Capitulo XVII
De Ana al código azul
Cortocircuito
Tras la partida de Nievas, la llegada del fiscal Luis Villalba a la causa del violador serial estaba
condenada a fracasar aun antes de que comenzase a trabajar en ella.
Independientemente de los acontecimientos que desencadenaron el alejamiento
final, la principal razón por la que Villalba no podía hacerse cargo de esa
investigación radicaba en que estaba mucho más preocupado por otra cosa. Tenía
a su cargo el caso Maders (el asesinato de un dirigente radical
ocurrido en el año 1991, cuando en Córdoba gobernaba Eduardo César Angeloz).
Así fue, según se comentó siempre
en Tribunales II, que Villalba puso el grito en el cielo cuando
después del alejamiento de Nievas, todas las causas que tenía en sus manos el evangelista recayeron
en él.
Sin tiempo de patalear o hacer un
planteo formal, Villalba fue rápidamente víctima del
ritmo que llevaba Sajen y apenas unas horas después de
su designación, tuvo la primera noticia del delincuente sexual. Fue en la tarde
del 18 de agosto de 2004, cuando personal del distrito 3 de la Policía detuvo
en las cercanías de la Ciudad
Universitaria (a
metros del colegio Deán Funes) a un joven de rasgos norteños vestido de
guardapolvo que llevaba en un pequeño maletín vaselina y preservativos.
El primero en conocer sobre la detención fue el comisario Vargas, que llegó a la comisaría donde el hombre estaba detenido después
de que la noticia se conociera a través de Radio Universidad y cuando un canal de televisión
y un diario ya se habían instalado en la puerta del distrito a la espera de
información. "No sé nada. Puede ser pero no vamos a dar ningún
nombre, ni precisión hasta que no sepamos más. No queremos otro Camargo", alcanzó a decirle a los
periodistas antes de entablarse en una fuerte discusión a través del celular
con el nuevo fiscal. El detenido, de unos 40 años, debió pasar una noche en la
comisaría hasta que al día siguiente se demostró que Vargas tenía razón y fue dejado en libertad. Al final de cuentas,
aquella detención sólo sirvió para sumarlo a la larga lista de "portadores
de cara".
En los días siguientes, mientras Villalba intentaba ponerse al día con la
instrucción (así se denomina a la etapa de investigación y recopilación de datos de
una causa), programando, a la par de la Dirección Investigaciones Criminales de la Policía, una serie de estrategias para buscar al serial en los lugares
donde atacaba, se produjo el hecho que desencadenaría a la larga la resolución
del caso: en la madrugada del domingo 29 de agosto de 2004, como ya fue
relatado en detalle al comienzo de este libro, la persona que luego todos
conoceríamos como Ana, fue víctima
del serial.
Su trascendencia pública no se logró a través de los diarios como
se cree, ni a través del e-mail que se difundió después, sino por medio de una
entrevista televisiva que Damián
Carreras, un inquieto periodista de Teleocho
Noticias, consiguió y difundió días después del ataque.
"Estaba trabajando en el tema desde hacía unos días
hasta que finalmente me contactaron y la nota se hizo realidad. Habíamos
acordado un seudónimo pero creo que cuando la presentamos al aire simplemente
dijimos que era una víctima. Para mí esa nota fue la que, a la larga,
desencadenó el final del violador", asegura Damián.
La misma Ana y sus dos amigas (María y Julieta) le contaron a esta
investigación que la decisión de hablar con los medios se fue gestando desde el
mismo día en que juntas fueron al precinto a hacer la denuncia de lo que le
había pasado a la primera y las atendió un sumariante que, ante el anuncio de
lo que iban a denunciar, señaló: "¡Otra más
del serial!". Ese
día Ana fue invitada a pasar a un cuarto cerrado donde "un
animal" le preguntó a esa estudiante de 20 años: "¿Se la
chupaste?"
"En la unidad judicial le dijeron que describiera el
lugar pero le anunciaron que ya sabían dónde era, porque el tipo había violado
muchas veces ahí. Además, la tuvieron cinco horas hasta llevarla a Medicina
Forense donde no había ninguna mujer para atenderla y tuvo que soportar que un
tipo le hiciera un hisopado vaginal. Terminamos a las 7 de la mañana", recuerda María, una de las amigas de Ana.
Según cuentan las chicas, todas esas desidias juntas las fueron
impulsando a hacer aquella nota que finalmente salió al aire el jueves
siguiente. En la entrevista, Ana fue filmada de espaldas y dejó
entrever por primera vez algunas de las cosas que luego daría a conocer a
través del e-mail que circuló por todas las casillas de correo electrónico de Córdoba y el país. "Yo viví 12 años en Córdoba y les puedo asegurar que
ese tipo es cordobés", afirmó Ana antes de indicar que el
atacante la había amenazado con "cortarla toda" y que en el
trayecto de 15 cuadras que le había hecho caminar no había llegado a ver
"ni una sola camioneta del CAP". Finalmente en aquella entrevista llegaría la afirmación
más polémica cuando Ana dijo que por la forma de
tratarla y revisarla, pensaba que el atacante podía ser un policía.
Auditoría
La frase sonó como una bomba en la Departamento de Prensa de la Policía. En esas oficinas ubicadas en
la planta baja de Jefatura, un grupo de uniformados especialistas en medios se
encarga de leer, escuchar y ver todo lo que trasciende desde los medios de
comunicación en referencia a la seguridad para hacérselo llegar más tarde al
jefe de Policía.
Aunque estos policías también tienen la función de ayudar a los
periodistas otorgando información sobre los acontecimientos del día (normalmente
y por orden de sus jefes se concentran en difundir hechos que llaman
"positivos" y que se refieren a operativos, allanamientos y
detenciones de pequeños delincuentes), aquella función de "k" qué dicen, hacen y opinan los
periodistas a través de sus medios es la más útil para adentro de la fuerza,
que de esa manera puede percibir cuál es el humor social que existe en la calle
en torno a la seguridad.
En esas oficinas los tres televisores de la sala estaban encendidos
en los diferentes canales, que lanzaron una piedra que tocaría suelo mucho
tiempo después.
Cuando la joven oficial que tenía a su cargo atender lo que pasaba
en Teleocho, escuchó a Ana, se levantó de la silla y se
dirigió caminando hasta donde se encontraba la videograbadora. Estaba conmovida
por el relato, pero no dudaba que los dichos de Ana también tenían que ver con su
trabajo, así que apenas comenzó la pausa detuvo la grabadora, rebobinó la
cinta, y reprodujo la entrevista para salir de toda duda. Cuando confirmó los
dichos de Ana, se dirigió al teléfono y marcó
el interno 1-7008, el teléfono del
jefe de prensa de la Policía de Córdoba, Daniel
Rivello.
-¿Queeé? -exclamó Rivello, quien posee la fantástica
cualidad de saber poner siempre, y ante todo periodista, la exacta cara de
desconocimiento en referencia a todo hecho por el que se lo consulte, pese a
estar al tanto de la mayoría de las cosas que pasan dentro de la Policía.
-Sí, Daniel, como te digo -respondió la oficial- Es la última víctima y dice que el tipo que
la violó puede haber sido un policía. Además, el periodista repitió la misma
sospecha cuando volvió al piso después de la entrevista -contestó la
escribiente.
-Lo tenés todo, ¿no?
-Sí. Está grabado y lo tengo que escribir en la computadora nomás.
-Bueno. Preparalo porque eso tiene que estar en la
mesa del jefe cuanto antes.
Era jueves y puede decirse que
fue un día revelador para el entonces jefe de Policía, Jorge Rodríguez, quien cuando recibió a Rivello en su inmensa oficina del tercer piso de Jefatura con el casete,
alcanzó quizá por primera vez, a dimensionar el grado de problemas que la causa
del violador -por ese entonces las denuncias ya habían superado las 60 víctimas-
podía causarle.
Al ver la entrevista, Rodríguez contuvo el aliento y se dio cuenta
de que este hecho iba a ser utilizado rápidamente por los medios para sumarlo a
la "ola de inseguridad". Entonces se decidió a actuar, como
fue una constante a lo largo de toda su gestión, a destiempo.
Mientras aquella reunión se concretaba, el fiscal Villalba preparaba un secreto operativo que tenía como objetivo apostar
personal de civil (cuidadosamente camuflado) en algunos lugares específicos de Nueva Córdoba donde había atacado el serial. Todo se
centraba en la hipótesis de que el violador era el mozo de un bar de ese barrio
al que tenían que agarrar en el momento en que intentara violar a alguien.
El fiscal (que
trabajaba con sus propios investigadores) había ordenado que policías
de civil se instalaran en aquellos lugares estratégicos apoyados por personal
fuertemente armado que, a bordo de dos automóviles aportados a la causa por el Tribunal Superior de Justicia,
sirvieran de nexo entre unos y otros. "El
objetivo - asegura
una fuente de esa fiscalía- era, más
allá de la posibilidad de atraparlo esa noche, comenzar a hacer un trabajo
serio de inteligencia que nos permitiese llegar al serial fuera o no la
persona de la que sospechábamos".
La idea de actuar del jefe de
Policía y la idea de actuar del fiscal iban a chocar ese mismo día, produciendo
otro espectacular Blooper, que demuestra el escaso diálogo y la nula confianza
que Policía y Justicia de Córdoba tienen entre sí.
Pero la serie de errores (provocados
por el miedo a Ana) no iba a ser iniciada en aquel ámbito, sino por la
Municipalidad, que, a raíz de una orden del intendente Luis Juez y sin consultar a los investigadores sobre la
conveniencia o no de hacerlo, tapió con ladrillos el ingreso al sendero de los Molinos Minetti, donde el serial había obligado a caminar a
Ana, antes de violarla.
Al caer la noche del sábado 4 de
setiembre, mientras los policías de Villalba se escondían intentando pasar
inadvertidos, en la misma zona donde apenas seis días atrás Ana había caminado sin ver "a ningún policía", las
patrullas empezaron a salir de todos lados junto a decenas, cientos de policías
uniformados que parecían hormigas caminando por los Molinos, la terminal, Nueva Córdoba, la Ciudad
Universitaria y el Parque Sarmiento.
La orden había sido dada por el
propio jefe Jorge Rodríguez y ejecutada por su lugarteniente,
el entonces jefe de Operaciones
comisario mayor Miguel Bernabé
Martínez, quien
llevó adelante el "operativo saturación".
Esa noche se produjo el siguiente diálogo entre el fiscal y el
comisario mayor Nieto:
-Mayor, necesito que me liberen la zona. Estoy haciendo un operativo y
resulta que hay policías por todos lados.
-No podemos doctor. ¿Y si nos cometen una violación
quién es el responsable?
-Yo me responsabilizo.
-Lo que usted dice no tiene sentido. Lo hablo con el
jefe, pero si hay un nuevo hecho, la culpa va a ser nuestra.
Nieto habló con el jefe de Policía y Jorge
Rodríguez le confirmó
que eso era imposible, Nueva Córdoba debía estar saturada de
policías.
La conclusión fue simple: el intrépido Sajen no actuó ese día advertido por
los inusuales movimientos que veía en la zona; el comisario general Rodríguez durmió tranquilo y el fiscal Villalba, enojado (según algunos aprovechando esa
oportunidad para sacarse un problema de encima), pidió alejarse de la
causa.
La presión de los medios
Gustavo Vidal Lascano llegó a la Fiscalía General de la Provincia el 24 de junio de 2004, después
de una larga carrera en la Justicia
Federal. Su designación fue una carta fuerte de la administración De la Sota que necesitaba urgentemente instalar en ese sector clave en el
que la Justicia se mezcla con la política, a una persona de confianza que mostrara
capacidad de gestión.
En una lujosa oficina del primer
piso del viejo edificio de Tribunales I, ubicado sobre la calle Caseros, entre sillones, escritorios y archiveros de madera de comienzos
del siglo 20, el funcionario se reunió con los autores de este libro y,
después de cerrar una enorme puerta de madera labrada, se aprestó a hablar coinvirtiéndose
en el primer funcionario que no pidió que sus declaraciones se tomaran en off
the record.
De modos elegantes y voz suave,
el jefe de los fiscales que se pone feliz cada vez que La Voz del Interior publica una foto suya, asegura
que se enteró de la existencia de un violador serial gracias a los medios de
comunicación y no porque se lo informara su antecesor en el cargo, Carlos Baggini.
"Cuando asumí, no me reuní con Baggini porque él
estaba de viaje. Digamos que me fui poniendo al día a medida que pasaban los
días y que prácticamente debuté en mi función cuando fui a pedirle a Nievas que
se tomara unos días y él optó por renunciar".
"En aquel momento me decidí por Luis Villalba para
darle las causas de Nievas, porque era el más antiguo de los fiscales y el que
tenía la mayor experiencia. Creo que fue una de mis primeras designaciones. Sin
embargo, un día vino a mi oficina y dijo que estaba preocupado por los
operativos de la Policía y que quería hacerse a un lado. Me habló de falta de
coordinación y, aunque yo le di mi apoyo formal, había un problema de fondo que
eran las diferencias con el modus operandi de la Policía".
"Cuando se fue, quedé muy preocupado porque tenía que
desactivar la bomba que iba a estallar en los medios al día siguiente. Mi
miedo era que los titulares de los diarios iban a referirse a la causa del
serial diciendo que la investigación no tenía fiscal. Entonces, se me ocurrió la
idea de nombrar a los tres fiscales y funcionó, porque al día siguiente los
diarios en lugar de decir: 'La causa del serial no tiene fiscal', pusieron: "Un triunvirato de fiscales tiene
a su cargo la causa'".
Fue así como
Pedro Caballero, quien en la Justicia es conocido como
"un tipo práctico" llegó al caso, secundado por Maximiliano Hairabedian, un joven doctor en derecho y
autor de varios libros (hijo del mediático abogado y conductor
televisivo Carlos Hairabedian) y Juan
Manuel Ugarte, un tipo
con sapiencia, trayectoria y experiencias en casos penales.
El
derrumbe de una estrategia
Después del golpe de efecto que le permitió al fiscal general
"cambiar los títulos de los diarios", llegaba la hora de
trabajar y la realidad demostraba que la causa era un desastre.
Paralelamente, en esos días un grupo de chicas todavía sin nombre
(en
su mayoría amigas de Ana) comenzaba a organizar pequeñas movilizaciones para protestar
por la inseguridad que provocaba la existencia de un violador. La primera
marcha se concretó en setiembre, pero las cosas no cambiaban y el 15 de ese mes
se produjo otra violación que explotó en los medios de comunicación. El ataque
era llamativo porque no se había producido en la zona de siempre sino que el
delincuente se había desplazado más hacia el sur, violando en barrio San Vicente.
Esa noticia
se produjo en un contexto que vale la pena señalar para entender en su
totalidad el impacto de la misma. A lo largo del año 2004 el gobernador De la Sota encontró dentro del panorama político -entonces dominado por la imagen
positiva del presidente Néstor Kirchner- una pequeña veta por la cual
diferenciarse de los otros gobernantes y acercarse al único opositor que tenía
en ese tiempo el gobierno nacional: Carlos Blumberg (el padre de Axel, un joven que
fue víctima de un secuestro extorsivo y que finalmente fue asesinado).
Se trataba de mostrar a Córdoba como la provincia más segura
del país (aquí fueron detenidos los supuestos asesinos del hijo de Blumberg), en la que el único delincuente
peligroso y autor de todos los hechos importantes (Martín
Luzi) se
encontraba preso bajo siete llaves.
Los baluartes de esa imagen eran
dos personas muy cercanas al gobernador: el jefe de Policía (amigo
personal de De la Sota) y el ministro de Seguridad, Carlos Alessandri, un hombre fiel que después de
ser intendente de Embalse y diputado
nacional (presidió la comisión de Inteligencia), finalmente recayó en ese
ministerio.
Toda aquella estrategia funcionó
a la perfección, hasta que en la segunda quincena de setiembre se desató una
seguidilla de hechos delictivos que instalaron la sensación de que Córdoba sufría una ola de inseguridad.
Cuando esto ocurrió, el gobierno
provincial se apresuró a desmentirlo en un acto en el que el propio De la Sota terminó, muy a su pesar, protagonizando un verdadero Blooper (y
van...). Ocurrió el día 20 de ese mes, en un acto en la Sociedad Rural de Jesús María, cuando, mientras el gobernador hablaba de su "política
de seguridad", tres camionetas -pertenecientes a las personas que
habían ido a escucharlo- fueron robadas del estacionamiento.
Sin tiempo para reaccionar, el
Gobierno debió enfrentar al día siguiente su peor primavera ya que el 21 de
setiembre tres delincuentes que ingresaron a robar en una pizzería familiar de
barrio Jardín del Pilar, terminaron matando a Laura
Alfieri, su hijo Carlos y la tía de éste, Carmen Barrionuevo. El caso, que
conmovió por la crueldad de los delincuentes, fue rápidamente puesto en manos
del jefe de Homicidios, Rafael
Sosa, y del fiscal
Caballero, que días después volverían a trabajar juntos en la causa Serial.
Todo esto sucedía mientras estaba
de visita en Córdoba el ingeniero Blumberg, acompañado del asesor de una fundación norteamericana (el
Manhattan Institute) que llegó a calificar a los limpia vidrios de la
calle como "terroristas urbanos". Aunque en el interior de la Casa de
las Tejas las acciones de Blumberg eran objeto de bromas, su
presencia se leía como una especie de respuesta de De
la Sota al
presidente Kirchner, que a su vez
coqueteaba con el peor enemigo político del gobernador, el intendente Juez.
Mientras Blumberg elogiaba las políticas de
seguridad, los medios reflejaban que las calles de Córdoba eran inseguras y De la Sota se vio obligado a confirmar al frente de la Policía al comisario
general Jorge Rodríguez, acusando al mismo tiempo a los
periodistas de "irresponsables" por crear
"una falsa sensación de inseguridad".
La casualidad hizo que el día que De
la Sota hizo esta
declaración se cumpliera un mes del día en que Ana fuera violada salvajemente en
los Molinos Minetti sin que el gobernador tuviese todavía idea
de que eso ocurría a apenas 15 cuadras de la Casa de Gobierno.
Pero los hechos policiales se sucedían sin descanso y, apenas tres
días después de ese ataque, la Policía debió investigar la muerte de un hombre
que apareció asesinado en un baldío envuelto en una bolsa. Fue en ese clima que
el caso del serial se instaló cada vez con más fuerza y preocupación en la
opinión pública.
No le estaban yendo bien las cosas al comisario amigo de De la Sota, porque el martes 5 de octubre tres delincuentes asaltaron a su
hijo en su casa. Cuando los medios llegaron al lugar para saber qué pasaba, el
joven declaró que en Córdoba había mucha inseguridad.
Mientras eso pasaba, la edición digital de La Voz del Interior (La Voz on line) publicó
el texto completo de un correo electrónico que, luego se sabría, había sido
escrito por Ana. En los días siguientes los
diarios La Mañana y Día a Día reprodujeron el texto.
De repente,
todo Córdoba supo, gracias a esta chica de 20 años, que lo que le había pasado
a ella y, al menos, a otras 64 jóvenes más, ya no era un problema de pocos,
sino un problema de todos. Las palabras de Ana provocaron un terremoto que se
sintió, sobre todo, en la Casa de Gobierno.
Ana
Carta sobre el violador
(reproducida sin ningún tipo de modificación)
Hace tres
años decidí venir a estudiar a Córdoba...
con todo lo que eso implica dejar mi familia, mi lugar, mi casa, para hacer
realidad mi sueño de independizarme, de empezar a armar mi vida. Desde que
llegué siempre me manejé caminando para todos lados, total acá todo queda a dos
cuadras, nunca me pasó nada y siempre me confié de eso. Todos saben que Nueva Córdoba es una ciudad aparte de Córdoba, porque es seguro, porque
siempre hay gente en la calle, y más cuando hace calor (es increíble Nva. Cba.
en verano). El sábado 28 de agosto, la noche estaba bárbara y quedamos con
unas amigas en que salíamos a Mitre para hacerle la gamba a una de las chicas,
me bañé, me cambié, me pinté y salí caminando para la casa de las chicas como
a la una de la mañana.
Había un
montón de gente en la calle, la Estrada parecía una peatonal, así que en ningún
momento me dio miedo caminar sola. Caminando por Chacabuco (antes de llegar a
Obispo Oro bajando por la mano derecha) me di cuenta que venía alguien atrás
mío, un tipo, que en un momento me dice no sé qué cosa (no me acuerdo) y cuando
me quiero dar vuelta me dice que no le mire la cara porque me iba a cortar
entera. En ese momento no me di cuenta de lo que pasaba, me puso la mano en el
hombro como abrazándome y me dijo que en Oro íbamos a doblar a la derecha. Yo
estaba a 20 metros de la casa de mis amigas.
Doblamos
por Oro hasta Poeta Lugones y comenzamos a bajar. El tipo me dijo que no me
asustara, que no me iba a hacer nada, que lo único que quería era que lo
acompañe a la terminal para hacerlo zafar de la policía. Me dijo: "¿qué le
vas a decir a la policía si los encontramos?" y le dije: "que soy tu
novia pero si no me haces nada" y me dijo "si hubiera querido hacerte
algo te hubiera llevado para el Parque
Sarmiento"... Me preguntó cuanta plata tenía, le dije que diez pesos,
que se los llevara, que se llevara lo que quisiera (todo lo que tenía de valor
estaba en una carterita que tenía colgada del hombro), pero me dijo que no se
quería llevar nada, que lo acompañara hasta la terminal, que ahí me dejaba irme
y que me guardara esa plata para volverme en un remís.
Cuando
íbamos caminando (por Lugones) me preguntaba que barrio era ese, en qué barrio
vivía yo, si sabía llegar a la terminal, si estábamos muy lejos de ahí (como
haciéndose el desorientado para que me creyera que no era de acá). Siguió
preguntándome qué hacían mis viejos, cómo me llamaba, cuántos años tenía, y
todo el tiempo me decía que me tranquilizara, que caminara rápido porque estaba
apurado y se tenía que ir, y que 110 le mirara la cara (de hecho no se la-
miré). Cuando llegamos a una calle que se llama Transito Cáceres (que es por
donde suelo bajar yo para ir a la terminal) le dije que era por ahí, me dijo
"¿estás segura que es por acá?". Le dije que sí, pero él dijo «que
no, que mejor no íbamos a doblar, que íbamos a seguir derecho".
Cruzamos
al otro lado justo después de pasar el puente. Entre el boliche Lugones y el
puente hay unas escaleras que llevan a los viejos Molinos Minetti, el lugar está abandonado, es un baldío lleno de
basura que a esa hora (1 de la mañana) está totalmente desierto porque es muy
oscuro.
Me hizo
subir por las escaleras, para meterme en el baldío, mientras me decía que no
gritara porque ahí no me iba a escuchar nadie, y yo por miedo a que me
"cortara entera" o me matara me quedé piola. Me dijo que me iba a
revisar para ver si tenía más plata y si era así, me mataba. Me hizo sacarme el
sweater que tenía puesto y me lo puso en la cabeza. Después me hizo separar las
piernas y me palpó como te palpa la policía antes de entrar a un recital de
cualquier grupo de música, (siempre te palpan)...
Pero ese
«palpado» se convirtió en un manoseo y terminó en lo que éste enfermo quería:
violarme. Fue lo más denigrante, espantoso y humillante que me toco vivir en
mis 20 años de vida. La verdad es que después de eso pensé que me iba a matar.
Me dijo
que no lo denunciara por que la única que iba a pasar vergüenza era yo, porque
a él no lo iban a agarrar (me repitió mil veces que no lo denunciara). Me dijo
"acá no hay ningún enfermo", que no le dijera nada a nadie. Me
preguntó si me alcanzaban los 10 pesos para tomarme un remís (¿?), me dejo ir,
saliendo para la ruta 9, él se fue para el otro lado y yo en la ruta me tomé un
taxi para la casa de mis amigas que todavía me estaban esperando para salir.
Estaba histérica, no podía parar de llorar, no podía hablar, me quería bañar,
me sentía sucia, ultrajada... Les conté a mis amigas lo que me pasó y me
llevaron a la seccional de policía que está en la Buenos Aires antes de
llegar a Rondeau, dijimos lo que me había pasado y de ahí nos llevaron en una
camioneta a la central en la Colón. Me tuvieron un rato esperando y pasé a dar
la declaración con un tipo que estaba a cargo del caso. Ahí me dijeron que el
tipo que me agarró fue el violador serial que había "reaparecido".
Cuando me tomaron la declaración me preguntaron a dónde me había violado y el
policía me dijo "yo sé a dónde te llevó, pero contame vos"...
"no sos la primera chica a la que el violador lleva ahí, de hecho, hubo un
oficial parado en las escaleras de los viejos molinos desde las 19.30 hasta
las 23.30, y a esa hora se fue por que el violador siempre había atacado entre
esas horas" (como si no tuviera más ganas de violar después de las
once)...
Después me fui enterando de que el tipo está suelto hace
"DOS AÑOS", que ya violó más o menos a 30 chicas que han hecho la
denuncia (por que se piensa que en realidad es el doble, pero hay una mitad que
por miedo, asco o la razón que fuere no hace la denuncia).
Después de hacer la denuncia nos tuvieron sentados una hora
esperando a que apareciera algún móvil para trasladarnos a Policía Judicial para que en medicina forense me hicieran un
examen, y al final terminamos yendo en un auto todo baleado.
En medicina forense me atendió un médico (hombre) que me
hizo el examen (fue como si me violaran otra vez), y al final me dejaron irme a
mi casa. Al otro día hicimos el recorrido con la policía, me llevaron al lugar
para identificarlo y para ver si encontraban alguna prueba de algo (miraron
así no más y después nos fuimos). Al otro día hicimos el identikit con una
dibujante (lo hizo ella como le pareció porque yo al tipo no llegué a mirarlo),
hablé con una psicóloga, y ahí terminó el trabajo de la policía, pero me dieron
un par de datos interesantes, como por ejemplo que este tipo actúa a fines de
mes, en esa zona (por Chacabuco, Salguero, Paraná, Lugones), a esa hora (cuando
está más o menos oscuro).
El tipo debe haber medido 1.70 más o menos, morocho (de
pelo y piel), acento cordobés no muy marcado, pero cordobés al fin, parecía
gordo pero creo que en realidad era robusto más que gordo. LA POLICÍA SABÍA (Y
SABE HACE DOS AÑOS) QUE EL TIPO ACTÚA EN ESA ZONA, EN ESA FECHA DEL MES, A ESA
HORA, CON EL MISMO MODUS OPERANDIS, TIENEN EL PERFIL PSICOLÓGICO Y EL IDENTIKIT
EXACTO ECHO POR UNA PERSONA QUE LO VIÓ DE FRENTE Y NO LO AGARRAN...
Yo al principio pensé "son unos inoperantes",
pero me di cuenta de que en realidad hay algo más en todo esto. El violador
tiene algún tipo de protección, o maneja algún tipo de información, porque es
INSÓLITO y ABSURDO que después de dos años y tantos ataques no lo agarren.
Esto es
una especie de "cartita de la víctima", no para dar lástima ni mucho
menos, si no para que sepan que EL VIOLADOR SERIAL ESTÁ SUELTO Y LO VA A SEGUIR
ESTANDO POR QUE GOZA DE ALGÚN TIPO DE INMUNIDAD O PRIVILEGIO QUE HACE QUE LA
POLICÍA NO LO AGARRE.
Después
de atacarme violó a dos chicas más (ya no a fin de mes) e intentó atacar a otra
hace unos días. De más está aclarar o volver a mencionar que el tipo es policía
o funcionario público, algún tipo de cargo debe tener para que después de dos
años y más de una treintena de violaciones se nos siga riendo en la cara.
No es un
ataque personal, porque si bien me dio vuelta la vida, también lo hizo con mi
familia, con mis amigos y con la gente que conozco. Éste mail no tiene el fin
de que se pongan a quemar ruedas en la puerta de la legislatura o de la
central de policía, sino que estén alertas. Absolutamente todos, si bien las
mujeres somos las víctimas directas, los hombres que tienen amigas, novia, primas,
hermanas, hijas, etc. son víctimas secundarias.
NO ANDEN SOLAS, NO SE DESCUIDEN,
NO SE CONFIEN.
El tipo
está en Nueva Córdoba, está suelto,
actúa indiscretamente y lo va a seguir haciendo. Sabe exactamente lo que hace,
cómo hablarte, que decirte y como convencerte. NO tiene límites por que el organismo
que se supone que se los ponga (la policía), NO LO HACE.
No se
olviden que NO FUI LA PRIMERA NI LAMENTABLEMENTE LA ÚLTIMA.
Me
imagino que pensarán "¿porqué no saliste corriendo, te tiraste al piso,
gritaste, hiciste algo?", en ese momento no podés porque te bloqueás.
Siempre
creí que yo iba a poder reaccionar y no pude, pensé que nunca me podía pasar,
no te das cuenta de que te puede pasar hasta que te pasa.
Desde que
me violó que tengo sueños espantosos, todo el tiempo asustada, paranoica, con
miedo, sintiendo que todos los tipos que andan en la calle me pueden violar, o
hacerme algo, siempre con miedo, con el corazón en la mano y los nervios hechos
mierda por que la seguridad de Córdoba
y del país está destruida. No se confíen de los policías del CAP que lo único que hacen es buscar
problemas o hacerse los chetos en las camionetas, camionetas de las cuales, con
el violador agarrado de mi hombro y a lo largo de 12 cuadras no vi ni una, NI
UNA, hasta parece que le dejan el campo libre.
No se olviden que ese sábado estaba cantado que el tipo
atacaba (fin de mes, 1 de la mañana, sin vigilancia policial en los viejos
molinos ni en ninguna calle).
Lamentablemente la única forma que hay de agarrarlo al tipo
es con las manos en la masa, esto no lo digo únicamente yo sino mucha gente
entendida en el tema, por eso tenemos que estar preparadas y mentalizadas de
que si alguien nos llama de atrás, nos pone una mano en el hombro, o nos
agarra, la única forma de zafar es gritando, tirándote al piso, abrazando a
alguien que ande por ahí, metiéndote en un negocio o simplemente corriendo. No
te olvides que el tipo agarra a las víctimas en lugares públicos en donde si
reaccionas rápidamente no sólo te podes te escapar sino que lo pueden agarrar.
Con mis amigas estuvimos pensando en alguna forma de identificar
que a alguien le está pasando algo y es llevando un silbato en la mano, porque
a lo mejor el grito no te salga, pero soplar sí. La idea es llamar la atención
de las personas que estén por ahí.
No te expongas a que te pase, porque en media hora un enfermo
te puede dar vuelta la vida, no camines sola de noche, es preferible gastar
$2,50 en un remís, que el miedo para toda la vida a que te hagan algo.
No te quedes con este mail, no te olvides que le puede
pasar a alguna amiga, a tu prima, a tu hermana, a tu novia, a tu hija, A VOS.
Pasalo a todos tus contactos.
Si tenés algún dato para aportar o alguna sugerencia podes
escribir a: podemoshaceralgo@hotmail.com
Muchas gracias. La
revelación
Dicen los
que estuvieron con él en ese momento, que cuando terminó de leer el papel que
tenía en sus manos, no pudo contenerse y lloró. También dicen que nunca lo
aceptaría en público. Lo cierto es que a partir de ese momento supo que ese
problema insignificante al que no le había prestado atención desde que asumió,
podía costarle su carrera. Inmediatamente llamó a su secretaria para empezar
una serie de consultas con sus hombres de confianza.
-Hola. ¿Quién habla? -Te llama el gobernador.
-Ah, disculpe José,
no lo reconocí... dígame, estoy a sus órdenes.
-Mirá, estoy muy caliente. Los diarios publican la carta de una chica
que dice que la violaron en los Molinos Minetti. Te llamo para preguntarte si
eso puede ser cierto.
-¿A qué se refiere gobernador?
-Quiero saber si este tipo viola en los Molinos Minetti.
-¿Usted no lo sabe?
-No... Decime si es cierto.
-Sí, José. Por lo menos en seis casos está probado
que este tipo atacó en los Molinos...
-¡Pero la puta madre! ¡Entonces el hijo de puta este se nos está cagando
de risa! -vociferó José Manuel De
la Sota, antes de
saludar y cortar el teléfono.
El diálogo no pudo ser verificado
con el propio gobernador, ya que, pese a insistentes llamados efectuados a su
jefe de prensa, Mario Bartolacci, el gobernador nunca quiso
mantener un encuentro con nosotros. Sin embargo, algunos de los interlocutores
que hablaron con la máxima autoridad provincial ese día, lo confirmaron.
Siguiendo con esa rueda de consultas, a las 5 de la tarde el
teléfono que sonó fue el del fiscal general. El funcionario reconoció, en el
identificador de llamadas de su celular, el origen de la comunicación y se puso
serio.
-¿Hola?
-Hola Gustavo.
-Buen
día gobernador. ¿Cómo le va?
-Mal Necesito que te vengas para acá, tengo que
hablar con vos.
-Bueno. No hay problema. Ya estoy saliendo.
-Te espero en mi despacho.
"Cuando llegué, el gobernador me transmitió su
preocupación sobre el caso del serial. 'Esto es una causa de Estado', aseguró mientras me
preguntaba si era posible reunir a los tres fiscales en la Casa de Gobierno con
la idea de que ellos mismos sintieran su respaldo político a la investigación.
Le pregunté cuándo y me dijo: 'Ya mismo'", relata Vidal
Lascano, quien se
dispuso a llamar a los fiscales.
"No saben el apuro que pasé", recuerda ya relajado el
fiscal general, que aquella tarde no lograba dar con ninguno de los
funcionarios judiciales que apenas unos días antes había nombrado a cargo de la
investigación. Treinta minutos después logró encontrar a Hairabedian y los otros fueron ubicados en sus
domicilios.
Cuando llegó a la Justicia de Córdoba, hace 29 años, Juan Manuel
Ugarte era muy
diferente a esa persona seria, ubicada y siempre en foco que conocieron los
cordobeses en el año 2004. Inconformista y recto "hasta el cansancio",
el funcionario que conoce al dedillo todos los niveles de la Justicia Penal, no pudo evitar chocar a
lo largo de su carrera contra muchos en una institución más acostumbrada a los
"grises" que a los colores definidos que a él le gustan.
Por eso los memoriosos recuerdan
que en sus primeros años este abogado, que hoy tiene cinco hijos y está casado
en segundas nupcias con una jueza civil, era llamado "el Zurdito" por
algunos de sus compañeros.
Quizá así pueda explicarse por
qué, aquella tarde en que "las papas ardían", cuando los
tres fiscales ingresaron a hablar con el gobernador, Ugarte interrumpió a De la Sota mientras éste le daba la mano: "Estoy muy enojado con usted por lo que ha hecho con
el Consejo de la Magistratura...", le alcanzó a decir al gobernador, que, según dicen los
testigos, se echó hacia atrás, como intentando digerir lo que ocurría y
mordiéndose la lengua para no reaccionar.
Eran las 19 y los cuatro hombres
del Ministerio Público Fiscal estaban reunidos en el despacho de De la Sota con Alesandri y el jefe de Policía. La mesa de diálogo, que se extendió hasta la
noche, era presidida por De la Sota, quien con gesto adusto fue
informado de la necesidad de instaurar una línea de teléfonos 0800 y consultó a
los fiscales sobre si sería conveniente ofrecer una recompensa de 50 mil pesos
para quien aportara datos concretos sobre el serial.
La reunión se trasladó posteriormente a la sede de la Policía Judicial, en Duarte Quirós 650, donde el grupo de asistentes se incrementó con
la presencia del subjefe de Policía, Iban
Altamirano, algunos
miembros de la Judicial, como su director Gabriel
Pérez Barberá, y Federico
Storni, el
director del Centro de Investigación
Criminal.
Un hecho que vale la pena rescatar de aquella reunión hace
referencia a una de las tantas internas políticas que ensuciaron la causa del
serial y se evidenció cuando Pérez Barberá desplegó una serie de trabajos en los que se había sistematizado
cierta información recopilada por la Policía
Judicial sobre la
causa. Antes de escucharlo, Vidal Lascano (jefe directo de esa estructura y
del mismo Barberá) se retiró de la sala.
Otro episodio más elocuente muestra que hasta ese día el poder
político no sabía -ni le importaba- nada del asunto: antes de irse y después de
leer los trabajos realizados por el equipo de Barberá, el ministro Alesandri preguntó: "Muchachos... ¿qué necesitan para trabajar?"
y recibió una respuesta patética para una institución encargada de investigar
y ayudar a los fiscales a reunir pruebas para llegar a la Justicia: "Nos
haría falta una computadora -le dijeron-, así podríamos sistematizar todo
lo que tenemos".
Entonces, ese peronista "de sangre" que con orgullo
niega ser abogado y se muestra feliz de ser "un hombre de la calle"
se levantó, desconectó la computadora personal que había llevado a la reunión
y en un acto que quizá le hizo recordar a los desprendimientos de Eva Perón, le entregó el aparato a Federico Storni. "Tome, es suya", aseguró
mientras le regalaba al investigador esa sonrisa generosa que podría haberse
confundido con la que utilizaba años atrás, cuando era intendente de Embalse y personalmente entregaba
bolsones a los más humildes o cuando, durante el gobierno de Carlos Menem, ocupó la Gerencia de Empleo de Córdoba, que se encargaba de otorgar
subsidios o contactarse con los beneficiados de los planes Trabajar.
En aquella reunión, que se realizó en los primeros días de
octubre, cuando Sajen ya había violado a 64 chicas (a las
que habría que sumar a muchas que no lo denunciaron) el Estado
provincial acababa de reconocer que la causa del serial era un problema.
Todos separados para hacer lo mismo
La reacción del gobernador activó
la investigación, que comenzó a caminar por diferentes carriles y sin ningún
tipo de coordinación.
En la Policía de la Provincia,
bajo las órdenes del entonces subdirector de Investigaciones, Eduardo Rodríguez, y con la coordinación de Oscar Vargas, que pidió que afectaran a la
causa a su amigo y hombre de confianza Rafael
Sosa, se armó un
grupo de trabajo que casi se diría que empezó de cero ante una premisa aportada
por el propio Sosa: "Estamos ante una causa con decenas de víctimas pero sin
testigos. Salgamos a la calle para conseguirlos".
Por su parte, la Policía Judicial, particularmente el grupo de
detectives del Centro de Investigación Criminal comandado por Federico Storni, siguió recopilando en su estructura toda la
información que llegaba referida a nuevos ataques.
En tanto, los fiscales dividieron
su trabajo en tareas que, a la larga, marcarían su vinculación con la causa. Hairabedian (el más incómodo a la hora de trabajar en
equipo con los otros fiscales, según las fuentes consultadas) trabajó
concentrado en las cuestiones operativas iniciales, aprobando el seguimiento
de algunos sospechosos. Caballero (el que mejor relación mantenía
con la Policía Judicial y con la Policía de calle) se concentró en el chequeo
diario de los llamados al 0800 JUSTICIA,
que se habilitó para receptar denuncias. Finalmente, Ugarte (el más entusiasmado con la causa)
tenía a su cargo las entrevistas con las víctimas.
Los tres fiscales comisionaron a
la causa (se llama así cuando se afecta a un caso específico a investigadores)
a dos suboficiales de bajo rango que no son bien vistos en algunos ámbitos de
la Policía, pero sí son considerados excelentes por muchos fiscales de Córdoba. Se trata de Carlos Bergese y Rafael
Sáenz de Tejada, quienes a
partir de entonces se convirtieron en los hombres de confianza del fiscal Ugarte, junto con el secretario de
éste, José Lavaselli.
A partir de ese momento, la causa
del violador serial comenzó a caminar a la par de algunos anuncios mediáticos
realizados por el Gobierno, pero con un grave problema: no existía ningún tipo
de comunicación entre cada uno de estos investigadores (ni entre sus jefes), que
en muchos casos llegaron a trabajar prácticamente en lo mismo.
"Yo me encargué de peinar' Nueva Córdoba", cuenta Sosa refiriéndose a la serie de consultas que hizo en todo el barrio
para saber si alguien tenía alguna referencia sobre el delincuente sexual.
"Bergese y
Sáenz de Tejada hicieron un trabajo de hormiga rastrillando todo Nueva Córdoba
por orden del fiscal. Hablaron con todo el mundo", afirma una fuente
tribunalicia vinculada a Ugarte.
"Pusimos
a un detective nuestro a hablar con cada uno de los vecinos buscando saber algo
más sobre este tipo", asegura un vocero de la Policía
Judicial. En
realidad, las tres estructuras estaban haciendo exactamente el mismo trabajo,
pero como no confiaban en cómo lo podría hacer el otro ni había seguridad de
que toda la información recopilada iba a transmitirse, preferían gastar el
doble y el triple de energía antes que trabajar en equipo.
La imagen de los investigadores cruzándose entre sí (curiosamente
ninguno vio a los otros mientras trabajaba, así que también está en duda que
algunos hayan hecho el trabajo que se les ordenó) y preguntando lo
mismo en las mismas cuadras de Nueva Córdoba sería graciosa, si no fuera,
ante todo, patética.
Pudieron hacer mucho
Mientras estas contradicciones
dominaban la causa, el grupo de amigas de Ana (al que se sumó el de amigas de Milena y de otras víctimas) daba forma a "Podemos Hacer Algo".
"Contactamos a través de Victoria -amiga de una víctima- que estudiaba
abogacía, a una amiga de ella que hacía poco se había recibido. La chica se
llama Dolores Frías, pero como le faltaba experiencia nos contactó con Carlos Krauth, un docente
universitario, especialista en derecho penal que a la larga se terminó convirtiendo
en el asesor legal de la organización", recuerda María.
Krauth conoció a las chicas una noche de ese mes de octubre, cuando lo
convocaron a un departamento en el que, según pudo saber esta investigación, no
había ninguna persona mayor.
Allí, ese abogado gordito y
retacón que a la larga terminaría seduciendo con su soltura para manejarse en
situaciones difíciles al mismo Gobierno de la provincia de Córdoba, supo que estas chicas estaban solas y se hizo cargo de la
difícil tarea de representarlas.
(Hasta
el día de hoy muchos funcionarios agradecen que haya sido Krauth el abogado querellante de las
víctimas -finalmente
lo sería sólo de una: Milena- porque cualquier otro, a
diferencia de él que siempre mantuvo una excelente relación con los
investigadores, podría haber utilizado a las chicas políticamente). En
esas charlas iniciales se barajó la idea de promover una organización civil o
una ONG, donde todas pudiesen
aglutinarse.
Fueron días muy intensos para esas chicas de entre 20 y 23 años,
que a medida que se movían despertaban el terror de los políticos y, al mismo
tiempo, los obligaban a actuar. Lograron primero que por una resolución del
fiscal general, la Policía Judicial se viera obligada a contratar a
médicas mujeres (como no las había se firmó un convenio con el Ministerio de Salud de
la Provincia) y sumariantes de ese sexo para que las víctimas de
violaciones no tuvieran que volver a revivir el horror ante sumariantes
hombres, maleducados, inexpertos y llenos de prejuicios.
En ese marco
se produjo la primera marcha importante de la organización Podemos Hacer Algo
en la que el ministro Alesandri mantuvo un duro enfrentamiento
con las jóvenes.
El
código azul del ADN
Corrían los primeros días de octubre y mientras Podemos Hacer
Algo comenzaba a tomar forma, Córdoba era un polvorín porque "la
provincia más segura del país" estaba llena de delincuentes y la
institución encargada de detenerlos (la
Policía) estaba sospechada de contener en sus filas al violador serial.
Así fue que en el marco de la larga historia de cerebros puestos a
favor del golpe de efecto antes que de la búsqueda de políticas a largo plazo,
un funcionario del Gobierno tuvo la fantástica idea de desviar la atención de
la prensa desde la causa del serial hacia otro lado.
Entonces, en una reunión realizada en la Jefatura de Policía, el ministro Alesandri anunció lo increíble. En lugar de decir que se iba a investigar a
aquellos policías que pudiesen ser vinculados en base a hipótesis serias al
violador o de lanzar una investigación interna al respecto, la mejor idea que
tuvieron fue la de poner a todos los uniformados bajo sospecha y realizarles
análisis de ADN para descartar la posibilidad de
que fueran el serial.
"La
Policía jamás debe estar sospechada", se aseguró en aquella reunión, después de poner bajo
sospecha a los 7.000 policías que ahora estaban obligados a hacerse un examen
de ADN para probar su inocencia.
Se trató de una puesta en escena más en la que el primer actor (sospechoso) que debió mostrar su inocencia fue el propio jefe de Policía, que
convocó a todos los medios de comunicación a la Agencia Córdoba Ciencia (donde
funciona el laboratorio del Ceprocor) para que lo vieran sacarse sangre
sin desmayarse. La actitud fue explicada como "un ejemplo" hacia
sus subordinados que, sin embargo, en los días siguientes se negarían en
muchos casos a someterse a esos análisis.
El comisario mayor Pablo Nieto confiesa que paralelamente a
estos anuncios la Policía sospechaba seriamente que el violador podía ser un
miembro de sus filas y por ello se vio obligada a comprar equipos de
comunicación encriptados que fueron distribuidos exclusivamente entre los
integrantes de la investigación. La particularidad de estos equipos es que su
señal no puede ser utilizada o interferida por cualquier otro aparato.
Estas
sospechas, más la existencia de la recompensa, promovieron la aparición de
cazarrecompensas de dudosa trayectoria policial, que se involucraron en la
investigación anunciando -en todos los casos sin elementos-
que iban a llegar al violador, antes que la Policía.
A
Tribunales II, de visita
-¡Ey! Marcelo, ¿qué me
decís del violador serial? Qué
pedazo de hijo de puta, ¿no? ¿Será cana? -pregunta uno de los amigos que
está parado en la esquina.
-Qué sé yo... parece raro, pero... El guaso las
bolacea (les
habla y las envuelve con su palabra), andá a saber. Para mí que las minas se dejan y
después denuncian... Ayer la Zulma me decía que le da asco, que son criaturas... -Y
vos negro, ¿qué pensás?
-Nada, qué voy a pensar. Que tiene
que ser un cana, si no es imposible.
-Puede ser -dice Marcelo- podés creer que ayer mismo me pararon para
controlarme el auto de nuevo. Es la tercera vez en diez días, me tienen las
pelotas llenas esos cagones y además, ¿realmente se creen que soy tan boludo
como para andar regalado para que ellos me agarren? En lugar de andar rompiéndome
las bolas que lo agarren al serial.
-Para mí que el violador sos vos Marcelo, sos el que mejor se mueve en Nueva Córdoba, no te andarás entreteniendo con
otras cosas antes del levante de autos, ¿no?
-Ma' sí, soy yo. El violador serial soy yo. A las
pendejas me las estoy cogiendo yo... ¿y qué?
Los cuatro se miran, Marcelo sonríe y todo el grupo estalla
en una carcajada justo en el momento en que pasa una camioneta del CAP y después de hacer unos 40 metros clava los frenos, da una vuelta
en "u" y vuelve sobre sus
pasos hacia donde está la reunión. Antes de bajar, el policía que está al lado
del acompañante, toma la radio y avisa dónde está. Después abre la puerta y
empieza a hablar
-Bueno... a ver vos... ¿en qué andás? -pregunta el uniformado
mirando a Marcelo
-Y a vos qué carajo
te importa -responde
éste en actitud desafiante.
El policía, que no ha quitado la mano de su cintura donde tiene la
pistola 9 milímetros, se da cuenta de que es momento de hacer valer su
autoridad y vocifera:
-Bueno, bueno. Los cuatro contra la pared, rápido y callados.
-¡Pero qué te pasa si no estamos haciendo nada!
-Contra la pared y denme los documentos que vamos a tomar nota de
quiénes son.
El episodio ocurrió en barrio General
Urquiza en octubre
del año 2004. Los cuatro hombres eran vecinos y estaban charlando en una
esquina sobre la calle Tristán Narvaja. Uno de ellos era Marcelo Sajen.
Cuando la Policía vio su documento, quiso llevárselo por una supuesta
orden de detención a raíz de un robo de automotor. Sajen se resistió, diciendo que no
tenían ninguna orden, pero los policías no le devolvieron el documento y le
dijeron que lo fuera a buscar al precinto 10 de la calle Asturias. Parte de este episodio fue presenciado por unas de las hijas de Sajen y, cuando Zulma se enteró de esto, fue
personalmente a buscar el DNI de su
marido y lo recuperó.
Puede parecer perdida, pero está
claro que detrás de aquella cara de confusión que sabe utilizar, hay una
persona inteligente a la que nada se le escapa.
Así es Zulma, la mujer de Marcelo Sajen que en octubre de 2004, cuando
se enteró por su yerno de que la Policía había intentado detener a su marido
en la vía pública, decidió que no iba a dejar que eso siguiera ocurriendo.
"A Marcelo siempre lo
molestaron porque creían que sus autos eran robados, pero eso era mentira, si
yo misma hacía los trámites en los registros. Por eso en octubre cuando lo
intentaron detener yo me di cuenta de que ahí había algo raro", cuenta la mujer y agrega
que habló con Marcelo y lo acompañó hasta el estudio
del abogado Manuel Juncos, para
asesorarse.
"La Policía siempre lo buscaba y él no era de dejarse
llevar",
asegura Zulma antes de afirmar que Marcelo no tuvo problemas en ir a Tribunales
II (donde
todo el mundo hablaba del violador serial) para gestionar un hábeas corpus (constancia de que no había causas
en su contra) firmado por la jueza Ana María Lucero Ofredi.
Y así fue, temerariamente el miércoles 13 de octubre de 2004, Marcelo visitó Tribunales II y en el Juzgado de Control N° 1 gestionó el certificado. Desafiando a toda
la Justicia de Córdoba, se retiró sin que nadie lo
viera siquiera parecido a ese identikit de un boliviano que por entonces se difundía
hasta el cansancio en toda la ciudad.
Los alemanes
Con la causa de nuevo en movimiento y ya instalada como una
prioridad en los medios de comunicación, comenzaron a llegar a Córdoba representantes de policías de otros países. Un miembro del FBI (Oficina Federal de Investigaciones de Estados Unidos) se limitó a hacer un par de
precisiones que a la larga no tenían demasiada diferencia con lo que estaba
haciendo la Policía. "Los israelíes", como llamaban
los cordobeses a los integrantes de la policía de ese país que pasaron sin pena
ni gloria por Córdoba, sólo tenían en su haber la
detención de un atacante serial que había sido detenido en flagrancia (mientras
cometía el hecho) y llegaron a insinuarle al fiscal Vidal Lascano que en nuestro país era muy difícil trabajar
"con tantas garantías constitucionales".
Finalmente, quienes también vinieron fueron dos representantes de
la BKA (la Bundeskriminalamt),
que no es otra cosa que la Policía
Federal Alemana. Vick Jens y Michael Schu llegaron a Córdoba luego de que un director de la institución para la que trabajan
se contactó -a través de la embajada- con un miembro del Tribunal Superior de Justicia de la
Provincia.
El trabajo de estos profesionales -ambos participaron en la
identificación de la denominada "Pista Hamburgo" que permitió las
primeras detenciones posteriores al atentado de Al Qaeda que derribó el 11 de Setiembre de 2001 las Torres Gemelas en
Nueva York- fue el que
más aportó a la causa, pese a que lamentablemente se realizó tarde y a que por
celos de las otras instituciones, no fue debidamente aprovechado.
La experiencia de los alemanes tenía un objetivo principal: la
puesta en práctica de una teoría cuya traducción al castellano sería "Comportamiento
geográfico de los ofensores desconocidos en delitos de violencia sexual"
y que consiste en evaluar el comportamiento geográfico (los lugares de ataque) de
los delincuentes sexuales y en la elaboración de un perfil del depravado
mediante un análisis operativo de los casos.
La teoría original, a la que esta investigación tuvo acceso vía
Internet, fue aplicada casi exactamente en la provincia de Córdoba por dos razones diferentes: primero, la intención de los extranjeros
de colaborar con la investigación que se llevaba adelante en Córdoba y segundo, el deseo de los alemanes de saber si la teoría europea
era aplicable en un país de Latinoamérica.
Sin pisar barrio Colón ni General
Urquiza y apenas
oliendo el aroma del smog del centro de la ciudad, Jens y Schu se
encerraron (tal como el método lo requiere) en un departamento durante una
semana con cinco representantes de la Policía
Judicial (César
Fortete, Javier Chilo, Raquel Ibarra, Julio Crembil y María Daniela Buteler), todos juntos, y mediante un
método de trabajo en equipo analizaron caso por caso los ataques del violador
serial y llegaron a una serie de conclusiones que permitieron hacer un patrón
de la conducta geográfica del autor, de su conducta verbal y una pequeña
descripción del atacante.
En "la carpeta de los alemanes",
como se la llamó en Córdoba a partir de que comenzaron a
conocerse sus resultados, también se aportaban especulaciones sobre la
capacidad planificadora del violador serial, sus posibles antecedentes penales,
su movilidad y sus costumbres.
Finalmente, otorgaba dos conclusiones que podrían entenderse como
sugerencias para los actores de la investigación. Primero, la disolución del
triunvirato de fiscales, por considerar que la existencia de muchos líderes
podía entorpecer la investigación. Después, la promoción de una campaña de
prensa que informara a la población sobre el caso y que al mismo tiempo
permitiese contar con el apoyo de la comunidad para atrapar al delincuente.
El trabajo, que aportó una sistematización de los hechos ocurridos
entre los años 2002 y 2004, inexistente hasta el momento, tenía, además, otro
aporte interesante: la determinación de un sector -que los alemanes denominan
"Zona Anclaje"- dentro del cual el delincuente sexual tenía
su base de operaciones. Ese sector fue determinado como un cuadrado cuyos
límites estaban señalados al norte por la calle Entre
Ríos, al sur por
la calle San Lorenzo, al oeste por la calle Buenos Aires y al este por la calle Balcarce de Nueva Córdoba.
El punto de
anclaje podía ser, según las conclusiones, el domicilio del autor de los
hechos, o donde viviesen parientes cercanos o su lugar de trabajo. Según la
teoría, el delincuente capturaba a sus víctimas allí donde se sentía más
seguro, las violaba fuera del lugar para no poner en riesgo esa protección y
volvía a esa zona, una vez que ya había perpetrado el hecho.
Celos
inútiles
El destino de la carpeta de los alemanes estaba condenado desde su
inicio por una simple razón: al fiscal general Gustavo
Vidal Lascano no le
importó nunca su existencia. "La carpetita" le llamó en una
entrevista que mantuvo con los autores de este libro, antes de asegurar que no
aportó nada a la causa. En realidad, si él hubiese hecho suyo el trabajo (como
realmente era, ya que había sido realizado por sus subordinados de la Policía Judicial) podría haber mostrado como propia
la primera y única sistematización de información existente sobre los ataques
efectuados por el violador serial.
Por el contrario, el trabajo nunca fue distribuido oficialmente y
llegó a manos de los investigadores de la causa (también a nosotros) prácticamente
de contrabando y siempre con la misma advertencia: "No vayas a decir que tenés esto".
Vidal Lascano había priorizado su interna con el director
de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá, antes que aportar un nuevo
elemento a la investigación. A esa altura la interna ya tenía otra arista,
porque ante la desprotección de sus superiores que sufría Barberá, el jefe de la Judicial se acercó al principal opositor de Vidal Lascano en el gobierno provincial, el ministro Carlos Alesandri.
Con grandes falencias, como la determinación de que el atacante
era morocho cuando en realidad tenía tez blanca, o como la sugerencia de que no
tenía antecedentes de violencia sexual, el trabajo sí hubiese ayudado a aportar
una sistematización que, por falta de método, la Policía tenía en su cabeza y
no aplicada en el papel.
Aún así, el trabajo sí sería fundamental en un aspecto, porque
aquella sugerencia de que la conducción de la investigación no podía tener tres
cabezas le fue dictada al oído al gobernador que rápidamente instruyó a Vidal Lascano para que eligiera un líder entre los
fiscales que formaban el triunvirato.
Según las consultas realizadas, todo indicaba que el hombre elegido
debía ser Pedro Caballero, no sólo por mérito propio, sino
también porque las otras dos opciones tenían demasiados puntos en contra. Hairabedian (con fama de resolutivo) no se sentía
del todo cómodo trabajando en equipo y parecía cada vez más apático. Y Ugarte, que se mostraba más dispuesto,
tenía en su haber dos episodios (uno con el gobernador y otro con las
víctimas, que será comentado más adelante) que lo ponían en
inferioridad de condiciones.
La interna volvería a meter su cola. Caballero tenía una excelente relación
con la Policía Judicial y eso fue suficiente para que pasara
al último lugar en la consideración de Vidal
Lascano, quien
recurrió entonces a Ugarte, el mismo que había increpado al gobernador.
Corrían los
primeros días del mes de noviembre de 2004 y De
la Sota avisaba que
el violador serial iba a caer detenido antes de fin de año. El día 3 de ese mes
se cumplieron dos años del primer ataque de Marcelo Sajen después de quedar en libertad.
"El
Zurdito" derecho
Nunca tiene tiempo, pero puede hablar durante 40 minutos de la
batalla de Pavón (ocurrida
en el año 1861, cuando la alianza porteña liderada por Bartolomé Mitre venció
al ejército federal que respondía a Justo José de Urquiza, después de que éste
último retirara sus tropas casi sin participar de la contienda) sólo
para explicar que se siente el continuador de una línea histórica que entiende
al país de una manera y lo defenderá hasta el final.
Prolijo para hablar, meticuloso para decir qué piensa, cuidadoso
para que nunca nadie lo ponga en evidencia, este hombre de 48 años, que tiene
una marcada tendencia a explicar la civilización (y lo que está bien y está mal de
ella siempre según su punto de vista), supo desde que la causa del
serial llegó a sus manos que, lejos de ser un problema, se trataba de una
oportunidad.
Como lo apodarían después sus subordinados en la causa, parodiando
esa marcada tendencia a terminar siempre hablando de sí mismo, "Yo-Yo" (el fiscal Ugarte) estaba en su pequeña y austera
oficina del primer piso de Tribunales II cuando recibió el llamado
telefónico del fiscal general Vidal Lascano anunciándole que desde ese
momento (11 de noviembre de 2004) la causa quedaba en sus manos y tenía
orden de dedicarse exclusivamente a ese caso.
Después de colgar respiró hondo, dejó salir esa sonrisa que
mantenía reprimida y observó con detenimiento cada uno de los rincones de esa
oficina pintada de blanco donde pasó gran parte de los últimos años.
Primero sus ojos se detuvieron en el diploma que le entregaron el
día en que fue nombrado fiscal de instrucción, el 2 de abril de 1998. Después,
su mirada paseó por el ventanal que da al patio interior del edificio de Tribunales II y volvió a detenerse en la réplica del
cuadro "Nave, nave Goe" de Paul
Gauguin, que reposa en la pared, ubicada a espaldas de su asiento.
Finalmente, se concentró en un pequeño recuadro apoyado en el escritorio,
donde una foto lo muestra orgulloso (con el fiscal Carlos Ferrer) junto al juez de la audiencia
española Baltazar Garzón.
Sintiendo a
la vez una mezcla de excitación y nerviosismo, llamó a su secretario José Lavaselli y le dijo que había llegado la hora de
trabajar. No dejarían de hacerlo hasta dos meses después.
Los
interrogatorios
A esta altura las chicas de Podemos Hacer Algo demostraron que no
eran nenas y exigieron hasta el punto de que las autoridades se vieron obligadas
a informarles sobre la marcha de la investigación. También fueron contactadas
por el fiscal Ugarte, quien les solicitó su presencia y la de todas las víctimas que
estuviesen dispuestas, para volver a tomarles una declaración. Algo llamó la
atención de las convocadas: tenían que ir calzadas con los mismos zapatos que
usaron el día en que las atacaron.
Así cuenta su experiencia Milena:
Con las chicas que
formábamos Podemos Hacer Algo manifestamos a la fiscalía a cargo de la
investigación nuestra voluntad de ayudar. Hablé con el fiscal Manuel Ugarte-y
me dijo que me iba a citar a declarar y para aportar al identikit. En ese
momento fue muy amable conmigo, pero cuando acudí en persona pasé una experiencia
horrible. Llegué a la fiscalía con mi abogado (Carlos Krauth) y las personas que nos recibieron decían: "Viene
por el caso ese", nadie quería nombrarlo. También repetían el
"pobrecita" y esa clase de cosas.
Tuve que entrar sin
mi abogado. "No te preocupes, no te vamos a secuestrar", me dijeron cuando notaron mi reticencia a entrar
sola. En la oficina me recibieron cuatro hombres. Además de Ugarte, su
subsecretario (José Lavaselli), y dos policías de investigación (Cesar Bergese
y Rafael Sáenz de Tejada). Fue como un interrogatorio de culpable, porque me
hicieron preguntas y preguntas por más de dos horas, cosas que yo no entendía
qué tenían que ver con el caso, y a cada rato me advertían: "Mirá que
estás bajo juramento, tenés que decir lo que pasó".
Me
presionaban para responder, inducían las respuestas.
"¿Hiciste algo para que él se
excitara ?". "¿Te agarró, 'así o así?", decían mientras uno de ellos me tomaba de la
misma forma que el tipo.
-¿ Tenía un revólver o una pistola ?
-No sé, no sé,
que sé yo de eso -contestaba
yo.
-Pero lo tenés que diferenciar -repetían.
Me trataron con tanta frialdad, sobre todo el fiscal; sin consideración,
me humillaron.
-¿Era muy peludo? -preguntaban.
-No sé, no estoy
segura -dije.
-¿Así de peludo? -repreguntó el
fiscal mientras le hacía levantar la camisa a uno de los policías, un hombre
bastante gordo que me mostró el pecho peludo.
-¿Frecuentas el circuito gay de Córdoba?
Yo los miraba y no sabía qué
responder. A lo largo de las dos horas de interrogatorio sin pausa me fui
sintiendo mal, aturdida y cansada. Comencé a marearme, me sudaban las manos, se
me bajó la presión y supongo que se dieron cuenta. Entonces uno dijo: "Que conste en acta que la interrogada se sintió cómoda durante la declaración".
Cuando me dejaron salir tenía tanto miedo de haberme
confundido y respondido algo mal "bajo juramento", que lo primero
que hice fue contarle a mi abogado y preguntarle qué podía pasarme. Estaba muy
asustada.
El episodio relatado por Milena fue confirmado a esta investigación por tres fuentes diferentes
que participaron de una reunión realizada en el tercer piso de la Jefatura de Policía, el día posterior a la segunda
marcha de Podemos Hacer Algo, el 18
de noviembre, y mientras otra marcha de similares características se realizaba
en Río Cuarto.
Allí, en una reunión en la que se
intentaba explicar a las integrantes del grupo el avance de la causa, una de
las representantes de las víctimas contó el mal momento que pasó Milena.
Mientras la chica relataba lo ocurrido, el estupor fue ganando a
los presentes, entre los que se encontraban el jefe de Policía,
Jorge Rodríguez; el subjefe, Iban
Altamirano; el
comisario Oscar Vargas, el ministro Carlos Alesandri; el fiscal general, Gustavo Vidal Lascano; el director de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá; el abogado de las víctimas, Carlos Krauth; su asistente, Dolores Frías; y tres amigas de las
víctimas. Así lo relata uno de los presentes: "Nos quedamos todos
con un gusto a asco en la garganta y con la sensación de que eso era increíble.
Sólo la rapidez de Vidal Lascano para pedir disculpas y mirar hacia adelante
permitió que dejáramos de mirarnos unos a otros pensando que Ugarte era un desubicado.
Además la chica que comentó el hecho terminó su relato diciendo que cuando la
joven del interrogatorio fue abusada, su atacante había tenido el torso desnudo".
Cuando se le consultó al respecto al fiscal Ugarte, insistió en que las víctimas se
sintieron "cómodas" en los interrogatorios y recalcó el caso de
algunas (sobre todo de bastantes años atrás), que aseguraron sentirse a
gusto durante los interrogatorios. Otras personas cercanas a Ugarte aseguraron que esas entrevistas
fueron las únicas "completas" que se hicieron a lo
largo de la causa y criticaron duramente los testimonios recopilados por los
sumariantes y los realizados por psicólogos de la Judicial.
Lo cierto es que en el diálogo que tuvimos con Ana, la chica, que reconoce al fiscal del caso como un actor
importante en el final de esta historia, nos dijo que la experiencia de Milena la convenció de no prestarse "a los malos tratos de Ugarte".
El episodio, sumado a la actitud que había tenido Ugarte en aquella reunión con De la Sota, prácticamente le quitaba la confianza de todas las personas
importantes en la investigación. Cuando esto ocurrió, la sensación general era
que Vidal Lascano podía haber cometido un error al designar a Ugarte al frente del caso.