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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//16 de Diciembre, 2011

Clifford Olson

por jocharras a las 12:37, en Hombres Asesinos
Clifford “el asesino de niños” Olson


Desde noviembre de 1980 hasta julio de 1981 desaparecieron varios niños y jóvenes en los pueblos cercanos a Vancouver. Olson dejó un rastro de 11 niños mutilados, algunas víctimas mostraban signos de ataques sexuales.

Clifford Olson nació el 01 de enero de 1940 en el hospital de Saint Paul en la ciudad de Vancouver, British Columbia, Canada. En su niñez ya se perfiló como un abusador molestando continuamente a sus compañeros, pero fue a partir de los 10 años cuando comenzó su carrera criminal, la cual iba en escalada conforme se hacía mayor, durante su adolescencia comenzó con atracos y robos a mano armada, hurto de autos entre otros de su delitos. A lo largo de su vida fue detenido en 90 ocasiones por cargos tan graves como los mencionados, violación, fraude y finalmente por el asesinato de 11 niños y adolescentes.

Olson fue descrito por los psicólogos de la policia como una persona que tenía la inteligencia y madurez emocional de un niño, sin embargo simulaba tener un vida relativamente normal, era un hombre casado con un hijo. La vida penitenciaria de Olson comenzó en sentencias por delitos menores a los 17 años. Fue detenido y sentenciado a la Penitenciaría de British Columbia por sus crímenes, durante su estadía en 1974 atacó sexualmente a un convicto más joven, de 17 años. Después de ser puesto en libertad Olson asaltó a una niña de 7 años en Nova Scotia, este fue el principio de su comportamiento homicida y de la depravación sexual con las que ejecutó sus asesinatos.

La estadía de Olson en prisión fue complicada debido a que se enemistó con el resto de convictos por abusar físicamente de los más jóvenes y por hacer el papel de soplón con los guardias. Olson era atacado constantemente por los otros reos, el más severo atentado contra él fue en 1976 en la penitenciaría de Prince Albert en el estado de Saskatchewan, lugar donde fue apuñalado 7 veces por uno de los reclusos.

Mientras pasaba el tiempo en su celda optó por estudiar leyes y así comenzó a enviar cartas al estado quejándose del mal servicio y de las instalaciones de la prisión, por ello se ganó también el desprecio de los guardias.

Por estos motivos Olson rotaba de prisión en prisión, era la única manera de evitar que lo asesinaran. En la década de los setenta Olson se destacó por saber manipular el sistema penal desde su celda, hasta que finalmente fue trasladado a la Super Máxima Unidad (S.M.U.), lugar que comúnmente era visto como la prisión más segura del país.

Durante este periodo de traslados y cortas estadías en varias penitenciarias Olson conoce al asesino de niños de British Columbia, Gary Francis Marcoux, quien estaba preso por violar y asesinar brutalmente a una joven. Olson solía hablar con Francis sobre el sadismo con el que mataba a niños, sus encuentros con Marcoux le sirvieron para traicionarlo, exponiendo cartas y dibujos de Francis que dieron a las autoridades las evidencias necesarias para condenar a Marcoux. Olson obtuvo lo que quería, las autoridades reconocieron su ayuda por lo que recibió recomendaciones para salir bajo palabra de prisión, pero también ganó algo mas, desarrolló un apetito por la pornografía infantil.

Tras ser liberado en 1978, Olson partió de British Columbia para pasar una temporada en las "Marítimas". Durante ese tiempo era buscado por las autoridades por cargos de pornografía infantil, pero jamás fue arrestado por ello debido a que Olson ya estaba de vuelta en la prisión de British Columbia por otros cargos, en esta ocasión era por violación.

La desaparición de Christine Weller una niña de 12 años que vivía en Surrey, no llamó mucho la atención de la policía, sin embargo un mes después encontraron su cadáver, que había sido atacado sexualmente para después ser mutilado.

Es a partir del mes de abril cuando la policía empezó a recibir varios reportes de niños y jóvenes desaparecidos, uno de los primeros en encabezar la lista fue Darren Johnsrude de 16 años, quien había llegado hace solamente dos días a Vancouver, pero su destino era desaparecer en un centro comercial. El cuerpo de Darren fue encontrado en Mayo con el cráneo partido.

Collen Daignault una tímida niña de 13 años también desapareció de forma similar cuando Olson la raptó sin testigos.

Exactamente dos semanas después Sandra Wolfsteiner de 16 años desapareció mientras hacía autostop en los suburbios de Langley, Olson llevó a Sandra al lago Chilliwack y tras violarla le quitó la vida con un golpe en la cabeza.

En esos tiempos era muy común que los jóvenes hicieran autostop y por ello los reportes que la policía recibía sobre adolescentes extraviados no eran tomados con la respectiva seriedad. Además no contaban con efectivos suficientes, durante el periodo en el que actuó Olson, se reportaron 2.000 desapariciones y 18.000 denuncias por distintos crímenes, demasiado para los tan solo 200 agentes de la policía montada que se disponían en el cuerpo.


Clifford Olson años después en prisión donde aún continua encerrado con 11 cadenas perpétuas una por cada asesinato.

En Julio Ada Court de 13 años no llegó a su casa tras salir de su trabajo como niñera, durante la investigación policial para encontrarla descubrieron el cadáver de Judy Kozma en el lago Weaver quien también había desaparecido a principios del mes.

Cuando la policía armó una lista de sospechosos el nombre de Olson estaba en ella, pero incluso así Olson logró matar a cuatro jóvenes más en la última semana de Julio.

El primero en desaparecer en ese mes fue Raymond King de 15 años en New Westminster, Olson engaño al joven Ray con la promesa de un buen sueldo por un trabajo fácil, tras llevarlo por la ruta #7, camino que siempre usaba, Olson se desvió y tomó un camino rocoso para llegar a Harrison Mills y al lago Weaver, en algún punto de ese camino se detuvieron y el asesino apedreó el cráneo de Ray, se deshizo del cadáver tirándolo por una colina, su cuerpo también fue hallado en el lago Weaver.



Sigrun Arnd una joven alemana que vino a Canadá a visitar a un familiar fue la siguiente víctima de Olson, quien la recogió mientras hacia autostop cerca de Vancouver, su cuerpo fue encontrado en Richmond a unos 365 metros de donde Simon Partington había sido desenterrado el día anterior.


Sorprendentemente la siguiente víctima, Terri Lynn Carson vivía en el mismo complejo de Surrey donde Christine Weller lo hacía. Olson recogió a Terri quien estaba celebrando haber conseguido un empleo de verano, este hecho facilitó a Olson la tarea de que aceptara su habitual bebida con narcóticos para entumecer el cuerpo. Después el asesino se alejó de la ciudad dirigiéndose al este de Agassiz, cuando estuvo cerca de la orilla del norte del rio Fraser la estranguló en el bosque, quemó sus ropas y tiró los zapatos y cartera al rio.

Pero el caso que infundió pánico y terror en los residentes de la zona fue la desaparición del pequeño Simon Partington de 9 años, quien nunca llegó a la casa de su amigo el 2 de Julio de 1981.

Simon desapareció alrededor de las 10:30 am, vestido con pantalones vaqueros y una camiseta azul. Salió en su bicicleta con su cuaderno naranja de Snoopy, el niño se esfumó cerca de donde Christine Weller fue vista por última vez. Simon no pudo terminar su proyecto estudiantil, un cuento llamado “El tigre hambriento y el pato incrédulo” historia que anunció su prematura muerte y presagiando que ningún infante estaba a salvo. El cuerpo mutilado del pequeño apareció en Richmond.

Una semana después desapareció Judy Kozma de 15 años es el caso más extraño de todas sus víctimas. Una semana después de la desaparición de Simon Partington, Judy salió para Richmond a visitar a un amigo y una entrevista de trabajo en un restaurante Wendy´s. Judy era una morena bonita y tímida a quien Olson conocía por su trabajo como cajera en el McDonald´s, Olson se ofreció a llevarla en conjunto con el joven Randy Ludlow, el asesino trató de emborrachar los dos jóvenes, tarea a la que le ayudó Randy sin conocer los motivos de Olson ofreciendo un poco licor a Judy pues era una joven de 15 años que iba a buscar un empleo y estaba bebiendo en la tarde. Olson mostró un gran bulto de dinero y luego se fue a una licorería, al regresar dejó a Randy en Lougheed Mall y partió con Judy, esa fue la última vez que Randy la vio. La siguiente vez que Randy escuchó de Olson se enteró que se había ido de vacaciones con su familia al día siguiente de haber matado a Judy.

La historia de la siguiente víctima, Louise Chartrand de 17 años fue reconstruida por la policía tras su desaparición cerca de Maple Ridge el 30 de julio de 1981, Louise después de salir de su trabajo nocturno fue a comprar cigarrillos, pero Olson la rapto y drogó para llevarla fácilmente a Whistler, antes de llegar hizo una parada en el Squamish RCMP para recoger una pistola confiscada, pero debido a que el oficial a cargo no se encontraba se tuvo que ir y continuó su camino a Whistler utilizando una carretera de alta mortalidad debido a los accidentes en ella. En Whistler, Olson martilló el cráneo de Louise repetidamente para después enterrarla en medio de la nada.

Olson finalmente fue arrestado por manejar peligrosamente y por inducir a la delincuencia juvenil, la pasajera de 16 años no pudo demostrar que Olson era un criminal sexual, pero si colaboró diciendo que Olson le compró cervezas y le dio unas pastillas para dormirla.

Mientras los titulares de los periódicos decían que había un asesino serial suelto, los habitantes de la región de British Columbia estaban atemorizados. Durante este periodo de terror, Olson ya era el principal sospechoso, los oficiales encargados de vigilarlo admitieron que era difícil de seguir, decían que se detenía en la mitad de la calle y hacia repentinos giros en U, o se metía por callejones aledaños a la vía principal. También tenía el hábito de cambiar constantemente de coches alquilados, durante tres meses en los que fue vigilado viajó 20.000 Km en 14 vehículos alquilados distintos. Además durante el seguimiento Olson subió a un ferry para la isla de Vancouver tras haber asaltado dos residencias en Victoria, al salir del transporte se dirigió a Nanaimo, un viejo pueblo minero de carbón donde recogió a dos chicas que estaban haciendo autostop.



Clifford Olson atontaba a sus víctimas con pastillas en la bebida para una vez adormecidas violarlas y asesinarlas sin que estas ofrecieran mayor resistencia

La detención de Olson


Tres horas más tarde el coche salió de la via principal y se adentró en una carretera de tierra, las patrullas cerraron el paso y mientras un helicóptero vigilaba agentes se acercaron al lugar donde se detuvieron. Olson y las dos chicas se encontraban fuera del vehículo pasándose una botella de licor, los agentes escucharon como Olson invitó a una de las chicas a "dar un paseo a solas", la chica se puso a gritar, momento que los agentes aprovecharon para entrar en acción y detenerle, tras asegurarse de que las pasajeras estaban bien, prosiguieron a revisar el vehículo, allí encontraron una libreta verde con la dirección y el nombre de Judy Kozma. Lo cual fue evidencia suficiente para acusarlo del asesinato de la chica.

Clifford Olson fue arrestado el 12 de agosto de 1981 por el asesinato de la joven Kozma, pero la demencia del asesino no termino ahí. Olson tuvo la idea de vender la ubicación de los cuerpos que él había enterrado, cobrando $10.000 dólares por cadáver. La policía se negó a pagar al asesino por sus víctimas, pero el abogado del distrito general de Canadá aceptó crear un fideicomiso para el hijo de Olson y su esposa. El asesino aceptó y cumplió con su parte del trato, al final de toda la negociación se le “pagó” el acuerdo convenido, se estima que entre 90.000 y 100.000 dólares manchados de la sangre de 11 niños inocentes. Lo cual es un tema que aún se debate en los medios de comunicación de la actualidad.


Víctimas de Clifford Olson



Ada Court

Colleen Daignault

Daryn Johnsrude

Judy Kozma

Louise Chartrand

Raymond King Jr

Sandra Lynn

Sigrun Arnd

Simon Partington

Terri Lyn Carson

En los últimos días antes de su arresto, Olson conversó con los oficiales Fred Maile y Edward Drozda en un café sobre las supuestas evidencias que solo el asesino sabría y la ubicación de las pruebas, sus diálogos fueron grabados por los micrófonos que los detectives portaban.


El sospechoso de haber matado a siete niños salió libre tras el interrogatorio, al poco tiempo fue arrestado, aunque en esa periodo logró matar a cuatro niños más.

El traslado de Olson a prisión fue llevado con la mayor seguridad posible dado por sus conocidos escapes, por ello fue escoltado por un convoy policial, en el vehículo donde iba Olson lo acompañaban 3 oficiales desarmados, pero uno de ellos estaba esposado a él, otros dos coches mas con 2 policías armados en cada uno lo seguían y la policía ya tenía permiso para usar el helicóptero en caso de que Olson intentase escapar.

Los cuerpos de Terri Carson y Sandra Wolfsteiner fueron hallados en Chilliwack, mientras que Collen Daignault fue encontrada en Surrey, la adolescente Louise Chartrand estaba enterrada en Whistler, y finalmente el cuerpo de Ada Court apareció en Agassiz.

Cuando los oficiales encargados de traer los cuerpos finalmente cumplieron con su deber, muchos de ellos no pudieron contemplar las escenas de muerte, hoy en día el caso de los asesinatos de Olson, sigue siendo controversia para los residentes de Vancouver, como un tema del que no se suele hablar. Cuando el trato que hizo la policía con Olson llego a la prensa, muchos se quejaron y vieron esta acción como algo repugnante, a partir de esto, Olson quien ya se encontraba en custodia y en juicio, le confesó todos los crímenes a su esposa, quien le dijo que él debía pagar por lo que había hecho y que probablemente muera en prisión, pero que al mismo tiempo tenía que hacer algo por su familia. Esta noticia sacudió a la comunidad canadiense y muchos aun expresan su descontento, el hecho de que un asesino de niños reciba dinero por sus crímenes era algo descabellado.

Tanto el abogado General de British Columbia como el Primer Ministro de Canadá y otros servidores públicos se vieron involucrados en la controversia del tema. Bruce Northorp el jefe de la operación policiaca dijo que encontraba incomprensible que Olson reciba paga para entregar evidencias.

El diario Vancouver Sun escribió un artículo sobre el caso de Olson, en el se citó al oficial Fred Maile quien dijo:

Para mí, si hubiera una imagen del diablo, seria Clifford Olson.”

Al final del todo el horror Clifford Robert Olson, fue enjuiciado y condenado por once cargos de homicidio en primer grado, y sentenciado a once cadenas perpétuas. Hasta el día de hoy, el asesino de niños Olson sigue escribiendo cartas a las cortes canadienses, para que consideren la posibilidad de salir bajo libertad condicional. Canadá continua debatiéndose si los homicidas condenados deberían en algún momento ser liberados...

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//12 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XXI El ocaso

por jocharras a las 17:39, en La Marca de la Bestia
CAPÍTULO XXI

El ocaso

No tan inocentes (28 de diciembre)

Como había venido ocurriendo en los últimos días, los celulares de todos los integrantes de la investigación permanecían en­cendidos las 24 horas del día. Aquella cálida mañana del 28 de diciembre, cuando hacía poco que había amanecido, sonó el telé­fono del fiscal Ugarte, quien tomaba un café en la cocina de su casa. El funcionario atendió de inmediato y escuchó del otro lado la voz de la jefa del Ceprocor, Nidia Modesti.

-Doctor Ugarte, es Marcelo Sajen. Las muestras de ADN del hijo, de la saliva del cepillo de dientes y del cabello son coincidentes con el perfil genético del serial. Los análisis de la san­gre del hijo y del hermano se están realizando, pero sus porcen­tajes se corresponderían con esos parentescos. Y diría que no hay dudas. El violador serial es Marcelo Sajen.

La voz de Modesti sonaba acelerada, ansiosa. La bioquímica era consciente del valor de la información que estaba transmitiendo.

Ceremonioso como siempre, sin perder la compostura, Ugarte agradeció el llamado y cortó. Desde hacía varios días, el fiscal tenía la sospecha que el hombre que le quitaba el sueño era aquel delincuente que había conocido en 1985. La sangre empezó a correrle aceleradamente. Había que atraparlo. Capturarlo era el gran desa­fío de su vida: el más importante de todos. Las cartas estaban tira­das de tal manera que podía convertirse en un héroe o bien en el mayor de los inútiles, y aunque lo primero era algo que siempre había esperado, no estaba dispuesto a tolerar lo segundo.

A partir de ese llamado telefónico, los relojes habían empezado a correr para atrás. Había que atrapar a Sajen cuanto antes, pero la incertidumbre era precisamente si él aún se encontraba en Córdoba. Y en ese caso, dónde.

¿La Policía podía atraparlo? ¿Podía capturarlo vivo? Cientos de preguntas envolvieron al fiscal, quien rápidamente se comunicó con su jefe, Gustavo Vidal Lazcano, y con sus pares, Pedro Caballero y Maximiliano Hairabedian.

En pocos segundos, otros celulares iban a comenzar a sonar. Entre ellos el del gobernador José Manuel De la Sota, que tomó la noticia como un ansiado triunfo para un año que, en materia de seguridad, había sido nefasto.

De la Sota estaba por subir al helicóptero de la Gobernación, dispuesto a viajar a la localidad de Morrison, al sudeste provincial, para inaugurar unas vivienda cuando se enteró de la noticia y de que Ugarte quería hacer una conferencia de prensa. Ni lerdo ni perezoso, decidió quedarse en la Capital.

El jefe de Policía, Jorge Rodríguez, recibió la noticia de boca del ministro de Seguridad, Carlos Alesandri, y se la retransmitió a su plana mayor, entre quienes se encontraba el jefe de Investigaciones Criminales, Pablo Nieto. Asimismo el propio Alesandri fue quien se encargó de retransmitír  la buena nueva al otro grupo que había participado de la investigación: la Policía Judicial.

Nieto llegó rebosante al primer piso de la Jefatura de Policía y fue derecho al casino de oficiales donde un grupo de comisarios, entre los que estaban Eduardo Rodríguez, Oscar Vargas y Rafael Sosa, desayunaban.

-Bebucho, ¿sabés quién es el serial? -dijo Nieto, dirigiéndose a su segundo, el comisario Rodríguez.

-¡Yo! -bromeó el comisario

-No, hablo en serio, che. Es Sajen. Ya está el ADN.

 -¡Ja, ja, ja! Linda joda del día de los inocentes -respondió Rodríguez, mientras daba cuenta del primer criollito (bizcocho) de los tantos que devora al día.

No hizo falta que Nieto aclarara nada. El rostro del comisario les mostró que hablaba en serio. Todos dejaron las tazas sobre la mesa y se levantaron de un ¿alto. A partir de entonces, se iniciaba una jornada frenética para los investigadores y, por cierto, para gran parte de los policías de Córdoba.

Como Sajen ya se le había escapado a la Policía en varias opor­tunidades, Ugarte no quiso correr  más riesgos y decidió que lo más conveniente era pedir ayuda a la población. "El tipo es un violador serial. Será delincuente sí, tendrá contactos con el bajo mundo sí, pero al fin y al cabo es un violador. Es un ser repugnante y nadie le va a dar ayuda. Le van a soltar la mano. Hay que dar a conocer esto a la sociedad", razonó el fiscal, que además desconfiaba seriamen­te de que la Policía pudiera agarrarlo. Sus pares y su jefe estuvie­ron de acuerdo. Entonces, lo mejor era realizar una conferencia de prensa, con la mayor cantidad de medios periodísticos posibles, y dar a conocer el rostro del delincuente y su identidad.

De la Sota, que ya se imaginaba sosteniendo la foto del enemi­go público N° 1, apenas tres días antes del fin de Un año desastroso en materia de seguridad, se mostró de acuerdo y redobló la apuesta: había que hacer la conferencia, reiterar los números telefóni­cos y, además, volver a ofrecer la recompensa de 50 mil pesos en efectivo.

La idea, además, era que antes de que se iniciara la conferencia, toda la Policía debía saber a quién tenían que buscar. Todos los patrulleros debían salir a recorrer las calles con una foto del prófugo. Para ello se ordenó realizar cientos de copias color de las imágenes que, días antes, habían obtenido los investigadores de la División Homicidios cuando filmaron a Sajen en el falso control vehicular. La orden del fiscal, ni siquiera en ese momento de tamaña tensión, iba a llegar a cumplimentarse con la celeridad necesaria.

El jefe de Policía, Jorge Rodríguez, se reunió con la plana mayor en la Jefatura, principalmente con los comisarios Nieto y Miguel Martínez, jefe de Operaciones, con quienes diagramó el plan de búsqueda que en la práctica recaería en Vargas y Bebucho Rodríguez.

"Se dispuso un amplio operativo de rastreo con la mayor canti­dad de hombres posible. Además, ordené que se controlaran las rutas, peajes y la terminal de ómnibus ante la posibilidad de que Sajen se nos fugara", señala Nieto.

Cerca de las 10 de la mañana, Ugarte mantuvo un cruce con Vidal Lascano respecto a dónde debía realizarse la conferencia. El fiscal quería hacerla en su propia oficina, pero su jefe lo convenció de que lo más razonable era que se concretara en la mismísima Fiscalía General, en el edificio de Tribunales I. Sin embargo, De la Sota desechó ambas y ordenó que un acto de esa envergadura no podía realizarse en otro ámbito que no fuera la Casa de las Tejas. Ugarte evaluó que si lo que necesitaba era dar un impacto, el mejor lugar podía ser la Casa de Gobierno. Aunque reconocía la manifiesta intencionalidad política del gobernador, aceptó.

El periodista Miguel Clariá, de radio Cadena 3, fue el primer periodista en dar la información a la población en el marco del programa Juntos, el de mayor audiencia de Córdoba. Era el día de los inocentes y los cruces de llamados entre periodistas para confirmar la información se multiplicaron. A las 11, todos los medios de prensa de Córdoba y varios móviles de los principales canales de Buenos Aires ya estaban en Casa de Gobierno, en la avenida Chacabuco al 1300 del barrio Nueva Córdoba.

Los canales televisivos locales comenzaron a transmitir en vivo. Diez minutos después se inició la conferencia en la sala principal de la sede gubernamental. La sala, elegantemente alfombrada y en cuyo ingreso hay puertas de madera como tenían los antiguos cines de barrio, estaba atestada de expectantes periodistas.

En medio del escenario principal se ubicó De la Sota, quien quedó flanqueado por Alesandri, Jorge Rodríguez, Vidal Lascano y el triunvirato de fiscales con Ugarte a la cabeza. Un poco más atrás se ubicó el jefe de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá. Su­gestivamente no estaba el secretario de Seguridad, Horaldo Senn. Nadie del Gobierno quería que apareciera en la foto, luego de los desafortunados comentarios que había lanzado contra Ugarte días antes.

A excepción de Ugarte, Hairabedian, Caballero y Pérez Barberá, los demás funcionarios no paraban de sonreír, sin poder ocultar su euforia. Para ellos, el solo hecho de haber identificado al delincuente que había hecho tambalear como nadie la seguridad en la provincia, representaba un triunfo. Y allí estaban en hilera posando para los fotógrafos, dejando de lado las rivalidades y odios que hasta la se­mana anterior habían enfrentado a muchos de ellos.

Con toda grandilocuencia, De la Sota desplegó ante las cámaras una hoja con el rostro impreso de Sajen. Detrás de él, sobre un telón, yacía estampado el logo de su gestión: "Córdoba corazón de mi país". Los flashes de los fotógrafos hicieron blanco en la imagen del violador serial, iluminando el salón. El rostro adusto de Ugarte seguía sin inmutarse. ¿A qué obedecía semejante parquedad? Al tono de la conferencia tan plagado de intenciones políticas pero, principalmente a que no confiaba en que los policías, a los que - creía- Sajen se les había perdido, pudieran atraparlo ahora.

Luego de las palabras de De la Sota, fue el fiscal quien se encargo de informar que el violador se llamaba Marcelo Mario Sajen o Gustavo Adolfo Segal o Gustavo Adolfo Brene, basándose en las distintas identidades que el delincuente había proporcionado cada vez que había estado detenido en 1985, 1993 y 1999. Mientras indica­ba que había cumplido dos condenas en su vida, una por violación, la jefa de prensa de Vidal Lascano, Nelva Manera, repartía son­riente copias de la foto de Sajen a los periodistas. Finalmente, Ugarte dijo que se había ordenado la captura provincial, nacional e internacional del prófugo y pidió ayuda a la población.

Antes de que todo concluyera, De la Sota manoteó el micrófo­no y aclaró que seguía en pie la recompensa.

"Era imprescindible esa conferencia. Había que dar ese shock mediático para que los cordobeses nos ayudaran a buscarlo. Era imprescindible. Yo sabía que la gente iba a colaborar. Nadie podía ayudar a un ser tan deleznable. Teníamos información fehaciente de que el serial se iba del país", justifica el fiscal.

Cuando concluyó la conferencia, De la Sota desapareció de la sala por atrás, junto a su ladero Alesandri. Los periodistas se aba­lanzaron sobre el jefe de Policía y sobre los fiscales; pero ninguno quiso hablar demasiado. En la Casa de las Tejas muchos comenta­ban que la cacería se había largado y la presa no iba a aparecer viva.

El rostro de Sajen, mirando a cámara con sus oscuras cejas arqueadas y ese gesto de perplejidad, pronto se metió en cientos de miles de hogares y quedó grabado en la memoria de muchos. En algunos, la noticia provocó sorpresa y curiosidad lógica, algo esperable si se tiene en cuenta lo que significaba esa revelación. Sin embargo, en otros domicilios, tanto de la provincia de Córdoba como de otras provincias argentinas, la noticia iba a representar una profunda y dolorosa puñalada. Eran los hogares de aquellas jóvenes que habían sido víctimas del depravado. Ahora, el dolor y el odio ya tenían un rostro humano.

Barrio copado

Mientras en la Casa de las Tejas se informaba que el violador serial había dejado de ser un fantasma, en barrio General Urquiza todo era locura y vorágine. El grupo de elite Eter de la Policía, junto a brigadas de investigadores, allanaron la casa de Sajen en calle Montes de Oca. Algunos entraron por adelante, mientras otros brin­daban apoyo subidos al techo. En la vivienda se encontraron con los hijos del fugitivo, quienes lloraban desconsolados sin poder enten­der nada de lo que estaba ocurriendo. Hacía unos pocos minutos su madre, Zulma Villalón, había salido raudamente en un remis hacia Tribunales II para hablar con Ugarte (en realidad telefónicamente había acordado con Marcelo que él se entregaría esa misma mañana para prestarse al análisis de ADN) además, la mujer contaba con la promesa de que ese día estaría el resultado del examen de sangre que le habían efectuado a su hijo. No encontró al fiscal y se tuvo que conformar con ser atendida por los secretarios del funcionario, quie­nes le dijeron que sólo le quedaba esperar.

A la salida del edificio, según explica en la actualidad, Zulma se encontró con una cuidadora de autos que le decía a otra persona que por radio ya habían dado el nombre del violador serial.

-Es un tal Marcelo Sajen -dijo la mujer.

Zulma sintió de golpe que el mundo volvía a derrumbársele encima. Pero ya no eran el dolor y la bronca que había sentido allá por 1985 o en 1999. Esto era diferente.

En remis regresó al barrio y se encontró con una marea de po­licías, curiosos y cámaras de televisión arremolinados frente a su casa, lo que terminó por provocarle una crisis nerviosa. Villalón se descompuso y tuvo que ser atendida por un equipo médico del ser­vicio de emergencias 107 dentro de una cabina telefónica de una despensa ubicada cerca de su casa.

"Ese día, mientras toda la Policía lo buscaba, Marcelo me llamó desesperado, pobrecito. Quería verme a mí y a los chicos. Le dije que fuera a Tribunales, arreglara todo y después viniera a casa. Pero no lo volví a ver", comenta Zulma.

Aquel día, ella ignoraba que la Policía había pedido la intervención (pinchadura) de su celular para obtener alguna pista sobre el paradero de Sajen. Sin embargo, la autorización llegaría dema­siado tarde, cuando el caso ya hubiera tenido un desenlace.

Otro que esperaba atrapar a Sajen era Pérez Barberá, quien había iniciado una rueda de contactos para ofrecerle la posibilidad de entregarse en la Policía Judicial y no en la Policía de la provincia, a cambio de protegerlo de posibles abusos de autoridad.

Las decenas de móviles del CAP que habían copado la barriada recorrían sin pausa todas las cuadras. Iban y venían, sin noticias. Desde el aire, el helicóptero de la Policía tronaba. Por momentos se alejaba, pero de inmediato volvía a sobrevolar el sector, generando más nerviosismo entre los presentes. La búsqueda estaba centrada no sólo en el barrio General Urquiza, sino que además se extendía a una amplia franja a la redonda.

A medida que las órdenes de allanamiento eran libradas por los fiscales de la causa, los policías iban tirando la puerta abajo de distintos domicilios.

Sin embargo, del prófugo no había noticias por ningún lado.

Los uniformados, armados como pocas veces se había visto, entraron a varias viviendas, a la escuela del barrio, a la villa El Chaparral, revisaron techos, tanques de agua y hasta los baúles de todo automóvil que estuviera estacionado o transitara por allí. Por la radio se escuchaba a esa hora al jefe del servicio informativo de Cadena 3, Carlos Abel Castro Torres, decir con su clásica voz ronca:

-El violador serial está cercado.

Ese anuncio estaba bastante lejos de la realidad.

Minutos antes del mediodía, el sol ya pegaba fuerte y la tempe­ratura empezaba a aumentar gradualmente. Sin embargo, el calor no fue impedimento para que Rodríguez y Alesandri fueran hasta el barrio de Sajen para supervisar los operativos y, a la vez, aten­der los incesantes requerimientos de la prensa.

Semejante grado de exposición mediática llegó a su punto más cómico cuando el grupo Eter estuvo a punto de allanar una vivienda donde los vecinos aseguraban haber visto entrar a Sajen. Para ello los efectivos desplazaron nerviosamente a los periodistas hacia la otra vereda. Cuando se dieron vuelta dispuestos a tirar abajo la puerta de entrada, se encontraron con que el jefe de Policía había arrastrado a un periodista porteño hasta la vereda opuesta y, parado en el umbral de la casa que estaba por allanarse, sonreía frente a las cámaras. El Eter debió esperar hasta que Jorge Rodríguez terminara de dar la entrevista para completar el operativo.

Para ese entonces, los teléfonos de la central de comunicacio­nes 101 y el 0800 habían empezado a recibir los primeros llamados de personas que aseguraban conocer a Sajen e informaban haberlo visto esa mañana. "Parecía mentira, pero recibimos un aluvión de llamados de gente que aseguraba haberse cruzado con Sajen, al mismo tiempo y en lugares distantes uno del otro. Eso nos volvía locos, porque había que salir disparando para cualquier lado, pero el tipo no aparecía por ningún lado", recuerda sonriente el comisa­rio Eduardo Rodríguez.

Ugarte, a todo esto, no se despegaba de su celular, que sonaba a cada rato. Tiempo después, colaboradores estrechos suyos iban a asegurar que había información de que Sajen había vendido un auto (sería el Fiat Uno que conducía cuando fue filmado) para pa­gar alrededor de 1.500 pesos a una persona que lo iba a llevar hasta Paraguay en una camioneta 4x4 roja con vidrios polarizados. En ese viaje, supuestamente iba a viajar también su amante, la Negra Chuntero. En la actualidad, Adriana del Valle Castro se encarga, en parte, de desvirtuar el destino de la fuga. "Marcelo me dijo que estuviera lista porque de un momento a otro me iba a pasar a bus­car para que nos fuéramos. ¿A Paraguay? No, no sé a dónde se que­ría ir. Él decía que quería irse lejos, pero no sé a dónde", relata la mujer.

Lobo escondido

Aquel 28 de diciembre, Sajen se despertó bien entrada la mañana en la casa de su tío Andrés Caporusso, en el barrio Santa Isabel 3a Sección, donde paraba desde hacía dos días. El hecho de que abriera los ojos tan tarde no era ninguna sorpresa para los integrantes de la familia Caporusso.

En las últimas horas, Marcelo se comportaba extrañamente. Estaba callado, tenía el rostro demacrado y tomaba pastillas para tranquilizarse, al tiempo que le costaba conciliar el sueño. Cada tanto salía en su moto o en el Peugeot 504 bordó de la pareja de Caporusso, Mariela Mercedes Quintero, a dar largas vueltas y vol­vía tarde.

Aquel día de los inocentes, Caporusso se levantó temprano, como hacia siempre desde que era chico, y partió en su destartalada camioneta Ford F-100 verde modelo '79 para trabajar en el Mercado de Abasto, camino a Monte Cristo. El día anterior había llevado a su sobrino Marcelo para que lo ayudara.

Su mujer tampoco se encontraba en la casa, ya que se había ido a visitar a un familiar -Toli Sajen- a la ciudad de Villa Allende.

En la vivienda quedaron Sajen y los hijos de la pareja, todos chicos de no más de 13 años.

Marcelo acostumbraba a dormir en el comedor de la casa sobre un viejo sillón doble cuerpo. Cuando se despertó, caminó hasta la heladera, se sirvió un vaso de vino, le echó un poco de Coca Cola y se puso a tomar. Fueron un vaso, dos vasos, tres vasos...

Nadie puede precisar si aquella mañana Sajen se enteró por televisión o por radio de que su nombre ya estaba en boca de todo el mundo. Aunque es muy probable que haya sido así, también es posible que hasta su llegada al barrio no supiera que había sido identificado como el violador serial.

Marcelo tomó su vieja pistola Colt calibre 11.25, se sentó en el sillón y, en presencia de algunos de sus primos, empezó a cargarla lentamente. Primero colocó en el cargador 15 balas calibre 11.25 milímetros fabricadas en 1945. Luego puso un último proyectil, pero fabricado en 2003. Delante de los ojos asombrados de los chicos, metió el cargador y, con un rápido movimiento de manos, cargó la pistola. Un clac-clac metálico se sintió en la habitación y los chicos quedaron boquiabiertos.

-¿Para qué es eso, Marcelo? -se atrevió a preguntar el mayor de sus primos.

-No, para nada. Vos no le cuentes a tu papá que llevo esto - respondió Sajen, mientras metía el arma dentro de la bermuda verde y la tapaba con la chomba blanca que llevaba puesta.

Luego, abrió la puerta de calle y sacó su vieja moto Motomel, de 125 centímetros cúbicos color negro. A esa hora, en la calle de tierra ubicada al frente de la vivienda, varios chicos corrían detrás de una pelota.

Sajen los contempló en silencio y en un rápido movimiento con el pie arrancó el motor. Su primo se acercó unos metros y le preguntó si le enseñaba a manejar. El hombre dio unos pasos, con su característico andar de gorila, sujetó al chico de los brazos y en un santiamén lo puso en el asiento de cuerina. Los demás pibes dejaron la pelota y se acercaron corriendo.

Como si estuviera ante sus alumnos, Sajen sonrió y les enseñó cómo acelerar, frenar y tocar bocina. Los chicos miraban con aten­ción cómo la enorme mano de su maestro aceleraba a fondo y el caño de escape escupía humo negro mientras el motor rugía. La clase no se extendió más de unos minutos.

Sajen se puso unos lentes oscuros y le pidió prestada una gorra azul a su primo, la colgó del manubrio y se puso un casco blanco con el cual tapó sus cabellos teñidos.

Como lo había hecho siempre, Sajen aceleró a fondo y se perdió por la polvorienta callejuela sin decir adónde iba. Unos perros flacuchentos que vagaban por allí empezaron a correrlo, mientras ladraban enloquecidos. El ruido de la moto despertó a Paula, la joven a la que Sajen había intentado atacar el día anterior.

-Decile al tío que vuelvo en un rato - alcanzaron a escuchar los chicos, mientras se alejaba velozmente.

Hasta el día de hoy, nadie entiende cómo hizo Sajen para cru­zar media ciudad y burlar el cerco policial que se había dispuesto en torno a barrio General Urquiza. En este punto, bien vale aclarar que los llamados operativos cerrojo siempre se han caracterizado por mostrar serias falencias y en más de una oportunidad termina­ron siendo completamente ineficaces. En el caso Sajen, de cerro­jo, el operativo no tuvo nada.

Ya en su barrio, Sajen sentía que jugaba de local. Conocía como nadie los recovecos de cada cuadra, las entradas, las salidas, los atajos, las calles cortadas. Primero pasó por una casa de la calle Ramón Ocampo, donde es posible que se haya enterado de que lo habían descubierto. Entonces subió a la moto y transitó por la calle Asturias hasta Tristán Narvaja por donde subió rumbo a las vías.

Sajen llegó hasta proximidades del hogar que compartía con Zulma y sus hijos, pero al ver tantos patrulleros y semejante revue­lo de vecinos, decidió alejarse doblando por la calle Miguel del Mármol. En esas circunstancias, a media cuadra vio parada a una mujer a quien no reconoció como una vecina. Se trataba en verdad del agente de policía Analía Vemposta, quien, vestida de civil y una pistola dentro de un ajustado jean azul, realizaba algunas averiguaciones en la cuadra. Al ver al motociclista, la mujer lo reconoció en el acto.

Ahí viene! ¡Ahí viene! ¡Ahí viene Sajen! -exclamó la policía, que se desempeñaba desde hace años en Investigaciones Criminales y que a lo largo de ese año se había pasado noches sin dormir trabajando como señuelo en el Parque Sarmiento, junto a su compañera Natalia Berardo. Ahora tenía al violador fren­te a sí. Era el momento.

Vemposta trató de atraparlo, pero el motociclista alcanzó a es­quivarla   y aceleró. La mujer, sin parar de gritar, alertó a los com­pañeros que estaban cerca, pero Sajen logró hacerse humo. Conti­nuó por Miguel del Mármol rumbo a la villa El Chaparral y pasó a metros de la casa donde creció, sobre la calle Juan Rodríguez. Allí, su amigo de la infancia Marcelo Gorosito, quien a esa hora de la mañana se encontraba pintando el frente de su vivienda, lo vio pa­sar concentrado y mirando hacia todos lados.

"Me miró pero sin sacar las manos del manubrio, yo jamás hu­biera pensado que él andaba metido en ese embrollo", recuerda el muchacho. Frente a la casa de Gorosito se encuentra la casa de Paola, otra de las amantes de Sajen.

Desesperado, buscando un lugar donde producir la confusión necesaria para escapar, Sajen siguió por la calle Miguel del Mármol hasta que ésta se topa con Granada, dobló a la izquierda y, antes de meterse en la villa, abandonó la moto en la puerta de la casa de su vecino Pedro Burgos, en proximidades del puente pasa­rela que une General Urquiza con El Chaparral y muy cerca de la casa de Yolanda.

A todo esto, Vemposta tomó un handy y le informó al comisario Sosa lo que acababa de suceder. El jefe de Homicidios, quien se encontraba patrullando en un coche de civil por el sector, se volvió loco. De un tirón se ajustó el chaleco antibalas que llevaba puesto y le ordenó a sus detectives, vía handy, que "peinaran" (revisaran) la zona de punta a punta.

"Lo tengo que agarrar, yo lo tuve en mis manos y me obligaron a dejarlo ir. Ahora es algo personal", le diría por teléfono a un periodista algunos minutos después y antes de pedir disculpas por­que iba cortar y no volvería a atenderlo. El policía, al igual que sus jefes, una gran parte de los investigadores y hasta el ministro Alesandri, consideraban que si no hubiese sido por el miedo que Ugarte le tenía a los medios, Sajen podría haber sido detenido una semana antes, cuando fue filmado. El fiscal asegura que en aquel momento no había pruebas consistentes contra Sajen.

Sajen se quitó el casco y no le importó que Burgos y su hijo lo reconocieran.

-Cuídame la moto, ya vuelvo -les dijo serio a ambos, mientras se evaporaba entre los ranchos del asentamiento marginal. A lo lejos se oían sirenas y autos que aceleraban a fondo.

Faltaban pocos minutos para el mediodía y en los distintos ca­nales de televisión local acababan de comenzar los principales in­formativos dando a conocer la noticia excluyente del día.

Un grupo de policías llegó hasta la casa de Burgos y debió con­tentarse con encontrar la moto apoyada sobre una tapia. En el lu­gar había quedado el casco tirado, no así la gorra de lona azul. En el suelo de tierra se observaban las huellas de una persona que usaba zapatillas.

Nadie podía creer a esa altura de las circunstancias, que el violador serial se paseara con total impunidad por las narices mis­mas de los policías. Los de azul, con perros adiestrados y la Guar­dia de Infantería en pleno, entraron nuevamente a El Chaparral - un asentamiento que se extiende a lo largo de varias cuadras a la vera de las vías del tren, sobre la calle Malagueño-, pero sólo die­ron con vecinos que aseguraban no haber visto jamás al fugitivo corriendo por allí.

Desde el aire, el helicóptero no dejaba de dar vueltas incesan­temente.

Se sabe que Sajen se metió a un zanjón de varios metros de profundidad que bordea la villa y el barrio General Urquiza y que llega hasta San Vicente, luego de pasar por debajo de la avenida Sabattini. El serial corrió y corrió hasta que estuvo bien lejos de los uniformes.

Como era de esperar, los domicilios de varios familiares del serial fueron allanados. Una de estas casas era la de Eduardo Sajen, el jubilado, quien vive con su esposa Monchi y sus hijos en el ba­rio Vipro, en el Camino a 60 Cuadras. "De repente, la zona se llenó de policías. Nunca vi tanta Policía junta, salían de todos lados. Para colmo se escuchaba el helicóptero que no dejaba de dar vuel­tas. Vino gente de Homicidios y les abrí la puerta para que pasaran y vieran por su propia cuenta que yo no tenía escondido a mi hermano . Estuvieron un rato y se fueron. Yo no podía creer lo que pasaba. Me había enterado por la tele y no entendía nada", comen­ta Eduardo mientras con su mano derecha se acaricia una profunda cicatriz -provocada por una navaja- que recorre su cuello.

Los investigadores también allanaron la casa de la madre de Sajen, en barrio José Ignacio Díaz 3a Sección, pero tampoco dieron con él. Rosa Caporusso sufrió una descompostura y debió ser atendida por médicos.

Es él, es él

Pasadas las 12, no había móvil del CAP que no estuviera buscando a Sajen. Los policías iban y venían por gran parte de la zona sur de la ciudad. En el tablero de los patrulleros llevaban pegada la fotocopia con su rostro. Sus jefes les habían ordenado que se memorizaran esa cara y la buscaran a como diera lugar.

A las 12.45, dos uniformados que patrullaban lentamente a bor­do del móvil 4.655 por las calles del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección vieron el rostro de Sajen a bordo de un Fiat Duna gris. El patrullero y el auto se cruzaron de frente, lo que permitió al poli­cía Raúl Ludueña, quien iba sentado en el lado del acompañante, ver claramente cómo el conductor del Duna, a su vez, lo miraba directamente a los ojos. Claro que el conductor no tenía el pelo teñido de rubio, sino que era castaño.

Es él! ¡Es él! ¡Parate ahí, carajo! -le gritó el policía al sospechoso.

Sin embargo, el Duna no se detuvo. Ni aceleró, ni frenó, sólo siguió andando normalmente. El CAP ensayó un giro en "U" y empezó a seguirlo por calle Unión Ferroviaria, una de las principales del barrio. A unas 15 cuadras de allí, la prensa se seguía agolpando en el ingreso a la villa El Chaparral, cerca de la casa donde Sajen había dejado abandonada la moto.

Allí se produjo otro episodio gracioso, cuando el ministro Alesandri llegó al lugar y vio la moto del serial que desde hacía largo rato estaba siendo controlada por la Policía. El ministro le preguntó a los vecinos si era la moto del delincuente y éstos -toda­vía sin entender lo que estaba ocurriendo- respondieron que sí. Entonces el funcionario alzó la vista y le gritó a un oficial que esta­ba apostado a unos 50 metros

Sargento! Confirmado, eh. ¡Esta es la moto! -mientras, tras acomodarse el pelo, accedía a sacarse una foto señalando con mirada seria y preocupada el vehículo que él, solito, acababa de encontrar.

En tanto, en José Ignacio Díaz 1a, uno de los policías quiso usar el altavoz del móvil, pero desde hacía varias semanas el aparato no funcionaba. Entonces encendió la sirena y encaró directo hacia el Duna. El auto dobló en la esquina, recorrió una cuadra y volvió a girar nuevamente. En un momento, el coche aminoró la marcha y su conductor sacó su mano izquierda. Los policías creyeron ver que arrojaba un arma sobre un montículo de arena.

El CAP se detuvo y uno de los policías halló tirado un revólver calibre 22 marca Dallas. El patrullero volvió a arrancar y pidió apoyo. A los pocos metros, varios móviles se le cruzaron al Duna, al tiempo que numerosos uniformados se bajaban a los gritos con sus 9 milímetros en la mano. Dentro del auto, había un hombre idénti­co al fugitivo. A su lado, estaba sentada una mujer embarazada con una nena en brazos.

Quieto carajo, quieto! ¡Arriba las manos! ¡Dejame ver las ma­nos! ¡Bajate, bajate! -gritó uno de los policías.

 Es Sajen, es Sajen! ¡Quieto! ¡Levantá las manos o te quemo!

El hombre fue a parar al piso, mientras varios policías lo esposaban por la espalda. La mujer que lo acompañaba empezó a llorar. Uno de los uniformados le manoteó el documento y vio que en la segunda hoja decía: Sajen, Daniel Alejandro. En ese momen­to, llegó otro móvil más, del cual se bajó un policía panzón que se agachó, miró a los ojos al sospechoso y vociferó.

-Éste no es el Sajen que buscamos. Este es el hermano.

Pero son iguales, son iguales! -respondió un oficial.

-Pero te digo que éste no es el Víctor Sierra.

-No importa, por las dudas lo llevemos igual.

Los gritos y órdenes de los policías se superponían. Todo era confusión. Y en derredor la esquina comenzaba a poblarse cada vez de más curiosos.

Daniel Sajen fue llevado a la comisaría del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección y luego a la División Protección de las Personas en Jefatura de Policía.

"Yo no andaba armado. Los policías me plantaron el arma para justificar la detención. Ellos querían a mi hermano y empezaron a preguntarme por él", comenta el Nene Sajen.

En Jefatura, los policías le dijeron que tenían orden del fiscal Ugarte para extraerle sangre para un análisis de ADN. Daniel Sajen se quiso negar, pero algunos investigadores, según relata el herma­no del violador serial, le dijeron que podían extraerle la muestra por las buenas o por las malas. Finalmente, Daniel aceptó y dos bioquímicos de la Policía Judicial se hicieron de la muestra.

"Luego, los policías me interrogaron para que largara dónde estaba escondido mi hermano. Yo no tenía ni idea. Algunos llegaron a decir que yo estaba dando vueltas con el auto para distraer a la Policía, para que mi hermano pudiera escaparse. Eso es menti­ra. Yo llevaba a mi esposa embarazada a una farmacia para com­prar unos medicamentos porque se sentía mal", añade el Nene.

Ese mismo día, fue llevado a la Alcaidía de Investigaciones, en calle Santa Rosa 1345, donde quedó encerrado en un calabozo, im­putado por tenencia ilegal de arma de uso civil por orden, casual­mente, del fiscal Caballero.

En agosto de 2005, Daniel Sajen finalmente fue juzgado por la Cámara 2a del Crimen de Córdoba por ese delito y terminó absuelto de culpa y cargo por el beneficio de la duda. Ya que el acta de secuestro que había sido confeccionada por los policías contenía una colección de errores.

En una de las audiencias del juicio, la esposa de Daniel Sajen, Lorena Emilse Mozzarecchia, declaró que aquel día un policía la subió al Fiat Duna y empezó a dar vueltas con ella, mientras le preguntaba por el paradero del violador serial. "Me decía que si les decía dónde estaba escondido, ellos soltaban a mi marido. Pero yo no sabía nada. ¡Qué quería que les dijera!", dijo la joven.

En el período de instrucción de la causa, mientras estaba preso en Bouwer, Daniel mantuvo con nosotros las entrevistas que hemos citado a lo largo de este libro.

Búsqueda infructuosa

Ese 28 de diciembre, a medida que pasaba el tiempo, crecía el desconcierto entre los investigadores y los fiscales. Ya se habían allanado varios inmuebles, entre ellos el taller mecánico de Eduardo Sajen y la concesionaria de autos de Daniel Sajen, en la avenida Armada Argentina al 900., camino a la ciudad de Alta Gra­cia, y no se había encontrado nada. También se había interrogado a familiares de Sajen, a vecinos, a ex novias, a compañeros de andanzas, a los clásicos buchones de siempre, pero nadie aporta­ba nada. No había rastros del violador serial. Había desapareci­do.

Mientras algunos pensaban que el depravado podría haberse matado y que su cadáver estaría tirado en algún descampado, otros suponían que ya se había fugado muy lejos de la provincia.

A todo esto, los teléfonos de la central del 0800 seguían ardien­do. Permanentemente entraban llamadas de personas que asegura­ban haber visto a Sajen escapando. Antes de cortar, muchos pre­guntaban cómo tenían que hacer para cobrar los 50 mil pesos de recompensa.

En la calle, los investigadores seguían dando vueltas por distintos barrios de la zona sur en busca de pistas que pudieran orien­tarlos en la cacería.

En Jefatura, mientras tanto, se sucedían las reuniones y se ana­lizaban estrategias a seguir. Algo similar se registraba en la Casa de las Tejas, donde el gobernador seguía atentamente el avance de la búsqueda, en permanente contacto con su mano derecha, el mi­nistro Alesandri.

Ugarte, por su parte, se reunía con los otros dos fiscales y sus más estrechos colaboradores, con quienes analizaban los avances hasta ese momento y los datos que llegaban de todos lados, pero sin ser conducentes.

El fiscal decía que si Sajen no caía pronto, iba a hacerlo en los días sucesivos. Sin embargo, sabía que eso no iba a ser tan sencillo. El violador serial podía fácilmente sortear la frontera y huir hacia Paraguay y, una vez allí, cambiar de aspecto y de identidad. En ese caso, la captura iba a tornarse casi imposible.

El panorama iba a cambiar cerca de las 2 de la tarde.

La llamada

Andrés Caporusso volvió exhausto de trabajar después de un largo día vendiendo verduras. Se sentó a almorzar con su mujer, Mercedes, y los chicos y prendieron el televisor como hacían todos los mediodías. Estaban dando Crónica 10 Primera Edición.

Todos quedaron paralizados cuando vieron en la pantalla al gobernador sosteniendo una foto de Marcelo. Sobre la imagen, una placa roja y blanca decía: "Identificaron al violador serial". En off, el periodista Jorge Petete Martínez informaba sobre las últi­mas novedades del caso.

Los chicos comenzaron a gritar y Andrés los hizo callar para escuchar cómo De la Sota informaba que su sobrino era el violador serial que durante años había atacado a decenas de jovencitas en Córdoba. La comida quedó servida en la mesa. "Lo tuve en mi casa, sin saber. De haberme imaginado que era el violador serial, jamás le hubiera dado entrada a mi casa, jamás le hubiera dejado mis chicos, tengo una hija de once años", declararía Mercedes, la mu­jer de Caporusso, en la causa.

Caporusso no lo pensó dos veces y fue caminando hasta la co­misaría del barrio, ubicada a unas 10 cuadras de su casa, la misma dependencia que el día anterior había sido visitada por Paula para denunciar que habían intentado abusar de ella.

Caporusso se entrevistó con un comisario de apellido Aguirre, a quien le dijo que en su casa había estado parando Sajen. El policía quedó perplejo. Según consta en la causa, el tío de Sajen le explicó que él no quería tener problemas con la Policía y que quería que Marcelo se entregara para aclarar todo el tema. Con lujo de detalles, el verdulero relató que su sobrino le había dicho que la Policía lo buscaba porque había golpeado a su esposa.

Caporusso le indicó que esa mañana Sajen se había marchado en la moto y no sabía a qué hora iba a regresar. Una y otra vez, el hombre le insistió al policía que no quería tener problemas con nadie y menos con la ley. Así fue que con el comisario diagramaron un plan: cuando Sajen retornara al hogar, uno de los hijos de Caporusso iba a ir hasta la comisaría en bicicleta. Ésa sería la se­ñal para que los uniformados fueran a buscarlo.

Don Andrés clamó que no quería tiroteos ni que nadie resultara herido. El comisario se lo aseguró y, una vez que Caporusso se marchó, tomó el teléfono y se contactó con sus jefes inmedia­tos.

En pocos minutos, el fiscal Ugarte estuvo al tanto de todo. En ese momento, le volvió el alma al cuerpo.

"A Caporusso se le dijo que la Policía iba a esperar que el chico fuera en bicicleta a la comisaría. Sin embargo, no nos podíamos dar ese lujo. Era algo arriesgado. ¡Mirá si Sajen volvía y el chico al final no aparecía por el precinto! Por ello se apostaron policías de civil en el sector por si aparecía Sajen de repente", comenta en la actualidad una fuente de la fiscalía de Ugarte.

Ante la desesperación de todos, el violador serial no volvió a almorzar, ni a dormir la siesta a la casa de su tío.

Venite conmigo

Al mediodía, Adriana Castro había ido a buscar unos bolsones de comida que otorga el Gobierno de la provincia en una escuela del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección, cuando de golpe apareció su sobrina con el rostro desencajado.

-Tía, ¿dónde está el Marcelo?

-Se fue a trabajar -respondió Adriana.

-Tía, en la tele están diciendo que lo buscan por ser el violador serial.

Adriana salió corriendo de la escuela, regresó a su hogar, encendió el televisor y no se despegó más de la pantalla. "Sentí una cosa muy fea dentro mío. No lo podía creer. No me podía estar pasando esto a mí. Hasta horas antes había estado con Marcelo y no me había dicho que lo buscaban por eso. Estaba tan mal, tan abatido, pobrecito", señala la mujer.

A media tarde de aquel martes, un vecino fue hasta su casa y, a través de la ventana que da a la calle, le dijo que Marcelo estaba esperándola en un baldío cercano. Desesperada, la mujer salió corriendo y fue al lugar. Detrás de un añoso árbol, en medio de los yuyos, estaba Sajen apoyado sobre una bicicleta. Tenía puestos los lentes oscuros, llevaba la gorra azul y miraba frenéticamente para todos lados.

Adriana se acercó llorando y lo abrazó.

-Negrita mía, te juro que yo no soy eso que andan diciendo-empezó a decirle Sajen, mientras le apretaba las manos.

-Te creo Marcelo, te creo.

-Te juro por Dios y nuestro hijo que yo no soy el violador serial. Pero no aguanto más, no soporto más esto. Negrita, vámonos de acá. Armate un bolso, después te vengo a buscar y venite conmigo. Dejemos todo y vayámonos a algún lado juntos. No me dejes solo, no me abandones ahora.

-No Marcelo, no te voy a abandonar -decía Adriana, entre llan­tos.

-A las 9 de la noche te vengo a buscar, negrita. Estate lista y nos piramos.

-Andate Marcelo, yo te voy a estar esperando para que escape­mos juntos -balbuceó la Negra Chuntero.

La pareja se dio un beso. Sajen, finalmente, subió a la bicicleta y empezó a pedalear hacia la villa Los Eucaliptos, el mismo asentamiento donde vive Jota. A lo lejos se sentía el ruido del heli­cóptero de la Policía dando vueltas y vueltas.

Adriana regresó a su casa y se acostó a descansar en la cama. Dentro suyo, algo le decía que Sajen no iba a volver más y que todo iba a terminar mal. No se equivocaba.

Hasta el día de hoy tiene la imagen de él, agobiado, entregado y escapando a toda velocidad en una bicicleta. Así y todo, insiste que su cara demostraba "paz".

Un vecino vio a Sajen y llamó a la Policía. Al cabo de un rato, varios móviles del CAP y otros coches de civil de la Policía frenaron de golpe frente a su hogar. Una semana antes habían allanado la casa de los ancianos cuando Sajen los engañó haciéndoles creer que era la vivienda de su amante. Al ver semejante despliegue, Adriana abrió la puerta de calle e invitó amablemente a pasar a los policías.

-, Marcelo es mi amante, y qué. ¿Pero no les parece tonto pensar que, estando ustedes dando vueltas en la zona, él se va a arriesgar y va a venir a verme? -exclamó desafiante la mujer, mientras los uniformados revisaban todas las habitaciones y hasta debajo de las camas, armas en mano.

Mientras tanto, Sajen no dejaba de pedalear. Una vez que los policías se fueron de la casa de Adriana, ella se acostó a dormir. Jamás armó el bolso. Sólo se levantaría de la cama horas después, cuando desde la cocina, su sobrina pegara un grito al enterarse por televisión de que el violador serial había caído.

Misterio

En el período de tiempo desde que Marcelo Mario Sajen aban­donó la moto en el ingreso a la villa El Chaparral, hasta que se encontró con su amante en el baldío, Sajen estuvo refugiado y no sabemos exactamente dónde. Conjeturas hay muchas. Lo cierto es que en ese tiempo Sajen se hizo de la bicicleta con la que fue a ver a la Chuntero, se enteró de que su hermano Daniel había caído preso y se cambió la ropa.

Se trata de un misterio para el que no hemos podido encontrar respuestas precisas. Los investigadores creen que en la villa El Chaparral, hubo personas que lo habrían protegido. "Lo protegie­ron porque lo conocían desde siempre, porque se movía en el bajo mundo y desde ahí tenía contactos con muchos delincuentes", razo­na un comisario.

Los investigadores también creen que el violador serial habría estado escondido cuanto menos en dos domicilios. Una de las viviendas o aguantaderos, según creen, estaba ubicada en barrio Talleres Sur, muy cerca de la casa de su hermano Daniel -quien, vale reiterar, a esas horas estaba detenido-, y de la vivienda de su amante Adriana Castro, en José Ignacio Díaz 1a Sección.

El otro domicilio donde habría estado escondido es la casa de un matrimonio del barrio Santa Isabel 2a Sección, en proximidades del domicilio de su tío Caporusso. En la causa obran testimo­nios que señalan que -no se especifica si el día 28 o algún día ante­rior- Sajen fue visto saliendo de una casa de ese sector, a bordo de una camioneta 4x4 roja de vidrios oscuros con caja en la parte tra­sera.

Ahora bien, de ser esto cierto, ¿de qué matrimonio se trataba? Para determinar esto bien vale analizar los momentos finales de la fuga.

No soy yo, tío

Cerca de las 7 de la tarde, Sajen llamó por teléfono a su tío y le preguntó si había policías cerca de la casa.

-Tío, me escapé de la cana en El Chaparral, aguantáme que voy para allá - alcanzó a decir el violador serial, antes de cortar la comunicación.

Momentos antes, Sajen había pasado en bicicleta por el barrio José Ignacio Díaz 3a Sección con la intención de saludar por última vez a su madre. Sin embargo, no llegó a verla. Algunos conocidos lo alertaron, diciéndole que la Policía estaba por todos lados y que lo mejor era que escapara de allí.

Apenas colgó el teléfono, Caporusso regresó a la comisaría ubi­cada al lado de la fábrica de Renault y le contó al comisario la novedad. En la sede policial, el hombre insistió en que no quería problemas ni un desenlace trágico. Y recalcó que su sobrino le ha­bía manifestado en los últimos tiempos que no pensaba entregarse a la Policía, ya que antes de eso prefería pegarse un tiro.

Caporusso nos cuenta en la actualidad que retornó a su hogar y se encontró con Marcelo, completamente desesperado. En este punto vale detenerse nuevamente y preguntarse cómo hizo el prófugo para llegar a esa vivienda, siendo que la Policía supuestamente ya esta­ba apostada en las inmediaciones.

Don Andrés relata que su sobrino se arrodilló en el piso del ga­raje y se largó a llorar. "Me dijo: 'Te juro tío que no soy yo. Te lo juro. Yo no soy el violador serial'. Tenía el arma en su mano y decía que iba a matarse mientras lloraba desconsolado", cuenta el hombre.

Finalmente Caporusso, según nos dijo, decidió ayudarlo y escondió a Sajen en la parte trasera de la camioneta Ford F 100 de­bajo de unos cajones de madera. Con su mujer y su hijo a bordo llevó al delincuente más buscado de Córdoba fuera de allí. "Hice menos de siete cuadras y cerca del barrio Santa Isabel 2a Sección, lo dejé. Después no lo vi más", añade don Andrés.

Cae la red

Al caer la noche en Córdoba, el cielo se nubló y la historia del violador empezó a cerrarse. Minutos antes de las ocho de la noche, una mujer llamó desde su celular al 101 de la Policía. Se la notaba nerviosa, agitada, alterada.

La mujer, a- quien llamaremos Ñ.Ñ., le dijo a la oficial que la atendió que mientras circulaba junto a su esposo -X.X.-y otro hom­bre en un utilitario Renault Kangoo con vidrios semipolarizados, en proximidades del Cottolengo Don Orione (sobre la avenida Armada Argentina) había visto caminando a Marcelo Sajen con el pelo teñi­do. La oficial le pidió más información, al tiempo que le indicó que en pocos minutos un móvil policial iba a acudir al lugar.

Ñ.Ñ. le comentó a la Policía que su marido era quien había reconocido a Sajen, ya que había estado preso con él años atrás en Encausados y que no se había olvidado jamás de su rostro. La lla­mada, como todas las efectuadas al 101, quedó grabada en la com­putadora de la Policía.

Dado que el patrullero no llegaba, a los tres minutos, Ñ.Ñ. vol­vió a comunicarse. Esta vez fue atendida por un agente, quien le indicó que varias patrullas iban en camino. La mujer le aclaró que ellos se iban a quedar en la zona para indicarles a los policías que llegaran hacia dónde había huido el serial.

Mientras el matrimonio aguardaba en la Kangoo en proximidades del Cottolengo, a unas 20 cuadras de allí, frente a la concesionaria de autos del Nene Sajen, en la avenida Armada Argentina al 900, había un revuelo. Ocurría que un vecino, a su vez, había alertado al 101 ya que había visto al violador serial en el negocio. Fue entonces que decenas de camionetas rojinegras de la policía acudieron hasta el lugar, bajo el mando del comisario Pedro Tobares, en aquel momento jefe del distrito 2. Los policías entraron a la concesionaria y comprobaron que no había nadie. Tobares sintió que alguien le tocaba la espalda.

-Jefe disculpe -preguntó un hombre, mientras se restregaba las manos nerviosamente.

-Qué pasa -respondió secamente Tobares, mientras prestaba atención a lo que otro policía hablaba por la frecuencia de la radio.

-Hace un ratito, Sajen anduvo por acá y se fue en un coche oscu­ro con vidrios polarizados. -¿Vos lo conocés a Sajen?

-Lo conozco desde que éramos pibes. Era un personaje y de jo­ven andaba en una cupé Renault Fuego, con una pistola en la cintura. Nunca me imaginé que fuera el serial... Es más. Siem­pre en los asados sacaba el chumbo y lo hacía girar con el dedo de la mano como hacían los cowboys. -Ta' bien ¿Dónde lo viste?

-Andaba en un vehículo con otra gente, bajó la ventanilla y me dio unas cosas para su hijo. Ahí nomás arrancó como quien va para la zona de Villa El Libertador o de Santa Isabel. -¿Seguro que era él? ¿No estarás hablando al cuete, vos? -No jefe. Se lo juro. Era Sajen.

Tobares se dio vuelta y pulsó el handy.

-Central Cóndor, Central Cóndor. -QRB Cóndor -respondió un policía desde la base. -Central, poné QAP (atentos) a todos los móviles. El Víctor Sierra anda en un vehículo de vidrios oscuros. Hace QTN (se diri­ge) a Villa El Libertador o a Santa Isabel. Anda con unos saros a bordo. ¡Con la "preca" del caso, debe estar armado! -gritó Tobares, mientras subía a una camioneta del CAP y arrancaba velozmente.

A poco de cortar la comunicación, por la frecuencia policial, un oficial solicitaba que se dirigieran móviles hasta el frente del Cottolengo Don Orione y se entrevistaran con los ocupantes de una Kangoo roja con vidrios oscuros que aseguraban haber visto a Sajen caminando por la zona.

-Estamos en la correcta, negro. ¡Aceleré! -gritó Tobares al cabo que manejaba el patrullero.

Detrás de ellos, otros móviles del CAP aceleraron a fondo y emprendieron viaje hacia Santa Isabel, con la sirena apagada para pasar inadvertidos.

No eran los únicos policías que andaban por la zona. Paralela­mente circulaba un Fiat Duna al mando del subcomisario Mario Viva, compañero de Tobares, quien llevaba a un vecino del sector que aparentemente podía decir dónde estaba oculto Sajen.

Y había otra brigada más. Se trataba de un grupo de detectives del Cuerpo de Investigaciones Especiales (CIE), dependiente de la Dirección de Investigaciones Criminales, que bajo el mando del subcomisario Daniel Flores recorría las calles de Villa El Liberta­dor en un Renault 18. Los policías iban con una persona que podía indicarles dónde vivía una vieja novia del violador serial.

Entre los móviles del CAP y los del CIE no existía ningún tipo de comunicación. Los primeros se reportaban directamente con el comisario Martínez, de Operaciones, mientras que los segundos lo hacían con el comisario Nieto, de Investigaciones.

El primer CAP en llegar hasta el Cottolengo fue el 3.911, perte­neciente a la comisaría 18 de Villa El Libertador, donde iban los policías Sergio Bolloli y Gustavo Albornoz. Sin embargo, la Kangoo no estaba al lado de este instituto, sino al frente, cruzando la ave­nida Armada Argentina, en el ingreso mismo al barrio Santa Isabel 2a Sección. A esa hora del día, las luces de las calles ya se habían encendido.

El móvil policial debió girar en un semáforo y se acercó hasta el utilitario que se encontraba detenido junto a la vereda. En este punto existe una serie de contradicciones, ya que algunos indican que la orden inicial que habían recibido los policías era "controlar a la Kangoo" porque alguien había visto a Sajen a bordo de la misma. Sin embargo, cuando los uniformados se acercaron, los ocupantes de ese vehículo bajaron una ventanilla y empezaron a gritar:

Allá va, Sajen!... ¡Allá va! ¡Se fue para aquel lado! ¡Agárrenlo!

Sin alcanzar a verlo, los policías del CAP arrancaron a toda velocidad y recorrieron unas cuatro cuadras, sin lograr ubicarlo. Giraron en "U" y volvieron hasta donde estaba la Kangoo, vehículo que a su vez había empezado a moverse y se había detenido en el cruce de las calles Tío Pujio y Altos de Chipión. El CAP llegó y la pareja se bajó del vehículo.

Ése que va ahí! ¡Ése es Sajen! ¡El que va caminando allá!

Los policías giraron la cabeza y, sin forzar demasiado la vista, divisaron esta vez, a unos 50 metros, a un hombre con gorrita que se alejaba caminando por la vereda.

Subieron a la camioneta y las gomas chirriaron al pisar el acelerador. Eran poco más de las 8 de la noche. La bestia tenía los minutos contados.

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//03 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO I El final

por jocharras a las 09:30, en La Marca de la Bestia

CAPÍTULO I

El final

La noche nublada daba una imagen fantasmagórica a las siluetas de los policías que, iluminadas por los destellos azules de las balizas de los patrulleros, se proyectaban en los muros del oscuro callejón.

Luego de un instante de silencio en el que todos los presentes parecieron ser parte de una fotografía llena de tensión, se sintió el primer grito que desencadenó todos los demás: "Largá el fierro loco, dale, no tenés salida, entregate"; "No seas boludo y entregate"; "Bajá el arma o te damos vuelta"; "No hagas pelotudeces". Era tarde y en la cuadra ya no se veía a los chicos que, durante todo el día, habían estado jugando a la pelota, ni a las mujeres haciendo las compras, ni a sus maridos volviendo del trabajo.

Ahora, el barrio estaba desierto y la cuadra repleta de móviles policiales. Nadie se atrevía a salir de los hogares. Todos miraban lo que sucedía, a través de las ventanas, para no perderse ningún detalle. Hacía pocos minutos que las sirenas y las frenadas de los patrulleros habían alterado la tranquilidad de la barriada.

Por la radio policial se escuchaba la voz de un oficial que no paraba de dar instrucciones y avisaba que en pocos minutos iban a llegar refuerzos. Frente a todos, ocupando el centro de la escena, estaba él, parado contra la pared de una casa, mirando fijamente todos esos uniformes azules.

Tenía la ropa pegoteada al cuerpo por la transpiración. Los nervios se le habían hecho carne y pronunciaba palabras que nadie alcanzaba a entender. Estaba asustado, desesperado, le temblaban las piernas. Sus ojos recorrían uno por uno a los uniformes que le apuntaban y le pedían que se entregase. Tenía las manos sudorosas y, aunque sabía lo que quería hacer, todavía algo dentro de él le impedía dar ese último paso que ya estaba anunciado. La mano que sujetaba la pistola parecía ser la única que gobernaba la situación, mientras respiraba agitado y las gotas de sudor le surcaban la frente, obligándolo a secarse los ojos con el otro brazo. Su corazón parecía a punto de explotar.

Tan absorto se encontraba que ya no escuchaba las órdenes que le daban los policías, mientras amartillaban sus armas. Estaban por todos lados y cada vez había más, como hormigas salidas de un agujero en la tierra. Hacía tiempo que estaban tras sus pasos y ahora habían logrado dar con él. Algunos se guarecían detrás de las puertas de los patrulleros, otros detrás de una pirca y varios se ocultaban tras un viejo paraíso.

Vencido, el hombre tomó las fuerzas que le quedaban y, consciente de que asistía al espectáculo de su propio sacrificio, se llevó la pistola a la sien. Miró para todos lados y comprobó una vez más que no tenía salida. Se acordó de sus padres, del dolor que les había causado, recordó a su mujer que estaba por dejarlo, pensó en sus hermanos... y en la insoportable idea de volver a estar guardado en una celda. "Esta vez perdí", pensó. "Pero no me van a llevar con ustedes, antes me mato", dijo, y nadie lo oyó.

Sintió que su vida ya no tenía sentido y, sin darle tiempo a nada a los hombres que lo tenían rodeado, gatillo. El balazo retumbó seco y se fundió en el costado de su sien. El fogonazo iluminó la pared y el cuerpo se desplomó en el pasto húmedo.

Cuando los policías se acercaron para moverlo con sus borceguíes y comprobar si vivía, ya no respiraba. La muerte había llegado para quedarse. Era el final.

Aquella helada noche del 30 de junio de 1991, Luis Gabriel Sajen tenía 23 años cuando eligió matarse de un balazo en la cabeza antes que volver a caer preso. Murió en el patio de una casa en el barrio Altamira, de la ciudad de Córdoba. La Policía lo había ido a detener por un asalto que supuestamente había cometido tres días antes en una farmacia de barrio 1 de Mayo.

Trece años después, su hermano mayor, Marcelo Mario Sajen (39), se suicidaría de la misma forma en el jardín de una casa de barrio Santa Isabel 2a Sección, también sin salida, también frente a los policías que lo tenían acorralado, también decidido a escapar con la muerte, antes que caer atrapado. Ocurrió la noche del 28 de diciembre de 2004, Córdoba descansaba en paz, luego de que el violador serial tomara el rostro de Marcelo Sajen para dejar de ser el fantasma sin cara que durante años había tenido en jaque a la ciudad.

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//26 de Septiembre, 2010

Herman Webster Mudget

por jocharras a las 22:36, en Hombres Asesinos

Herman Webster Mudget - El Doctor Holmes





Herman Webster Mudget, "El Dr. Holmes", un industrial del crimen. En 1893, la Exposición de Chicago debía ser una gran fiesta del progreso… Aquel Barba Azul del Nuevo Mundo aprovechó la ocasión para lanzar la primera fábrica de matar de la historia del crimen.

 

La posteridad es injusta. Resulta sorprendente que el Dr. Holmes sea totalmente ignorado por el público español y europeo, y casi desconocido por la inmensa mayoría de los americanos, sus compatriotas. Comparados con aquel industrial del crimen, otros mucho más célebres son sólo unos artesanos, incluso unos amables aficionados.

 

Con, probablemente, unas doscientas muertes sobre la conciencia, este Barba Azul sádico y obseso sexual puede considerarse, en la lista de premios de los grandes criminales, como una especie de "recordman" en todas las categorías. Su mansión del suburbio de Englewood en Chicago -el Holmes Castle- es aún hoy la casa de matar más sofisticada de toda la historia de la criminología.

 

El Dr. Holmes, cuyo verdadero nombre era Herman Webster Mudget, nació en 1860 en Gilmanton, en una honrada y muy puritana familia de New Hampshire. Muy pronto manifestó hacia las mujeres -y sobre todo hacia las mujeres de fortuna- el interés poco corriente que iba a hacer de él un auténtico donjuán del crimen. A los dieciocho años, se casó con una rica joven llamada Clara Louering.

 

Para pagar sus estudios de medicina, la arruinó, y después, una vez obtenidos con lustre sus diplomas en la Universidad de Michigan, la abandonó para irse a vivir con una guapa viuda que se complació en subvenir a sus necesidades gracias a las rentas de su respetable casa de huéspedes. Siendo ya médico, dejó sin pena a aquella segunda conquista, ejerció durante un año en el estado de Nueva York y fue después a establecerse en Chicago.

 

Alto, guapo, con aire distinguido, siempre elegantemente vestido, Mudget tenía innumerables éxitos amorosos. Al llegar a su nueva ciudad no tardó en seducir a una joven encantadora (y casualmente millonaria) llamada Myrta Belknap. Para vencer las reticencias que la virtuosa señorita le oponía, tomó el nombre de Holmes, se casó con ella y, gracias a unas falsificaciones de escrituras, se apresuró a estafar 5,000 dólares a su familia política para hacerse construir, en Wilmette, una casa suntuosa.

 

Consiguió entonces, en las afueras de Englewood, la gerencia de una farmacia propiedad de una viuda excesivamente ingenua, de quien se hizo a la vez su amante y hombre de confianza. A base de falsificaciones de contabilidad y de malversaciones de fondos, logró hacerse dueño de la totalidad de los bienes de la desgraciada, después la hizo "desaparecer" y puso en obra su gran proyecto.

 

El "Holmes Castle"

La exposición de 1893 se estaba preparando y debía atraer a Chicago una muchedumbre considerable, entre la cual habría, por supuesto, multitud de mujeres guapas, ricas y solas. Ingeniosamente, Holmes decidió por lo tanto aprovechar aquella situación. Gracias a una serie de hábiles estafas adquirió un terreno y emprendió la construcción de un enorme hotel con aspecto de fortaleza medieval, cuya disposición interior concibió él mismo. Cada una de las habitaciones de aquel extraño inmueble estaba provista de trampas y de puertas correderas que daban a un laberinto inextricable de pasillos secretos desde los cuales, por unas ventanillas visuales disimuladas en las paredes, el doctor podía observar a escondidas el vaivén de sus clientes y sobre todo de sus clientas. Disimulada bajo el entarimado, una instalación eléctrica perfeccionada le permitía por otra parte seguir en un panel indicador instalado en su despacho el menor desplazamiento de sus futuras víctimas. Con sólo abrir unos grifos de gas, podía finalmente, sin desplazarse, asfixiar a los ocupantes de unas cuantas habitaciones.

 

Un montacargas y dos "toboganes" servían para hacer bajar los cadáveres a una bodega ingeniosamente instalada, donde eran, según los casos, disueltos en una cubeta de ácido sulfúrico, reducidos a polvo en un incinerador o simplemente hundidos en una cuba llena de cal viva. En una habitación, bautizada como "el calabozo", estaba instalado un impresionante arsenal de instrumentos de tortura. Entre las máquinas sádicas instaladas por el ingenioso doctor, una de ellas llamó particularmente la atención de los periodistas. Era un autómata que permitía cosquillear la planta de los pies de las víctimas hasta hacerles literalmente morir de risa.

 

El Holmes Castle fue terminado en 1892 y la exposición de Chicago abrió sus puertas el 1 de mayo de 1893. Durante los seis meses que duró, la fábrica de matar del Dr. Holmes no se desocupó. El verdugo escogía a sus "clientas" con mucha precaución. Tenían que ser ricas, jóvenes, guapas, estar solas y, para evitar las visitas inoportunas de amigos o familiares, su domicilio tenía que estar situado en un estado lo más alejado posible de Chicago.

 

¿Cuántas mujeres fueron violadas, torturadas y asesinadas en el castillo del Dr. Holmes? La cifra de doscientas es una aproximación verosímil. Seguramente por modestia, Holmes sólo confesó veintisiete, lo cual sería bien poco si se toma en cuenta la importancia de las instalaciones que había colocado.

 

Los últimos crímenes

 

Con el final de la Exposición, las rentas del hotel acusaron una caída brutal, y Holmes se encontró pronto corto de dinero. El medio más sencillo que imaginó para procurarse ingresos fue incendiar el último piso de su inmueble y reclamar a su asegurador una prima de 60,000 dólares, sin pensar un instante que la compañía podría muy bien hacer una investigación antes de pagárselos. Descubierto, nuestro doctor tuvo que refugiarse en Texas, donde se apresuró a realizar diversas estafas que lo llevaron por primera vez a la cárcel. Liberado bajo fianza, vuelve a salir unos meses después no sin haber puesto en pie una nueva operación criminal.

 

La idea era sencilla e ingeniosa. Un cómplice, llamado Pitizel, debía hacerse un seguro de vida en una compañía de Filadelfia. Se presentaría luego como suyo un cadáver anónimo desfigurado por un accidente. No habría más que repartir la prima que cobraría la Sra. Pitizel, mientras que el "muerto" iría durante algún tiempo a hacerse olvidar a Sudamérica. Para su desgracia, Holmes tuvo la mala idea de cambiar su plan y de matar realmente a Pitizel.

 

Aquella solución tenía en su opinión la ventaja de ahorrarle la búsqueda peligrosa de un cadáver y, sobre todo, permitirle quedarse él solo la totalidad de la prima, deshaciéndose ulteriormente de la Sra. Pitizel y de sus hijos -lo cual, para él, sólo era un simple trabajo rutinario.

 

Muy cooperador acudió, pues, a la morgue para reconocer el cuerpo de su amigo, fue a Boston a buscar a la desdichada viuda y la trajo a Filadelfia para que cobrara su dinero. La denuncia de un antiguo compañero de celda, Marion Hedgepeth, vino a sembrar la duda en el ánimo de los aseguradores.

 

La policía hizo una investigación. Remontó con paciencia todos los eslabones de la cadena. Holmes confesó primero la estafa a la compañía aseguradora y, ante las pruebas abrumadoras reunidas en su contra, los asesinatos de Pitizel y de sus hijos. Holmes fue condenado a muerte por el Tribunal de Filadelfia y ahorcado el 7 de mayo de 1896. Sólo tenía treinta y cinco años.

 

Mentiroso empedernido

Los testigos se sorprendieron con la habilidad muy excepcional que tenía Holmes para mentir. A pesar de la evidencia de su culpabilidad en el asesinato de los niños Pitizel, no vaciló en escribir a su madre: "Usted me conoce, ¿me cree realmente capaz de asesinar a niños inocentes, y ello sin ningún motivo para hacerlo?

 

¿Doscientas víctimas?

Ante el tribunal, Holmes afirmó haber asesinado a veintisiete personas a lo largo de su vida. Eso es poco creíble. El acusado disfrutaba burlándose de la justicia; confesaba, por ejemplo, el asesinato de personas que estaban vivas. Por lo tanto nunca sabremos con certeza el número de sus víctimas. A juzgar por los descubrimientos hechos en su castillo, es considerable. La cifra de doscientas es propuesta por los criminólogos como la más verosímil.

 

El caso Holmes-Pitizel

El policía que, a petición de la compañía de seguros, elucidó el asesinato de Pitizel y de sus hijos se llamaba Franck P. Geyer. Era un hombre de Pinkerton. Unos años después relató el caso en su libro The Holmes-Pitizel Case, a History of the Greatest Crime of the Century.


El "Holmes Castle"


Para construir su castillo el Dr. Holmes recurrió a varias empresas. Estas nunca eran pagadas e interrumpían pronto sus obras. De esa manera, el propietario era el único en conocer detalladamente un edificio cuyo extraño arreglo habría podido suscitar la curiosidad

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//01 de Agosto, 2010

Joe Ball - El Carnicero de Elmendorf

por jocharras a las 10:34, en Hombres Asesinos
Joe Ball - El Carnicero de Elmendorf


 

Frank Ball llegó a Elmendorf, un pequeño pueblo al sudeste de San Antonio, Texas, alrededor de 1885. A través de un préstamo del banco local abrió una fábrica para procesar algodón y la llegada del tren, pocos años después, hizo prosperar su negocio volviéndolo rico. Frank se casó con Elizabeth, y acrecentó su fortuna haciendo negocios de bienes raíces, eventualmente abrió una gran tienda en el pueblo. 

La familia Ball crió en total ocho hijos, Joseph D. Ball, su segundo hijo, nació el 7 de enero de 1896. La niñez de Joe fue normal, pero era un niño de carácter retraído que disfrutaba más de la pesca y largas excursiones en solitario, que de actividades con otros chicos. Siendo ya un adolescente adquirió pasión por las pistolas y solía pasar largas horas practicando el tiro, se sabe que llegó a ser un tirador muy habilidoso. 

En 1917, cuando los Estados Unidos declaran la guerra a Alemania, Joe se enlista y es enviado al frente poco después. No existen registros sobre su desempeño durante la guerra, pero sobrevive y en 1919 es dado de baja honorablemente y regresa a Elmendorf.

A su regreso trabaja durante algún tiempo con su padre, pero al parecer, los dos años en las trincheras le hacen difícil adaptarse a la vida civil y renuncia. Habiendo aprendido algo de negocios, se da cuenta que La Prohibición ha dado lugar a una gran demanda de licor ilegal por lo que decide dedicarse al contrabando y, a pesar de los riesgos (mismos que parece disfrutar), se dedica a recorrer la región en su Ford modelo A vendiendo whisky.

A mediados de los años 20, Joe contrata a un joven afro-americano llamado Clifton Wheeler para que le ayude en el negocio, siendo un tipo inteligente y más bien taimado, pronto el queda encargado del trabajo sucio. Se ha dicho que Clifton temía a Joe, ya que cuando este se emborrachaba se entretenía haciéndolo bailar disparando a sus pies. 




Taberna Sociable Inn, local donde se supone cometía sus crimenes. 

Al finalizar La Prohibición, el negocio de Joe se vino abajo, pero, aprovechando sus conocimientos en el negocio del licor decide abrir una cantina. Así es como, tras comprar un terreno a la orilla de la carretera a las afueras de Elmendorf, construye una taberna con dos habitaciones en la parte de atrás, la bautiza con el nombre de Sociable Inn. El lugar no es mas que una habitación grande con mesas y un piano en donde los parroquianos pueden beber y ocasionalmente disfrutar de una pelea de gallos. 

Aun cuando el negocio parece ir bien, Joe siente que debe de contar con alguna atracción que haga llegar más clientes así que construye, en la parte trasera de la taberna, un pequeño lago artificial rodeado con una reja de tres metros de altura en donde pone cinco caimanes vivos, uno grande y cuatro más pequeños. 

El éxito es inmediato y sus nuevas mascotas atraen a muchos nuevos clientes. Los Sábados son especialmente concurridos ya que ese día Joe tiene un "show" especial que consiste en alimentar a los caimanes con algún mapache, perro, gato o cualquier otro animal vivo del que pueda echar mano.
 

Además de los caimanes, el éxito de la taberna está en que Joe siempre se las arregla para contratar chicas jóvenes y guapas para atender a los parroquianos. Ninguna de las chicas parece quedarse demasiado tiempo pero él siempre lo explica diciendo que son chicas que van de paso buscando la manera de hacer un poco de dinero rápidamente.



Minnie Gotthardt, "Big Minnie". 

En 1934 Joe conoce a Minnie Gotthardt, una chica de 22 años de Seguin a quien apodan "Big Minnie". A pesar de que ella no agrada a la mayoría de sus clientes, Joe comienza una relación con ella y juntos atienden el Sociable Inn durante los siguientes tres años. Los problemas comienzan cuando Joe se enamora de una de sus meseras más jóvenes, Dolores "Buddy" Goodwin. La cosas se complicaron aun más en 1937 cuando entra a trabajar a la taberna Hazel "Schatzie" Brown, una guapa chica de 22 años que de inmediato comienza a recibir las atenciones de Joe.

En el verano de 1937 el problema de Joe se soluciona parcialmente al salir de escena Big Minnie, según explica a amigos y familiares de la mujer, Minnie decide dejar el pueblo tras dar a luz a un bebé de color. 

Algunos meses más tarde Joe se casa con Dolores a quién confía que no es verdad que Minnie huyera, según le cuenta, la verdad es que él la llevó a una playa cercana, le disparó en la cabeza y la enterró en la arena. Ella no le cree y el asunto no se vuelve a tratar entre ellos. 

En enero de 1938 Dolores se ve envuelta en un accidente automovilístico que casi le cuesta la vida, como resultado le es amputado el brazo izquierdo. Rápidamente comienzan a correr rumores de que la verdad es que uno de los caimanes de Joe le había arrancado el brazo. Independientemente de cual haya sido la verdad, Dolores desapareció misteriosamente el siguiente abril y no demasiado tiempo después Hazel también. 

Quizá las mujeres no fueran muy fieles a Joe ni él a ellas, pero ese no era el caso con sus caimanes. Según se cuenta, cuando un vecino reclamó a Joe por el fuerte olor a carne podrida del alimento de sus mascotas, Joe tomó una escopeta y le sugirió que no se metiera en asuntos que no eran de su competencia a menos que quisiera terminar como alimento él mismo. El vecino decidió cambiarse a otro pueblo. 


Hazel "Schatzie" Brown. 

El negocio de Joe parecía ir viento en popa no obstante la continua desaparición de sus ayudantes, pero a mediados de 1938 la familia de Minnie comenzó a hacer preguntas de nuevo al no poder localizarla a pesar de los esfuerzos de la oficina del Sheriff del condado de Bexar. Como Joe había sido su último amante y patrón conocido fue interrogado en varias ocasiones, sin embargo, sin evidencias de algún crimen, tuvieron que dejarlo en paz. 

Algunos meses más tarde, los familiares de otra chica desaparecida, Julia Turner de 23 años, acudieron a la policía. Como Julia también había sido empleada de Joe nuevamente la policía lo interrogó, el les dijo que al parecer la chica había tenido algunos problemas locales y había decidido marcharse del pueblo. 

Las investigaciones de la policía concluyeron que ella no había regresado al departamento que compartía con otra chica, su ropa y efectos personales aun estaban ahí, los investigadores regresaron a la taberna e interrogaron de nuevo a Joe. Esta vez el "recordó" que la chica estaba realmente desesperada y él le había prestado quinientos dólares ya que ella ni siquiera quería regresar a su departamento. 

Durante los meses siguientes dos chicas más, empleadas de Joe, desaparecieron. Los ayudantes del sheriff interrogaron a Joe durante horas pero no lograron sacarlo de su posición inocente; las chicas habían dejado el pueblo, él no sabía nada más. Al no tener alguna prueba contra él, de nuevo tuvieron que dejarlo ir. 

El 23 de septiembre de 1938 la suerte de Joe comenzó a decaer. Un viejo vecino de Joe declaró a la policía que lo había visto cortando pedazos de carne humana para alimentar a sus caimanes. Mientras la policía decidía que acción tomar, un méxico-americano pidió ayuda al alguacil de condado de Bexar, John Gray, sobre un barril "con olor a muerto" que Joe había dejado tras el granero de su hermana. A la mañana siguiente los alguaciles John Gray y John Klevenhagen fueron a investigar pero el barril había desaparecido. De nuevo decidieron visitar a Joe. 




Poseía unos caimanes a los que se supone alimentaba con sus víctimas. 

Cuando Gray y Klevenhagen llegaron al Sociable Inn informaron a Ball que lo iban a llevar a San Antonio para interrogarlo, Joe accedió y pidió permiso para cerrar apropiadamente el establecimiento, ellos accedieron. Joe tomó una cerveza y la dejó caer, se acercó a la caja registradora y oprimió la tecla "NO SALE" (Sin Venta), cuando el cajón de la registradora se abrió tomó de él un revolver colt calibre 45 y tras colocárselo contra el pecho jaló del gatillo ante la impotencia de los agentes. El disparo fue mortal. 

Alguaciles de toda la región convergieron en la taberna para la investigación, tras encontrar carne en estado de putrefacción en el lago de los caimanes y un hacha cubierta con sangre y pelo desarrollaron la teoría de que Joe descuartizaba a sus víctimas y alimentaba con ellas a sus mascotas. 

Las investigaciones concluyeron que solamente Clifton Wheeler podría haber ayudado a Joe en estas espeluznantes tareas, así que Wheeler fue detenido y llevado a San Antonio para su interrogatorio. 

Al principio Wheeler negó tener conocimiento alguno de las acciones de Joe, pero tras todo un día de preguntas finalmente aceptó colaborar. Explicó a los agentes que Hazel Brown, una de las chicas de Joe se había enamorado de otro hombre y estaba planeando irse para comenzar una nueva vida. La noticia y el que ella lo acusara de haber asesinado a Minnie hicieron que Joe perdiera los estribos y la matara. Para poder corroborar el hecho le pidieron que les mostrara en donde estaba enterrado el cuerpo. 
Al día siguiente Wheeler los condujo a un sitio apartado, a unas tres millas de pueblo, cerca del río San Antonio. Ahí comenzó a cavar en un sitio en que la tierra estaba medio suelta y poco después descubrieron dos brazos, dos piernas y un torso en avanzado estado de putrefacción, cuando le preguntaron por la cabeza el señaló los restos de una hoguera. Entre las cenizas se encontraron una mandíbula, algunos dientes y pedazos de un cráneo humano. 


Las pruebas que se supuso en su momento serían incriminatorias. 

Wheeler les contó que una noche, tras haber estado bebiendo copiosamente, Joe le había ordenado traer algunas cobijas y una lata de alcohol, después habían recogido del granero de su hermana un barril de 55 galones y en el auto de Joe lo habían llevado hasta el río. Una vez ahí Joe lo había obligado, a punta de pistola, a cavar una fosa y cuando abrieron el barril dentro estaba el cadáver de Hazel. Siempre bajo amenazas, lo había obligado a ayudarlo a desmembrar el cadáver. Una vez enterrado este Ball arrojó la cabeza de Hazel a la fogata. 

Cuando lo interrogaron sobre Minnie Gotthardt, dijo que Joe la había llevado a Ingleside, cerca de Corpus Cristi, donde después de beber en cantidad, le había pegado un balazo en la cabeza. Joe la mató porque descubrió que estaba embarazada y no quería que esto interfiriera en su relación con Dolores. Ambos la enterraron en la arena.

El 14 de octubre de 1938 fue encontrado el cuerpo de Minnie donde Wheeler había dicho que estaría. 

Cuando fue interrogado sobre la desaparición de las otras chicas negó saber algo al respecto. Wheeler se declaró culpable de complicidad bajo amenazas y fue condenado a dos años de prisión. 

Entre las cosas que se encontraron el la taberna de Joe estaba un álbum con fotografías de docenas de mujeres, nunca se comprobó que Ball las hubiera conocido realmente, pero según el alguacil J. W. Davis podría ser la pista de varios otros asesinatos.

En cuanto a Dolores, fue localizada varios meses más tarde en California, a donde había huido para comenzar una nueva vida. También fue encontrada en Phoenix, Arizona, otra de las chicas supuestamente desaparecidas. Los caimanes de Joe terminaron en el zoológico de San Antonio. 

Las investigaciones concluyeron que la sangre y pelo encontrados en el hacha tomada de la taberna de Joe no eran humanos, pero muchas de las chicas desaparecidas jamás fueron localizadas. En 1957 Dolores declaró en una entrevista con el periódico San Antonio Light que Joe Ball era un hombre dulce y cariñoso que jamás haría daño a nadie que no le obligara a ello, además dijo, que Joe había alimentado a sus caimanes con carne humana... La duda quedará por siempre... 
 
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