados, sin demostrar la más mínima intención de dejarla ir. La calle estaba semi desierta. Para peor, las sombras ganaban cada espacio. Sajen había sorprendido a la chica mien­tras caminaba por Rondeau, a pocos metros del cruce con Ituzaingó, a muy pocas cuadras del centro de la Capital. Cuando vio que la chica se desesperaba, cambió de estrategia. Bajó el tono de voz, eligió mejor las palabras y empezó a hablar más pausadamente.

-Quedate tranquila que no te voy a hacer nada. Me llamo Gusta­vo y no soy un mal tipo. Lo que pasa es que me busca la cana y vos tenés que ayudarme a zafar. ¿Cómo te llamás vos? Vos vivís por acá, ¿no? ¿Tenés guita?

-Hoy me pagaron el sueldo. Tengo algo de plata. Te la doy y dejame por favor -clamó desesperada la joven.

A diferencia de otros casos, en éste, Sajen pareció conocer bien a la chica, que después comentaría a los investigadores que había visto a su atacante dos días antes mientras ella salía de la pensión y, desde el otro lado de la calle, el hombre le había preguntado qué hora era y cómo podía hacer para ir a la terminal de ómnibus.

Fue quebrando a Marcela como lo había hecho con todas sus víctimas y la hizo caminar hasta llegar a Ituzaingó donde la obligó a ir hacia arriba una cuadra para luego doblar por San Lorenzo y seguir hasta la calle Balcarce, rumbo a la pensión donde sabía que ella vivía.

Como era víspera de Año Nuevo, en el alojamiento para estu­diantes prácticamente no había nadie, pero sí estaban los guardias de seguridad de las playas cercanas a la pensión. En su testimonio judicial realizado años después del ataque, la joven contó que esto a Sajen no le importó y, después de amenazarla, no tuvo problema de pasar tranquilamente frente a los guardias.

-Vamos a ir a la pensión. Quedate tranquila que sólo voy a robarte algunas cosas y me voy, ¿sí? No llores tontita, que no te va a pasar nada... -decía Sajen.

Ni bien llegaron, Marcela puso temblorosa la llave en la cerra­dura y abrió la puerta de madera. Sajen miró para todos lados y no vio a nadie en la oscuridad. Entró rápido con ella y la llevó hacia la pieza. Una vez dentro, encendió la luz y le hizo cerrar la puerta con llave. La persiana estaba baja.

-Bueno, dame toda la guita que tenés. No, mejor quedate paradita y levantá los brazos que te voy a revisar - dijo Sajen con voz pausada. Empezó a palparla. Marcela no paraba de llorar y sintió que aquellas manos que recorrían su cuerpo eran como las de un policía.

-Callate la boca papuda. Sacate la ropa. ¡Dale si no querés que te mate! -gritó el depravado, mientras en su rostro empezaba a dibujarse una mueca de extraña perversión.

Como la joven no atinaba a hacer nada, Sajen tomó la pistola, la cargó y le apuntó directo a su cabeza. La chica pensó que todo se acababa. Pero lo que estalló esta vez en su rostro fue una trompada que la tumbó sobre la cama.

La violación se extendió por casi una hora. Una vez que se sintió satisfecho, el serial se quedó recostado junto con ella un par de minutos y le dijo algunas palabras al oído, como si fuera su novia. Marcela estaba convertida en un bollito, aturdida, no para­ba de llorar. De golpe, el violador se levantó de la cama y fue hasta el baño para lavarse. Regresó al cabo de unos minutos, tomó un saco que encontró en una silla y lo tiró en la cabeza de la joven.

-Más vale que no me veas la cara. Mirá que allá afuera hay varios tipos esperando para pasar y violarte.

Esta expresión puntual haría pensar a algunos investigadores, tiempo después, que no era producto de la simple imaginación de Sajen. Adjudican esa imagen de hombres entrando a violar a los abusos sexuales cometidos en prisión.

-Y más te vale que no me denuncies, porque sé donde vivís. No hagas boludeces, porque te voy a hacer boleta... -gritó Sajen.

De un tirón, cortó el cable del teléfono. Luego, manoteó unos billetes que encontró en la mesa de luz, se puso una campera de Marcela y vio un televisor que se encontraba apoyado sobre una mesa ubicada en un rincón de la habitación. Tomó el acolchado que momentos antes cubría la cama y que ahora se encontraba tirado
en el piso, tapó el aparato y lo cargó en andas como pudo, cuidando de no tropezarse con las ojotas que llevaba puestas.

Cuando oyó que la puerta de calle se cerraba violentamente, Marcela se perdió en un profundo llanto.

Durante mucho tiempo se creyó que este era el único caso en el que Sajen se había atrevido a ingresar a una vivienda para satis­facer sus instintos. La investigación demostraría que hubo dos ca­sos de las mismas características que nunca fueron denunciados pero se sumaron a la larga lista negra de víctimas de Marcelo Sajen.

No debe estar muy lejos

10.30 horas del 31 de diciembre de 2002, en la Jefatura de Poli­cía.

-Bueno muchachos, terminamos. ¿Alguna otra novedad?

Sentado en el sillón negro de su oficina en el primer piso de la Central, el jefe de la por entonces Dirección de Inteligencia Crimi­nal (luego denominada Dirección General de Investigaciones Cri­minales), comisario mayor Martín Reparaz, dialoga con sus princi­pales investigadores. Se los ve cansados. Los encuentros con sus subordinados se habían vuelto más que frecuentes en los últimos tiempos. Se hacían a la mañana y cuando caía la tarde. Los detec­tives estaban tras los pasos de un tal Martín Ernesto Luzi, un joven de 25 años apodado el Porteño, a quien responsabilizaban de haber comandado meses antes el secuestro extorsivo de Federico Ariente, el hijo de 23 años de un empresario dedicado a la metalúrgica.

Federico había sido secuestrado el 13 de octubre de ese año a la salida de una fiesta rave en la localidad de Bialet Massé, a pocos kilómetros de la ciudad de Córdoba. El muchacho fue liberado el 30 del mismo mes en barrio Bajo Palermo, luego de que su padre arrojara un bolso con 400 mil pesos desde un colectivo en marcha en cercanías de la villa de emergencia Carlos Gardel, en el partido 3 de Febrero del conurbano bonaerense.

Ahora, toda la Policía de Córdoba estaba tras los pasos de los secuestradores y apuntaba a Luzi como el supuesto y principal ca­becilla de la banda. A su vez, a Luzi lo responsabilizaban por otro secuestro extorsivo cometido en julio de ese año. Se trataba del caso de Alfredo Goso, un chico que fue capturado por una banda de delincuentes que copó un edificio céntrico y lo liberó días después, luego de que su padre pagara una fortuna, también en Buenos Aires. Sin embargo, las pruebas nunca llegaron a vincular claramen­te al sospechoso con el caso Goso.

En ese marco de nervios y presiones, todas las mañanas y no­ches el comisario Reparaz -conocido por todos como el Pato- se reunía con los jefes de los principales cuerpos investigativos para interiorizarse a fondo sobre los avances en la búsqueda del Porte­ño. De las conversaciones participaban los jefes de la Brigada Antisecuestros, como así también de las divisiones Robos y Hurtos, Sustracción de Automotores, Homicidios y la gente de Protección de las Personas.

Aquella mañana del último día de 2002, luego de que hablaran los de Antisecuestros y los de Robos y Hurtos, el comisario Sergio Acosta, por entonces jefe de la División Protección de las Perso­nas, levantó apenas la mano. Llevaba su clásica camisa bordó arre­mangada. A su lado, el segundo jefe de la División, el comisario Juan Carlos Toledo, miraba en silencio el piso de baldosas rojas de la oficina, mientras se alisaba el cabello entrecano.

-¿Qué pasa Bicho? -inquirió Reparaz.

-Jefe, hemos tenido otra violación en la zona de Nueva Córdoba. Pero este caso es bastante particular.

Todos los comisarios que estaban en la oficina se dieron vuelta para mirar a Acosta.

-El autor es otra vez un NN -siguió Acosta-, tiene unos treinta y pico, es morrudito, tiene brazos fuertes y peludos. Pero en este caso el tipo violó a una estudiante dentro de una pensión... O sea, no fue en la calle, o en un baldío. Fue en la pensión donde vivía la chica. Una femenina de unos veintialgo... Y hay más. La chica denunció que el violador estuvo una hora con ella y le robó un televisor antes de irse. Y escuche bien esto, el saro (delincuente) tapó el tele con una colcha y se fue caminando.

Reparaz atinó a sonreír, arqueó las cejas y se recostó en el sillón. Los demás policías se miraron entre sí.

-Vos me estás cargando. ¡Pero ese tipo debe vivir ahí nomás! ¿Cómo se va a llevar un televisor caminando? -gritó Reparaz, sorprendido- No debe estar muy lejos. 0 vive a la vuelta de la pensión o se tomó un taxi. No creo que haya dejado el auto estacionado en la puerta. Alguien, algún vecino, debe haber visto algo.

-Jefe, ya mandé a unos hombres a hacer averiguaciones en el sector. Hasta el momento, no tenemos mucho -respondió Acosta. -Mirá Bicho, averigüemos bien, consigamos el dato de dónde se escondió el tipo, pedimos una orden de allanamiento y le caemos- cerró el diálogo el jefe de Inteligencia Criminal, antes de que todos se pusieran de pie.

Quienes estuvieron presentes aquel día y presenciaron la con­versación, comentan que a los pocos días se concretaron varios allanamientos en la zona, pero ninguno dio resultado.

El televisor robado de la pensión recién iba a ser encontrado a fines de 2004, en la cocina de la casa donde vivía Sajen con su esposa, Zulma Villalón. En un allanamiento del que se hablará más adelante.

"Es cierto, hay que reconocerlo, por aquel entonces al serial no se le daba toda la bola que se merecía. Lo mismo había pasado los años anteriores. Pero no era de mala voluntad, estábamos tapa­dos por otros laburos. Secuestros, robos, crímenes y no teníamos personal suficiente. Los de Protección de las Personas, menos. íba­mos laburando como podíamos", se sincera una de las personas de alto rango que participó en aquella reunión.

"Ahora que veo el caso a la distancia, pienso que no caben du­das de que el guaso escapó de la pensión en su auto, que segura­mente lo tenía estacionado cerca, y se fue a su casa en barrio Gene­ral Urquiza", agrega el uniformado sentado en un bar céntrico.

Regresares

Su cuerpo ya no es el que solía ser. Lo que hasta ayer era músculo, hoy parece grasa y lo que hace poco tiempo eran abdominales, hoy son indefectiblemente "flotadores" que cuelgan de su cintura. Todo el aspecto de Marcelo Sajen, quizá por esa pelada incipiente que avanza desde su nuca, parece más viejo y deteriorado. El hombre está más cerca de ser ese tipo arruinado y de aspecto mañoso que todo Córdoba conocería en 2004 que aquel joven "buen mozo" que sus amantes todavía añoran.

Es el sujeto que desciende del auto contento y tratando de ima­ginar la cara de los chicos cuando se levanten al día siguiente y vean la sorpresa que les trae. Como puede, salta el eterno charco del agua servida que yace entre el cordón y la calle y patea suave­mente la reja negra de su casa. Recorre el sendero de cemento existente en el pequeño jardín y golpea la puerta de entrada. "No lo van a poder creer" piensa, convencido de que los chicos lo van a llenar de mimos cuando vean instalado en el comedor el mismo televisor que apenas unos días atrás habían deseado tener al ver una propaganda del Hiper Libertad.

Son las dos de la mañana. Apenas minutos antes acaba de arrui­nar la vida de una chica en una pensión de Nueva Córdoba, pero eso no es lo importante. Lo importante para él es que lo quieran, que lo admiren. Él es un regalón.

Zulma abre la puerta y queda boquiabierta al ver a su marido borracho con un bulto en sus brazos.

-¿Qué traés? -alcanza a preguntar la mujer.

Marcelo no responde, retira orgullosamente el cubrecamas Alcoyana que cubre el bulto y como por arte de magia, hace apare­cer el televisor Hitachi Serie Dorada última generación que acaba de robar. Aquel 30 de diciembre de 2002, Sajen llevaba algo más de dos meses de libertad.

"Cuando salió por última vez me vino a ver y le pregunté qué iba a hacer, porque tenía miedo de que siguiera en la misma. Ha­blamos acá mismo -cuenta Cacho Cristaldo mientras señala la ve­reda de su casa de ladrillos vistos, ubicada sobre la calle Miguel del Sesse, a pocos metros de la esquina con Juan Rodríguez- y él me miró a los ojos diciéndome que no pensaba volver a la cárcel. Me dijo que antes prefería morirse y que tenía un amigo que le iba a prestar una moto para vender, porque la idea era dedicarse al negocio de los autos".

También Zulma recuerda que Marcelo prometió no volver a robar y comenzó a manejarse en el negocio de los autos que aún hoy seguiría siendo el sustento principal de la familia. "Cuando el Marcelo salió de la cárcel, nosotros vendíamos ropa en Pilar y te­níamos un almacén en el barrio. Por otro lado yo había vendido una moto y me quedaba otra, así que con esa comenzó a hacer ne­gocios comprando autos, arreglándolos y vendiéndolos", relata la mujer.

El regreso de Sajen a la calle fue, para sus allegados, el regre­so "al mundo de los negocios".

Amor salvaje

Después de un día en el que todos los programas de televisión habían bombardeado hablando del milagro ocurrido en Río Ceballos, donde un chico de 11 años sobrevivió después de perma­necer siete minutos bajo el agua atrapado en el filtro de una pile­ta, esa noche fue como estar ahí, en la misma tribuna, esperando la presencia del Chaqueño Palavecino, que aquel 7 de enero de 2003 iba a terminar de convertirse en uno de los referentes más impor­tantes del canto popular argentino después de convocar a 17 mil personas al Festival de Doma y Folclore de Jesús María.

Toda la familia estaba frente a la tele que, ocho días des­pués de su llegada, seguía siendo el objeto más deseado de la fami­lia.

Marcelo estaba en otro lado.

A las 21.50 de aquella noche, mientras Jesús María vibraba al ritmo de las canciones del cantante salteño, Sajen abrazaba a dos chicas de 23 y 25 años para abusar de ellas. Utilizando su ya perfec­cionado método de control las obligó a caminar hasta un descam­pado cerca de la Ciudad Universitaria, donde después de manosear a una de ellas comenzó a masturbarse. Tras un momento de horror en que el delincuente paseó su pistola 11.25 por el cuerpo de una de las chicas, Sajen alcanzó a ver que un policía se acercaba y escapó.

Dos días después, el 9 de enero de 2003, una chica de 23 años también sería víctima del violador serial, que en esa oportunidad se mostró especialmente violento.

Esa chica virgen constató que Sajen la trataba más groseramente a medida que se excitaba. Fue violada en forma oral, anal y vaginal.

Una vez que terminó, el depravado se acomodó la ropa y partió caminando. De pronto, volvió sobre sus pasos y enunció una frase que demostraba su frialdad.

-No vayas a contar nada a nadie, total lo único que hice fue  echarte un polvo.

 

La edad de la cárcel

El chico entra corriendo a la casa de barrio José Ignacio Díaz 1a Sección. Pasa detrás de su madre y delante de las fotos de su padre que reposan en un espejo con marco dorado apoyado en la pared. Las imágenes muestran a sus progenitores bailando cuarte­to con cara de felicidad durante un cumpleaños.

Detrás de las espesas cejas de ese niño sonriente y pícaro se adivinan claramente los rasgos de Marcelo Mario Sajen. Corrien­do, después de girar alrededor de la mesa redonda del living, el chico se detiene un centímetro antes de chocar con el mueble de fórmica, donde se encuentran las imágenes de Cristo y de la Virgen María que, por el impulso, tambalean y caen de cara sobre la madera.

Mira a los dos periodistas con una mezcla de picardía y curiosi­dad, mientras su madre, Adriana Castro, consciente de que es el momento de mostrarse enojada, ensaya un reto que se pierde en el vacío apenas el hijo de Marcelo se sube a una de las sillas y lleva su mano, abierta como un sol, hacia su cabeza, imitando las plumas que llevan sobre la frente los indios de las películas norteamerica­nas. "Yo soy el pluma acá, el capo del pabellón", dice el pequeño sonriendo. La ocurrencia despierta una serie de carcajadas que invaden toda la habitación.

Es el año 2005 y la Negra Chuntero vuelve a abrirnos la puerta de su casa, esta vez para hablar de la vida de Marcelo Sajen desde 2002 en adelante, cuando salió de su segunda etapa en la cárcel.

"Cuando Marcelo dejó de estar privado de la libertad, nuestro hijo tenía la edad de la cárcel", cuenta Adriana, para explicar que en octubre de 2002, tres años y nueve meses después de caer preso, el pequeño tuvo por primera vez la posibilidad de ver a su papá del otro lado de las rejas.

Es una buena imagen a tener en cuenta para introducirse en esa nueva etapa de la vida de Marcelo Mario Sajen, en la que supo combinar todas sus caras de manera casi perfecta.

"Se vino a vivir conmigo. Dormía acá, en casa. A la mañana se iba en auto a lo de Zulma y a la tarde se iba a trabajar. Volvía a la noche para cenar, bañarse y dormir. Apenas salió vino un día y me dijo: 'Negra. Quiero hacer un negocio. ¿No me dejás vender esa moto tuya para ver si puedo armar un negocio?'. Yo no tenía nada, sólo esa moto, pero Marcelo me miró con esos ojitos y no me pude negar. Yo misma lo acompañé a comprar un auto y así volvió a meterse en el 'negocio", cuenta la Negra Chuntero en aquel living donde las imágenes de los santos conviven armónicamente con las del demonio.

Mientras se "reinsertaba" en sus vidas conyugales y se reencontraba con sus hijos, la vida delictiva de Sajen como el vio­lador serial seguía avanzando. Después de abusar de aquella chica virgen de 23 años abusaría, el 4 de febrero y con una crueldad simi­lar, de otra joven de 25. Lo mismo haría 11 días después con una de 22, antes de ejecutar uno de sus ataques más asombrosos y temera­rios.

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//08 de Noviembre, 2010

CAPITULO IX Un lobo suelto

por jocharras a las 10:36, en La Marca de la Bestia
CAPITULO IX

Un lobo suelto

De cacería

 Ay, qué hermoso ocote que tenés, negra, pero parecés demasiado avispadita, mejor sigo. Perdón por dejarte pasar, pero necesito una que no sea tan putita. Ni sabés lo que te perdés. Bueno, lo lamento por vos. ¿Qué pasa hoy? Andan todas escondidas estas trolas... ¿Ninguna quiere comerse una buena pija? Noche de mierda, y necesito plata para mañana. Mejor sigo caminando. Si no están acá deben andar todas por la zona de La Cañada. Este barrio no lo entiende nadie, es como si pusieran un imán y todas las hijas de puta se concentraran en el mismo lugar. Puta madre, y yo apurado, sin un mango, con la Negra que me está esperando para poner la carne al fuego... Qué se le va a hacer, es una cagada pero es mi barrio, donde están mis novias... Sí, debe ser que están todas por allá. Me voy para Corro a ver si encuentro alguna como la del otro día. ¡Qué linda mina esa! Qué cagada que no la pude tener más tiempo, seguro que en un rato más la muy guacha me terminaba pidiendo que le hiciera un pendejo. ¡Mi vida...! ¡Qué hermosa...! Mirá que le costó ponerse sumisa pero al final prestó todo. Bueno, no podía hacer otra cosa porque ella sabía que el que mandaba era yo, que tenía que hacer todo lo que yo le dijera porque si no era boleta... Pero se notaba que le gustaba porque al final se portó como una sumisa como son todas, porque si no ¡os cobanis se hubieran dado cuenta de que me ¡a llevaba a la fuerza... La hice caminar desde Obispo Trejo hasta Corro y nadie se dio cuenta. Todos pensaron que era mi novia, una nenita que lo único que necesitaba era que yo le mostrara quién es el que manda.

 

Voy a ir yendo para allá a ver si me la encuentro de nuevo, aunque tengo que tener cuidado porque la muy puta estudiaba abogacía y seguro que salió a denunciarme, mirá que le dije clarito que se callara la boca a la trola... Otra más, pero ésta tampoco... Para qué me voy a arriesgar si es pura teta sin nada de culo...

 

-Hola, discúlpeme don, ¿Cuánto sale esa cadenita de Boca que tiene colgada ahí? Bueno, deme. Es para mí nena, ¿sabe? Hasta luego...

Le tengo que comprar algo a los chicos porque la Zulma les está llenando la cabeza a cada rato. Ya no sé cómo hacer con esta mina, la tengo como una reina pero no deja de romperme las pelo­tas... encima justo cuando se le estaba pasando la bronca por el quilombo con la Paola se entera de que la Negra está por tener al chiquito... Para mañana me pidió un montón de cosas. También le tengo que comprar algo a las chicas... ¿A ver esa que pasó recién? Sí, ésta sí, ésta puede ser, ésta me gusta... Mirá vos dónde vengo a encontrar una mina linda: en Ituzaingó. Y yo que siempre esquivo esta calle porque son todas negritas ñeras... Cómo mueve el culo, ¡mi vida...! Esta sí que es; camina mirando para abajo como si ya estuviera avergonzada de lo que le va a pasar... ¿Para dónde irás, mi amor? Haceme el favor de doblar a la izquierda que en la esqui­na esa recién vi un cana. Dale, agarrá para la Chacabuco así esta­mos juntos, dale que te va a gustar. ¡No! ¡Qué te parió pendeja de mierda...! ¿A dónde va? Ma' sí, la sigo una cuadra más y si dobla en Independencia en la próxima cagó, no me importa pasar por el frente de la cuarta, total nunca hay canas y además si los miro feo se cagan encima antes de decirme nada... ¡Bien, nena, bien...! Me parece que es tu noche de suerte... Sí, sí, sí... Hoy terminamos juntitos y vas a ver cómo te hago ese culo inmenso... con la Negra embara­zada y la Zulma que no quiere saber nada, ando medio loco ¿sabés... ? Además vos seguro que ni novio tenés y yo te voy a dejar bien preparadita para cuando tengas uno, o mejor: vos misma vas a ser mi novia, al menos por un rato y vas a terminar pidiéndome por favor que te siga cogiendo.

 

¡Pero la puta madre que lo parió! ¡Qué carajo hace la yuta acá hoy! ¿Será posible? Son más de las once, qué carajo hacen estos culiados que no están en ¡os boliches mirando pendejas como todas las putas noches, pero qué mala leche...! La voy a tener que dejar ir. ¡La concha de la lora! Ya estaba, ya estábamos, me cago en estos hijos de puta... Ya sé, sigo por acá, cruzo y subo hasta Los Capuchi­nos... ya se me hace tarde y la Negra me debe estar puteando. Ten­go que llevarle plata a la Zulma mañana y después la voy a llevar a la Negra a comprar las cosas que faltan para el bebé. Otra que empieza a romper las bolas con el cochecito y todo eso. Necesito plata, la puta madre, voy a tener que dejar esto para otro día, la Negra se va a volver loca, el asado ya debe estar al fuego y yo acá sin encontrar una pendeja en todo este puto barrio... Me persigno, a ver si el de arriba me trae suerte y me manda una buena cola, siempre me gustó esta iglesia. Bajo por la Irigoyen y en Trejo aga­rro para el bulevar, y si no encuentro nada hasta ahí, abandono...

 

¡Qué noche de mierda, che, parece mentira, ni un auto en toda la cuadra! Hoy no es mi día, la puta madre, voy a tener que meter el caño nomás para sacarme esta leche. Tengo la pija más grande del mundo y no la puedo meter en ningún lado... ¡la putísima madre que lo parió! Uy, mirá qué viene por allá Marcelito, subiendo desde el bulevar como si fuera un regalito... dale, dale que cambia la suerte, dale que tenés lo que buscabas. Ay, qué hermoso ocote que tiene esta pendeja, por fin se dio, la puta madre... Ya son ¡as once y media pero me importa un huevo, me la hago rápido y después meto el caño para llegar con plata a casa...

La presa

-No grites, no te muevas que esto es un asalto. Quedate quieta y no te des vuelta si no querés que te pase nada -Le voy a hacer sentir el chumbo mientras le tiro el pelo para atrás. La tengo que quebrar rápido porque no tengo tiempo-. No me cuesta nada matarte, seguí caminando y no hagas nada. ¿Sentís eso que tenés en la cintura? Es el fierro con el que te voy a matar si llegás a hacer alguna estupi­dez. ¿Tenés plata? -La boluda tiene que creer que le voy a afanar así se regala más. Mirá cómo se saca los anillos, se cree que no me doy cuenta-. Te voy a llevar hasta la plaza Vélez Sarsfield y ahí te voy a revisar bien para ver si no tenés algo más... -Está pensando que en la plaza se termina todo, pero cuando lleguemos le voy a decir que seguimos para que se vuelva a sentir desesperada. Así las voy quebrando a todas, dándoles pequeñas esperanzas de que no les va a pasar nada y después las reviento. Son tan inocentes que terminan entregándose sin darse cuenta. A esa altura tienen que estar seguras de que lo mejor es quedarse quietas...-. Te paso el brazo por el hombro y vos tenés que hacer como si fueras mi novia. Decime cómo te llamás... de dónde sos...? -La Bolívar está muy po­blada, mejor la llevo unos metros más cerca del baldío. Se me si­gue haciendo tarde. Voy a tener que meter el caño en esa pizzería de la San Luis que vi el otro día cuando pasé con la que me llevé al descampado de Laprida-, Seguí caminando que acá en la plaza hay mucha gente y no te puedo revisar. Pórtate bien que si te hacés la viva te voy a volar la cabeza. No hagas nada raro... -Ya casi está, ya la tengo, sólo falta seguir mostrándole que nadie va a saltar por ella y que yo tengo todo bajo control. Mejor que vea a la gente en la puerta de las casas así se siente dominada: tiene que estar conven­cida de que no puede hacer nada, de que acá lo hago todo yo. Le aprieto un poco los riñones para que se asuste y después le hablo bajito de nuevo-, ¿Ves esa casa que tiene el cartel de que se vende? Bueno, te vas a hacer la boluda y vamos a entrar ahí como si fuera nuestra casa. Ahí no hay nadie y te voy a poder revisar, pero acordate de portarte bien si no querés que te vuele la cabeza... No te voy a hacer nada, no te voy a hacer tragar la pija, ¿o querés...? Tiene 22 centímetros, pero quedate tranquila que no te voy a hacer nada, porque yo tengo familia, ¿sabés... ? Ponete contra la pared y no me mirés la cara. Ahora te voy a tocar un poco -Cagó, ya está en mis manos, le puedo hacer lo que yo quiera que no se va a poder esca­par...- No llorés que acá las órdenes las doy yo. Ahora salgamos afuera que te dejo ir. Mirá esa pared, subite a ese muro y pasá para el otro lado mientras yo me voy... pero vos ni te des vuelta porque te hago mierda.-                                                                                                                                        Mirá cómo se entrega sola, no se da cuenta de que estoy atrás de ella...- No te asustés que sigo acá. Quedate tranquila que te voy a revisar de nuevo. No te hagás problemas que va a ser una franeleada por arriba nomás. Sacate toda la ropa. La bomba­cha también. Mírame la pija, ¿alguna vez viste algo así? Bajá la cabeza, boluda, no me mirés a mí que te voy a matar. Ponete de rodillas. Ahora chupamelá y ni se te ocurra hacer nada que te mato acá mismo. No grités y hacé lo que te digo si no querés que te haga mierda... -Esta puta de mierda me tiene que prestar todo por más que le duela; ésta no es mi mujer para que me salga con esas co­sas...- Y lo mejor que podés hacer es no contarle a nadie que pasó esto, porque a mí no me van a agarrar nunca y la que va a pasar vergüenza vas a ser vos, sobre todo por lo de la cola... Yo me voy a ir y vos tenés que esperar acá como media hora.

Fuera de Foco

El ataque sufrido por aquella joven de 19 años, oriunda de una localidad de Traslasierra, comenzó cerca de las 23.30 del domingo 7 de febrero de 1999 y concluyó una hora después, alrededor de las 0.35 del lunes 8.

Al alejarse del lugar, Sajen se dirigió a una pizzería de la calle San Luis que había observado días atrás, mientras andaba de cace­ría. Quizá buscando conseguir el dinero que Zulma le exigía y el que necesitaba para completar el ajuar del bebé que Adriana esta­ba a punto de dar a luz, decidió asaltar el comercio sin tomar pre­cauciones.


Mientras eso ocurría, su víctima tomaba un taxi a cuyo conduc­tor le pidió que la llevara por la calle Montevideo hasta la casa de las amigas a las que pensaba visitar antes de que Sajen la aborda­ra.

 

Cerca de la 0.45, el violador cruzó el umbral del negocio ubica­do en la calle San Luis 347, a metros de la esquina con La Cañada, en el barrio Güemes.

 

Así lo relata el dueño de aquel bar que, aunque todavía existe ya ha cambiado de propietario: "Nunca lo relacioné con Sajen por­que el recuerdo que tengo de ese tipo es el de una persona de pele largo, crespo y con rulos, que tiene poco que ver con el pelado que mostraron por la tele. Además, nunca se me ocurrió relacionar lo que pasó aquella vez con los hechos del serial".

 

Ese domingo, según se lee en la denuncia radicada esa misma madrugada, la caja registradora era atendida por Carlos Enrique Daffis, pero en una mesa ubicada a pocos metros de allí estaban sentadas otras tres personas: Pedro Osvaldo Díaz, Graciela del Valle Oliva y el propietario del bar, Atilio Minoldo.

 

Sajen entró y apuntó directamente contra Daffis usando uní pistola Browning 9 milímetros color negro, robada días antes -el número de serie era 07-109805- con cachas verdes camufladas. En el cargador había cuatro balas.

-Hijo de puta, dame toda la plata o te mato acá mismo. Dale, ni te hagas el pelotudo o te meto un balazo en el mate...! gritó Sajen.

 

Muerto de miedo, el empleado no llegó ni siquiera a negarse cuando Sajen cargó la 9 frente a sus ojos y le hizo retumbar en el oído el sonido aterrador que hace la bala al salir del cargador ; alojarse en la recámara lista para ser disparada. No hizo falta otra amenaza. Pálido, Daffis buscó en la caja y le entregó a Sajen los 250 pesos que había. Después, el empleado se tiró al suelo y esperó a que el asaltante se fuera para gritar.

 

"Habrán sido las 12.30 de la noche cuando escuché el grito de uno de mis empleados. Primero pensé que se habían desconocido entre ellos y había una pelea en la cocina, pero cuando me levanté y me dijeron que acababan de robar me di cuenta de que había sido el tipo que un segundo antes yo había visto entrar por la puerta vestido con una campera azul tipo aviador. Salí corriendo detrás de él", recuerda el por entonces propietario de la pizzería.

 

Sin medir las consecuencias -en esos meses lo habían asaltado ya dos veces- el comerciante siguió al asaltante por calle San Luis hasta Belgrano, y por ésta hasta Montevideo.

 

"Agarró Montevideo y enfiló para la plaza del Oso (plaza Vélez Sarsfield), lo pude seguir con facilidad porque la campera de avia­dor tenía por dentro un forro color naranja que brillaba en la no­che". En su huida Sajen llegó hasta Obispo Trejo, rumbo a bulevar San Juan y el comerciante -un ex rugbier que por entonces tenía un gran estado físico y una terquedad que todavía no pierde- lo siguió, ganándole cada vez más terreno. Al llegar a la esquina, el ladrón corrió en diagonal saltando los canteros que separan las dos vías del bulevar y dobló hacia Duarte Quirós. "Cuando él empieza a bajar, aparece uno de los chicos que me hacía el delivery con una moto que era un peligro porque ni frenos tenía y le grita: 'Devolvé la plata hijo de puta'. El tipo responde en silencio pero empuñando el revólver y apuntándole a la cabeza a menos de un metro".

 

El empleado de la pizzería se quedó helado pero su jefe estaba enceguecido. No era un buen día para Sajen. "Como mi empleado estaba congelado el tipo siguió corriendo, así que cuando yo llegué le saqué la moto. Antes de poder subirme, el tipo sacó el chumbo y disparó dos veces. Cómo seré de inconsciente que me escondí de­trás del tanque de la moto. Cuando me disparó me enojé todavía más".

Al terminar los disparos, el comerciante bajó por Independencia detrás de Sajen a quien, al llegar cerca de la calle Caseros, tenía a pocos metros de distancia.

 

"Cuando estábamos llegando a Caseros venía un Fiat Duna azul y el tipo apenas lo vio frenó y se volvió para atrás para acobacharse en una de las entraditas que hay frente al colegio San José. Lo agarré y lo empecé a cagar a trompadas; él empezó a pedir perdón. Tuvo la suerte de que los tipos del auto azul resultaron ser canas y lo detuvieron ahí nomás. No sé qué tan groso habrá sido, porque cuando vino la Policía se quiso hacer pasar por borracho para engañarlos y yo le dije que le revisaran los bolsillos porque ahí tenía mi plata. Lo revisaron y le sacaron los 250 pesos que me ha­bía afanado".

 

La detención de Sajen figura en los libros policiales a manos del subcomisario Walter Manuel González. Todo terminó en la Co­misaría Primera (cerca de la terminal), donde el comerciante rea­lizó la denuncia. Según le confesó a esta investigación, estuvo ten­tado de ofrecerle dinero a los policías a cambio de que lo dejaran en una pieza solo con Sajen: "Lo quería matar a trompadas", dice, pero se arrepintió.


A la jaula


Esa noche en casa de Adriana Castro, el asado se comió sin la presencia de Marcelo. Después de que las visitas se fueron a la madrugada, la joven de 30 años sintió los primeros síntomas del trabajo de parto. El nuevo hijo de Marcelo Mario Sajen estaba por nacer.


Algunas horas después, en la mañana del 8 de febrero, Adriana dio a luz. Según contó a esta investigación, no supo que el padre de su hijo estaba preso hasta unos días después, pero eso es parte de otra historia.

 

Ese mismo día, la joven a la que Sajen había violado se presentó en la Comisaría Cuarta de Nueva Córdoba para hacer la denuncia de lo que le había ocurrido. Ante la mirada atenta de un sumariante, la chica, estudiante de la Facultad de Derecho, tuvo que contar detalle a detalle lo que le había ocurrido, agregando algunos datos más a la reconstrucción de más arriba.

 

Entre los elementos que aportó a aquella denuncia estuvo, nada más y nada menos, su pantalón (que Sajen había usado para limpiarse el se­men) del que se extrajeron las muestras que a la larga permitie­ron saber que la persona que atacó a esta joven era la misma de la que el poder político se enteró en 2004 de que asolaba a Córdoba.

 

Pero la joven también hizo otro aporte que nunca se le recono­ció y que es bueno traer a colación. Unos días después del ataque le contó el espantoso episodio a una periodista del diario La Voz del Interior. Este medio publicó el sábado 13 de febrero de ese año un artículo que describe a la perfección un método de ataque que se haría famoso años más tarde y que no es otro que el de Sajen.


También en esa nota fuentes policiales aceptaban la existencia de dos atacantes sexuales seriales en nuestra provincia, pero se limitaban a decir que su búsqueda se encontraba en proceso.

 

En 2004, la Policía, la Policía Judicial, las fiscalías, la Fiscalía General y el poder político se pelearon a capa y espalda por hacer suyo el éxito de la caída del serial. A lo largo de esta investigación nadie pudo explicarnos, en cambio, cómo fue que nadie vinculó el asalto a la pizzería con la violación de la chica de Traslasierra. ¿Cómo es que nadie se dio cuenta de que ambos delincuentes esta­ban vestidos de la misma manera? ¿Por qué la persona a cargo de investigar aquella violación no averiguó si en los minutos cercanos se había producido algún otro hecho? ¿Por qué cuando se conoció que Gustavo Rodolfo Brene (el nombre falso que Sajen dio a la Policía cuando cayó) era en realidad Marcelo Mario Sajen, no sal­tó el antecedente de la violación de Pilar y a nadie se le ocurrió relacionar ese dato con el de la joven violada?

 

Meses después, con Sajen preso, la Policía detendría a los vio­ladores seriales Machuca y Riquelme (mas tarde caería otro de nombre Rodríguez), sin siquiera imaginar que uno peor que ellos se encontraba tras las rejas agazapado, pero a punto de salir.

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//08 de Noviembre, 2010

CAPITULO VIII Temporada de caza

por jocharras a las 09:02, en La Marca de la Bestia
CAPITULO VIII

Temporada de caza

Al ritmo de Gary

El año 1998 no sólo fue el año de la consolidación de Marcelo y Adriana del Valle como amantes estables, sino también el período en que Sajen llevó casi a la perfección la difícil tarea de mantener -y sostener- a dos familias paralelas.

También fue el año en que se produjo la mayor cantidad de ataques atribuidos al violador serial y en el que, según los archivos policiales, otros dos delincuentes sexuales (el policía Gustavo Machuca y otro hombre de apellido Riquelme) cometieron la mayoría de sus crímenes.

Finalmente, 1998 fue el año del surgimiento de la pastilla Viagra como droga de estimulación que mejora el rendimiento sexual.

"Se despertaba alas 6.30 de la mañana conmigo para despedir a los chicos y desayunar con ellos antes de ir al colegio. Después iba al kiosco a comprar el diario o se lo compraba directamente a don Pepe Pino, que anda siempre por acá en bicicleta. Siempre hacía eso porque nosotros vendíamos autos, para constatar si los avisos nuestros habían sido publicados", el relato pertenece a Zulma Villalón.

Sin hacer ninguna referencia a Adriana, Zulma se anima a resumir cómo eran aquellos días del año 1998.

"Después volvía ,a salir para comprar la comida y la mayoría de las veces traía también regalos para alguno de los chicos". Los Sajen vivían en una casa ubicada sobre la calle Ambrosio Funes al 2491 de barrio General Urquiza y, según Zulma, después de pasear un poco por el barrio, su marido se iba "a dar vueltas", buscando algún auto que sirviera para "hacer un buen negocio".

La familia seguía creciendo, porque el 17 de diciembre de 1996 Zulma había dado a luz a un nuevo niño, el segundo hijo varón de Marcelo y el quinto de la familia.

El sábado 10 de enero de 1998, una joven de 22 años que se dirigía desde su casa en barrio Yofre Sur hacia el boliche Don Gómez, en Obispo Salguero y Obispo Oro, fue tomada por la espal­da por Sajen justo en la esquina de San Lorenzo y Chacabuco en pleno centro de barrio Nueva Córdoba. Mediante una técnica de control que se perfeccionaba en cada nuevo ataque, el depravado logra llevarla hasta la terminal de ómnibus (se trata de la primera víctima obligada a ir a esa zona de la ciudad), donde finalmente es abusada.

1998 también fue un año importante para la Policía Judicial de Córdoba, que recién en ese período comenzó a archivar organizadamente las denuncias que se registraban en las Unidades Judiciales. Todo indica que las violaciones que se concentraron en los barrios Villa Argentina, San Vicente, Cooperativa Los Paraísos y zonas aledañas, entre 1991 y 1997, se perdieron en el camino de la burocracia. No es casual que justo en el año en que se crearon esos archivos comenzaran a aparecer ataques que se atribuyen al viola­dor serial. Cabe pensar entonces que existieron otros hechos cuyas denuncias quedaron abandonadas en los registros de diferentes comisarías de barrio.

 "Entre el '97 y el '99, Marcelo vivía con Zulma y conmigo. Vivía con las dos. Pasaba dos días con ella y después dos días conmigo. Me dijo que no quería que siguiera en mi vieja casa, y alquiló un departamento para nosotros. Cuando Zulma se enteró lo quiso ma­tar porque se vio venir que lo nuestro era en serio", relata la Negra Chuntero.

 "Salíamos mucho, pero él siempre se despertaba temprano. Muchas veces íbamos a recorrer distintas zonas del centro, porque por esos años Marcelo me contaba todos los trabajos que le salían", asegura la pareja paralela de Sajen, sin especificar a qué tipo de "trabajos" se refiere.

Eran, según cuentan los que conocían a Marcelo, épocas de muchas "tareas" para él, ya que desde hacía años se mantenía gra­cias al delito y ahora se encontraba ante el desafío de sostener a dos familias, incluido el hijo que Adriana tenía de una pareja ante­rior.

 "Marcelo empezó a decirme que quería tener un hijo conmigo y yo, si bien dudé al comienzo, me moría de las ganas de darle un nene. En Así que finalmente acepté y empezamos a buscarlo... nos dejamos de cuidar", afirma, poniéndose todo lo colorada que puede la Negra Chuntero.

 El viernes 20 de marzo en la esquina de Rondeau y Chacabuco, Sajen reduce a una chica y la obliga a acompañarlo hasta la pista de patinaje del Parque Sarmiento. Abusa sexualmente de ella.

"En esos años Marcelo laburaba mucho porque tenía que bancar a Zulma y toda la joda que llevaba con la Chuntero. Ahí fue cuando empezó a laburar solo, y eso se debía a una cuestión práctica que se puede explicar fácilmente: cuando yo llegaba a mi casa con 700 pesos se los daba a mi mujer para que los administre; él tenía que separar la mitad para cada una y además quedarse con algo para sus gastos porque estaba doblemente controlado", contó Carlos, "compañero de trabajo" de Sajen, durante la entrevista mantenida en un bar de Nueva Córdoba.

 

Según surge de los distintos testimonios, Sajen estaba concen­trado en el robo de automotores en diferentes barrios cercanos al centro, y principalmente en esa barriada.

"Aunque era chiquito todavía, muchas veces cuando se iba a dar vueltas en el auto lo llevaba a nuestro hijo mayor para que fuera aprendiendo el negocio. Lo que hacían era buscar autos que se pudieran comprar y vender más caros con unos pocos arreglos. Eso a Marcelo le encantaba porque él siempre fue Tierrero y disfru­taba mucho de trabajar en todo lo que tuviera que ver con eso", explica Zulma al referirse a esa época en la que a su marido y a ella les iba tan bien que llegaron a tener tres coches.

 

Por aquellos días, Adriana logró quedar embarazada y cumplir su sueño más deseado: darle un hijo al hombre que amaba.

El 15 de abril (miércoles) una joven que se dirigía a su domici­lio, en la calle Chascomús de Villa Revol, fue abordada en la esqui­na de Chascomús y Merlo. Es obligada a caminar media cuadra hacia un baldío del barrio, donde es abusada. Al igual que lo había hecho el año anterior, Sajen ataca en las horas cercanas al cum­pleaños de su hija más grande. También, al igual que el año ante­rior, este hecho fue denunciado relativamente cerca de la casa don­de vivía la familia de Sajen.

 

Zulma Villalón siempre se ubica de cara al mundo desde el interior de su casa, como si ése fuera el sitio esencial desde donde observaba también la vida de su marido: "Marcelo era meticuloso, detallista en todo y principalmente con los autos. Además, siempre le gustó que yo y mis chicos tuviéramos un buen pasar...".

 

"Él era muy desprendido -insiste- todo lo que yo le pedía me lo daba, porque a mí me gusta tener la casa con muebles y bien linda. Lo mismo con mis chicos, que toman leche Nido y comen cereales desde que nacieron".

Un mes después del último ataque, el jueves 21 de mayo, una chica de 22 años que iba camino a la casa de su hermano fue abor­dada cuando caminaba por Chacabuco, entre las calles Obispo Oro y Derqui. Sajen la lleva hasta la Isla Crisol en el Parque Sarmiento para abusar de ella.

A los 10 días, otra joven, de 19 años, es interceptada por el depravado en Independencia y Peredo. Es conducida hasta la men­cionada isla, donde cerca de las 22.30 es abusada.

"¿Leche Nido y cereales? La Zulma lo tenía loco a Marcelo pidiéndole cosas porque ella creía que yo vivía como una reina y no de la manera humilde en que siempre viví. Mi negro siempre me decía que tenía que darle todo porque si no le ponía los chicos en contra. Era como si él le tuviese miedo a lo que ella pudiera hacerle. Mu­chas veces yo iba a la cocina y veía que me faltaba un paquete de yerba, arroz o alguna otra comida, y era que Marcelo me lo había robado para llevárselo a ella. Todo lo que le pedían, pobrecito, él se los daba", asegura Adriana, quien se autodefine como económica.

El Parque Sarmiento sigue siendo el lugar elegido por Marcelo Sajen para cometer sus abusos, a la par que su método de ataque comienza a perfeccionarse. El sábado 27 de junio comete uno de sus hechos más impresionantes al abordar no a una sino a dos personas, con la particularidad de que una de ellas era varón. En el primer hecho de ese tipo que consta en la causa, los intercepta en Chacabuco, entre San Juan y Rondeau, y los obliga a acompañarlo hasta la pista de patinaje del parque. Allí, ante la impotente mira­da de su novio de 21 años, que es apuntado con un arma, Sajen viola a la chica de 18 años y huye.

"Venían con la Paola (Palacios) del brazo a tirarme piedras a mi casa. Imagínate de lo que es capaz una mujer que busca a la ex amante de su marido para venir a atacarme a mí. Aprovechaban cuando Marcelo no estaba y me hacían eso", recuerda la Negra Chuntero. "Eso sí, un montón de veces la Zulma vino sola a buscarlo a él, y Marcelo salía afuera y le decía que se fuera porque estaba conmigo y ella no tenía derecho a molestarme".

Diecisiete días después del ataque a la pareja en la pista de patinaje, Sajen vuelve a su lugar favorito. Al igual que la otra vez, se trata de una joven de apenas 18 años que es abordada en la calle Ituzaingó.

"Me imagino que Marcelo levantaba autos solo porque rinde más. No es cierto que él fuera parte de una banda, no. Él, digamos que era el eslabón más débil de la cadena. Le pedían un auto y lo levantaba, después cobraba lo que le correspondía y a otra cosa. Imaginate que con las dos familias necesitaba tener sus buenos manguitos por día", confirma Daniel Sajen.

El lunes 31 de agosto, otro ataque atribuido a Sajen se produce en barrio Cofíco. Dos chicas son abordadas en la calle Campillo, entre Fragueiro y Lavalleja. Las obliga a caminar hasta un descam­pado cercano a las vías férreas, entre Urquiza y Fragueiro, donde son abusadas.

Después de este hecho los registros muestran una pausa impor­tante de 42 días sin ataques denunciados atribuibles al serial, pero una nueva violación rompe ese impass y, de manera muy significa­tiva, muestra cómo al promediar ese año Sajen ya se había convertido en un especialista en delitos sexuales gracias al increíble per­feccionamiento de su técnica de ataque.

El lunes 12 de octubre, dos chicas de 20 años fueron abordadas cuando regresaban del boliche Pétalo de Sol, ubicado en Cañada y bulevar San Juan. El hecho sobresale en la serie, porque contó con particularidades que permiten hablar de un atacante temera­rio y muy confiado en que no pueden descubrirlo. El abuso demues­tra, además, que Sajen comenzaba a burlarse de las fuerzas policiales que no sólo seguían desconociendo su "serie", sino que buscaban en ese momento a tres violadores seriales -Machuca, otro de apellido Rodríguez y Riquelme- y no a cuatro como realmente existían. A esa altura, el número de víctimas de Sajen superaba ampliamente las 20.

Aquella noche las jóvenes estaban abordando un Fiat 147 esta­cionado en Caseros casi esquina Belgrano cuando, furtivamente, Sajen aprovechó el momento para encañonarlas y meterse en el vehículo. Cabe pensar que la primera intención de Sajen fue robar el vehículo y que, al aparecer las jóvenes, el delincuente interpre­tó rápidamente que se presentaba una oportunidad para dar rienda suelta a su perversión.

Una vez dentro del auto, obligó a una de las jóvenes a manejar e hizo que la otra pasara atrás. Como ya lo había comprobado en el ataque a la pareja del Parque Sarmiento, Sajen sabía que la con­junción entre el miedo que provocaba su arma y la solidaridad de la otra persona a la que tenía amenazada, era el seguro principal con el que contaba para mantener el control de la situación.

Hizo que la joven que estaba al volante manejara hasta la ca­lle Crisol, entre Obispo Trejo e Independencia. Allí, el delincuente pasó a la parte trasera del auto y abusó de una de las chicas. Envalentonado, se hizo llevar nuevamente al centro obligándolas a de­tener el auto en la calle Vélez Sarsfield, frente al Teatro San Mar­tín. Casi al frente del edificio de la ex escuela Olmos, donde supo trabajar en su etapa carcelaria, arremetió contra la otra chica, que había sido obligada a intercambiar su lugar dentro del auto con su amiga. Después, sin dejar nunca de encañonarlas con su pistola 11.25, se alejó caminando.

El embarazo de la Negra Chuntero avanzaba. El nuevo hijo de Marcelo Sajen había cumplido seis meses de gestación y Adriana sentía que le estaba dando una familia a la persona que amaba. "Marcelo siempre me cuidó mucho. Cuando yo iba al centro no me dejaba ir sola. Me decía: 'No, negra, vos no podés andar por ahí sin nadie que te proteja'. Era porque él pensaba que había muchos violadores dando vueltas y que alguien me podía hacer daño. Eso era cuando yo no estaba embarazada. Imagínate cuando tenía a su hijo en mi panza", recuerda la Negra Chuntero.

Dos semanas después del ataque anterior, el viernes 30 de oc­tubre, una mujer de 23 años que acababa de bajar del colectivo en barrio Jardín para ir a la casa de su novio, se cruzó con el delin­cuente en la esquina de las calles Villa Nueva y Javier Díaz. El violador la obliga a caminar hasta un descampado de la calle Co­mercio al 900 para abusar de ella.

Los ataques sexuales no se detienen, ni decaen su frecuencia e intensidad. Sajen no llega a soportar que pase una semana sin hacerlo  nuevamente, y el jueves 5 de noviembre lleva a dos chicas de 20 años desde la calle Bolivia, entre Buenos Aires e Ituzaingó has­ta un descampado de la Ciudad Universitaria, donde las somete.

"Cómo nos íbamos a imaginar que podía ser él, si nunca demos­tró siquiera una inclinación de ese tipo. Después de que cayó, se contaban miles de anécdotas que siguen haciéndonos dudar. El otro día un chanta me recordó lo que le pasó a él un día. Estaba comien­do un asado con Marcelo y las mujeres de ambos. Resulta que esta­ban con el Marcelo al lado del fuego y hacía un calor insoportable, así que se saca la remera y lo invita a Marcelo a. hacer lo mismo... ¿Sabés qué le contestó? Lo miró enojado y le dijo: 'Pero ¿vos estás loco? Está tu señora, está mi señora, cómo le voy a faltar el respeto así a ellas?'. Por esas cosas ni en el barrio, ni en el ambiente se nos ocurrió nunca una cosa así. Lo podías acusar de cualquier cosa menos de ser violador, y menos todavía de ser el serial", relata un amigo de Sajen.

 

"Con las chicas (sus hijas mujeres) Marcelo siempre era muy cuidadoso. Muchas veces hasta las amigas de ellas le pedían que fuera a los bailes para cuidarlas. Decía que no iba a poder perdonarse nunca si a ellas algún día las agarraba algún degenerado y les hacía algo", afirma por su lado Zulma.

Un mes después, el sábado 5 de diciembre, otra chica, de 21 años, que se dirigía a la casa de un amigo en la calle Obispo Sal­guero es ¡levada desde Larrañaga esquina Buenos Aires hasta la terminal de ómnibus, donde se abusa de ella.

Los ataques de este año terminan el 20 de diciembre, tres días después del cumpleaños de quien por entonces era el hijo más pe­queño de Sajen. Una chica de 25 años es abordada en Obispo Oro y Buenos Aires y violada en un descampado de la Ciudad Universitaria.

"Tan pequeña es, tan frágil es...". La canción que el cantante melódico-cuartetero Gary hizo famosa a mediados de la década del '90 era una de las preferidas de Marcelo Mario Sajen, que solía cantársela a Zulma mientras la sorprendía abrazándola por la es­palda y obligándola a bailar con las mejillas de ambos una al lado de la otra.

 

De esa manera recuerda Zulma la relación de su marido con la música, antes de asegurar que ella nunca fue a un baile de cuarteto porque ese ambiente no es de su agrado. Sajen, en cambio, por aquellos años era un asiduo asistente a los bailes, a los que iba acompañado de su novia, la Negra Chuntero, quien afirma: "Siem­pre que Sebastián venía a Córdoba, lo íbamos a ver. Además, era loco por Gary y le gustaba mucho La Barra. Íbamos a verlos siem­pre que podíamos".

 

Chuntero también asegura que en los últimos meses de 1998 las cosas entre Marcelo Sajen y su mujer estaban muy mal, porque él le habría comunicado a Zulma que quería divorciarse y que pensa­ba irse a vivir directamente con Adriana. "Si hasta ese momento le hacía la vida imposible, imagínate lo que fue a partir de ahí", co­menta la amante de Sajen, mientras pone los ojos en blanco y cie­rra la frase con un suspiro de resignación.


Albardeo


El segundo encuentro con Carlos se concretó en pleno centro de Córdoba, un martes, también cerca de las 10 de la noche. El lugar de reunión fue esta vez "mucho más público", por sugerencia nuestra: la céntrica esquina de Colón y General Paz.

 

El objetivo era caminar con Carlos por la calle para ver si el común de la gente lo miraba con alguna desconfianza o si, como finalmente sucedió, su imagen no llamaba en nada la atención. Ade­más, se le hizo la propuesta -a la que Carlos accedió con cierta des­confianza- de ir a cenar a un local ubicado en la calle San Luis y La Cañada, lugar que fue asaltado por Marcelo Sajen en el año 1999.

 

"Así que acá perdió Marcelo... Mirá vos, parece bastante sim­ple. Además, esta zona por aquellos años era mucho menos ilumi­nada que ahora y estaba llena de putas. La verdad que me llama la atención...”

 

»Debe haber sido un juicio abreviado, porque si no hubiera salido mucho después. Además, el abogado de Marcelo era Albor­noz y el Pelado es un grande para esas cosas. Yo diría que es el mejor. En el ambiente lamentamos mucho cuando entró de fiscal porque se perdió a un tipo que era de fierro y honesto. Somos muchos los que alguna vez fuimos defendidos por él.”

 

«Marcelo lo respetaba mucho a Albornoz, y creo que de alguna manera el tordo también lo respetaba a él. Siempre que Marcelo no podía arreglar las cosas solo, lo buscaba. Yo te diría que si bien ambos se dedicaban a cosas diferentes, siempre se fueron fieles. Y otra cosa, Albornoz la adora a Zulma; siempre la adoró.”

 

»Marcelo me contó que todos los años le regalaba a Albornoz una botella de champaña. Además, él siempre le presentaba a Al­bornoz nuevos clientes.

 

»¿Qué significa arreglar las cosas solo?

 

 Bueno, hay muchas maneras, algunas te las puedo contar y otras no. Por ejemplo, si vas a un lugar a meter el caño y perdés, te agarra la Policía. Lo prime­ro que podés hacer es mandar a alguien de confianza para hablar con la víctima y pedirle que levante la denuncia. El precio de eso lo medís vos en relación con tu situación y con la necesidad que tengas de zafar, ése es un mercado que mueve desde plata hasta autos y casas.”

 

»Después, está lo que no te puedo contar... pero te lo podés imaginar, ¿o vos creés que en la Justicia de Córdoba no hay gente con la que se puedan arreglar cosas? Tengo un amigo que ya le lleva entregadas más de 35 Lucas (35 mil pesos) a un funcionario judicial”.

 

»Así que acá metió el caño aquella vez... Se lo tendrías que preguntar al mismo Marcelo, pero este lugar no parece dar para demasiado. Lo primero que te puedo decir es que si afanó acá fue, o porque estaba sin un mango, o porque andaba al bardeo, como se dice cuando estás buscando guita para financiar un golpe grande. En esa época Marcelo hacía cosas grandes y muchas veces te hacen falta unos pesos para poder conseguir las armas y los autos que necesitás. Algo le debe haber pasado para entregarse así como vos me decís que hizo".


El hombre lobo


Mientras seguía manteniendo sus dos familias paralelas, los conocidos de Sajen señalan esa época como la más intensa de su vida delictiva. "Metía mucho el caño, se podría decir que estaba medio cebado. Había armado una pequeña bandita que andaba muy bien y con la que hizo un par de golpes bastante buenos a concesionarias y a algún que otro negocio grande. Sin embargo, él siempre andaba laburando solo. Metiendo el caño en dos o tres lugares cada noche que salía a trabajar", dice Daniel Sajen.

 

Aunque para la Policía de Córdoba Marcelo Sajen práctica­mente "no existía" como delincuente era conocido como un "buen levantador de autos", pero nada más que eso,  y mucho menos como violador, el hombre seguía burlándose de quienes supuestamente debían estar persiguiéndolo.

 

Comenzaba el año 1999 y sólo un error cometido a consecuencia de esa intensa actividad delictiva pudo frenar lo que, a todas luces, iba camino a convertirse en el año más acentuado de los ataques del violador serial. Prueba de ello es que, durante los primeros 39 días del año, Sajen abusó en prome­dio de una mujer cada cinco días, acelerando de manera notable el ritmo de los ataques, ya que a lo largo de los dos años anteriores se había producido un ataque cada 27 días aproximadamente.

 

Este es un breve resumen de siete de esos ocho ataques que parecen demostrar que el hombre que delinquía y engañaba estaba dejando de ser un hombre y comenzaba a convertirse en una bestia imparable.

 

La primera violación del año que consta en la causa se produjo el 19 de enero, un día martes. Esa noche, una joven de 25 años que estaba trabajando en un bar de la calle San Lorenzo salió con un billete de 100 pesos a buscar cambio. Ese hecho cotidiano fue inte­rrumpido por Sajen, quien la llevó hasta la pista de patinaje del Parque Sarmiento para abusarla. Apenas seis días más tarde, el 25 de enero, otra chica que se dirigía a su departamento en la calle Montevideo tuvo la desgracia de cruzarse en el camino del delincuente sexual cuando caminaba por Hipólito Irigoyen y acababa de cruzar la calle Independencia. Una vez "controlada" fue obligada a caminar hasta un descampado de barrio Güemes, sobre la calle Laprida, entre Arturo M. Bas y Bolívar.

 

Sin descanso, tres días después, el 28 del mismo mes, Sajen vuelve a atacar y lo hace con descaro: tres chicas de menos de 20 años que vivían juntas en un departamento de la calle 25 de Mayo fueron abordadas en un descampado en la esquina con David Luque de barrio General Paz. Recién llegadas de pasar las Fiestas en sus casas, habían decidido hacer las compras en el Hiper Libertad an­tes de que el dinero comenzara a desaparecer. Sajen las detuvo cuando regresaban cargando las bolsas de comestibles. Las tres fueron abusadas sexualmente.

 

Cinco días después de abusar de aquellas tres chicas, el delin­cuente arranca febrero violando a una joven que caminaba por la calle Ambrosio Olmos, rumbo a su departamento en Obispo Salgue­ro. No la hace caminar, no la quiebra, no duda. A la altura de Ambrosio Olmos e Ituzaingó, en el mismo lugar donde la reduce, la obliga a saltar una pared que separaba la vereda de un baldío. Entre escombros y yuyos, la ataca sin que ella tenga oportunidad de verle el rostro.

 

Cuando declaró ante el sumariante, la joven de 22 años sólo pudo explicar que el hombre era muy ágil y se movía "... como un orangután. Después de hacer lo que me hizo, de un salto, subió al muro de dos metros y se fue".

 

Seguía cebado. El anteúltimo ataque de esta pequeña serie del año 1999 es ejecutado el 5 de febrero contra una chica de 19 años que caminaba por Nueva Córdoba rumbo a la casa de su novio. En la esquina de las calles Estrada e Independencia, Sajen se interpo­ne en su destino para obligarla a caminar hasta la Ciudad Universitaria. Allí, en medio de la oscuridad inmensa del predio, el viola­dor serial la marca para siempre. En la causa este hecho figura como el ataque número 28.

 

El dinero no alcanzaba. La Negra Chuntero estaba a punto de dar a luz, Zulma estaba enojada y Sajen se encontraba descontrolado porque de la misma manera en que necesitaba desesperadamente dinero, tenía que saciar sus impulsos y lo hacía cada vez con más frecuencia.

 

Y quedaba un ataque más, antes de que Marcelo Mario Sajen dejara de violar por un período de más de dos años.


El asadito


Eran las 7 de la tarde de aquel domingo y Marcelo, después de pasar un rato con sus hijos en casa de Zulma, había decidido ir a pasar la noche en la casa de Adriana Castro, donde, según asegura hoy su amante, se había instalado definitivamente "desde hacía unos meses".

 

Acostumbrada a que su hombre fuera callejero y a que en esa época tuviera que trabajar para mantener a sus dos familias, Adriana -con la fecha de parto muy próxima- no se extrañó de que Marcelo organizara un asado con amigos para la noche y saliera antes de que llegaran los invitados.

 

"A él no le gustaba hacer el fuego, así que le dejó dicho a mi hermano (el Negro Chuntero, de quien Adriana heredó su apodo) que fuera encendiendo las brasas mientras él salía a hacer un par de cosas". La mujer recuerda que con esa recomendación Marcelo se fue de su casa cerca de las 20 del domingo 7 de febrero de 1999.

 

"Ya teníamos el cochecito y las cosas del ajuar para el bebé, pero faltaba algo de ropa y además me había prometido que íba­mos a comprar la cuna al día siguiente en el centro. Marcelo esta­ba muy contento porque estaba por ser papá de nuevo, pero tam­bién estaba nervioso porque la Zulma estaba furiosa y desde hacía unos días le venía haciendo escenas y pidiéndole cosas para ella y para todos los chicos. Esa noche lo esperé, pero las horas pasaban y él no aparecía...".

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//07 de Noviembre, 2010

CAPITULO VII El otro Sajen

por jocharras a las 21:32, en La Marca de la Bestia
CAPITULO VII

El otro Sajen

El amante

Cuando las violaciones perpetradas por el violador serial se convirtieron en noticia, no fueron pocas las referencias de psicólogos y psiquiatras entrevistados por los medios de prensa que hacían hincapié en que el atacante debía ser una persona solitaria, con problemas para relacionarse con los demás e, inclusive, dificultades para tener relaciones con una mujer.

Incluso, la escasez de información hizo que llegara a hablarse de un violador travestí y hasta de un hombre que podría vivir y depender de su madre para subsistir.

Evidentemente, esas teorías poco tenían que ver con la imagen pública de Marcelo Mario Sajen que, hoy se sabe, no sólo tenía una familia constituida con seis hijos sino que mantenía a una familia paralela. Ya se ha hablado de Sajen y de su primer amor, Zulma Villalón, pero nada se ha dicho de otras mujeres que también amaron (algunas aún lo hacen) al hombre más odiado de Córdoba.

La Yolanda

Tengo que ir caminando como si estuviera en un lugar cualquiera; que nadie se dé cuenta de que estoy cagado hasta las patas. Despacito, a paso firme, pero no demasiado tenso, para que no piensen que me siento superior... ¡Soy un estúpido! ¿Para qué carajo me habré puesto las zapatillas nuevas? Van a pensar que son originales y se les va a hacer agua la boca... si supieran que las compré truchas y me salieron 35 pesos en lugar de 170 como salen en el centro... ¿Qué hago? Bueno... voy lo mismo, y si me quieren afanar les doy todo...

El mediodía del 28 de diciembre de 2004, cuando su rostro acababa de ser dado a conocer, el violador serial fue cercado en barrio General Urquiza y huyó en una moto que abandonó a metros del ingreso Sur a la villa El Chaparral. Fue la última vez que lo vio la Policía hasta que decidió quitarse la vida varias horas más tar­de. En aquel momento se dijo que podía estar escondido en la casa de alguna amante.

Meses después, un miembro de esta investigación conoció que muy cerca del lugar donde la Policía encontró la moto en la que huyó Sajen, vivía una mujer que, según algunas versiones, habría tenido "graves problemas" con Marcelo Sajen.

Tengo que ir por Montes de Oca en paralelo a las vías. Cuando llego a la cortada que da a la villa miseria, doblo a la izquierda. Total, ya estoy... ¡Dale no va a pasar nada...! Mmm ¿y si están esos pendejos matones que dicen que se juntan ahí? Mejor bajo hasta Miguel del Mármol que desemboca en la misma entrada pero unos metros más lejos, y si veo que están los pibes, doblo como yendo hacia el colegio Hilario Ascasubi. Si no están, encaro rumbo a la villa.

Después de días encontrando pretextos para no realizar la visi­ta, una fría mañana de mayo, uno de los autores de este libro, con más miedos que seguridades, se disponía a entrar a la villa El Chaparral para buscar a una mujer de la que nada sabía: la Yolanda.

Lo único que me falta es un cartel que diga que soy policía. Hasta parezco uno de esos de civil que se visten desprolijos a pro­pósito para que no se les note y al final son los más evidentes... Mejor sigo caminando despacio, como si nada. Con lo helado que está, si me llegan a asaltar y se llevan la ropa no sé si me muero del frío o del cagazo... Me pongo la billetera en el bolsillo del panta­lón, total a la plata la tengo en la media (típico recurso de niña exploradora), guardo el celular en la campera y apenas doblo en la esquina veo qué hago... tres metros, dos, uno...

A cuatro cuadras de la casa de Marcelo Sajen, en barrio Gene­ral Urquiza, a metros del colegio Hilario Ascasubi donde hizo la escuela primaria y donde la calle Miguel del Mármol casi llega a unirse con Montes de Oca, hay una barranca que comunica el ba­rrio con El Chaparral. En una de esas casas vive la Yolanda.

 

"No mirés para los costados que alguien se puede sentir incó­modo; caminé seguro y que no se te note nervioso. Si alguien te cruza, saludé, y si te quieren afanar no te hagas el picante por más picante que te creas...". Tengo en la cabeza un manual práctico de la visita a la villa, pero no dice nada de encontrarse en el sendero de entrada con un tipo que tiene un hacha en la mano y que, mien­tras le da duro a un tronco, insulta a su mujer que intenta mantener quieta la madera desde la otra punta... Mejor ni saludo, así no inte­rrumpo la discusión. -Hola, buen día...-. Quedé para la mierda, me tuvieron que saludar ellos... -Cómo le va, disculpe... ¿todo bien?-. iSi seré gil...! Están a punto de agarrarse a hachazos y yo les pre­gunto si está todo bien. Mejor avanzo, ahora tengo la villa por de­lante y el hacha a mis espaldas, así que no puedo dar marcha atrás.

 

Un rancho, dos ranchos, una casa de material... por acá anduvo Sajen cuando se le escapó a la Policía. Dicen que en la villa él era más querido que en el barrio, y dicen que la mayoría de la gente de la villa vivió antes en Urquiza, hasta que la crisis los obligó a ven­der sus casas y mudarse para acá... Otra casa de material, olor a mierda, aguas servidas, un chico en bicicleta y una señora lavando la ropa en una palangana. Apenas caminé cincuenta metros y me puedo imaginar que este lugar es un mundo... pueden meter a 500 policías y todavía va a haber espacios para esconderse. Otra casa de chapa, una especie de tanque haciendo esquina, chicos jugando ya mi derecha la bandita de adolescentes matones mirándome como si me estuvieran por matar. ¡Ay, por qué no vine con el otro, que por lo menos parece más cana que yo...!

Bueno. Salgo corriendo o hablo con ellos...? Hablo con ellos.

 

-Hola chicos, ando buscando a una mujer que se llama Yolanda, ¿la conocen? Ay... éste que se está moviendo es el que va a decidir qué me hacen... a todos les veo cara parecida a Sajen.

-¿A la Yolanda la buscás? -me increpa el flaco. -Sssí, sí, a la Yolanda -pero tengo que ser gil para tartamudear con la "s". Este se dio vuelta y andá a saber lo que está organizando. -¡Vieeeeeja!

Desde el fondo se escucha una voz de mujer.

-¿Qué pasa?

-Te busca este pibe -le dice el chico a su madre, y pasa a mí lado como diciéndome: "Pará un poco la moto gordito, no te va a pasar nada".

"Yo he sido amante de él y nunca me generó ningún problema. Estuvimos juntos durante muchos años, casi desde que yo llegué al barrio. En ésa época mi marido estaba preso y Marcelo me ayuda­ba".

 

"Nunca me pegó. No se trataba de que fuéramos pareja porque hubo interrupciones, pero estuvimos mucho tiempo juntos. Yo sé que con la mujer se le fue la mano unas cuantas veces, pero a mí nunca me pegó. Es más, cuando mi ex marido salió de la Peniten­ciaría me supo dar una paliza y lo tuve que parar yo a Marcelo porque él lo quería matar".

 

"Más de una vez la mujer (Zulma) vino acá al frente (señala la barranca que separa la villa miseria del barrio) llorando, a pedirle que volviera a la casa, y él se cruzaba y la cascaba allá, al frente de todos, o directamente le decía que no me molestara. A mí me daba pena, pero qué iba a hacer".

 

"Yo no creo que él haya sido el serial; conmigo siempre se por­tó muy bien, venía a verme, me traía comida para los chicos. Se quedaba en la puerta a cuidarme; yo no creo que él haya sido".

 

La relación entre Yolanda y Marcelo Sajen fue confirmada por Eduardo Sajen, quien afirmó que en los años en que "Marcelo an­daba con la Yolanda, ella era quizá la chica más linda del barrio. Cuando todo empezó, ella no vivía en la villa sino en el barrio. La verdad es que era una chica hermosa".

 

Al comienzo de la entrevista, Yolanda negó rotundamente que su ex amante pudiera ser el violador serial, sin embargo, mientras la charla fue avanzando comenzó a dudar al respecto, pero de eso se hablará más adelante.


Paola


"Maldito sea el día en que ésos nacieron, en esa casa de ladri­llos que está ahí al frente. Eran cinco y se fueron a Pilar a los 19 años, aunque acá por entonces no se sabía que eran delincuentes.  Yo le hice una denuncia a Sajen en la comisaría".

 

La frase se llena de rencor y miedo fue enunciada por Olga Palacios, una mujer de unos 50 años que vive en una casa ubicada en la calle Miguel del Mármol al 2700, cuya entrada secundaria está ubicada justo frente a la casa donde nacieron y crecieron los hermanos Sajen.

 

Llegamos allí, después de recibir una serie de datos que vin­culaban a la hija de Palacios, una joven llamada Paola, con Sajen. Le contamos a Olga la versión que se refería a su hija como una supuesta víctima de Sajen, pero la mujer sólo se limi­tó a decir "algo de eso hay". Ante la insistencia y el dato de que en el barrio se comenta que Paola habría recibido un disparo de manos de Sajen, la mujer se metió dentro de su casa para cerrar la puerta.

 

El siguiente contacto con la mujer se produjo vía telefónica luego de que un hermano de la joven nos entregara el número de teléfono de la vivienda. En la breve grabación puede escucharse: "No quiero hablar del tema. Lo único que voy a decir es que el diablo lo debe tener colgado de las patas a ese hijo de puta. Yo no quiero hablar más".

 

Sorpresivamente, cuando las esperanzas de chequear la ver­sión parecían desvanecerse, una llamada entró a uno de nuestros celulares. El llamado, proveniente de una localidad del Gran Bue­nos Aires que no se especificará, era de una mujer que se identifi­có como la propia Paola, hija de Olga Palacios: "No quiero que molesten más a mi mamá, que me mandó a decir que está asustada. No queremos tener problemas. Lo que puedo decir es que Marcelo nunca me hizo daño a mí, que fuimos amantes y que eso después se terminó...". La mujer, que dijo estar viviendo en Buenos Aires des­de que acabó su relación con Sajen, preguntó con qué otra pareja de su ex amante habíamos hablado, y se mostró molesta cuando se le comentó que conocíamos a Adriana Castro.

 

Antes de cortar, la voz en el teléfono hizo una aclaración: "El incidente del disparo fue sin querer. Marcelo no es culpable de eso. A él se le escapó la bala pero fue un accidente; él mismo me llevó al hospital cuando pasó".

 

La mujer prometió analizar la posibilidad de volver a comunicarse, pero nunca más lo hizo. La relación entre Marcelo y Paola fue confirmada, además, por la madre de la chica, Daniel Sajen. Eduardo Sajen y por el matrimonio de Cacho y Amalia Cristaldo.

 

Posteriormente, la misma Adriana Castro hizo referencia a "esos amores de Marcelo", refiriéndose a Yolanda y a Paola.

 

Además de estas dos relaciones extramatrimoniales, el rumor refiere que Marcelo Sajen también mantuvo vínculos con otras mujeres, con las que no se pudo hablar, y que tendría más hijos de los que legalmente se le adjudican.

De caño

La cita se concretó por teléfono y sin demasiadas vueltas: "Te espero en este bar de Nueva Córdoba a las 22, vos quedate tranqui­lo que yo te voy a reconocer. No digas mi nombre, sentate en una mesa y yo me arrimo. Tenés que ser puntual". Como nos pasó en numerosas ocasiones en torno a esta investigación, nos habíamos dado cuenta de que, por más que avanzáramos firmemente en al­gún sentido, otros puntos quedaban claramente truncos y todavía nos impedían saber con seguridad quién fue Marcelo Sajen.

 

Habíamos logrado reconstruir su vida familiar y lo que decían de él las personas de su entorno. También se había pautado un en­cuentro con otra mujer que todo el mundo dice que es la pareja paralela de Sajen desde el año 1997 y, sin embargo, algo no cerraba por ningún lado: ¿de qué vivía realmente Sajen? ¿Cómo hacía para mantener a dos familias, siete hijos y amantes ocasionales (más los hijos de algunas de ellas) únicamente vendiendo autos?

 

Sabíamos por rumores llegados desde la Fiscalía y la Policía que la principal sospecha lo vinculaba al negocio de los autos roba­dos. Sabíamos que en uno de sus últimos ataques (ocurrido en San Vicente) al huir dejó caer una ganzúa que la Policía secuestró y sabíamos que eso alimentó la hipótesis de que su estadía en Nueva Córdoba -el lugar donde se roban más autos diariamente en toda la ciudad- se debía a que mientras "trabajaba" levantando autos, ob­servaba a las chicas que posteriormente iba a violar.

 

Lo sabíamos, pero no lo creíamos suficiente. Decidimos cruzar esa línea porque entendimos que era absurdo contar la vida de un delincuente sin hablar con aquellos que trabajaron con él.

Después de decenas de diálogos con personas que en su totalidad pidieron mantener en reserva su identidad, logramos hacer contacto con un individuo que aseguraba haber tenido participación en diferentes hechos delictivos y ejecutado algunos de ellos a la par de Marcelo Sajen.

 

Entonces sé abrió una etapa de verificación a través de dife­rentes fuentes policiales que nos permitieron confirmar la partici­pación del sujeto en delitos en los que se sospecha que también estuvo involucrado Sajen. Cuando supimos que estábamos ante una posibilidad concreta de recibir nueva información, se acordó una primera cita que no se concretó, como esperábamos nosotros, en una lujuriosa whiskería o en un oscuro bar alejado del centro, sino en el exclusivo pub Le Roux de Nueva Córdoba.

"Vení vos solo, no me vayas a hacer una agachada. Te espero a las diez de la noche", fue lo último que se escuchó del otro lado del teléfono.


Una persona admirada


La oscuridad gobernaba el clima del bar aquel martes de otoño en el que un miembro de esta investigación ingresó dispuesto a hablar con un delincuente declarado sobre Marcelo Mario Sajen. Apenas pasaron unos minutos de las 21.30 cuando un hombre corpu­lento, de aproximadamente 35 años y voz gruesa, preguntó por nues­tro nombre mientras se sentaba y nos tendía la mano. De aspecto "decente" si cabe decirlo, y muy buena vestimenta, esta persona a quien llamaremos Carlos porque, obviamente, todo el tiempo con­dicionó su aporte a la protección de su identidad, se mostró sorprendentemente instruido a la hora de hablar y procuró en todo momento casi con insistencia dejar en claro que -al igual que los amigos y la familia de Sajen- nunca tuvo ningún indicio que le hiciera pensar que su compañero era el violador serial, y que sólo se atrevía a hablar con nosotros del tema porque "en el ambiente eso (ser un violador) no se perdona".

 

La elección del lugar de encuentro y la "buena presencia" sólo fueron los anticipos de las sorpresas que terminaría por aportar la singular reunión. Entre ellas, estuvo la particularidad de que en lugar de un whisky o un fernet con Coca, Carlos pidió una gaseosa light y explicó que no tomaba cuando estaba "por trabajar". "¿Qué estás por hacer?". La respuesta llegó después de un largo silencio, acompañada de una mirada lo suficientemente seria como para dejar todo en claro: "¿Estás seguro de que querés saber?".

 

Inclinado hacia delante, sin utilizar el respaldo de los amplios sillones del bar, mostrándose extremadamente educado con las mozas adolescentes del lugar y en una posición estudiada -sobre su cabeza, una lámpara de luz dicroica cuyo soporte proyectaba una leve sombra impedía que su cara pudiera verse completamente- Carlos habló:

 

"Él siempre metió el caño y siempre fue un hijo de puta. Se dedicó a robar, no importa lo que te diga la familia. Marcelo era choro y no un choro cualquiera. Era de los buenos, todos queríamos trabajar con él. ¿Por qué? Fácil, porque era bueno para todo. Era rápido, era seguro y se la bancaba porque tenía muchos huevos.

»No, no es que hiciera una cosa. Él era groso, vivía de esto. Si había una buena posibilidad de meter el caño, iba y lo metía; si las cosas estaban feas, levantaba autos y también lo hacía cagando. No necesitaba trabajar con nadie, era tan bueno que podía hacer las cosas por su cuenta.”

»Por supuesto que se puede robar en Córdoba sin la protección de la cana. Además, el que te diga que Marcelo tenía protección es un pelotudo que no lo conocía. Si Marcelo odiaba a la yuta. La odiaba realmente y no sé por qué. Cuando vos ibas a afanar con él y sabías que iba a haber un custodio o un cana, te decía: 'A la yuta dejámela a mí. Del cobani me encargo yo', y te aseguro que se ensañaba ¿eh?, lo cagaba a palos... No, Marcelo no tenía protección, no la necesitaba, lo que lo protegía era que sabía cómo manejarse.”

»No lo puedo creer. Para mí es increíble. El tipo nunca me hizo un comentario sobre una mina. Nunca le miró las tetas a mis minas, y mirá que yo siempre me busqué minas tetonas. Cuando vi su foto pensé que era una cama, pero ahora se empiezan a escuchar cosas y todo empieza a cerrar; él era un hijo de puta".

"Zulma que diga lo que quiera. Es muy posible que ella haya sido verdulera y que Marcelo la ayudara, pero yo te digo: Marcelo siempre metió el caño. Los que sí son inocentes en esta historia son los chicos. Con ellos no hay que meterse porque son todos chicos excelentes. Eso es lo que me jode de este hijo de puta del fiscal. No se dio cuenta de que al mostrar la foto le cagaba para siempre la vida a la familia.”

» ¿Querés saber cómo afanaba él? Bueno, decime cómo violaba. Yo leí que a las víctimas las quebraba haciendo primero que se relajaran y después poniéndolas nerviosas, demostrando que él manejaba la situación y que lo mejor era hacerle caso. Bueno, igual era para afanar. Era un hijo de puta violento, como decís que era para violar. Le gustaba tener el control y lo tenía dándole miedo a todos.”

»Era impresionante verlo porque dominaba toda la situación. Muchos casos los hacía sin siquiera empuñar el fierro. Imagínate que el tipo era el primero en entrar y al instante tenía un panorama que le permitía saber dónde estaban todos. Agarraba y se levantaba la remera para que vieran el chumbo en la cintura, se mostraba tan seguro que la gente ahí nomás se sentía entregada, mientras tanto él les decía 'tranquilos que no pasa nada' y los llevaba al mejor lugar para reducirlos a todos. Cuando la gente estaba tranquila, agarraba al último de los que iban caminando y le metía tres o cuatro quemas (trompadas), haciendo que todos se asustaran. A partir de ahí seguía siendo así, los tranquilizaba primero y cuando estaban tranquilos le pegaba a uno para que todos se pusieran nerviosos. No le importaba que fuera una mina o un chabón, lo que importaba era que todos ahí adentro supieran quién mandaba, y creeme que todos lo teníamos bien claro...”

»Yo nunca supe que él tuviera un caso de violación. En el ambiente siempre se conoció la versión de su mujer, que decía que él tenía una denuncia que le habían hecho los padres de Zulma cuan-do ellos se pusieron de novios. Por eso en el barrio a lo sumo se decía que él la había violado y ella se enamoró, pero nunca nadie pensó que él pudiera ser un violador.”

»Ahora que me decís, sí hay un episodio medio raro. Una chica del barrio contó hace un tiempo que Una noche Marcelo en pedo se bajó de un auto y la invitó a coger, pero que ella se resistió. Como la conocemos a ella y creíamos que Marcelo era un tipo incapaz de desubicarse con una mina, nadie le creyó. Ahora me doy cuenta de que el desgraciado nos engañaba a todos.”

»Él mantenía dos familias. La Negra Chuntero siempre se banco ser la segunda, pero la Zulma nunca se banco que la otra existiera. Todas las peleas que tenían eran por eso. Marcelo era tipo de pocas palabras.”

»La verdad es que la vez que estuve preso con él no coincidimos mucho tiempo, pero lo que te puedo decir es que, donde estuviera, Marcelo mandaba. Él había sido pluma en Encausados, pero »La verdad es que la vez que estuve preso con él no coincidi­mos mucho tiempo, pero lo que te puedo decir es que, donde estu­viera, Marcelo mandaba. Él había sido pluma en Encausados, pero lo cierto es que si no mandaba por lo menos era bastante intocable. Los Sajen siempre mandaron en la cárcel, por lo menos en los últi­mos diez años. No sé qué puede haber pasado antes. Sobre eso te digo que a los 20 años nadie manda en la cárcel".


Eso no se perdona


"¿Que si era bueno para las quemas (trompadas)? ¡Era infer­nal...! ¿No te digo que para todo era bueno? Y además era un tipo bastante fiel, un tipo en el que podías confiar, por eso es que nadie lo puede creer y por eso debe ser que él lo escondió siempre. En el ambiente los violines no son queridos, es como en la cárcel o como entre las mujeres presas con las que matan a sus hijos. Es muy difícil entender que un grosso sea violín. Es difícil. Yo creo que se mató de vergüenza porque no había manera de entender que él hubiera sido un buen padre, un tipo querido por sus mujeres y res­petado en el ambiente. De repente iba a caer a lo más bajo, se iba a convertir-en un despreciado por todos. Digamos que matarse fue su última -y única- escapatoria. En la cárcel estaba condenado a rebotar en todos los pabellones.”

 

»Es cierto que no chupaba, no se drogaba, no tomaba pepas (pastillas) ni tomaba merca (cocaína). Tampoco fumaba. Dicen que vendió pepas en la cárcel pero eso no cuenta, la cárcel es otra historia.”

 

»Ah, su arma era la pistola 11.25. No le des ninguna otra, por­que no la aceptaba. Él iba con su 11.25 para todos lados. La llevaba hasta cuando iba al supermercado. Además, no te olvides de que él, de caño, era un tipo muy violento.”

 

»Tenía mano pesada. A las minas las saludaba clavándoles la mano en el hombro. Una vez una mina mía me hizo un comentario sobre eso que recordé cuando leí cómo hacía el serial para abrazar a las chicas. Cómo puede ser que no me haya dado cuenta. Te juro que lo entregaba yo si me daba cuenta.”

 

»No entiendo. Quién te dijo que no se puede afanar sin protec­ción de la cana. Eso es un invento de ellos. La cana no se entera de más de la mitad de las cosas que nosotros hacemos. Te repito que él odiaba a la yuta, nunca habría trabajado con ellos. Eso te lo descarto.”

 

» ¿Cómo se llama? ¿Zona de anclaje? (una de las teorías princi­pales de la Policía en la época en que analizaba los ataques del violador serial) ¿Quién te dijo eso? Es una estupidez. No tienen idea, eso es lo que se hace para cualquier hecho. Ahora ya me ima­gino por qué no lo agarraron. Si vos vas a afanar acá (el bar se encuentra en Hipólito Irigoyen y Buenos Aires) ¿Sabés qué tenés que hacer para irte? Subís para arriba de esa calle (Buenos Aires) y la cana automáticamente piensa que te vas para Güemes. Lo que vos hacés es caminar un par de cuadras y volver hacia la zona don­de afanaste. Después, terminás en barrio General Urquiza (donde vivía Sajen).

 

»Una cosa que está buena para el trabajo de ustedes es que Marcelo era inteligentísimo para escaparse y para hacerse el boludo. En el barrio se dice que un día lo buscaban como diez CAP y el tipo se escapó caminando, haciéndose el boludo entre todos ellos. En este trabajo vos tenés que aprender a "voltear" (así se llama a descubrir cuándo hay un policía cerca) a la cana, porque si no estás frito. Bueno, él era muy rápido para eso, los olía".


Un buen ladrón


Independientemente de que las palabras de Carlos estaban confirmadas por su pasado delictivo y por su participación (corro­borada por fuentes policiales) junto a Sajen en diferentes hechos, resultó interesante constatar sus afirmaciones con las de Daniel Sajen. El hombre realiza una serie de interesantes aclaraciones referidas al pasado delictivo de su hermano.

"Marcelo empezó de pibe haciendo raterismo. Después mi her­mano Leonardo lo fue llevando hacia hechos más grandes. Con el tiempo fue perfeccionándose, porque él era muy inteligente. Al fi­nal era bueno para todo.”

«Usaba armas grandes: la 11.25 o la 9 milímetros, porque son las que producen más miedo. Una cosa es que te apunten con una 22 y otra es que antes de apuntarte te hagan sentir el ruido de la corredera. Ese 'clac clac' hace que te cagués en las patas y casi te diría que aumenta el tamaño del cañón intimidando mucho más.”

«También me imagino que es diferente cruzarte con la cana con una de esas armas que con las otras. De todos modos me parece difícil que Marcelo llegara a tirotearse, por más que era cierto que a los policías los odiaba.”

«Marcelo hacía de todo. En el '93 estuvo preso pero me parece que fue por arrebatar una cartera o algo así. Marcelo hacía esas cosas y otras. Él salía y veía para qué daba el día. Metía el caño en dos o tres lugares sacando 250 o 300 pesos en cada lugar, y al final ponele que se levantaba un auto. Lo que pasa es que él siempre tuvo que mantener a dos familias y a alguna que otra mina, y eso implica que hay que laburar mucho.”

 

»Yo nunca trabajé con él, pero imagino que hacía bien las co­sas. Le gustaba hacer su trabajo solo, sobre todo en los últimos años, porque eso disminuye el reparto y el riesgo. Si son tres levan­tando un auto hay que separar 700 mangos entre tres. Si es uno, queda más plata.”

 

»Una vez yo estaba preso en un precinto y los canas me decían: 'Nos están levantando todos los autos en la cara, sabemos que es tu hermano y no lo podemos agarrar'. Eso te demuestra que era bueno y además, que no es cierto que él tuviera una banda o algo así. Pienso que él levantaba a pedido y vendía inmediatamente, no le importaba todo el movimiento que hay después porque es demasia­do grande: Marcelo levantaba a pedido y se lo sacaba de encima.

 

El hecho del año 1993 figura en su prontuario y da cuenta de una tentativa de robo calificado de la que fue acusado él y otro hombre. Finalmente, ambos quedaron en libertad y fueron sobre­seídos.


Adriana, la Negra Chuntero


Fue un 30 de abril. Ella tenía por entonces 28 años y peleaba contra la vida en soledad junto a su pequeño hijo de apenas 4. Co­rría el año 1997 y Adriana del Valle Castro trabajaba en una florería del centro, donde ganaba lo suficiente como para llevar una vida que, si bien no tenía lujos, le permitía no pasar demasiados contratiempos. Alta, morocha y por aquellos años de un físico "ge­neroso", la joven estaba acostumbrada a que ese hombre "atento y serio" le clavara la mirada cada vez que se cruzaban por la calle.

 

Marcelo llevaba 15 años en pareja con Zulma, con quien ya había tenido cinco hijos pero, así lo afirman los íntimos de Sajen, las cosas no estaban del todo bien entre ellos.

 

La atracción hacia aquella joven -asegura la misma Adriana- no sólo se concentraba en su aspecto físico, sino en que era "traba­jadora y luchadora", como para "bancarse sola" y con su propio esfuerzo.

 

En esos meses de 1997, según la causa que investiga los ataques del violador serial, el delincuente ya había violado a cinco muje­res y cuatro de ellas sufrieron sus ataques ese mismo año, entre enero y abril, en los barrios San Vicente, 1o de Mayo, Crisol Norte y Empalme.

 

Fue a través de un amigo en común que Marcelo y Adriana acor­daron encontrarse para hablar y conocerse. El lugar de encuentro lo eligió el propio Sajen y, hoy por hoy, resulta una ironía indicarlos: el Parque Sarmiento. Marcelo llegó en una moto amarilla de alta cilindrada, "de esas que siempre lo volvieron loco". Cuando ella lo vio llegar con un jean y una remera a rayas de todos colores, sintió "un cosquilleo en el estómago" que, después confesaría, nun­ca la abandonó a lo largo de los siguientes siete años.

 

En ese mismo instante supo que le sería difícil seguir el conse­jo que le había dado una amiga: de que no se metiese con ese tipo porque andaba en "cosas fuleras". La mujer contó que, para seducirle, desde el primer momento Marcelo eligió "la honestidad como bandera" y le confió lo que ella ya había averiguado por su cuenta: "Estoy casado y tengo hijos".

 

Lo que Adriana llamó sinceridad, sumado a aquel "cosquilleo" cuya intensidad la tenía increíblemente conmovida, hizo que si­guieran hablando y la mujer se animara a poner la única condición imprescindible para empezar a pensar en la posibilidad de estar juntos. "Le dije que para que eso sucediera él debía querer a mi hijo más de lo que me podía querer a mí". Marcelo aceptó y la vida de aquella chica de 28 años cambió para siempre.

 

Esa misma noche, la Negra Chuntero terminó siendo presenta­da "en sociedad", porque Marcelo la llevó al bar Tijuana, donde sus hermanos estaban jugando al pool y tomando unas cervezas. Días después fue presentada a la madre de Sajen. Sólo Zulma igno­raba todavía su existencia, aunque pronto se enteraría.

 

Aquellos primeros tiempos juntos -cuenta Adriana- fueron los más hermosos y los más difíciles. Hermosos, porque él se mostró como la persona maravillosa que ella había soñado encontrar toda su vida; difíciles, porque las demandas que Marcelo recibía de su otra familia le demostraron que debía acostumbrarse a ser "la se­gunda".

 

En efecto, cuando Zulma supo de la existencia de Adriana echó a Marcelo de su casa. Sin embargo, según cuenta Daniel Sajen, quien supo ser el Celestino de aquella pareja, "al tiempo que Zulma lo echaba, lo retenía con sus abrazos". Él, en definitiva, nunca se fue.


Días extraños


Lo curioso es que, mientras Adriana iba ingresando en la vida de Sajen como parte de una existencia alternativa a la que llevaba con Zulma y sus hijos, el hombre también comenzaba a desarrollar, aparentemente con más intensidad que antes, otra actividad para­lela.

 

Aquel 1997, como dijimos, el serial había violado cuatro veces antes de conocer a Adriana.

 

El último de esos ataques se produjo, llamativamente, el día anterior al cumpleaños número 15 de su hija mayor, el 14 de abril. En esa oportunidad una chica de barrio Crisol Norte fue abordada y violada en la puerta de su propia vivienda. Las fechas de los ataques inducen a decenas de especula­ciones cada vez que se las constata con otras fechas importantes en la vida de Sajen: apenas cinco días después del primer encuentro con Adriana, el lunes 5 de mayo de 1997, ocurre un hecho que, si bien quizá no tenga que ver con ella, sí tiene relación con su "maravilloso" acompañante en aquella noche romántica. Una joven de barrio San Cayetano fue abordada en la calle Vicente Dupuy 3200, cuando se dirigía a una carnicería ubicada a una cuadra y media de su domicilio, por un depravado que la sometió sexualmente en una obra en construcción ubicada al frente.

 

Ese ataque figura en la causa del violador serial como el nú­mero 5 del año (el sexto de la serie, comenzada en 1991). Los ata­ques aumentarían después, el 7 de julio, cuando el depravado - ejemplar marido de Zulma y ahora amante de Adriana- violó, se­gún la causa, a una chica que se dirigía a la plaza España.

 

La joven fue abordada en la esquina de Derqui y Chacabuco y obligada a caminar hacia el Parque Sarmiento. En el camino, vícti­ma y atacante pasaron por el mismo lugar donde dos meses antes Sajen había comenzado su relación con Adriana. La chica final­mente fue ultrajada en los jardines, frente al monumento al Dante.

 

Si en los parámetros internacionales referidos a este tipo de atacantes sexuales se considera que existe un violador en serie a partir de su cuarto ataque, Sajen por esa época ya era un experi­mentado delincuente sexual serial que había violado cuanto me­nos a siete chicas. Sin embargo, los investigadores de la causa ase­guran que por esos días Sajen aún no había terminado de perfec­cionar su método de ataque, ese que le permitiría seguir violando hasta el año 2004.

 

La serie de hechos continuaría, porque antes de fin de año ata­caría tres veces más: uno de esos ataques sería ejecutado en el parque, el jueves 16 de octubre, en un descampado al lado de la Granja del Jardín Zoológico; otro, en barrio Colón, el sábado 22 de noviembre en la intersección de las calles Gorriti y Brayle; el últi­mo, el 9 de diciembre, en un descampado cercano a la calle Salva­dor Maldonado al 3100 de barrio Jardín.

 

Paralelamente, Adriana estaba enfrascada en una dura dispu­ta con Zulma Villalón.

 

Según cuenta la primera, cuando Zulma supo que Adriana era la amante de su marido, fue a la florería Gustavo 1o, donde aquella trabajaba, e hizo "tal escándalo" que Adriana fue echada del lugar.

 

"La Zulma se hizo amiga de la Paola y juntas venían a mi casa para insultarme y arrojarme piedras", señala Castro.

 

Marcelo, en tanto, dormía algunos días en casa de una y otros días en casa de la otra. Hasta que ambas fueron acostumbrándose. Al respecto, Adriana prefiere decir que "su negro" le contó, apenas se conocieron, que él era "un liberal" y que su mujer lo ataba de­masiado. Ella entendió que si lo quería tener debía dejarlo hacer lo que él quisiera.


Camas separadas


A los nueve ataques que constan en la causa ocurridos durante 1997, se sumarían trece más en 1998. Mientras tanto, Marcelo no sólo tenía tiempo para mantener a dos familias, sino que también se ocupaba de sostener a sus amantes.

 

En este libro se ha nombrado a cuatro personas que dicen haberlo amado y cada una de ellas insiste en negar que el ser con quien compartieron la cama pudiera ser el violador serial. Ante la consulta específica, tanto Zulma como Paola, Adriana y Yolanda insistieron en que Marcelo era una persona educada y respetuosa.

 

Zulma, que se mostró muy pudorosa al hablar sobre la intimi­dad con su marido, se limitó a asegurar que en ese ámbito Marcelo nunca se comportó con violencia con ella, negando aquel secreto a voces repetido en el barrio que la ubica como la primera víctima de su marido.

 

"No, eso es porque mis papás no estaban de acuerdo con nues­tra relación, pero él a mí nunca me maltrató". Su mujer durante más de 20 años también negó, como ya se dijo, que su marido la golpeara, pese a que muchos testigos aseguraron haber presencia­do episodios de ese tipo. Tampoco hizo referencia a que Sajen la engañara, salvo cuando intentó explicar que la primera violación de la que estuvo acusado Marcelo fue en realidad una relación extramatrimonial. Es más, en los diálogos que mantuvo con noso­tros insistió en mostrar a Marcelo como un hombre "de su casa" que sólo salía para trabajar en el taller y para vender autos hones­tamente. "Si mi marido hubiera sido ladrón y vendido autos robados, yo viviría en el Cerro y no acá", llegó a asegurar en una opor­tunidad.

 

Finalmente, Zulma hizo un extraño comentario referido a la manera de atacar del violador serial: "Las víctimas dicen que le ven lunares en las piernas, una mancha en el pene y esas cosas. A mí en una situación así me daría mucho asco tener que hacer eso con un hombre y si estuviese allí, en lugar de mirar, cerraría los ojos. Por otro lado, mi marido no tenía ninguna mancha".

 

Adriana Castro, por su parte, sí se animó a decir algunas cosas más sobre ese tema. "Nuestra vida en la cama era similar a la de cualquiera de ustedes. A mí nunca me obligó a hacer nada que yo no quisiera. Tampoco me golpeó, aunque sé que eso puede haber pasado con Zulma". La amante, que también asegura que Sajen estaba "todo el tiempo" con ella, recuerda con orgullo la manera en que Sajen la celaba y cuenta que su pareja era "muy violento cuando se enojaba" y que, aunque lo vio muchas veces golpeando la pared o la mesa, nunca reaccionó con esa violencia contra ella.

 

"Marcelo era muy higiénico. Por ejemplo cuando iba a hacer pis no sólo se secaba con papel higiénico sino que incluso se lavaba el pito inmediatamente después. Esas cosas demuestran que él nun­ca pudo ser ése que dicen que es".

 

En el breve diálogo que tuvimos vía telefónica con Paola desde Buenos Aires, la joven alcanzó a decir -e insistir- que Marcelo nunca la maltrató y siempre fue cariñoso y respetuoso con ella. Esto últi­mo fue afirmado por la mujer segundos después de explicar que, aunque una vez Sajen le efectuó un disparo, eso no es recordado por ella como una agresión, sino como un "descuido de Marcelo. Él mismo hizo que me atendieran", explicó Paola.

 

Las palabras más significativas sobre este tema fueron emiti­das por Yolanda en una charla de cerca de 40 minutos concretada en la villa El Chaparral, a plena luz del día. Allí, la mujer que aseguró haber sido amante de Sajen (esto fue confirmado por la misma Adriana Castro y por los hermanos de Sajen) explicó que Marcelo durante muchos años mantuvo una relación con ella que, si bien no puede llamarse de pareja, sí tuvo cierta estabilidad.

 

"Fueron muchos años interrumpidos, pero digamos que en los tiempos en que estábamos juntos Marcelo casi se instalaba en mi casa: dormía acá, cenaba acá y se quedaba a tomar mate en la puerta del rancho. Yo lo quería mucho".

 

Ya se relató que Yolanda tampoco creía que Marcelo fuera el violador serial. "Conmigo nunca se desubicó, así que no puedo de­cir algo así. Además, Marcelo era tan atento, tan ubicado, que me es muy difícil creerlo".

 

La mujer, de estatura baja y una figura de curvas pronunciadas, sí se animó a dar algunas especificaciones sobre su intimidad con Sajen:

-¿Cómo era él en la cama?

 

-Él no era violento. Con decirte que ni siquiera usaba malas palabras. Cuando hacía el amor, Marcelo era cariñoso y respe­tuoso.

 

-¿Tenía alguna particularidad estar con él?

-Bueno, estaba armado, ¿y sabés qué...? Era muy exigente en la cama. Pasar una noche con Marcelo no era algo así nomás, pero qué querés que te diga, sarna con gusto no pica.

La charla permitió ahondar un poco más en el tema y contarle a Yolanda las características de los ataques del violador serial. Se le dijo que el abordaje de las víctimas tenía ciertas particularida­des y que, si bien cada hecho era diferente, lo que más buscaba el depravado de sus víctimas era en primer lugar el sexo oral, des­pués el sexo anal, y en escasas oportunidades el sexo vaginal.

 

Al escuchar esto, Yolanda cambió la expresión de su rostro y dio una serie de afirmaciones que pueden considerarse importantes:

-Entonces puede ser que sea él. No le gustaba por ahí, no le gustaba la vagina...

-¿Nunca?

-Muy de vez en cuando, pero se podría contar con los dedos de la mano.

 -¿Y cuando vos no querías?

 -Ya te dije que era exigente... muy exigente, y se enojaba. -¿Te pegaba?


-No, no. Insistía hasta que lo lograba, pero ya te dije también que sarna con gusto...

-A una de las víctimas el violador serial le dijo que su miembro medía 22 centímetros.

¿Puede ser? ¿Él decía esas cosas? -Y bueno. Él sabía que estaba armado... puede ser.

Inmediatamente después se le explicó con más detalles uno de los ataques del violador serial que puede considerarse "típico". En ese momento, Yolanda se limitó a decir lo siguiente:

-El sexo con él era normal pero no común; había que estar pre­parada.

Después de esto se despidió y entró en su casa. En las tres visi­tas siguientes que le hicimos, sus hijos aseguraron que no estaba presente.


Los hijos


La primera hija de Marcelo Sajen es una persona clara y segura que no duda en acusar a la Policía y a la Justicia de inventar una causa contra su padre. En las charlas que se pudo mantener con ella se mostró como la más reacia a permitir que su madre siguiera hablando con nosotros sobre su padre. Consideraba que la situación sólo hacía más daño a todas las personas que lo quisieron.

Esa postura se agudizó después de que su marido fue vinculado por una investigación encabezada por la Policía Judicial con un supuesto robo de placas telefónicas.

La segunda hija de Sajen estuvo presente en diferentes encuen­tros con Zulma, pero casi se diría que nunca pronunció una pala­bra. El primer hijo varón es considerado tan parecido a su padre como su padre era parecido a don Leonardo Sajen. Hoy por hoy es una de las personas que más han sufrido la ausencia de Sajen. Des­pués vienen una niña, la preferida de Sajen, y dos varones.

Pero esos no son los únicos hijos de Marcelo Sajen, ya que a ellos hay que agregar un chico que tuvo con Adriana. Y hay más. Dos mujeres que prefirieron mantener sus nombres en reserva, y que aseguran haber sido sus amantes, confirmaron haber dado a luz hijos de Sajen. Uno de esos chicos ya es un adolescente y el otro atraviesa su primera infancia.

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//07 de Noviembre, 2010

CAPITULO VI De regreso

por jocharras a las 20:19, en La Marca de la Bestia
CAPITULO VI

De regreso

Volver a los 23

A la par de su vida como marido, como hijo y como padre, Marcelo Mario Sajen mantuvo otras vidas a las que podría llamarse paralelas. Sin embargo, no debe entenderse que alguna de ellas estuviera (para su entorno) en contradicción con la imagen de marido e hijo trabajador, padre cariñoso y hombre exitoso que todas las personas que lo quisieron insisten en adjudicarle.

Dentro de Marcelo Mario Sajen coexistieron también un conquistador de mujeres y un experimentado delincuente, perfiles que, si bien eran conocidos y aceptados por parte de su entorno, terminarían conjugándose para que, de la totalidad de personas que lo conocían, ninguna estuviera en condiciones de saber quién era él en realidad.

A la larga, ése sería el secreto que le permitiría concretar dos cosas que podrían considerarse imposibles para alguien normal: en primer lugar, convertirse en el delincuente sexual más importante de la historia de Córdoba -y uno de los más importantes del mundo-, sin que las fuerzas encargadas de investigarlo fueran capaces, si no de atraparlo, al menos de vincularlo a esos hechos y, en segundo lugar, hacer que todas las personas que decían conocerlo, trabajar con él, hacerle de comer y hasta dormir con él, no tuviesen la más mínima sospecha de que él era ese delincuente sexual que, por otro lado, todos ellos aborrecían.

El proceso fue lento pero sistemático y contó con la aprobación (o la aceptación silenciosa) de todas sus personas cercanas, quienes de una u otra manera fueron cómplices de la construcción de esas existencias que llamamos paralelas y que, si bien parecen haberse intensificado a partir del año 1997, definitivamente tienen sus orígenes muchos años antes.

¿Cuándo? Quizás cuando logró convencer a todos los que estaban cerca de él -incluido el Servicio Penitenciario- de que su primera víctima de violación había sido en realidad su novia; o cuando, escondiéndose de su padre, comenzó a delinquir; o cuando decidió encarar una vida que evolucionó al margen de la de su familia, llegando a tener amantes con las que mantuvo relaciones a las que casi podría llamarse "de pareja", construyendo una familia paralela y erigiéndose en dos barrios vecinos como esposo, padre, ladrón y vendedor de autos, etc.

En el nombre del padre

Hay acontecimientos que modifican nuestra vida para siempre. Circunstancias que, por más que intentemos dejar atrás, nos dejan una marca que nos impide volver a ser lo que alguna vez fuimos. La cárcel cumplió ese rol en la vida de Sajen.

Independientemente de que un análisis objetivo de la vida de este sujeto en su primera etapa carcelaria lo muestra como un beneficiado por el Servicio Penitenciario, todos los que lo conocieron aseguran que el hombre que salió de la cárcel en libertad condicional el 13 de setiembre de 1989 no era el mismo que habían visto entrar tres años y unos meses atrás.

"Se volvió más callado, dejó de hablar de sus cosas y casi diría que se hizo un poco más triste", comenta su hermano Eduardo.

"Lo que Marcelo sufrió ahí no tiene nombre", señala Cacho Cristaldo, sumándose así a las afirmaciones de quienes insisten en un detalle vinculado al estado de ánimo de su amigo: se convirtió en una persona introvertida.

La explicación de ese oscurecimiento del ánimo de Sajen quizá se deba a que -según cuenta un hombre que ya cumplió varias condenas y actualmente se encuentra preso en la Penitenciaría del barrio San Martín- "cuando se está dentro de la cárcel, nada es más importante que salir, quedar en libertad". Pero la libertad nunca llega sola y es común que, al cruzar la puerta que los retiene dentro de los muros, los presos deban enfrentar el desafío de seguir viviendo dentro de una sociedad que no se muestra preparada para ofrecerles una alternativa.

Con sólo 22 años, al quedar en libertad Sajen era ya padre de tres niños y cargaba sobre sus espaldas con un prontuario lo suficientemente complejo como para impedirle conseguir un trabajo estable. Entonces, decidió vivir del oficio que su padre le había enseñado, y lo hizo de la mano de la mujer que le había ayudado a resistir su cautiverio.

Marcelo y Zulma compraron una casa prefabricada en barrio Io de Mayo de la ciudad de Córdoba, e instalaron una verdulería. En realidad, todos los Sajen se habían mudado de Pilar a la Capital.

"Marcelo iba a las 4 de la mañana al Mercado de Abasto y volvía cerca de las 8 para descargar todo. Desayunábamos juntos y nos poníamos a trabajar", recuerda Villalón, quien evoca aquellos años con melancolía y los define como una de las etapas más felices de su vida. Incluso señala que fue entonces cuando llevó con su marido "una vida normal".

"Todo estaba bien porque el negocio funcionaba, pero le teníamos miedo a los asaltos, así que el barrio nos fue desencantando. En esa época empezamos el ritual de ir al parque Sarmiento los domingos con los chicos y vivimos una etapa muy linda", dice Zulma, quien recuerda que las cosas se complicaron porque en dos ocasiones intentaron robar la verdulería en momentos en que Marcelo no estaba y eso los obligó a mudarse.

Zulma y Marcelo se instalaron en barrio Acosta, en una casa que pertenecía a los abuelos de la madre de él y que estaba ubicada sobre la calle Estados Unidos esquina Callao. Luego volvieron a mudarse, a finales de 1990, a una casa -habitada en la actualidad por la hija mayor de Sajen- en la calle Ambrosio Olmos al 2700, de barrio General Urquiza.

"Por esa época habíamos comprado una chata -recuerda Zulma- y decidimos 'encargar' a nuestro cuarto bebé.

En el nombre del hijo

La historia del serial está íntimamente ligada a la de su padre. Mientras los hermanos Leonardo, Eduardo, Luis y Luca fueron siempre los hijos preferidos de su madre, Marcelo, Daniel y Stella Maris eran los más protegidos por su papá. Como todo matrimonio, los padres de estos chicos soñaban con cosas grandes para ellos.

Que Leonardo fuera futbolista, que Marcelo siguiera con el trabajo de su padre, que Eduardo -desde los 15 años empleado en una fábrica de baterías- formara familia, que Stella se casara con un hombre honesto y que Daniel se convirtiera en abogado.

Sin embargo, las cosas no salieron como se esperaba y eso produjo una gran decepción en don Leonardo y en Rosa, quienes además debieron presenciar cómo varios sus hijos se "descarrilaban".

Del mismo relato de los hijos se desprende que la familia tenía una cierta dependencia hacia su padre, que era quien aportaba soluciones y trabajo para todos. En ese sentido los hijos del Zurdo Sajen dicen haberse acostumbrado a eso hasta el punto que -como cuenta Eduardo- cuando su padre sufrió un problema que le impidió trabajar con normalidad, los hermanos "no supieron cómo vivir".

Para recordar aquel episodio es necesario remontarse a tiempos anteriores a la etapa en prisión de Marcelo. Un día, don Leonardo decidió reparar una camioneta que estaba "parada" desde hacía tiempo. Con la ayuda de sus hijos, intentó remolcarla con otro vehículo y para eso ató una soga a la vieja chata. La idea era arrastrarla unos metros para ver si arrancaba.

Marcelo manejaba la pick up que iba adelante y Leonardo conducía la de atrás. El padre de ambos quedó parado en el guardabarros trasero del primer vehículo. En un momento, le gritó a Leonardo que frenara, pero quien obedeció la orden fue Marcelo. La camioneta que iba atrás siguió andando y le aplastó un pie, destruyéndoselo. Don Leonardo tuvo que dejar de trabajar por varios meses y entró en un período de depresión.

Daniel lo explica de esta manera: "Cuando mi papá enfermó nos fuimos cayendo todos. Nos quedamos sin la guía que nos ayudaba a vivir. Él solía decir: 'Yo pude mantener a siete y siete no me pueden mantener a mí'. Como no teníamos qué hacer en Pilar y la verdulería no funcionaba, nos volvimos todos a Córdoba".

"En la Capital nos descarrilamos todos. Empezamos a 'moquear' y no hubo marcha atrás. Si algo lamento es que mi papá no haya podido ver nuestra última época con Leonardo y yo dejando atrás ese mundo que a él tanto le molestaba", asegura el Nene.

Entre tantos golpes, el dolor más grande que tuvo que soportar don Leonardo fue la acusación por violación contra Marcelo. "Mi papá primero dijo que él no nos había criado para eso", asegura Daniel, que también aporta un dato importante a la hora de entender cómo asumió la familia aquella condena. "De esa violación nunca se habló en mi familia. Nunca lo discutimos, nunca lo evaluamos. Pasa exactamente lo mismo que con esta acusación de que Marcelo es el violador serial... de eso no se habla".

En el nombre del hermano

La cara de Eduardo Sajen se ilumina y por un momento parece olvidar que la aseguradora de riesgos de trabajo se niega a pagarle la indemnización que reclama después de que los médicos le anunciaran que, tras 24 años de trabajar con baterías, su sangre se ha contaminado en un 80 por ciento con plomo.

Pero su rostro no se ilumina porque esté a punto de reírse, sino porque a través de la ventana de su humilde vivienda se alcanza a ver un carro con caballos que se abre paso frente a la plaza, igual al que manejaba su padre cuando vendía verduras.

"Así -señala melancólico-, así como andan esos chicos en ese carro, andábamos nosotros", comenta el hombre antes de entristecer de repente, al darse cuenta de lo lejanos que quedaron aquellos tiempos.

Evidentemente triste pero al mismo tiempo seguro, este hombre nos abrió la puerta de su casa una mañana soleada de invierno para hablar sobre su "querido" Marcelo y así sacarse esa bronca contenida por no poder gritar a los cuatro vientos que su hermano "es inocente".

"Nunca tendríamos que haber vuelto de Pilar -dice en una de sus constantes afirmaciones alternadas por miradas profundas que se pierden en el vacío- Nunca tendríamos que haber vuelto a Córdoba. En el campo éramos felices, trabajábamos, nos reíamos y al final, cuando fuimos creciendo, nos casamos todos... no tendríamos que haber vuelto".

A Eduardo le dicen el Jubilado desde que tiene algo más de 20 años. En el barrio se comenta que es el "único" de los hermanos Sajen que nunca cruzó la línea del delito. La falta de antecedentes policiales así lo confirma. Sin embargo, ahora el sistema y su enfermedad en la sangre parecen estar a punto de quitarle el mérito de ser el único Sajen con jubilación.

Así y todo Eduardo tuvo tiempo de hablar durante unas horas y pintar una imagen mucho más íntima y cariñosa de su familia.

"No es cierto que hayamos ido a Pilar porque mi hermano Leonardo estaba mandándose mocos. Nos fuimos porque a mi vieja le gustaba el campo, y fue lo mejor que podríamos haber hecho. Como les digo, el error fue volver", dice el Jubilado. A su lado, su esposa Aurora lo contempla en silencio.

"¿Una anécdota? A mi viejo le gustaban mucho las carreras y en Pilar se puso a criar caballos. Los tenía como príncipes y, como en todo lo que hacía, era muy meticuloso, si querías ayudarlo tenías que hacer todo lo que él te dijera para evitar que se pusiera loco. Un día nos queríamos ir de joda y el Marcelo no tuvo mejor idea que chorearle el carro. Como encima estábamos apurados, le robamos el caballo de carrera y nos fuimos a un bosque a cazar palomas. Hicimos como 20 kilómetros. Cuando volvimos, estaba mi viejo esperándonos. ¡¿Para qué?! Nos dio la paliza de nuestras vidas y el que peor la pasó fue Marcelo, porque así como él era el preferido de mi viejo, yo era el preferido de mi vieja y ella no dejó que papá me cascara", cuenta Eduardo, y su rostro se enciende.

"Marcelo era así, reidor, moquero. Le gustaban mucho las minas y la verdad es que le daban mucha pero mucha pelota". Eduardo recuerda que tanto Marcelo como su hermano Leonardo llegaron a practicar boxeo en algún momento de sus vidas, lo que los convirtió en muy buenos "pegadores". Ambos siempre fueron quienes protegieron a Eduardo y a Daniel de los demás. Esas peleas a las trompadas son motivo de leyenda en barrio General Urquiza.

Una de estas historias cuenta que Marcelo llegó a golpear violentamente a un socio suyo simplemente por faltarle el respeto a uno de sus hermanos. Leonardo es recordado por un episodio mucho más violento. Según señalan algunos vecinos que pidieron reserva, años atrás una pandilla que quiso vengarse de él atacó a Eduardo cortándole la garganta y éste "por poco no termina degollado". Cuenta la leyenda que Leonardo buscó a esos hombres e hizo lo suficiente como para que los atacantes de Eduardo se arrepintieran.

"Mientras Marcelo estuvo preso, siempre se portó bien. Por eso siempre salió antes de cumplir las condenas. Su primer período en la cárcel lo hizo más callado, más serio, más seguro de sí mismo y más valiente. Cuando salió, no le tenía miedo a nada. Decía que no quería volver nunca, pero básicamente yo lo veía más grande, más preparado".

Los ojos de Eduardo vuelven a detenerse mirando a la distancia. Instantáneamente, hace un silencio típico de todos los Sajen, un gesto que parece sacado de las viejas películas de Rodolfo Bebán, hasta que unos segundos después rompe la nada en la que parece estar inmerso para compartir otro recuerdo: "De Pilar nos volvimos a Córdoba, porque mi viejo tuvo el accidente en el pie y no pudo seguir viajando todos los días... -un nuevo silencio, otra mirada profunda y un disparo verbal- Te repito que nunca nos tendríamos que haber vuelto, pero sin embargo agarramos las dos camionetas y nos vinimos a Córdoba. Después pasó lo de Marcelo y nos terminamos de arruinar todos. No sé cómo pasó, nunca lo entendí; de un día para el otro todos estábamos perdidos".

El año de la muerte

El año 1991 marcaría a fuego la vida de los Sajen y particularmente la de Marcelo, quien en febrero de ese año y todavía bajo libertad condicional por no haber completado su condena por violación, fue arrestado por una infracción al Código de Faltas. Era la segunda vez desde que estaba libre que se lo acusaba de cometer una contravención. Sin embargo, ese hecho no complicó su situación legal.

Dos meses después, en abril, Zulma le comunicó la noticia de que estaba embarazada nuevamente y Marcelo se dio cuenta de que esta vez iba a poder ser testigo de todo el proceso de gestación de su nuevo bebé.

Junio sería el mes de la tragedia e inauguraría una serie de hechos dolorosos para la familia Sajen. El día 30 ocurrió el suicidio de Luis Gabriel” Bichi” Sajen, hecho que se relató al comienzo de este libro.

"Bichi siempre había sido medio loco y la verdad es que lo que pasó, aunque afectó muchísimo a mis padres, a nosotros no nos sorprendió demasiado. Él tuvo meningitis de chico y eso lo dejó rengo y un poco loquito. Era común que se mandara mocos y eso a mi viejo lo sacaba. Una vez se subió al techo de la casa, acabábamos de ver la película Superman y dijo que iba a salir volando. Y se tiró nomás", comenta, entre sonrisas, Eduardo. "Terminó estrellado sobre una camioneta que teníamos estacionada y se quebró un brazo".

La supuesta locura de Bichi es relativizada por Andrés Caporusso. Al respecto, comenta que esa inestabilidad emocional podría tener relación con "los malos tratos que Bichi -según dice Caporusso- sufría de parte de su papá". Para darle más valor a su afirmación, el hombre cuenta que Luis Gabriel Sajen habló con él -igual que Marcelo trece años después- antes de matarse y le dijo que iba a quitarse la vida porque Sara, su mujer, lo había abandonado.

La muerte de Bichi

El 28 de junio de 1991, al anochecer, un joven entró apurado a una farmacia ubicada en la calle Boedo 2279 del barrio Io de Mayo de la Capital. Llevaba sus manos en los bolsillos. Cuando el encargado, Agustín Cruz, se acercó para atenderlo, el recién llegado sacó un revólver calibre 32 y lo puso sobre el mostrador. Después de un silencio que alcanzó para que las miradas de ambos se cruzaran, el delincuente habló:

-Esto es un asalto. Dame toda la plata.

Cruz miró de reojo a Alberto Arce, un vecino que casualmente se encontraba presente en el local, y se quedó paralizado. El ladrón supo entonces que era hora de actuar. Con un movimiento frenético tomó el arma y, sin retirar sus ojos de los ojos del hombre que tenía en frente, le apuntó el 32 directamente a la cabeza. Pasó del otro lado del mostrador e hizo que el cliente hiciera exactamente lo mismo.

En pocos segundos redujo a los dos, los llevó hacia el fondo de la farmacia y los obligó a acostarse detrás de unas estanterías repletas de medicamentos. Ató sus manos con unos cordones y manoteó una caja de tranquilizantes cuya marca conocía perfectamente por haberlos consumido.

Traguen esto! -les gritó.

Los rehenes sólo obedecieron y apenas un par de minutos después quedaron sumidos en un profundo sueño. Bichi se sintió a sus anchas. Él, que había pasado gran parte de la vida medicado, estaba prácticamente en el paraíso, tenía toda la farmacia a su disposición.

Fue hasta donde estaba la caja registradora, la abrió y se apoderó de aproximadamente 50 millones de australes. Guardó los billetes dentro de la campera, cargó algunas prendas que encontró, escondió un par de ansiolíticos y tranquilizantes, y tomó las llaves del Ford Taunus del farmacéutico.

En un abrir y cerrar de ojos, Sajen subió al vehículo estacionado en la calle y desapareció.

"Si habrá sido tumbado mi hermano Luis que fue a una farmacia, puso el arma sobre el mostrador y se cruzó de brazos, mientras le decía al dueño que le diera toda la plata", recuerda Eduardo Sajen, asegurando que el comerciante asaltado conocía perfectamente a Bichi y le obedeció sólo porque sabía de sus "problemas mentales".

Dos días después del asalto, una comisión de policías de la comisaría de barrio Empalme llegó a la casa de la familia Sajen. En aquel entonces, don Leonardo vivía con sus hijos y su mujer en una casa ubicada en el número 290 de la calle 5, de barrio Altamira. Frente a la vivienda estaba estacionado el Ford Taunus del farmacéutico.

Ni bien vio los patrulleros en la puerta, Luis Gabriel Sajen, quien por entonces tenía 23 años, tomó el 32 y salió corriendo desesperado por los fondos de su casa. Trepó el techo y saltó al patio de una vivienda vecina.

Era de noche.

Intentó saltar otro muro, pero ya era tarde. Varios policías estaban en los techos y lo tenían cercado.

Bichi miró para todos lados y vio que no tenía escapatoria. A lo lejos se oían sirenas de más patrulleros que llegaban al lugar. Estaba por dar fin a una carrera delictiva que ya lo había llevado a estar detenido en varias oportunidades en el Instituto Correccional Crom.

-Largá el fierro loco, dale, no tenés salida, entregate -gritó uno de los policías. De inmediato, los demás camaradas empezaron también a dar órdenes. Todo se convirtió en griterío, desesperación y nervios.

-Antes de caer preso, me mato loco, me mato -gritó Bichi Sajen, mientras apoyaba el caño del revólver en su sien.

"Marcelo estaba presente y vio todo. Se puso como loco y empezó a gritarle a los policías que no dispararan, les decía que su hermanito se iba a entregar. Les pedía que por favor no hicieran nada...", recuerda hoy Adriana la Negra Chuntero Castro, la amante de Marcelo Sajen.

De pronto, Bichi gatillo. El balazo en la cabeza lo mató en el acto.

"A todos nos hizo mal su muerte, pero más quedaron afectados mi papá, que se deprimió, y mi hermano Marcelo. Tan mal le hizo que cuando teníamos que vestir el cuerpo para el velatorio, Marcelo no quiso estar presente y tuve que cambiarlo yo solo", señala Eduardo Sajen.

El suicidio de Luis Gabriel Sajen quedó reflejado en la contratapa del diario La Voz del Interior, en su edición del 1° de julio de 1991.

La crónica se tituló "Cuando iban a detenerlo, se quitó la vida" y ocupó un pequeño recuadro, debajo de otra nota, en la que se daba cuenta sobre el secuestro extorsivo de la dirigente radical Shirley Dadone de Unzueta, en la localidad de Pueblo Italiano.

El artículo sobre la muerte de Bichi tenía un solo error. En vez de consignar el apellido Sajen, el periodista, basándose en la información que le había suministrado la propia Policía, había escrito "Sallent".

El suicidio de Bichi dejó rastros en toda la familia, pero afectó principalmente a don Leonardo, quien recibió la muerte de su hijo como un duro golpe del que -dicen sus hijos- jamás podría salir adelante. Sajen padre comenzó a desmoronarse. "Empezó a caer hasta que tuvo el accidente que lo mató", relata Eduardo.

El final de su hermano también golpeó duramente a Marcelo y la muestra quizá esté en un hecho que toda la familia Sajen desconoce. El 20 de agosto de ese año, apenas 50 días después de que Marcelo presenciara el suicidio de su hermano, el violador serial cometió su primer ataque (nos referimos al ataque más antiguo que consta en la causa que lleva el nombre del serial) al abusar de una joven en barrio Altamira.

La chica fue abordada en la calle Cartechini al 1400 de ese barrio y violada en un baldío ubicado apenas a seis cuadras. Aunque no existe comprobación por ADN de ese hecho, los investigadores llegaron a la conclusión de que su autor no podía ser otro que Marcelo Sajen, teniendo en cuenta el modus operandi, el hecho de que el mismo baldío sería utilizado por el delincuente para cometer otros delitos y, principalmente, que por primera vez el atacante iba a pronunciar la frase "¿lo conocés a Gustavo?" para que la víctima lo escuchara.

El ataque, que figura en el orden número 1 de la lista que integra la causa que investigó el fiscal Juan Manuel Ugarte, fue cometido 33 días antes de que Marcelo terminara de cumplir su condena y cuando él todavía disfrutaba del beneficio de la libertad condicional.

Hasta la ejecución de la siguiente violación (denunciada por una víctima) que consta en la causa, habrían de pasar seis años.

El año continuaba y faltaba lo peor. En la mañana del 14 de noviembre de 1991, don Leonardo pasaba frente al depósito de una conocida fábrica de artículos de grifería cuando, de pronto, una mulita salió del predio -según recuerda Eduardo-, bajó a la calle y embistió el carro de las verduras. En el acto, don Leonardo cayó al pavimento y se desnucó.

Ese mismo día, apenas unas pocas horas después, Zulma, que estaba embarazada de siete meses, se descompuso y debió ser internada de urgencia en la Maternidad Provincial. Su vida y la de su beba estaban en peligro.

No hubo tiempo para hacer duelo.

-¿Usted es Sajen? -preguntó el obstetra a Marcelo, que estaba parado en uno de los largos pasillos del edificio. - -respondió un apesadumbrado Sajen, que todavía se preguntaba cómo había ocurrido el accidente de su padre. -Bueno, mire, la cosa está muy complicada y no le puedo mentir. Tanto su beba dentro de la panza como su mujer están graves y corren riesgo de muerte. Nosotros vamos a tratar de salvarlas a las dos, pero llegado el momento tenemos que saber qué es lo prioritario. ¿Me sigue?

-Sí, lo sigo... -contestó sin entender demasiado Marcelo. -Perfecto, entonces usted tiene que saber que en estos casos, lo prioritario es la madre del chico, ¿entiende?

Un nudo apretó la garganta de Marcelo, que tuvo que esperar unos segundos para poder procesar la información que acababan de darle.

A las pocas horas, Zulma dio a luz a una beba sietemesina que debió ser llevada de inmediato a la incubadora, ya que pesaba poco más de un kilo y medio. Para peor, la criatura tenía una infección en el estómago y fue derivada a la Casa Cuna (hoy Hospital Pediátrico de barrio San Martín).

Luego de pasar 40 días en la incubadora, la niña se repuso y salió adelante. Desde entonces, la cuarta hija de Marcelo Sajen se convirtió en su preferida. "En aquella época, los chicos de ese tamaño no siempre sobrevivían", recuerda la mujer.

Apenas la vida de la pequeña salió de peligro, Marcelo se tatuó en su pierna izquierda la frase: "Mi bebé...", seguido del sobrenombre de la niña.

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//04 de Noviembre, 2010

CAPITULO V La cárcel a los 19

por jocharras a las 20:58, en La Marca de la Bestia
CAPITULO V

La cárcel a los 19

Que no se sepa

-Doctor, que quede claro, yo estoy acá condenado por robo, ¿eh? nadie puede saber que estoy por una violación.

Sentado en el medio de un pequeño y asfixiante cuarto de paredes húmedas y descascaradas de la Penitenciaría de Córdoba, Marcelo Sajen dialogaba con su abogado Diego Albornoz.

Hablaba en voz baja y se tapaba disimuladamente la boca con la mano derecha, mientras miraba para todos lados. Abogado y cliente estaban solos. Sajen temía que algún interno o un guardia cárcel que pasara por allí pudiera escucharlo. Era el martes 20 de enero de 1987. Ese día, acababan de trasladarlo desde Encausados a la Penitenciaría del barrio San Martín. Ahora, las cosas en este presidio eran distintas: había sido sentenciado a seis años, su coartada se había hecho pedazos y debía cumplir la condena. Para peor, ya no tenía la protección con la que había contado mientras estuvo en Encausados.

La Penitenciaría, denominada en realidad Establecimiento Penitenciario Número 2, fue construida en las primeras décadas del siglo 20 y se encuentra ubicada en el corazón del barrio San Martín de la ciudad Capital. El presidio ocupa cuatro manzanas y cuenta con una veintena de pabellones, divididos en tres centros. Cada pabellón posee en promedio una treintena de celdas, donde son alojados los condenados varones que son juzgados en Córdoba Capital y otras ciudades del interior provincial. Durante años el establecimiento se fue superpoblando y llegó a niveles de hacinamiento típicos de cualquier cárcel del Tercer Mundo.

Como Marcelo no tenía antecedentes penales, fue llevado al segundo centro del establecimiento, donde están alojados los presos primarios, en convivencia con homicidas, asaltantes de todo tipo, estafadores y hasta abusadores sexuales como él.

El verdulero estaba desesperado por el miedo. Tenía suficientes motivos. Primero, era un joven de 21 años, y acababa de dejar a su mujer y a sus dos hijas, entre ellas una recién nacida, libradas a su suerte. Le obsesionaba pensar que Zulma pudiera abandonarlo definitivamente para irse a vivir con otro hombre. También lo amargaba saber el enorme sufrimiento que les había causado a sus padres. "Seis años de prisión son una eternidad", se repetía todo el tiempo.

Además, se encontraba solo en la cárcel. Si bien conocía a algunos amigos del barrio que estaban tras las rejas, no estaba ninguno de sus hermanos mayores para protegerlo por si se las llegaba a ver feas. Encima, sin aquella protección que se había sabido forjar en Encausados, era muy posible que las cosas no le fueran tan fáciles como en sus primeros tiempos tras las rejas.

Lo que más lo aterraba era aquella ley no escrita que dice que en la cárcel todo violador sufre en carne propia el mal que infringió. Por eso, ni bien pudo hablar con su abogado, Marcelo le pidió una y otra vez que hiciera lo posible para que nadie se enterara en la Penitenciaría que había sido condenado por violación.

Aquella mañana del 20 de enero de 1987, el defensor dejó el portafolio en el piso de baldosas, se acomodó los lentes, miró fijamente a Marcelo y le dijo que eso era prácticamente imposible.

-Sajen, el delito por el que fuiste condenado figura en tu prontuario. Está todo allí. Lo saben las autoridades, lo saben los guardias, lo van a saber los presos tarde o temprano. Seguro que cuando entrés a tu pabellón el guardia va a empezar a mover las manos como si estuviera tocando un violín... Ésa es la forma de decirles a todos los presos que vos sos un violador... - se sinceró Albornoz

-Cagué doctor. Me van a reventar. Van a saber que soy un viola y se la van a agarrar conmigo -respondió Sajen. -Tranquilo muchacho. Vos tenés que dar tu versión de la historia y pedirle a Zulma que te apoye contándole la misma historia a las mujeres de los presos, si tenés suerte los tipos te van a entender. Lo principal es que hagas buena conducta, pórtate bien, no te pelees con nadie, no hagas boludeces, sobreviví. Hacé conducta, ganate buen concepto para la gente del Servicio, que de acá a un par de meses pedimos la (libertad) condicional. Para eso es necesario que tengas buenas calificaciones y concepto de los jefes. En Encausados tenías buena conducta y trabajabas de fajinero. Bueno  acá tenés que hacer lo mismo. – ¿Y cuándo podría volver a casa?

-Falta mucho. Tenés que cumplir la mitad de la condena. Después empezamos a presentar solicitudes. Vos mientras tanto, hace conducta -enfatizó Albornoz.

Durante un largo rato, el abogado le explico cómo era aquello “Hace conducta", lo que en un futuro le permitiría acceder al beneficio de las salidas transitorias. Las palabras de Albornoz trancaron a Sajen. "El tordo' sabe. Y si él lo dice, es porque así e propuso entonces subsistir como fuera y tratar no tener problemas con nadie, así en poco tiempo podría volver a estar en la calle y, sobre todo, junto a Zulma y sus hijas.

Cuando el abogado se marchó, Sajen fue llevado a una oficina la Penitenciaría, donde le hicieron llenar una ficha de identificación que se agregó a su prontuario.

En ose legajo se asentaron copias de la ficha prontuarial, la condena y las planillas con sus huellas dactilares. En el ítem 23 quedó asentado, a máquina, que él había sido condenado por "violación y encubrimiento".

En otra foja se agregarían datos fisonómicos: raza blanca, 1,70 metro de estatura, tez trigueña, cabello negro, barba completa, frente mediana, ojos marrones, cejas arqueadas y separadas, párpados normales, espalda recta, nariz horizontal, boca mediana, labios finos y orejas medianas.

Como su hija favorita todavía no había nacido, aún no tenía el tatuaje con su nombre en la pierna izquierda. Por eso el ítem "Señas Particulares" quedó en blanco. Más abajo quedó consignado que su trabajo, al momento de ser detenido, era el de verdulero. La primera hoja del prontuario quedó con las dos fotos blanco y negro con la cara de chico bueno.

Al final de la carpeta se colocó una foja en la que podía leerse Cámara 3a del Crimen había determinado que la condena debía cumplirse el 13 de Setiembre de 1991- Esa fecha nunca se cumpliría. En 1989, Sajen comenzaría a gozar de los beneficios de la libertad condicional.

Aquella primera noche en la Penitenciaría, a Sajen le quedaron repiqueteando en la memoria las palabras del 'tordo' Albornoz. “Conducta “, se dijo varias veces a sí mismo, recostado en un mugriento colchón tirado en una celda compartida con varios delincuentes. De pronto, sus pensamientos desaparecieron, cuando escuchó que los guardias apagaron las luces y se oyeron algunas risotadas en el pabellón.

Sajen supo con claridad que desde ese momento estaría solo y que tendría que defenderse como fuera. Aquella noche, el sueño no llegó nunca. Los pensamientos fueron pasando unos tras otros Los caballos, la verdulería, don Leonardo, Zulma, Pilar...

Un viola encerrado

Los primeros meses en prisión fueron duros para él. Si bien estuvo alojado en pabellones en compañía de amigos y conocidos de su barriada, en el patio tuvo que vérselas en varias oportunidades con otros internos y debió enfrentarse a las trompadas. La ley del más fuerte que rige muros adentro de una cárcel. Eso sí, siempre se mantuvo coherente en su versión: él estaba allí condenado por un “robo" y aquello de la violación era una mentira, un "verso" por parte de una mujer "despechada" que lo había mandado en cana. Nada más lejos de la realidad.

"Sajen, como todo violador, fue derechito al pabellón de primarios. No fue a un pabellón destinado para violadores sencillamente porque nunca hubo en la Penitenciaría un sector destinado para ese tipo de delincuentes. Siempre estuvieron todos mezclados, porque no puede haber discriminación", recuerda en la actualidad un ex jefe penitenciario.

¿Sajen fue violado mientras estuvo en prisión? ¿Sufrió en carne propia el tormento que había cometido contra aquella joven de Pilar? Es prácticamente imposible arribar a una afirmación concluyente. Sobre todo teniendo en cuenta la imposibilidad de confirmarlo de boca suya. Desde su familia se insistió en que él nunca llegó a comentar alguna situación de ese tipo. De hecho: de ese tema nunca se habló ni se habla. Sin embargo, desde ámbitos carcelarios se explicó a los autores de este libro que por aquellos años era una ley tácita que los violadores "pagaran" por sus delitos. Ojo por ojo, diente por diente.

Esta realidad de castigo interno cambiaría sustancialmente con el paso de los años. Hoy, los abusos sexuales dentro de las cárceles existen pero no son solo los violadores quienes los padecen, sino los internos más débiles. “Los giles “como les llaman.

No se puede ser hipócrita y negar que a los violadores no los hayan atacado y abusado en prisión. El violador siempre fue el tipo más detestable para los presos. Es muy probable que a Sajen lo hayan violado, teniendo en cuenta cómo se manejaban las cosas en la cárcel por aquellos tiempos. Ahora, los códigos cambiaron en la calle y en las cárceles”, señala el ex directivo penitenciario.

No obstante ello, otra alta autoridad también retirada del Servicio Penitenciario recuerda que Sajen era una persona que, como todos los abusadores sexuales, siempre negó haber violado y que incluso vociferaba todo el tiempo que a esos "degenerados" había que matarlos. "El tipo era muy gritón. Ponía cara de bravo y siempre decía que a los violadores hijos de puta había que cagarlos matando. Toda una pose para ganarse respeto. Todo el tiempo hablaba de sexo, que me voy a cagar cogiendo a éste, que me voy a coger a aquel otro, siempre así", comenta la fuente y añade: "Eso sí, es imposible que nadie sepa en la cárcel quién cayó por una violación. Uno se entera tarde o temprano".

Varios internos coinciden que años atrás a los violas les iba muy mal en prisión. "Cuando se entra por primera vez a una cárcel, hay que hacerse respetar desde un comienzo. Me acuerdo que cuando yo entré al pabellón, llevaba un colchón y un bolsito. El guardia cerró la puerta y me encontré con 50 monos con ganas de cagarme a trompadas y hacerme cualquier cosa. Tenés dos alternativas: o sos un gil y te agarran de punto, o te plantás y te cagás bien a trompadas para hacerte respetar. Yo me cagué a trompadas", dice Marcos, un tipo gordo con cara de duro, que cumplió una pena por homicidio hasta hace un par de años.

Las cosas han cambiado. Ahora no se viola más a los violadores, a no ser que el guaso haya abusado de una familiar cercana, como una hija, aunque aun así, tampoco pasa. La violación se transformo en un delito más. Acá los violas van y vienen entre los demás, no hay discriminación. Incluso los que violaron a chicos andan lo más bien. Eso sí, todos dicen que son inocentes, que ellos no violaron, que la mina los denunció", comenta un interno del pabellón 11 de la Penitenciaría, condenado a reclusión perpetua por matar a su familia.

Otro recluso del pabellón 2. Que lleva 15 años presos por homicidio, dice: "En la actualidad, se viola a los más fáciles, a los que se ve que tienen caritas de tiernos. Los violan, les pegan un par de chirlos y los agarran los plumas para que laven la ropa, preparen la comida y limpien el piso".

Eduardo Sajen comenta que Marcelo era muy reservado y que a pesar de que era su confidente, nunca le dijo que le hubiera sucedido algo así en prisión. Lo mismo afirma su otro hermano Daniel y la amante de Marcelo, Adriana del Valle Castro, quien mantuvo una relación estable con Sajen desde 1997 hasta su muerte.

"Marcelo era un tipo muy reservado. Éramos muy compinches y nos llevábamos muy bien. Pero había cosas que no las comentaba con nadie. Nunca me dijo que lo hubieran violado o que le hubiera pasado algo semejante", dice Eduardo.

"Nunca hablamos de cómo le fue en prisión. Eso se lo calló siempre", relata Adriana.

"Es mentira que cojan en la cárcel a los violas. Eso es un mito. Violan a quien se deja violar. Cuando yo caí en un pabellón de setenta guasos hubo varios que se quisieron hacer los malos conmigo, pero yo los cagué a palos y no me jodieron más. Marcelo debe haber hecho lo mismo. Era muy bueno para las piñas", añade Daniel.

Algunos señalan que ni bien entró a la cárcel, Marcelo Sajen se hizo respetar a través de los golpes y de su labia, la misma que había aprendido en la calle y en el pesado ambiente del Mercado de Abasto. Un aspecto a tener en cuenta en esa época, y que fue valorado por los demás internos, es que Marcelo nunca dejó de ser visitado por sus padres ni por su esposa. En efecto, Zulma jamás se alejó de su esposo y se convirtió en una "mujer de fierro" para él. Si bien se fue a Pilar a vivir con sus padres, no dejó de visitarlo en la Penitenciaría. Durante la semana vendía ropa, pastelitos caseros o limpiaba casas para tener dinero con el cual mantener a sus hijos y viajar los fines de semana a Córdoba para poder visitar a su esposo.

"Mientras él estuvo preso, yo trabajé en lo que fuera. Llegué a limpiar terrenos y trabajé en casas de familia. ¡Hasta carneé un chancho! Fue una época muy dura", recuerda Zulma.

El padre de Marcelo tampoco dejó de ir a visitarlo, a pesar del enorme dolor que le causaba toda esa situación. Encima -doña Rosa y don Leonardo debieron soportar que su hijo mayor Leonardo -el turco Miguel, como era conocido por todos- pasara de algunas entradas  a la comisaria a convertirse en un asiduo habitante de los calabozos. En 1985 cayó preso por encubrimiento, ese mismo año volvió a ser detenido por hurto simple, y en 1986 por robo y tentativa de robo. Su carrera delictiva, al igual que la de Marcelo, se iba a extender con el paso de los años.

Así fue que el padre de los hermanos sufrió una profunda depresión. De todos modos, nunca dejó de trabajar. Cada mañana siguió yendo a tempranas horas al Mercado de Abasto a buscar las frutas y verduras que luego vendería en sus negocios. A partir de 1988 el Abasto dejó de funcionar en el tradicional cruce de Maipú v la vera del río Suquía y se mudó a la ruta 19, camino a Monte Cristo.

En el prontuario de Sajen no consta que durante su primera condena haya sido entrevistado por los gabinetes psicológicos en relación con la violación que había cometido en Pilar. No existe ningún registro oficial respecto de que algún profesional haya hablado con él para conocer por qué había violado y si se sentía, cuanto menos, arrepentido de lo que había hecho. Era un violador y nadie hizo nada por tratarlo. ¿De qué hubiera servido? Quizá un buen estudio psicológico hubiese mostrado más síntomas que ayudaran a prever en lo que podría convertirse o al menos dar algún indicio que permitiese contener a ese animal que llevaba dentro y que pronto iba a comenzar a tener cada vez más poder sobre él.

El tordo

-Mientras Sajen cumplía la condena, su abogado Albornoz siguió asesorándolo en la Penitenciaría. Tan conforme estaba Marcelo con su defensor, que empezó a presentarle clientes. Cada vez que Albornoz iba a la cárcel, se contactaba con un nuevo recluso para defender y asesorar. El letrado conocía bien su oficio y sabía a la Perfección que las cárceles eran fuente de materia prima para su trabajo.

 Solía ir a menudo a Encausados, al igual que lo hacían decenas de sus pares. Primero, iban a la mañana a Tribunales y después, pasado el mediodía, caminaban un par de cuadras y se iban hasta la cárcel del barrio Güemes. Allí atendían a sus presos y los asesoraban sobre qué pasos seguir cuando las cosas se ponían feas con los jueces. Muchas veces, esas visitas terminaban en escándalos, cuando el abogado le decía a su cliente que la apelación por una condena no había dado resultado. En más de una oportunidad, renombrados abogados terminaron con sus trajes enchastrados por un escupitajo del propio preso.

No pasaba esto con Albornoz. El Pelado -como lo conocían en la cárcel- era un abogado querido y respetado por numerosos reclusos, ya que entraba en la categoría de los llamados "saca presos".

Uno de los que lo adoraba era, precisamente, Marcelo Sajen. Eso sí, a pesar de la confianza y el cariño, el abogado siempre se hizo tratar de usted. "Hay que mantener la distancia con los clientes. Hoy le das confianza y mañana ya te tratan como cualquier gil y te dejan de pagar a tiempo", comenta Albornoz -convertido ya en fiscal de Cámara- a sus íntimos. El afecto de Marcelo por su abogado se extendió durante años.

A principios de setiembre de 1987, Sajen se reunió con su "tordo" y le expuso que venía teniendo muy buena conducta y que quería la libertad condicional o, aunque más no sea, las salidas transitorias. Quería ir a su casa a estar con su mujer. Marcelo le insistió que tal como le había ordenado aquella vez, él nunca se había metido en problemas, no había participado en motines y ni siquiera había peleado con alguien.

En efecto, por aquel entonces, el prontuario 15.364 estaba "limpio" de sanciones. Albornoz hizo la presentación el 10 de Setiembre, dos años después del ataque. El Consejo Criminológico del Servicio Penitenciario de Córdoba (se trata de una comisión integrada por diversas reparticiones del organismo, encargada de evaluar, cada cierto período de tiempo, la situación en la que se encuentra cada preso, y definir qué estrategias debe seguir el servicio con cada uno de ellos de allí en adelante) se reunió para analizar la situación de diversos reclusos, entre ellos Sajen. La suerte estuvo del lado del violador de Pilar.

El Consejo aceptó que ingresara al período de prueba, pero no permitió las salidas transitorias hasta tanto no cumplimentara el 50 por ciento de la condena. Cuando cumpliera esos tres años, podría ser trasladado a la Cárcel de Monte Cristo, un penal de puertas abiertas en esa localidad del Gran Córdoba y al que van únicamente los presos que gozan de buena conducta.

A la semana siguiente, el Consejo dispuso que Marcelo y otro interno pudieran salir de la Penitenciaría para ir a trabajar como albañiles a la Escuela José Olmos, ubicada en la esquina de Vélez Sarsfield y San Juan, donde años después se erigiría el shopping Patio Olmos. Precisamente, frente a este centro comercial, Sajen pasaría varias veces tiempo después buscando víctimas, convertido ya en un violador serial. Incluso una noche perpetró allí, en la puerta del Teatro San Martín, uno de sus ataques más temerarios.

Aquel 24 de setiembre de 1987, Sajen se sintió feliz. Estaba libre de nuevo, aunque más no fuera por un par de horas. Desde ese día hasta fines de ese año, gozó de salidas periódicas para ir a trabajar como albañil a la Escuela Olmos. Se iba a las 7 de la mañana y a las 14 volvía al penal en colectivo.

"Como tenía muy buena conducta y ya había cumplido gran parte de la condena, le habían permitido esas salidas. Nunca llegaba tarde a la cárcel", dice Zulma. En abril de 1988, empezó a trabajar en el Liceo General Paz. También salía de lunes a viernes y debía estar a la tarde en la Penitenciaría. Incluso, se le permitió que fuera a visitar a su propia familia a su domicilio.

Durante mayo, volvió a trabajar a la escuela Olmos. Las autoridades penitenciarias lo afectaron a trabajos de albañilería en el frente de la cárcel, ya que tenía buen concepto y gozaba de la confianza de los principales jefes, tal el caso del alcalde Héctor Rolando Jamier, por entonces director de la Penitenciaría.

También supo desempeñarse en la panadería del presidio. Asimismo, y a pesar de que no consta en el prontuario, sus familiares reconocieron que para esa época, a Sajen se le permitió ir a trabajar a una granja ubicada en el Camino a 60 Cuadras.

Su conducta era calificada por el Servicio Penitenciario de Córdoba como "ejemplar", a pesar de que el 28 de junio de ese año había recibido una sanción colectiva, junto con sus compañeros del pabellón 2, por "un hecho de sangre" del que fue víctima el preso Rito Ramírez.

La burla

Junio de 1988. Querido diario. Me siento morir, esta mezcla de vergüenza y odio se ha instalado en mi estómago y en mi corazón. Me duele, me duele todo y es un dolor que no tiene remedio. Desde ese jueves me siento sin edad, me siento en realidad de una edad que no puedo contener dentro de mí".

"Me duele el cuerpo, me hace daño el cuerpo, me trae recuerdos que no puedo borrar, me hace pensar en ese tipo y en la manera en que me hizo lo que me hizo".

"El jueves fui a Córdoba a visitar a mi papá. Él me tenía que pasar a buscar por la terminal más o menos a la hora en que yo me tenía que bajar del colectivo e íbamos a pasar todo el día juntos. El viaje fue hermoso y yo estaba llena de expectativa así que cuando llegué me fui rápido a la zona donde paran los taxis cerca del bulevar San Juan para esperarlo. No me acuerdo bien la hora pero sí sé que era cerca del mediodía".

"¡Soy tan tonta!, si me hubiera dado cuenta... pero cómo iba a hacerlo si ese hombre se presentó como que era policía y me dijo que yo tenía que acompañarlo para que averiguara si tenía antecedentes. Ahora que lo pienso me digo ¿qué antecedentes puede tener alguien como yo de 14 años?, pero en ese momento estaba sola y no supe qué hacer".

Contar la historia de Silvana es contar la historia de Caperucita y el lobo feroz, con la diferencia de que la niña que por entonces tenía 14 años sólo volvió a ver el rostro de quien sería su atacante 16 años después, cuando comenzó a colaborar con esta investigación. La joven, que hoy tiene 31 años, fue atacada el 23 de junio de 1988. Aunque esto no fue investigado por los encargados de seguir al serial (al menos hasta que se enteraron del hecho por la existencia de esta investigación), su ataque es muy importante debido a que Silvana habría sido víctima de Sajen en un momento en el que el depravado todavía estaba preso (en manos del Estado provincial) por haber cometido su primera violación y en el que, pese a que todavía no había cumplido la mitad de su condena, ya tenía - gracias a la "amabilidad" o la incompetencia del Servicio Penitenciario- la posibilidad de deambular por la calle -y atacar- sin que existiera sobre él ningún tipo de control.

Para analizar este hecho caminaremos cerca del terreno de la conjetura, aunque basándonos en datos verificables. La primera referencia a esta violación llegó a la causa el 5 de octubre de 2004 sin ganarse la atención de los investigadores y a través de una llamada de la madre de Silvana al número 0800 JUSTICIA, que se había habilitado para realizar denuncias. Entre las 1.420 llamadas a las que tuvo acceso esta investigación, se pudo escuchar una de la que reproducimos un fragmento: "Mi nombre es 'Carina' (el nombre está cambiado), tengo una hija de 31 años que hace 17, cuando tenía 14, fue a Córdoba a visitar a su padre, pero cuando se bajó del colectivo en la terminal fue sorprendida por un sujeto de civil que le dijo que la iba a llevar a hacer una averiguación de antecedentes. Al final de cuentas, terminó violándola".

En el registro de llamadas el dato parece haber quedado prácticamente olvidado, principalmente porque la madre de Silvana, después de contar el hecho, daba el nombre de una persona que, según ella, podría haber sido la que atacó a su hija. Entre los detalles anotados por la policía Mariana Fornagueira, que atendió el teléfono aquella noche a las 23:26, sólo figuran dos cosas: la primera hace referencia al nombre del sospechoso "NN, con credencial de policía color celeste", y la segunda al posible domicilio del sospechado, "Camino 60 Cuadras", debido a que, aparentemente al ser abordada, la joven logró ver esa inscripción en un papel carnet que el sujeto tenía en su poder.

En la primera de esas anotaciones (la que hace referencia a la credencial de policía) puede haber residido la razón por la que el hecho fue descartado. Los investigadores podrían haber vinculado el ataque al caso Machuca, el de un policía que por esos años asolaba a Córdoba violando mujeres y que en el año 2000 fue acusado de cerca de 20 violaciones. La segunda anotación es una referencia directa a la zona en la que siempre se manejó Sajen y a lo que hacía por aquellos años, mientras purgaba condena por violación: trabajar en una granja del Servicio Penitenciario que se ubica en ese sector de la ciudad.

"Esa denuncia era contra otra persona, no me acuerdo si era un caso que le atribuimos a Machuca o de otro hombre, pero lo cierto es que lo descartamos", aseguró una importante fuente vinculada a la investigación que todos los días recibía datos sobre los llamados al 0800.

Pero antes de ahondar en los errores, volvamos a la denuncia: dos días después del llamado de su madre, Silvana también se comunicó al 0800 JUSTICIA a las 21.50 del 7 de octubre. La atendió también la oficial ayudante Fornagueira. Esta es la transcripción que hizo la mujer.

"Informo que en fecha 07 del corriente mes de octubre, a las 21.50 se comunicó a este número una persona que dijo llamarse Silvana... cuya comunicación está vinculada al llamado efectuado por otra mujer (a quien identificó como su madre) que también se comunicó con este número el 05/10/04 a las 23.26 horas". "Que la denunciante hizo referencia a poseer en sí misma información que podría estar referida a la causa denominada violador serial ya que años atrás ésta habría sido víctima de una persona cuyas características serían similares a la del identikit difundido por la Policía, por lo cual se ponía a disposición de la Justicia y aportaba la siguiente información: que hace 15 años atrás, cuando ella tenía 14 años, (en el audio se escucha la fecha 16 de julio pero con posterioridad Silvana modificaría esa fecha) la diciente se encontraba esperando a su padre en la parte posterior de la terminal de ómnibus de Córdoba, más precisamente donde paran los taxis cerca del bulevar San Juan, siendo cerca del mediodía".

"Que en ese momento se le acercó un individuo vestido de civil, quien le dijo que lo tenía que acompañar a la comisaría para hacerle una averiguación de antecedentes, a la vez que extrajo una billetera de entre sus ropas y le exhibió desde el interior una placa metálica de la Policía, que en ese instante se le cayó un papel que decía Camino 60 Cuadras".

"Que la adolescente accedió a su solicitud dado que se había identificado como policía, que este sujeto le cruzó uno de los brazos por la espalda, tomándola por uno de los hombros como si fuera su novia y caminando por detrás de ella, un tanto distanciado. Comenzó a trasladarla por uno de los costados de la terminal, recordando la diciente que fue por el costado donde se encuentra el molino viejo. Que al pasar por ese lugar el individuo saludó a unas personas que se encontraban allí, que le decía que se quedara tranquila porque sólo le iba a realizar unas preguntas y que colaborara así se podía ir rápido. Que en el trayecto le preguntaba: 'Dónde vivís, con quien vivís, estudias, a qué año vas, si era virgen', a lo que 'Silvana' respondió con total naturalidad y veracidad en sus dichos ya que hasta ese momento no había notado algo raro en esa persona". "Que 'Silvana' al ver que la llevaba por un lugar donde le parecía raro que hubiese un asentamiento policial, aparte que era un lugar muy solitario, le preguntó ¿a dónde me lleva?, a lo que el tipo contestó 'que la llevaba ahí porque la brigada antidrogas tenía que estar oculta y que le tenían que tomar unos datos, que no se preocupara y caminara rápido'".

"Que la introdujo a un lugar como baldío donde había unos árboles, no recordando si subió escaleras o no, que allí desde atrás, el sujeto le propinó un fuerte golpe con las manos en la nuca, logrando tirarla al suelo. Que a posterior, después de que le pega una fuerte patada en uno de sus oídos, el atacante se le abalanzó encima mientras le decía: 'Quedate quieta que no te va a pasar nada, que si no gritaba o decía nada no la iba a golpear o matar'".

"Que en ese preciso momento extrajo de sus ropas una navaja o cuchillo y luego le sujetó una de sus manos y le bajó los pantalones, mientras él también hacía lo propio. Que un tanto nervioso, la accedió vía vaginal, en tanto ocurría el acto sexual Silvana preguntó ”que por qué no pagaba a alguien para hacer eso” respondiéndole el tipo 'porque así me gusta'".

"Que al cabo de unos minutos giró su cuerpo e intentó penetrarle vía anal pero no pudo así que volvió a penetrarla vía vaginal. Que no sabe precisar porqué pero el individuo se incorporó, se vistió y le dijo: 'que no le contara a sus padres porque no le iban a creer', que le tiró en el suelo dinero (no sabiendo precisar la cantidad) y se retiró del lugar sin mediar palabra alguna. Que la niña se levantó del suelo, se vistió y se fue al hotel en donde se encontraba su padre, se higienizó, cambió sus prendas de vestir y le contó a su padre todo lo sucedido". "Que a las tres semanas le comentó a su madre de lo vivido y ambas vinieron a esta ciudad a la comisaría primera donde hicieron la correspondiente denuncia, que recuerda que la llevaron a la Policía Judicial donde le hicieron un identikit del sujeto. Que la víctima desconoce el lugar donde atacó pero que es cercano a la terminal y que era un lugar en donde se escuchaba que pasaban cerca los automóviles. Que éste tenía en las palmas de las manos varias cicatrices como si fuera de cortes o raspones, sobre todo en los dedos índice y medio. Que, además, tenía cerca de 28 a 30 años de edad, sus pómulos salientes, ojos medio hundidos, piel de color oscura, cejas gruesas y juntas, cabellos oscuros ondulados y peinado para un costado, medía 1,70, tenía barba de un día".

"Con respecto a su órgano sexual era un tanto grande, vestía camisa color clara, jeans y campera de color oscura. Que al hablar no se le notaba tonada típica de cordobés, su vocabulario no era grosero. Que estos días atrás vio en uno de los informativos el identikit del violador serial, que le llamó rotundamente la atención ya que lo vio muy parecido al sujeto que la atacó a ella sólo que el identikit es un tanto más gordito. Que se encuentra a entera disposición de quien sea para ser entrevistada si es necesario".

Firma: oficial ayudante Mariana Fornagueira".

Silvana nunca fue llamada. Su caso, por más que la descripción que dio del atacante parece casi copiada de las imágenes que hoy se conocen de Sajen en aquellos años, no recibió la debida atención o, por el contrario, se prefirió dejarlo escondido debido a que un análisis exhaustivo quizá obligaba a poner en evidencia a uno de los grandes culpables de la existencia del violador serial: el Estado provincial.

Libre y sin control

Aunque la lectura del relato de Silvana alcanza para encontrar decenas de coincidencias entre el ataque que sufrió con los del violador serial, nos abocamos -con la inestimable ayuda de la joven- a buscar información que, si bien nunca permitirá asegurar con la certeza de un análisis de ADN que el ataque que ella sufrió fue perpetrado por Sajen, sí nos habilita a decir, al menos, que él puede haber sido su agresor.

A través de su prontuario carcelario se constató, como se ha explicado anteriormente, que en esa época, aunque Sajen no había todavía cumplido con la mitad de su condena, ya había gozado del beneficio de la libertad transitoria y era beneficiario permanente de las salidas transitorias por las que el Servicio Penitenciario lo enviaba a trabajar a la ex Escuela Olmos y al Liceo Militar General Paz. Este dato fue confirmado, además, por Eduardo Sajen, que aseguró haber visitado "en más de una oportunidad" a Marcelo en la Escuela Olmos e inclusive en la granja del Servicio Penitenciario, en el Camino a 60 Cuadras.

Según el mismo Eduardo, esas visitas no tenían ningún tipo de control porque mientras estaba realizando esas tareas "nadie se fijaba qué hacía Marcelo, ni él estaba obligado a presentarse ante alguna autoridad a la hora de llegar o partir". En el mismo sentido, el prontuario carcelario muestra que, si bien hay un registro exhaustivo de cada salida de Sajen a la casa de su mujer en el marco de las "libertades transitorias", no existen registros específicos de sus "salidas transitorias". Esas salidas figuran como habilitaciones indefinidas.

Los hechos, sin embargo, ocurrieron y quedaron en la memoria de Silvana y en su diario íntimo, que quizás es el principal testigo de lo que sufrió aquella niña (hoy mujer) el día en que el destino le asestó el golpe más duro de su vida.

Cuando estos datos fueron referidos a miembros de la investigación policial, éstos reaccionaron escalonadamente: la primera reacción fue de alarma: "No se nos puede haber pasado eso", dijo una fuente; después llegó la preocupación y la promesa de constatar fechas para ver si era posible que Sajen cometiera ese ataque; y, finalmente, todo terminó en descreimiento cuando aseguraron que Sajen no había tenido libertad el día de la violación y que el identikit que hizo Silvana (cuando tenía 14 años y tres días después del ataque) no era parecido en nada al serial.

En definitiva, las mismas personas que durante años basaron la investigación en un identikit inventado que le daba al violador serial la cara de un norteño inexistente, pedían que le dijéramos a Silvana que estaba equivocada.

Cuando la joven recibió nuestro llamado, sólo pudo sorprenderse. En pocas palabras explicó que el rostro de Sajen se parecía al de su atacante, pero no podía asegurar que hubiera sido él. Después, a medida que nuestras comunicaciones se fueron incrementando, la joven pidió que le enviáramos una imagen de Sajen más cercana a la época en la que ella fue atacada y como respuesta al envío de esa foto respondió con correos electrónicos.

En el primero se lee: "Me quedé helada cuando lo vi. Su parecido, sobre todo el de sus cejas, es impresionante". En el segundo: "Cuando vos me nombraste Camino a 60 Cuadras y yo te confirmé que no me quedaba dudas que hubiera sido él, es por algo. Mirá negro, si todos los detalles sirven, podemos encontrarnos".

Como se dijo anteriormente, ante la falta de una prueba de ADN es imposible asegurar nada y no nos corresponde hacer justicia, ni declarar culpables e inocentes. En todo caso se puede decir que el hecho que alteró la vida de esa joven de 14 años sigue impune y que lo explicado en estas páginas demuestra que no es descabellado pensar que su autor haya sido Marcelo Mario Sajen.

Por lo demás, y para cuando los investigadores que se olvidaron de este caso hace mucho quieran concentrarse en él para refutar esta hipótesis, es importante aportar este dato: aquellas pocas características de la violación de Silvana que no parecen corresponderse con el método de atacar que se le atribuye a Sajen (principalmente la manera en que es golpeada en la nuca y la cara), sí encuentran puntos en común con la violación sufrida por Susana en 1985. Si esto pudiera confirmarse estaríamos en presencia de una violación ejecutada mientras Sajen comenzaba a convertirse en un serial.

Los dos últimos e-mails que envió Silvana son una muestra de aquello que sufre la víctima de una violación cuando el sistema se olvida de ella.

Discúlpame, que no pude contestarte antes. Recuerdo que la denuncia no la hice el mismo día. Había ido a Córdoba en las vacaciones de invierno, para ver a mi papá y era tanta la vergüenza que tenía, que incluso no recuerdo si la denuncia decía si me había violado o no, pero lo hizo.

Lo que yo te quería contar cuando vos me dijiste que venias a mi ciudad, y cuando me nombraste las 60 cuadras es esto: eran aproximadamente las 12:00 del medio día, estaba parada en la terraza de la terminal donde abajo paran los taxis con la esperanza de verlo a mi papa a quien hacía 6 años que no veía. Allí, se me acercó un hombre que me mostró una placa o algo parecido. Cuando me dijo que era policía y que lo acompañara para averiguación de antecedentes por drogas, se me heló el alma. Yo le expliqué por qué estaba ahí pero lo mismo insistió haciéndome caminar. Bajamos por una escalerita del costado de la terminal y fuimos para el viejo molino donde, estando ya casi adentro, nos cruzamos con un señor al que él saludó. En ese momento me tomó del hombro y me dijo que me iba a llevar a otra oficina porque ahí ya no quedaba nadie. Dimos vuelta, le hizo señas a un taxi y le dijo 'camino a las 60 cuadras'.

En el camino yo pensé mil cosas hasta que descendimos del taxi en la zona de las vías y él, después de decirme que esas oficinas estaban escondidas por todos los procedimientos de droga, me llevó a una zona de vías. A continuación me pidió que fuera caminando adelante y aprovechó para darme primero un fuerte golpe en la nuca y, apenas me caí, una patada que me golpeó en el oído y en el ojo. Yo ya estaba media tonta y él intentó violarme. Como yo me resistí con las piernas, me dio vuelta y sacó una navaja que me apoyó en el cuello mientras me violaba por atrás sin dejar de repetirme que no me iba hacer nada y que no gritara. Cuando terminó, se fue dejándome tirada en el medio de no sé dónde. Me vestí y salí corriendo hasta una calle ancha o una ruta, donde me puse en el medio de un auto que pasaba.

Ese auto me llevó al hotel donde vivía mi papá, me bañe, puse toda esa ropa en una bolsa y me senté a ver los dibujitos en la sala de estar. Cuando vino mi papá no le conté nada porque no quise amargarlo después de tantos años sin verlo, le dije que me había caído esa mañana cuando iba a tomar el colectivo cruzando las vías. Así fue, espero que les sirva, porque cuando termine de escribir este correo, voy a volver todos esos malos recuerdos, a un lugar muy lejano de mi memoria.

Cuando respondimos este correo, agradeciendo todo lo que había hecho por nosotros, Silvana volvió a conmovernos:

Soy yo la agradecida, porque aunque no creas, hay muchas de las cosas que te conté que nadie sabía. Sin conocernos me inspiraste confianza y te aseguro que al contar cómo realmente sucedió, un gran dolor, peso, angustia, vergüenza, se me fueron también.

Premios

El 25 de julio de 1988, el Consejo Criminológico volvió a reunirse para evaluar la situación de distintos reclusos, entre ellos Sajen. El cuerpo otorgó un dictamen favorable para que siga en período de prueba. El 24 de agosto de ese año fue enviado a la cárcel abierta de Monte Cristo, por disposición de la Dirección de Técnica Penitenciaria y Criminológica.

"No entiendo por qué lo enviaron allí. Por lo general no se envía a Monte Cristo a los violadores, porque son tipos que no se recuperan más. Si violaron una sola vez, es altamente probable que lo vuelvan a hacer. El violador no cambia, siempre va a hacer lo mismo. Normalmente, los violadores no van a Monte Cristo, porque el régimen de vigilancia es menor. Lo más probable es que vayan por otros delitos", comenta en la actualidad otro ex directivo del Servicio Penitenciario de Córdoba.

En la Cárcel de Monte Cristo, Sajen empezó a trabajar como oficial especializado en la sección de obras de mantenimiento y al poco tiempo se ganó la confianza del director de ese establecimiento,

Hernán Rojo. Además de las salidas para trabajar y visitar a su familia, Sajen disfrutó de otros beneficios.

En la primera oportunidad que él y otros detenidos tuvieron de salir al cine, la película por la que optaron llama poderosamente la atención. Los reclusos visitaron el cine General Paz para ver Las aventuras de Chatrán, una historia infantil que contaba las dificultades de un simpático gatito que hacía de todo para sobrevivir en un bosque.

Las visitas al cine se empezaron a repetir y a intercalar con salidas transitorias al domicilio de su esposa, en Pilar. Los meses de octubre, noviembre y diciembre de 1988 pasaron volando para Sajen. Algunas veces iba a trabajar, otras a su casa y, en otras oportunidades, concurría con sus compañeros -siempre con la autorización previa de las autoridades penitenciarias- a los cines y teatros. Así fue que vio los films Rambo III, La deuda interna. El infierno rojo, Un príncipe en Nueva York, y hasta se rió a carcajadas cuando fue a una función de la obra de teatro de Miguel Iriarte: Eran cinco hermanos y ella no era muy santa.

A fines de 1988, a Sajen se le permitió que las salidas transitorias a su hogar se extendieran cada vez más. Ya no se trataba de un día. Ahora podía ir una mañana y regresar a la cárcel dos días después. Como exigencia, debía firmar una planilla en el penal, donde se comprometía a no alejarse del domicilio al que estaba autorizado a ir, tener buen comportamiento y no consumir alcohol.

La Navidad y el Año Nuevo lo encontraron brindando con Zulma, sus hermanos y sus padres. En poco tiempo más, Marcelo iba a quedar en libertad en forma definitiva.

Durante los ocho meses siguientes, Sajen siguió gozando de salidas transitorias para ir a su domicilio.

El 5 de setiembre de 1989, con el asesoramiento del abogado Albornoz, presentó un pedido ante la Cámara 3a del Crimen para la libertad condicional. En la solicitud, escribió que fijaba domicilio en Pilar y que adoptaba el oficio de chofer.

Las autoridades evaluaron el pedido y elaboraron un informe penitenciario en el que se remarcaba que su conducta seguía siendo ejemplar. En un párrafo, el nuevo director de la Cárcel de Monte Cristo -Félix Carranza- escribió que Sajen "ha cumplido con las normas disciplinarias en vigencia, evidenciando un concepto favorable en su proceso de resocialización".

Ocho días después, el Tribunal concedió la libertad condicional. Aún le quedaban dos años de condena. A la hora de los fundamentos, la Cámara 3a entendió que el acusado llevaba cumplido "más del término" del artículo 13 del Código Penal, tenía regularidad en el cumplimiento de los reglamentos carcelarios y no era reincidente. Eso sí, le hicieron firmar un acta en la que constaba que debía conseguir trabajo como chofer dentro de dos meses, no debía beber, tenía que someterse al Patronato de Presos y Liberados y por sobre todas las cosas: no debía volver a cometer delitos. Sin la cámara de fotos apuntándole, Sajen volvió a hacer aquella cara de inocente que ya había puesto en práctica varias veces y convenció a todos de que podía cambiar.

Aquel miércoles 13 de setiembre de 1989, a primera hora de la mañana, salió caminando feliz de la cárcel de Monte Cristo. El lobo acababa de quedar libre definitivamente. De ahora en adelante cambiaría, pero siempre para peor.
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//04 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO IV Atacar

por jocharras a las 13:09, en La Marca de la Bestia
CAPÍTULO IV

Atacar

Pilar 1985, la primera vez

El almacén estaba casi vacío. Ni bien recibió las monedas de vuelto, las metió en el bolsillo del pantalón. Guardó la lapicera, las fibras y el block de hojas tamaño Rivadavia que acababa de comprar en una bolsa de nailon, saludó a la dueña y partió rápidamente hacia su casa. Era lunes y caía la noche de invierno en Pilar.

Susana comenzó a caminar a la vera de la ruta provincial 13 a una hora en que el tránsito se limitaba a unos pocos camiones que pasaban esporádicamente. Aunque conocía el camino de memoria había dejado dicho en su casa que cuando llegara su papá la fuera a buscar. La oscuridad de la tarde presagiaba una noche cerrada. Entonces decidió apurar el paso, sin imaginar que ese lunes 9 de setiembre de 1985 sufriría la peor pesadilla de su vida. Eran las 20.30.

"Por aquellos años yo era una chica normal", relata Susana 20 años después, cuando, a instancias de esta investigación y desoyendo las sugerencias de muchos de sus familiares que prefieren mantener esta historia dentro del ámbito privado, compartió con nosotros estos detalles y pidió reserva con respecto a su identidad para que, "de una vez por todas", la experiencia más desoladora de su vida pueda formar parte de su pasado.

"No acostumbraba a andar sola, y menos de noche, principalmente porque mis padres eran muy estrictos. Además vivíamos en una zona bastante alejada del pueblo. Ese año me había recibido de profesora de danzas y cursaba mi último año de secundaria en un instituto de monjas de Villa del Rosario. Como mi papá no volvía a casa, tuve que ir de compras sola porque necesitaba cosas para el colegio. Salí tranquila, pero temiendo que me agarrara la noche le dejé dicho a mi papá que cuando llegara me fuese a buscar", prosigue la mujer y no puede evitar que los ojos se le llenen de lágrimas.

"Fue a la hora del Rosario... En este pueblo nunca había ocurrido algo así hasta que apareció ese desgraciado", comenta, por su parte, el abuelo de la chica mientras señala el campo, hoy pintado de soja, donde su nieta fue violada.

De regreso del almacén, Susana caminaba tan absorta en sus pensamientos que no prestó atención a un Renault Gordini azul estacionado sobre una de las calles de tierra que cruzan la ruta. Tampoco escuchó cuando la puerta delantera izquierda del auto se abrió ni cuando alguien bajó y comenzó a seguirla. Fueron segundos, instantes que cambiarían su vida para siempre. Escuchó unos pasos sobre la banquina detrás de sí, y percibió la respiración agitada de alguien que se acercaba y finalmente, una sombra que se le abalanzaba. Cuando quiso darse vuelta y gritar, ya era tarde.

"Estaba a una cuadra de mi casa cuando alguien me atacó de atrás, me puso un trapo con nafta en la cara y amenazó con que tenía un arma e iba a matarme", recuerda Susana. Aquella sombra era Marcelo Mario Sajen, el joven de 19 años que hasta hacía dos había vivido en Pilar.

Aquel día, el muchacho no había ido a trabajar como changarín junto a su padre al Mercado de Abasto de la ciudad de Córdoba. Esperaba a Susana y la había seguido con un solo objetivo. Ahora se encontraba detrás de la joven y no pensaba dejarla escapar.

Antes de que ella pudiera reaccionar, Sajen pasó el brazo derecho sobre su espalda y, aunque aún estaba lejos de lograr la manera de atacar que perfeccionaría con los años, no le resultó difícil controlarla. La víctima, de cabellos castaños y rostro delicado, era mucho más pequeña que él y su cuerpo era frágil. Rápidamente, él apoyó sobre su rostro un trapo enmugrecido que momentos antes había empapado en nafta. Susana sintió que el profundo olor a combustible llegaba a sus pulmones y la desvanecía. Sin embargo, alcanzó a manotear la velluda mano del verdulero y gritó. Quiso darse vuelta, pero Sajen la golpeó en la nuca. El trapo cayó al piso.

"Luché, grité por un buen tiempo, siempre de espaldas a él. Lo rasguñé en la cara y forcejeé hasta que las fuerzas no me dieron más y estaba a punto de desvanecerme", señala Susana.

Sajen la arrastró campo adentro. El cielo estaba despejado y la oscuridad ya se extendía por todo el terreno.

-Déjeme ir a mi casa, vivo en Villa del Rosario... -imploró la chica, pero la mentira no sirvió. Sajen la conocía bien.

Sin dejar de caminar detrás de ella para que no le viera el rostro, intentó tranquilizarla:

-Mira vos, che, yo soy de Buenos Aires y estuve en cana hasta hace poco... -dijo Sajen, agitado.

Susana reconoció la tonada y se dio cuenta de que el sujeto mentía. Intentó zafar del brazo que la apretaba, pero no pudo impedir que la siguiera arrastrando. Las espinas de unas plantas de espinillo los lastimaron, pero él no se detuvo. Por primera vez se sentía un lobo y estaba en plena cacería. Las siluetas de algunos autos y camiones provenientes de Río Segundo se recortaban a lo lejos.

-Callate, hija de puta -le dijo Sajen al oído mientras le pegaba una cachetada en el rostro.

Susana empezó a llorar y Sajen volvió a golpearla. Las bofetadas se sucedieron una tras otra.

La joven tropezaba e intentaba en vano detenerse. De pronto logró darse vuelta y alcanzó con las uñas el rostro oscuro y de gruesas cejas del depravado. Tan fuerte lo arañó, que algunas uñas se le quebraron. Sajen gritó de dolor y con su mano derecha golpeó furiosamente a su víctima en la nuca.

Cerca de unos árboles rodeados por espesos matorrales, Sajen se detuvo, miró alrededor y comprobó que la zona estaba desierta. A lo lejos se oían algunos ladridos. De un empujón, arrojó a Susana al suelo. La chica cayó boca abajo y sintió la tierra fría y los yuyos en el rostro. El miedo no la dejaba pensar. El pelo le tapaba parte de la cara, pero pudo ver claramente la camisa leñadora que llevaba el hombre encima de una remera roja. También alcanzó a verle un viejo pantalón de gabardina beige y unas zapatillas Adidas azules con tiras blancas.

Susana intentó incorporarse, pero Sajen la tomó violentamente de las manos y la arrastró hacia un árbol. Aterrada, la chica escuchó que el hombre se desabrochaba el pantalón.

-¿Por qué no nos vamos? -quiso convencerlo.

Sajen se enfureció, le apretó el cuello y, con el rostro fuera de sí, gritó:

-Te juro que te voy a cagar matando. Te voy a matar hija de puta si no hacés lo que te digo.

Recién entonces la chica se paralizó, aterrada. Sajen bajó el tono de voz y comenzó a hablar pausadamente.

-Sólo te voy a hacer el amor y después te dejo ir a tu casa. Si no te dejás, te mato -le repitió.

Sin darle tiempo a nada, le levantó el pulóver, la remera y comenzó a acariciarle los senos, mientras le besaba el cuello, la espalda y la cintura. Luego, la arrojó al suelo nuevamente. Susana cayó de rodillas y sintió ganas de vomitar.

-Soy virgen, por favor no me hagas nada -alcanzó a implorar la chica con un hilo de voz.

El detalle pareció enardecerlo. Se le sentó encima y le desprendió el pantalón bruscamente. Con furia y pese a la resistencia de Susana, el hombre la penetró violentamente por la vagina. Ella alcanzó a arañarlo otra vez, justo antes de que Sajen le pegara varias trompadas en el rostro. La chica quedó atontada y la sangre comenzó a brotarle de la nariz y de los labios.

-Dejá de moverte porque si no te mato, hija de puta... -dijo furioso.

No pudo ver el rostro del violador, pero sintió el profundo hedor que emanaba ese cuerpo encima de ella. Después, el hombre la obligó a ponerse boca abajo y abusó de ella en forma anal, mientras Susana no paraba de llorar y de rezar. En medio de la oscuridad, a unos 100 metros de la ruta 13 y con perros ladrando a lo lejos, Sajen se tomó todo el tiempo del mundo para saciarse.

A pocas cuadras de allí, su esposa Zulma, de 17 años, embarazada de la segunda hija de Sajen, ignoraba lo que sucedía y esperaba la llegada de su marido, mientras hacía la cena en la humilde cocina de la casa de sus padres donde regularmente los Sajen se instalaban a pasar algunos días.

Los minutos transcurrieron eternamente para Susana. Ya no gritaba, pero no podía dejar de llorar. El dolor y el asco más profundo se le habían hecho carne. Una vez que todo terminó, Sajen se levantó y se subió el pantalón.

-Vestite -le ordenó a la joven.

Susana se sintió sucia y contuvo las náuseas. Se limpió la sangre de la cara y, temblorosa, empezó a vestirse. Lo hizo rápido, sin dejar de sollozar, mientras miraba de reojo la silueta oscura que seguía allí parada. Cuando se levantó, instintivamente se dio vuelta y quedó frente a frente con el violador, que se enfureció ante la posibilidad de que la chica le hubiera visto el rostro.

-Te voy a matar, hija de puta -le gritó, sin ver que por la vera de la ruta una persona se acercaba en bicicleta.

En ese momento Susana tuvo un instante de lucidez que, quizá, le salvó la vida. "Salí corriendo sin importarme lo que sucediera, pedí auxilio y vi que esa persona era mi padre, que había salido a mi encuentro", recuerda Susana.

Sajen volvió sobre sus pasos y salió corriendo hacia donde había dejado su auto. La presencia del Renault Gordini azul estacionado a esas horas había llamado la atención de los habitantes de las cuatro casas de la cuadra; un detalle que al violador pareció no importarle.

Susana y su padre no oyeron cuando el automóvil arrancó para perderse en medio de la oscuridad y levantó una polvareda detrás de él.

Sajen se dirigió hacia la casa de sus suegros, donde minutos después disfrutaría de la comida que acababa de preparar su mujer. Cuando Zulma vio las marcas en su rostro, pensó que otra vez un cajón del Mercado de Abasto lo había lastimado.

Cuando se enteró de lo sucedido, el padre de Susana sintió que un odio desconocido hasta entonces lo quemaba por dentro. Cargó a su hija en la bicicleta y la llevó hasta la casa de una vecina. Luego pasó por su vivienda, buscó su camioneta y salió a buscar al depravado.

"Agradezco a Dios que no lo encontró", asegura la joven. La búsqueda

Aquella noche del 9 de setiembre de 1985 no quedaba ningún patrullero sano en la comisaría de Pilar. Tampoco había demasiados policías. Un solo oficial salió con Alberto a buscar al violador en la pick up. Una vez en el campo, pusieron las luces altas como si estuvieran cazando una bestia. Pero no encontraron nada. Hacía ya varios minutos que Sajen se dedicaba plácidamente a hacer la sobremesa, acompañado por Zulma, su pequeña hija y sus suegros, Chiche Villalón y Dominga Liendo.

Mientras tanto, el rastreo sólo pudo dar con los zapatos de Susana. Estaban tirados en el campo, cerca de los árboles donde había sido ultrajada. Vieron las pisadas, las ramas de espinillo quebradas y encontraron el trapo embebido en nafta.

El padre de Susana sintió un odio feroz y una incontrolable necesidad de venganza. La noche espesa lo encontró vagando sin respuestas cuando se dio cuenta de que era hora de regresar a casa. Para entonces, Susana era un despojo. Llevaba horas tiradas en una silla del comedor sin dejar de llorar. Se sentía sucia y asqueada. Se dio un baño y se acostó para no cerrar un ojo durante el resto de la noche.

La mujer cuenta en la actualidad que hasta el día de hoy desconfía atrozmente de cada hombre desconocido que se acerca a ella y afirma: "Un hecho como éste no te abandona nunca. Aprendés a vivir con él pero nunca podés borrarlo completamente de tu vida".

Con los primeros rayos de sol del 10 de setiembre de 1985, acompañada por su padre, Susana fue a hacer la denuncia a la comisaría de Pilar, un viejo edificio de dos plantas ubicado a casi un kilómetro de su propia vivienda.

Con la vergüenza a flor de piel, la chica relató lo sucedido a un policía que a duras penas podía escribir en una vieja Remington. Una vez realizada la denuncia, su padre la llevó a una clínica privada para un examen médico. Al someterse a la revisación, Susana comenzó a sentir que su cuerpo había dejado de pertenecerle y no pudo contener las lágrimas. Así lo recuerda: "Entonces comenzó otro tipo de suplicio. Ir de una comisaría a otra, haciendo una y otra vez las mismas declaraciones y pasando por las mismas revisaciones médicas. Nunca imaginé, mientras él me metía en el suelo y yo le pedía a Dios que me dejara salir con vida de todo eso, que lo que vendría después sería tan duro".

El Gordini azul

Por aquellos años, los estudios que permitieron descifrar el código genético de la especie humana recién comenzaban a realizarse y la posibilidad de efectuar un análisis de ADN (ácido desoxirribonucleico) era simplemente una utopía. En los casos de violación y de asesinato se trabajaba con análisis de los grupos sanguíneos, pero los niveles de certeza que esos estudios científicos podían aportar eran prácticamente nulos. En consecuencia, probar una violación era algo más que complejo.

Los policías de Río Segundo empezaron a investigar el caso bajo las directivas de un joven funcionario judicial por quien, en aquel entonces, no hubieran dado dos pesos dada su aparente inexperiencia. El abogado se llamaba Juan Manuel Ugarte y era el secretario del Juzgado de Instrucción de 1era.  Nominación. Diecinueve años después y ya convertido en Fiscal de Instrucción en Córdoba Capital, el funcionario volvería a encontrarse con Marcelo Mario Sajen y sería el responsable de ubicarlo cuando éste ya se había convertido en el delincuente más odiado de Córdoba y del país.

La vinculación de Sajen con el ataque a Susana se logró en base a una serie de indicios y a la puesta en práctica de un método de trabajo que el mismo fiscal perfeccionaría hasta el día en que identificó a Sajen como el violador serial. Pidió a la comisaría de Pilar que le informaran de todos los otros hechos de importancia que se habían denunciado en la localidad en los días anteriores y posteriores. Uno de ellos aportaría un dato revelador.

La joven declaró una y otra vez que no había podido verle el rostro al violador, y por lo tanto no podía identificarlo. Fue así que los policías empezaron a buscar testimonios entre los habitantes de las inmediaciones del campo donde se había producido la violación. Varios vecinos comentaron que aquella noche les había llamado la atención la presencia de un Renault Gordini azul estacionado en una calle. Uno de los testigos, incluso, relató que el auto no tenía el paragolpes delantero y que al cabo de un rato un hombre había aparecido y se había marchado en el coche a toda velocidad.

Con esos datos, los policías emprendieron la búsqueda del depravado en Pilar y sus inmediaciones. No tardaron demasiado en dar con el hijo del verdulero Leonardo, el Zurdo, Sajen, un hombre respetado por todos los vecinos del pueblo. El Gordini de Marcelo Sajen era azul y le faltaba el paragolpes del frente. Los policías examinaron el auto y comprobaron, además, que una de las ruedas coincidía con la descripción aportada por un vecino del pueblo que había denunciado, a su vez, el robo de un neumático de su propio Gordini.

"Hubo un detalle revelador en este caso que se sumó a otros tantos indicios con los que contábamos y fue que al auto de Sajen le faltaba el tapón del tanque de combustible. En su lugar utilizaba un trapo que por el contacto con el combustible estaba siempre empapado de nafta. La vinculación con el trapo que usó el violador cuando atacó a esa chica era inevitable. Con esos elementos finalmente se lo detuvo", comenta el fiscal Ugarte, sentado en su despacho del edificio de Tribunales II, rodeado de hojas y hojas pertenecientes al expediente de Sajen.

El funcionario recuerda que esa causa fue una de las primeras que le tocó investigar en su carrera judicial. Para él, aquel caso estaba compuesto por una suma de indicios que lo llevaron a la verdad: "Podríamos decirlo así. No sabíamos si se trataba de un pato, pero tenía forma de pato, caminaba como pato, tenía plumas de pato y hacía 'cuac'", asegura sonriente antes de agregar con el orgullo que lo caracteriza y que a muchos exaspera dentro del ámbito de la Justicia de Córdoba... "Y, modestamente lo digo, mi acusación finalmente fue usada durante el juicio...".

La mañana del viernes 13 de setiembre de 1985 (cuatro días después del ataque), con la orden judicial en la mano, dos policías fueron a arrestar a Sajen en un destartalado patrullero Ford Falcon, triste rezago de los años de plomo.

A esa hora, Zulma preparaba el desayuno. Oyó que golpeaban la puerta y, al asomarse, le extrañó la presencia del móvil azul. Abrió y se encontró con dos policías del pueblo. Uno de ellos era el subcomisario Liendo. El otro era el oficial Mario Díaz, un uniformado que años después mantendría una relación sentimental con la única hermana del violador serial, Stella Maris Sajen.

Hola Zulma. ¿Está tu marido? -preguntó uno de los de azul. Está en el baño. ¿Qué pasa? -se extrañó la mujer, mientras Boyaba sus manos a ambos lados de su cintura. Nada malo, no te asustés. Hubo un robo y queremos llevarlo a I la comisaría para hacerle unas preguntas. Vamos a demorar un ratito. Ya te lo traemos...

Marcelo apareció bostezando y, en cuanto vio a los policías, trató de ocultar los arañazos que le surcaban el rostro y los raspones que los espinillos habían trazado en sus manos.

-Sajen, tenés que acompañarnos por un trámite -dijo uno de los policías.

Con aire extrañado, Marcelo dijo que no entendía nada, pero los policías insistieron en llevarlo. Finalmente, besó a su esposa y subió al patrullero. Acababa de quedar detenido por la violación de Susana y la tenencia de un neumático robado. Desde aquella mañana, pasarían cuatro años hasta que Sajen volviera a quedar nuevamente en libertad.

En la comisaría

Después de esperar unas horas, Zulma Villalón de Sajen fue caminando hasta la comisaría. Llegó exhausta. El patrullero que se había llevado a Marcelo estaba estacionado frente al edificio policial, en la calle Zenón López al 1300.

-Por favor, díganme qué pasó. Déjenme ver a mi marido -insistió la mujer con los ojos llenos de lágrimas y su panza de embarazada al aire.

Un suboficial sonrió, bajó el volumen de la radio policial y trató de calmarla.

-Lo trajimos porque hubo un robo a una tienda. -¿Puedo pasar a verlo? -insistió la mujer.

-Negativo señora, está incomunicado. Recién va a poder verlo cuando lo autorice el juez -cortó el diálogo el uniformado.

Sajen estaba en otra habitación, frente a un sumariante que ponía una hoja en blanco en la destartalada máquina de escribir. En la comisaría se oían los llamados de algunos presos encerrados en los húmedos calabozos.

-¿Cuál es tu gracia? -interrogó el policía.

-Sajen... Marcelo Mario -respondió el verdulero, al cabo de unos segundos.

El policía apretó la tecla "s", la "a" y luego la "g" en lugar de la "j", un error de tipeo que con el paso de los años daría lugar a más de una confusión en los expedientes judiciales y archivos policiales.

-¿Documento?

-17.851.312... -respondió Sajen, mientras escudriñaba la oficina y a los policías que lo perforaban con la mirada.

No sin cierta dificultad, el sumariante escribió que el sospechoso había nacido el 26 de octubre de 1965, que era hijo de Leonardo Sajen y de María Rosa Caporusso, y que su domicilio estaba en el cruce de las calles 5 y 3 del barrio Ramón J. Cárcano de la Capital de Córdoba. Sajen le dijo que tenía seis hermanos y le dio el nombre de cada uno: Leonardo, Stella Maris, Eduardo, Luis Gabriel, Daniel y Luca Ezequiel. Finalmente, agregó que era padre de una criatura y que tenía otra en camino. Todo eso quedó escrito en la planilla.

-¿Profesión? -siguió el policía, sin mirarlo.

-Verdulero. Trabajo con mi viejo. También soy changarín en elMercado de Abasto -agregó el sospechoso.

-¿Estudios cursados?

-Primario.

El policía sacó la hoja de la máquina y la selló. La planilla prontuarial de la Policía quedó archivada con el número 297.469. Mientras le tomaban declaración a Sajen, en una sala contigua, Susana volvía a dar detalles de la violación a los policías. La chica estaba anímicamente destrozada. De pronto hizo silencio, se secó las lágrimas y presto atención a la voz que provenía de la habitación vecina. Como la puerta no estaba cerrada por completo, reconoció algo familiar en el timbre de voz de ese hombre.

«Es él. Ésa es la voz. Ese es el tipo que me violó", gritó, según comentan hoy fuentes oficiales que formaron parte de aquel procedimiento. Susana insistió en que no vio el rostro al violador, pero aseguró que podía reconocerlo por la voz.

Aquel detalle fue clave para Ugarte y le permitió cerrar la acusación contra Sajen. El expediente cayó en manos del Juez de Instrucción de 1era. Nominación de Córdoba, un abogado llamado Javier Praddaude. Por esas coincidencias del destino, catorce años después el mismo Praddaude actuaría como fiscal de Cámara durante las audiencias en las que Sajen fuera juzgado por el asalto a una pizzería de la ciudad de Córdoba en 1999.

Cuando se le consultó en 2005 sobre aquellos dos hechos, el funcionario judicial, uno de los más antiguos en el ámbito de la Justicia cordobesa, aseguró no recordarlos y, en consecuencia, tampoco pudo vincularlos entre sí.

El encuentro

Zulma Villalón de Sajen regresó a la comisaría de Pilar al día siguiente. Recién entonces la dejaron pasar al calabozo para ver a su marido. Lo encontró temblando, sucio y vestido con una camisa bordó y un pantalón negro manchado con sangre.

-¿Sabés por qué me tienen acá? -le preguntó Marcelo. -Sí, por robo, me dijeron -contestó Zulma abrumada. -¿Qué robo? -negó Marcelo- Me tienen por violación. La Susana dice que la violé -aclaró, despertando en Zulma sensaciones encontradas- Pero yo no te quiero hacer daño. Perdóname, por favor. Te juro que es mentira.

Zulma sintió que el mundo se desmoronaba. La situación era más grave de lo que había imaginado. Su esposo estaba preso por un abuso sexual y ella se quedaba sola cuando faltaban pocos días Para volver a dar a luz.

Así lo recuerda la mujer, sentada en el acogedor comedor de su casa, donde las fotos de su marido llenan cada uno de los espacios. "Pobrecito mi Marcelo... Estaba todo sucio y lleno de moretones por toda la cara. Los policías lo habían desfigurado a golpes en la comisaría. Me contó que lo torturaron a trompadas para que confesara la violación. Pero él era inocente. Él no violó a nadie. La historia de esa mujer siempre fue una mentira. Se trató de una infidelidad de mi marido y la otra armó toda una mentira y lo terminó denunciando...", dice Zulma, mientras ceba un mate dulce, lavado, que se acaba en apenas segundos.

Según Villalón, los policías engañaron a su esposo y le hicieron firmar una confesión falsa. "Le dijeron 'no te hagás pegar más, Sajen. Firmá esta hoja y te vas a tu casa'. Y bueno, él firmó y lo juzgaron...", relata la mujer.

Luego de verlo, Zulma fue hasta la casa de Susana, a quien - según asegura- conocía debido a que habían asistido juntas a clases de folklore. A fuerza de sollozos, la mujer de Sajen clamó ante los padres de la víctima la inocencia de Marcelo y pidió que retiraran la denuncia. Alberto y su esposa le dijeron que estaba loca si pensaba que podía suceder algo así.

Finalmente, Zulma se retiró sin lograr lo que había ido a buscar. El destino de su marido estaba sellado. "Recuerdo que esa mujer estaba embarazada; estaba por comprar. Vino a llorar y a pedir disculpas, pero de nada sirvió", comenta el abuelo de Susana.

Sajen permaneció varios días alojado en un húmedo calabozo de la comisaría de Pilar. Su padre nombró como abogado defensor a Jorge Alberto Ferro, a quien conocía desde hacía años y de quien siempre admiró su forma de vestir. Ferro era un ferviente cultor de los trajes y los zapatos blancos, atuendo que combinaba con camisas llamativas, moños de color rojo y una infaltable rosa en el ojal superior del saco. El abogado hacía gala, además, de una faceta de escritor; periódicamente publicaba en el diario La Voz del Interior crónicas policiales de dudosa calidad periodística, pero de una innegable ambición literaria.

El letrado defendió a Sajen durante un tiempo pero no logró evitar que, el 20 de setiembre de 1985, el Juzgado de Instrucción N° 1 ordenara el traslado del sospechoso a la Cárcel de Encausados, en el barrio Güemes de la ciudad de Córdoba.

EL 03 de setiembre de 1985, Sajen llegó a ese penal. Ni bien el Servicio Penitenciario ingresó, los guardias cárceles cerraron el enorme portón de acceso, provocando un estruendo que terminó por alterar a Marcelo que viajaba esposado en la parte trasera del móvil, nervioso y asustado por lo que se le venía.

Su contacto con aquel edificio de cuatro pisos que ocupa toda un manzana y contiene ocho centros divididos en 25 pabellones se mezcló con esa sensación de impotencia que genera esa enorme estructura de ladrillo y ventanas de hierro, que cuenta con un muro perimetral de unos 10 metros de altura que rodea el predio por completo.

Trataba de tranquilizarse mientras recordaba las palabras de su padre, que en la comisaría de Pilar le había dicho que se serenase, que él había hablado con un conocido suyo que era una alta autoridad del Servicio Penitenciario. Esta persona le había dicho que podía ubicar a su hijo en un sitio de poco riesgo para que no tuviera problemas con los demás presos, y que incluso podía darle un trabajo. En síntesis, el jefe penitenciario le había prometido que podía protegerlo.

El padre de Marcelo quería que por lo menas no le sucediera nada malo. Sabía a la perfección que un violador corría serios riesgos de muerte.

Sajen trataba de calmarse, pero no le era fácil. Encausados era un mundo completamente nuevo para él. Los guardias abrieron la puerta del vehículo y lo bajaron esposado.

-Dale Sajen, bajá rápido. Bienvenido a Encausados. ¿Así que a vos te traen por una violación en Pilar? Vas a ver ahora lo que les pasa a los 'violetas' acá adentro. Son cogidos por todos los demás internos, pero bien cogidos. Vas a ver cómo te van a dejar- dijo uno de los guardias, a las risotadas.

Quedó pálido. Sin embargo, no eran las palabras del penitenciario lo que lo atemorizaba, sino contemplar el imponente y derruido edificio que se erigía delante de él. Miró hacia arriba y vio los enormes muros de ladrillos. A través de las rejas de las ventanas de las celdas, decenas de hombres asomaban sus cabezas y le silbaban, le escupían, le gritaban. Le daban la bienvenida, a su manera.

La que te espera acá adentro pibe! -dijo otro de los penitenciarios. Pero quedate tranquilo, te van a cagar violando, pero a lo mejor te gusta. Es más, tal vez encuentres un buen noviecito...

Esposado, fue llevado a una oficina, donde le hicieron completar una ficha, le tomaron las huellas digitales y le sacaron fotos. A la hora de mirar al fotógrafo puso su mejor cara de pibe bueno. Primero lo pusieron de frente a la cámara y luego de perfil. Detrás de él, una mano sostenía un cartel en el que podía leerse el número 15.364. De ahora en más, esa cifra pasaba a ser el número de su prontuario, una especie de DNI que sólo tiene validez dentro de los muros de la cárcel.

Cumplidos los trámites de rigor, Sajen fue trasladado al pabellón de los presos primarios, es decir aquellos que caían detenidos por primera vez. Claro que no estuvo con internos acusados por graves delitos, sino con aquellos procesados por causas menores y de buena conducta.

Para llegar al pabellón, los guardias lo hicieron atravesar varios portones de rejas separados de pasillos en los que se podían ver colgadas de las ventanas las sábanas sucias de cada celda. Cuando Sajen oyó el ruido metálico de la última puerta que se cerraba detrás de él, se sintió completamente solo. En sus 20 años de vida nunca había tenido tanto miedo.

Apenas entró al pabellón supo que la cárcel era mucho más cruda de lo que le habían comentado. Lo primero que lo alteró fue el denso hedor a cloaca que inundaba el pasillo, mezclado con el olor a comida -el rancho- que los presos preparaban en sus celdas.

El pabellón era lúgubre y el piso estaba sucio. La luz se colaba apenas por las ventanas que daban a un patio interno. El bullicio provenía de todos los rincones. Algunos presos caminaban por el pasillo, yendo y viniendo, otros fumaban apoyados en las puertas de sus celdas o bien contra la reja de entrada al pabellón. El paisaje se completaba con los trapos colgando de las ventanas, puertas y sogas colgadas entre las paredes. Desde afuera se oían los gritos de algunos reclusos que jugaban al fútbol en el patio. Cuando lo vieron entrar al pabellón, llevando un bolso, todos se callaron.

Esa noche Sajen no durmió por miedo a que lo violaran o lo mataran. Recién lograría conciliar el sueño -ese bien que como la libertad es bendito para todo preso- varios días después.

Con el paso de los días y de las semanas, Sajen se encargó de decirle a todo aquel que le preguntara que estaba detenido por haber robado una rueda de auto y que, además, lo acusaban por haberse acostado con la hija de un criador de caballos de Pilar.

El hijo de puta del padre me denunció. Sólo fue un tordeo, no pasó de eso y me metieron en cana -decía Sajen, una y otra vez, mientras insistía a los gritos que era inocente, que odiaba a los violadores y que si pudiera los mataría.

"Marcelo Sajen le decía a los demás internos que le había metido los cuernos a su mujer con una chica de Pilar y que el novio y el padre de la chica lo habían denunciado a la Policía. Era un buen farsante", comenta en la actualidad una ex alta directiva del Servicio Penitenciario de Córdoba.

Incluso su esposa -según testigos- se encargó de difundir, dentro y fuera de la cárcel, la versión de que su marido no había violado a nadie, sino que había sido una "amante despechada" quien lo había denunciado.

Daniel Sajen insiste que en Encausados su hermano no tuvo problemas con nadie porque contó con la protección de un amigo de su padre. "Creo que el apellido era Sarmiento", dice Daniel.

Esta velada protección con la que contó Marcelo se habría enmarcado dentro de la legalidad y le permitió estar alojado en los pabellones menos peligrosos, tener todas las comodidades posibles y, principalmente, que los guardia cárceles lo trataran un poco mejor. Incluso le posibilitó que lo terminaran cuidando de cualquier tipo de hostigamiento por parte de los demás internos. Claro que la protección de algunos penitenciarios no era ad honorem, sino que requería de "obsequios" como regalos de todo tipo: ropa, favores y cigarrillos, entre otras cosas.

En este sentido, varios presos explican que años atrás era "muy común que, para ser protegidos, los delincuentes con antecedentes por violaciones fuesen absorbidos por áreas técnicas del Servicio Penitenciario. Estos internos eran llevados a trabajar a sectores de la cárcel en los que no estaban en contacto con otros presos encarcelados por graves delitos”. "Eso también hacía que los “violines” fueran odiados, porque no sólo cometían los peores crímenes, sino que además, al ser protegidos por las autoridades penitenciarias, la pasaban mejor que todos", explica un hombre que supo estar alojado en Encausados, acusado por homicidio en ocasión de robo.

Según los registros que obran en su prontuario, mientras estuvo alojado en Encausados, Sajen trabajó de lunes a viernes como fajinero y prácticamente no tuvo conflictos con los demás internos.

Los fines de semana recibía las visitas de su mujer, Zulma, de sus padres y de sus hermanos.

En octubre de 1985, el juez de instrucción envió finalmente a juicio a Sajen. Cuando eso ocurrió, el padre de Marcelo desistió de los servicios del abogado Ferro como defensor.

Fue entonces que don Leonardo Sajen contrató a Diego Albornoz, un abogado a quien había conocido poco tiempo atrás mientras repartía verduras en barrio San Vicente. Albornoz tenía su estudio particular en la calle Duarte Quirós al 500 de la ciudad de Córdoba y se convertiría con el tiempo en el abogado de confianza para gran parte de la familia Sajen. Durante años el Pelado Albornoz, como le dicen en el ámbito de la Justicia, sería el defensor de Marcelo, quien tenía la costumbre de regalarle cajas de champaña para su cumpleaños o bien para las fiestas de fin de año. Esa relación se interrumpiría en el año 2003, cuando Albornoz asumió como fiscal de Cámara de la ciudad de Córdoba.

Con Marcelo preso, don Leonardo Sajen cayó en una profunda depresión. Para una persona trabajadora como él, el hecho de que su hijo más adorado estuviera detenido, tal como había sucedido años antes con Leonardo, representaba una verdadera humillación. "Cuando pasó lo de la violación de Pilar, papá se bajoneó mucho. Se puso muy mal. Fue algo muy feo sobre todo para él y, también, para mamá...", comenta el Nene Sajen.

Ante los jueces

Marcelo Mario Sajen fue detenido en setiembre de 1985. Siete meses después, a principios de abril de 1986, comenzó a ser juzgado como supuesto autor de violación en la Cámara 3a del Crimen, que por aquella época funcionaba en el Palacio de Tribunales I, el emblemático y ostentoso edificio ubicado en pleno centro de la ciudad de Córdoba, frente al Paseo Sobremonte y a la Municipalidad.

Como se trataba de un delito de instancia privada, los jueces Miguel Ángel Ferrero, Luis Alberto Visconti y José Vicente Muscaráquien actuó como presidente del Tribunal- decidieron que las ausencias se realizaran a puertas cerradas. Aun si las hubieran dejado abiertas, ningún periodista se habría interesado por el caso: Sajen era un completo desconocido.

Por consejo de su abogado defensor, el acusado optó por negar los cargos y no declarar luego de que le leyeron la acusación. Ese silencio expectante se extendería hasta la lectura de la sentencia. También por consejo de Albornoz, Sajen se había preparado para la audiencia. Llevaba zapatos nuevos, camisa limpia y pantalones oscuros prolijamente planchados. El pelo negro y ondulado estaba limpio y recortado. Se había afeitado y había puesto su mejor cara de inocente, arqueando las profusas cejas oscuras. Sus ojos negros clamaban inocencia. Los arañazos ya habían cicatrizado. Sólo había que convencer a los jueces de que era una persona humilde y trabajadora, que por nada del mundo podía haber cometido el delito que le atribuían. Sin embargo, la estrategia dio contra una pared y se rompió en pedazos.

Dado que el acusado no quiso declarar, el juez Muscará ordenó que se incorporara a la causa lo que Sajen había dicho durante la investigación ante el secretario de Juzgado, Juan Manuel Ugarte. En esa oportunidad, el sospechoso había señalado (pese a que Zulma asegura que Sajen le explicó "la Susana dice que la violé") que no conocía a la víctima, que si bien el día de la violación había estado en Pilar, en realidad había ido a visitar a su suegra y que no se había movido de esa casa durante todo el día. Ugarte no le creyó y los camaristas le creyeron al secretario.

Ese mismo día, los jueces hicieron pasar a la víctima a la sala de audiencias. Con paso tembloroso, Susana entró y se paró ante el estrado. Estaban sus padres y metros más atrás, sentada en una pequeña silla de madera, Zulma, quien le clavó "una mirada de odio" durante el tiempo que duró su testimonio. Junto a ella se encontraban el padre de Marcelo Sajen y algunos de sus hijos.

Susana juró decir toda la verdad y nada más que la verdad. Antes de empezar a declarar pidió que el acusado no estuviera presente. El juez Muscará aceptó la solicitud y ordenó a un guardia cárcel que esposara a Sajen y lo llevara a otra habitación.

Mientras era retirado de la sala de audiencias, Sajen miró a su víctima, pero ella dejó caer la vista al suelo.

Con tono pausado, la joven relató detalladamente la pesadilla vivida aquella noche de setiembre del año anterior. Describió el campo, contó cómo el depravado la había atacado desde atrás, le había colocado un trapo mojado con nafta sobre la nariz, la había golpeado violentamente una y otra vez, y describió, con toda la vergüenza del mundo, la manera en que fue violada. Declaró no haber reconocido físicamente al atacante, ya que no pudo verle el rostro. Sin embargo, aclaró de inmediato que podía reconocerlo por su voz, ya que éste le había hablado todo el tiempo.

-No era porteño, era bien cordobés. Y pude reconocerlo por la voz mientras estaba en la comisaría, porque él estaba en otro cuarto y la puerta estaba entreabierta -relató la chica ante los jueces.

Los magistrados tomaron nota de cada detalle. Susana también comentó cómo estaba vestido. Esas prendas habían sido halladas después de la detención en una serie de allanamientos a la casa de Marcelo Sajen.

El abogado defensor intentó desacreditar a la chica y desvirtuó la violación. Incluso trató de demostrar que no era posible que Sajen hubiera usado el trapo con el que tapaba el tanque de nafta para intentar adormecerla. De nada sirvió. El relato de Susana fue tan consistente y convincente que Albornoz decidió finalmente llamarse al silencio.

La tensión luego de la declaración de la joven fue tal, que los jueces decidieron hacer un extenso cuarto intermedio. Cuando el juicio se reanudó, muchos presintieron que el fallo ya había sido decidido por la Cámara.

Durante algunos días desfilaron por la sala de audiencias numerosos testigos, incluyendo a la esposa de Sajen, su padre, sus suegros e incluso un hombre de apellido Rodríguez para quien Marcelo Sajen trabajaba como changarín en el Mercado de Abasto. Ninguno de estos testimonios logró refutar la acusación. Las declaraciones de los policías, sumadas a las de algunos vecinos, terminaron por agravar la situación de Sajen.

En el transcurso de aquellas audiencias, Marcelo Sajen fue juzgado, además, por haber comprado una rueda de automóvil robada. De acuerdo a la causa, el día 11 de setiembre de 1985 -dos días después de la violación- Sajen fue hasta el puente del río Xanaes, une Pilar con Río Segundo, para comprarle a otra persona una rueda de un Renault Gordini que había sido robada a un vecino de la zona. Por la transacción, Sajen pagó ocho australes sin imaginar jamás que el legítimo dueño de la rueda reconocería el neumático al verlo conducir su auto unos días después. El vecino lo denunció a los policías de Pilar y éstos sumaron nuevos elementos para detener a Sajen.

Finalmente, el 22 de abril de 1986 los jueces dieron el veredicto. El encargado de leer el fallo fue el secretario de la Cámara, Fernando Morales. En forma unánime, los jueces, condenaron a Marcelo Mario Sajen a seis años de prisión como autor material de violación y encubrimiento. A la hora de determinar el castigo, los camaristas valoraron la joven edad del delincuente, el hecho que no contaba con antecedentes penales y la circunstancia de tener mujer e hijos. De no haber sido así, la pena podría haber sido peor.

Una vez que se leyó la sentencia, el violador insultó en voz baja a su víctima. Zulma se largó a llorar. Para evitar escándalos mayores, el juez Muscará ordenó desalojar la sala de inmediato. Un guardia sujetó los brazos de Sajen y los llevó hacia atrás para ponerle las esposas, mientras los concurrentes abandonaban la sala de audiencias. Marcelo apenas alcanzó a darse vuelta para despedirse de su mujer mientras lo sacaban del cuarto. Desesperados y aturdidos, sus familiares corrieron hasta la puerta de salida que el edificio de Tribunales I tiene sobre calle Bolívar, pero cuando llegaron el móvil del Servicio Penitenciario de Córdoba ya había partido con el condenado hacia la Cárcel de Encausados.

"Esa violación siempre fue una mentira. Lo que sucedió fue que un día el padre de ella la descubrió en la cama con Marcelo y esa gente armó todo eso. Ella siempre me tuvo bronca porque Marcelo me eligió a mí como novia. Yo la conocía de folklore y ella siempre me veía andar por el pueblo de la mano de él...", asegura Zulma en el presente. "Esa chica siempre fue un monito y estaba celosa porque Marcelo me había elegido a mí, porque yo era más linda...", afirma mientras acaba el mate dulce.

"Eso de la violación fue una farsa. Marcelo y esa chica se conocían bien (nota de los autores: ¿por qué entonces Sajen declaró que no la conocía?) y salieron un tiempo cuando vivíamos en Pilar. Ella y su familia vivían a cinco cuadras de donde estábamos nosotros, así que nos veíamos siempre. Había sido novia de Marcelo y su padre lo denunció a la Policía", asegura por su parte Eduardo Sajen, en su casa de barrio Vipro de la Capital, y agrega: "Mi papá se bajoneó mucho. Él siempre fue un hombre recto, y si alguno de sus hijos caía preso él decía: 'Que se joda'. Pero con Marcelo fue distinto. Siempre estuvo de su lado".

El juicio a Marcelo Sajen significó un pequeño aunque estimulante triunfo para el secretario de juzgado, Juan Manuel Ugarte, quien a partir de entonces iniciaría una ascendente carrera en la Justicia, basada -así le gusta explicarlo- en el orden y la meticulosidad aplicados a su trabajo.

"Con todas las pruebas, la situación del acusado se tornó comprometida, pero lo decisivo que cerró el círculo para atraparlo fueron las heridas que se le constataron al ser detenido», dijo en 1986 el juez Muscará, al justificar la condena.

Nadie se dio cuenta de un error en el expediente. Allí constaba que la violación había ocurrido el 11 de setiembre, cuando en realidad había sucedido dos días antes.

Susana pasó un largo período deprimida. Sin embargo, logró salir adelante y se casó con un joven con quien estaba de novia en 1985, antes de la violación. Como el muchacho estaba divorciado, tuvieron que viajar a Bolivia para casarse. Hoy son padres felices de varios chicos.

En la carta que escribió para este libro, Susana señala: "Quienes somos víctimas, primero sufrimos el ataque del violador y luego el maltrato emocional de otros. Yo he comprobado que las actitudes e ideas erróneas que existen respecto de la violación resultan en que la culpa recae sobre la víctima. La misma sociedad puede llegar a herir a la víctima casi tan profundamente como el propio violador. Me refiero a todas las cosas que se dicen en torno a nosotras. Nunca pensé que él fuera el violador serial hasta el día en que escuché su nombre y fue como un nuevo golpe: volver a recordarlo todo".

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//03 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO II Vidas

por jocharras a las 09:50, en La Marca de la Bestia

CAPÍTULO II

Vidas

Regresar del infierno

Aquel domingo a la madrugada, Ana bajó del taxi en Obispo Oro, metros antes de llegar a Chacabuco, en el barrio Nueva Córdoba de la Capital. Eran casi las tres de la mañana. Llorando y sin poder creer lo que acababa de ocurrirle, tocó insistentemente el portero del departamento de sus amigas y pidió pasar. Subió al ascensor y apretó el botón del segundo piso. Evitó mirarse en el espejo. Salió al pasillo, golpeó la puerta desesperada -"histérica", explicaría ella después- y rompió en llanto apenas vio a sus amigas, quienes no tuvieron que preguntar nada para saber que algo espantoso había ocurrido.

Agua y algunas caricias en el pelo fue lo único con lo que esas chicas de apenas 20 años pudieron consolar a su amiga hasta que la estudiante jujeña, que unas horas antes había salido para pasar un buen rato y ahora se encontraba "sucia, ultrajada e intentando controlar un irresistible deseo de meterse bajo la ducha", pudo explicar a duras penas lo que le había ocurrido: un hombre acababa de violarla de manera brutal.

Cuando logró controlarse un poco, el relato de Ana llenó de horror el living de aquel pequeño departamento de estudiantes.

Después de acordar por teléfono con sus amigas que saldrían juntas a Mitre, un boliche ubicado en ese barrio sobre la calle Marcelo T. de Alvear 685, "para hacerle la pata a una de las chicas", Ana se había bañado para disfrutar de la noche. Alrededor de la 0.40 de aquel domingo 29 de agosto de 2004, emprendió el camino hacia el departamento de sus amigas, el mismo al que regresaría horas después para pedir ayuda.

Ya en la calle vio "un montón de gente" y caminó tranquila desde Ambrosio Olmos al 1000, rumbo a Chacabuco y Obispo Oro, por ese barrio que se había convertido en "su lugar" desde que llegó a Córdoba para estudiar en la Universidad Empresarial Siglo 21.

Esa noche la calle Estrada parecía una peatonal, y eso la animó a caminar sin miedo. Cuando iba bajando por Chacabuco y antes de llegar a Obispo Oro, sintió que alguien que venía detrás le decía algo. Tuvo el impulso de darse vuelta, pero antes de poder hacerlo volvió a escuchar aquella voz masculina ya casi encima de ella. "No me mirés, porque te voy a cortar entera -la amenazó mientras le pasaba la mano entre el hombro y el cuello, como abrazándola-, No me mirés, vamos a doblar a la derecha en la esquina", le dijo mientras pasaban a apenas veinte metros de la casa de sus amigas.

Desde entonces todo comenzó a pasar en forma vertiginosa. Con la mano de su atacante apretándola, Ana no pudo hacer otra cosa que obedecer. Dobló en la esquina por Poeta Lugones y bajó hacia la terminal de ómnibus. En ese trayecto el hombre le preguntó hacia dónde se dirigía, cómo se llamaba, qué edad tenía y si la terminal quedaba muy lejos. Increíblemente, también le dijo que no se asustara, que no le iba a hacer nada y que lo único que necesitaba era que lo acompañara para ayudarlo a zafar de la Policía.

Como explicarían todas las víctimas del violador serial en las decenas de testimonios que trascendieron después, el control que ese hombre ejercía sobre ellas consistía en demostrarles que él tenía el poder de la situación, sometiéndolas primero verbalmente y haciéndoles saber en todo momento que lo mejor que podían hacer era obedecerle a través de un comportamiento caracterizado por órdenes, contraórdenes y amenazas permanentes.

Así lo explica uno de los investigadores: "Cuando ellas estaban tensas, él se mostraba tranquilo y hasta amable asegurándoles que nada iba a pasarles; si ellas de repente se sentían seguras y él percibía que comenzaban a ponerse fuertes, las golpeaba o las apretaba amenazando con matarlas. Así, iba quebrándolas, destruyéndolas de a poco. En un momento podía asegurarles que tenía hijos y era buena gente, y al instante siguiente les decía que las iba a acuchillar si no hacían lo que les pedía. Y nunca les decía que iba a violarlas, nunca, hasta que ellas se daban cuenta de lo que estaba por sucederles. Pero ya era tarde".

Camino hacia la terminal, el atacante le preguntó a Ana cómo reaccionaría ante la posibilidad de encontrar a un policía en el trayecto.

-Le diría que soy tu novia, pero si no me hacés nada -atinó a responder la joven.

-Si hubiera querido hacerte algo te hubiera llevado para el parque Sarmiento -le contestó cínicamente el desconocido.

Fueron minutos espantosos, en los que ese áspero diálogo se repitió y giró sobre las mismas afirmaciones. Él le preguntó si tenía plata y ella le dijo que sólo diez pesos. Entonces el atacante le aseguró que no quería robarle nada, que sólo necesitaba que lo acompañara a la terminal y que se guardara el dinero para después volverse en remis.

A lo largo del trayecto, el hombre se mostró desorientado, como intentando aparentar frente a Ana que no conocía la zona. Mientras tanto, le pidió que caminara rápido y que se mantuviera tranquila porque de esa manera no le pasaría nada. Ante cada advertencia del desconocido, la chica se mostró obediente y, sobre todo, se cuidó de no verle la cara, algo que parecía preocuparle especialmente.

Como la misma Ana contaría luego en un e-mail que provocó conmoción en todo el país, al llegar a la calle Tránsito Cáceres ella sugirió a su atacante que para ir a la terminal debían bajar por allí, a lo que él respondió, demostrando que conocía la zona a la perfección, que de todos modos seguirían derecho.

Después la obligó a caminar rumbo a unas escaleras que se encuentran entre un boliche llamado Lugones y el puente que lleva al Nudo Vial Mitre. Ana aún no lo sabía -algo dentro de ella le hacía tener fe en que nada malo iba a pasarle-, pero estaba caminando hacia el espanto, porque por ese camino se dirigían a los viejos Molinos Minetti, "un lugar abandonado, lleno de yuyos, que a esa hora y por esos días estaba lleno de basura".

El sujeto la obligó a subir las escaleras para meterse en el baldío al tiempo que le decía que no gritara porque nadie la iba a escuchar. Ana comenzó a pensar que había sido un error no haber intentado escapar antes, pero por miedo a que el atacante cumpliera con su amenaza de "cortarla toda" siguió caminando casi sin ofrecer resistencia.

Las verdaderas intenciones del degenerado comenzaron a evidenciarse cuando le anunció que la revisaría para ver qué llevaba encima, siempre bajo la amenaza de que si encontraba dinero "la mataría". Fue entonces cuando la obligó a quitarse el suéter y a ponérselo en la cabeza.

Abusada

A ciegas, Ana escuchó que el hombre le pedía que abriera las piernas, después sintió que comenzaba a palparla y que eso rápidamente se convertía en manoseo. "Dejáme que te toque un rato y después me voy", le dijo el desconocido que a esas alturas se mostraba evidentemente excitado mientras obligaba a Ana a bajarle el cierre del pantalón y tocar su órgano sexual.

-¿Alguna vez tocaste un pito tan grande? Mirá lo que tenés en las manos. ¿Alguna vez chupaste uno? ¿Te gustaría? -fueron algunas de las cosas que la joven tuvo que escuchar de boca del hombre que primero la obligó a masturbarlo, después le exigió que se tocara a sí misma y, finalmente, la violó analmente.

"Fue lo más denigrante, espantoso y humillante que me tocó vivir en mis 20 años de vida", escribiría después Ana en aquel e- mail en el que confesó haber esperado que la mataran. Pero no fue así. Después de abusarla, el violador serial simplemente le dijo que no lo fuera a denunciar porque la única persona que iba a pasar vergüenza era ella, y después la dejó ir. Increíblemente antes de alejarse, el hombre que minutos después se acostaría en su cama de barrio General Urquiza junto a su mujer, le preguntó: "¿Te alcanzan los diez pesos que tenés para tomarte un remis?".

La última imagen del agresor que alcanzó a ver Ana fue la de su sombra desandando el sendero que antes habían transitado juntos. Como si se tratara de una película de terror en la que ella era la protagonista principal, subió como pudo hasta la avenida Amadeo Sabattini para tomar el taxi que la llevaría al departamento de sus amigas. Llevaba el olor asqueroso del violador impregnado en su piel, como una marca.

Padre ejemplar

Aquel domingo, Marcelo llegó a su casa en la calle Montes de Oca al 2800 de barrio General Urquiza pasadas las dos de la mañana. Después de lavarse meticulosamente en el baño, se dirigió, sin hacer ruido, a la habitación ubicada en la planta alta y se acostó junto a Zulma. A esa hora su esposa dormía abrazada al pequeño hijo de ambos, quien apenas superaba los seis meses.

El llanto del bebé interrumpió el sueño de Zulma y de Marcelo cerca de las 4. Ella abrazó al niño rápidamente con la esperanza de que se durmiera unos minutos más y no tuviera que levantarse, pero fue inútil. El hambre en el estómago y la humedad del pañal hicieron imposible que el niño dejara de sollozar.

Como lo había hecho con cada uno de sus hijos, Marcelo se levantó y, después de alcanzarle a Zulma las cosas para que cambiara al pequeño bajo las colchas, sin tomar frío, fue hasta la escalera que conduce a la cocina procurando no despertar a los otros hijos que dormían en las habitaciones de la planta baja.

En pocos minutos, Marcelo preparó la leche para el bebé y subió a oscuras por la escalera de madera. Al llegar a la cama le tendió la mamadera a Zulma, que ya había terminado de cambiar los pañales, y se acostó a dormir. Antes de hacerlo, repitió ese gesto automático que había repetido con cada uno de sus chicos y que consistía en besar la naricita fría de su bebé. Después, los tres durmieron abrazados.

Ya de mañana, cuando bajó de nuevo las escaleras para desayunar, Zulma tenía el mate preparado y la radio encendida. En ese momento el movilero de una emisora de radio local daba al aire la noticia de una violación en Córdoba. "Trascendidos oficiales dan cuenta de que una joven habitante de Nueva Córdoba habría denunciado en la División Protección de las Personas de la Policía que fue atacada anoche por un hombre cuyas características físicas se asemejan a las del violador serial. El depravado, que ya ha sometido a más de 20 mujeres en nuestra ciudad... ", decía el periodista.

-¿Pero cómo puede ser que este hijo de puta siga atacando? - exclamó Zulma mientras su marido rápidamente se acercaba a la radio para escuchar la noticia.

Según diría su mujer tiempo después, a su marido siempre "le daba asco escuchar" acerca del violador serial, porque le costaba entender "cómo alguien podía atacar a esas criaturas".

Aquel domingo 29 de agosto de 2004 fue para Zulma tan maravilloso como habían sido todos los domingos de su vida desde que conoció a Marcelo, una mañana de mediados de 1980.

Por aquel entonces ella era una chica de 13 años que regresaba caminando del colegio en la localidad de Pilar cuando se cruzó por primera vez con un joven dos años mayor -"muy buen mozo", dice en la actualidad- que la miraba fijamente a los ojos desde un puesto de verduras. El flechazo fue instantáneo y eterno.

Después de los mates, los Sajen fueron a la misa que todos los domingos oficiaba el padre Fernando Martins en la iglesia San Pedro Apóstol, ubicada a unas pocas cuadras de su casa. Luego de la ceremonia, regresaron al hogar y compartieron un asado en familia que fue preparado por el marido de la hija mayor de los Sajen. Desde que llegó a la familia, el joven ocupó el rol de asador que a Marcelo nunca le había entusiasmado demasiado.

Después de almorzar, Marcelo y Zulma durmieron una siesta y a la tarde partieron con sus hijos más chicos hacia el Parque Sarmiento. El paseo era una tradición para ellos, cuando no iban a Pilar para visitar a la madre de Zulma.

En el inmenso paseo verde, y a pocos metros del lago principal, los dos se sentaron y se pusieron a tomar mate, felices de contemplar a sus hijos correteando por el césped en medio de una multitud despreocupada y los puestos de algodón de azúcar y pururú.

Sajen no paraba de sonreír mientras observaba cómo su hijo más pequeño, sentado en el cochecito, se dejaba deslumbrar por las decenas de barriletes que surcaban el cielo del Parque Sarmiento. La mujer las miraba a ambos, ignorando por completo que en ese predio su amado esposo, el padre perfecto, aprovechándose de la oscuridad y la impunidad de la noche, había violado a numerosas víctimas.

Al caer la tarde, el matrimonio y sus hijos subieron al auto y regresaron a su casa saciados ya de esa vida familiar que, según comentaría luego Zulma, funcionaba en armonía gracias a ese perfecto motor de cariño que era su marido.

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