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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.
Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.
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Jorge Omar Charras
ajedrez, informatica, casos reales, policiales etc.
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//14 de Noviembre, 2010 |
|
por
jocharras a las 11:26, en
La Marca de la Bestia |
El primer fiscal
Tenemos un violador serial
-Permiso doctor, ya me estoy yendo. Le dejo unas
planillas y resoluciones que tiene que firmar -dijo el abogado Gustavo
Hidalgo mientras
abría la puerta de la oficina del flamante fiscal del Distrito 3 Turno 3, Gustavo Daniel Ivar Nievas. En realidad, hacía dos meses
que Nievas había dejado de trabajar como abogado penalista para asumir como
fiscal de instrucción, luego de superar un estricto examen en el que
participaron unos 150 colegas. Sin embargo, aún no terminaba de asimilar las
responsabilidades que el nuevo cargo le exigía. Por ello, su secretario Hidalgo se había convertido prácticamente en su mano derecha.
-Gracias Hidalgo, dame un segundito y te atiendo... -respondió el fiscal, mientras
lo miraba por encima de los lentes apoyados en la punta de la nariz.
Evangelista
y seguidor de la doctrina de Juan
Domingo Perón, Gustavo Nievas había sido durante años un
abogado penalista considerado en la Jefatura de Policía y por parte del
ambiente judicial como un simple "sacapresos" caído en paracaídas
en una fiscalía. Por ello era observado con cierto recelo en los pasillos de Tribunales II, más aún teniendo en cuenta su supuesto
acercamiento con el gobernador De la Sota, algo que Nievas se encargaba de negar cada vez que se le presentaba la
oportunidad.
Sin embargo,
para este flamante fiscal -poseedor de una gran capacidad histriónica,
ya sea explicando decisiones judiciales o bien contando chistes y graciosas
anécdotas- lo importante era ignorar los comentarios que hacían a sus
espaldas, trabajar y avanzar en las causas penales.
En los
muebles de su despacho convivían libros de derecho penal con expedientes de
todo tipo, obras relacionadas al Evangelio,
discos de la banda británica Pink Floyd
y portarretratos con imágenes de su segunda esposa y de sus hijos.
Por esas
cosas del destino, a Nievas le iban a tocar dos grandes
casos para investigar. Uno era el del violador serial. El otro era un proceso
contra el ex intendente de la ciudad de Córdoba, Germán
Kammerath, a quien
llegó a imputar por un supuesto hecho de corrupción. Kammerath finalmente sería sobreseído de esa causa.
Sin embargo,
las cosas se iban a complicar finalmente para Nievas a mediados de 2004, cuando
empezaron a surgir una serie de denuncias en su contra que terminarían por
obligarlo a renunciar. La más grave de las acusaciones fue la formulada por un
hombre que aseguraba que el fiscal le había pedido una coima a cambio de
dejar en libertad a su hijo. Se trataba de una denuncia que Nievas se encargó de desvirtuar siempre y que al momento de la edición
de este libro la Justicia no se había expedido finalmente.
Nievas observó las planillas
prontuariales que su secretario le había dejado en el escritorio y comenzó a
leerlas detenidamente. Eran casi las 18 del viernes 24 de octubre de 2003.
Las fichas
daban cuenta de varias personas que habían sido detenidas en las últimas horas
y él debía disponer la situación procesal de cada una de ellas. Una de las
hojas le llamó la atención. Era el caso de un estudiante de odontología,
oriundo de Salta, quien se encontraba preso desde hacía varios días por
resistencia a la autoridad. No fue ese delito lo que le llamó la atención,
sino que la causa había sido iniciada en la Unidad Judicial de Protección de
las Personas. Nievas dejó de leer, frunció el ceño y
se preguntó en voz alta:
-¿Protección
de las Personas? ¿Qué hace un estudiante detenido por resistencia a la
autoridad en manos de los de Protección de las Personas? ¿Acaso
esta gente no investiga violaciones?
Hacía unos
minutos que su secretario había partido de la fiscalía. Así que decidió
comunicarse con la Unidad Judicial y averiguar. Levantó el teléfono y marcó el
433-2658. Del otro lado, una
integrante de la dependencia lo atendió.
-Tenemos
detenido a ese muchacho porque creemos que puede ser el violador serial
-disparó la agente judicial, con toda la naturalidad del mundo.
¿El qué? -respondió Nievas, con total desconocimiento.
-El violador serial. ¿No vio lo
que salió en la prensa estos días?
-No entiendo nada de lo que me estás hablando. Acá
nadie me habló de que hubiera un violador serial -dijo el fiscal.
-Es un caso importante
-continuó la mujer- Le voy a decir una cosa: desde hace unos años, hay un violador serial
que está violando a jovencitas en Nueva Córdoba. A esto lo descubrió un grupo de investigadores de Protección de
las Personas. Lo estamos investigando y no lo podemos agarrar. Ya lleva
cometidos muchos ataques.
Nievas no entendía nada.
-Y tenemos detenido a este
estudiante de odontología, porque su rostro es muy parecido a un identikit que
se confeccionó. Lo agarraron los de Protección de las Personas cuando andaba
por Nueva
Córdoba en actitud sospechosa. El hombre se resistió, así que le metieron
resistencia a la autoridad, como una infracción al Código de Faltas. También
le allanaron la casa y no se le encontró nada.
Nievas tomaba nota a las apuradas en una hoja de su cuadernito ayuda
memoria, debajo de unas anotaciones sobre el Evangelio.
- ¿Y por qué nadie
hizo público que hay un violador serial en Córdoba?
-Porque
nadie se quiere hacer cargo. ¿Quién puede pagar el costo que representa eso?
-respondió la agente judicial del otro lado del tubo, con toda la naturalidad
del mundo.
-Bueno, ok. ¿Y esos
hechos dónde están siendo investigados? ¿Quién los tiene? -repreguntó Nievas.
-Cinco casos están en manos del
fiscal Bustos, otros los tiene Caballero, otros están sueltos por ahí y usted,
tiene dos.
Nievas cortó la comunicación abrumado y
ordenó que el estudiante de Odontología fuera sometido a una rueda de
reconocimiento de personas. Esa medida iba a realizarse días después y el
sospechoso iba a recuperar la libertad. Ninguna víctima lo reconoció.
Todo en uno
A la semana
siguiente, Nievas se reunió con los distintos
fiscales que tenían causas de violaciones adjudicadas a un NN y comprobó que
varias de las investigaciones estaban truncas. Así fue que decididamente encaró
al por entonces fiscal general de la Provincia, Carlos
Baggini.
-¿Y vos qué querés hacer, Gustavo ? -le dijo Baggini, en su oficina del primer piso en el Palacio de Tribunales I.
-Me parece que las causas podrían unificarse,
teniendo en cuenta que se trata aparentemente de un mismo violador. Hagamos una
campaña informativa, avisemos a la población, hagamos algo... -dijo Nievas.
Ni bien se
retiró del despacho, Baggini levantó el teléfono y marcó un
número que conocía de memoria. Nievas subió a su auto y encaró hacia Tribunales II. Al rato, comenzó a sonarle el celular y
atendió. Era el fiscal general.
-Gustavo , he decidido que todas las
causas de ese supuesto violador serial vayan a parar a tu fiscalía. Vos te vas
a hacer cargo -dijo Baggini.
Nievas prácticamente no tuvo tiempo de
contestar, antes de que del otro lado el fiscal general cortara. A las pocas,
horas, el fiscal ya estaba reunido con las responsables de la Unidad Judicial de Protección de las
Personas. A partir de entonces, esas funcionarías -Adriana Carranza y Alicia Chirino- iban a convertirse prácticamente
en las únicas personas en quienes Nievas iba a confiar plenamente. Ellas
le informaron que el serial había abusado de una veintena de jóvenes en lo que
iba del año, principalmente en la zona de Ciudad
Universitaria, el Parque Sarmiento y Nueva
Córdoba. Y le
aclararon que los casos debían de ser muchos más, ya que eran muy pocos los
abusos sexuales que se denunciaban. El primer hecho que arrancaba la serie se
había registrado el 3 de noviembre de 2002 a la noche y había tenido como
víctimas a dos chicas.
El paso
siguiente que dio Nievas fue entrevistarse con los investigadores policiales del caso, quienes por ese
entonces ya estaban comandados por el comisario Vargas. Los detectives le mostraron al funcionario judicial cuatro identikits, entre los que se encontraba el del hombre con rasgos norteños y le
explicaron que era preciso determinar si el violador serial
que buscaban era uno o varios que actuaban en forma similar.
Esa misma
semana, Nievas se compró tres libros con
tratados completos sobre el ADN y
sus ventajas en la investigación, a fin de interiorizarse en el tema.
"Como no estaba
claro si estábamos frente a un único violador serial o a varios que actuaban de
la misma forma, decidí que lo mejor era realizar un estudio de
histocompatibilidad con los restos de semen hallados en las víctimas y en sus
prendas íntimas. Eso nos iba a permitir corroborar si se trataba de una misma
persona", comenta
en la actualidad Nievas, mientras revuelve un café
sentado en un bar de la avenida Sabattini,
a escasas cuadras de donde vivía Marcelo Sajen. "Y pensar que el
serial vivía acá nomás, cerca de casa", añade.
A los pocos
días, el fiscal del Distrito 3 Turno 3
solicitó al Centro de Excelencia en
Productos y Procesos de Córdoba (Ceprocor) la realización de ese estudio
con las muestras de semen que se obtuvieron de las víctimas. Paralelamente,
entrevistó a algunas jovencitas y mantuvo diálogos con sus familiares, a
quienes les explicó que haría lo imposible para atrapar al depravado. Si bien
contaba con un reducido equipo de trabajo, Nievas sentía que estaba solo en la
cruzada.
A principios
de noviembre, el fiscal decidió empapelar puntos clave de la ciudad con el
identikit del violador -que, por cierto, los medios de prensa ya se
habían encargado de difundir- y una serie de teléfonos para que la
gente llamara si tenía alguna pista. Muy pocos en la Policía estuvieron de
acuerdo con esa medida. "La idea era sacar el rostro a la calle, había que
empapelar la ciudad, para que la gente estuviera alertada y a la vez colaborara
con la causa. Quería que el retrato se viera en todos lados y que los
cordobeses lo tomaran como propio. Parecía mentira pero en las comisarías ese
identikit ni se conocía", explica Nievas hoy.
Empleados de
la fiscalía de Nievas comentan que el funcionario, al
comienzo, tuvo que poner dinero de su propio bolsillo para realizar las
primeras fotocopias del dibujo. Otro obstáculo para el fiscal fue la carencia
de un vehículo propio para realizar las principales diligencias. Ese auto iba
a ser cedido bastante tiempo después. "Pedí dinero para llevar adelante una campaña
informativa y digamos que no tuve todo el apoyo necesario que se requería en
ese momento. Por suerte, tiempo después, el problema se subsanó", señala Nievas.
El identikit del violador serial empezó a circular por todos lados,
ya sea en la Universidad, en comercios, hospitales, postes, taxis, remises y
colectivos. También comenzó a ser reenviado entre los mismos estudiantes y
profesores a través de los correos electrónicos. Esto significó un duro golpe
para las propias víctimas del serial, muchas de las cuales se enteraron de que
habían caído a manos de un mismo depravado y que ese sujeto andaba impune por
la ciudad desde hacía largo tiempo.
"Esa
campaña informativa fue desacertada, porque provocó que empezaran a llover
datos truchos. La gente llamaba y decía que creía conocer al violador, cuando
no era así. Ese identikit mostraba un rostro muy común en Córdoba, por eso todos creían verlo a cada rato, por lo que la
investigación se terminó complicando", señalan algunos investigadores.
No obstante, la campaña publicitaria permitió que familiares de
víctimas del serial que no habían hecho la denuncia se acercaran a la fiscalía
para dar testimonio de lo que les había sucedido a sus seres queridos.
A principios de noviembre, el fiscal Nievas mantuvo una reunión con el jefe
de Policía, a quien le solicitó que intensifique los patrullajes en la zona de Nueva Córdoba y, en especial, el Parque Sarmiento. "Yo trabajaba con
una psicóloga que me dijo que seguramente el violador serial, al ver que no
podía actuar donde siempre lo había hecho, se iba a trasladar hacia su zona,
hacia su barrio. Y ahora que lo pienso, así fue, porque tuvimos casos de ataques
en la zona de barrio San Vicente y Altamira, que queda cerca de donde vivía Sajen", comenta Nievas, quien por las noches recorría la avenida del Dante en su propio auto para comprobar si el patrullaje
se llevaba a cabo. "En más de una oportunidad, tuve que tomar el celular
y llamar al jefe de Policía para decirle que no veía ningún policía en la zona", recuerda indignado Nievas. A los pocos minutos, comenzaban a verse balizas azules
iluminando la oscuridad de la avenida
del Dante.
La presunción del por entonces fiscal no era errónea. Tanta saturación policial hizo que el serial se
moviera de lugar cada vez más. El 27 de
noviembre a la noche, volvió a atacar en un sitio que nadie había imaginado.
El
delincuente sorprendió a una chica de 27 años que caminaba para encontrarse con su novio en avenida Patria y calle Sarmiento,
en el barrio Alto General Paz.
"Caminá o te mato", le dijo Sajen y la llevó varias cuadras hasta el Centro de Participación Comunal (CPC)
Pueyrredón, un edificio destinado a
atender trámites municipales y que se encuentra
ubicado en una calle que se convierte finalmente en la ruta nacional 19 que va
a San Francisco o a Pilar.
La joven fue
violada en un oscuro sector de las adyacencias del edificio. A pocos metros
había una guardia policial que no se enteraría de la violación, hasta que el
caso tomó estado público por la prensa.
"El tipo se me
apareció de atrás y me preguntó si yo trabajaba en una oficina y si llevaba
cinco mil pesos. Yo le dije que no, pero él insistía que yo tenía plata. Me
hizo que lo abrazara y me apuntó con el arma. Tenía que mirar para la derecha y
no verlo. Me dijo: 'Si
pasa un policía o el CAP somos novios. No grités que yo no te voy a hacer nada'. Tenía tonada
norteña, boliviana. Me preguntó si conocía a un tal Gustavo . Me dijo que lo
acompañara unas cuadras y que después me iba a dejar. Estaba desorientado. Me
hizo doblar en un pasaje y se enojó porque no tenía salida. 'Mirá a donde me traés', me dijo. Ahí se me
cruzaron mil cosas y me largué a llorar porque pensé que me mataba. 'No llorés que yo no te voy a
hacer nada', me decía. Hizo que dobláramos. En el camino, un
perrito me peleó, me rasguñó, y él me dijo que si me mordía lo iba a matar. Yo
no tenía palabras para decirle. Llegamos a la cuadra del CPC y, en el
descampado, me violó. Tenía papada, grasa. Era un poco más alto que yo, era
robusto, pelo corto negro, tenía labios gruesos, andaba vestido con un short de
fútbol con franjas blancas, llevaba zapatillas y una remera celeste", relató la joven a un
investigador que la entrevistó tiempo después.
La tardanza
del Ceprocor a la hora de confirmarle a Nievas si se estaba en presencia de un
mismo violador serial hizo que él se quejara durante una entrevista
periodística. El hecho de ventilar esa molestia ante la sociedad provocó, a su
vez, que el Tribunal Superior de Justicia lo reprendiera en una reunión que se realizó a puertas cerradas.
Portación de cara
Durante
noviembre y diciembre de 2003, en las calles de Córdoba comenzaron a reiterarse
detenciones de todo hombre cuyas características físicas coincidían con las del
violador serial. Esta política de cacería por portación de cara, implementada
por la Policía, se intensificaría al año siguiente y llegaría a su punto máximo
con el arresto de Gustavo Camargo, un hombre de notable parecido
al identikit y que llegó a estar preso casi 40 días, luego de haber sido
señalado por una víctima de Sajen que creyó reconocerlo en una
calle de barrio San Vicente. Para
colmo, el hombre no llevaba calzoncillo debajo del pantalón, lo que hizo que la
Policía y el fiscal Nievas creyeran que habían dado en el
blanco.
Por aquellos
días de fin de año, mientras las vidrieras de los comercios empezaban a
poblarse de Papá Noel, arbolitos verdes y angelitos coloridos, Nievas no paraba de moverse ni de salir en los medios de prensa. A
diferencia de otros fiscales, que hacen del bajo perfil un culto, él no dudaba
en atender a todo aquel periodista que lo consultara, ya sea sobre los avances
en la investigación contra Kammerath o bien en la causa del serial.
En esa vorágine, Nievas se hacía tiempo para entrevistar
a jóvenes que, merced a la campaña informativa, se acercaban a denunciar que
habían sido violadas por el serial. También se reunía periódicamente con los
investigadores y con jefes policiales.
Nievas recuerda que les dio instrucciones para que rastrearan a todos
los delincuentes seriales de los últimos cinco años que habían atacado en Córdoba y a sujetos que fueron arrestados por merodeo. La decisión de
investigar a los merodeadores se debía a que en la investigación ya se pensaba
que el serial efectuaba un plan previo de seguimiento de sus víctimas y de los
lugares adonde iba a llevarlas.
-Este tipo está
cebado. Muy cebado y no va a parar. Lo peor es que tengo miedo de que mate a
una chica -no se
cansaba Nievas de reiterarle a los policías.
Para fines de 2003, Nievas y sus hombres (y
mujeres, de la Unidad Judicial) barajaban los nombres de ocho
sospechosos. La mayoría estaba en libertad y se les había extraído sangre para
análisis de ADN. Había de todo. Uno
era docente de la UNC, otro era el
estudiante de odontología, había un enfermero que trabajaba cerca del Parque Sarmiento, un peluquero, un comerciante,
un desocupado y dos policías en actividad. Sí, dos policías. Es que muchos de
los investigadores, aunque lo niegan hoy, tenían por aquel entonces la íntima y
explícita sospecha de que el depravado era violador serial de noche, pero de
día vestía uniforme azul. La idea estaba centrada en la forma de hablar y de
actuar del delincuente, pero sobre todo porque tenía la extraña capacidad de
desaparecer de los lugares donde se hacían operativos especiales con investigadores
vestidos de civil. El razonamiento era simple: ya habían tenido un policía
violador. ¿Por qué no podían estar frente a otro? La sola idea de que esto
fuera cierto, le causaba al jefe de Policía más que un simple dolor de
estómago.
El 29 de diciembre, los ocho sospechosos fueron sometidos a una
rueda de reconocimiento de personas en la alcaidía de los Tribunales II. La medida procesal, de la que participaron
cinco de las nueve víctimas que habían sido citadas y Javier (el muchacho que ayudó a confeccionar el identikit), se extendió
durante toda la jornada. Los imputados fueron pasando por una sala que tenía
un vidrio espejado a través del cual, en otra habitación separada, observaban
las jóvenes.
Al no ser
reconocido ninguno, quienes estaban presos quedaron en libertad de inmediato.
Sin
brindis
Aquel 31 de diciembre de 2003, en varios hogares quedaron las
copas guardadas en los estantes. Ninguna víctima ni sus familias tenían motivos
para festejar el final del año y el comienzo de otro. Uno de esos hogares
destruidos estaba ubicado en la ciudad de Villa
María, al sur de Córdoba.
En la casa vivían un hombre, su esposa y su hija adolescente. En
realidad, sobrevivían. En agosto de ese año, la jovencita, quien se había
trasladado a la ciudad de Córdoba para estudiar una carrera universitaria,
había caído en las garras del violador serial. Fue salvajemente violada y
golpeada en el ex Foro de la Democracia.
La chica era virgen. Esa noche de viernes, luego de que el serial
la amenazara de muerte y la dejara abandonada, regresó como pudo hasta su
departamento y llamó a su padre para contarle todo.
En poco más de una hora, el hombre viajó en su auto, por la ruta
nacional 9 hasta llegar a Córdoba. Entró al departamento y luego
de llorar durante un largo rato con su pequeña, le armó los bolsos y se la
llevó de regreso a Villa María.
La joven no volvió a pisar la ciudad de Córdoba.
Pero el sufrimiento no se iba a acabar con la pesadilla sufrida
aquella noche. Pocas semanas después, en su casa, comprobó que había quedado
embarazada. El ginecólogo se encargó de confirmarle el calvario que se le
avecinaba.
Por decisión de sus padres, abortó y jamás hizo la denuncia. El
tratamiento psicológico no fue suficiente. La adolescente intentó suicidarse
dos veces. En ambas oportunidades ingirió grandes cantidades de pastillas,
mientras dormía en su cama. Su madre también intentó poner fin a su sufrimiento
de igual manera. Por fortuna, ambas sobrevivieron. Hoy se encuentran bajo un
estricto tratamiento terapéutico.
Aquel 31 de
diciembre de 2003, mientras aquella familia villamariense padecía el infierno
en sí mismo, Marcelo Mario Sajen levantaba la copa feliz de la
vida, rodeado de sus seres queridos, brindando y festejando la llegada del
2004. Sería la última vez que celebrara el fin de año.
Soy
Gustavo , el violador serial
16.58.
Domingo 4 de enero de 2004, central 101 de la Jefatura de Policía:
-Policía, buenos días, atiende Jorgelina.
-Hola, mirá, soy Gustavo
Reyes... Soy el violador serial que andan
buscando.
-¿Ah, sí? ¿No me diga?
-Mirá hija de puta. Soy el violador serial y te voy a
cagar cogiendo a vos como lo hice con todas las demás. Te voy a hacer de todo.
Y a vos te va a pasar lo mismo, te voy a cagar cogiendo.
Cuando la
oficial del servicio 101, del Departamento Centro de Comunicaciones
de la Policía, que funciona en el cuarto piso de la Jefatura, quiso realizar
una nueva pregunta, el hombre colgó. De inmediato, la policía dejó los
auriculares con el micrófono incorporado en su estación de trabajo y se
levantó corriendo para contarle a su jefe lo que había sucedido. El comisario
levantó el teléfono y avisó a los pesquisas de Protección de las Personas.
Dado que el
sujeto no había antepuesto *31#, el
número del teléfono que había usado quedó registrado en la pantalla de la
computadora. En segundos, los investigadores supieron que la llamada había sido
efectuada desde un aparato ubicado en la calle Soto, a pocos metros del Arco
de Córdoba, en el barrio Empalme.
En pocos
minutos, una comisión de investigadores salió disparada hacia ese lugar y se
encontró con un teléfono público ubicado en un comercio. Los policías encararon
a la dueña del negocio y desplegaron ante sus ojos el identikit del norteño.
-Mmm, sí, puede ser.
El hombre era morocho y habló un ratito y cortó.
-¿Algo
más señora? ¿No hubo nada más que le haya llamado la atención? -
inquirió uno de los policías.
-Hablaba bajito, así
que no se podía oír bien lo que hablaba.
-¿Algo más? ¿Algo fuera de lo común?
-i Sabe que sí! Me llamó la atención el hecho de que
mientras hablaba parecía sobar el teléfono, lo acariciaba con las manos... Fue
muy extraño - respondió
la mujer.
De nada
sirvió que los investigadores le preguntaran si conocía a aquella persona, si
sabía dónde vivía o si alguna vez lo había visto por el barrio. La mujer no
tuvo más nada que aportar y los policías debieron retirarse maldiciendo por lo
bajo. Tampoco fue efectiva la búsqueda que desplegaron en la zona, dando
vueltas y vueltas en procura de dar con el sospechoso. Nada. Al llamador
anónimo se lo había tragado la tierra.
Hasta el día
de hoy no existe certeza sobre si esa breve comunicación telefónica realizada
fue efectuada o no por Marcelo Sajen.
No obstante,
investigadores de la Policía Judicial y
hasta el mismo fiscal Nievas sospechan que el violador serial
bien puede haberse contactado con la Policía, en parte para burlarse y también
para demostrar cuán lejos era capaz de llegar, sabiendo que los detectives
estaban muy lejos de poder capturarlo.
"Ese llamado
telefónico me dio una bronca bárbara. Porque sentí como que el tipo se estaba
burlando de nosotros. Y me acordé de la película Siete pecados capitales en la
que Kevin Spacey hace de un asesino que va dejando mensajes a los policías que
quieren agarrarlo. Bueno, en este caso, pensé que este perverso nos estaba
dejando muestras",
señala Nievas.
Había dos
detalles sugestivos en la llamada: por un lado el extraño se había presentado
como Gustavo , el mismo nombre que venía usando en cada uno de sus ataques; y
por el otro, el teléfono estaba ubicado en barrio Empalme, a metros de la avenida Sabattini, una zona que, si bien estaba alejada de Nueva Córdoba y del centro, se encontraba dentro de su
radio de acción.
Incluso, una
alta fuente del Cuerpo de
Investigaciones Criminales, de la Judicial, redobla la apuesta: señala que
el serial no sólo llamó aquella vez, sino que además lo habría hecho al menos
en dos oportunidades más al 0800 que
sería habilitado posteriormente. Esas dos llamadas se habrían producido en el
mes de diciembre de 2004.
Desde la
Policía, algunos refuerzan el misterio y comparten la tesis de que Sajen quiso burlarse de quienes lo perseguían. Sin embargo, hay quienes
desvirtúan todas estas conjeturas porque entre el 21 de diciembre del año
anterior y el 30 de marzo el serial desapareció. Ese día volvió a atacar en
barrio Observatorio.
Ese mismo
enero, luego de que los análisis realizados en el Ceprocor, sobre restos de semen hallados
en las víctimas, demostraron que el violador serial era un solo hombre, Nievas ordenó que la Policía investigara a todos los Gustavo Reyes que existían en Córdoba y áreas cercanas.
"Visto hoy, aquel
estudio del Ceprocor suena menor, pero fue importantísimo. Y, pese a la
gravedad del caso, nos trajo alivio porque indicaba que estábamos detrás de una
misma persona. Imagínate si hubiera demostrado que en realidad había varios violadores
seriales",
añade Nievas.
No era
ninguna tarea fácil investigar a todos los Gustavo
Reyes
existentes. El listado era enorme. Luego de
eliminar a aquellos que ya habían muerto, a quienes eran demasiado chicos o
grandes, los policías tuvieron una lista
acotada que se estrechó aún más al calcular la edad. Sospechaban, en base a las víctimas, que el serial andaba entre los 30 y los 40 años. A lo sumo, 45
años. No podía tener más, a no ser que tomara Viagra o algún estimulante sexual
semejante. Sajen consumía esa pastilla y tenía 39
cuando cayó.
En marzo, los
policías detuvieron a un joven que tenía la mala suerte de parecerse al identikit, de caminar solo
por Nueva Córdoba a altas horas de la noche y, encima, de
llamarse Gustavo Reyes.
Por aquellos
días, se manejaban tres hipótesis en la causa. El violador serial podía ser:
- Un portero de un edificio, el cuidador
de una obra en construcción, o un albañil. Desde ámbitos policiales aseguran
que se investigó prácticamente a todas las personas que trabajaban en las
construcciones de Nueva Córdoba.
- Un comisionista del interior
provincial que viniera a Córdoba Capital a cobrar algún trabajo y, de paso, aprovechaba la
oportunidad para cometer una violación. Por ello es que se investigó a todos
los comisionistas o cobradores que salían en los avisos clasificados de los
diarios.
- Un hombre que residiera en alguna
localidad "dormitorio" del Gran Córdoba y que viniera a trabajar a la Capital. La sospecha era que esta
persona bien podía cometer los ataques sexuales y luego escapar hacia la
terminal de ómnibus. Se apostaron investigadores de civil en la estación, pero
no sirvió de nada.
¿Qué pasó con Gustavo Reyes? Fue sometido a una rueda de reconocimiento de personas. Ninguna
víctima lo señaló y el hombre quedó en libertad. Los resultados de su ADN terminaron por desinvolucrarlo.
Mapa
El hombre
fuma el cigarrillo y lo apoya en el cenicero. Es el cuarto que prende en lo que
va de la charla. Arranca una hoja de la agenda y la pone en la mesa, mientras
el humo se disipa lentamente en la habitación. De pronto, mete la mano derecha
en el bolsillo interno del saco oscuro y saca una lapicera azul. Se acomoda en
el respaldo de la silla y, en segundos, dibuja en el papel varias rectas
paralelas y perpendiculares entre sí.
Hace varios
círculos, algunos cuadrados y traza líneas que por momentos parecen rectas y
después se vuelven curvas. "Esta es la ciudad de Córdoba, éstas son las principales
avenidas y las vías que cruzan la zona sur de la Capital", dice por fin el comisario
Oscar Vargas, quien cuando el serial era su
obsesión, se identificaba como España 1
cada vez que le daba una orden a su grupo de detectives. A su lado, está el
comisario Rafael Sosa, Portugal 1, que lo
mira en silencio.
Vargas .empieza a sombrear los círculos
por dentro y marca flechas, con destreza. "Y éstas son las zonas donde
actuaba el Víctor Sierra, en todos estos sectores se movía el tipo",
agrega.
España 1 dibuja el mapa de memoria. Si
quisiera, podría hacerlo con los ojos cerrados. Se nota que junto a su equipo
de trabajo dibujó varias veces ese mismo esquema una y otra vez, analizando
detalles, buscando respuestas, infiriendo deducciones.
Deja el
cigarrillo y empieza a hablar con pasión. Explica que en las primeras épocas,
en los años 1991 y 1992, Sajen atacó en la zona de Villa Argentina y de Empalme, cerca de la avenida Sabattini, a cuadras del Arco de Córdoba. Sosa lo interrumpe: "Yo conocí a una
amiga que vivía en Villa Argentina. Una noche, mientras volvía sola a su casa,
un tipo la agarró de atrás, le mostró un arma y la quiso llevar a un
descampado. Ella gritó y un vecino salió a socorrerla. El desconocido salió
corriendo y se perdió... No tengo dudas de que era Sajen".
Retoma la
palabra Vargas. Explica que el violador serial
siempre se fue moviendo, cambiando de zonas de acción, cada vez que la Policía
empezaba a trabajar cerca de él. "No creo que el tipo haya contado con alguien que nos
buchoneara. Nadie ayuda a un violador. Él era un caco, un delincuente. Los
choros siempre reconocen cuando un policía está cerca, por más que lleve
uniforme o esté de civil como nosotros.
Lo huelen. Lo presienten. Y nosotros a ellos. Si estuviéramos en un bar y
entran unos cacos, seguro que se dan cuenta de que somos canas. Y viceversa. Es
como un juego, como un juego del gato
y el ratón. Sajen era muy picaro para darte vuelta y reconocerte como cana", dice Vargas.
Y vuelve a
tomar la lapicera. "Mirá, el tipo se fue cambiando de zona de
acción", dice y la ceniza acumulada del cigarrillo cae como un cadáver sobre la hoja. "Entre
el 92 y el 94 hay hechos en la zona donde se ubica la Cooperativa
Paraíso. En el '96, el '97 y el '98 ataca en San Vicente, en Altamira y
zonas cercanas. Después, en '99 empezó en Nueva Córdoba y la zona adyacente al centro".
Sosa vuelve a hablar. "Sí, actúa en Nueva Córdoba
hasta que pierde. Cae en cana luego de asaltar la pizzería de la calle San Luis".
La lapicera
vuelve a dibujar sobre las rayas-avenidas. "Y cuando salió en libertad volvió a atacar en la
zona de Nueva Córdoba, una zona que conocía muy bien para moverse". Vargas vuelve a hablar del gato y el ratón. Señala que cuando los
policías coparon ese sector, el serial se mudó a la zona sur. "Fue a
la zona de barrio Cabañas del Pilar, luego a barrio Iponá, Villa Revoí, barrio
Jardín y así. Siempre se fue corriendo, cada vez que nos acercábamos".
"Acordate Oscar -interrumpe Portugal 1- que después se mandó
para la zona de San Vicente y Pueyrredón". Vargas une con una línea todos los
pequeños círculos que representan las zonas donde Sajen atacó y forma un gran círculo.
"Y vuelve a atacar en Nueva Córdoba, es el caso de la chica Ana, la del mail", señala Vargas, mientras tapa la birome y la guarda en el bolsillo de su saco
oscuro.
Pero se
acuerda de algo y vuelve a sacarla. "Me olvidaba del tema de las vías del tren",
dice el comisario. Según explica, las vías eran muy usadas por el serial. En
efecto, allí cometió una de las violaciones más salvajes contra una adolescente
de corta edad. Además, por una de las vías que pasan cerca de su casa habría
escapado corriendo cuando lo buscaba toda la Policía. "Sajen andaba por las vías, porque por
allí no pueden andar los patrulleros. Eso lo sabe cualquier choro", razona en voz alta.
Luego, agarra el papel y lo hace un bollo. Sosa es quien toma finalmente la
posta.
"El tipo nunca atacó
en la zona norte de la ciudad. Sí, atacó en los barrios Pueyrredón o San
Vicente, que están cruzando el río. Pero nunca se fue al Cerro, a Argüello o a
Villa Allende. Nunca se fue a Carlos Paz. Creo que era porque él no dominaba
bien esos ámbitos y se movía con total tranquilidad en la zona centro y sur de
la ciudad, que es donde solía operar desde hacía años. Aparte, su casa le
quedaba cerca",
agrega Sosa, antes de levantarse de la mesa.
Los caminos de la bestia
"Marcelo era un
desastre para recordar las direcciones. Pero sabía ubicarse en las calles y
sabía bien por dónde ir", dice Zulma Villalón,
mientras recuerda detalles de la vida cotidiana de Sajen. Hay que creerle, porque dice la
verdad.
Por un lado,
basta con analizar cómo su esposo sabía movilizarse y escabullirse cada vez que
notaba la presencia policial. Por otro lado, sirve examinar las calles y
avenidas que rodeaban la zona donde vivía para comprobar cuáles eran
seguramente los caminos que usaba para llegar en pocos segundos a los sitios
donde iba a violar a sus víctimas. Y por cierto, cuáles iban a ser los atajos
para escapar ante cualquier imprevisto.
En los
últimos tiempos, Marcelo Sajen vivía en calle Montes de Oca al 2800 del barrio General Urquiza. Si quería ir desde su
casa, a San Vicente o a Altamira, bastaba con que tomara la
calle Juan Rodríguez, que pasa a
pocas cuadras de su hogar y así cruzar, en una esquina semaforizada, la avenida
Amadeo Sabattini. Si quería ir a Villa Argentina, debía bajar por Juan Rodríguez y al llegar a Sabattini, en vez de cruzar la avenida,
giraba hacia la derecha un par de cuadras.
Para los
investigadores, tanto la calle Juan
Rodríguez como su paralela Gorriti
eran una vía clave de circulación para su accionar. Varios de los abordajes a
sus víctimas fueron cometidos en ambas arterias.
Pero
volvamos a su domicilio. Si Sajen tomaba la calle Montes de Oca en dirección al este
llegaba, en cuestión de minutos, al barrio José Ignacio Díaz 1a Sección, donde vivía su amante, Adriana del Valle Castro.
En cambio,
si salía de su casa por Montes de Oca,
llegaba a Tristán Narvaja y en esta
calle doblaba a la derecha, llegaba a la avenida Malagueño. Esta arteria, que corre paralela a las vías del tren, era clave. Así podía llegar en un corto
tiempo a los barrios José Ignacio
Díaz 2a Sección, donde estaba el taller mecánico de su hermano Eduardo, o bien a José Ignacio Díaz 3a Sección, donde vivía su madre y algunos de sus otros hermanos.
Varias
personas relatan que era común ver a Sajen transitar por estas calles, en
auto o en moto. "Yo llegué
a verlo muchas veces andando en moto por la zona del barrio Coronel Olmedo.
Varias veces lo vi jugando a las bochas en una canchita muy conocida de esa
zona", comenta
un empleado de los Tribunales II que trabaja en la planta baja.
Para llegar a barrio Coronel Olmedo a
Sajen le bastaba tomar la avenida 11
de Setiembre que cruza la Malagueño
y luego se convierte en el camino a 60 Cuadras.
Desde la
casa de Sajen había dos caminos rápidos para
llegar hasta el Parque Sarmiento y al barrio Nueva Córdoba. Podía ir por la avenida Sabattini o por la mencionada Malagueño, donde la presencia policial
es menor. Una vez que llegaba a la avenida Revolución
de Mayo, doblaba hacia la derecha y en cuestión de segundos llegaba al
ingreso mismo al Parque Sarmiento, a la altura de la Bajada Pucará.
Por
cualquiera de los dos caminos podía llegar, a la terminal de ómnibus, donde,
según sospechan algunos investigadores, el serial dejaba estacionado su auto en
la playa para luego salir de cacería.
Si, en
cambio, quería llegar a los barrios Cabañas
del Pilar, Jardín o Villa Revol, donde cometió varias
violaciones, Sajen debía salir de su casa, tomar
la avenida Malagueño y seguir
andando, en forma paralela a las vías, hasta llegar a destino.
Finalmente,
el violador serial viajaba a menudo a la localidad de Pilar. Para llegar allí, le bastaba tomar la avenida Sabattini y dirigirse hacia el este.
Así llegaba a la vieja ruta nacional 9 sur o a la autopista Córdoba-Pilar.
Inocente a prisión
El fiscal Gustavo Nievas se despertó sobresaltado por el
ruido del celular. Eran las 2 de la mañana del martes 25 de mayo de 2004. Para
que su familia no se despertara, Nievas atendió rápido. Del otro lado
oyó la voz de uno de los comisarios de Investigaciones.
-¿Qué
pasa? -preguntó Nievas, con voz ronca.
-Malas noticias, doctor. Ha vuelto a atacar. Esta vez
en San Vicente. La chica tiene 16 años. Salía de un cyber y el Sierra la
agarró. La hizo caminar unas 15 cuadras y la llevó hasta un baldío de la calle
Sargento Cabral y las vías del tren. Ahí la violó. La chica le mintió
diciéndole que tenía Sida, pero el tipo no le creyó y la violó igual.
-¿A qué
hora fue?
-... Entre las nueve y media y las diez de la noche.
La chica hizo ahí nomás la denuncia, junto a su mamá.
-Mire doctor, esta vez, el tipo fue más violento que
otras veces. Se nota que está sacado, nervioso. Para mí que toda esta campaña
de difusión lo está volviendo loco.
-Ok. En 10 minutos estoy allá.
Cuando el
fiscal estuvo en el lugar, se encontró frente a un enorme descampado que se
abría paso delante sobre la vía. En una calle cercana, había varios patrulleros
del CAP y un móvil de la Policía Judicial.
"Fue la primera
violación que cometió el serial después de la intensa campaña de difusión que
habíamos largado ese año. El tipo se sentía acorralado y se fue de donde solía
actuar a otro lado. Tal como pensábamos, se mudó a una zona más cercana a su
lugar de residencia", señala Nievas.
Si bien la
impresión del entonces fiscal es acertada respecto a que Sajen comenzó a atacar en una zona no acostumbrada, el serial
regresaría meses después nuevamente a Nueva
Córdoba.
Después de
realizar la denuncia, la menor y su madre fueron invitadas a colaborar en la
investigación recorriendo la zona. Y si veían al sospechoso, debían avisar a la
Policía.
Eso ocurrió
el 31 de mayo al caer la noche. Mientras la chica caminaba por la plaza Lavalle, corazón del barrio San Vicente, creyó reconocer al
violador sentado en un banco. El hombre se levantó y empezó a caminar. La chica
corrió a un teléfono público y llamó a la Policía. A los pocos minutos, un
móvil policial estaba controlando al supuesto sospechoso.
El hombre
era morocho, no tenía más de 40 años y su parecido con el identikit era
extraordinario. Cuando le revisaron el documento, los policías comprobaron que se llamaba Gustavo Camargo.
-Así
que te llamás Gustavo ..., ¡mirá vos! Gustavo ..., ¡ qué casualidad! ¿El que llamó los otros días al 101 no se
llamaba Gustavo ? -dijo uno de los policías.
-El serial, cuando aborda a las víctimas, menciona el nombre
Gustavo -añadió otro uniformado.
Camargo trató de explicarle a los
policías que él no era ningún violador y que había salido a comprar pan, pero
los policías no le creyeron y lo llevaron a la Jefatura, directamente a la División Protección de las Personas. El
hombre fue metido en una oficina y obligado a desnudarse ante una veintena de
investigadores. Todos querían ver el lunar del que tanto hablaban algunas
víctimas. Para peor, el hombre no usaba calzoncillos. Los investigadores creían
estar frente el sospechoso perfecto. Pensaban que con esa captura, se habían
acabado finalmente las andanzas del serial.
"Yo estaba
convencido de que Camargo era la persona que buscábamos. Había sido
reconocido por una víctima de violación en la calle. Pero estábamos equivocados", dice en la actualidad el
comisario Nieto.
Lo que Nieto se olvida de contar es que Camargo fue sometido a un humillante
interrogatorio durante toda la noche en el que los policías lo presionaron para
que confesara: "¿De qué forma las agarrabas?";
"¿Las hacías agachar?"; "¿Gozabas?". También
hubo tiempo para las amenazas asegurándole que en la cárcel iban a violarlo
salvajemente.
Mientras la
esposa de Camargo salía por todos los medios de
prensa a jurar que su esposo no era ningún violador, Nievas retrucaba que existían indicios que lo vinculaban a los casos del
serial.
En la
actualidad, Nievas se apresura a explicar que este
hombre no fue detenido porque estaba sospechado de ser el serial, sino porque
una víctima lo había reconocido en plena calle. "Y el hecho de que
haya estado tanto tiempo en prisión no es culpa mía. Los análisis de ADN en el Ceprocor
se demoraron más de lo esperado", sostiene.
Esos estudios demoraron 38 eternos días, en los cuales Camargo debió permanecer encerrado con presos condenados. Mientras tanto,
algunos seguían investigando a otros hombres que se llamaban Gustavo Reyes -como el hijo de un ex funcionario judicial-, pero mientras
todos apuntaban contra Camargo, Marcelo Sajen se encargaría de demostrarle a
los investigadores que en realidad el violador serial seguía suelto.
El 14 de junio, Sajen abordó a una chica de 22 años en
pleno Nueva Córdoba, en el cruce de Irigoyen y San Luis (a pocas cuadras de la pizzería que había
asaltado en 1999) y la llevó hasta un baldío cercano a los Tribunales II, donde la violó analmente.
Diez días después, Camargo no fue reconocido en una rueda
de reconocimiento de personas. Al día siguiente, Nievas recibió los resultados de un
estudio de ADN del Ceprocor que le confirmaban que no era el violador serial. Sin embargo, el
fiscal dispuso que continuara detenido ya que no tenía el resultado que le
permitía confirmar si había violado o no a la menor en San Vicente.
Recién el 8 de julio, Nievas tuvo los resultados de ADN que le faltaban. Después de estar
38 días preso, Camargo recuperó su libertad.
Para entonces, la suerte estaba echada sobre Nievas. Al descrédito público a que se vio sometido por la arbitraria
detención de Camargo, se le agregó un pedido de
renuncia por parte del vicegobernador Juan
Carlos Schiaretti, en aquel entonces a cargo de la Gobernación.
El jueves, Nievas le dijo al flamante fiscal
General de la Provincia, Gustavo Vidal
Lascano, que abandonaba el cargo.
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//13 de Noviembre, 2010 |
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por
jocharras a las 22:25, en
La Marca de la Bestia |
CAPITULO X
Volver tras las
rejas
He robado
Aquella madrugada, el teléfono empezó a sonar. Zulma
se despertó sobresaltada, prendió el velador y vio el reloj despertador que
descansaba en la cómoda. Ya eran casi las 4 de la mañana del 8 de febrero de 1999.
Dormida, tanteó la cama por costumbre y comprobó que su marido, otra vez, había
decidido no dormir en su casa. El sonido insistente del teléfono le dio un mal
presentimiento.
Había tenido un día difícil. Tenía fiebre, le dolía
todo el cuerpo y para colmo no podía sacarse de la cabeza que estaba por nacer
"el bastardito", como siempre llamaba al hijo que la Negra
Chuntero tendría con Marcelo.
Precisamente por ese tema había discutido el día anterior con Sajen. Estaba segura que "la otra"
vivía como una reina, mientras ella se sentía cada vez más desplazada.
Se levantó en camisón, fue rápido hasta la cocina y
levantó el teléfono. Era Marcelo.
-He robado y me agarraron -del otro lado del tubo Sajen hablaba apurado, nervioso, asustado.
Zulma sintió que el mundo se le derrumbaba. Como una tormenta, cientos de
recuerdos volvieron a cruzarse por su cabeza. Recordó Pilar, la Policía
allanando su casa, Marcelo trasladado
en un patrullero, los aprietes en la comisaría, el juicio en Tribunales I,
el rostro del secretario Ugarte, la cara de piedra de los jueces que
condenaron a su marido y las penurias que vivió cuando tuvo que ir a visitarlo
a la cárcel.
-¡¿Dónde mierda
estás, hijo de puta?! -exclamó Zulma.
-En la primera..., me tienen en la comisaría
del centro. Metí el
caño en una pizzería, el dueño me corrió y la yuta
me agarró.
Me tienen encerrado y me permitieron hacer una
llamada.
Llamalo al doctor Albornoz y pedile que me venga a
ver urgente
y me saque. Perdóname Zulmita, por el amor de Dios.
Perdóname. No sé qué me pasó.
-¡¿Cómo que no sabés?!
¡¿Cómo te agarraron?! Me prometiste que no... -gritó Zulma,
llorando.
Los chicos se despertaron y se largaron a llorar,
asustados por los chillidos de su madre.
-No sé si voy a
seguir con vos Marcelo. Se acabó. ¡Esta vez, basta! ¡Te vas a la mierda!
-bramó la mujer antes de cortar.
-¿Qué pasa mamá? -preguntó una
de sus hijas, mientras se asomaba a través del marco de la puerta. Detrás de
ella, estaban sus otros hermanos.
-Nada, no pasa nada. Tuve una
discusión con tu padre. Váyanse a dormir.
Zulma se sentó en una silla del comedor y siguió llorando. Esta vez, la
relación con Marcelo se acababa.
A unas 50 cuadras de allí, en un calabozo de la
comisaría primera, ubicada en la calle Corrientes 534, a pocas cuadras
de la terminal de ómnibus de Córdoba, Marcelo
Sajen se sentía perdido. Definitivamente perdido. Acababan de
atraparlo luego de un asalto y se veía condenado otra vez en una celda de la Penitenciaría.
Pero lo que más terror le daba no era haber caído preso, sino que la chica a la
que había violado momentos antes hiciera la denuncia y los policías vincularan
ambos casos.
Sabía que no era imposible que ella fuera a esa
comisaría. "Falta que me encuentre cara a cara y se pudre todo",
pensó. Sin embargo, lobo y víctima no iban a cruzarse. La joven efectuó la
denuncia en la unidad judicial de la comisaría cuarta, del barrio
Nueva Córdoba, y luego en la División Protección de las Personas,
en la Jefatura de Policía. Como las actuaciones judiciales quedaron
asentadas en distintas oficinas, nadie relacionó la violación con el asalto, a
pesar de que ambos delitos se habían cometido a escasas cuadras de distancia
entre sí y en un breve lapso entre uno y otro.
La Policía y la Justicia se enterarían de que el
ladrón y el violador eran la misma persona recién varios años después.
Permaneció un par de horas en la Comisaría
Primera y luego fue trasladado a la Décima (llamada por aquel
entonces Precinto 5), en la avenida Vélez Sarsfield 748, donde
pasó la noche encerrado en un calabozo junto a varios presos más. Estuvo todo
el día prácticamente sin dormir. Al día siguiente, antes de que lo trasladaran
a la Cárcel de Encausados y de que pudiera ver a su abogado, los
policías le permitieron a Sajen otra
comunicación telefónica. Esta vez, llamó a Adriana.
La Negra Chuntero no estaba en casa para
atender el teléfono. Había sido internada de urgencia en una clínica del centro
de la ciudad para dar a luz al bebé que había concebido con Marcelo nueve meses antes.
La criatura nació por parto natural.
"No sé por
qué Marcelo
robó esa noche. Lo que sí sé, es que él estaba desesperado porque
Zulma lo tenía loco. Estaba atormentado
porque ella le exigía plata todo el tiempo. En cambio, yo nunca fui así,
siempre me conformé con lo poco que tengo y que él me daba. Marcelo siempre me
decía que yo sabía economizar, mientras que Zulma y sus hijos gastaban y
gastaban. Pobrecito, todo lo que le pedían, él les daba", recuerda
Adriana.
La Negra Chuntero recién se enteró de que Marcelo había sido detenido dos días después,
cuando su cuñado Daniel Sajen fue a visitarla y a conocer a su flamante
sobrino.
"Yo estaba
desesperada, porque esa noche Marcelo no había vuelto a casa a cenar. Encima tampoco me venía
a visitar y a ver al bebé. 'Este no me quiere más y me dejó para siempre',
pensé. Y sufrí mucho. Cuando supe que había caído preso, me puse peor",
señala la mujer.
A pesar de la bronca que sentía por su marido, Zulma
había ido a contratar los servicios del abogado Diego Albornoz,
el mismo que lo había defendido en el juicio por la violación de Pilar
en 1985.
Cuando Zulma lo llamó, el abogado se puso a
trabajar de inmediato para que su cliente recuperara su libertad. Sin embargo,
no había mucho por hacer, las pruebas en su contra eran demasiadas.
Nombre
falso
A los pocos días de haber dado a luz, Adriana
regresó a su hogar. Quería sentirse feliz de haber sido madre nuevamente, pero la
angustia de saber que su pareja estaba detenida no la dejaba pensar.
Un día a la mañana, sonó el teléfono y ella
presintió que era su "negro", no se equivocó.
-Negrita mía. Te extraño mucho. ¿Cómo estás? ¿Cómo está el nene?
¿Está bien? ¿Toma la teta? -Sajen
no paraba de hacerle preguntas. Se lo oía abatido, desesperado, angustiado
-Adrianita, vení a visitarme. Te
extraño. Me tienen en Encausados . Pero
cuando vengas como visita, pedí por Gustavo
Rodolfo Brene. No digás Sajen. Acordate, Gustavo Rodolfo Brene.
Ese es el nombre que di acá -dijo Sajen,
susurrando.
Brene no era un invento cualquiera. Había adoptado el
apellido de un familiar que su esposa Zulma tenía en Pilar. Adriana
no entendía nada, pero igual anotó el nombre en un papel para no olvidarse.
Esa mañana había comprado los diarios, pero al
igual que en los días anteriores no informaban nada sobre la captura de un ladrón
en el centro luego de cometer un asalto a una pizzería.
Viejo conocedor del código delictivo, Sajen había dado una identidad falsa. Lo
había aprendido de sus hermanos. Y no sería la última vez. Sabía bien que
dando un nombre trucho, y no teniendo el documento de identidad encima, la
Policía iba a tardar mucho tiempo en averiguar si tenía antecedentes delictivos
y podían soltarlo.
El cotejo de sus huellas dactilares con las
planillas de antecedentes delictivos se hacía en forma manual, al igual que en
la actualidad, y eso demandaba un extenuante trabajo para cualquier policía.
De esa forma, pensó que podía zafar de una condena abultada.
"Ahora es
más difícil pero antes siempre que caías preso se daba cualquier identidad
menos la de uno, porque los canas, al ver que no tenías antecedentes, te
dejaban en libertad y te decían 'preséntese mañana'. Si tenías esa suerte te
ibas y no volvías más", señala, sonriendo, Daniel Sajen.
El fin de semana siguiente a haber dado a luz, Adriana
fue hasta Encausados a visitarlo. La mujer ya conocía bien el
derruido penal del barrio Güemes. Sajen
la había acompañado varias veces, cuando ella iba a visitar a un hermano que
tenía "privado de la libertad", como prefiere decir
ella antes de usar la palabra "preso".
Durante meses, loca de amor, la Negra Chuntero
fue a ver a Marcelo todos los fines
de semana. Incluso iba los miércoles y jueves. Le llevaba comida, ropa y algo
de dinero. Cigarrillos no, porque no fumaba. La mujer iba con su pequeño bebé,
a quien Marcelo veía crecer poco a
poco.
Sin embargo, las cosas no eran fáciles para ella.
No tenía dinero y no podía alquilar más, por lo que se fue a vivir durante un
tiempo a la casa de la madre de Marcelo,
María Rosa Caporusso, en barrio Maldonado.
Paralelamente, durante todo ese tiempo, Zulma
nunca había ido a visitar a su esposo. La mujer realmente estaba fastidiada con
él porque había robado y caído preso. "Cuando
fue detenido, lo dejé de ir a ver por un buen tiempo. Estaba muy enojada,
porque no tenía por qué robar. Teníamos trabajo, dinero... Me había
desilusionado mucho", recuerda Villalón.
"Zulma es,
y siempre lo fue, una mujer de muchos principios. Una mujer de fierro, por eso
dejó a Marcelo solo, cuando cayó preso. No se banco que él robara",
relata por su parte un abogado allegado a la familia Sajen.
Finalmente, luego de seis meses, la mujer decidió
ir a Encausados junto a dos de sus hijas a visitar a su esposo. Y
pasó lo inevitable.
A metros de la puerta de entrada a la cárcel, sobre
calle Ayacucho, Zulma y Adriana se encontraron frente a frente en
la cola que hacían aquellas mujeres que iban de visita con sus bolsas de hacer
compras, cargadas con azúcar, yerba y fideos. Ambas se conocían bien tras
haberse cruzado en el barrio varias veces.
El encuentro no fue precedido precisamente por un
beso y un abrazo afectuoso. Las dos se agarraron de los pelos y empezaron a
insultarse y pegarse. Todo era griterío. Las demás visitas empezaron a gritar
también y formaron una ronda para observar de cerca la pelea.
"Yo estaba
con mi bebé en brazos y a ella no le importó, y me tiró de los pelos. Sin
querer, quise defenderme con las manos y le pegué a una de sus hijas y le
empezó a salir sangre de la nariz. Zulma se desesperó y llamó a la Policía. Zulma
siempre lloraba la carta y en la Policía le
daban bolilla", recuerda Adriana.
La Negra Chuntero fue a parar a la Comisaría
Décima, donde le pintaron los dedos y la dejaron demorada durante algunas
horas hasta que fue a buscarla su padre. Ese día no pudo ver a Marcelo. Zulma sí, pero al cabo de unas
semanas iba a abandonarlo por un largo tiempo. Las secuelas de este episodio
llegarían a oídos de los presos de boca de sus propias mujeres, que vieron a Zulma
y a Adriana peleándose por Marcelo.
Eso alimentaría en la cárcel el mito de mujeriego y "ganador"
que Sajen ya traía desde su barrio,
hasta el punto de que la primera referencia que todos los presos que lo
conocieron hacen de él es que era visitado por dos mujeres en la cárcel.
El pluma del
pabellón
Aquel 1999, Sajen
estaba preso y Encausados era pura ebullición. Ya se sabía que de
un momento a otro el edificio iba a ser desalojado y que los internos iban a
ser trasladados al flamante Complejo Carcelario Padre Lucchese, una
moderna cárcel del Primer Mundo ubicada en la comuna de Bouwer,
en el camino a Despeñaderos, varios kilómetros al sur de la ciudad de Córdoba.
Sajen entró a Encausados el 9 de febrero
del '99 y fue a parar directamente "al Cerro", como se
conocía al sector de los pabellones "VIP", ubicados por aquel
entonces en los pisos superiores y que daban hacia calle Belgrano. El
nombre hace referencia al Cerro de las Rosas, uno de los barrios más
exclusivos de la ciudad de Córdoba. Se trataba de los pabellones 16, 17,
18 y 19. Se los denominaba así ya que, en comparación con los demás espacios,
contaban con mejores condiciones de alojamiento, baños y celdas limpias,
cocinas con freezer, heladera, lavarropas y hasta televisión con una antena
parabólica satelital que permitía ver partidos de fútbol o la señal del canal
porno Venus.
A diferencia de la primera vez que había estado
alojado en Encausados , esta vez Marcelo
Sajen no se sentía solo. Si bien ya no estaba más aquel directivo
del Servicio Penitenciario -amigo de su padre- que le
había brindado cierta protección, Marcelo
se sentía seguro y acompañado en el pabellón, ya que a muchos los conocía del
barrio, de la calle, de la vida misma. Ellos lo conocían como "Marcelo", aunque él seguía haciéndose
pasar ante los guardia cárceles como un tal Gustavo Brene.
Todos sabían que había caído por robo e ignoraban su violación en Pilar,
cometida años antes.
Sajen permaneció alojado los primeros tiempos en el
pabellón 19 que, respecto a los otro cuatro del sector VIP era el que tenía las
menores comodidades.
Un buen día se produjo una violenta pelea entre dos
bandos que disputaban el control del pabellón 19. El grupo de Sajen fue el que perdió y Marcelo terminó expulsado a patadas y
estocadas con púas. Lo primero que se hace en estos casos es solicitar a los
guardias que se traslade al preso y Sajen
terminó recayendo en el pabellón 6 del primer centro, uno de los más duros de Encausados.
Allí se encontraba alojado su hermano mayor Leonardo
(el Turco Miguel), que por aquel entonces, según coinciden sus
hermanos y varios reclusos que lo conocieron, era el más pesado del pabellón.
Era el pluma, el jefe de los demás. Todos le temían y cumplían sus órdenes a
rajatabla. Si alguien iba en contra de sus designios, terminaba mal.
Como no podía ser de otra manera, Marcelo llegó al pabellón para acompañar a su
hermano y pronto se convirtió en otro pie de plomo ante los demás.
Un pluma es un preso peligroso y respetado que
controla todo en un pabellón: ya sea cómo se dividen los internos en cada
celda, quién se queda, quién se va, qué se come, qué no se come, qué se debe
hacer, qué no. Muchos incluso llegan a convertirse en cerebros de
organizaciones delictivas muros adentro e incluso de bandas que actúan muros
afuera. Y no están solos, sino que cuentan con un ejército de "perros"
-reclusos que les demuestran fidelidad- que harán cumplir sus
normas y designios al pie de la letra.
Según se comenta, Leonardo Sajen en
toda su etapa carcelaria fue un buen pluma que no tenía perros bajo sus órdenes
porque prefería manejarse solo. La tarea no es nada fácil, ya que un pluma debe
tener el control y para ello tiene que evitar que nadie más pueda competirle
dentro del pabellón. Así también, sabe bien que cualquier decisión que adopte,
a la larga se puede volver en su contra.
"Si llega un
tipo nuevo al pabellón y comienza a hacer amigos, tenés que controlarlo. Si no
lo hacés, el tipo te va a disputar el poder en poco tiempo. Entonces tenés que
anularlo. Si no lo hacés, te arriesgás a una pelea y podés perder. Además, el Servicio
Penitenciario necesita que vos tengas controlado el
pabellón para evitar motines y problemas. Si demostrás que no podés controlar
la situación en tu pabellón, no le sos útil al Servicio. A la larga, dejás de
ser pluma, uno no lo es toda la vida. Así empezás a deambular entre pabellones
y en cada uno hay un hermano, un amigo o un primo de algún tipo al que le
cagaste la vida y que te la va a cobrar", comentan dos
plumas alojados en la Penitenciaría, quienes conocieron a los hermanos Sajen bien de cerca.
Durante largo tiempo, Leonardo y Marcelo habrían sido juntos plumas del
pabellón 6. Al poco tiempo, llegó Daniel, el otro hermano. Entre los tres -dicen
algunos- fueron imparables.
Por aquellos meses, estaba preso en Encausados un
sujeto que se hacía llamar el Conchita Martínez, quien ganó su
sobrenombre por su notable parecido con la ex tenista española que brilló en
los '90.
Conchita había sido "capeado" -echado- del
pabellón 17 -el sector VIP- y, luego de pasar por varios
sitios de Encausados -una asamblea de presos que dirigía el
pabellón 18 le negó la entrada-, recaló finalmente en el pabellón 6, de
los hermanos Sajen.
Martínez está sospechado por la
Policía de haber sido un preso que manejaba el ingreso y comercio de las
pastillas sedantes, la droga por excelencia en la cárcel, presuntamente en
complicidad con guardia cárceles. Incluso, en la cárcel, se le adjudica el
supuesto récord de haber logrado ingresar entre la Navidad de 1999 y el
1° de enero de 2000 la friolera de 11 mil pastillas.
Los presos que estuvieron con los Sajen recuerdan que los hermanos le exigieron
una condición a Conchita para que pudiera quedarse en el
pabellón: la compra de un televisor, una heladera y pintura suficiente para
pintar todo el sector.
"Los Sajen
lograron mejoras y además quedaron bien con los demás internos",
señala uno de los presos.
En marzo de 1999, el fiscal de instrucción del Distrito
2 Turno 2 de la ciudad de Córdoba, Alejandro Moyano, comprobó
que Gustavo Brene y Marcelo Mario Sajen eran la misma persona -las
huellas dactilares eran idénticas- y envió su causa por el asalto a la
pizzería a juicio. Sin embargo, iba a pasar mucho tiempo hasta que el juicio
finalmente se iniciara.
Aparentemente, dado el poder que tenían los Sajen, las autoridades penitenciarias con el
director de Encausados , Gustavo Mina, a la cabeza, decidieron
separar a los hermanos. En realidad, dentro de la cárcel y en la familia, se
comenta que conociendo el perfil de pluma de Leonardo puede haberse
producido algún enfrentamiento entre los hermanos. En este sentido, Daniel
confiesa que fue el mismo Marcelo
quien pidió trasladarse al VIP nuevamente dejando a sus hermanos con el
poder del pabellón 6.
Después de unos meses, Marcelo
Sajen empezó un derrotero por distintos pabellones, en muchos de los
cuales tuvo serios problemas con los internos y, como duro boxeador que había
aprendido a ser, se trenzó en violentísimas peleas con varios de ellos. Eso le
permitía hacerse respetar y por sobre todas las cosas reivindicar su fama de
duro.
En las fojas de su prontuario quedó archivado un
grave incidente registrado a fines de 1999 en el pabellón 24. En aquella oportunidad,
Sajen se peleó con varios presos y
cuando los guardia cárceles entraron al sector para sacarlo a los bastonazos,
él tomó un secador de piso, lo partió en dos y fabricó una improvisada lanza.
Así estuvo varios minutos amenazando a los guardias, evitando que nadie se le
acercara, mientras a los gritos incitaba a los demás internos para que se amotinaran.
En efecto, hubo una revuelta que rápidamente fue disuelta. Sajen se entregó y pasó varias semanas en
aislamiento, encerrado en una celda oscura, sin salir al patio y, sobre todo,
sin la visita de Adriana, quien durante todo este tiempo seguía estando
presente todos los días de visita.
Culpable
Dado que las pruebas en su contra, por el asalto a
la pizzería, eran abrumadoras, Sajen
aceptó el consejo de su abogado Albornoz. El letrado le había sugerido
que aceptara la realización de un juicio abreviado, ya que así podía obtener
una condena menor a la de un juicio común.
Albornoz le explicó cómo era el proceso. El secretario del juez lee la
acusación, el fiscal amplía los detalles de la causa y pide la pena, el acusado
confiesa el delito y el juez da su sentencia. Todo rápido, todo en menos de una
hora. Y la condena puede ser benévola.
El 19 de octubre de 2000, Sajen fue trasladado hasta los Tribunales
II, un moderno edificio construido en el barrio Observatorio,
ubicado a pocas cuadras de Encausados , y que reemplazó a Tribunales
I para el tratamiento de las causas penales.
Un guardia cárcel lo condujo a la sala de
audiencias de la Cámara 8a del Crimen, que estuvo
prácticamente vacía durante la hora que duró el juicio abreviado. Obviamente,
el proceso pasó totalmente inadvertido para los periodistas que recorrían por
aquellos tiempos los pasillos de Tribunales II en busca de primicias judiciales.
La audiencia estuvo presidida por el juez Jorge
Moya, quien hizo leer a su secretario, Luis López, la acusación. El
funcionario relató que en los primeros minutos del 8 de febrero de 1999, Marcelo Mario Sajen había entrado a una
pizzería de calle San Luis y Cañada y, luego de amenazar a los
encargados del local con un arma, se había apoderado de dinero en efectivo,
luego de lo cual huyó. El dueño lo persiguió y, al cabo de unas cuadras, fue
atrapado por el mismo comerciante.
Terminada la lectura de la acusación, el juez Moya
miró a Sajen y le cedió la palabra.
El delincuente, tal como había practicado en prisión con su abogado, confesó
que todo era verdad. En la sala de audiencias estaban algunos de sus hermanos y
Adriana.
Luego de oír al fiscal Javier Praddaude -el
mismo que lo había procesado 14 años antes por la violación de Pilar- y
al abogado defensor Albornoz, el juez dictó la sentencia: Sajen fue condenado a cinco años y medio de
prisión por robo calificado, tenencia de arma de guerra, abuso de arma y
encubrimiento.
Para decidir la pena, Moya había valorado la
naturaleza del juicio abreviado, la acción desplegada por Sajen a la que consideró como peligrosa y la
reiteración de los hechos delictivos. "A su
favor tengo en cuenta que Sajen es un hombre de condición humilde, con familia constituida
por esposa y cinco hijos, que no tiene vicios", resaltó el
juez en aquel fallo.
El magistrado también tuvo presente que el
delincuente había confesado todo, "demostrando
con ello su voluntad de encausar su vida hacia la comprensión y el respeto de
la ley y su reinserción social". Nada más lejos de la
realidad.
El juez ignoraba por completo que Sajen ya había empezado a violar en serie en
1991 y que su último ataque hasta que cayó preso había ocurrido justamente media
hora antes de asaltar la pizzería. También ignoraba, como pareció desconocerlo
durante años el
Servicio Penitenciario, que no era un delincuente primario (que
purgaba su primera condena), sino que ya había estado condenado
anteriormente. De acuerdo a las planillas del Servicio Penitenciario,
también se desconocía la violación cometida en 1985 en Pilar hasta el
punto de que en ninguno de sus estudios psicológicos y criminológicos se llega
a hacer referencia a aquella violación.
La condena impuesta debía cumplirse el 8 de agosto
de 2004. Sin embargo, el tiempo que Sajen
estaría en prisión sería mucho menor, gracias a la ley del 2x1, una
norma que permite que a un preso que se encuentra sin condena firme, cada día
de detención se le compute doble. Sajen
estaría detenido hasta el 8 de octubre de 2002. Veintiséis días después de
quedar en libertad volvería a violar.
Enjaulado
Al día siguiente de haber sido condenado fue
trasladado hasta el Complejo Carcelario Padre Lucchese, conocido en la
actualidad como la Cárcel de Bouwer. El traslado no era casual, sino que
se debía al cierre de Encausados .
Sajen se salvó de ser patoteado por guardia cárceles
como había ocurrido meses antes en otro traslado, cuando varios empleados
penitenciarios golpearon violentamente a unos 36 reclusos como parte de "una
despedida" de la cárcel de barrio Güemes, hecho que luego
sería investigado por el fiscal Juan Manuel Ugarte.
Bouwer es la cárcel más moderna de toda Córdoba. Ubicada a unos 20
kilómetros al sur de la Capital, el complejo carcelario demandó varios años de
construcción y su estructura fue copiada a los modelos de presidio de alta
seguridad de los Estados Unidos. Cuenta con cuatro módulos separados
que funcionan prácticamente como cárceles independientes. Cada módulo está
compuesto de pabellones que tienen celdas habilitadas para alojar a uno o dos
internos. Cada celda tiene .cama, baño, repisa y una ventana de vidrio con
rejas que da al exterior. Todas las puertas de la cárcel se cierran en forma
automática y el predio cuenta con un alambrado perimetral electrificado para
evitar fugas. Sajen fue alojado en el
pabellón D4 del sector B del módulo de mediana seguridad 1 de Bouwer. A
los pocos días de estar en su nuevo lugar de residencia, cumplió 35 años.
Prácticamente ni los festejó.
Para colmo de males, recibió una dura sanción
disciplinaria, luego de que guardia cárceles le encontraran 82 psicofármacos
ocultos en el bolsillo izquierdo de su pantalón, listos para ser vendidos
dentro del penal, según consta en su prontuario número 15.364.
La versión oficial era que Sajen estaba tan desesperado que en un
descuido de los guardias, quienes aún no conocían del todo las medidas de
seguridad que había que tomar en la nueva cárcel, logró escapar de su pabellón
cuando se abrió la puerta electrónica. Fue recapturado y le aplicaron una
sanción aún mayor. La versión de Sajen,
escrita a mano y enviada a las autoridades de la cárcel, era diferente y
vinculaba a los guardias con el mercado ilegal de pastillas dentro del penal.
En ese texto el preso dice que los guardias le hicieron levantar un paquete que
no le pertenecía y que estaba lleno de psicofármacos; según su versión los
penitenciarios le mintieron para que saliera del pabellón y después lo
agarraron como si él hubiese intentado escapar. "Yo no quisiera perder mi trabajo, mi conducta. Además
nunca tuve un castigo por psicofármacos", asegura Sajen en aquella carta.
El director de Bouwer, Maximino Bazán,
no le creyó y lo mandó durante varias semanas a una celda de aislamiento. Como
protesta, Sajen inició una huelga de
hambre que se extendió por varios días y que marcaría el comienzo de su etapa
más conflictiva dentro de la cárcel.
Mientras se encontraba en castigo, llegó a Bouwer
una notificación de la Municipalidad de Córdoba en donde se lo instaba a
abonar una abultada deuda por impuestos impagos.
Cuando salió de aislamiento, lo llevaron esposado al
módulo MX1 de Bouwer, el de máxima seguridad. Sajen estaba excitado, sacado, extremadamente
violento.
Por aquella época, la Cárcel de Bouwer era
noticia nacional por la reiteración de casos de presos que se ahorcaban en sus
celdas, dado que no se acostumbraban a las nuevas y rígidas condiciones
penitenciarias. El pésimo estado en que se encontraba Sajen se puede comprobar en un informe que
data del 30 de noviembre de 2000 y que fue firmado por el entonces adjutor
principal Roberto Sosa. En el informe de actualización, se especificó
que su conducta era "mala 2", que poseía varias
sanciones en su haber, que la relación con el personal penitenciario era
regular y que tenía "conflictos manifiestos" con los
demás internos. Además, en el informe consta que su aseo personal era "regular",
al igual que el estado de su celda.
En los primeros días de diciembre de aquel 2000,
por orden de la Cámara 8a del Crimen, Sajen fue trasladado a la Penitenciaría
del barrio San Martín.
Ni bien llegó al presidio, Marcelo pidió ser alojado en el pabellón 6.
Cuando le preguntaron a qué se debía la solicitud, respondió que conocía a la
totalidad de los internos alojados allí y sabía que se iba a llevar bien con
ellos.
Se trataba del mismo pabellón que cinco años más
tarde iba a iniciar un terrible motín que se extendería a todo el penal, que
duraría todo un día y que acabaría con ocho personas muertas y con el edificio
prácticamente destruido.
Nadie se explica por qué, cuando entró a la Penitenciaría,
Sajen fue a parar al primer centro,
ubicado en la parte delantera del establecimiento. Ocurre que por lo general,
los recién llegados van a parar a los pabellones "del fondo"
de la cárcel, donde precisamente se encuentran los internos de peor conducta y
peores condenas.
Sajen fue sacado del pabellón 6, luego de protagonizar
una violenta pelea con otros reclusos. Según consta en su prontuario, cuando
los guardias cárceles intervinieron, lo encontraron en la puerta de ingreso a
los baños con una púa recubierta con un trapo en el mango para no cortarse la
mano. Este tipo de "arma blanca" -como dice la Policía- sería usada
en algunas de sus violaciones en la zona de Nueva Córdoba. Aunque
algunos investigadores aseguran que nunca usó un arma blanca, sino que asustaba
a sus víctimas con la ganzúa con la que después abría la puerta de los autos.
Del pabellón 6, Marcelo
fue trasladado al 4, donde se encontraba su hermano Leonardo -convertido
en todo un pluma- cumpliendo una condena por robo calificado.
Tal como había ocurrido en la anterior oportunidad
que cumplió una condena en la Penitenciaría, Sajen
trató de que nadie supiera que él una vez había sido condenado por una
violación en Pilar. Sin embargo, algunos lograron enterarse de ese
hecho. Pero lo que nadie sabía era que él ya era un violador serial y que tenía
varios ataques en su haber en la ciudad de Córdoba.
"Muy pocos
sabíamos que él andaba metido en ese 'embrollo'. Nadie sabía que era un mete
pito. Después nos fuimos enterando, pero no le pasó nada, porque él era muy
bueno para las piñas y se defendía cuando lo querían 'picotear'",
comenta Maximiliano, un joven de barrio Colón que supo compartir
pabellón con Sajen durante aquellos
años.
Marcelo permaneció un tiempo en el 4 hasta que fue
cambiado de lugar por orden del director del penal, Eduardo Sardarevic,
quien lo envió al segundo centro de la Penitenciaría, sector que por
aquel entonces empezaba a ser copado por "Los guerreros de
Jesucristo", un movimiento de presos que practicaba la religión
evangelista y que seguía los pasos de un interno llamado Astrada,
devenido en pastor.
Sajen estuvo "aplaudiendo", como
llaman despectivamente los presos a lo que hacen los evangelistas, pero terminó
convirtiéndose en un interno problemático y durante un largo período fue desfilando
de pabellón en pabellón. Cada vez que lo cambiaban era porque había mantenido
una violenta pelea con algún interno.
Según los testimonios recogidos en el marco de esta
investigación, ninguna pelea se originó por su condición de violador, sino por
cuestiones más "domésticas", como el hecho de haber
sido pluma en otro pabellón o bien por ser un tipo pesado que no se dejaba
dominar por cualquier "gil".
En su itinerario por la Penitenciaría llegó
a estar alojado en el pabellón 2, donde se mostró como un interno tranquilo que
no se metía con nadie. Muchos lo recuerdan sentado en la puerta de su celda
tomando mate, tarareando canciones de Chébere, Sebastián, La
Barra o Gary. Si bien no era pluma, era una persona que se hacía
respetar. Saludaba a algunos internos cuando tenía ganas, mientras que a otros
directamente no les daba ni la hora.
"El tipo era
respetado por varios presos no sólo porque era un pesado, sino porque en los
choreos nunca los había cagado. Era un tipo duro, pero leal. Tenía códigos. Era
un choro como los de antes, nunca cagaba a sus compañeros de andanzas,
llevándose algo de dinero a las escondidas. Si había buen 'filo', lo repartía
en forma proporcional, pero sin joder a nadie", recuerda un
abogado. "Pero era un delincuente sexual,
todo el tiempo andaba hablando de sexo. En la cárcel lo que él más extrañaba
era coger, como cuando estaba con sus mujeres", añade el
mismo letrado.
Corrían los primeros días de setiembre de 2001.
Fecha en la que, como se contará más adelante, el deseo de volver a ver a su
gente (Zulma y los chicos) hizo que Sajen
abandonar aquel código de silencio que sus compañeros de robo dicen que siempre
respeté.
"Mientras estuvo preso, nunca dejó de preocuparse por sus
hijos. Yo estaba desesperada y nerviosa por la situación que me tocaba
atravesar y le contaba que discutía con los chicos. Y ahí empezábamos a
discutir, porque no le gustaba que yo me peleara con ellos. Siempre me decía:
'Si realmente me querés, no te enojes con los chicos'",
comenta Zulma.
"Es gracioso, pero sus dos mujeres lo iban a ver a la
cárcel. Iba Zulma y, cuando salía, entraba Adriana. A veces era al revés. Durante
bastante tiempo fue así", rememora Andrés Caporusso,
tío de Sajen.
Varias personas que supieron
conocer a Sajen en prisión, comentan
que él siempre dio la imagen de un hombre que odiaba a los violadores. "Él decía todo el tiempo que habría que matar a los
'violines'. Decía que los odiaba", cuentan algunos. "Permanentemente andaba diciendo: 'Me voy a coger a éste si
no hace tal cosa, me voy a coger a aquel otro", rememoran
otros.
"Acá en la cárcel no teníamos idea de que era un violín. Es
muy raro, porque cuando entra un violín los mismos guardias te lo marcan,
haciendo la típica mímica de estar tocando un violín. La verdad es que nos
sorprendió enterarnos de que era el serial, porque su personalidad no daba la
pauta de ser violín. No tenía rasgos de ese tipo", señala
un joven que compartió pabellón con Sajen.
Otro interno, Walter Romero,
compañero suyo en el pabellón 2, cuenta: "A
la medianoche o a la madrugada los chantas acá te habilitaban el canal Venus y
todos nos juntábamos a ver. Un día estábamos frente a la tele y Sajen, que siempre
permanecía en su celda, se asomó para gritarnos: '¡Degenerados hijos de puta,
vayan a dormir en lugar de ver esa porquería!'".
Todas las personas consultadas
fueron concluyentes: nadie recuerda haber visto u oído que Sajen haya sido violado por algún interno.
"Mi hermano era un tipo bravo, era de pelearse mucho. Una
vez se cruzó con Roberto Carmona (el asesino de Gabriela
Ceppi), quien le tiró aceite
hirviendo con azúcar. Marcelo alcanzó a esquivar el chorro y luego lo cagó a
trompadas", cuenta Eduardo Sajen.
"Mi hermano vio matar a un hombre en la cárcel. Era un
tipo que estaba acusado de violar a una nena. Los demás presos lo colgaron de
una reja y lo apuñalaron con púas. Marcelo siempre me decía que eran preferibles los policías en la
calle, que los presos en la cárcel", dice Eduardo.
Teniendo en cuenta el odio que Sajen
sentía por quienes vestían uniforme, la frase resulta más que elocuente.
A Marcelo
no le gustaba que los demás internos le hicieran bromas con alguna de sus mujeres.
De hecho, cualquiera que le insinuara que una de ellas lo engañaba, terminaba
con la nariz rota de una trompada. Menos aún toleraba que le insultaran a su
madre.
Personalidad
neurótica
Dijimos que durante su primer residencia carcelaria
no quedaron registros que demuestren que Sajen
haya sido entrevistado por los gabinetes psicológicos en referencia a las
razones por las que violó. Ahora debemos decir que el más completo de los
informes psicológicos que existe en los archivos de su segunda etapa carcelaria
tiene apenas una página y media (fue realizado meses después de la
sentencia) y tampoco hace referencia a sus antecedentes de delincuente
sexual.
Se transcribe en forma textual el informe
criminológico inicial, realizado por el Centro de Observación y Diagnóstico
del Servicio Penitenciario de Córdoba, el 13 de marzo de 2001.
Interno: Sajen, Mario Marcelo Prontuario: 15.364.
Informe criminológico inicial
Interno de 35 años de edad, reincidente,
quien se encuentra cumpliendo una condena de cinco años y seis meses de
prisión por el delito de autor responsable de robo calificado por el empleo de
armas. Familia de origen urbana, de características socio-económica baja,
numerosa, compuesta en su origen por los progenitores y seis hijos, siendo el
interno el cuarto en orden de nacimiento.
El rol de proveedor económico sería
ejercido por su padre en el mercado laboral informal en diferentes actividades
(verdulero, chapa y pintura, almacén) a lo largo de su vida.
Se infiere que el control y
efectivización de los límites quedaría a cargo de su madre, tomando su
progenitor una actitud pasiva y cómplice; advirtiéndose que existiría cierta
idealización de la figura paterna, vivenciándola como bueno y compañero,
y una figura materna autoritaria y distante.
Culmina el primer ciclo de
escolarización integrándose en el mercado laboral en tareas a destajo. A la luz
del material y tomando en consideración los aportes del profesional
interviniente en anterior condena, se coincidiría que: "la problemática
del interno es de tipo neurótica, juicio y sentido de realidad se encontrarían
conservados...: evidenciándose características de tipo pasivas, aspectos
depresivos e inmaduros que subyacen en dicha estructura.
Al momento se deduciría cierta labilidad
yoica, fragilidad y precariedad a nivel de las defensas, como también que
existirían sentimientos de minusvalía e inferioridad.
Durante su adolescencia (16 años)
conforma pareja legalmente constituida con una joven de 14 años de edad, con
la cual tiene 5 hijos. Vínculo que se habría mantenido durante su condena
anterior y que se sostendría en la actualidad.
El sostén económico del grupo familiar
vincular sería ejercido por el interno en tareas a destajo, las que serían
alternadas con actividades delictivas, como forma de cubrir las necesidades
básicas insatisfechas, llegando a ser naturalizadas dichas actividades por el
grupo familiar externo.
Se deduciría a partir de las entrevistas
administradas cierta sensación interna de abatimiento y tristeza, devenida de
la sustitución de encierro; nivel de angustia subyacente.
En relación al delito por el cual se encuentra privado de la libertad,
lo reconoce, a pesar de que no se observa implicancia subjetiva con respecto
al mismo, depositando en el afuera la responsabilidad de su accionar
transgresor.
Recomendaciones:
- Atención técnica a demanda.
- Trabajo a demanda.
El trabajo está firmado por las licenciadas Rita
Luque y Miriam Zbrun, trabajadora social y psicóloga,
respectivamente.
Más informes
Durante todo 2001, Marcelo
Sajen pasó por gran parte de los pabellones de la Penitenciaría.
Cada vez que lo sacaban de uno, los guardia cárceles le preguntaban con quién
había tenido problemas a fin de llenar una planilla. Viejo conocedor del código
carcelario, Sajen siempre se
mantuvo en silencio para evitar males mayores en un futuro. Sin embargo, los
responsables de la División Seguridad del penal lo tenían entre
ojos: sabían muy bien que era una persona problemática y así lo hacían constar
en sus expedientes, donde señalaban que su conducta era pésima.
Marcelo buscó ayuda en el gabinete psicológico del
penal. Fue atendido por la psicóloga María Elena de Paul, quien,
luego de una serie de entrevistas, elaboró un informe en el que constaba que Sajen tenía "sentimientos de culpa y una búsqueda de reparación por el
daño ocasionado" en el asalto a la pizzería. (La
licenciada no tenía por qué saber, como lo sabemos nosotros, que al momento de
robar los problemas de Sajen no consistían
en la dificultad para llenar una canasta básica, sino dos y que al momento de
aquel robo el delincuente -como lo aseguró Zulma- poseía
tres automóviles).
Finalmente refirió en el estudio -que consta
en el prontuario 15.364-: "Subyacen
aspectos de índole depresiva en su estructura de personalidad. Se infiere
estado de angustia ante la situación descripta precedentemente y cierta
inhibición de sus derivados impulsivos en este contexto".
Sin embargo, la psicóloga no expuso ninguna
conclusión respecto a su condición de delincuente sexual, porque simplemente lo
ignoraba, como todos. Sajen era una
tumba. Hablaba de aquello que quería y ocultaba lo que no podía saber nadie.
"Yo lo
conocí en la cárcel. Era capo. Solía juntarse con una banda de barrio General
Urquiza. Pero cuando en ese pabellón se supo que él había sido un violador,
tuvo problemas con los demás internos. Se cagó a trompadas con todos, lo
sacaron del pabellón y lo llevaron a otro lado. Él siempre se defendía a las
piñas", comenta Wilson, un joven que supo cumplir
una dura condena por robo.
Hacía tiempo que Sajen
había dejado de ser ese interno gentil y educado que en la década del '80
eligió ir al cine a ver Las aventuras de Chatrán.
Sajen, el soplón
Acababa de cobrar 22 mil pesos después de adherirse
al retiro voluntario de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (Epec)
y, con apenas 47 años, se preparaba para vivir una nueva vida. Corría 2001 y
estaba a punto de comenzar la primavera. El mundo se encontraba conmovido:
hacía ocho días que la red terrorista Al Qaeda había cometido el
atentado contra el World Trade Center en Nueva York. Pero para
los vecinos de barrio General Urquiza estaba por pasar algo mucho más
importante.
Ocurrió la noche del miércoles 19 de setiembre,
alrededor de las nueve y cuarto de la noche. Eduardo Virgilio Murúa salió
de la casa de una amiga y se dirigió hasta donde se encontraba estacionado su Renault
19. Sin tomar precauciones, el hombre subió y, antes de que pudiera
arrancar, vio que por la ventanilla se asomaba un hombre y le exigía dinero.
El ladrón no estaba solo, lo acompañaban otros dos y lo amenazaban con una
pistola. Aparentemente, Murúa lo reconoció.
El empleado de Epec, sabiendo lo que
buscaban, decidió que no estaba dispuesto a entregar su nueva vida, así que no
bajó el vidrio y, nervioso, intentó encender el motor. No pudo. Uno de los
asaltantes destrozó la ventanilla y le disparó un balazo desde corta distancia
que terminó incrustándose en el hombro de la víctima. El proyectil salió por la
base del cuello, provocándole instantáneamente una hemorragia que a la larga
sería mortal.
A esa hora se jugaba en Chile un partido de
la Copa Mercosur entre Universidad Católica y Boca Juniors.
Ese fue el pretexto que pusieron la mayoría de los vecinos para justificar que
no escucharon el disparo. Los asaltantes escaparon con la campera de Murúa
y una cartera donde, se cree, estaba el dinero. En el bolsillo del hombre
moribundo quedaron 734 pesos.
Murúa, tapando con la mano derecha el orificio que tenía en el cuello,
alcanzó a descender del auto y caminó 50 metros por la calle Miguel del
Sesse, mientras intentaba evitar que la sangre siguiera brotando de la
herida. Quería llegar a la casa de su amiga, pero nunca llegó. La ambulancia
del servicio de emergencias lo encontró muerto en la vereda.
A lo largo de toda su vida, Sajen se mostró como un enemigo de la Policía.
De hecho, odiaba a todo aquel que formara parte de las fuerzas de seguridad.
Sin embargo, hay un episodio que vincula a toda su familia y que lo muestra
especialmente a él como un informante de esa fuerza a la que aseguraba odiar.
El hecho merece ser relatado porque explicará
muchas de las cosas que en el año 2004, con Sajen
ya convertido en el principal sospechoso de ser el violador serial, ocurren en
torno a la familia de este hombre para facilitar que la Justicia realice el
análisis de ADN final, que terminó vinculándolo a la serie de
violaciones.
El homicidio de Murúa golpeó particularmente
a la familia Sajen, ya que el hombre
en cuestión había sido una de las personas que más ayudó a los hijos de Marcelo cuando éste estaba preso. Inclusive se
dice en el barrio que uno de los hijos de Zulma llegó a irse de
vacaciones con éste hombre durante el verano de 2000/2001. La casualidad hizo
que el encargado de investigar ese homicidio fuera un joven y ascendente policía
de la División Homicidios, llamado Rafael Sosa, que por ese
entonces se desempeñaba como jefe de calle de la dependencia.
Fuentes policiales señalan que el comisario Sosa,
uno de los investigadores más respetados de la causa del violador serial, logró
identificar a uno de los asesinos gracias a la ayuda de una mujer llamada Zulma
Villalón, que se comunicó con Homicidios y dijo que su marido (Marcelo Sajen, preso en la cárcel) tenía
información que permitiría resolver el caso.
Este hecho estableció un vínculo, principalmente
entre Zulma y Sosa, que volverían a encontrarse en una dramática
(pero a la vez graciosa) circunstancia en diciembre de 2004. Los
datos aportados en aquella oportunidad llegaron a Sosa de la boca de Sajen, quien se comunicó desde un teléfono
público del pabellón en el que se encontraba para brindar los datos de la
persona que, "según se decía en la cárcel", había
matado a Murúa.
La
libertad
El año 2002 fue un año de cambios para Sajen. Por consejo de su abogado Albornoz,
se concientizó de que debía evitar los conflictos con otros internos y se puso
como meta principal mejorar la conducta. Sólo de esta forma podía beneficiarse
con la salida condicional. Aún faltaban más de dos años y medio para cumplir
el total de la condena, pero Sajen no
aguantaba más permanecer encerrado en prisión.
Durante los primeros meses trató de ganarse la
confianza de los guardias, evitó las riñas y se mantuvo fuera de cuanto motín o
reyerta se registrara en la Penitenciaría. En efecto, en su prontuario
no consta ninguna sanción o llamado de atención por participar en ese tipo de
episodios.
Paralelamente, empezó a trabajar en la cárcel,
aunque esto no fue fácil, ya que no había suficientes vacantes ni presupuesto
para las áreas laborales. De todos modos, logró ganarse un puesto como fajinero
en la cocina y hasta empezó a hacer manualidades, lo que le permitió ganar algo
de dinero.
"Fabricaba
veladores, cuadritos, pósters, lo que podía. Yo le llevaba algunos implementos
y él los hacía. Luego me los daba y yo me encargaba de venderlos en la calle,
junto a mis hijos. De paso me hacía de algunos pesos y me ayudaba a sobrevivir.
También hacía trabajar a otros presos que estaban con él",
cuenta sonriente Adriana del Valle Castro.
En marzo de ese año, el Consejo Criminológico
del Servicio Penitenciario evaluó sus antecedentes y concluyó que Sajen demostraba una capacidad auto reflexiva
sobre el delito y había mejorado en su conducta y su relación con los demás
internos y el personal. Por ello, en forma unánime, se le permitió que entrara
en la "fase de afianzamiento", lo que posibilitó que al
poco tiempo empezara a gozar de salidas transitorias los sábados, día en que
iba a visitar a su esposa Zulma y a sus hijos.
En setiembre de 2002, el Consejo Criminológico
se volvió a reunir y concluyó en forma positiva a favor, algo que él había
estado demostrando todo ese tiempo. El informe daba cuenta de que su conducta
era excelente, era responsable en la realización de tareas y participativo,
además de respetuoso y colaborador con sus docentes y compañeros. Tampoco
presentaba dificultades de aprendizaje ni de integración.
En la planilla también constaba que en el trabajo
como fajinero era muy responsable y no tenía conflictos con los demás internos.
Finalmente, el estudio psicológico indicaba que Sajen
estaba "expectante ante la posibilidad de
libertad anticipada", lo que generaba en él "deseos de retornar a su
grupo familiar" y de trabajar en "actividades alejadas de lo
delictivo". "En relación al delito por el cual cursa condena, Sajen ha podido
reconocerlo como de su autoría, aduciendo malestar (...) como así también ha
referido arrepentimiento e intentos de reparación frente al daño ocasionado",
remarcaba el informe psicológico.
"Marcelo estaba entusiasmado en salir de prisión, porque le había
dicho que íbamos a estar juntos y que íbamos a trabajar en la venta de autos",
comenta Zulma.
A fines de setiembre de 2002, Albornoz
presentó en Tribunales II, y ante la Cámara 8a del Crimen,
una solicitud para que Sajen pudiera
salir definitivamente en libertad condicional.
En los primeros días de octubre, la Cámara
respondió a favor del planteo, ya que a su entender el interno había cumplido
el tiempo suficiente en prisión, tal como lo exigía la ley. El lobo estaba por
ser liberado en poco tiempo.
En la resolución, firmada por el juez Luis
Hirginio Ortiz, la Cámara terminó concediéndole a Sajen el beneficio de la libertad condicional.
Tuvieron que pasar un par de semanas más, por cuestiones burocráticas, para que
el dictamen se cumpliera en forma definitiva.
El 8 de ese mismo mes, Marcelo
Mario Sajen preparó su bolso y dejó la Penitenciaría. En el
penal de barrio San Martín quedaron, en tanto, varios de sus conocidos.
Entre ellos se encontraba un tal X. X.[1], un hombre condenado por robo y que
compartió pabellón con Sajen.
X. X. se convertiría en un eslabón clave el 28 de
diciembre de 2004, en plena cacería del violador serial, ya que él avisaría a
la Policía dónde se encontraba el Marcelo Mario
Sajen que tanto buscaban.
Aquel día que recuperó su libertad, fue llevado en
un móvil del Servicio Penitenciario de Córdoba hasta los Tribunales
II, donde firmó el acta de su liberación en la Cámara que lo había condenado
tres años antes.
El violador se esmeró y firmó Marcelo Sajen en la planilla con una letra
perfecta, como hacía tiempo que no conseguía plasmar. De la Cámara, y a
través del presoducto, fue trasladado a la Alcaidía de los Tribunales
II, en el subsuelo del edificio. A las 13.50 de ese día, Sajen recuperó su ansiada libertad, luego de
haber permanecido 44 meses preso o, lo que es lo mismo, tres años y ocho
meses.
Ni bien la puerta de salida de la Alcaidía se
abrió, dio unos pasos, dejó caer el bolso y se fundió en un abrazo con Zulma
y sus hijos, quienes habían ido a buscarlo. Durante un par de minutos, todos
lloraron en silencio. Ese día, Sajen
se juró dos cosas. Una era que nunca más iba a hacer sufrir a su familia. La
otra que nunca más volvería a la cárcel. Antes, prefería matarse como Bichi,
de un tiro en la cabeza. |
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//12 de Noviembre, 2010 |
|
por
jocharras a las 17:47, en
La Marca de la Bestia |
CAPÍTULO XXII
La muerte
Jugado
-Estoy jugado,
estoy jugado, estoy jugado...
Repite
mientras lleva su clásico paso de gorila que hace tambalear su cuerpo de un
lado para el otro. Lleva la cabeza hacia abajo escondiendo el rostro. Tiene
puestas zapatillas negras, un pantalón jean azul y un buzo rojo con rayas
grises en las mangas. Lentes oscuros y la gorra de lona azul que su primo le
regaló en la mañana mientras probaban la moto.
Camina
rápido, respira hondo y transpira. Sin embargo, siente frío. En el bolsillo
trasero derecho del pantalón lleva la estampita de Jesucristo que lo acompaña
día a día desde que estuvo en la cárcel, el sudor ha hecho que se pegotee con
el certificado de hábeas corpus. En los bolsillos delanteros tiene el blíster
vacío de un ansiolítico, una pastilla de Viagra y todo el dinero que le
queda: un peso con 30 centavos. La vida de Marcelo Sajen es muchas vidas, incluso cuando su final
se dibuja claramente en el horizonte.
Al notar la
presencia policial mira hacia atrás y ve la camioneta con la baliza encendida.
Ha sabido escabullirse de situaciones mucho peores, pero esta vez tiene la
sensación de que a la vuelta de la esquina le espera otra encrucijada. Piensa
en escapar, pero en un escape diferente. Piensa en su hermano Bichi. De alguna
forma, resulta un alivio que lo hayan encontrado.
Acelera el
paso. Vuelve a darse vuelta y ve que el CAP
ya está a pocos metros. A bordo del vehículo, el oficial Bolloli habla sin pausa por el handy y alerta a la base que han
tomado contacto con el prófugo.
Sajen mete la mano derecha debajo de
la chomba y saca la 11.25. La siente pesada. En un abrir y cerrar de ojos, la
pasa a su otra mano.
Imaginaba un
final diferente. Quizá, hasta imaginaba tener más valor a la hora de enfrentar
a la Policía. Después de todo, qué saben estos tipos de que él es un hombre
respetado. Qué saben de que sus mujeres desesperan cuando se va, de que sus
hijos lo aman y lo seguirán amando.
-Estoy jugado
-repite antes de empezar a correr.
-¡Está
armado! ¡Sajen está armado! -gritan
los policías entre sí. cuando lo ven sacar el arma. Piensan que va a darse
vuelta para disparar pero, asombrados, lo ven alejarse a toda velocidad.
El
delincuente avanza unos metros por calle Tío
Pujio y, antes de llegar a la esquina, cruza de calzada para meterse en el
jardín de una pequeña vivienda.
La casa,
ubicada al 1871, es la más humilde de la cuadra. Está pintada de blanco en el
frente y tiene una puerta amarilla al medio. Las ventanas, a ambos lados de la
puerta de chapa, son del mismo color y del mismo material.
El jardín de
adelante tiene una extraña forma triangular. Hay césped y un sendero de cemento
que une el ingreso a la vivienda con la vereda. El matrimonio de ancianos que
allí vive no se encuentra en casa.
No intenta
entrar a la vivienda, sabe que está rodeado. Se mete a ese pequeño patio
delantero y se para observando la calle con la mirada fija en el móvil del CAP que acaba de frenar frente a la
casa. En su mano izquierda tiene la pistola.
Los dos
policías de la patrulla observan los movimientos del delincuente mientras se
bajan con cuidado para ponerse los chalecos antibalas. El tiroteo parece
inminente. Justo en ese momento llega el Renault
18 con los policías del CIE.
Estacionan delante del patrullero y se bajan con sus pistolas 9 milímetros en
la mano. Desde la calle alcanzan a ver con cierta dificultad a Sajen.
-Calmate
loco, bajá el arma. Calmate. No hagas locuras...-grita uno de los
policías que puede divisarlo.
-Yo estoy jugado. ¡Lo único que pido es que larguen a mi
hermano! ¡Él no tiene nada que ver!
-¡Bajá
el fierro Sajen! ¡No tiene sentido!
-grita otra vez el uniformado.
El cielo
está todo encapotado y tiene esa extraña tonalidad naranja que sólo tienen los
preludios de las tormentas de verano.
Sajen está perdido. Flexiona levemente
sus piernas como para ponerse en cuclillas y se lleva el frío caño de la 11.25
en la sien. Faltan unos pocos segundos para las 8.15 de la noche. Por un instante
todo parece paralizarse mientras las palabras de los policías se oyen cada vez
más lejanas. Incluso su propia respiración empieza a sonar distante, mientras el mundo se presenta
como una película proyectada en cámara lenta.
Cierra los
ojos con el deseo de que algún recuerdo se instale en su memoria, pero es
imposible. Ni Pilar, ni los primeros
tiempos con Zulma o el nacimiento de
sus hijos alcanzan a tomar la forma de un pensamiento. Tampoco aquel primer
encuentro con la Negra Chuntero lo
ayuda a escapar de ese instante atroz en el que es el principal testigo de su
propio final. El recorrido del proyectil destroza su cabeza.
Sin nada que
lo ayudara a escapar, el disparo le quitó todo pensamiento. Sólo el estallido y
el dolor provocado por la bala, lo acompañó como un constante e ininterrumpido
aturdimiento durante los dos días que permaneció en coma, hasta que el 30 de diciembre
a las 8.07, en la sala de terapia intensiva del Hospital de Urgencias, Marcelo Mario Sajen dejó de respirar. Entró a la muerte con
los ojos cerrados.
Fin.
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//12 de Noviembre, 2010 |
|
por
jocharras a las 17:39, en
La Marca de la Bestia |
CAPÍTULO XXI
El ocaso
No tan inocentes (28 de diciembre)
Como había venido ocurriendo en los
últimos días, los celulares de todos los integrantes de la investigación
permanecían encendidos las 24 horas del día. Aquella cálida mañana del 28 de
diciembre, cuando hacía poco que había amanecido, sonó el teléfono del fiscal Ugarte, quien tomaba un café en la cocina de su casa. El funcionario atendió
de inmediato y escuchó del otro lado la voz de la jefa del Ceprocor, Nidia Modesti.
-Doctor Ugarte, es Marcelo Sajen. Las muestras de ADN del hijo, de la saliva del cepillo de dientes y
del cabello son coincidentes con el perfil genético del serial. Los análisis de
la sangre del hijo y del hermano se están realizando, pero sus porcentajes se
corresponderían con esos parentescos. Y diría que no hay
dudas. El violador serial es Marcelo Sajen.
La voz de Modesti sonaba acelerada, ansiosa. La bioquímica era consciente del
valor de la información que estaba transmitiendo.
Ceremonioso como siempre, sin perder
la compostura, Ugarte
agradeció el llamado y cortó. Desde hacía varios días, el fiscal tenía la
sospecha que el hombre que le quitaba el sueño era aquel delincuente que había
conocido en 1985. La sangre empezó a correrle aceleradamente. Había que
atraparlo. Capturarlo era el gran desafío de su vida: el más importante de
todos. Las cartas estaban tiradas de tal manera que podía convertirse en un
héroe o bien en el mayor de los inútiles, y aunque lo primero era algo que
siempre había esperado, no estaba dispuesto a tolerar lo segundo.
A partir de ese llamado telefónico,
los relojes habían empezado a correr para atrás. Había que atrapar a Sajen
cuanto antes, pero la incertidumbre era precisamente si él aún se encontraba en
Córdoba. Y
en ese caso, dónde.
¿La Policía podía atraparlo? ¿Podía
capturarlo vivo? Cientos de preguntas envolvieron al fiscal, quien
rápidamente se comunicó con su jefe,
Gustavo Vidal Lazcano, y con sus
pares, Pedro Caballero y Maximiliano Hairabedian.
En pocos segundos, otros celulares iban a comenzar a sonar. Entre
ellos el del gobernador José Manuel De la Sota, que tomó la noticia como un ansiado triunfo para un año que, en
materia de seguridad, había sido nefasto.
De la Sota estaba por subir al helicóptero
de la Gobernación, dispuesto a viajar a la localidad de Morrison, al sudeste provincial, para inaugurar unas vivienda
cuando se enteró de la noticia y de que Ugarte quería hacer una conferencia de prensa. Ni lerdo ni perezoso,
decidió quedarse en la Capital.
El jefe de Policía, Jorge Rodríguez, recibió la noticia de boca del
ministro de Seguridad, Carlos Alesandri, y se la retransmitió a su plana
mayor, entre quienes se encontraba el jefe de Investigaciones Criminales, Pablo Nieto. Asimismo el propio Alesandri fue quien se encargó de retransmitír la buena nueva al otro grupo que había
participado de la investigación: la Policía Judicial.
Nieto llegó rebosante al primer piso
de la Jefatura de Policía y fue derecho al casino de
oficiales donde un grupo de comisarios, entre los que estaban Eduardo Rodríguez, Oscar Vargas y Rafael
Sosa,
desayunaban.
-Bebucho, ¿sabés quién es el serial? -dijo Nieto, dirigiéndose a su segundo, el comisario Rodríguez.
-¡Yo! -bromeó el comisario
-No, hablo en serio, che. Es Sajen. Ya está el ADN.
-¡Ja, ja, ja! Linda
joda del día de los inocentes -respondió Rodríguez, mientras daba cuenta del primer
criollito (bizcocho) de los tantos que devora al día.
No hizo falta que Nieto aclarara nada. El rostro del
comisario les mostró que hablaba en serio. Todos dejaron las tazas sobre la
mesa y se levantaron de un ¿alto. A partir de entonces, se iniciaba una jornada
frenética para los investigadores y, por cierto, para gran parte de los
policías de Córdoba.
Como Sajen ya se le había escapado a la
Policía en varias oportunidades, Ugarte no quiso correr más
riesgos y decidió que lo más conveniente era pedir ayuda a la población. "El
tipo es un violador serial. Será delincuente sí, tendrá contactos con el bajo
mundo sí, pero al fin y al cabo es un violador. Es un ser repugnante y nadie le
va a dar ayuda. Le van a soltar la mano. Hay que dar a conocer esto a la
sociedad", razonó el fiscal, que además desconfiaba seriamente de
que la Policía pudiera agarrarlo. Sus pares y su jefe estuvieron de acuerdo.
Entonces, lo mejor era realizar una conferencia de prensa, con la mayor
cantidad de medios periodísticos posibles, y dar a conocer el rostro del
delincuente y su identidad.
De la Sota, que ya se imaginaba sosteniendo
la foto del enemigo público N° 1, apenas tres días antes del fin de Un año
desastroso en materia de seguridad, se mostró de acuerdo y redobló la apuesta:
había que hacer la conferencia, reiterar los números telefónicos y, además,
volver a ofrecer la recompensa de 50 mil pesos en efectivo.
La idea, además, era que antes de que se iniciara la conferencia,
toda la Policía debía saber a quién tenían que buscar. Todos los patrulleros
debían salir a recorrer las calles con una foto del prófugo. Para ello se
ordenó realizar cientos de copias color de las imágenes que, días antes, habían
obtenido los investigadores de la División Homicidios cuando filmaron a Sajen en el falso control vehicular. La orden del fiscal, ni siquiera
en ese momento de tamaña tensión, iba a llegar a cumplimentarse con la
celeridad necesaria.
El jefe de Policía, Jorge Rodríguez, se reunió con la plana mayor en
la Jefatura, principalmente con los comisarios Nieto y Miguel Martínez, jefe de Operaciones,
con quienes diagramó el plan de búsqueda que en la práctica recaería en Vargas y Bebucho Rodríguez.
"Se dispuso un amplio operativo de rastreo con la mayor cantidad de
hombres posible. Además, ordené que se controlaran las rutas, peajes y la
terminal de ómnibus ante la posibilidad de que Sajen se nos fugara", señala Nieto.
Cerca de las 10 de la mañana, Ugarte mantuvo un cruce con Vidal Lascano respecto a dónde debía
realizarse la conferencia. El fiscal quería hacerla en su propia oficina, pero
su jefe lo convenció de que lo más razonable era que se concretara en la
mismísima Fiscalía General, en el edificio de Tribunales
I. Sin
embargo, De la Sota desechó ambas y ordenó que un
acto de esa envergadura no podía realizarse en otro ámbito que no fuera la Casa de las Tejas. Ugarte evaluó que si lo que necesitaba era dar un impacto, el mejor
lugar podía ser la Casa de Gobierno.
Aunque reconocía la manifiesta intencionalidad política del gobernador, aceptó.
El periodista Miguel Clariá,
de radio Cadena 3, fue el primer
periodista en dar la información a la población en el marco del programa
Juntos, el de mayor audiencia de Córdoba. Era el día de los inocentes y
los cruces de llamados entre periodistas para confirmar la información se
multiplicaron. A las 11, todos los medios de prensa de Córdoba y varios móviles de los principales canales de Buenos Aires ya estaban en Casa de Gobierno, en la avenida Chacabuco al 1300 del barrio Nueva Córdoba.
Los canales televisivos locales comenzaron a transmitir en vivo.
Diez minutos después se inició la conferencia en la sala principal de la sede
gubernamental. La sala, elegantemente alfombrada y en cuyo ingreso hay puertas
de madera como tenían los antiguos cines de barrio, estaba atestada de
expectantes periodistas.
En medio del escenario principal se ubicó De la Sota, quien quedó flanqueado por Alesandri, Jorge
Rodríguez, Vidal Lascano y el triunvirato de fiscales con Ugarte a la cabeza. Un poco más atrás
se ubicó el jefe de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá. Sugestivamente no estaba el
secretario de Seguridad, Horaldo Senn. Nadie del Gobierno quería que apareciera en la foto, luego de
los desafortunados comentarios que había lanzado contra Ugarte días antes.
A excepción de Ugarte, Hairabedian, Caballero y Pérez Barberá, los demás funcionarios no
paraban de sonreír, sin poder ocultar su euforia. Para ellos, el solo hecho de
haber identificado al delincuente que había hecho tambalear como nadie la
seguridad en la provincia, representaba un triunfo. Y allí estaban en hilera
posando para los fotógrafos, dejando de lado las rivalidades y odios que hasta
la semana anterior habían enfrentado a muchos de ellos.
Con toda grandilocuencia, De
la Sota desplegó
ante las cámaras una hoja con el rostro impreso de Sajen. Detrás de él, sobre un telón,
yacía estampado el logo de su gestión: "Córdoba corazón de mi país". Los flashes de los fotógrafos hicieron blanco en la imagen
del violador serial, iluminando el salón. El rostro adusto de Ugarte seguía sin inmutarse. ¿A qué obedecía semejante parquedad? Al
tono de la conferencia tan plagado de intenciones políticas pero,
principalmente a que no confiaba en que los policías, a los que - creía-
Sajen se les había perdido, pudieran atraparlo ahora.
Luego de las palabras de De
la Sota, fue el
fiscal quien se encargo de informar que el violador se llamaba Marcelo Mario Sajen o Gustavo Adolfo Segal o Gustavo
Adolfo Brene, basándose en las distintas identidades que el delincuente
había proporcionado cada vez que había estado detenido en 1985, 1993 y 1999.
Mientras indicaba que había cumplido dos condenas en su vida, una por
violación, la jefa de prensa de Vidal Lascano, Nelva Manera, repartía sonriente copias de la foto de Sajen a los periodistas. Finalmente, Ugarte dijo que se había ordenado la captura provincial, nacional e
internacional del prófugo y pidió ayuda a la población.
Antes de que todo concluyera, De
la Sota manoteó el
micrófono y aclaró que seguía en pie la recompensa.
"Era
imprescindible esa conferencia. Había que dar ese shock mediático para que los
cordobeses nos ayudaran a buscarlo. Era imprescindible. Yo sabía que la gente
iba a colaborar. Nadie podía ayudar a un ser tan deleznable. Teníamos
información fehaciente de que el serial se iba del país", justifica el fiscal.
Cuando concluyó la conferencia, De
la Sota desapareció
de la sala por atrás, junto a su ladero Alesandri. Los periodistas se abalanzaron
sobre el jefe de Policía y sobre los fiscales; pero ninguno quiso hablar
demasiado. En la Casa de las
Tejas muchos
comentaban que la cacería se había largado y la presa no iba a aparecer viva.
El rostro de Sajen, mirando a cámara con sus oscuras
cejas arqueadas y ese gesto de perplejidad, pronto se metió en cientos de miles
de hogares y quedó grabado en la memoria de muchos. En algunos, la noticia
provocó sorpresa y curiosidad lógica, algo esperable si se tiene en cuenta lo
que significaba esa revelación. Sin embargo, en otros domicilios, tanto de la
provincia de Córdoba como de otras provincias
argentinas, la noticia iba a representar una profunda y dolorosa puñalada. Eran
los hogares de aquellas jóvenes que habían sido víctimas del depravado. Ahora,
el dolor y el odio ya tenían un rostro humano.
Barrio copado
Mientras en la Casa de las
Tejas se
informaba que el violador serial había dejado de ser un fantasma, en barrio General Urquiza todo era locura y vorágine. El grupo de
elite Eter de la Policía, junto a brigadas
de investigadores, allanaron la casa de Sajen en calle Montes de Oca. Algunos entraron por adelante, mientras
otros brindaban apoyo subidos al techo. En la vivienda se encontraron con los
hijos del fugitivo, quienes lloraban desconsolados sin poder entender nada de
lo que estaba ocurriendo. Hacía unos pocos minutos su madre, Zulma Villalón, había salido raudamente en un remis hacia Tribunales II para hablar con Ugarte (en realidad telefónicamente había acordado con Marcelo que él se entregaría esa misma
mañana para prestarse al análisis de ADN) además, la mujer contaba con la promesa de que ese día estaría
el resultado del examen de sangre que le habían efectuado a su hijo. No
encontró al fiscal y se tuvo que conformar con ser atendida por los secretarios
del funcionario, quienes le dijeron que sólo le quedaba esperar.
A la salida del edificio, según explica en la actualidad, Zulma se encontró con una cuidadora de autos que le decía a otra
persona que por radio ya habían dado el nombre del violador serial.
-Es un tal Marcelo Sajen -dijo la mujer.
Zulma sintió de golpe que el mundo
volvía a derrumbársele encima. Pero ya no eran el dolor y la bronca que había
sentido allá por 1985 o en 1999. Esto era diferente.
En remis regresó al barrio y se encontró con una marea de policías,
curiosos y cámaras de televisión arremolinados frente a su casa, lo que terminó
por provocarle una crisis nerviosa. Villalón
se descompuso y tuvo que ser atendida por un equipo médico del servicio de
emergencias 107 dentro de una cabina
telefónica de una despensa ubicada cerca de su casa.
"Ese día, mientras toda la Policía lo buscaba, Marcelo
me llamó desesperado, pobrecito. Quería verme a mí y a los chicos. Le dije que
fuera a Tribunales, arreglara todo y después viniera a casa. Pero no lo volví a
ver",
comenta Zulma.
Aquel día, ella ignoraba que la Policía había pedido la
intervención (pinchadura) de su celular para obtener alguna pista sobre el
paradero de Sajen. Sin embargo, la autorización
llegaría demasiado tarde, cuando el caso ya hubiera tenido un desenlace.
Otro que esperaba atrapar a Sajen era Pérez Barberá, quien había iniciado una rueda
de contactos para ofrecerle la posibilidad de entregarse en la Policía Judicial y no en la Policía de la
provincia, a cambio de protegerlo de posibles abusos de autoridad.
Las decenas de móviles del CAP que habían copado la barriada
recorrían sin pausa todas las cuadras. Iban y venían, sin noticias. Desde el aire,
el helicóptero de
la Policía
tronaba. Por momentos se alejaba, pero de
inmediato volvía a sobrevolar el sector, generando más nerviosismo entre los
presentes. La búsqueda estaba centrada no sólo
en el barrio General Urquiza, sino que además se extendía a
una amplia franja a la redonda.
A medida que las órdenes de allanamiento eran libradas por los
fiscales de la causa, los policías iban tirando la puerta abajo de distintos
domicilios.
Sin embargo, del prófugo no había noticias por ningún lado.
Los uniformados, armados como pocas veces se había visto, entraron
a varias viviendas, a la escuela del barrio, a la villa El Chaparral, revisaron techos, tanques de agua y hasta
los baúles de todo automóvil que estuviera estacionado o transitara por allí.
Por la radio se escuchaba a esa hora al jefe del servicio informativo de Cadena 3, Carlos Abel Castro Torres, decir con su clásica voz
ronca:
-El violador serial está cercado.
Ese anuncio estaba bastante lejos de la realidad.
Minutos antes del mediodía, el sol ya pegaba fuerte y la temperatura
empezaba a aumentar gradualmente. Sin embargo, el calor no fue impedimento para
que Rodríguez y Alesandri fueran hasta el barrio de Sajen para supervisar los operativos y, a la vez, atender los
incesantes requerimientos de la prensa.
Semejante grado de exposición mediática llegó a su punto más
cómico cuando el grupo Eter estuvo a punto de allanar una
vivienda donde los vecinos aseguraban haber visto entrar a Sajen. Para ello los efectivos desplazaron nerviosamente a los
periodistas hacia la otra vereda. Cuando se dieron vuelta dispuestos a tirar
abajo la puerta de entrada, se encontraron con que el jefe de Policía había
arrastrado a un periodista porteño hasta la vereda opuesta y, parado en el
umbral de la casa que estaba por allanarse, sonreía frente a las cámaras. El Eter debió esperar hasta que Jorge
Rodríguez terminara de dar la entrevista para completar el operativo.
Para ese entonces, los teléfonos de la central de comunicaciones 101 y el 0800 habían empezado a recibir los primeros llamados de personas
que aseguraban conocer a Sajen e informaban haberlo visto esa
mañana. "Parecía mentira, pero recibimos un aluvión de llamados de gente que
aseguraba haberse cruzado con Sajen, al mismo tiempo y en lugares distantes uno del otro. Eso nos
volvía locos, porque había que salir disparando para cualquier lado, pero el
tipo no aparecía por ningún lado", recuerda sonriente el comisario Eduardo Rodríguez.
Ugarte, a todo esto, no se despegaba de su celular, que sonaba a cada
rato. Tiempo después, colaboradores estrechos suyos iban a asegurar que había
información de que Sajen había vendido un auto (sería
el Fiat Uno que conducía cuando fue filmado) para pagar alrededor de
1.500 pesos a una persona que lo iba a llevar hasta Paraguay en una camioneta 4x4 roja con vidrios polarizados. En ese viaje,
supuestamente iba a viajar también su amante, la Negra
Chuntero. En la
actualidad, Adriana del
Valle Castro se encarga,
en parte, de desvirtuar el destino de la fuga. "Marcelo me dijo que estuviera lista porque de un momento a
otro me iba a pasar a buscar para que nos fuéramos. ¿A Paraguay? No, no sé a dónde
se quería ir. Él decía que quería irse lejos, pero no sé a dónde", relata la mujer.
Lobo escondido
Aquel 28 de diciembre, Sajen se despertó bien entrada la
mañana en la casa de su tío Andrés Caporusso, en el barrio Santa Isabel 3a
Sección, donde paraba desde hacía dos días. El hecho de que abriera los
ojos tan tarde no era ninguna sorpresa para los integrantes de la familia Caporusso.
En las últimas horas, Marcelo se comportaba extrañamente. Estaba
callado, tenía el rostro demacrado y tomaba pastillas para tranquilizarse, al
tiempo que le costaba conciliar el sueño. Cada tanto salía en su moto o en el Peugeot 504 bordó de la pareja de Caporusso, Mariela Mercedes Quintero,
a dar largas vueltas y volvía tarde.
Aquel día de los inocentes, Caporusso se levantó temprano, como hacia siempre
desde que era chico, y partió en su destartalada camioneta Ford F-100 verde modelo '79 para trabajar en el Mercado de Abasto, camino a Monte Cristo.
El día anterior había llevado a su sobrino Marcelo para que lo ayudara.
Su mujer tampoco se encontraba en la casa, ya que se había ido a
visitar a un familiar -Toli Sajen- a la ciudad de Villa Allende.
En la vivienda quedaron Sajen y los hijos de la pareja, todos
chicos de no más de 13 años.
Marcelo acostumbraba a dormir en el
comedor de la casa sobre un viejo sillón doble cuerpo. Cuando se despertó,
caminó hasta la heladera, se sirvió un vaso de vino, le echó un poco de Coca
Cola y se puso a tomar. Fueron un vaso, dos vasos, tres vasos...
Nadie puede precisar si aquella mañana Sajen se enteró por televisión o por
radio de que su nombre ya estaba en boca de todo el mundo. Aunque es muy
probable que haya sido así, también es posible que hasta su llegada al barrio
no supiera que había sido identificado como el violador serial.
Marcelo tomó su vieja pistola Colt
calibre 11.25, se sentó en el sillón y, en presencia de algunos de sus primos,
empezó a cargarla lentamente. Primero colocó en el cargador 15 balas calibre
11.25 milímetros fabricadas en 1945. Luego puso un último proyectil, pero
fabricado en 2003. Delante de los ojos asombrados de los chicos, metió el
cargador y, con un rápido movimiento de manos, cargó la pistola. Un clac-clac
metálico se sintió en la habitación y los chicos quedaron boquiabiertos.
-¿Para qué es eso, Marcelo? -se atrevió a preguntar el mayor de sus primos.
-No, para nada. Vos no le cuentes a tu papá que llevo
esto - respondió
Sajen, mientras metía el arma dentro de la bermuda verde y la tapaba
con la chomba blanca que llevaba puesta.
Luego, abrió la puerta de calle y sacó su vieja moto Motomel, de 125 centímetros cúbicos
color negro. A esa hora, en la calle de tierra ubicada al frente de la
vivienda, varios chicos corrían detrás de una pelota.
Sajen los contempló en silencio y en
un rápido movimiento con el pie arrancó el motor. Su primo se acercó unos
metros y le preguntó si le enseñaba a manejar. El hombre dio unos pasos, con su
característico andar de gorila, sujetó al chico de los brazos y en un santiamén
lo puso en el asiento de cuerina. Los demás pibes dejaron la pelota y se
acercaron corriendo.
Como si estuviera ante sus alumnos, Sajen sonrió y les enseñó cómo
acelerar, frenar y tocar bocina. Los chicos miraban con atención cómo la
enorme mano de su maestro aceleraba a fondo y el caño de escape escupía humo
negro mientras el motor rugía. La clase no se extendió más de unos minutos.
Sajen se puso unos lentes oscuros y le
pidió prestada una gorra azul a su primo, la colgó del manubrio y se puso un casco
blanco con el cual tapó sus cabellos teñidos.
Como lo había hecho siempre, Sajen aceleró a fondo y se perdió por
la polvorienta callejuela sin decir adónde iba. Unos perros flacuchentos que
vagaban por allí empezaron a correrlo, mientras ladraban enloquecidos. El ruido
de la moto despertó a Paula, la joven a la que Sajen había intentado atacar el día anterior.
-Decile al tío que vuelvo en un rato - alcanzaron a escuchar los
chicos, mientras se alejaba velozmente.
Hasta el día de hoy, nadie entiende cómo hizo Sajen para cruzar media ciudad y burlar el cerco policial que se había
dispuesto en torno a barrio General Urquiza. En este punto, bien vale
aclarar que los llamados operativos cerrojo siempre se han caracterizado por
mostrar serias falencias y en más de una oportunidad terminaron siendo
completamente ineficaces. En el caso Sajen, de cerrojo, el operativo no
tuvo nada.
Ya en su barrio, Sajen sentía que jugaba de local.
Conocía como nadie los recovecos de cada cuadra, las entradas, las salidas, los
atajos, las calles cortadas. Primero pasó por una casa de la calle Ramón Ocampo, donde es posible que se haya enterado de que lo habían
descubierto. Entonces subió a la moto y transitó por la calle Asturias hasta Tristán Narvaja por donde subió rumbo a las
vías.
Sajen llegó hasta proximidades del
hogar que compartía con Zulma y sus hijos, pero al ver tantos
patrulleros y semejante revuelo de vecinos, decidió alejarse doblando por la
calle Miguel del Mármol. En esas circunstancias, a media
cuadra vio parada a una mujer a quien no reconoció como una vecina. Se trataba
en verdad del agente de policía Analía
Vemposta, quien, vestida de civil y una pistola dentro de un ajustado jean
azul, realizaba algunas averiguaciones en la cuadra. Al ver al motociclista, la
mujer lo reconoció en el acto.
-¡Ahí viene! ¡Ahí viene! ¡Ahí viene Sajen! -exclamó la policía, que se
desempeñaba desde hace años en Investigaciones Criminales y que a lo largo de ese año se había pasado noches sin dormir
trabajando como señuelo en el Parque Sarmiento, junto a su compañera Natalia Berardo. Ahora tenía al
violador frente a sí. Era el momento.
Vemposta trató de atraparlo, pero el
motociclista alcanzó a esquivarla y
aceleró. La mujer, sin parar de gritar, alertó a los compañeros que estaban
cerca, pero Sajen logró hacerse humo. Continuó
por Miguel del Mármol rumbo a la villa El Chaparral y pasó a metros de la casa donde creció,
sobre la calle Juan Rodríguez. Allí, su amigo de la infancia Marcelo Gorosito, quien a esa hora de la mañana
se encontraba pintando el frente de su vivienda, lo vio pasar concentrado y
mirando hacia todos lados.
"Me miró pero sin sacar las manos del manubrio, yo
jamás hubiera pensado que él andaba metido en ese embrollo", recuerda el muchacho.
Frente a la casa de Gorosito se
encuentra la casa de Paola, otra de
las amantes de Sajen.
Desesperado, buscando un lugar donde producir la confusión
necesaria para escapar, Sajen siguió por la calle Miguel del Mármol hasta que ésta se topa con Granada, dobló a la izquierda y, antes
de meterse en la villa, abandonó la moto en la puerta de la casa de su vecino Pedro Burgos, en proximidades del
puente pasarela que une General Urquiza con El
Chaparral y muy cerca
de la casa de Yolanda.
A todo esto, Vemposta tomó un handy y le informó al comisario Sosa lo que acababa de suceder. El jefe de Homicidios, quien se encontraba patrullando
en un coche de civil por el sector, se volvió loco. De un tirón se ajustó el
chaleco antibalas que llevaba puesto y le ordenó a sus detectives, vía handy,
que "peinaran" (revisaran)
la zona de punta a punta.
"Lo tengo
que agarrar, yo lo tuve en mis manos y me obligaron a dejarlo ir. Ahora es algo
personal", le
diría por teléfono a un periodista algunos minutos después y antes de pedir
disculpas porque iba cortar y no volvería a atenderlo. El policía, al igual
que sus jefes, una gran parte de los investigadores y hasta el ministro Alesandri, consideraban que si no hubiese sido por el miedo que Ugarte le tenía a los medios, Sajen podría haber sido detenido una semana antes, cuando fue filmado.
El fiscal asegura que en aquel momento no había pruebas consistentes contra Sajen.
Sajen se quitó el casco y no le
importó que Burgos y su hijo lo
reconocieran.
-Cuídame la moto, ya vuelvo -les dijo serio a ambos, mientras
se evaporaba entre los ranchos del asentamiento marginal. A lo lejos se oían
sirenas y autos que aceleraban a fondo.
Faltaban pocos minutos para el mediodía y en los distintos canales
de televisión local acababan de comenzar los principales informativos dando a
conocer la noticia excluyente del día.
Un grupo de policías llegó hasta la casa de Burgos y debió contentarse con encontrar la moto apoyada sobre una
tapia. En el lugar había quedado el casco tirado, no así la gorra de lona
azul. En el suelo de tierra se observaban las huellas de una persona que usaba
zapatillas.
Nadie podía creer a esa altura de las circunstancias, que el
violador serial se paseara con total impunidad por las narices mismas de los
policías. Los de azul, con perros adiestrados y la Guardia de Infantería en pleno, entraron nuevamente a El Chaparral - un asentamiento que se extiende a lo largo
de varias cuadras a la vera de las vías del tren, sobre la calle Malagueño-, pero sólo dieron con vecinos que aseguraban no haber visto
jamás al fugitivo corriendo por allí.
Desde el aire, el helicóptero no dejaba de dar vueltas incesantemente.
Se sabe que Sajen se metió a un zanjón de varios
metros de profundidad que bordea la villa y el barrio General Urquiza y que llega hasta San Vicente, luego de pasar por debajo de la avenida Sabattini. El serial corrió y corrió hasta que estuvo bien lejos de los
uniformes.
Como era de esperar, los domicilios de varios familiares del
serial fueron allanados. Una de estas casas era la de Eduardo Sajen, el jubilado, quien vive con su esposa Monchi
y sus hijos en el bario Vipro, en
el Camino a 60 Cuadras. "De repente, la zona
se llenó de policías. Nunca vi tanta Policía junta, salían de todos lados. Para
colmo se escuchaba el helicóptero que no dejaba de dar vueltas. Vino gente de Homicidios
y les abrí la puerta para que pasaran y vieran por su propia cuenta que yo no
tenía escondido a mi hermano . Estuvieron un rato y se fueron. Yo no podía creer
lo que pasaba. Me había enterado
por la tele y no entendía nada", comenta Eduardo mientras con su mano derecha se
acaricia una profunda cicatriz -provocada por una navaja- que
recorre su cuello.
Los investigadores también allanaron la casa de la madre de Sajen, en barrio José Ignacio
Díaz 3a Sección,
pero tampoco dieron con él. Rosa Caporusso sufrió una descompostura y debió ser atendida por médicos.
Es él, es él
Pasadas las 12, no había móvil del CAP que no estuviera buscando a Sajen. Los policías iban y venían por gran parte de la zona sur de la
ciudad. En el tablero de los patrulleros llevaban pegada la fotocopia con su
rostro. Sus jefes les habían ordenado que se memorizaran esa cara y la buscaran
a como diera lugar.
A las 12.45, dos uniformados que patrullaban lentamente a bordo
del móvil 4.655 por las calles del barrio José
Ignacio Díaz 1a Sección vieron el rostro de Sajen a bordo de un Fiat Duna gris. El patrullero y el auto se cruzaron de frente, lo que
permitió al policía Raúl Ludueña, quien iba sentado en el lado
del acompañante, ver claramente cómo el conductor del Duna, a su vez, lo miraba directamente a los ojos. Claro que el
conductor no tenía el pelo teñido de rubio, sino que era castaño.
-¡Es él! ¡Es él! ¡Parate ahí, carajo! -le gritó el policía al
sospechoso.
Sin embargo, el Duna no se detuvo. Ni aceleró, ni
frenó, sólo siguió andando normalmente. El CAP ensayó un giro en "U" y empezó a seguirlo por calle Unión Ferroviaria, una de las
principales del barrio. A unas 15 cuadras de allí, la prensa se seguía
agolpando en el ingreso a la villa El Chaparral, cerca de la casa donde Sajen había dejado abandonada la moto.
Allí se produjo otro episodio gracioso, cuando el ministro Alesandri llegó al lugar y vio la moto del serial que desde hacía largo
rato estaba siendo controlada por la Policía. El ministro le preguntó a los
vecinos si era la moto del delincuente y éstos -todavía sin entender lo que
estaba ocurriendo- respondieron que sí. Entonces el funcionario alzó la
vista y le gritó a un oficial que estaba apostado a unos 50 metros
-¡Sargento! Confirmado, eh. ¡Esta es la moto! -mientras, tras
acomodarse el pelo, accedía a sacarse una foto señalando con mirada seria y
preocupada el vehículo que él, solito, acababa de encontrar.
En tanto, en José Ignacio
Díaz 1a,
uno de los policías quiso usar el altavoz del móvil, pero desde hacía varias
semanas el aparato no funcionaba. Entonces encendió la sirena y encaró directo
hacia el Duna. El auto dobló en la esquina,
recorrió una cuadra y volvió a girar nuevamente. En un momento, el coche
aminoró la marcha y su conductor sacó su mano izquierda. Los policías creyeron
ver que arrojaba un arma sobre un montículo de arena.
El CAP se detuvo y uno de los policías halló tirado un revólver calibre
22 marca Dallas. El patrullero
volvió a arrancar y pidió apoyo. A los pocos metros, varios móviles se le
cruzaron al Duna, al tiempo que numerosos
uniformados se bajaban a los gritos con sus 9 milímetros en la mano. Dentro del
auto, había un hombre idéntico al fugitivo. A su lado, estaba sentada una
mujer embarazada con una nena en brazos.
-¡Quieto
carajo, quieto! ¡Arriba las manos! ¡Dejame ver las manos! ¡Bajate, bajate!
-gritó uno de los policías.
-¡Es Sajen, es Sajen! ¡Quieto! ¡Levantá las manos o te quemo!
El hombre
fue a parar al piso, mientras varios policías lo esposaban por la espalda. La
mujer que lo acompañaba empezó a llorar. Uno de los uniformados le manoteó el
documento y vio que en la segunda hoja decía: Sajen,
Daniel Alejandro. En ese
momento, llegó otro móvil más, del cual se bajó un policía panzón que se agachó,
miró a los ojos al sospechoso y vociferó.
-Éste
no es el Sajen que buscamos. Este es el hermano.
.¡Pero son iguales,
son iguales! -respondió
un oficial.
-Pero
te digo que éste no es el Víctor Sierra.
-No importa, por las
dudas lo llevemos igual.
Los gritos y
órdenes de los policías se superponían. Todo era
confusión. Y en derredor la esquina comenzaba
a poblarse cada vez de más curiosos.
Daniel Sajen fue llevado a la comisaría del
barrio José Ignacio Díaz 1a Sección y luego a la División Protección de las Personas en Jefatura
de Policía.
"Yo no andaba
armado. Los policías me plantaron el arma para justificar la detención. Ellos
querían a mi hermano y empezaron a preguntarme por él", comenta el Nene Sajen.
En Jefatura,
los policías le dijeron que tenían orden del fiscal Ugarte para extraerle sangre para un análisis de ADN. Daniel Sajen se quiso negar, pero algunos investigadores,
según relata el hermano del violador serial, le dijeron que podían extraerle
la muestra por las buenas o por las malas. Finalmente, Daniel aceptó y dos bioquímicos de la Policía
Judicial se hicieron
de la muestra.
"Luego, los policías
me interrogaron para que largara dónde estaba escondido mi hermano. Yo no tenía
ni idea. Algunos llegaron a decir que yo estaba dando vueltas con el auto para
distraer a la Policía, para que mi hermano pudiera escaparse. Eso es mentira.
Yo llevaba a mi esposa embarazada a una farmacia para comprar unos
medicamentos porque se sentía mal", añade el Nene.
Ese mismo
día, fue llevado a la Alcaidía de Investigaciones, en calle Santa Rosa 1345, donde quedó encerrado en un calabozo, imputado
por tenencia ilegal de arma de uso civil por orden, casualmente, del fiscal Caballero.
En agosto de
2005, Daniel Sajen finalmente fue juzgado por la Cámara 2a del Crimen de Córdoba por ese delito y terminó absuelto de culpa y cargo por el
beneficio de la duda. Ya que el acta de secuestro que había sido confeccionada
por los policías contenía una colección de errores.
En una de
las audiencias del juicio, la esposa de Daniel
Sajen, Lorena Emilse Mozzarecchia, declaró que aquel día un policía la subió al Fiat Duna y empezó a dar vueltas con ella, mientras le preguntaba por el
paradero del violador serial. "Me decía que si les decía dónde estaba escondido,
ellos soltaban a mi marido. Pero yo no sabía nada. ¡Qué quería que les dijera!", dijo la joven.
En el
período de instrucción de la causa, mientras estaba preso en Bouwer, Daniel mantuvo con nosotros las
entrevistas que hemos citado a lo largo de este libro.
Búsqueda infructuosa
Ese 28 de diciembre, a medida que pasaba el tiempo, crecía el
desconcierto entre los investigadores y los fiscales. Ya se habían allanado
varios inmuebles, entre ellos el taller mecánico de Eduardo Sajen y la concesionaria de autos de Daniel Sajen, en la avenida Armada Argentina al 900., camino a la
ciudad de Alta Gracia, y no se
había encontrado nada. También se había interrogado a familiares de Sajen, a vecinos, a ex novias, a compañeros de andanzas, a los clásicos
buchones de siempre, pero nadie aportaba nada. No había rastros del violador
serial. Había desaparecido.
Mientras algunos pensaban que el depravado podría haberse matado y
que su cadáver estaría tirado en algún descampado, otros suponían que ya se
había fugado muy lejos de la provincia.
A todo esto, los teléfonos de la central del 0800 seguían ardiendo. Permanentemente entraban llamadas de
personas que aseguraban haber visto a Sajen escapando. Antes de cortar,
muchos preguntaban cómo tenían que hacer para cobrar los 50 mil pesos de recompensa.
En la calle, los investigadores seguían dando vueltas por
distintos barrios de la zona sur en busca de pistas que pudieran orientarlos
en la cacería.
En Jefatura, mientras tanto, se sucedían las reuniones y se analizaban
estrategias a seguir. Algo similar se registraba en la Casa de las Tejas, donde el gobernador seguía
atentamente el avance de la búsqueda, en permanente contacto con su mano
derecha, el ministro Alesandri.
Ugarte, por su parte, se reunía con los otros dos fiscales y sus más
estrechos colaboradores, con quienes analizaban los avances hasta ese momento y
los datos que llegaban de todos lados, pero sin ser conducentes.
El fiscal decía que si Sajen no caía pronto, iba a hacerlo en
los días sucesivos. Sin embargo, sabía que eso no
iba a ser tan sencillo. El violador serial podía fácilmente sortear la frontera
y huir hacia Paraguay y, una vez allí, cambiar de aspecto y de identidad. En
ese caso, la captura iba a tornarse casi
imposible.
El panorama
iba a cambiar cerca de las 2 de la tarde.
La llamada
Andrés Caporusso volvió exhausto de trabajar
después de un largo día vendiendo verduras. Se sentó a almorzar con su mujer, Mercedes, y los chicos y prendieron el
televisor como hacían todos los mediodías. Estaban dando Crónica 10 Primera Edición.
Todos quedaron paralizados cuando vieron en la pantalla al
gobernador sosteniendo una foto de Marcelo. Sobre la imagen, una placa roja
y blanca decía: "Identificaron al violador serial".
En off, el periodista Jorge Petete
Martínez informaba sobre las últimas novedades del caso.
Los chicos comenzaron a gritar y Andrés los hizo callar para
escuchar cómo De la Sota informaba que su sobrino era el
violador serial que durante años había atacado a decenas de jovencitas en Córdoba. La comida quedó servida en la mesa. "Lo tuve en mi casa,
sin saber. De haberme imaginado que era el violador serial, jamás le hubiera
dado entrada a mi casa, jamás le hubiera dejado mis chicos, tengo una hija de
once años",
declararía Mercedes, la mujer de Caporusso, en la causa.
Caporusso no lo pensó dos veces y fue
caminando hasta la comisaría del barrio, ubicada a unas 10 cuadras de su casa,
la misma dependencia que el día anterior había sido visitada por Paula para denunciar que habían
intentado abusar de ella.
Caporusso se entrevistó con un comisario
de apellido Aguirre, a quien le dijo
que en su casa había estado parando Sajen. El policía quedó perplejo.
Según consta en la causa, el tío de Sajen le explicó que él no quería
tener problemas con la Policía y que quería que Marcelo se entregara para aclarar todo
el tema. Con lujo de detalles, el verdulero relató que su sobrino le había
dicho que la Policía lo buscaba porque había golpeado a su esposa.
Caporusso le indicó que esa mañana Sajen se había marchado en la moto y no sabía a qué hora iba a
regresar. Una y otra vez, el hombre le insistió al policía que no quería tener
problemas con nadie y menos con la ley. Así fue que con el comisario
diagramaron un plan: cuando Sajen retornara al hogar, uno de los
hijos de Caporusso iba a ir hasta la comisaría en
bicicleta. Ésa sería la señal para que los uniformados fueran a buscarlo.
Don Andrés clamó que no quería tiroteos ni
que nadie resultara herido. El comisario se lo aseguró y, una vez que Caporusso se marchó, tomó el teléfono y se contactó con sus jefes inmediatos.
En pocos minutos, el fiscal Ugarte estuvo al tanto de todo. En ese momento, le volvió el alma al
cuerpo.
"A Caporusso
se le dijo que la Policía iba a esperar que el chico fuera en bicicleta a la
comisaría. Sin embargo, no nos podíamos dar ese lujo. Era algo arriesgado.
¡Mirá si Sajen volvía y el chico al final no aparecía por el precinto! Por ello
se apostaron policías de civil en el sector por si aparecía Sajen de repente", comenta en la actualidad
una fuente de la fiscalía de Ugarte.
Ante la desesperación de todos, el violador serial no volvió a
almorzar, ni a dormir la siesta a la casa de su tío.
Venite conmigo
Al mediodía,
Adriana Castro había ido a buscar unos bolsones
de comida que otorga el Gobierno de la provincia en una escuela del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección, cuando de golpe apareció su
sobrina con el rostro desencajado.
-Tía,
¿dónde está el Marcelo?
-Se fue a trabajar -respondió Adriana.
-Tía,
en la tele están diciendo que lo buscan por ser el violador serial.
Adriana salió corriendo de la escuela, regresó a su hogar, encendió el
televisor y no se despegó más de la pantalla. "Sentí una cosa muy fea dentro mío. No lo podía
creer. No me podía estar pasando esto a mí. Hasta horas antes había estado con Marcelo y no me había dicho que lo buscaban por eso. Estaba
tan mal, tan abatido, pobrecito", señala la mujer.
A media tarde
de aquel martes, un vecino fue hasta su casa y, a través de la ventana que da a
la calle, le dijo que Marcelo estaba esperándola en un baldío
cercano. Desesperada, la mujer salió corriendo y fue al lugar. Detrás de un añoso árbol, en medio de los yuyos, estaba Sajen apoyado sobre una bicicleta.
Tenía puestos los lentes oscuros, llevaba la gorra azul y miraba frenéticamente
para todos lados.
Adriana se acercó llorando y lo abrazó.
-Negrita
mía, te juro que yo no soy eso que andan diciendo-empezó a decirle Sajen, mientras le apretaba las manos.
-Te creo Marcelo, te creo.
-Te
juro por Dios y nuestro hijo que yo no soy el violador serial. Pero no aguanto
más, no soporto más esto. Negrita, vámonos de acá. Armate un bolso, después te
vengo a buscar y venite conmigo. Dejemos todo y vayámonos a algún lado juntos.
No me dejes solo, no me abandones ahora.
-No Marcelo, no te voy a abandonar -decía Adriana, entre llantos.
-A las
9 de la noche te vengo a buscar, negrita. Estate lista y nos piramos.
-Andate Marcelo, yo te voy a estar esperando para que escapemos
juntos -balbuceó
la Negra Chuntero.
La pareja se
dio un beso. Sajen, finalmente, subió a la bicicleta
y empezó a pedalear hacia la villa Los Eucaliptos, el mismo asentamiento donde
vive Jota. A lo lejos se sentía el ruido del helicóptero de la Policía
dando vueltas y vueltas.
Adriana regresó a su casa y se acostó a descansar en la cama. Dentro
suyo, algo le decía que Sajen no iba a volver más y que todo
iba a terminar mal. No se equivocaba.
Hasta el día
de hoy tiene la imagen de él, agobiado, entregado y escapando a toda velocidad
en una bicicleta. Así y todo, insiste que su cara demostraba "paz".
Un vecino
vio a Sajen y llamó a la Policía. Al cabo de
un rato, varios móviles del CAP y otros coches de civil de la
Policía frenaron de golpe frente a su hogar. Una semana antes habían allanado
la casa de los ancianos cuando Sajen los engañó haciéndoles creer que
era la vivienda de su amante. Al ver semejante despliegue, Adriana abrió la puerta de calle e invitó amablemente a pasar a los
policías.
-Sí, Marcelo es mi amante, y qué. ¿Pero no les parece tonto
pensar que, estando ustedes dando vueltas en la zona, él se va a arriesgar y va
a venir a verme? -exclamó
desafiante la mujer, mientras los uniformados revisaban todas las habitaciones
y hasta debajo de las camas, armas en mano.
Mientras
tanto, Sajen no dejaba de pedalear. Una vez
que los policías se fueron de la casa de Adriana, ella se acostó a dormir. Jamás
armó el bolso. Sólo se levantaría de la cama horas después, cuando desde la
cocina, su sobrina pegara un grito al enterarse por televisión de que el
violador serial había caído.
Misterio
En el
período de tiempo desde que Marcelo Mario Sajen abandonó la moto en el ingreso
a la villa El Chaparral, hasta que se encontró con su
amante en el baldío, Sajen estuvo refugiado y no sabemos
exactamente dónde. Conjeturas hay muchas. Lo cierto es que en ese tiempo Sajen se hizo de la bicicleta con la que fue a ver a la Chuntero, se
enteró de que su hermano Daniel había caído preso y se cambió la
ropa.
Se trata de
un misterio para el que no hemos podido encontrar respuestas precisas. Los
investigadores creen que en la villa El
Chaparral, hubo
personas que lo habrían protegido. "Lo
protegieron porque lo conocían desde siempre, porque se movía en el bajo mundo
y desde ahí tenía contactos con muchos delincuentes", razona un comisario.
Los
investigadores también creen que el violador serial habría estado escondido
cuanto menos en dos domicilios. Una de las viviendas o aguantaderos, según
creen, estaba ubicada en barrio Talleres
Sur, muy cerca de la casa de su hermano Daniel -quien, vale reiterar, a esas
horas estaba detenido-, y de la vivienda de su amante Adriana Castro, en José
Ignacio Díaz 1a Sección.
El otro
domicilio donde habría estado escondido es la casa de un matrimonio del barrio Santa Isabel 2a Sección, en proximidades del domicilio de su tío Caporusso. En la causa obran testimonios que señalan que -no se
especifica si el día 28 o algún día anterior- Sajen fue visto saliendo de una casa de ese sector, a bordo de una camioneta
4x4 roja de vidrios oscuros con caja en la parte trasera.
Ahora bien,
de ser esto cierto, ¿de qué matrimonio se trataba? Para
determinar esto bien vale analizar los momentos finales de la fuga.
No soy yo, tío
Cerca de las
7 de la tarde, Sajen llamó por teléfono a su tío y le
preguntó si había policías cerca de la casa.
-Tío, me
escapé de la cana en El Chaparral, aguantáme que voy para allá - alcanzó a decir el violador
serial, antes de cortar la comunicación.
Momentos
antes, Sajen había pasado en bicicleta por el
barrio José Ignacio Díaz 3a Sección con la intención de saludar por última vez a su madre. Sin
embargo, no llegó a verla. Algunos conocidos lo alertaron, diciéndole que la
Policía estaba por todos lados y que lo mejor era que escapara de allí.
Apenas colgó
el teléfono, Caporusso regresó a la comisaría ubicada
al lado de la fábrica de Renault y
le contó al comisario la novedad. En la sede policial, el hombre insistió en
que no quería problemas ni un desenlace trágico. Y recalcó que su sobrino le había
manifestado en los últimos tiempos que no pensaba entregarse a la Policía, ya
que antes de eso prefería pegarse un tiro.
Caporusso nos cuenta en la actualidad que retornó a su hogar y se encontró
con Marcelo, completamente desesperado. En este punto vale detenerse
nuevamente y preguntarse cómo hizo el prófugo para llegar a esa vivienda,
siendo que la Policía supuestamente ya estaba apostada en las inmediaciones.
Don Andrés relata que su sobrino se arrodilló en el piso del garaje y se
largó a llorar. "Me dijo: 'Te juro tío que no
soy yo. Te lo juro. Yo no soy el violador serial'. Tenía el arma en su mano y decía
que iba a matarse mientras lloraba desconsolado", cuenta el
hombre.
Finalmente Caporusso, según nos dijo, decidió ayudarlo y escondió a Sajen en la parte trasera de la camioneta Ford F 100 debajo de unos cajones de madera. Con su mujer y su
hijo a bordo llevó al delincuente más buscado de Córdoba fuera de allí. "Hice menos de siete
cuadras y cerca del barrio Santa Isabel 2a Sección, lo dejé. Después
no lo vi más",
añade don Andrés.
Cae la red
Al caer la noche en Córdoba, el cielo se nubló y la historia
del violador empezó a cerrarse. Minutos antes de las ocho de la noche, una
mujer llamó desde su celular al 101 de
la Policía. Se la notaba nerviosa, agitada, alterada.
La mujer, a- quien llamaremos Ñ.Ñ.,
le dijo a la oficial que la atendió que mientras circulaba junto a su esposo -X.X.-y otro hombre en un utilitario Renault Kangoo con vidrios semipolarizados, en
proximidades del Cottolengo Don Orione
(sobre
la avenida Armada Argentina) había visto caminando a Marcelo Sajen con el pelo teñido. La oficial
le pidió más información, al tiempo que le indicó que en pocos minutos un móvil
policial iba a acudir al lugar.
Ñ.Ñ. le comentó a la Policía que su
marido era quien había reconocido a Sajen, ya que había estado preso con
él años atrás en Encausados y que no se había olvidado jamás de su rostro. La
llamada, como todas las efectuadas al 101,
quedó grabada en la computadora de la Policía.
Dado que el patrullero no llegaba, a los tres minutos, Ñ.Ñ. volvió
a comunicarse. Esta vez fue atendida por un agente, quien le indicó que varias
patrullas iban en camino. La mujer le aclaró que ellos se iban a quedar en la
zona para indicarles a los policías que llegaran hacia dónde había huido el
serial.
Mientras el matrimonio aguardaba en la Kangoo en proximidades del Cottolengo, a unas 20 cuadras de allí,
frente a la concesionaria de autos del Nene
Sajen, en la
avenida Armada Argentina al 900,
había un revuelo. Ocurría que un vecino, a su vez,
había alertado al 101 ya que había
visto al violador serial en el negocio. Fue
entonces que decenas de camionetas rojinegras de la policía acudieron hasta el
lugar, bajo el mando del comisario Pedro
Tobares, en aquel momento jefe del distrito
2. Los policías entraron a la concesionaria y comprobaron que no había nadie. Tobares sintió que alguien le
tocaba la espalda.
-Jefe disculpe -preguntó un hombre, mientras se restregaba las
manos nerviosamente.
-Qué pasa -respondió secamente Tobares,
mientras prestaba atención a lo que otro policía hablaba por la frecuencia de
la radio.
-Hace un ratito, Sajen anduvo por acá y se fue en un coche oscuro con vidrios
polarizados. -¿Vos lo conocés a Sajen?
-Lo conozco desde que éramos pibes. Era un personaje y de joven andaba
en una cupé Renault Fuego, con una pistola en la cintura. Nunca me imaginé que
fuera el serial... Es más. Siempre en los asados sacaba el chumbo y lo hacía
girar con el dedo de la mano como hacían los cowboys. -Ta' bien ¿Dónde lo
viste?
-Andaba en un vehículo con otra gente, bajó la ventanilla y me dio unas
cosas para su hijo. Ahí nomás arrancó como quien va para la zona de Villa El
Libertador o de Santa Isabel. -¿Seguro que era él? ¿No estarás hablando al cuete,
vos? -No
jefe. Se lo juro. Era Sajen.
Tobares se dio vuelta y pulsó el handy.
-Central Cóndor, Central Cóndor. -QRB Cóndor -respondió un
policía desde la base. -Central, poné QAP (atentos) a todos los
móviles. El Víctor Sierra anda en un vehículo de vidrios oscuros. Hace QTN (se dirige) a Villa El
Libertador o a Santa Isabel. Anda con unos saros a bordo. ¡Con la
"preca" del caso, debe estar armado! -gritó Tobares, mientras subía a una camioneta del CAP y arrancaba velozmente.
A poco de cortar la comunicación, por la frecuencia policial, un
oficial solicitaba que se dirigieran móviles hasta el frente del Cottolengo Don Orione y se
entrevistaran con los ocupantes de una Kangoo roja con vidrios oscuros que
aseguraban haber visto a Sajen caminando por la zona.
-Estamos en la correcta, negro. ¡Aceleré! -gritó Tobares al cabo que
manejaba el patrullero.
Detrás de ellos, otros móviles del CAP aceleraron a fondo y
emprendieron viaje hacia Santa Isabel, con la sirena apagada para
pasar inadvertidos.
No eran los únicos policías que andaban por la zona. Paralelamente
circulaba un Fiat Duna al mando del subcomisario Mario Viva, compañero de Tobares,
quien llevaba a un vecino del sector que aparentemente podía decir dónde estaba
oculto Sajen.
Y había otra brigada más. Se trataba de un grupo de detectives del
Cuerpo de Investigaciones Especiales (CIE), dependiente de la Dirección de Investigaciones Criminales, que bajo el mando del
subcomisario Daniel Flores recorría las calles de Villa El Libertador en un Renault 18. Los policías iban con una
persona que podía indicarles dónde vivía una vieja novia del violador serial.
Entre los móviles del CAP y los del CIE no existía ningún tipo de comunicación. Los primeros se
reportaban directamente con el comisario Martínez,
de Operaciones, mientras que los
segundos lo hacían con el comisario Nieto, de Investigaciones.
El primer CAP en llegar hasta el Cottolengo fue el 3.911, perteneciente
a la comisaría 18 de Villa El Libertador,
donde iban los policías Sergio Bolloli
y Gustavo Albornoz. Sin embargo, la Kangoo no estaba al lado de este
instituto, sino al frente, cruzando la avenida Armada Argentina, en el ingreso mismo al barrio Santa Isabel 2a
Sección. A esa hora del día, las luces de las calles ya se habían
encendido.
El móvil policial debió girar en un semáforo y se acercó hasta el
utilitario que se encontraba detenido junto a la vereda. En este punto existe
una serie de contradicciones, ya que algunos indican que la orden inicial que
habían recibido los policías era "controlar a la Kangoo" porque
alguien había visto a Sajen a bordo de la misma. Sin embargo,
cuando los uniformados se acercaron, los ocupantes de ese vehículo bajaron una ventanilla y empezaron a gritar:
-¡Allá va, Sajen!... ¡Allá va! ¡Se fue para aquel lado! ¡Agárrenlo!
Sin alcanzar a verlo, los policías del CAP arrancaron a toda velocidad y
recorrieron unas cuatro cuadras, sin lograr ubicarlo. Giraron en "U" y volvieron hasta donde estaba
la Kangoo, vehículo que a su vez
había empezado a moverse y se había detenido en el cruce de las calles Tío Pujio y Altos de Chipión. El CAP llegó y la pareja se bajó del
vehículo.
-¡Ése que va ahí! ¡Ése es Sajen! ¡El que va caminando allá!
Los policías giraron la cabeza y, sin forzar demasiado la vista,
divisaron esta vez, a unos 50 metros, a un hombre con gorrita que se alejaba
caminando por la vereda.
Subieron a la camioneta y las gomas chirriaron al pisar el acelerador.
Eran poco más de las 8 de la noche. La bestia tenía los minutos contados. |
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|
//12 de Noviembre, 2010 |
|
por
jocharras a las 16:08, en
La Marca de la Bestia |
CAPÍTULO XX
La cacería
Cerca de Sajen
Fue en medio de toda esta batahola
cuando un día en horas de la siesta los oficiales de la Policía Judicial (Luna y García) llegaron al despacho de
Ugarte con doce carpetas.
Después de semanas clasificando y
cruzando información dentro de la Penitenciaría, tenían los nombres de los
sospechosos que, según los archivos, reunían cuatro requisitos esenciales: no
tenían menos de 35 años ni más de 45, habían estado presos (por
delitos contra la propiedad como robos o asaltos) entre 1999 y fines
del año 2002, tenían antecedentes por delitos sexuales y sus rasgos físicos
generales se adecuaban al patrón indicado por las víctimas.
El fiscal se sentó y comenzó a ojear
los prontuarios lentamente hasta que se encontró, en la séptima carpeta, con
una sorpresa: el nombre de Marcelo Mario Sajen,
una persona de 39 años que entre el 8 de febrero de 1999 y el 8 de octubre de
2002 había estado preso por robo calificado. La misma persona que el propio Ugarte había ayudado a detener 19 años atrás cuando comenzaba su carrera en
la Justicia.
El fiscal siguió viendo los otros
nombres, pero lo hizo con menos ansiedad. Cuando terminó, volvió al prontuario
15.364 de Sajen y
se puso a verlo con detenimiento: No tardó en encontrar otro dato que le llamó
poderosamente la atención, porque se vinculaba con su habitual método de
trabajo, que se centra en el cruce de información y en la teoría de que un
hecho de índole penal siempre puede tener relación con otro hecho de
características diferentes, si ambos se producen dentro de un lapso
relativamente corto. Sajen había caído preso justamente el día de la violación que abría el
período ventana.
"A éste lo conozco, yo
lo investigué hace como 20 años. Recuerdo que mi instrucción fue tan buena que
terminó siendo utilizada por los jueces en la condena",
les dijo Ugarte a los que estaban en su oficina.
Después de meditar unos instantes, llamó al comisario Pablo Nieto,
que dormía la siesta en su casa.
"Me dijo que tenía en su
mesa la carpeta con los doce sospechosos y que había un nombre que le gustaba
más que otros. Me comentó que justamente ese hombre había sido detenido el
mismo día de la última violación", recuerda Nieto.
A esa altura, la lista de personas
sospechadas que habían formado parte de la causa estaba cerca de las 90 y
pronto llegaría a 100. Entre las cosas positivas que se habían logrado estaba
el hecho de que por orden del gobernador ya no había que esperar un mes (como
en el caso Camargo)
para conocer el resultado de un ADN, sino que la investigación tenía "prioridad uno" y
ello obligaba al Ceprocor a realizar los análisis en un tiempo prácticamente
récord si se lo compara con lo que se tardaba apenas unos meses atrás.
Una de las grandes artífices de ese
avance era la doctora Nidia Modesti,
quien a esta altura y gracias a su conocimiento del ADN del violador, podía informar (a
mitad del camino del análisis) si se estaba o no hablando de un
sospechoso con posibilidades de ser el serial.
En este punto Modesti aportó una información muy significativa a los
investigadores: el estudio de mitocondria del violador no se correspondía con
el perfil "amerindio", como se denomina al que se da con frecuencia
en el norte de Argentina o en los
países limítrofes, por lo que estaba directamente descartado que el serial
fuese un hombre norteño similar al de los identikits.
Según cuentan a esta investigación el
fiscal general Gustavo Vidal Lascano y su colaborador Gustavo Lombardi, todo indicaba que el
perfil genético del serial se correspondía con el de los descendientes de
griegos o turcos.
El regreso del buchón
Después
de recibir aquella llamada del fiscal, Nieto se fue a la Jefatura de Policía y
llamó a Vargas y a
Sosa
para transmitirles el dato. En realidad estaba obedeciendo una orden de Ugarte, que de esa manera les retribuía a los dos policías el fruto de
aquella semilla que habían plantado cuando le fueron a señalar la existencia
del período ventana.
Al
salir de la oficina de Nieto, aquel 20 de diciembre de 2004, los dos investigadores se fueron
caminando hasta la de Vargas, donde estaban sus subordinados.
-Che,
me suena Sajen...
¿de dónde puede ser?
-La Mara. La que le dio el arma a su marido para que mate al pendejo
-dijo Vargas. (Mara Sajen es hija de un hermanastro de Marcelo y
está acusada, según el fiscal de Distrito 3 Turno 2 - todavía no fue
sometida a juicio- de haber alcanzado el 28 de marzo de 2004 un arma a su marido, Daniel Carranza, que éste luego utilizó
presuntamente para matar a su vecino Daniel
Torres, según la causa).
-Sí,
sí... pero esos están todos presos... me suena de otro lado.
-¿No es el marido de Zulma? -preguntó el oficial Calderón.
-¿Qué Zulma? -retrucó Sosa.
-¡La Zulma del empleado de Epec! ¿Te acordás en el 2001? Ése que había
cobrado el retiro y fue a ver una minita que sospechábamos en su momento que
lo había entregado. El tipo terminó con un balazo en el cuello.
-¡Tenés
razón! La Zulma Sajen, la mina del caco ese que lo entregó
desde la cárcel al matador. Si yo hablé personalmente con el tipo y lo mandó al
frente al loquito ese. Hasta la hija del Sajen
testificó contra el acusado.
-Sí, es ése, acordate que tiene otro hermano (Leonardo) preso por un homicidio y que se supo tirotear con la Policía. Hay que
andar con cuidado.
A
esa altura el nombre de Sajen era uno más, pero los policías ya intuían que podía destacarse entre
los otros. Si no, no se explica por qué Sosa se encargó personalmente de seguir
los pasos de ese apellido. Esa tarde, los de Homicidios salieron a hablar con sus buchones.
Al día siguiente, el martes 21, la
Policía ya sabía que Marcelo Mario Sajen se
movilizaba en un Fiat Uno, color gris y de vidrios polarizados. Él sabía que
ellos lo sabían.
El 22 de diciembre comienza a
desencadenarse el final de esta historia, desde el momento en que el comisario Nieto se
reúne con los tres fiscales y recibe la orden de conseguir una imagen del sospechoso
llamado Marcelo Sajen.
La tarea recae en manos de Sosa, que con tres de sus hombres de confianza (Calderón, Osorio y Maldonado)
sube a un utilitario Renault Express, de
color blanco, rumbo a barrio General Urquiza En el auto y por radio le avisan al
auto (Renault Twingo negro),
que está haciendo controles en la zona, que siga a Sajen a cielo y sombra.
Un pelado (22 de
diciembre)
Desde hace dos días que viene
volteando policías por el barrio. Uno ha estado parado en calle Juan Rodríguez y Miguel del Mármol,
otro en Tristán
Narvaja y Miguel del Sesse. También un auto anda dando vueltas
y parece ser de Sustracción de Automotores. Marcelo sabe que lo buscan, pero no termina de
imaginar por qué, íntimamente teme que sea por los ataques, pero ruega que sea
por los autos.
Esa mañana sale de la casa de la Negra Chuntero en José Ignacio Díaz 1a
Sección y va directo a buscar a su hijo más grande. Juntos parten para el
taller de su hermano Eduardo, ubicado en la calle Chirino de Posadas 3964, a mitad de camino entre la
casa de Zulma y
la de la Negra. Al cruzar las vías,
ven el auto de la Policía, pero no le prestan demasiada atención. "Me está caminando Drogas o
Automotores", le había dicho Marcelo el día anterior a una persona cercana.
Después de unos minutos de charla con
el Jubilado, que está arreglando una batería, padre e hijo vuelven a subir al
auto y parten rumbo a casa de Zulma, desandando el camino que hicieron minutos antes. Se acerca el
mediodía y Marcelo quiere ver a los chicos antes de que salgan para el colegio.
Hacen una cuadra por Chirino de Posadas y
doblan hacia la derecha, hasta llegar a las vías. De allí recorren tres
cuadras hasta la calle Alejandro Danel y, después de cruzar el paso a
nivel, toman en dirección hacia el puente que desemboca a pocos metros de la
casa de Zulma en
la esquina de Tristán Narvaja y Montes de Oca.
Antes de llegar, la Express
blanca se cruza en su camino y los detiene. Bajan tres policías de civil y
ellos paran el auto. Además de la camioneta blanca, la Policía viaja en el Twingo negro.
Son las 12 en punto.
-Vení para acá – le dice el policía
al hijo de Sajen, Que se baja del asiento del conductor y se dirige hacia el capó del
auto.
-¿ Cómo
se llama tu mamá?
-pregunta el oficial
-Zulma Andrea -responde
el menor mientras su padre, que queda parado en la calle con las manos apoyadas
en la puerta del acompañante, se
muestra incómodo y mira hacia todos lados.
Los policías fingen un control de
rutina tan inverosímil que hasta Sajen lo podría haber actuado mejor. Rápidamente el violador se da cuenta de
que todo es muy raro y de que lo están filmando. El hijo de Sajen
afirma:
-Ese Twingo es de Homicidios.
Si son de ahí, ¿qué hacen haciendo un control en la calle?
Además de actuar, los policías tenían
que pararse junto a Sajen para calcular bien su altura y observar todo detalle que pudiese ser
útil para el caso.
Termina la pantomima y los de Homicidios
vuelven hacia la Jefatura. Sosa toma el informe que tiene escrito desde la mañana y le anexa una nota
al pie. Así queda registrado en la causa.
"El nombre real es Marcelo Mario Sajen de 39 años. Registra
antecedentes penales y contravencionales e inclusive dos condenas (a
seis años y a cinco años y seis meses respectivamente) entre los antecedentes existe
uno por violación. Actualmente registra domicilio en calle Montes de Oca, entre
Tristán Narvaja y Ambrosio Funes de barrio Colón y se dedica a la compra y
venta de automóviles usados.
En el programa de capturas
está identificado como Sajen Marcelo Mario D.N.I. 17.851.312, domiciliado en calle Juan Rodríguez
2483 de barrio Colón. El tal Marcelo Sajen tiene dos hermanos, Daniel Alejandro Sajen, alias
Nene D.N.I. 20.871.253, domiciliado en calle siete esquina pública de barrio El
Quebracho, y Leonardo Sajen, alias Turco, D.N.I. 14.892.672 domiciliado en
calle Estados Unidos 5082 de barrio Acosta.
Mantiene dos familias
paralelas, una formada con Zulma Andrea Villalón, D.N.I. 18.177.465, de 37
años, oriunda de la localidad de Pilar, departamento Río Segundo (calle
Tucumán sin número, Pilar), con la cual tiene seis hijos,
con esta familia vive en calle Montes de Oca al 2800.
En calle Alonso de Reinoso al
3400, entre Pedernera y Obispo Castellanos, de barrio José Ignacio Díaz 1a
Sección tiene otra mujer de apellido Castro Adriana del Valle, D.N.I.
20.453.907, conocida en el barrio como la Negra Chuntero, con la cual tiene dos
hijos. Su descripción física es: bien morrudo, no más de un metro setenta, con
cejas anchas y casi juntas en el medio, le faltan dos dientes, pelo castaño,
corto semilacio con entradas en la frente, nariz ancha y chata, manos gordas y
velludas.
De las averiguaciones
practicadas en el sector donde habita el tal Sajen, se conoció que es bastante
violento, (tiene a los golpes a Zulma) su hablar, sobre cómo roba y
trata a sus víctimas hace ver a un sujeto bastante "sacado" y
especulador. Se comenta que conoció a Zulma cuando ésta tenía doce años,
oportunidad en que vivía con sus padres en Pilar y en esa fecha Sajen sometió
sexualmente a Zulma y más tarde (a los catorce años), la niña decidió convivir con Marcelo Sajen. Según los registros
informáticos, el tal Leonardo Sajen cuenta con un automóvil a su nombre, de
marca Fiat 128 modelo 75 dominio VYI 756. El día 22 a las 01.30 horas, el
sujeto buscado llegó a su domicilio en un vehículo Fiat Uno dominio TKR 998.
Nota: en el día de la fecha,
en horas de la mañana y mientras se practicaban averiguaciones en torno al sospechoso,
se observa que el Fiat Uno dominio TKR 998 circulaba por la avenida 11 de
Setiembre en sentido sur-norte y tras cruzar las vías férreas al llegar a la intersección
con las calles Alejandro Daniel y avenida
Los Sauces de barrio José Ignacio Díaz, se procedió al
control del automóvil, identificando al señor Marcelo Mario Sajen, de 39 años, D.N.I. 17.851.312,
con domicilio en calle Juan Rodríguez 2483 de barrio Colón, quien manifestó
domiciliarse en calle Ambrosio Funes 2491 de barrio Colón, y que hasta la fecha
no efectuó el cambio de domicilio. En cuanto a la documentación del automotor,
Sajen exhibió la tarjeta verde la cual está a nombre de XX ZZ, con domicilio en
la ciudad de Río Cuarto, a la vez que manifestó haber comprado el rodado hace
una semana aproximadamente y aún no efectuó la correspondiente transferencia. Sajen,
al momento del control, se mostró muy nervioso y colaborador ante la
requisitoria de la documentación. Con respecto a sus características físicas,
el mismo
tiene una estatura de aproximadamente 1,68 m., contextura física robusto con
el abdomen visiblemente abultado, de tez trigueña, cabellos ralos, cortos y
notable calvicie en la zona de la coronilla, se destaca la vellosidad de sus
brazos y los dedos de las manos y pies gruesos, que al momento del control
vestía una bermuda color beige, remera color blanco y ojotas color azul".
El jefe de Homicidios
termina de escribir, imprime y llama a su jefe, el comisario Nieto.
-¿Jefe?
-Sí
-Ya está el tema de la filmación, ¿cuándo quiere
que se lo lleve por ahí?
-Ya mismo.
-¡¿Ya?!
-¡Sí, quieren verlo ahora!
Las imágenes llegaron a Tribunales II a las 12.40 de aquel miércoles,
cuando en el despacho del fiscal no entraba un alfiler. Además de Ugarte, estaban su secretario Lavaselli,
los fiscales Caballero y Hairabedian, el director de Operaciones de la Policía, Miguel Martínez, el comisario Nieto, Oscar Vargas, Rafael Sosa, Bebucho
Rodríguez, Gustavo Lombardi y Federico Storni, de
la Policía Judicial. La
tensión estaba mezclada con la expectativa. Sosa ya estaba seguro de que Sajen era
el violador serial, lo mismo pensaba Vargas, pero no iba a ser tan fácil
convencer a Ugarte.
-¡Pero qué me traen! Éste tipo es pelado, si lo detengo se me va a cagar
de risa todo el país -exclamó Ugarte. -¡Es él, doctor, mírelo bien! Tiene todas las características -
retruca Sosa
ansioso porque cree que de allí se va a ir con una orden de detención.
-Sí, ya sé que se parece, pero... es un pelado. Le faltan dientes.
Ninguna víctima dijo que no tenía dientes. -Parece armenio más que
turco, bromea en voz baja el secretario Lombardi,
que no se da cuenta que tiene a su lado a Hairabedian, un
descendiente armenio.
-Obsérvelo
bien, fiscal -se mete el representante de la Policía Judicial- Es físicamente muy parecido,
su rostro no es el del identikit, pero... es muy parecido, para mí que... -¡Pero
Federico!, le brilla la pelada... -interrumpe Ugarte- De
noche, esa pelada brilla. -Pero es muy parecido
-¡Cállese la boca, Storni! Lo que yo necesito acá es seguridad.
-¡Pero si es él, fiscal!
-insiste Sosa que
está ahí de regalo porque no tiene el rango suficiente para compartir ese
momento y por ello recibe una mirada de Vargas, su superior, para que baje el tono
de voz.
-Se viene la Navidad, si yo lo detengo ahora y no es, se me acaba la carrera.
¡La prensa me fusila!
La discusión es interrumpida por el mismo Ugarte,
que se comunica al Ceprocor, con la
doctora Modesti.
-Si le llevo un ADN
ahora, ¿para cuándo tendrían los resultados?
-Para el día 27, doctor.
-No, los necesito antes.
-Si me los trae antes de las 10 de la noche se lo
tengo listo para el 24 a la tarde.
El fiscal corta la comunicación y vuelve a plantear sus dudas al
grupo. Finalmente decide no detenerlo y le ordena a Sosa que mantenga a Sajen
vigilado. En ese momento, al comisario Pablo Nieto se le ocurre una idea que
posteriormente sería muy criticada: ¿Y si lo detenemos por una
contravención?".
La
reunión se descomprime, Sosa se aleja del lugar ofuscado, igual que
todos. Ugarte necesita pensar, sabe que no puede
cometer
ningún error y en el fondo no termina de confiar en la Policía. Para
protegerse, Ugarte busca refugio en el jefe de los
fiscales, un eterno preocupado por lo que diga la prensa. Así lo cuenta Vidal Lascano:
"Me llama Ugarte y me dice 'lo
tenemos' pero me aclara que el
problema es que es pelado y no concuerda en absoluto con el identikit. Quería
saber qué le recomendaba yo y entonces le planteé mi preocupación por lo que
podía decir la prensa si nos equivocábamos".
Si ese día el fiscal hubiese considerado, como lo consideraron casi
todos los involucrados, que había suficientes razones para vincular a Sajen a
los hechos de violación, el delincuente hubiera sido atrapado con vida. Pero Ugarte le tuvo demasiado miedo al error y cuando reaccionó, ya era tarde.
"El fiscal en ese momento no se jugó",
confiesa Pablo Nieto en
la actualidad.
A esa altura Sosa ya estaba en la calle y tenía la orden de detener a Sajen por
alguna contravención. Pronto tomaría por su cuenta la decisión de no hacerlo.
Mientras, en Tribunales la filmación de Sajen despertaba discusiones, Marcelo
estaba en casa de Zulma, donde junto a su hijo mayor le comentaban que acababan de detenerlos
para un control y que, aunque se presentaron como de la División Sustracción de
Automotores, los policías eran caras conocidas de Homicidios. También le dicen que los filmaron.
Después de comer, ambos salen nuevamente rumbo al taller de la Chirino de Posadas.
A las 15.30 de ese día, Zulma ve que una camioneta de la Policía pasa frente a su casa. En ese
momento, los policías, que tenían como misión controlar a Sajen, lo
esperaban en las afueras del taller.
Tenían la orden de Sosa de que ahora se buscaba detener a Sajen por una contravención y sólo restaba
que el sospechoso cometiera alguna.
Después de ver el móvil policial, Zulma decide ir caminando hasta el taller
y decirle a Marcelo que el Twingo negro y una camioneta del CAP (una Toyota Hilux) siguen
pasando por el
frente de su casa sospechosamente. Apenas llega, deciden subirse al Fiat Uno y volver a su
casa en la casa Montes de Oca.
Saben que van a seguirlos y por eso se mueven rápidamente pero
procurando no pasar el límite de velocidad. El Twingo negro los acompaña
desde atrás y, cuando está a punto de detener el auto, el oficial Osorio que iba al volante se comunica
con Sosa,
que acaba de recibir la información de que Sajen ya tiene en su poder la pistola
11.25 con la que días después se quitará la vida.
-Portugal 1 a Portugal 2, ¿Osorio? -pregunta Sosa
desde la Jefatura
de Policía.
-Acá Portugal 2, base. Esperamos indicaciones, el
sospechosose dirige hacia su QTH (domicilio).
-Abortá Diego, no lo detengas.
-Portugal 2 a base, ¿perdón jefe, me repite la
orden?
-Cortá Osorio, está armado, es peligroso, no lo detengan.
"La decisión fue mía en
ese momento y me hago cargo. Mandar a mi gente sin apoyo, a detener a un tipo
armado por una contravención era mandarlos a la muerte y yo tengo la
responsabilidad de protegerlos. Además, ni siquiera teníamos orden de
detención. Nada me aseguraba a mí que un tipo desesperado no terminase matando
a mis hombres", aseguró Sosa, que no quiso decir lo que se desprende de sus palabras. El fiscal
que no se animaba a emitir una orden de detención pretendía que los policías
tomaran los riesgos que él no quería tomar.
"Imagínate que no era.
Que el tipo sacaba el arma y se tiroteaba con los míos. Nos habían dicho que,
además de ser un delincuente con antecedentes, ya se había tiroteado con la
Policía y no nos daban instrumentos legales para protegernos. Teníamos que ir
con cara de tontos a detener al delincuente más peligroso de Córdoba en ese
momento pero por una contravención. ¿Y si se resistía y defendiéndonos, lo
matábamos? ¿Y si después el resultado de ADN daba negativo? Resulta que íbamos
a ser los culpables por la muerte de un tipo que no era el serial",
especula Sosa.
Cuando el auto se detiene, cerca de las 17, Marcelo se
baja e ingresa a la casa. Zulma, en cambio, se dirige hasta el Twingo
y, ante la sorpresa de los policías, pregunta: "¿Está Sosa por allí? Quiero saber por qué
están vigilando a mi marido".
Después de lo ocurrido, Sosa le transmite a Nieto lo que luego conto para este libro y éste entiende que los dichos de
su subordinado tienen
lógica. Entonces se produce otra discusión que ahora Es protagonizada por Nieto y Ugarte. El resultado final es que el comisario le pide a Ugarte que
emita una orden de allanamiento de la casa y una orden de detención contra
Sajen. El
fiscal accede a lo primero y promete para la tarde la
orden de detención.
"Asegúrense de
tenerlo controlado", le dice el fiscal a Nieto antes de
cortar. De todos modos, el ánimo de Ugarte
estaba decaído nuevamente y a partir de ese momento
las acciones del día recaen en
manos de Maximiliano Hairabedian.
Mientras tanto, Sajen, el escurridizo Marcelo Sajen, se
aprovecha del desconcierto de la Policía para escapársele de las manos al
mismo comisario Sosa, que así explicó personalmente cómo el violador se burló de él:
"Lo pasa a buscar un remis por la casa y vemos que
sale rumbo a José Ignacio Díaz. Nosotros lo seguíamos atrás tranquilos, porque
lo veíamos ahí sentado, hasta que agarra la avenida Los Sauces y dobla por Enfermera
Luque para detenerse en una casa ubicada justo frente a lo que se conoce como
la villa Los Eucaliptos. Lo perdemos un segundo cuando dobla y en ese instante,
con el remís en movimiento, él se tira y se mete en una casa que tenía al
frente estacionado un R12 con un tarrito en el techo. Al doblar, notamos que ya
no estaba en el remís y rápidamente detenemos al chofer que nos dice que se metió
en esa casa del R12. Como sabíamos que la Negra Chuntero vivía frente a Los
Eucaliptos, nos imaginamos que ésa era su casa, así que dejamos una guardia
para allanarla".
En realidad, esa vivienda pertenecía a dos ancianos que no conocían a Sajen
pero que, cuando él les golpeó la puerta lo dejaron entrar porque les dijo que
quería comprarles el automóvil. Mientras los policías detenían al remís, Sajen
salió al patio interno de la casa de los ancianos y se escapó por los techos.
De allí caminó dos cuadras más por la avenida Los Sauces y llegó a la casa de Adriana,
que lo esperaba con la comida caliente.
-¡Vos sabés negra que me paró la cana y me dieron vuelta el auto! Que los
papeles, que el chasis, que la tarjeta verde, todo se pusieron a controlar los
de la yuta. ¿Viste que te dije que me estaban caminando?
-Sí, pero, ¿por qué será?
-preguntó Adriana.
-No sé, lo que me llamó la atención fue que me filmaron desde adentro de
la camioneta.
-Pero cómo que te filmaban, ¿por qué?
-No sé, alguna cachada me van a hacer. La Policía trabaja así, me van a
meter algo.
-¿Pero tenés idea de qué será?
-Yo pensaba que eran de Drogas o de Automotores, pero como a mí no me
pueden mostrar nada, algo van a inventar... Presiento algo feo.
El diálogo que nos relató Adriana ocurrió en momentos en que toda la Policía de Córdoba
buscaba a Sajen,
apenas horas antes de que se realizaran allanamientos masivos para encontrarlo.
Nieto se
comunica con el comisario Alejo Paredes, el jefe del cuerpo Eter y
de la Brigada Antisecuestros, y le pide cuatro grupos para realizar allanamientos
simultáneos en viviendas de la zona sur de la ciudad. A esa hora, Paredes
estaba con sus hombres en Casa de Gobierno, custodiando el brindis que se hacía
por las Fiestas de fin de año.
Mientras tanto, en la Justicia se aceleraban los trámites y, a las 20,
el fiscal Hairabedian se
comunica con Gabriel Pérez Barberá para avisarle que se iban a hacer allanamientos.
-Gabriel, está todo preparado para allanar la casa del principal
sospechoso. Si tenemos suerte vamos a tener material para analizar, así que
necesito que me dejes una guardia de tu gente para recoger las muestras.
-Quedate tranquilo Maxi. Acá va a estar todo el
plantel científico y me voy a quedar yo también a la espera. ¿A qué hora está
pensado?
-Estamos en eso todavía, yo te llamo.
Niños peligrosos
El efectivo miembro del Eter
cierra el puño y, en silencio, hace un movimiento similar a un corte de manga.
Detrás del pasamontañas del casco negro, se alcanzan a ver los ojos enrojecidos
del oficial los nervios típicos previos a todo operativo. Detrás suyo, 10 hombres
vestidos igual están en fila india y lo miran atentamente.
Están ahí porque el comisario Sosa
está convencido de que en ese lugar
está el violador serial y Sosa no es de equivocarse.
De repente, el de casco comienza a
mover su brazo hacia arriba y
hacia abajo, al tiempo que clava la vista en todos sus compañeros y
se lleva los dedos índice y anular de la mano derecha a los ojos.
Después, une esos dos dedos y los extiende señalando la puerta de entrada de
la casa. En segundos, los hombres de negro se desplazan e irrumpen
violentamente en la vivienda, pateando muebles, puertas y todo lo que se cruce
en el camino. En la casa, una señora mayor y sus siete nietos empiezan a gritar
y llorar desconsolados. Horas después, Sosa, víctima del engaño de Sajen,
tiene que ir personalmente a pedirles disculpas a los ancianos por la puerta y
los muebles rotos por las patadas de los del Eter.
Simultáneamente, otro grupo de elite
ingresa a la casa de Zulma, un tercero en el taller del hermano de Sajen, en la calle Chirino de Posada, y un cuarto en la casa de la hija más grande del
matrimonio Sajen, en la calle Ambrosio Funes. Sajen no estaba en ningún lado. Se presume
que a esa altura dormía en casa del hermano de Adriana del Valle Castro, el
Negro
Chuntero.
Era un mal día para Sosa,
que, después de que los efectivos del Eter ingresaron a la casa de Zulma,
pasó uno de los momentos más incómodos de su carrera policial cuando ingresó
junto a otros cincuenta policías y escuchó entre sollozos el grito de Zulma
que, ante el asombro de todos, clamaba: "¡Sosita! ¡Sositaaa...
abrazame Sosita! ¿Por qué me hacen esto?",
mientras se tiraba en sus brazos. El jefe de Homicidios no pudo evitar ponerse colorado. La
mujer, lo recordaba -al igual que él- desde hacía tres
años cuando los Sajen ayudaron a atrapar al supuesto autor de la muerte del empleado
retirado de Epec, Hugo Murúa.
El allanamiento de esa noche no
permitió encontrar al violador serial, pero sí otorgó un elemento importante a
la causa. En el living, los policías encontraron un televisor Hitachi Serie Dorada de las mismas
características del que el violador serial robó de la pensión de calle Balcarce, en
diciembre de 2002. Esa noche no hubo secuestros de elementos. Zulma
también reconoció entre los efectivos a Oscar Vargas y le preguntó por qué allanaban.
Allí le mostraron la orden de allanamiento que decía que el operativo era
ordenado a raíz de un hecho de abuso sexual. En ese momento la mujer demostró que
tenía otros contactos dentro de la Policía: "¡Yo no tengo nada contra
la Policía. Acá viene un chico del Eter, que es amigo de mi hija. Él conoce al
comisario Paredes!", gritó Zulma.
Esta vez fue Paredes quien se puso colorado y se atragantó. Al ser consultado en
el marco de esta investigación, el jefe del Eter se limitó a decir que "se trataba de un joven aspirante al grupo y que al final no pudo
entrar".
Cerca de las 2 de la mañana el
teléfono de la oficina de Pérez Barberá en Policía Judicial
sonó, y cuando el funcionario atendió reconoció del otro lado de la línea, la
voz del fiscal Hairabedian.
-Se nos piró, Gaby.
-¿Cómo?
-Sí. Sajen se
escapó. Andá a dormir nomás. Vamos a ver quépasa mañana.
Mi hijo (Jueves 23)
Al día siguiente del allanamiento,
con Sajen
prófugo, Zulma se
presentó en Tribunales II, en la oficina de Ugarte para hablar con él. Como el fiscal no estaba, dejó su número de
celular y se fue.
Según cuenta la mujer, durante todo
el día se dedicó a buscar a su marido porque, cansada de tantos problemas, se
había propuesto llevar a Marcelo personalmente ante la Justicia para "aclarar todo". Nunca
lo encontró.
Pasadas las 15, los policías
liderados por Diego Osorio detienen
en la calle a Zulma que viajaba a bordo del Fiat
Uno gris en el que habían filmado a Marcelo dos días atrás.
Allí se produce un diálogo entre la
mujer y Osorio que deriva en el
traslado de ella, por sus propios medios, hasta la Jefatura de Policía. A
diferencia de lo que trascendió inicialmente, Zulma sólo quería hablar con las personas
que conocía y por ello se reunió en una oficina con Vargas y Sosa.
-¿Por qué lo buscan a mi
marido, Sosa? ¿Qué quiere decir esode abuso sexual?
-¿Conocés el caso del violador
serial, Zulma?
-preguntó Vargas.
-Sí.
-Bueno, por eso lo buscamos. Creemos que tu
marido es el violador serial -le dijo el comisario, provocando un profundo
estupor en la mujer, que necesitó de unos instantes para reponerse.
-¡No puede ser! ¡Él no
es! Ustedes están equivocados, ¡mí marido no es ese hombre!
-Zulma.
¿Vos estás segura?
El silencio que hizo la mujer en ese
momento todavía hoy es recordado por los policías con algo de impresión. Dicen
que movió la cabeza de un lado para el otro y respondió:
-Para mí no es... pero
no puedo asegurarlo. ¿Qué puedo hacer para saberlo? Afuera está mi hijo, ¿sirve
que le hagan un estudio a él?
-Sí -se regodearon los policías- sirve
pero lo tenés que autorizar vos, porque él es menor de edad.
-Está bien. Yo lo
autorizo pero con una condición. Sino es eso que dicen, dejen de
molestarnos. Y si llega a ser, hagan lo que quieran con él, pero no se metan
con mis hijos.
Ugarte
nunca supo cómo Sosa y Vargas habían convencido a Zulma. Cuando recibió la noticia, se limitó a decir: "Está
bien, si ellos están dispuestos, hagan la extracción". Ese día el
hijo menor de Marcelo se prestó por orden de su mamá a una extracción de sangre. Lo mismo
hizo Zulma.
Todo ello fue filmado con la misma cámara que días antes había tomado la imagen
de Sajen
para que lo pudiera ver el fiscal. Simultáneamente, según una fuente del Servicio Penitenciario, tres guardias
ingresaban al pabellón donde Leonardo Sajen
pagaba parte de su condena por homicidio en la Penitenciaría de barrio San Martín.
Sin muchas palabras le explicaron que los tenía que acompañar para hacer un
análisis de ADN. El pluma amagó a negarse, pero se dio cuenta de que no tenía
sentido, así que los acompañó hasta la enfermería a sacarse sangre.
Alrededor de las 22, Zulma
volvió a su casa con los mismos policías que la habían acompañado a Jefatura.
Ellos realizaron otro allanamiento en la vivienda. En el nuevo operativo hubo
secuestros: además del televisor Hitachi
Serie Dorada, se llevaron sábanas, una almohada y un cepillo de dientes
perteneciente a Sajen.
Los análisis de ADN de
todos esos elementos, más la sangre de Zulma, de su hijo y de Leonardo
iban a ayudar a cercar a Sajen que ya se había convertido en el único sospechoso, desde la llegada
de Ugarte, que se negaba a hacerse el examen
del código genético.
Lo único que sabemos de Marcelo ese
día es que en algún momento pasó por la casa del Jubilado (su hermano Eduardo) en barrio Vipro y le
comentó que lo estaban siguiendo. De allí volvió a su refugio en Ituzaingó Anexo.
Noche mala (Viernes 24)
Mientras la sangre de su entorno comenzaba a ser analizada en el Ceprocor, Sajen eligió seguir escondido donde pasó
la noche del 22: supuestamente en la casa del hermano de su amante, el Negro Chuntero, un hombre que no fue
contactado por esta investigación pero que habita en barrio Ituzaingó Anexo.
Quienes lo vieron en esos días aseguran que el serial se mostraba
ansioso y por momentos desesperado.
Un vecino del barrio afirma haberlo visto en la puerta de la casa en
cuestión, tomándose la cabeza lleno de preocupación. Según pudimos saber,
aquellas horas estaban llenas de ansiedad para Sajen que pasó esos días la mayor parte
del tiempo despierto y ayudado con pastillas y ansiolíticos. Si, como dice el
comisario Raúl Ferreyra, Marcelo era, además, un frecuente consumidor
de cocaína, es de imaginar que también haya estado consumiendo en esos
momentos en que su vida se iba despedazando y ya podía vislumbrar que le
quedaban pocas salidas.
Es de imaginar que aquellas fiestas, conociendo su anuncio tantas
veces reiterado de que no pensaba volver a la cárcel, lo hicieron recordar
tristes navidades encerrado en un calabozo y lejos de sus hijos.
Ese día el diario La Mañana de
Córdoba
había publicado la siguiente afirmación en sus páginas: "En las últimas horas circuló
fuerte en la Central de Policía una versión de que un sospechoso de ser el
violador serial estaría cercado y que su domicilio habría sido allanado el
miércoles a la medianoche. Sin embargo, al cierre de esta edición los
investigadores negaron la versión”
A la distancia es necesario reconocer que aquella nota que por entonces
parecía tener poca consistencia era, en realidad, una primicia que
bien hubiera valido un titular de tapa. El dato exclusivo pertenecía al
periodista Gustavo el Pájaro Molina.
Cuando llegó la noche del 24, mientras Zulma y sus hijos sufrían en su casa de
barrio General
Urquiza, Marcelo sufría en barrio Ituzaingó
por no poder estar con ellos. Zulma se fue a dormir antes de la medianoche. Desde entonces, hasta el día
de hoy, la mujer prefiere dormir junto a alguno de sus hijos, antes que volver
a la cama que compartió con Marcelo.
El clima de tristeza tampoco permitió hacer una fiesta en barrio Ituzaingó Anexo pero, de todos modos, Adriana fue
a casa de su hermano para pasar unas horas con Marcelo.
Así lo cuenta ella: "Nos juntamos en casa de
mi hermano. Fue todo muy triste porque Marcelo estaba muy angustiado. A medianoche brindamos y él se encerró en el
baño a llorar. Estaba mal porque no podía estar con sus otros hijos y después
de varios minutos salió con los ojos colorados. Ese día habíamos estado con su
hijo más grande que le dijo: 'Papá, mandate a mudar que te busca toda la
Policía de Córdoba'".
En la cena, Marcelo no tomó un trago de alcohol, ni comió nada. Apenas dijo unas palabras
y todo indica que comenzaba a imaginar que sólo le quedaba escapar. Se abrazó a
Adriana, le
tomó la cara con sus dos manos peludas y pesadas, y le preguntó:
-Negra, ¿qué vas a hacer?
-Marcelo, yo hasta el último momento voy a estar al lado tuyo.
Navidad de color
(Sábado 25)
El 25 de diciembre Sajen
tuvo, al igual que el día 24, una falsa sensación de tranquilidad, que se debe
haber parecido a esa calma gris que precede a las grandes tormentas.
En rigor de verdad si hubiese tenido
la intención de hacerlo es indudable que ése era el momento de escapar del país
o, al menos, fugarse de Córdoba. La investigación posterior realizada por los comisionados a la causa
de Juan Manuel Ugarte
determinó que en ese momento Sajen comenzó a planear esa fuga con la ayuda de un mecánico amigo que iba
a gestionarle la salida del país en los días siguientes.
Nuestra especulación es que esa era
una idea que circulaba más fuertemente en el entorno de Marcelo que
en él mismo, quien a esa altura ya tenía en claro cómo iba a ser su final y
sólo esperaba saber dónde se produciría.
La prueba está en que el hombre
prefirió quedarse (refugiarse) donde siempre: en el sur de la ciudad, cerca de las
vías donde creció, de sus hijos y sus mujeres. En ese laberinto conformado por
los barrios donde vendió verduras para supuestamente escapar de las palizas de
su padre, violó a decenas de víctimas, presuntamente vendió drogas y robó
autos, y cometió vaya a saber cuántos delitos que nunca llegaron a figurar en
su prontuario.
-Presiento algo malo. De ésta no zafo.
-Pero Marcelo, ¿por qué no te entregas? -se animó a preguntar Adriana.
-Volverte más fría, negra. Si me agarran yo
voy a hacer lo mismo que el Bichi. No sabés la vida que me espera y que me van
a dar en la cárcel. No sabés lo que sufrí ahí la última vez que estuve preso.
-Pero Marcelo...
-Escúchame, quizá la última vez que me veas
va a ser en un cajón, porque a mí no me van a poner las esposas.
Ese sábado, con un decolorante, Sajen se
tiñó el pelo de rubio. Como su cabello era negro oscuro, adquirió una tonalidad
que se parecía al colorado, cuando era iluminada por el sol. Se tiñó la cabeza,
las cejas, los vellos de sus brazos y se depiló las manos. Su idea, más que la
de escapar, parecía ser perderse.
Pese a que era intensamente buscado,
las personas que compartieron esos momentos con él afirman que no estaba
inmóvil y escondido en una pieza, sino que iba y venía todo el tiempo en auto,
moto o bicicleta. Tan cómodo estaba, que tendría tiempo de atacar nuevamente.
Última violación (26 de diciembre)
En
aquel momento quizá era necesaria mucha frialdad para poder dimensionarlo, pero ahora y a la
distancia todo indica que Marcelo Sajen fue
atrapado justo en una etapa de su carrera delictiva en la que necesitaba desafiar cada
vez con más temeridad a la Justicia y, en particular, al sistema que sin saber verlo, le había permitido convertirse en lo que se
convirtió.
Así
fue que el día 26 de diciembre, dos días antes del final, volvió a atacar y lo
hizo justamente en la zona donde se encontraba refugiado. Ocurrió en barrio Ituzaingó Anexo, en la intersección de
las calles Westinghouse y Vucetich, donde mediante la violencia
tomó a una chica de 16 años que había venido a pasar las fiestas a Córdoba a
la casa de unos familiares, llevándola hasta un descampado ubicado a cuatro
cuadras, donde la violó.
En
este hecho Sajen muestra claramente a la víctima la pistola 11.25 que después
utilizaría para quitarse la vida.
El
abuso fue cometido cerca de las 21.30 de aquel domingo, minutos antes de que Sajen
abandonara su refugio de los últimos días en Ituzaingó Anexo para partir rumbo a la casa de su tío, Andrés Caporusso, en
barrio Santa
Isabel 3a
Sección.
La decisión (27 de
diciembre)
Hay
cosas que no se hacen: no se insulta a la madre, no se tira la comida, no se
traiciona a un hermano. Del mismo modo, hay cosas que no se preguntan y una de
esas es qué hacía uno de los hermanos Sajen llegando de sorpresa a casa del tío Caporusso en
horas de la noche.
Algo
así pasó el domingo 26 de diciembre, cuando de improviso Marcelo se
presentó (con el pelo teñido) en la casa de su tío y le pidió que lo
"aguantara" ahí unos días, porque se había mandado "un
moco" y la Policía lo buscaba.
-Le
volví a pegar a la Zulma y
esta vez se me fue la mano, así que me busca la cana
-explicó Marcelo sin
que nadie se lo preguntara.
-Está bien. Quedate -le respondió Caporusso,
que declaró en la causa que siempre estuvo al tanto de "las
golpizas" que su sobrino "solía propinarle a Zulma". Similares a las que, según asegura, sufría su hermana antes de
la muerte de don Leonardo.
En
esas horas en Santa Isabel 3a Sección, Marcelo
casi no habló con su tío. Sólo en la noche del domingo le sugirió a su primo,
un chico de 12 años, que la Policía lo buscaba y que él que no pensaba
entregarse.
En
la mañana del 27, Marcelo acompañó a su tío hasta el Mercado
de Abasto, donde lo ayudó a cargar la verdura en la camioneta. Algunas
personas lo vieron trabajando como un changarín más, como lo hizo durante tanto
tiempo para su padre. Después volvió y se fue de la casa de su tío Andrés, a bordo de una motocicleta rumbo
a barrio General
Urquiza.
Sajen
estuvo paseando por sus zonas preferidas prácticamente en las narices de la
Policía. Es de imaginar que en cierto modo esto le generaba cierta
incertidumbre, ya que era evidente que, aunque la Policía lo buscaba, todavía
no lo hacía con la intensidad con la que se imaginaba iba a hacerlo una vez que
confirmaran que él era el serial.
Los
investigadores sospechan que especulaba que los resultados de los estudios de ADN a
los elementos secuestrados en su casa, tardarían mucho tiempo antes de
conocerse. Sabía lo que le había pasado a Camargo y pensaba aprovecharse de esas
demoras.
Marcelo se
movilizó con cierta tranquilidad en la zona de la casa de Adriana Castro,
presumiblemente gestionando su posible fuga y buscando generar el dinero para
financiarla. En este punto la investigación que lleva adelante el fiscal
especula que Sajen pensaba fugarse en la noche del día 28 de diciembre, para lo que
tendría que pagar un monto cercano a los 1.500 pesos. Nosotros seguimos
pensando que Marcelo ya tenía en claro que iba a suicidarse.
En
la tarde de ese día, Sajen es visto por dos chicas en una heladería ubicada en la avenida Sabattini y
la calle Tristán
Narvaja, a pocas cuadras de su casa y de la zona donde era más buscado.
Cuando las jóvenes entran al comercio, el delincuente estaba tomando un helado
y ellas se sintieron muy incómodas por la manera en que éste las observaba.
Al
irse, esas jóvenes que al día siguiente mirando la televisión iban a descubrir
que habían estado a metros del violador serial, comentan entre ellas lo mal que las había
hecho sentir ese sujeto.
Según
los investigadores, Sajen estaba en el barrio coordinando con algunos conocidos la venta de
uno de sus autos para financiar aquella supuesta fuga que nunca se
concretaría.
Muchos
vecinos lo vieron por esas horas e inclusive Marta López, la
vecina de la casa de la Juan Rodríguez en la que creció Sajen, aseguró
haberle vendido una pizza a Marcelo. Algunas versiones lo ubican incluso en Pilar, vendiendo un auto, pero eso no pudo
ser verificado.
Última víctima
Para los autores de este libro hablar
con la última víctima de Marcelo Sajen fue
tan importante como hablar con la primera, porque permitió cerrar ese horrendo
círculo que el delincuente comenzó a transitar en 1985 al atacar a Susana.
Independientemente de que ambas personas vivieron situaciones totalmente
diferentes, ya que la última joven logró escapar de las garras de Sajen sin
que él abusara de ella, ambos casos tienen el valor simbólico de su orden en la
serie.
El ataque sufrido por Paula, una joven rubia, alta,
estudiante de abogacía y vecina de barrio Santa Isabel 3a Sección, ocurrió en la
tarde del día 27, cuando volvía en bicicleta de un gimnasio. En el living de su
casa, la joven relata lo sucedido.
"Yo volvía a casa en la
bicicleta y deben haber sido poco más de las 6 de la tarde cuando veo a un tipo
en moto hablando por celular. Estaba parado en la puerta del Cottolengo Don
Orione. La verdad es que ni me di cuenta de que era la misma persona que ese
mismo día a la mañana me había mirado feo en el barrio y me había dicho una
grosería". El dato del teléfono llama la atención porque la Policía nunca
pudo encontrar pruebas de que Sajen hubiera usado un celular por esos días, por más que sea de imaginar
que de alguna manera necesitaba comunicarse con sus contactos.
La joven, que tenía puestas una
calzas negras y encima un buzo color rojo, continuó transitando la calle de
tierra que corre paralela a la Avenida
Armada Argentina y, de pronto, sintió que la moto se le acercaba y Sajen la
abordaba.
"Vino de frente
impidiéndome el paso y me agarró el brazo fuerte. Con la otra mano, me tocó la
cola por dentro del pantalón. Fue muy feo porque se lo veía como sacado.
Después me agarró la cara y acercó la suya para besarme (es la
segunda víctima de Sajen que
recibió un beso del violador serial después de una chica atacada el 16 de
marzo de 2003). Él me gritaba que me callara y yo me resistí
haciendo todo lo que podía. Al final le arañé el brazo y justo tuve la suerte
de que pasara un auto y él desapareciera". Fue la
primera vez que Sajen atacó de frente mostrando su cara a la víctima. Era también la
última.
Aquella tarde, mientras Paula denunciaba lo ocurrido en la
Unidad Judicial del precinto 9 y se enteraba por el sumariante de que en la
zona se pensaba que podía estar escondido el violador serial, Marcelo se
preparaba para despedirse del mundo. |
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//12 de Noviembre, 2010 |
|
por
jocharras a las 12:35, en
La Marca de la Bestia |
CAPÍTULO XIX
Trabajar
El robo de autos en Córdoba
Caminan por
las calles del barrio como quien pasea disfrutando de la tarde. Toman un café,
se paran en la esquina, entran a un cyber, toman una coca en un kiosco, se
esconden cuando pasa la Policía. Parecen vecinos comunes, pero no viven allí;
parecen a la deriva, pero no lo están; parecen honestos, pero no lo son. Son
los levantadores de autos que deambulan por las calles de Córdoba a la caza del coche que buscan.
Pueden estar
en barrio General Paz, en Juniors o en Alberdi, pero se los encuentra más fácilmente en el centro o en Nueva Córdoba, donde se sienten libres
para hacer lo que quieran. Forman parte de una de las ''industrias" más
antiguas de la humanidad, la del delito, y se especializan en una de las ramas que
más adeptos tiene en la provincia: el robo y la posterior colocación de automotores.
Es uno de
los negocios delictivos más rentables y frecuentes de Córdoba. Según las últimas cifras oficiales que se dieron a conocer
(corresponden
a los años 2001, 2002 y 2003), en nuestra provincia se roba por año un
promedio de 3.800 automóviles (a razón de 11 vehículos por día).
El 80 por ciento de esos rodados son sustraídos desde la calle y cerca de la
mitad de estos desaparecen en el triángulo de las bermudas que es el barrio Nueva Córdoba, precisamente el lugar
preferido del violador serial. La investigación que llevó adelante el fiscal Ugarte
llegó a la conclusión de que el hombre que fue identificado como el violador
serial transitaba normalmente por las calles de ese barrio no sólo para abusar
de las jóvenes, sino también para robar vehículos. Esto también fue confirmado
por diferentes actores de la investigación como los comisarios Eduardo Rodríguez, Oscar Vargas y Rafael Sosa.
¿Pero
cómo se ejecuta este delito que, según las personas que trabajaron con Sajen, era una de las tantas cosas que él sabía hacer
"muy bien"?
El negocio
del robo de autos mueve millones de pesos y para poder realizarse requiere de
una serie de especialistas que actúan rápidamente y contrarreloj. El primer
eslabón de esa cadena es el contacto que se comunica con aquella persona que
quiere comprar o que está dispuesta a vender un auto robado como si fuera
legal.
A partir de
ese momento se activa la búsqueda y le corresponde al levantador salir a la
calle a encontrar el vehículo que requiere el futuro comprador. No se trata de
robar a cualquier costa el primer auto de esas características que se encuentre
transitando por la calle, ya que de nada valdría asaltar a un conductor y
llevarse su vehículo, porque el objetivo es justamente robarlo haciendo la
menor cantidad de escándalo posible y aprovechándose de la lentitud del sistema
a la hora de intentar recuperarlo.
Por eso, en
general, los autos elegidos están estacionados en las calles a la espera de sus
dueños. Los levantadores (se los califica llave, ½ llave
y 1 llave en orden ascendente, según su capacidad) salen a deambular
buscando el auto que necesitan.
El secreto
del levantador consiste, como en todo delito, en poder encontrar el lugar
adecuado para cometer el hecho y la víctima más vulnerable para sufrirlo. Por
ello los lugares más buscados son cerca de las clínicas, donde la gente
normalmente llegó preocupada por otras cosas y no tuvo tiempo de asegurarse de
que el auto esté bien protegido; los negocios y las afueras de los grandes centros
comerciales, donde descuentan que los dueños se mueven con sus hijos y eso
atrasa las cosas.
Un
levantador de 1 llave, como según los investigadores era Marcelo Sajen, se lleva un auto de su
lugar de estacionamiento en menos de 30 segundos, tenga éste o no una alarma
activada. A partir de ese momento, el vehículo se convierte en una brasa
ardiente y por eso se activa un nuevo eslabón de la cadena que consiste en
llevar ese vehículo sin llamar la atención de la Policía y lo más rápido
posible, a un lugar donde pueda enfriarse.
¿Qué
significa enfriar un auto robado? Es llevarlo a un lugar donde pueda
"descansar" sin llamar la atención (por eso se suelen utilizar playas
de estacionamiento), hasta que los policías o las empresas de seguridad
satelitales dejen de buscarlos . Si en Nueva
Córdoba se roba la cantidad de autos que ya hemos señalado, es de imaginar
que los investigadores
poco pueden hacer para resolver un caso de hoy, si mañana tendrán 11 nuevos
casos que investigar.
En ese punto está siempre la posibilidad de llevarlo rápidamente a un desarmadero
(hacerlo "cortar" en la jerga)
o por el contrario llevarlo a
una playa de estacionamiento hasta que se enfríe.
También es posible que el auto sea "colocado" en manos de otros delincuentes que lo
utilizan para cometer algún otro delito.
Según
pudimos establecer, en los casos en los que se roban 4x4 o vehículos caros que pueden
tener activado un buscador satelital, los
ladrones acostumbran llevarlo a una zona céntrica, estacionarlo y sentarse en algún bar cercano
por algunas horas hasta ver si la policía
llega a buscarlo.
Después de una prudente espera, la camioneta
es llevada al desarmadero o a la playa.
Esta presunta
actividad de Marcelo
Sajen
era a la que más se lo vinculaba antes
de que su nombre surgiera relacionado a las violaciones. De hecho, su mujer
asegura que su marido era "un perseguido" por los policías
que siempre iban a la casa creyendo que los autos familiares eran robados y
"nunca pudieron probarlo". Al respecto, los
investigadores especulan que Sajen utilizaba la
compra-venta legal de autos como pantalla para su actividad ilegal.
Los apuntes
de la Policía Judicial sobre el robo
de automotores vinculado a Marcelo Sajen hablan de que los vehículos que levantaba
el violador serial eran llevados a un taller de Santa Isabel 2a Sección, ubicado en una zona muy cercana
a donde finalmente se suicidó. En este punto un mecánico de barrio General Urquiza que compartió muchos
asados con Marcelo
y que en más de una oportunidad lo escuchó "bromear" con que él
era el violador serial, asegura: "A mí me traía autos para que los arreglara y yo no
preguntaba de dónde venían. Lo único que me pedía es que hiciera algunos
arreglos, nada de cambiar las cosas o cortar".
En Santa Isabel, siguiendo con los apuntes
de la Judicial, los autos eran "trabajados" y comenzaba a
ponerse en acción un nuevo eslabón de la cadena que consiste en que el auto que
salga de allí sea diferente en aspecto y en papelería del que llegó. Desde ese
lugar los coches iban a dos concesionarias de Córdoba ubicadas en el camino a Alta Gracia.
La noche
después del suicidio de Sajen y mientras éste se encontraba
agonizando, las puertas de una de esas concesionarias se abrieron y los vecinos
vieron que el 80 por ciento de los autos que estaban allí, desaparecían.
Existe otra
posibilidad, conociendo los movimientos de Sajen y su habilidad para moverse, que es por
la que más nos inclinamos nosotros. Si efectivamente es cierto, como dicen los
investigadores que Sajen levantaba autos, el mejor lugar que
podía utilizar para enfriarlos era la terminal de ómnibus, donde existen dos
playas (una externa y otra interna) en las que no hay demasiado
control.
Si esto fuera
cierto, podrían encontrarse respuestas a preguntas que por el momento no
parecen tenerlas, como la manera en que Sajen se fue de aquella pensión de la calle Balcarce (donde abusó de Marcela)
robándose además el televisor Hitachi
Serie Dorada que pertenecía a la joven. El edificio donde vivía Marcela está ubicado en Balcarce al 500 desde donde, caminando
por un puente peatonal, se puede ir a la playa externa de la terminal, en menos
de cinco minutos. Cuando personal de seguridad de la terminal fue consultado
al respecto explicó que esos predios están prácticamente a la deriva y que es
muy común ver que algunos autos pasan varias noches durmiendo en la playa,
hasta que unos días después vienen a buscarlos.
La noche de
aquel ataque (el 30 de diciembre de 2002) Sajen desapareció de la vista de Marcela, su víctima, a lo largo de
cinco minutos que bien pudo haber utilizado para buscar un auto que estaba
enfriándose en la terminal de ómnibus.
Para que
todo esto tenga sentido hay que decir que la División Sustracción de Automotores de la Policía de la provincia
ha sido históricamente la más criticada y sospechada de la fuerza por su
presunta vinculación con mafias dedicadas a las cuatro ruedas. Ese rumor
promovió una investigación que luego quedó trunca, pero por la cual al menos un
policía fue imputado y puesto a disposición del fiscal Luis Villalba.
En la
actualidad, existen tres grandes bandas activas dedicadas a este tipo de hechos
en nuestra provincia. De todos modos, todo indica que, si las especulaciones
que vinculan a Sajen
con este tipo de delitos son reales, el violador serial tenía un negocio
independiente de esas organizaciones.
Muchas veces
se ha dicho que para robar autos deben existir "zonas liberadas",
sectores donde la Policía mira para otro lado a cambio de una comisión por los
robos efectuados. Este dato, vinculado a la mala fama de la División Sustracción de Automotores,
promovió el rumor de que Sajen recibía información calificada de algunos policías que lo tenían
simplemente como un ladrón de autos y que él utilizaba para saber dónde era
riesgoso atacar a sus víctimas de violación.
"Tengo mis dudas de que alguien le haya soplado sobre
dónde hacíamos los
operativos, pero en caso de que eso haya ocurrido imagino
que a quien pueden haber ayudado es al Sajen
ladrón y nunca al Sajen
serial", asegura Eduardo Bebucho Rodríguez que recordó que el hecho de la
calle Balcarce fue siempre una gran espina en la cabeza de los
investigadores.
"Nos imaginábamos que escapaba en auto, pero ¿dónde lo dejaba
estacionado? Yo siempre pensé que el tipo aguantaba en la terminal que es un
infierno porque hay miles de personas en constante tránsito y es un excelente
lugar para que nadie advierta tu presencia", afirma Rodríguez.
La
saturación policial en Nueva Córdoba
en los tiempos del violador serial disminuyó en un 40 por ciento el levante de
autos en el sector.
El ganador esclavizado
Mientras la búsqueda del serial
comenzaba a tomar forma de la mano de Juan
Manuel Ugarte, Sajen siguió llevando lo que puede llamarse
una vida normal. Pero su estado de ánimo parecía no estar del todo bien.
-Me voy a morir negra, lo
presiento. Me voy a morir.
Adriana y Marcelo
estaban acostados en la cama viendo televisión, los chicos se encontraban en
el colegio y de repente Marcelo interrumpió el silencio para
pronunciar esas palabras.
-Pero
de qué hablás, si vos tenés más suerte... tenés siete vidas-recriminó
Adriana.
-No, negra. Hablo en serio, siento
que me queda poco de vida -repitió Marcelo, quedándose en un silencio pensativo.
La Negra Chuntero se sintió conmovida y comenzó a acariciarlo hasta
que algunos segundos después su amante volvió a hablar.
-Pero vos no te vayas a ir con
otro, ¿no?
El diálogo se produjo a fines del
año 2004 y aunque Adriana no lo
sabía, esa sensación era contemporánea a los momentos en que la búsqueda del
serial comenzaba a avanzar y Sajen empezaba a sentirse cada vez más
limitado no sólo para violar, sino también para moverse.
"En
los últimos tiempos vivía directamente conmigo -cuenta la Negra Chuntero antes de enumerar las
actividades familiares que llevaba adelante su amante- a la
mañana iba a 'trabajar' al centro. Después pasaba por casa de Zulma para
preparar a los chicos y llevarlos al colegio. Volvía para acá y llevaba a los
míos".
"Mi
marido iba todos los días a buscar a los chicos al colegio -
confirma Zulma-, siempre fue un padre ejemplar que amaba mucho a sus
hijos. A la tarde, cerca de las cinco estaba acá principalmente porque una de
las chicas (la joven que nació el día que murió don Leonardo),
su hija preferida, no le perdonaba no verlo aunque sea
un ratito".
"A la
noche -asegura Adriana-
llegaba a mi casa, se bañaba y nos íbamos a dormir juntos".
Por esa época también se produjo el episodio de Tribunales II y Sajen tenía siempre en su bolsillo el hábeas
corpus que le habían entregado firmado por la doctora Lucero Ofredi.
Entre el ataque inmediatamente
posterior a Ana, ocurrido en barrio San Vicente el 15 de setiembre y el
siguiente de la serie que se produjo en diciembre, pasaron 80 días, en los que Sajen
se encontraba muy alterado.
En este punto toma forma otra de
las versiones vinculadas a Sajen que, hasta ahora no se ha nombrado en
este trabajo y es la supuesta adicción a las drogas (en especial la cocaína)
que podría haber sufrido. Jota dijo
que Marcelo
"tomaba" y dio a entender que en alguna oportunidad también
"vendió" drogas. Lo mismo afirmó el policía Raúl (Ojito) Ferreyra, de Protección de las Personas, quien tuvo a su cargo la búsqueda de
víctimas en el período ubicado entre los años 1991 y 1997.
"En
base a los contactos que tenía Marcelo
Sajen es de
imaginar que entre las tareas ilegales que realizaba estaba la de vender
cocaína en pequeñas proporciones. Una de sus parejas con la que se lo vio en
muchas oportunidades en los últimos meses (sería la mujer con las iniciales
N. G., según dijo Jota) podría haberse
dedicado a ese negocio", explica Ferreyra.
En ese contexto es de imaginar
que Sajen
se encontraba presionado por todos lados. Algunos de estos aspectos fueron
comentados al psicólogo Carlos Disanto, uno de los mayores
especialistas sobre delincuentes seriales de nuestro país. El profesional,
docente de la Universidad de Buenos
Aires (UBA), Licenciado en Psicología y
especialista en investigar las conductas de delincuentes y homicidas sexuales,
fue lapidario refiriéndose a la vida de Sajen: "El
perfil de individuo que se desprende de lo que ustedes relatan, más que al
perfil de un ganador se parece al de un trabajador. Debe haber sido muy
estresante para este hombre tener que mantener esa imagen de autosuficiente
ante todas las amantes que tenía y creo que allí puede radicar parte de su
enfermedad. Ir de acá para allá llevando chicos, teniendo relaciones sexuales
'exigentes' con sus mujeres y mostrándose como un ganador ante sus amigos hombres,
es realmente cansador".
El sheriff Ugarte
Le gusta
mandar, le gusta saber más que todos y le gusta tener el control de la
situación. Odia que se le adelanten y prefiere siempre que las cosas lleguen a
sus oídos primero para ser él mismo el que, luego de calificarlas, las
transmita a los demás. No confía en nadie y como cree que las cosas se hacen
bien sólo cuando se hacen a su modo, todo el tiempo desconfía de los otros. Así
es el fiscal Juan Manuel Ugarte y
así se manejó con la causa una vez que la tuvo en sus manos, después de haber
tenido unos días para darse cuenta de que a lo largo de los años, poco se había
hecho como correspondía para poder atrapar al violador serial.
Inteligente
y conocedor de las internas que limitaban el trabajo de los investigadores,
supo aprovechar todo ese contexto para convertirse en el único que manejaba
toda la información existente en la causa, limitando al mismo tiempo el
contacto entre los diferentes grupos que trabajaban a sus órdenes.
Pronto
organizó equipos de trabajo a los que les dio roles dentro de un rompecabezas
del que sólo él conocía la cantidad de piezas.
Su principal
hipótesis de trabajo se basó en una idea que hoy parece obvia, pero que hasta
ese momento no se había tomado en profundidad. El violador serial era también
un delincuente acostumbrado a cometer hechos contra la propiedad. Desde
entonces y mientras la Policía de calle seguía, filmaba y descartaba a cada uno
de los sospechosos que se sumaban a la causa a través de denuncias o de los
llamados al 0800 JUSTICIA, se
concentró en esa hipótesis de trabajo junto con sus comisionados y su
secretario.
A sus
íntimos, Yo-Yo les confesó que hasta la llegada del triunvirato todo
había sido desastroso y que tuvo que empezar de cero para poder encausar la
investigación.
Internas
La segunda
parte del mes de noviembre y los primeros quince días de diciembre del año
2004, fueron de extrema tensión. Aunque en ese momento no se percibía todavía
ninguna certeza de que el violador serial podía ser atrapado, sí existía la
idea de que las personas que estaban trabajando eran las indicadas y tarde o
temprano obtendrían resultados.
De todas
formas, entre los investigadores las cosas estaban lejos de ser color de rosa.
El fiscal y la Policía (el grupo conformado por los comisarios Nieto,
Rodríguez, Vargas y Sosa) tenían una relación simplemente mala,
principalmente porque Ugarte desconfiaba de los que creía
que tomaban decisiones sin consultarlo. Por su parte, ellos desconfiaban de él
y estaban resentidos porque confiaba más en dos suboficiales de menor rango
como sus comisionados, que en la cúpula de la Dirección de Investigaciones Criminales.
Esa
situación hizo que por su lado los policías buscaran "protección" detrás
del ministro de Seguridad, Carlos Alesandri, y el fiscal recurriera cada
vez más a sus dos comisionados (los suboficiales Bergese y Sáenz de Tejada)
a los que les pedía incluso verificar el trabajo que hacía la Policía. Para
entender lo que esto significa es importante saber que en una estructura
verticalista como la policial, el hecho de que dos suboficiales tengan como rol
"controlar el trabajo de policías de más autoridad" es
básicamente un insulto para estos últimos.
En ese marco
de nervios e histeria, Ugarte, que no era santo de la
devoción de Alesandri, se apoyaba en
el poder del fiscal general. Gustavo Vidal
Lascano, quien a su vez mantenía una interna profunda
con Alesandri dentro del Gobierno
provincial.
Como si esto
fuera poco, Ugarte tampoco confiaba demasiado en la Policía Judicial cuyo director Pérez Barberá, desde que los alemanes
habían pisado suelo cordobés, no era ni saludado por Vidal Lascano.
Buscando
protegerse de los ataques de su jefe, el director de la Judicial también
mantenía una excelente relación con el Tribunal
Superior de Justicia que lo considera uno de los legalistas más capacitados
de la provincia.
Además,
estaba la puja constante entre la Policía
Judicial y la Policía Provincial,
que nunca han sabido convivir y prácticamente se tratan de "enemigos"
entre sí. Los primeros porque creen que los segundos no están preparados para
manejar los elementos científicos de una investigación; y los segundos porque
aseguran que los detectives de la Judicial llegan a conclusiones que se caen a
pedazos apenas se ven obligados a salir al exterior y cruzar una calle.
Eso para
referirnos únicamente a las internas entre instituciones pero, además, habría
que señalar la interna que existía por ejemplo entre los mismos policías.
También la
Judicial tenía su propia interna, que todavía no había florecido pero que iba a
enfrentar poco tiempo después de la caída del violador al grupo de
investigadores del Centro de Investigación
Criminal.
Todas estas
personas mantenían incluso enfrentamientos individuales entre sí y aunque se
esforzaban por tratarse bien en las reuniones para que éstas no parecieran un
conventillo, apenas terminaban dedicaban horas a criticar la tarea de los
otros.
Lo único que
todos compartían era el miedo a saber menos que los demás y a que alguno de los
que supiera algo se lo transmitiera a los medios de comunicación. Hasta tal
punto llegó esa desconfianza entre unos y otros que Ugarte los reunió para
decirles que el único que iba a hablar con la prensa sobre el tema, era él.
La medida no
acabó con el problema y se puede decir que lo profundizó, porque ahora todos
sentían celos ante el protagonismo de Ugarte, que hacía propios todos los
logros del grupo. A raíz de ello la información se convirtió en el capital más
importante y nadie quería saber menos que los otros. Como un ejemplo de esto
se puede citar que en esa época se sumó a la mesa chica de la investigación Gustavo Lombardi, un funcionario de la Fiscalía General, que rápidamente (quizá
con injusticia) fue apodado "el espía" o "el
interventor" por los otros investigadores porque decían que su
principal función consistía en escuchar todo para de esa forma mantener
informado a Vidal Lascano.
Pero había
más. Inclusive en el seno de Podemos Hacer Algo comenzaba a generarse una
interna entre aquellas chicas que se sentían representadas por el abogado Carlos Krauth y otras (principalmente cercanas a Ana),
como sus amigas María y Julieta, que indicaban que el letrado
"parecía más abogado del gobierno" que de las víctimas.
Sacar la basura
Tras aquella
reunión en la Jefatura de Policía,
en la que las chicas de Podemos Hacer
Algo contaron el episodio del interrogatorio en el que Ugarte
le mostró a Milena el pecho de uno
de los policías presentes para que la chica determinara la cantidad de pelo de su
atacante, la organización siguió siendo un actor fundamental de la búsqueda
del serial.
A raíz del
planteo fue que, para callar el enojo de las chicas, se gestó después de
aquella reunión un encuentro con el entonces secretario de Justicia, Héctor David, y las autoridades del Centro de Asistencia a la Víctima.
Allí, los funcionarios se comprometieron a hacer algo muy valioso, que el
Gobierno cumplió a rajatabla hasta el día de hoy y que consiste en otorgarle
una asistencia psicológica gratuita a todas las víctimas que lo solicitaran.
También se concretó una reunión con Olga
Riutort, la ex esposa del gobernador José
Manuel De la Sota.
Así cuenta María, amiga de Ana, los pormenores de aquel encuentro: "A
Olga le interesaba el tema de la prevención y como ya estaba tomando forma la
Unidad Judicial de la Mujer (un edificio donde se receptan
denuncias sobre hechos que tienen a las mujeres como víctimas) nos ofreció que trabajáramos allí sugiriendo incluso que
recibiríamos un sueldo".
La reunión se
concretó el 24 de noviembre y entre los asistentes también estuvo el
publicista Droopy Campos, que
bocetaba una campaña de
prevención de violación para mujeres.
Antes de
partir con la promesa de un nuevo encuentro las chicas presenciaron algo
llamativo: "Mientras hablábamos, tres mucamas pasaban
detrás de ella llevando trajes de hombre, pantalones y ropa prolijamente
planchada. Olga nos debe haber visto la cara de sorpresa porque nos dijo:
'Por
eso de atrás no se preocupen chicas, estoy terminando de sacar la basura'".
Meses
después de que las jóvenes se fueran de la casa de Riutort, anunciándole que por más que existiese buena onda ellas no
iban a dejar de marchar para reclamar la detención del serial, De la Sota anunció que su matrimonio
con Olga había acabado y que estaba
de novio con Adriana Nazario, su ministra de Producción.
Por ningún lado
Las
anécdotas que quedaron sobre la búsqueda del serial son decenas. En el marco de
la búsqueda se pusieron puestos de vigilancia en edificios de gran altura,
donde un policía del grupo especial Goat
observaba con prismáticos todo Nueva Córdoba
buscando a un tipo de las características del serial abrazado a una joven.
Desde allí se pudo atrapar a tres levantadores de autos en pleno trabajo, pero
no se consiguió nada sobre el tema que se investigaba.
Otro día, un
francotirador del Eter (grupo
de elite de la Policía) estaba escondido con su uniforme camuflado en
el Parque Sarmiento entre los yuyos
(se
utiliza este tipo de efectivos porque están capacitados para estar durante 24
horas inmóviles sin moverse un centímetro), esperando la aparición de
un sospechoso cuando tuvo la mala suerte de que a un transeúnte le dieron ganas
de orinar justamente en el lugar donde el policía estaba apostado. "Con el líquido
cayendo sobre su cabeza, el efectivo tuvo que quedarse quietito, porque si se
llegaba a levantar el pobre vecino podía morir infartado",
recuerdan los investigadores.
En el marco
de la investigación se filmó al amigo del portero de un edificio en Nueva Córdoba (fue uno de los más de 40 sospechosos
filmados y seguidos de la época de Ugarte). Lo llamativo era que este
hombre que al final no fue el violador se mostraba francamente sacado y al
borde del orgasmo con sólo ver a las mujeres. En una de las reuniones periódicas
en las que la Policía le mostraba estas filmaciones a las autoridades, el por
entonces secretario de Seguridad, Horaldo
Senn, se volvió loco al ver esa imagen y les gritó a los policías "¡Es ése... mirá ese hijo de puta... las huele... tiene que
ser ése, vayan a agarrarlo!".
Eran los
tiempos en que los comisarios Vargas
y Sosa, obsesionados con el caso,
se juntaban los días de franco en Nueva Córdoba
para tomar café y con el dibujo de A. (la chica que había podido escapar y lo
retrató de espaldas) esperaban verlo pasar y atraparlo. "Yo decía... si lo veo a este tipo caminando lo agarro.
Estaba seguro, convencido", dice Sosa.
A lo largo
de toda la investigación, Ugarte estaba muy enfermo y muchas
veces las reuniones se interrumpían por unos minutos. En algún momento, el
fiscal recibió la sugerencia de tomarse unos días pero se negó. Recién tras la
caída de Sajen
fue sometido a una cirugía.
No todos
eran esfuerzos bien dirigidos y coordinados. Un día, la Policía estaba
siguiendo con gente de civil a una persona para saber a dónde iba y qué hacía.
Era un sospechoso más pero era importante que no sospechara nada. En el medio
de esa búsqueda apareció una camioneta del CAP
y lo controló. Para no quedar regalados, los de civil siguieron caminando y,
cuando lo quisieron volver a seguir, éste ya había desaparecido.
El período ventana
Hacia fines
del mes de noviembre la situación entre los investigadores estaba cada vez más
tensa. Lo único que permitió que no se derrumbaran las cosas fue que el fiscal Ugarte
tuvo la cintura como para mantener una relación medianamente cordial en el trato,
con todos ellos.
Por esos
tiempos, el fiscal también comenzó con un trabajo meticuloso y por momentos
maquiavélico que consistía en hablar con todos los medios, procurando que
dejaran de publicar especulaciones sobre la causa que en muchos casos -como
cuando se aseguraba que no andaba armado- podían llegar a poner en
riesgo la vida de futuras víctimas. Paralelamente, en la Policía Judicial los esfuerzos
estaban enfocados en organizar una campaña de prensa, que había sido sugerida por los
investigadores alemanes, con la idea
de que sólo con la colaboración de la sociedad era posible atrapar a un delincuente tan
sagaz como el violador serial. Esa campaña
que estuvo a horas de salir a la calle, consistía en otorgar elementos a las posibles
víctimas que les permitieran saber qué hacer
en el caso de ser atacadas. También iba a terminar con decenas de versiones
divulgadas por los medios que, por falta de información
real, empezaban a fantasear en torno al delincuente.
Por esos
tiempos, los investigadores ya eran conscientes de que el violador serial no
había comenzado a atacar en el 2002, sino que sus hechos se remontaban a 1997 y
algunos hasta comienzos de la década del '90.
Así fue que
surgió la idea de que entre mediados de 1999 hasta fines de 2002 o comienzos
del 2003, los ataques con las características del serial dejaban de
producirse, estableciéndose lo que los investigadores llamaron un "período
ventana", en el que se sospechó que el violador, suponiendo sus
antecedentes de delitos contra la propiedad, podría haber estado preso.
Este nuevo
dato poco tenía que ver con la hipótesis que más le interesaba a Ugarte,
pero por su peso propio la teoría se hizo un lugar en el marco de la
investigación. El fiscal solicitó al Servicio Penitenciario los nombres de
individuos con antecedentes de delitos sexuales y tuvo sobre su escritorio una
lista interminable de personas que iban desde los 18 hasta los 70 años.
Como
trabajar con tantos sospechosos era imposible y contraproducente, se decidió
que dos inspectores de la Judicial se trasladaran a la Penitenciaría de barrio San
Martín y fueran quitando de esa lista a aquellos individuos que no se
correspondían con las características del serial. Los detectives Luna y García pasaron varios días en los archivos de la cárcel (los
mismos que se quemaron en parte luego del sangriento motín ocurrido en febrero
del año 2005) achicando aquella lista inicial.
Aquí es útil
abrir un paréntesis y decir que cuando quisimos averiguar quién aportó la
teoría del período ventana a la causa nos encontramos con un problema: era idea
de todos. Para el director general de la Policía
Judicial (Gabriel Pérez Barberá), esa teoría fue aportada por
uno de sus subordinados, Federico Storni.
Para la Policía se trató, en cambio, de una idea de Oscar Vargas, y para el
fiscal fue simplemente "algo que surgió fruto del trabajo".
En definitiva, todos parecieron querer apropiarse de esa idea que fue trascendental
a la hora de llegar hasta el nombre de Marcelo Sajen.
En base a lo
que pudimos reconstruir, la única persona que conocía los sumarios como para
idear esa teoría (que quizá sea demasiado exagerado llamar así y se haya tratado
simplemente de un dato de la realidad que estaba allí y no había sido visto
antes) era el comisario Vargas.
Él contó que cuando se presentó (acompañado del comisario Sosa) al
despacho del fiscal Ugarte para exponer ese punto, éste se mostró muy interesado y
señaló que iba a investigarlo con personal de la Judicial. Por ese entonces, el
fiscal confiaba más en otra teoría -presumiblemente aportada a la causa por los
investigadores de su fiscalía, Bergese
y Sáenz de Tejada- que vinculaba al
violador con el mundo de la prostitución y particularmente con los travestís.
Fue el
llamado al 0800 de una víctima lo
que permitió ubicar la fecha del último hecho cometido por el violador serial,
antes de que comenzara el período ventana. Se trataba de la joven que fue
violada la misma noche del asalto a la pizzería de calle San Luis.
Cuando esto
se determinó, sólo restaba cruzar las fechas entre ese ataque y el primero
conocido, que correspondía a noviembre de 2002 y así determinar por qué delito
se podría haber condenado a un delincuente durante ese período de tiempo.
"Puede ser un robo calificado", calculó Ugarte.
La
investigación estaba cerca. De la lista inicial de 520 nombres que había
llegado a manos de los investigadores, quedaron primero 70 y después 30. Pronto
el número se reduciría a 12, pero antes esa alianza casual que existía entre Marcelo
Sajen
y la interna política, atrasaría las cosas. A comienzos del mes de noviembre
los policías directamente consideraban a Ugarte un irrespetuoso, el fiscal ya
no confiaba en ellos para nada y la Policía
Judicial aprovechaba esas diferencias para conseguir un poco más de espacio
dentro de la causa. Entre los detectives y policías los rencores personales
eran cada vez más evidentes.
Más arriba
de todos ellos, el enfrentamiento entre el fiscal general Vidal Lascano y el ministro Alesandri
seguía creciendo y, mientras el primero cerraba filas con Ugarte, el segundo
apoyaba firmemente a ambas policías. De hecho, la denominada "capacidad
de trabajo" de Alesandri (en referencia a la cantidad y no a la calidad) fue reconocida
espontáneamente por todos los actores de esta historia, salvo por Vidal Lascano.
El tiro del final
La tarea del
fiscal Ugarte desde el momento en que asumió la coordinación de la
investigación contó con un aporte imprevisto que le permitió manejarse con
cierta tranquilidad ante los medios de prensa y la opinión pública. El violador
serial no había vuelto a atacar.
Esa fortuna
se terminaría en la noche del 5 de diciembre, cuando una joven de 25 años fue
abordada por el delincuente cerca de la esquina de las calles Carta Molina y Becu, del barrio Iponá,
y obligada a trasladarse a un descampado ubicado a media cuadra sobre Carta Molina. Allí, el degenerado la
obligó a practicarle sexo oral.
Esa misma
madrugada la joven, a la que llamaremos Flavia,
se presentó en la Jefatura de Policía
acompañada por su novio y denunció lo ocurrido, asegurando que la persona que
la había atacado era el violador serial. Sin embargo, la Policía no le creyó.
(Para
aquellos que al leer este libro pretendan desmentir lo que contamos sobre las
internas basta esta triste anécdota que las confirma a todas).
Cuando el
fiscal Ugarte se enteró del hecho, mucho más tarde de lo que hubiera
esperado, buscó rápidamente encontrarse con la víctima. Una fuente cercana a la
causa contó que ante la inactividad de los policías que ni siquiera pusieron
un auto a su disposición, el fiscal subió a su propio vehículo con la mujer y
fue hasta el baldío donde se produjo el abuso. Increíblemente, como llovía y el
personal científico de la Policía
Judicial no llegaba, Ugarte tuvo que pedirle a los
policías que taparan con un saco el semen que estaba en el suelo del baldío
para evitar que se perdiera la prueba.
Así recuerda
aquel día Vidal Lascano: "Me llama Ugarte desde el lugar del hecho y me dice que
estaba solo y llovía. Estaba tapando el semen con las manos y les dijo a los
policías que cubrieran la zona con un saco con la promesa de que yo después les
pagaba la tintorería. Recuerdo que llamé a Gabriel Pérez Barberá que estaba de
viaje y me quejé porque no había ningún grupo de científicos disponibles. El
único equipo estaba en Carlos Paz y hubo que esperar a que regresara".
La actitud
de Ugarte
fue motivo de risas de los policías de calle que estaban seguros, por el método
de ataque, que ese violador no podía ser de ninguna manera el serial. Esa
certeza surgía principalmente del hecho de que la joven (que no correspondía físicamente
al perfil de las víctimas de Sajen)
había visto a ese hombre movilizarse en un automóvil Fiat 128 color celeste. A la distancia hay que reconocer que Sajen
había cambiado su método de ataque. De la misma manera hay que señalar que la
Policía jamás debería desatender un caso cualquiera, basándose únicamente en
intuiciones.
A la larga,
los análisis de ADN demostrarían que
el único que tenía razón era Ugarte, pero antes el fiscal se vio
obligado a estar una semana en el ojo de la tormenta convirtiéndose, además, en
una especie de enemigo del Gobierno que, independientemente de la marcha de la
investigación, necesitaba por todos los medios decir, incluso con porfía, que
aquel ataque no había sido del violador.
La prueba de
que Ugarte
estaba solo, está en que durante los días siguientes y hasta que se conoció el
resultado del ADN, la Policía -convencida
de que el fiscal estaba equivocado- no hizo lo suficiente para rastrear
como correspondía el vehículo que la testigo había señalado.
Para colmo,
el mismo día en que se conoció el resultado del ADN (14 de diciembre) el diario Día
a Día conoció los pormenores de otro episodio en el que el violador serial
intentó abusar de una joven precisamente en un sector de barrio San Vicente, que por orden del fiscal
debió haber estado bajo vigilancia.
Esa noche,
cerca de las 23, el degenerado tomó de atrás a una chica menor que estaba en la
parada del colectivo e intentó llevarla a un descampado. En el trayecto, vio
pasar a alguien y aprovechó para resistirse y forcejear con el atacante,
logrando escapar. Antes de irse, Sajen volvería a recurrir a aquel método de
insultar a las víctimas que se resistían para que quienes pudieran verlo
pensaran que era una pelea entre novios y no un abuso.
El hecho iba
a quedar en el silencio si no hubiese sido por el diálogo casual de un
periodista que llamó a un policía para pedirle el teléfono de otro policía y se
encontró justo con la noticia:
-Qué
hacés... ¿Cómo te enteraste? -preguntó el oficial a uno de los autores
de este libro que se comunicaba con él como única opción para conseguir el
teléfono de un jefe de Investigaciones.
-Me llamaron y me avisaron -arriesgó el
periodista mientras escuchaba las
sirenas y las radios policiales por el teléfono.
-¿Quién?
¿De acá del barrio?
-Sí, una vecina que vio las patrullas
-inventó el periodista que tuvo la suerte de encontrar al policía sacado por la
bronca.
-¡Se
nos fue! ¡Se nos escapó el hijo de puta! No puede ser, nos tiene medidos el muy
hijo de puta! -gritó el comisario entre desesperado y asustado.
-¿La violó? -volvió a preguntar, en realidad
para saber si estaba entendiendo bien y se había encontrado con una noticia.
-¡No,
la chica se resistió. Se resistió, el tipo salió corriendo pero se le cayó una
ganzúa! Está desesperado... -gritó el policía antes de acabar
abruptamente con la comunicación.
Aunque en
esta oportunidad el modus operandi sí se correspondía con el del violador
serial, Ugarte aceptaría esa noche la existencia del hecho pero se
negaría a adjudicárselo a Sajen hasta algunos días después. Lo que
ocurría era que tenía la impresión de que, lejos de ser un descuido, lo que
había sucedido era un anuncio de que ya no podía contar con la Policía.
"Vos andá y no digas nada"
Es necesario
imaginarse una habitación amplia, con ventanales grandes y cortinas de seda
que caen hasta el piso delicadamente. Además, habría que explicar que ese
ambiente enorme parece pequeño ante la inmensidad del mueble de tres metros de
largo, por casi dos de ancho, que hace las veces de escritorio. A eso es
necesario sumarle el clima templado del aire acondicionado y un constante y
fresco olor a perfume artificial. Pero aun así no alcanza porque también
merecen ser mencionadas las fotografías en las que el político se ve abrazado a
tenistas, golfistas y pilotos de carrera e inclusive, sería necesario explicar
que a sus espaldas hay un DVD última generación y que, sobre el escritorio, se
alcanza a ver una notebook personal con un monitor de 17 pulgadas.
Habría que
decir todo eso pero tampoco sería suficiente, ya que lo que realmente define a
la persona que tenemos al frente, sentada en un sillón con un respaldar que lo
dobla en tamaño, es lo que ocurre cuando con su dedo índice aprieta el botón de
un aparato que reposa sobre el escritorio y, como por arte de magia, aparece
por una de las puertas del despacho una joven de 25 años que trae en sus manos
un mate porongo en cuya superficie se lee delicadamente tallado: Carlos Tomás Alesandri.
Se trata del
actual director de Turismo de la
Provincia, que en la época en la que el violador serial todavía era un
problema, se desempeñaba en el área más caliente del gobierno: el Ministerio de Seguridad. Es la misma
persona a la que casi todos los que participaron de la investigación le
reconocieron su apoyo, su esfuerzo (muchas veces a la par de los policías de
menor rango) y su compromiso con el caso. Es la misma persona que,
aunque no quiso hablar del tema con los autores de este libro, estaba enfrentada
con el fiscal general Gustavo Vidal
Lascano. Finalmente, es la misma persona que el jueves 16 de diciembre de
2004 le dijo al secretario de Seguridad, Horaldo
Senn, que fuera en su nombre a una reunión en la Jefatura con una sola
indicación: "Vos andá, poné la cara pero no digas nada. No importa lo que te
pregunten vos no digas nada".
Contraprueba
Eran cerca
de las 19 del día 16 y los medios de prensa estaban en la Jefatura de Policía porque durante esa jornada se había distribuido
un nuevo identikit del serial acompañado de un pedido de colaboración de
los fiscales. Querían saber si dos años antes (tras el hecho sufrido por Marcela
en la pensión de calle Balcarce) alguien había visto por esa zona a un
hombre cargando un televisor envuelto en un cubrecamas.
De la Sota y Alesandri estaban en Buenos Aires y hasta el momento
ningún funcionario de Gobierno se había referido al resultado positivo del análisis
de ADN que demostraba que el serial
era el atacante de la joven de barrio Iponá.
Senn bajó del ascensor y se encontró
de repente con toda la prensa que se le venía encima y comenzaba a hacerle
preguntas sobre cosas que parecía no poder responder.
De repente, el periodista Gustavo Bisay,
de Canal 12, le hizo pisar el palito al
preguntarle:
-¿Qué
opina del nuevo ataque del serial? -Y Senn, quizá entusiasmado por los flashes, contestó lo primero que
se le vino a la mente (o quizá, lo que había escuchado decir a sus
jefes).
-¿Quién dice que
volvió a atacar? -El fiscal lo
dice. ¿Por qué? ¿Ustedes creen que no? -Vamos a hacer la contraprueba.
-¿Está
diciendo que el fiscal está equivocado? -retrucó Héctor Emanuelle, cronista de Canal
8, quien de repente se encontraba con una noticia.
-Yo digo que vamos a hacer la contraprueba
-repitió Senn antes de irse sabiendo
que, por error o casualidad, acababa de tirar una bomba.
El diálogo
alcanzó para que minutos después el fiscal Ugarte llamara a un periodista de
confianza y le preguntara si aquellos dichos eran ciertos. Después de
confirmarlos, tuvo la impresión de que era hora de abandonar la causa
convencido de, que Senn no podía
haber dicho lo que dijo sin el respaldo de sus jefes y de que en tal caso el
poder político le había bajado el pulgar.
Al día
siguiente, Día a Día publicó en su
tapa y contratapa una nota titulada: "El fiscal Ugarte, ¿otra víctima?",
en la que se relataba que el funcionario meditaba renunciar porque sentía que
era imposible trabajar seriamente sin el apoyo de las fuerzas de seguridad.
Ese día los medios hicieron público el nuevo identikit.
Fueron horas
de tensión que supo descomprimir con su cintura política el fiscal general,
aprovechando que justamente ese viernes se realizaba en Córdoba un almuerzo de camaradería al que asistían todos los
fiscales de la provincia. En ese ámbito, el jefe de los fiscales tomó el
micrófono y habló de dos funcionarios que estaban desentrañando las causas más
costosas y complejas de la historia de Córdoba
y señaló que uno de ellos era Juan
Manuel Ugarte (el otro era Villalba, que llevaba adelante la causa Maders). El
aplauso cerrado y la emoción, sumada a una nota en La Voz del Interior que (ilustrada con una foto de Vidal Lascano)
relataba todo lo ocurrido el día sábado, convencieron a Ugarte de seguir. |
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//12 de Noviembre, 2010 |
|
por
jocharras a las 10:51, en
La Marca de la Bestia |
CAPÍTULO XVIII
Jota
Abrir las piernas
El rumor sonó tan improbable como normalmente suenan los rumores
que circulan en barrio General Urquiza,
pero todo merecía ser verificado a la hora de conseguir información que nos
acercase a Jota. "El que debe
saber es el Yacaré, que me parece es medio amigote de él. ¿Por qué no lo vas
a buscar?", señaló un vecino del barrio, cuando se lo
consultó sobre el paradero de José Luis
Rivarola, la persona que ya fue presentada anteriormente como Jota y quien, según el tío de los Sajen,
Andrés Caporusso, habría sido
abusado por el padre de Marcelo.
De esa manera se activó nuevamente la búsqueda que había quedado
trunca, cuando un travestí que dijo llamarse Ramón, en la villa Los
Eucaliptos, había negado ser el Jota
que buscábamos.
"Andá
a verlo al Yaca que trabaja en el club Colón, frente a los Monoblocks
Stabio. Es el entrenador de las divisiones inferiores. Una especie de buscador
de talentos", aseguró un poco en broma y un poco en serio
el vecino que aportó también la dirección del domicilio de Yacaré: Miguel del Sesse al 2800.
Primero nos presentamos en
su casa, desde donde nos enviaron al club que ya no se llama Colón, sino Escuela Presidente Roca, y que se encuentra en la esquina de las
calles Gorriti y Asturias, a diez cuadras de la casa de Marcelo
Sajen.
Cuando llegamos, nos encontramos con dos hombres de alrededor de
60 años que hablaban, entre preocupados y entusiasmados, por el futuro del
club.
Después de preguntar por Yacaré
y saber que acababa de irse pero volvía en cualquier momento, fuimos testigos
de una larga charla que nos permitió conocer en profundidad la problemática de
la liga provincial del fútbol. También supimos que por olvido y desidia este
club de barrio ya no cumple aquella función silenciosa pero efectiva que supo
cumplir cuando les ofrecía a los chicos la posibilidad de no caer en la
delincuencia.
Pese al esfuerzo de muchos que siguen peleando por mantener aquella
función inicial, Escuela, con sus puertas destruidas, sus tribunas vacías y
esa imagen de abandono, ya no puede competir con las luces de la calle que al
final de cuentas resultan mucho más atractivas para los chicos que las
instalaciones del club.
Yacaré es un hombre morocho, corpulento
y de baja estatura que tiene, innegablemente, y aunque resulte imposible de
describir, cara de Yacaré o más
precisamente, de lagarto. Vestido de jean y remera, muestra un andar canchero y
distante que sólo contrasta con una bufanda blanca de hilo, que reposa en su
cuello como abandonada, hasta que toma uno de sus extremos con la mano
izquierda y, delicadamente, la cruza hacia el hombro opuesto.
Ya es el mediodía y el sol pega fuerte en barrio Colón cuando el hombre pregunta por qué
lo buscan.
-¡Qué hijo de puta...! ¿Quién te ha dicho que
soy amigo del Jota? Si serán jodidos... yo lo conozco nomás, ha crecido acá en
el barrio el puto ese y ahora está viviendo en José Ignacio Díaz, allá en Los
Eucaliptos... ¿Para qué lo buscan?
-Estamos haciendo un trabajo sobre
Marcelo Sajen
y nos han dicho que eran amigos.
-Mentira, qué van a ser amigos esos dos...
se pueden haber conocido de chicos pero es mentira que "son" amigos.
-Bueno... el tema es que no sabemos dónde anda y necesitamos hablar con
él. Por eso lo buscamos. Sabemos que vivía por acá.
-...
Pero se fue...
-Sí. Y sabemos que se fue a vivir a Los Eucaliptos, pero cuando lo
fuimos a buscar nos atendió un travestí que dijo que él no era el Jota...
-No, es hombre. Jota no es travestí. Es
hombre.
-¿Sabe dónde lo podemos encontrar?
-Todas las noches trabaja ahí en la
Camionera Mendocina (un predio donde se arreglan camiones ubicado
sobre la avenida Sabattini cinco cuadras antes de llegar al Arco de Córdoba),
a no ser que lo hayan echado porque los travas ahí dicen
que les saca trabajo... pero no, yo lo vi hace unos días y todavía estaba ahí
en la Camionera...
El diálogo derivó en los Sajen, a quienes Yacaré dijo conocer desde hace muchos años. Primero hablamos del Turco Leonardo, que supo jugar en Escuela y que
para Yacaré, "más que de puntero, jugaba
como número 5 manejando los hilos del mediocampo".
"Era buena gente esa. El Chito
-así
llamó Yacaré a don Leonardo Sajen- los
cuidaba, los tenía cagando y los hacía trabajar. Si vos venís por lo de violador, yo te
digo que eso es una mentira... si el Marcelo
tenía las minas que quería, no necesitaba andar haciendo macanas...".
Yacaré entonces comenzó a relatar las
aventuras conocidas de Sajen y señaló que eran muchas las mujeres del
barrio, aun casadas, que llegaron a tener una relación con el violador serial.
Antes de despedirnos, el hombre aportó una explicación personal
sobre los ataques que se le atribuyen a Sajen. En su tono hay que leer entre líneas y
saber que gran parte del barrio piensa como él.
"Yo pienso que el tipo se las culió, pero
quiero ver el DNI (se refería al ADN). Después de que me muestren el papel ése, quiero saber
quién lo denunció porque para mí que son minas que han culiado con él y
después, para que los maridos no las casquen, inventaron eso... qué querés que
te diga... violar, violar no tiene nada que ver. Para que te violen, alguien
tiene que abrir las piernas".
Esa caja de sorpresas que es barrio General Urquiza nos depararía días después del encuentro con Yacaré otra confirmación de que en
aquel mundo donde creció Marcelo Sajen nada parece tener que ver con nada y, al
fin de cuentas, todo tiene que ver con todo.
El club Escuela Presidente Roca supo ser tapa
de los diarios porque un entrenador de las divisiones inferiores fue acusado de
abusar a menores que dirigía. Ese entrenador, que finalmente fue sobreseído y
quedó en libertad, no sería otro que José
Caliba, el Yacaré.
La estadía
en la cárcel del entrenador (no las razones) fue confirmada por
él mismo en aquel breve diálogo, en tanto que la acusación y la liberación
fueron confirmadas por un ex presidente de Escuela: Sergio Devalis.
Las chicas
Es cerca de
la 1 de la mañana. Hace frío y los dos periodistas merodean la zona sur de la
ciudad a bordo de un auto prestado.
Buscan a un
tal José Luis Rivarola sin siquiera
conocer su cara. Desde hace dos horas recorren la avenida Sabattini entre el Arco de
Córdoba y el hipermercado Libertad, tratando de ver a alguien que se prostituya
en la calle vestido de hombre. Lo único que saben es que buscan a una persona
corpulenta que tiene alrededor de 40 años, pero no parece suficiente
información como para poder encontrarlo. No quieren preguntar a cualquiera
porque temen alertar a Jota, que a
esta altura, si tuviera interés, ya podría haberse contactado, después de que
muchas personas que lo conocen le han hecho saber que lo estamos buscando.
Comen un
lomito en un bar de mala muerte de la zona, compran cigarrillos en un kiosco,
hablan con los guardias de seguridad truchos que hay en las esquinas y nadie
sabe de quién se trata. Nadie nunca escuchó hablar de Jota, y mucho menos de José
Luis Rivarola.
Sin embargo,
justo antes de renunciar, cerca de las 2 de la mañana, la calle comienza a
poblarse y en medio de la noche sobresalen dos mujeres que "hacen
esquina" como si desfilaran por una pasarela.
Hacia allá
se dirige el auto con los dos periodistas. El coche se detiene, el vidrio se
baja y una de las chicas se acerca lentamente poniendo sus senos en la cara del
acompañante que desde entonces parece aislarse de la situación. Tiene la
impresión de que eso no puede ser real, de que ese escote lleno de extrañas
manchitas negras que no parecen precisamente pecas, está por explotar y, cuando
eso ocurra, lo que salga de allí podría ser tóxico.
-ÍHoooola
lindos! ¿Están aburridos... buscan diversión? pregunta el travestí,
mientras su compañera se mantiene unos metros más atrás, como respetando el
turno.
-Hola, ¿cómo
estás? -pregunta el conductor, advertido de que el otro periodista
parece más preocupado por "investigar" esas dos grandes
tetas que tiene a centímetros de su cara
- Estamos
buscando a un amigo... a Jota.
-¿Jota...?
Acá no trabaja ningún Jota -dice la mujer que después sabremos que se
llama Leonardo y trabaja en la zona
de la Camionera Mendocina desde hace
más de siete años.
El
acompañante del auto sigue sin hablar, hasta que en un momento de lucidez
alcanza a levantar la mirada y observa la cara cuadrada
del travesti que se esconde tras una cabellera amarilla. Y como saliendo del
letargo, logra al fin que las palabras salgan de su boca.
-Se llama José Luis Rivarola. Le dicen Jota... es de barrio Colón o General Urquiza -afirma, mientras su compañero lo interrumpe
aprovechando el impulso.
-Sabemos que estuvo viviendo en Los Eucaliptos...
-¿Vos conocés algún Jota?
-le pregunta Leonardo al travesti
que tiene atrás, que rápidamente se asoma a la ventanilla.
-José Luis... ¡Sí! Anda siempre por acá
-dice el hombre, morocho y de curvas prominentes, que clava sus ojos en los
del conductor.
-¿Jooosé
Luis? -pregunta incrédula Leonardo
-¿Qué
José Luis, si acá no viene ninguna?
-La Brenda boluda... la Brenda se llama
-contesta su colega, hablándole a Leonardo
y a los periodistas.
-Ahhh,
pero la Brenda no es hombre, eh. Él es como nosotras...La Brenda no es
hombre y sigue viviendo acá al frente, en Los Eucaliptos.
La descripción que aportaron
ambas mujeres nos confirmó la sospecha inicial. Brenda, Jota, José Luis Rivarola y Ramón, eran la misma persona.
Una expedición...
La villa o el asentamiento Los Eucaliptos es a barrio José Ignacio Díaz 1a Sección lo que en
algún momento fue la villa El Chaparral
a General Urquiza. Aunque en la
Policía se nos habló de un lugar "peligroso", otras personas
"del ambiente" nos aseguraron que se trata de un
asentamiento de gente primordialmente honesta que, por alguna u otra razón, no
pudo pagar un alquiler en el barrio y tuvo que construir un lugar para vivir en
ese bosque, al reparo de Los Eucaliptos.
El interior del asentamiento está
dividido en dos zonas claramente marcadas, que se diferencian por la calidad de
las viviendas existentes. A medida que el caserío está más cerca de la avenida Sabattini se va alejando del barrio y
las casas se van haciendo cada vez más precarias. En una de estas últimas viviendas,
construida de chapa oxidada y telas, nos había atendido Ramón en la primera visita que hicimos al lugar buscando a Jota.
Cuando llegamos caminando por
segunda vez a la zona, decidimos entrar directamente por la parte de atrás de la
villa, muy cerca de la avenida Sabattini,
detrás de un galpón que pertenece a la empresa Telecom.
Justo en el momento en que nos
acercábamos vimos, a lo lejos, a Jota
entrando al asentamiento. Vestido con un pantalón extremadamente ajustado, el
travesti llevaba en su mano izquierda y alejada de su cuerpo para no
ensuciarse, una bolsa de 15 kilos de leña. Lo seguimos.
Otra jungla
Dos perros
flacos, sin pelos y sarnosos ladran enfurecidos contra el mundo. Los senderos
que hacen de calles están inundados por las mismas aguas servidas que salen
directamente de las casas, a través de tuberías de plástico o directamente por
canaletas hechas con tierra. Los chicos juegan a saltar el río de caca que se
forma en la calle y que también sirve de alimento para los animales. Las
reglas del entretenimiento infantil parecen ordenar que, aquel que por
desgracia se cae, juega después a correr a los otros amenazando con toCarlos con sus manos sucias.
Un policía
sale de su rancho vestido de impecable uniforme azul, lleva un arma en la
cintura. La almacenera le niega el fiado a uno de sus clientes y antes de que
le insistan cierra rápido la ventana, quedando semi escondida detrás de las
cortinas, el vidrio y las rejas del negocio.
Del otro
lado de la calle tres hombres desocupados observan la acción, mientras hablan
del campeonato de la primera B, que está por comenzar. A cincuenta metros de
allí, las casas dejan de ser de material y la chapa oxidada comienza a gobernar
el paisaje. El viento que corre del sur mueve las estructuras frágiles de esas viviendas, levantando además
nubes de polvo que obligan a los caminantes
a cerrar los ojos.
No hace
falta investigar demasiado para saber que en todo el bosque que debe tener
alrededor de 5.000 metros cuadrados, además de eucaliptos y gente, viven
ratas, comadrejas y alimañas de todo tipo. Sólo en una casa se alcanza a ver
una huerta. Hace frío. Mucho frío.
Es otra
jungla. Sin glamour, ni luces fluorescentes, ni 4x4. Es la villa Los Eucaliptos, ubicada a poco más de
diez minutos de Nueva Córdoba. A 300
metros de la casa de la Negra Chuntero.
Es el lugar donde vive Jota, que
apenas deja la bolsa de leña sale a hablar con los periodistas que lo vienen
siguiendo desde hace tanto tiempo.
-Perdoná
que molestemos de nuevo, pero... ya está. Nos ha dicho todo el mundo que vos
sos Jota.
Tiene el
pelo color rojo teñido y se lo ve un poco pelado. Usa una remera y un buzo
semisuelto. No tiene siliconas. Mientras camina, el pantalón de jean
elastizado hace que sus piernas se vean flacas y se forme un evidente bulto a
la altura de los testículos. Aunque morrudo, de baja estatura y aproximadamente
de 80 kilos de peso, camina moviendo la cintura intentando imitar el andar de
una mujer. Al ver que le estiran la mano para saludarlo, quiebra la muñeca
hacia abajo, tomando con la punta de sus cinco dedos la punta de los dedos de
la otra persona.
-Yo no soy Jota -contesta después de mirar
de arriba abajo a las personas que han ido a molestarlo.
-Lo
que pasa Ramón, no sé como querés que te llamemos... ¿Brenda? ¿José Luis?... lo
que pasa es que ya nos han dicho que sos vos. Ya sabemos. Si realmente no
querés hablar, nos vamos, pero te pedimos por favor que nos des unos minutitos,
sólo queremos preguntarte algunas cosas de Marcelo
Sajen, que sabemos que era tu amigo.
-Todo el mundo habla giladas... -Brenda
arrastra las vocales imitando, además, una voz femenina- Por
eso me fui de ese barrio, porque la gente habla estupideces. Yo apenas lo
veía...
-Exactamente,
Jota. Ahora todo el mundo habla giladas. Nosotros vamos preguntando y todos
dicen que eran amigos de Marcelo, que
hablaban con él... que lo conocían.
-No... Marcelo era muy
reservado, él no hablaba con nadie. Él no
era de tener muchas amistades.
-¿Ves?
Para eso necesitamos hablar con vos, para que nos digas esas cosas, para que
nos ayudes a entender esa enfermedad que tenía él. Qué era eso que lo llevaba a
hacer esas cosas.
-¿Y por qué no fueron al velorio? Ahí se decían muchas
cosas. Las chicas del barrio hablaban de que en el barrio él era un señor, pero
cuando estaba solo, a algunas les gritaba, las puteaba y las invitaba a
hacer... pero al velorio fue un mundo de gente, fue como una procesión.
Sus labios
son gruesos y están rodeados de una evidente papada que hace más inverosímil
su parecido a una mujer. Sin embargo, el movimiento de sus brazos y manos, sus
gestos y las miradas de timidez, demuestran que sería un error sentir que se
está hablando con un hombre.
-Yo nunca vi que él tuviera algo raro. En realidad, te
digo que a mí me gustaba porque él era lindo negro y porque era un tipo muy
dulce para hablar y con eso te compraba. Una sola vez yo tuve oportunidad pero,
yo lo rechazaba a él...
-¿No
saliste nunca con él?
-No. Porque yo le tenía un rechazo... no sé. Se me
cruzaban un montón de cosas en la cabeza y lo rechazaba.
-¿Y por
qué pensás vos que él hacía, lo que ahora se sabe que hacía?
-Y yo pienso también en la droga porque él consumía de vez
en cuando.
¡Brendaaa!
¡Brendaa!, gritan desde el suelo dos nenas que juegan con un muñequito sobre la
pierna de Jota... se las ve sucias,
con el pelo anudado y manchas de tierra en la piel. El panorama se completa con
una mujer que, detrás del travesti, sube con una improvisada escalera de
madera hacia la rama de uno de Los Eucaliptos
y desconecta la luz que cuelga de allí, llevándose el cable con corriente para
adentro del rancho. Otra señora deambula detrás de los periodistas simulando
barrer, pero escuchando el diálogo.
-Yo te repito que nunca, nunca lo vi en una actitud mala a
él. Sí lo veía todas las noches o noche de por medio en la ruta
(se
refiere a la ruta 9) arrebatando
carteras, pero nunca en algo así. El cambió mucho cuando estuvo en la cárcel y
se hizo más serio.
-¿Será
porque le pasó algo en la cárcel?
-Lo que pasa es que Marcelo tuvo
muchos problemas desde siempre, pero no era malo. Era buen chico y a mí
siempre me respetó. Yo nunca me imaginé que él fuera un violador.
-¿Cómo
fue su infancia?
-Muy complicada fue la infancia de ellos, el padre era muy
rígido y entonces ellos sólo podían hacer lo que él decía. Yo pienso que él ha
visto muchas cosas y por eso se ha hecho así. El padre le pegaba mucho a la
madre y eso él lo veía.
-¿Vos te acordás de que Marcelo contara que el padre de él le pegaba a su
mamá?
-Siempre comentó eso él. Después se descarriló el
Marcelo.
El padre los tenía agarrados, no los dejaba salir, les
pegaba... yo fui con él al (colegio)
Hilario Ascasubi y él de chico siempre tuvo problemas de
conducta... era muy peleador, muy agresivo.
Durante toda
la charla, Jota parece estar
diciendo menos de lo que sabe y, a medida que las preguntas se van haciendo más
específicas, no puede evitar mirar hacia los costados con miedo de que alguien
lo esté vigilando.
-Te
tenemos que preguntar una cosa medio difícil. Nos han dicho que el padre de Marcelo abusaba de vos cuando eras chico.
-¿De miií?
-Sí.
-Ni lo conozco al padre. ¿No te digo que lo rechazaba?
-Pero
del padre te estamos preguntando. Vos lo rechazabas a Marcelo,
del padre te preguntamos ahora.
-No, si ni lo conozco al padre. Yo lo conozco al
Marcelo,
a la señora, al hijo de ellos. Meeentira. Macana.
Primero, que nunca he ido a la casa cuando estaba el padre y dos, que al padre
no lo conozco. Y además te digo una cosa: en ese barrio te van a embrollar con
mil cosas y nunca vas a llegar a la verdad. Ahora si vos querés saber la
verdad yo lo llamo al hijo para que te hable de su papá y esas cosas.
-¿Quién
lo conocía bien?
-La que sabía salir con Marcelo,
que la llevaba y la dormía v todo, era N. G., una chica
negra que vive en la Ramón Ocampo
-¿Quién
puede haber visto cuando el padre lo apaleaba a Marcelo?
-Y, los hermanos... ellos han visto todo eso.
Mientras
hablamos se levanta un fuerte viento que nos obliga a todos a cerrar los ojos.
En ese momento se nota la presencia de un chico que no puede tener más de un
año y dos meses que, desnudito y con la carita llena de barro, mira la escena
del diálogo. Sorprendidos y un poco impactados, los periodistas remarcan que
el chico está desnudo y que hace frío, pero ni Jota, ni las niñas, ni las dos mujeres que se encuentran cerca,
hacen nada para arroparlo.
-¿Qué quieren saber ustedes de Marcelo?
-pregunta Jota.
-Queremos
saber cómo era él y cómo se convirtió en un violador serial.
-No, ni idea.
-¿Conociste
al Bichi?
-Sí, era medio trastornado. Yo lo conocía de la ruta.
-¿Pero nos podés explicar qué hacían los Sajen en la ruta?
-No, ni idea. Yo veía que ellos iban y venían pero no me
metía, yo estaba haciendo mi trabajo y ellos el suyo. Andaban en auto, en moto
o caminando, pero yo no sé lo que hacían.
Antes de
despedirnos, Jota se animó a hablar
de la conducta sexual de Marcelo y para intentar explicarla recurrió a
su propia experiencia en la calle. Sus afirmaciones abren la puerta a un mundo
que por más subterráneo que parezca, no deja de ser real.
-Teniendo
tantas mujeres, ¿por qué violaba Marcelo?
¿Por qué creés vos que violaba?
-No sé. Yo pienso que eso no tiene explicación. Me parece
que capaz lo hacía por hacerlo, o porque tenía ganas, o porque le gustaba la
persona. Es lo mismo que yo, que estoy parado en la ruta y por qué me van a
buscar los tipos siendo que yo les pregunto: ¿por qué lo hacen? Me dicen que
porque les gusta y resulta que son
casados, tienen novia. Y yo les pregunto:
¿por qué no lo hacés con
un hombre? Y me dicen, porque
con un hombre no lo hago,
me gusta hacer con los travestís.
-¿Vos
decís que no tiene explicación?
-Yo a todos los tipos les pregunto ¿por qué? Hay tipos que
vos vieras, son tipos lindos y te pagan. Tengo un cirujano que me paga 40 pesos
y sabés qué, te lleva al hotel, te hace desnudar y te hace caminar con los
tacos y se pone la ropa y tomas whisky y cerveza toda la noche... y ¿por qué lo
hace siendo que es un cirujano?
Apenas
termina de contar la anécdota de su cliente, vuelve a levantarse viento y eso
obliga a Jota a taparse los ojos con
la muñeca, cubriendo su frente con los dedos extendidos. Entonces esa persona
vestida de mujer, pero con cuerpo de hombre, sentencia:
-Para mí esas personas son enfermas de la cabeza, no son
normales. Es lo mismo que vos te hagás el hombre y no sos hombre. Vos tenés
que definirte por lo que querés ser, yo me decidí de chico por lo que soy y
sigo siendo. A mí me gusta y de noche salgo espléndida, vestida de mujer...
pero hay que ser mujer todo el tiempo. Por ejemplo hay un travestí que se hizo
el novio, se casó, tuvo un hijo y ahora la mujer vive en el Cerro y él está
puteando en la ruta de nuevo. Lo que les pasa es que son enfermos y no saben lo
que quieren ser.
-¿Marcelo
tenía una enfermedad así?
-Yo me imagino que sí, porque una persona normal no va a
hacer lo que hace y hay muchos, muchos, muchos... Son personas enfermas.
-No
nos termina de quedar claro eso de que Marcelo
te encantaba, te gustaba y, cuando llegaba el momento de estar juntos, lo
rechazabas. ¿Nos lo podés explicar?
-Hasta el día de hoy no sé qué era. Yo le tenía miedo a él
pero no sé si era eso nomás porque yo me ponía a conversar en el oscuro, lo
tocaba todo y cuando él me decía vamos a los hechos, me pasaba algo que no
sé... Era una cosa que no sé lo que tenía que a mí me daba miedo.
-¿De
qué te hiciera daño, de eso tenías miedo?
-Sí, puede ser pero no... otra cosa... yo me iba. Él tenía
algo que me alejaba...
-¿Y él
a vos, también te tocaba cuando estaban juntos, Jota?
-Sí claro, el también me tocaba... |
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//12 de Noviembre, 2010 |
|
por
jocharras a las 10:33, en
La Marca de la Bestia |
Capitulo XVII
De Ana al código azul
Cortocircuito
Tras la partida de Nievas, la llegada del fiscal Luis Villalba a la causa del violador serial estaba
condenada a fracasar aun antes de que comenzase a trabajar en ella.
Independientemente de los acontecimientos que desencadenaron el alejamiento
final, la principal razón por la que Villalba no podía hacerse cargo de esa
investigación radicaba en que estaba mucho más preocupado por otra cosa. Tenía
a su cargo el caso Maders (el asesinato de un dirigente radical
ocurrido en el año 1991, cuando en Córdoba gobernaba Eduardo César Angeloz).
Así fue, según se comentó siempre
en Tribunales II, que Villalba puso el grito en el cielo cuando
después del alejamiento de Nievas, todas las causas que tenía en sus manos el evangelista recayeron
en él.
Sin tiempo de patalear o hacer un
planteo formal, Villalba fue rápidamente víctima del
ritmo que llevaba Sajen y apenas unas horas después de
su designación, tuvo la primera noticia del delincuente sexual. Fue en la tarde
del 18 de agosto de 2004, cuando personal del distrito 3 de la Policía detuvo
en las cercanías de la Ciudad
Universitaria (a
metros del colegio Deán Funes) a un joven de rasgos norteños vestido de
guardapolvo que llevaba en un pequeño maletín vaselina y preservativos.
El primero en conocer sobre la detención fue el comisario Vargas, que llegó a la comisaría donde el hombre estaba detenido después
de que la noticia se conociera a través de Radio Universidad y cuando un canal de televisión
y un diario ya se habían instalado en la puerta del distrito a la espera de
información. "No sé nada. Puede ser pero no vamos a dar ningún
nombre, ni precisión hasta que no sepamos más. No queremos otro Camargo", alcanzó a decirle a los
periodistas antes de entablarse en una fuerte discusión a través del celular
con el nuevo fiscal. El detenido, de unos 40 años, debió pasar una noche en la
comisaría hasta que al día siguiente se demostró que Vargas tenía razón y fue dejado en libertad. Al final de cuentas,
aquella detención sólo sirvió para sumarlo a la larga lista de "portadores
de cara".
En los días siguientes, mientras Villalba intentaba ponerse al día con la
instrucción (así se denomina a la etapa de investigación y recopilación de datos de
una causa), programando, a la par de la Dirección Investigaciones Criminales de la Policía, una serie de estrategias para buscar al serial en los lugares
donde atacaba, se produjo el hecho que desencadenaría a la larga la resolución
del caso: en la madrugada del domingo 29 de agosto de 2004, como ya fue
relatado en detalle al comienzo de este libro, la persona que luego todos
conoceríamos como Ana, fue víctima
del serial.
Su trascendencia pública no se logró a través de los diarios como
se cree, ni a través del e-mail que se difundió después, sino por medio de una
entrevista televisiva que Damián
Carreras, un inquieto periodista de Teleocho
Noticias, consiguió y difundió días después del ataque.
"Estaba trabajando en el tema desde hacía unos días
hasta que finalmente me contactaron y la nota se hizo realidad. Habíamos
acordado un seudónimo pero creo que cuando la presentamos al aire simplemente
dijimos que era una víctima. Para mí esa nota fue la que, a la larga,
desencadenó el final del violador", asegura Damián.
La misma Ana y sus dos amigas (María y Julieta) le contaron a esta
investigación que la decisión de hablar con los medios se fue gestando desde el
mismo día en que juntas fueron al precinto a hacer la denuncia de lo que le
había pasado a la primera y las atendió un sumariante que, ante el anuncio de
lo que iban a denunciar, señaló: "¡Otra más
del serial!". Ese
día Ana fue invitada a pasar a un cuarto cerrado donde "un
animal" le preguntó a esa estudiante de 20 años: "¿Se la
chupaste?"
"En la unidad judicial le dijeron que describiera el
lugar pero le anunciaron que ya sabían dónde era, porque el tipo había violado
muchas veces ahí. Además, la tuvieron cinco horas hasta llevarla a Medicina
Forense donde no había ninguna mujer para atenderla y tuvo que soportar que un
tipo le hiciera un hisopado vaginal. Terminamos a las 7 de la mañana", recuerda María, una de las amigas de Ana.
Según cuentan las chicas, todas esas desidias juntas las fueron
impulsando a hacer aquella nota que finalmente salió al aire el jueves
siguiente. En la entrevista, Ana fue filmada de espaldas y dejó
entrever por primera vez algunas de las cosas que luego daría a conocer a
través del e-mail que circuló por todas las casillas de correo electrónico de Córdoba y el país. "Yo viví 12 años en Córdoba y les puedo asegurar que
ese tipo es cordobés", afirmó Ana antes de indicar que el
atacante la había amenazado con "cortarla toda" y que en el
trayecto de 15 cuadras que le había hecho caminar no había llegado a ver
"ni una sola camioneta del CAP". Finalmente en aquella entrevista llegaría la afirmación
más polémica cuando Ana dijo que por la forma de
tratarla y revisarla, pensaba que el atacante podía ser un policía.
Auditoría
La frase sonó como una bomba en la Departamento de Prensa de la Policía. En esas oficinas ubicadas en
la planta baja de Jefatura, un grupo de uniformados especialistas en medios se
encarga de leer, escuchar y ver todo lo que trasciende desde los medios de
comunicación en referencia a la seguridad para hacérselo llegar más tarde al
jefe de Policía.
Aunque estos policías también tienen la función de ayudar a los
periodistas otorgando información sobre los acontecimientos del día (normalmente
y por orden de sus jefes se concentran en difundir hechos que llaman
"positivos" y que se refieren a operativos, allanamientos y
detenciones de pequeños delincuentes), aquella función de "k" qué dicen, hacen y opinan los
periodistas a través de sus medios es la más útil para adentro de la fuerza,
que de esa manera puede percibir cuál es el humor social que existe en la calle
en torno a la seguridad.
En esas oficinas los tres televisores de la sala estaban encendidos
en los diferentes canales, que lanzaron una piedra que tocaría suelo mucho
tiempo después.
Cuando la joven oficial que tenía a su cargo atender lo que pasaba
en Teleocho, escuchó a Ana, se levantó de la silla y se
dirigió caminando hasta donde se encontraba la videograbadora. Estaba conmovida
por el relato, pero no dudaba que los dichos de Ana también tenían que ver con su
trabajo, así que apenas comenzó la pausa detuvo la grabadora, rebobinó la
cinta, y reprodujo la entrevista para salir de toda duda. Cuando confirmó los
dichos de Ana, se dirigió al teléfono y marcó
el interno 1-7008, el teléfono del
jefe de prensa de la Policía de Córdoba, Daniel
Rivello.
-¿Queeé? -exclamó Rivello, quien posee la fantástica
cualidad de saber poner siempre, y ante todo periodista, la exacta cara de
desconocimiento en referencia a todo hecho por el que se lo consulte, pese a
estar al tanto de la mayoría de las cosas que pasan dentro de la Policía.
-Sí, Daniel, como te digo -respondió la oficial- Es la última víctima y dice que el tipo que
la violó puede haber sido un policía. Además, el periodista repitió la misma
sospecha cuando volvió al piso después de la entrevista -contestó la
escribiente.
-Lo tenés todo, ¿no?
-Sí. Está grabado y lo tengo que escribir en la computadora nomás.
-Bueno. Preparalo porque eso tiene que estar en la
mesa del jefe cuanto antes.
Era jueves y puede decirse que
fue un día revelador para el entonces jefe de Policía, Jorge Rodríguez, quien cuando recibió a Rivello en su inmensa oficina del tercer piso de Jefatura con el casete,
alcanzó quizá por primera vez, a dimensionar el grado de problemas que la causa
del violador -por ese entonces las denuncias ya habían superado las 60 víctimas-
podía causarle.
Al ver la entrevista, Rodríguez contuvo el aliento y se dio cuenta
de que este hecho iba a ser utilizado rápidamente por los medios para sumarlo a
la "ola de inseguridad". Entonces se decidió a actuar, como
fue una constante a lo largo de toda su gestión, a destiempo.
Mientras aquella reunión se concretaba, el fiscal Villalba preparaba un secreto operativo que tenía como objetivo apostar
personal de civil (cuidadosamente camuflado) en algunos lugares específicos de Nueva Córdoba donde había atacado el serial. Todo se
centraba en la hipótesis de que el violador era el mozo de un bar de ese barrio
al que tenían que agarrar en el momento en que intentara violar a alguien.
El fiscal (que
trabajaba con sus propios investigadores) había ordenado que policías
de civil se instalaran en aquellos lugares estratégicos apoyados por personal
fuertemente armado que, a bordo de dos automóviles aportados a la causa por el Tribunal Superior de Justicia,
sirvieran de nexo entre unos y otros. "El
objetivo - asegura
una fuente de esa fiscalía- era, más
allá de la posibilidad de atraparlo esa noche, comenzar a hacer un trabajo
serio de inteligencia que nos permitiese llegar al serial fuera o no la
persona de la que sospechábamos".
La idea de actuar del jefe de
Policía y la idea de actuar del fiscal iban a chocar ese mismo día, produciendo
otro espectacular Blooper, que demuestra el escaso diálogo y la nula confianza
que Policía y Justicia de Córdoba tienen entre sí.
Pero la serie de errores (provocados
por el miedo a Ana) no iba a ser iniciada en aquel ámbito, sino por la
Municipalidad, que, a raíz de una orden del intendente Luis Juez y sin consultar a los investigadores sobre la
conveniencia o no de hacerlo, tapió con ladrillos el ingreso al sendero de los Molinos Minetti, donde el serial había obligado a caminar a
Ana, antes de violarla.
Al caer la noche del sábado 4 de
setiembre, mientras los policías de Villalba se escondían intentando pasar
inadvertidos, en la misma zona donde apenas seis días atrás Ana había caminado sin ver "a ningún policía", las
patrullas empezaron a salir de todos lados junto a decenas, cientos de policías
uniformados que parecían hormigas caminando por los Molinos, la terminal, Nueva Córdoba, la Ciudad
Universitaria y el Parque Sarmiento.
La orden había sido dada por el
propio jefe Jorge Rodríguez y ejecutada por su lugarteniente,
el entonces jefe de Operaciones
comisario mayor Miguel Bernabé
Martínez, quien
llevó adelante el "operativo saturación".
Esa noche se produjo el siguiente diálogo entre el fiscal y el
comisario mayor Nieto:
-Mayor, necesito que me liberen la zona. Estoy haciendo un operativo y
resulta que hay policías por todos lados.
-No podemos doctor. ¿Y si nos cometen una violación
quién es el responsable?
-Yo me responsabilizo.
-Lo que usted dice no tiene sentido. Lo hablo con el
jefe, pero si hay un nuevo hecho, la culpa va a ser nuestra.
Nieto habló con el jefe de Policía y Jorge
Rodríguez le confirmó
que eso era imposible, Nueva Córdoba debía estar saturada de
policías.
La conclusión fue simple: el intrépido Sajen no actuó ese día advertido por
los inusuales movimientos que veía en la zona; el comisario general Rodríguez durmió tranquilo y el fiscal Villalba, enojado (según algunos aprovechando esa
oportunidad para sacarse un problema de encima), pidió alejarse de la
causa.
La presión de los medios
Gustavo Vidal Lascano llegó a la Fiscalía General de la Provincia el 24 de junio de 2004, después
de una larga carrera en la Justicia
Federal. Su designación fue una carta fuerte de la administración De la Sota que necesitaba urgentemente instalar en ese sector clave en el
que la Justicia se mezcla con la política, a una persona de confianza que mostrara
capacidad de gestión.
En una lujosa oficina del primer
piso del viejo edificio de Tribunales I, ubicado sobre la calle Caseros, entre sillones, escritorios y archiveros de madera de comienzos
del siglo 20, el funcionario se reunió con los autores de este libro y,
después de cerrar una enorme puerta de madera labrada, se aprestó a hablar coinvirtiéndose
en el primer funcionario que no pidió que sus declaraciones se tomaran en off
the record.
De modos elegantes y voz suave,
el jefe de los fiscales que se pone feliz cada vez que La Voz del Interior publica una foto suya, asegura
que se enteró de la existencia de un violador serial gracias a los medios de
comunicación y no porque se lo informara su antecesor en el cargo, Carlos Baggini.
"Cuando asumí, no me reuní con Baggini porque él
estaba de viaje. Digamos que me fui poniendo al día a medida que pasaban los
días y que prácticamente debuté en mi función cuando fui a pedirle a Nievas que
se tomara unos días y él optó por renunciar".
"En aquel momento me decidí por Luis Villalba para
darle las causas de Nievas, porque era el más antiguo de los fiscales y el que
tenía la mayor experiencia. Creo que fue una de mis primeras designaciones. Sin
embargo, un día vino a mi oficina y dijo que estaba preocupado por los
operativos de la Policía y que quería hacerse a un lado. Me habló de falta de
coordinación y, aunque yo le di mi apoyo formal, había un problema de fondo que
eran las diferencias con el modus operandi de la Policía".
"Cuando se fue, quedé muy preocupado porque tenía que
desactivar la bomba que iba a estallar en los medios al día siguiente. Mi
miedo era que los titulares de los diarios iban a referirse a la causa del
serial diciendo que la investigación no tenía fiscal. Entonces, se me ocurrió la
idea de nombrar a los tres fiscales y funcionó, porque al día siguiente los
diarios en lugar de decir: 'La causa del serial no tiene fiscal', pusieron: "Un triunvirato de fiscales tiene
a su cargo la causa'".
Fue así como
Pedro Caballero, quien en la Justicia es conocido como
"un tipo práctico" llegó al caso, secundado por Maximiliano Hairabedian, un joven doctor en derecho y
autor de varios libros (hijo del mediático abogado y conductor
televisivo Carlos Hairabedian) y Juan
Manuel Ugarte, un tipo
con sapiencia, trayectoria y experiencias en casos penales.
El
derrumbe de una estrategia
Después del golpe de efecto que le permitió al fiscal general
"cambiar los títulos de los diarios", llegaba la hora de
trabajar y la realidad demostraba que la causa era un desastre.
Paralelamente, en esos días un grupo de chicas todavía sin nombre
(en
su mayoría amigas de Ana) comenzaba a organizar pequeñas movilizaciones para protestar
por la inseguridad que provocaba la existencia de un violador. La primera
marcha se concretó en setiembre, pero las cosas no cambiaban y el 15 de ese mes
se produjo otra violación que explotó en los medios de comunicación. El ataque
era llamativo porque no se había producido en la zona de siempre sino que el
delincuente se había desplazado más hacia el sur, violando en barrio San Vicente.
Esa noticia
se produjo en un contexto que vale la pena señalar para entender en su
totalidad el impacto de la misma. A lo largo del año 2004 el gobernador De la Sota encontró dentro del panorama político -entonces dominado por la imagen
positiva del presidente Néstor Kirchner- una pequeña veta por la cual
diferenciarse de los otros gobernantes y acercarse al único opositor que tenía
en ese tiempo el gobierno nacional: Carlos Blumberg (el padre de Axel, un joven que
fue víctima de un secuestro extorsivo y que finalmente fue asesinado).
Se trataba de mostrar a Córdoba como la provincia más segura
del país (aquí fueron detenidos los supuestos asesinos del hijo de Blumberg), en la que el único delincuente
peligroso y autor de todos los hechos importantes (Martín
Luzi) se
encontraba preso bajo siete llaves.
Los baluartes de esa imagen eran
dos personas muy cercanas al gobernador: el jefe de Policía (amigo
personal de De la Sota) y el ministro de Seguridad, Carlos Alessandri, un hombre fiel que después de
ser intendente de Embalse y diputado
nacional (presidió la comisión de Inteligencia), finalmente recayó en ese
ministerio.
Toda aquella estrategia funcionó
a la perfección, hasta que en la segunda quincena de setiembre se desató una
seguidilla de hechos delictivos que instalaron la sensación de que Córdoba sufría una ola de inseguridad.
Cuando esto ocurrió, el gobierno
provincial se apresuró a desmentirlo en un acto en el que el propio De la Sota terminó, muy a su pesar, protagonizando un verdadero Blooper (y
van...). Ocurrió el día 20 de ese mes, en un acto en la Sociedad Rural de Jesús María, cuando, mientras el gobernador hablaba de su "política
de seguridad", tres camionetas -pertenecientes a las personas que
habían ido a escucharlo- fueron robadas del estacionamiento.
Sin tiempo para reaccionar, el
Gobierno debió enfrentar al día siguiente su peor primavera ya que el 21 de
setiembre tres delincuentes que ingresaron a robar en una pizzería familiar de
barrio Jardín del Pilar, terminaron matando a Laura
Alfieri, su hijo Carlos y la tía de éste, Carmen Barrionuevo. El caso, que
conmovió por la crueldad de los delincuentes, fue rápidamente puesto en manos
del jefe de Homicidios, Rafael
Sosa, y del fiscal
Caballero, que días después volverían a trabajar juntos en la causa Serial.
Todo esto sucedía mientras estaba
de visita en Córdoba el ingeniero Blumberg, acompañado del asesor de una fundación norteamericana (el
Manhattan Institute) que llegó a calificar a los limpia vidrios de la
calle como "terroristas urbanos". Aunque en el interior de la Casa de
las Tejas las acciones de Blumberg eran objeto de bromas, su
presencia se leía como una especie de respuesta de De
la Sota al
presidente Kirchner, que a su vez
coqueteaba con el peor enemigo político del gobernador, el intendente Juez.
Mientras Blumberg elogiaba las políticas de
seguridad, los medios reflejaban que las calles de Córdoba eran inseguras y De la Sota se vio obligado a confirmar al frente de la Policía al comisario
general Jorge Rodríguez, acusando al mismo tiempo a los
periodistas de "irresponsables" por crear
"una falsa sensación de inseguridad".
La casualidad hizo que el día que De
la Sota hizo esta
declaración se cumpliera un mes del día en que Ana fuera violada salvajemente en
los Molinos Minetti sin que el gobernador tuviese todavía idea
de que eso ocurría a apenas 15 cuadras de la Casa de Gobierno.
Pero los hechos policiales se sucedían sin descanso y, apenas tres
días después de ese ataque, la Policía debió investigar la muerte de un hombre
que apareció asesinado en un baldío envuelto en una bolsa. Fue en ese clima que
el caso del serial se instaló cada vez con más fuerza y preocupación en la
opinión pública.
No le estaban yendo bien las cosas al comisario amigo de De la Sota, porque el martes 5 de octubre tres delincuentes asaltaron a su
hijo en su casa. Cuando los medios llegaron al lugar para saber qué pasaba, el
joven declaró que en Córdoba había mucha inseguridad.
Mientras eso pasaba, la edición digital de La Voz del Interior (La Voz on line) publicó
el texto completo de un correo electrónico que, luego se sabría, había sido
escrito por Ana. En los días siguientes los
diarios La Mañana y Día a Día reprodujeron el texto.
De repente,
todo Córdoba supo, gracias a esta chica de 20 años, que lo que le había pasado
a ella y, al menos, a otras 64 jóvenes más, ya no era un problema de pocos,
sino un problema de todos. Las palabras de Ana provocaron un terremoto que se
sintió, sobre todo, en la Casa de Gobierno.
Ana
Carta sobre el violador
(reproducida sin ningún tipo de modificación)
Hace tres
años decidí venir a estudiar a Córdoba...
con todo lo que eso implica dejar mi familia, mi lugar, mi casa, para hacer
realidad mi sueño de independizarme, de empezar a armar mi vida. Desde que
llegué siempre me manejé caminando para todos lados, total acá todo queda a dos
cuadras, nunca me pasó nada y siempre me confié de eso. Todos saben que Nueva Córdoba es una ciudad aparte de Córdoba, porque es seguro, porque
siempre hay gente en la calle, y más cuando hace calor (es increíble Nva. Cba.
en verano). El sábado 28 de agosto, la noche estaba bárbara y quedamos con
unas amigas en que salíamos a Mitre para hacerle la gamba a una de las chicas,
me bañé, me cambié, me pinté y salí caminando para la casa de las chicas como
a la una de la mañana.
Había un
montón de gente en la calle, la Estrada parecía una peatonal, así que en ningún
momento me dio miedo caminar sola. Caminando por Chacabuco (antes de llegar a
Obispo Oro bajando por la mano derecha) me di cuenta que venía alguien atrás
mío, un tipo, que en un momento me dice no sé qué cosa (no me acuerdo) y cuando
me quiero dar vuelta me dice que no le mire la cara porque me iba a cortar
entera. En ese momento no me di cuenta de lo que pasaba, me puso la mano en el
hombro como abrazándome y me dijo que en Oro íbamos a doblar a la derecha. Yo
estaba a 20 metros de la casa de mis amigas.
Doblamos
por Oro hasta Poeta Lugones y comenzamos a bajar. El tipo me dijo que no me
asustara, que no me iba a hacer nada, que lo único que quería era que lo
acompañe a la terminal para hacerlo zafar de la policía. Me dijo: "¿qué le
vas a decir a la policía si los encontramos?" y le dije: "que soy tu
novia pero si no me haces nada" y me dijo "si hubiera querido hacerte
algo te hubiera llevado para el Parque
Sarmiento"... Me preguntó cuanta plata tenía, le dije que diez pesos,
que se los llevara, que se llevara lo que quisiera (todo lo que tenía de valor
estaba en una carterita que tenía colgada del hombro), pero me dijo que no se
quería llevar nada, que lo acompañara hasta la terminal, que ahí me dejaba irme
y que me guardara esa plata para volverme en un remís.
Cuando
íbamos caminando (por Lugones) me preguntaba que barrio era ese, en qué barrio
vivía yo, si sabía llegar a la terminal, si estábamos muy lejos de ahí (como
haciéndose el desorientado para que me creyera que no era de acá). Siguió
preguntándome qué hacían mis viejos, cómo me llamaba, cuántos años tenía, y
todo el tiempo me decía que me tranquilizara, que caminara rápido porque estaba
apurado y se tenía que ir, y que 110 le mirara la cara (de hecho no se la-
miré). Cuando llegamos a una calle que se llama Transito Cáceres (que es por
donde suelo bajar yo para ir a la terminal) le dije que era por ahí, me dijo
"¿estás segura que es por acá?". Le dije que sí, pero él dijo «que
no, que mejor no íbamos a doblar, que íbamos a seguir derecho".
Cruzamos
al otro lado justo después de pasar el puente. Entre el boliche Lugones y el
puente hay unas escaleras que llevan a los viejos Molinos Minetti, el lugar está abandonado, es un baldío lleno de
basura que a esa hora (1 de la mañana) está totalmente desierto porque es muy
oscuro.
Me hizo
subir por las escaleras, para meterme en el baldío, mientras me decía que no
gritara porque ahí no me iba a escuchar nadie, y yo por miedo a que me
"cortara entera" o me matara me quedé piola. Me dijo que me iba a
revisar para ver si tenía más plata y si era así, me mataba. Me hizo sacarme el
sweater que tenía puesto y me lo puso en la cabeza. Después me hizo separar las
piernas y me palpó como te palpa la policía antes de entrar a un recital de
cualquier grupo de música, (siempre te palpan)...
Pero ese
«palpado» se convirtió en un manoseo y terminó en lo que éste enfermo quería:
violarme. Fue lo más denigrante, espantoso y humillante que me toco vivir en
mis 20 años de vida. La verdad es que después de eso pensé que me iba a matar.
Me dijo
que no lo denunciara por que la única que iba a pasar vergüenza era yo, porque
a él no lo iban a agarrar (me repitió mil veces que no lo denunciara). Me dijo
"acá no hay ningún enfermo", que no le dijera nada a nadie. Me
preguntó si me alcanzaban los 10 pesos para tomarme un remís (¿?), me dejo ir,
saliendo para la ruta 9, él se fue para el otro lado y yo en la ruta me tomé un
taxi para la casa de mis amigas que todavía me estaban esperando para salir.
Estaba histérica, no podía parar de llorar, no podía hablar, me quería bañar,
me sentía sucia, ultrajada... Les conté a mis amigas lo que me pasó y me
llevaron a la seccional de policía que está en la Buenos Aires antes de
llegar a Rondeau, dijimos lo que me había pasado y de ahí nos llevaron en una
camioneta a la central en la Colón. Me tuvieron un rato esperando y pasé a dar
la declaración con un tipo que estaba a cargo del caso. Ahí me dijeron que el
tipo que me agarró fue el violador serial que había "reaparecido".
Cuando me tomaron la declaración me preguntaron a dónde me había violado y el
policía me dijo "yo sé a dónde te llevó, pero contame vos"...
"no sos la primera chica a la que el violador lleva ahí, de hecho, hubo un
oficial parado en las escaleras de los viejos molinos desde las 19.30 hasta
las 23.30, y a esa hora se fue por que el violador siempre había atacado entre
esas horas" (como si no tuviera más ganas de violar después de las
once)...
Después me fui enterando de que el tipo está suelto hace
"DOS AÑOS", que ya violó más o menos a 30 chicas que han hecho la
denuncia (por que se piensa que en realidad es el doble, pero hay una mitad que
por miedo, asco o la razón que fuere no hace la denuncia).
Después de hacer la denuncia nos tuvieron sentados una hora
esperando a que apareciera algún móvil para trasladarnos a Policía Judicial para que en medicina forense me hicieran un
examen, y al final terminamos yendo en un auto todo baleado.
En medicina forense me atendió un médico (hombre) que me
hizo el examen (fue como si me violaran otra vez), y al final me dejaron irme a
mi casa. Al otro día hicimos el recorrido con la policía, me llevaron al lugar
para identificarlo y para ver si encontraban alguna prueba de algo (miraron
así no más y después nos fuimos). Al otro día hicimos el identikit con una
dibujante (lo hizo ella como le pareció porque yo al tipo no llegué a mirarlo),
hablé con una psicóloga, y ahí terminó el trabajo de la policía, pero me dieron
un par de datos interesantes, como por ejemplo que este tipo actúa a fines de
mes, en esa zona (por Chacabuco, Salguero, Paraná, Lugones), a esa hora (cuando
está más o menos oscuro).
El tipo debe haber medido 1.70 más o menos, morocho (de
pelo y piel), acento cordobés no muy marcado, pero cordobés al fin, parecía
gordo pero creo que en realidad era robusto más que gordo. LA POLICÍA SABÍA (Y
SABE HACE DOS AÑOS) QUE EL TIPO ACTÚA EN ESA ZONA, EN ESA FECHA DEL MES, A ESA
HORA, CON EL MISMO MODUS OPERANDIS, TIENEN EL PERFIL PSICOLÓGICO Y EL IDENTIKIT
EXACTO ECHO POR UNA PERSONA QUE LO VIÓ DE FRENTE Y NO LO AGARRAN...
Yo al principio pensé "son unos inoperantes",
pero me di cuenta de que en realidad hay algo más en todo esto. El violador
tiene algún tipo de protección, o maneja algún tipo de información, porque es
INSÓLITO y ABSURDO que después de dos años y tantos ataques no lo agarren.
Esto es
una especie de "cartita de la víctima", no para dar lástima ni mucho
menos, si no para que sepan que EL VIOLADOR SERIAL ESTÁ SUELTO Y LO VA A SEGUIR
ESTANDO POR QUE GOZA DE ALGÚN TIPO DE INMUNIDAD O PRIVILEGIO QUE HACE QUE LA
POLICÍA NO LO AGARRE.
Después
de atacarme violó a dos chicas más (ya no a fin de mes) e intentó atacar a otra
hace unos días. De más está aclarar o volver a mencionar que el tipo es policía
o funcionario público, algún tipo de cargo debe tener para que después de dos
años y más de una treintena de violaciones se nos siga riendo en la cara.
No es un
ataque personal, porque si bien me dio vuelta la vida, también lo hizo con mi
familia, con mis amigos y con la gente que conozco. Éste mail no tiene el fin
de que se pongan a quemar ruedas en la puerta de la legislatura o de la
central de policía, sino que estén alertas. Absolutamente todos, si bien las
mujeres somos las víctimas directas, los hombres que tienen amigas, novia, primas,
hermanas, hijas, etc. son víctimas secundarias.
NO ANDEN SOLAS, NO SE DESCUIDEN,
NO SE CONFIEN.
El tipo
está en Nueva Córdoba, está suelto,
actúa indiscretamente y lo va a seguir haciendo. Sabe exactamente lo que hace,
cómo hablarte, que decirte y como convencerte. NO tiene límites por que el organismo
que se supone que se los ponga (la policía), NO LO HACE.
No se
olviden que NO FUI LA PRIMERA NI LAMENTABLEMENTE LA ÚLTIMA.
Me
imagino que pensarán "¿porqué no saliste corriendo, te tiraste al piso,
gritaste, hiciste algo?", en ese momento no podés porque te bloqueás.
Siempre
creí que yo iba a poder reaccionar y no pude, pensé que nunca me podía pasar,
no te das cuenta de que te puede pasar hasta que te pasa.
Desde que
me violó que tengo sueños espantosos, todo el tiempo asustada, paranoica, con
miedo, sintiendo que todos los tipos que andan en la calle me pueden violar, o
hacerme algo, siempre con miedo, con el corazón en la mano y los nervios hechos
mierda por que la seguridad de Córdoba
y del país está destruida. No se confíen de los policías del CAP que lo único que hacen es buscar
problemas o hacerse los chetos en las camionetas, camionetas de las cuales, con
el violador agarrado de mi hombro y a lo largo de 12 cuadras no vi ni una, NI
UNA, hasta parece que le dejan el campo libre.
No se olviden que ese sábado estaba cantado que el tipo
atacaba (fin de mes, 1 de la mañana, sin vigilancia policial en los viejos
molinos ni en ninguna calle).
Lamentablemente la única forma que hay de agarrarlo al tipo
es con las manos en la masa, esto no lo digo únicamente yo sino mucha gente
entendida en el tema, por eso tenemos que estar preparadas y mentalizadas de
que si alguien nos llama de atrás, nos pone una mano en el hombro, o nos
agarra, la única forma de zafar es gritando, tirándote al piso, abrazando a
alguien que ande por ahí, metiéndote en un negocio o simplemente corriendo. No
te olvides que el tipo agarra a las víctimas en lugares públicos en donde si
reaccionas rápidamente no sólo te podes te escapar sino que lo pueden agarrar.
Con mis amigas estuvimos pensando en alguna forma de identificar
que a alguien le está pasando algo y es llevando un silbato en la mano, porque
a lo mejor el grito no te salga, pero soplar sí. La idea es llamar la atención
de las personas que estén por ahí.
No te expongas a que te pase, porque en media hora un enfermo
te puede dar vuelta la vida, no camines sola de noche, es preferible gastar
$2,50 en un remís, que el miedo para toda la vida a que te hagan algo.
No te quedes con este mail, no te olvides que le puede
pasar a alguna amiga, a tu prima, a tu hermana, a tu novia, a tu hija, A VOS.
Pasalo a todos tus contactos.
Si tenés algún dato para aportar o alguna sugerencia podes
escribir a: podemoshaceralgo@hotmail.com
Muchas gracias. La
revelación
Dicen los
que estuvieron con él en ese momento, que cuando terminó de leer el papel que
tenía en sus manos, no pudo contenerse y lloró. También dicen que nunca lo
aceptaría en público. Lo cierto es que a partir de ese momento supo que ese
problema insignificante al que no le había prestado atención desde que asumió,
podía costarle su carrera. Inmediatamente llamó a su secretaria para empezar
una serie de consultas con sus hombres de confianza.
-Hola. ¿Quién habla? -Te llama el gobernador.
-Ah, disculpe José,
no lo reconocí... dígame, estoy a sus órdenes.
-Mirá, estoy muy caliente. Los diarios publican la carta de una chica
que dice que la violaron en los Molinos Minetti. Te llamo para preguntarte si
eso puede ser cierto.
-¿A qué se refiere gobernador?
-Quiero saber si este tipo viola en los Molinos Minetti.
-¿Usted no lo sabe?
-No... Decime si es cierto.
-Sí, José. Por lo menos en seis casos está probado
que este tipo atacó en los Molinos...
-¡Pero la puta madre! ¡Entonces el hijo de puta este se nos está cagando
de risa! -vociferó José Manuel De
la Sota, antes de
saludar y cortar el teléfono.
El diálogo no pudo ser verificado
con el propio gobernador, ya que, pese a insistentes llamados efectuados a su
jefe de prensa, Mario Bartolacci, el gobernador nunca quiso
mantener un encuentro con nosotros. Sin embargo, algunos de los interlocutores
que hablaron con la máxima autoridad provincial ese día, lo confirmaron.
Siguiendo con esa rueda de consultas, a las 5 de la tarde el
teléfono que sonó fue el del fiscal general. El funcionario reconoció, en el
identificador de llamadas de su celular, el origen de la comunicación y se puso
serio.
-¿Hola?
-Hola Gustavo.
-Buen
día gobernador. ¿Cómo le va?
-Mal Necesito que te vengas para acá, tengo que
hablar con vos.
-Bueno. No hay problema. Ya estoy saliendo.
-Te espero en mi despacho.
"Cuando llegué, el gobernador me transmitió su
preocupación sobre el caso del serial. 'Esto es una causa de Estado', aseguró mientras me
preguntaba si era posible reunir a los tres fiscales en la Casa de Gobierno con
la idea de que ellos mismos sintieran su respaldo político a la investigación.
Le pregunté cuándo y me dijo: 'Ya mismo'", relata Vidal
Lascano, quien se
dispuso a llamar a los fiscales.
"No saben el apuro que pasé", recuerda ya relajado el
fiscal general, que aquella tarde no lograba dar con ninguno de los
funcionarios judiciales que apenas unos días antes había nombrado a cargo de la
investigación. Treinta minutos después logró encontrar a Hairabedian y los otros fueron ubicados en sus
domicilios.
Cuando llegó a la Justicia de Córdoba, hace 29 años, Juan Manuel
Ugarte era muy
diferente a esa persona seria, ubicada y siempre en foco que conocieron los
cordobeses en el año 2004. Inconformista y recto "hasta el cansancio",
el funcionario que conoce al dedillo todos los niveles de la Justicia Penal, no pudo evitar chocar a
lo largo de su carrera contra muchos en una institución más acostumbrada a los
"grises" que a los colores definidos que a él le gustan.
Por eso los memoriosos recuerdan
que en sus primeros años este abogado, que hoy tiene cinco hijos y está casado
en segundas nupcias con una jueza civil, era llamado "el Zurdito" por
algunos de sus compañeros.
Quizá así pueda explicarse por
qué, aquella tarde en que "las papas ardían", cuando los
tres fiscales ingresaron a hablar con el gobernador, Ugarte interrumpió a De la Sota mientras éste le daba la mano: "Estoy muy enojado con usted por lo que ha hecho con
el Consejo de la Magistratura...", le alcanzó a decir al gobernador, que, según dicen los
testigos, se echó hacia atrás, como intentando digerir lo que ocurría y
mordiéndose la lengua para no reaccionar.
Eran las 19 y los cuatro hombres
del Ministerio Público Fiscal estaban reunidos en el despacho de De la Sota con Alesandri y el jefe de Policía. La mesa de diálogo, que se extendió hasta la
noche, era presidida por De la Sota, quien con gesto adusto fue
informado de la necesidad de instaurar una línea de teléfonos 0800 y consultó a
los fiscales sobre si sería conveniente ofrecer una recompensa de 50 mil pesos
para quien aportara datos concretos sobre el serial.
La reunión se trasladó posteriormente a la sede de la Policía Judicial, en Duarte Quirós 650, donde el grupo de asistentes se incrementó con
la presencia del subjefe de Policía, Iban
Altamirano, algunos
miembros de la Judicial, como su director Gabriel
Pérez Barberá, y Federico
Storni, el
director del Centro de Investigación
Criminal.
Un hecho que vale la pena rescatar de aquella reunión hace
referencia a una de las tantas internas políticas que ensuciaron la causa del
serial y se evidenció cuando Pérez Barberá desplegó una serie de trabajos en los que se había sistematizado
cierta información recopilada por la Policía
Judicial sobre la
causa. Antes de escucharlo, Vidal Lascano (jefe directo de esa estructura y
del mismo Barberá) se retiró de la sala.
Otro episodio más elocuente muestra que hasta ese día el poder
político no sabía -ni le importaba- nada del asunto: antes de irse y después de
leer los trabajos realizados por el equipo de Barberá, el ministro Alesandri preguntó: "Muchachos... ¿qué necesitan para trabajar?"
y recibió una respuesta patética para una institución encargada de investigar
y ayudar a los fiscales a reunir pruebas para llegar a la Justicia: "Nos
haría falta una computadora -le dijeron-, así podríamos sistematizar todo
lo que tenemos".
Entonces, ese peronista "de sangre" que con orgullo
niega ser abogado y se muestra feliz de ser "un hombre de la calle"
se levantó, desconectó la computadora personal que había llevado a la reunión
y en un acto que quizá le hizo recordar a los desprendimientos de Eva Perón, le entregó el aparato a Federico Storni. "Tome, es suya", aseguró
mientras le regalaba al investigador esa sonrisa generosa que podría haberse
confundido con la que utilizaba años atrás, cuando era intendente de Embalse y personalmente entregaba
bolsones a los más humildes o cuando, durante el gobierno de Carlos Menem, ocupó la Gerencia de Empleo de Córdoba, que se encargaba de otorgar
subsidios o contactarse con los beneficiados de los planes Trabajar.
En aquella reunión, que se realizó en los primeros días de
octubre, cuando Sajen ya había violado a 64 chicas (a las
que habría que sumar a muchas que no lo denunciaron) el Estado
provincial acababa de reconocer que la causa del serial era un problema.
Todos separados para hacer lo mismo
La reacción del gobernador activó
la investigación, que comenzó a caminar por diferentes carriles y sin ningún
tipo de coordinación.
En la Policía de la Provincia,
bajo las órdenes del entonces subdirector de Investigaciones, Eduardo Rodríguez, y con la coordinación de Oscar Vargas, que pidió que afectaran a la
causa a su amigo y hombre de confianza Rafael
Sosa, se armó un
grupo de trabajo que casi se diría que empezó de cero ante una premisa aportada
por el propio Sosa: "Estamos ante una causa con decenas de víctimas pero sin
testigos. Salgamos a la calle para conseguirlos".
Por su parte, la Policía Judicial, particularmente el grupo de
detectives del Centro de Investigación Criminal comandado por Federico Storni, siguió recopilando en su estructura toda la
información que llegaba referida a nuevos ataques.
En tanto, los fiscales dividieron
su trabajo en tareas que, a la larga, marcarían su vinculación con la causa. Hairabedian (el más incómodo a la hora de trabajar en
equipo con los otros fiscales, según las fuentes consultadas) trabajó
concentrado en las cuestiones operativas iniciales, aprobando el seguimiento
de algunos sospechosos. Caballero (el que mejor relación mantenía
con la Policía Judicial y con la Policía de calle) se concentró en el chequeo
diario de los llamados al 0800 JUSTICIA,
que se habilitó para receptar denuncias. Finalmente, Ugarte (el más entusiasmado con la causa)
tenía a su cargo las entrevistas con las víctimas.
Los tres fiscales comisionaron a
la causa (se llama así cuando se afecta a un caso específico a investigadores)
a dos suboficiales de bajo rango que no son bien vistos en algunos ámbitos de
la Policía, pero sí son considerados excelentes por muchos fiscales de Córdoba. Se trata de Carlos Bergese y Rafael
Sáenz de Tejada, quienes a
partir de entonces se convirtieron en los hombres de confianza del fiscal Ugarte, junto con el secretario de
éste, José Lavaselli.
A partir de ese momento, la causa
del violador serial comenzó a caminar a la par de algunos anuncios mediáticos
realizados por el Gobierno, pero con un grave problema: no existía ningún tipo
de comunicación entre cada uno de estos investigadores (ni entre sus jefes), que
en muchos casos llegaron a trabajar prácticamente en lo mismo.
"Yo me encargué de peinar' Nueva Córdoba", cuenta Sosa refiriéndose a la serie de consultas que hizo en todo el barrio
para saber si alguien tenía alguna referencia sobre el delincuente sexual.
"Bergese y
Sáenz de Tejada hicieron un trabajo de hormiga rastrillando todo Nueva Córdoba
por orden del fiscal. Hablaron con todo el mundo", afirma una fuente
tribunalicia vinculada a Ugarte.
"Pusimos
a un detective nuestro a hablar con cada uno de los vecinos buscando saber algo
más sobre este tipo", asegura un vocero de la Policía
Judicial. En
realidad, las tres estructuras estaban haciendo exactamente el mismo trabajo,
pero como no confiaban en cómo lo podría hacer el otro ni había seguridad de
que toda la información recopilada iba a transmitirse, preferían gastar el
doble y el triple de energía antes que trabajar en equipo.
La imagen de los investigadores cruzándose entre sí (curiosamente
ninguno vio a los otros mientras trabajaba, así que también está en duda que
algunos hayan hecho el trabajo que se les ordenó) y preguntando lo
mismo en las mismas cuadras de Nueva Córdoba sería graciosa, si no fuera,
ante todo, patética.
Pudieron hacer mucho
Mientras estas contradicciones
dominaban la causa, el grupo de amigas de Ana (al que se sumó el de amigas de Milena y de otras víctimas) daba forma a "Podemos Hacer Algo".
"Contactamos a través de Victoria -amiga de una víctima- que estudiaba
abogacía, a una amiga de ella que hacía poco se había recibido. La chica se
llama Dolores Frías, pero como le faltaba experiencia nos contactó con Carlos Krauth, un docente
universitario, especialista en derecho penal que a la larga se terminó convirtiendo
en el asesor legal de la organización", recuerda María.
Krauth conoció a las chicas una noche de ese mes de octubre, cuando lo
convocaron a un departamento en el que, según pudo saber esta investigación, no
había ninguna persona mayor.
Allí, ese abogado gordito y
retacón que a la larga terminaría seduciendo con su soltura para manejarse en
situaciones difíciles al mismo Gobierno de la provincia de Córdoba, supo que estas chicas estaban solas y se hizo cargo de la
difícil tarea de representarlas.
(Hasta
el día de hoy muchos funcionarios agradecen que haya sido Krauth el abogado querellante de las
víctimas -finalmente
lo sería sólo de una: Milena- porque cualquier otro, a
diferencia de él que siempre mantuvo una excelente relación con los
investigadores, podría haber utilizado a las chicas políticamente). En
esas charlas iniciales se barajó la idea de promover una organización civil o
una ONG, donde todas pudiesen
aglutinarse.
Fueron días muy intensos para esas chicas de entre 20 y 23 años,
que a medida que se movían despertaban el terror de los políticos y, al mismo
tiempo, los obligaban a actuar. Lograron primero que por una resolución del
fiscal general, la Policía Judicial se viera obligada a contratar a
médicas mujeres (como no las había se firmó un convenio con el Ministerio de Salud de
la Provincia) y sumariantes de ese sexo para que las víctimas de
violaciones no tuvieran que volver a revivir el horror ante sumariantes
hombres, maleducados, inexpertos y llenos de prejuicios.
En ese marco
se produjo la primera marcha importante de la organización Podemos Hacer Algo
en la que el ministro Alesandri mantuvo un duro enfrentamiento
con las jóvenes.
El
código azul del ADN
Corrían los primeros días de octubre y mientras Podemos Hacer
Algo comenzaba a tomar forma, Córdoba era un polvorín porque "la
provincia más segura del país" estaba llena de delincuentes y la
institución encargada de detenerlos (la
Policía) estaba sospechada de contener en sus filas al violador serial.
Así fue que en el marco de la larga historia de cerebros puestos a
favor del golpe de efecto antes que de la búsqueda de políticas a largo plazo,
un funcionario del Gobierno tuvo la fantástica idea de desviar la atención de
la prensa desde la causa del serial hacia otro lado.
Entonces, en una reunión realizada en la Jefatura de Policía, el ministro Alesandri anunció lo increíble. En lugar de decir que se iba a investigar a
aquellos policías que pudiesen ser vinculados en base a hipótesis serias al
violador o de lanzar una investigación interna al respecto, la mejor idea que
tuvieron fue la de poner a todos los uniformados bajo sospecha y realizarles
análisis de ADN para descartar la posibilidad de
que fueran el serial.
"La
Policía jamás debe estar sospechada", se aseguró en aquella reunión, después de poner bajo
sospecha a los 7.000 policías que ahora estaban obligados a hacerse un examen
de ADN para probar su inocencia.
Se trató de una puesta en escena más en la que el primer actor (sospechoso) que debió mostrar su inocencia fue el propio jefe de Policía, que
convocó a todos los medios de comunicación a la Agencia Córdoba Ciencia (donde
funciona el laboratorio del Ceprocor) para que lo vieran sacarse sangre
sin desmayarse. La actitud fue explicada como "un ejemplo" hacia
sus subordinados que, sin embargo, en los días siguientes se negarían en
muchos casos a someterse a esos análisis.
El comisario mayor Pablo Nieto confiesa que paralelamente a
estos anuncios la Policía sospechaba seriamente que el violador podía ser un
miembro de sus filas y por ello se vio obligada a comprar equipos de
comunicación encriptados que fueron distribuidos exclusivamente entre los
integrantes de la investigación. La particularidad de estos equipos es que su
señal no puede ser utilizada o interferida por cualquier otro aparato.
Estas
sospechas, más la existencia de la recompensa, promovieron la aparición de
cazarrecompensas de dudosa trayectoria policial, que se involucraron en la
investigación anunciando -en todos los casos sin elementos-
que iban a llegar al violador, antes que la Policía.
A
Tribunales II, de visita
-¡Ey! Marcelo, ¿qué me
decís del violador serial? Qué
pedazo de hijo de puta, ¿no? ¿Será cana? -pregunta uno de los amigos que
está parado en la esquina.
-Qué sé yo... parece raro, pero... El guaso las
bolacea (les
habla y las envuelve con su palabra), andá a saber. Para mí que las minas se dejan y
después denuncian... Ayer la Zulma me decía que le da asco, que son criaturas... -Y
vos negro, ¿qué pensás?
-Nada, qué voy a pensar. Que tiene
que ser un cana, si no es imposible.
-Puede ser -dice Marcelo- podés creer que ayer mismo me pararon para
controlarme el auto de nuevo. Es la tercera vez en diez días, me tienen las
pelotas llenas esos cagones y además, ¿realmente se creen que soy tan boludo
como para andar regalado para que ellos me agarren? En lugar de andar rompiéndome
las bolas que lo agarren al serial.
-Para mí que el violador sos vos Marcelo, sos el que mejor se mueve en Nueva Córdoba, no te andarás entreteniendo con
otras cosas antes del levante de autos, ¿no?
-Ma' sí, soy yo. El violador serial soy yo. A las
pendejas me las estoy cogiendo yo... ¿y qué?
Los cuatro se miran, Marcelo sonríe y todo el grupo estalla
en una carcajada justo en el momento en que pasa una camioneta del CAP y después de hacer unos 40 metros clava los frenos, da una vuelta
en "u" y vuelve sobre sus
pasos hacia donde está la reunión. Antes de bajar, el policía que está al lado
del acompañante, toma la radio y avisa dónde está. Después abre la puerta y
empieza a hablar
-Bueno... a ver vos... ¿en qué andás? -pregunta el uniformado
mirando a Marcelo
-Y a vos qué carajo
te importa -responde
éste en actitud desafiante.
El policía, que no ha quitado la mano de su cintura donde tiene la
pistola 9 milímetros, se da cuenta de que es momento de hacer valer su
autoridad y vocifera:
-Bueno, bueno. Los cuatro contra la pared, rápido y callados.
-¡Pero qué te pasa si no estamos haciendo nada!
-Contra la pared y denme los documentos que vamos a tomar nota de
quiénes son.
El episodio ocurrió en barrio General
Urquiza en octubre
del año 2004. Los cuatro hombres eran vecinos y estaban charlando en una
esquina sobre la calle Tristán Narvaja. Uno de ellos era Marcelo Sajen.
Cuando la Policía vio su documento, quiso llevárselo por una supuesta
orden de detención a raíz de un robo de automotor. Sajen se resistió, diciendo que no
tenían ninguna orden, pero los policías no le devolvieron el documento y le
dijeron que lo fuera a buscar al precinto 10 de la calle Asturias. Parte de este episodio fue presenciado por unas de las hijas de Sajen y, cuando Zulma se enteró de esto, fue
personalmente a buscar el DNI de su
marido y lo recuperó.
Puede parecer perdida, pero está
claro que detrás de aquella cara de confusión que sabe utilizar, hay una
persona inteligente a la que nada se le escapa.
Así es Zulma, la mujer de Marcelo Sajen que en octubre de 2004, cuando
se enteró por su yerno de que la Policía había intentado detener a su marido
en la vía pública, decidió que no iba a dejar que eso siguiera ocurriendo.
"A Marcelo siempre lo
molestaron porque creían que sus autos eran robados, pero eso era mentira, si
yo misma hacía los trámites en los registros. Por eso en octubre cuando lo
intentaron detener yo me di cuenta de que ahí había algo raro", cuenta la mujer y agrega
que habló con Marcelo y lo acompañó hasta el estudio
del abogado Manuel Juncos, para
asesorarse.
"La Policía siempre lo buscaba y él no era de dejarse
llevar",
asegura Zulma antes de afirmar que Marcelo no tuvo problemas en ir a Tribunales
II (donde
todo el mundo hablaba del violador serial) para gestionar un hábeas corpus (constancia de que no había causas
en su contra) firmado por la jueza Ana María Lucero Ofredi.
Y así fue, temerariamente el miércoles 13 de octubre de 2004, Marcelo visitó Tribunales II y en el Juzgado de Control N° 1 gestionó el certificado. Desafiando a toda
la Justicia de Córdoba, se retiró sin que nadie lo
viera siquiera parecido a ese identikit de un boliviano que por entonces se difundía
hasta el cansancio en toda la ciudad.
Los alemanes
Con la causa de nuevo en movimiento y ya instalada como una
prioridad en los medios de comunicación, comenzaron a llegar a Córdoba representantes de policías de otros países. Un miembro del FBI (Oficina Federal de Investigaciones de Estados Unidos) se limitó a hacer un par de
precisiones que a la larga no tenían demasiada diferencia con lo que estaba
haciendo la Policía. "Los israelíes", como llamaban
los cordobeses a los integrantes de la policía de ese país que pasaron sin pena
ni gloria por Córdoba, sólo tenían en su haber la
detención de un atacante serial que había sido detenido en flagrancia (mientras
cometía el hecho) y llegaron a insinuarle al fiscal Vidal Lascano que en nuestro país era muy difícil trabajar
"con tantas garantías constitucionales".
Finalmente, quienes también vinieron fueron dos representantes de
la BKA (la Bundeskriminalamt),
que no es otra cosa que la Policía
Federal Alemana. Vick Jens y Michael Schu llegaron a Córdoba luego de que un director de la institución para la que trabajan
se contactó -a través de la embajada- con un miembro del Tribunal Superior de Justicia de la
Provincia.
El trabajo de estos profesionales -ambos participaron en la
identificación de la denominada "Pista Hamburgo" que permitió las
primeras detenciones posteriores al atentado de Al Qaeda que derribó el 11 de Setiembre de 2001 las Torres Gemelas en
Nueva York- fue el que
más aportó a la causa, pese a que lamentablemente se realizó tarde y a que por
celos de las otras instituciones, no fue debidamente aprovechado.
La experiencia de los alemanes tenía un objetivo principal: la
puesta en práctica de una teoría cuya traducción al castellano sería "Comportamiento
geográfico de los ofensores desconocidos en delitos de violencia sexual"
y que consiste en evaluar el comportamiento geográfico (los lugares de ataque) de
los delincuentes sexuales y en la elaboración de un perfil del depravado
mediante un análisis operativo de los casos.
La teoría original, a la que esta investigación tuvo acceso vía
Internet, fue aplicada casi exactamente en la provincia de Córdoba por dos razones diferentes: primero, la intención de los extranjeros
de colaborar con la investigación que se llevaba adelante en Córdoba y segundo, el deseo de los alemanes de saber si la teoría europea
era aplicable en un país de Latinoamérica.
Sin pisar barrio Colón ni General
Urquiza y apenas
oliendo el aroma del smog del centro de la ciudad, Jens y Schu se
encerraron (tal como el método lo requiere) en un departamento durante una
semana con cinco representantes de la Policía
Judicial (César
Fortete, Javier Chilo, Raquel Ibarra, Julio Crembil y María Daniela Buteler), todos juntos, y mediante un
método de trabajo en equipo analizaron caso por caso los ataques del violador
serial y llegaron a una serie de conclusiones que permitieron hacer un patrón
de la conducta geográfica del autor, de su conducta verbal y una pequeña
descripción del atacante.
En "la carpeta de los alemanes",
como se la llamó en Córdoba a partir de que comenzaron a
conocerse sus resultados, también se aportaban especulaciones sobre la
capacidad planificadora del violador serial, sus posibles antecedentes penales,
su movilidad y sus costumbres.
Finalmente, otorgaba dos conclusiones que podrían entenderse como
sugerencias para los actores de la investigación. Primero, la disolución del
triunvirato de fiscales, por considerar que la existencia de muchos líderes
podía entorpecer la investigación. Después, la promoción de una campaña de
prensa que informara a la población sobre el caso y que al mismo tiempo
permitiese contar con el apoyo de la comunidad para atrapar al delincuente.
El trabajo, que aportó una sistematización de los hechos ocurridos
entre los años 2002 y 2004, inexistente hasta el momento, tenía, además, otro
aporte interesante: la determinación de un sector -que los alemanes denominan
"Zona Anclaje"- dentro del cual el delincuente sexual tenía
su base de operaciones. Ese sector fue determinado como un cuadrado cuyos
límites estaban señalados al norte por la calle Entre
Ríos, al sur por
la calle San Lorenzo, al oeste por la calle Buenos Aires y al este por la calle Balcarce de Nueva Córdoba.
El punto de
anclaje podía ser, según las conclusiones, el domicilio del autor de los
hechos, o donde viviesen parientes cercanos o su lugar de trabajo. Según la
teoría, el delincuente capturaba a sus víctimas allí donde se sentía más
seguro, las violaba fuera del lugar para no poner en riesgo esa protección y
volvía a esa zona, una vez que ya había perpetrado el hecho.
Celos
inútiles
El destino de la carpeta de los alemanes estaba condenado desde su
inicio por una simple razón: al fiscal general Gustavo
Vidal Lascano no le
importó nunca su existencia. "La carpetita" le llamó en una
entrevista que mantuvo con los autores de este libro, antes de asegurar que no
aportó nada a la causa. En realidad, si él hubiese hecho suyo el trabajo (como
realmente era, ya que había sido realizado por sus subordinados de la Policía Judicial) podría haber mostrado como propia
la primera y única sistematización de información existente sobre los ataques
efectuados por el violador serial.
Por el contrario, el trabajo nunca fue distribuido oficialmente y
llegó a manos de los investigadores de la causa (también a nosotros) prácticamente
de contrabando y siempre con la misma advertencia: "No vayas a decir que tenés esto".
Vidal Lascano había priorizado su interna con el director
de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá, antes que aportar un nuevo
elemento a la investigación. A esa altura la interna ya tenía otra arista,
porque ante la desprotección de sus superiores que sufría Barberá, el jefe de la Judicial se acercó al principal opositor de Vidal Lascano en el gobierno provincial, el ministro Carlos Alesandri.
Con grandes falencias, como la determinación de que el atacante
era morocho cuando en realidad tenía tez blanca, o como la sugerencia de que no
tenía antecedentes de violencia sexual, el trabajo sí hubiese ayudado a aportar
una sistematización que, por falta de método, la Policía tenía en su cabeza y
no aplicada en el papel.
Aún así, el trabajo sí sería fundamental en un aspecto, porque
aquella sugerencia de que la conducción de la investigación no podía tener tres
cabezas le fue dictada al oído al gobernador que rápidamente instruyó a Vidal Lascano para que eligiera un líder entre los
fiscales que formaban el triunvirato.
Según las consultas realizadas, todo indicaba que el hombre elegido
debía ser Pedro Caballero, no sólo por mérito propio, sino
también porque las otras dos opciones tenían demasiados puntos en contra. Hairabedian (con fama de resolutivo) no se sentía
del todo cómodo trabajando en equipo y parecía cada vez más apático. Y Ugarte, que se mostraba más dispuesto,
tenía en su haber dos episodios (uno con el gobernador y otro con las
víctimas, que será comentado más adelante) que lo ponían en
inferioridad de condiciones.
La interna volvería a meter su cola. Caballero tenía una excelente relación
con la Policía Judicial y eso fue suficiente para que pasara
al último lugar en la consideración de Vidal
Lascano, quien
recurrió entonces a Ugarte, el mismo que había increpado al gobernador.
Corrían los
primeros días del mes de noviembre de 2004 y De
la Sota avisaba que
el violador serial iba a caer detenido antes de fin de año. El día 3 de ese mes
se cumplieron dos años del primer ataque de Marcelo Sajen después de quedar en libertad.
"El
Zurdito" derecho
Nunca tiene tiempo, pero puede hablar durante 40 minutos de la
batalla de Pavón (ocurrida
en el año 1861, cuando la alianza porteña liderada por Bartolomé Mitre venció
al ejército federal que respondía a Justo José de Urquiza, después de que éste
último retirara sus tropas casi sin participar de la contienda) sólo
para explicar que se siente el continuador de una línea histórica que entiende
al país de una manera y lo defenderá hasta el final.
Prolijo para hablar, meticuloso para decir qué piensa, cuidadoso
para que nunca nadie lo ponga en evidencia, este hombre de 48 años, que tiene
una marcada tendencia a explicar la civilización (y lo que está bien y está mal de
ella siempre según su punto de vista), supo desde que la causa del
serial llegó a sus manos que, lejos de ser un problema, se trataba de una
oportunidad.
Como lo apodarían después sus subordinados en la causa, parodiando
esa marcada tendencia a terminar siempre hablando de sí mismo, "Yo-Yo" (el fiscal Ugarte) estaba en su pequeña y austera
oficina del primer piso de Tribunales II cuando recibió el llamado
telefónico del fiscal general Vidal Lascano anunciándole que desde ese
momento (11 de noviembre de 2004) la causa quedaba en sus manos y tenía
orden de dedicarse exclusivamente a ese caso.
Después de colgar respiró hondo, dejó salir esa sonrisa que
mantenía reprimida y observó con detenimiento cada uno de los rincones de esa
oficina pintada de blanco donde pasó gran parte de los últimos años.
Primero sus ojos se detuvieron en el diploma que le entregaron el
día en que fue nombrado fiscal de instrucción, el 2 de abril de 1998. Después,
su mirada paseó por el ventanal que da al patio interior del edificio de Tribunales II y volvió a detenerse en la réplica del
cuadro "Nave, nave Goe" de Paul
Gauguin, que reposa en la pared, ubicada a espaldas de su asiento.
Finalmente, se concentró en un pequeño recuadro apoyado en el escritorio,
donde una foto lo muestra orgulloso (con el fiscal Carlos Ferrer) junto al juez de la audiencia
española Baltazar Garzón.
Sintiendo a
la vez una mezcla de excitación y nerviosismo, llamó a su secretario José Lavaselli y le dijo que había llegado la hora de
trabajar. No dejarían de hacerlo hasta dos meses después.
Los
interrogatorios
A esta altura las chicas de Podemos Hacer Algo demostraron que no
eran nenas y exigieron hasta el punto de que las autoridades se vieron obligadas
a informarles sobre la marcha de la investigación. También fueron contactadas
por el fiscal Ugarte, quien les solicitó su presencia y la de todas las víctimas que
estuviesen dispuestas, para volver a tomarles una declaración. Algo llamó la
atención de las convocadas: tenían que ir calzadas con los mismos zapatos que
usaron el día en que las atacaron.
Así cuenta su experiencia Milena:
Con las chicas que
formábamos Podemos Hacer Algo manifestamos a la fiscalía a cargo de la
investigación nuestra voluntad de ayudar. Hablé con el fiscal Manuel Ugarte-y
me dijo que me iba a citar a declarar y para aportar al identikit. En ese
momento fue muy amable conmigo, pero cuando acudí en persona pasé una experiencia
horrible. Llegué a la fiscalía con mi abogado (Carlos Krauth) y las personas que nos recibieron decían: "Viene
por el caso ese", nadie quería nombrarlo. También repetían el
"pobrecita" y esa clase de cosas.
Tuve que entrar sin
mi abogado. "No te preocupes, no te vamos a secuestrar", me dijeron cuando notaron mi reticencia a entrar
sola. En la oficina me recibieron cuatro hombres. Además de Ugarte, su
subsecretario (José Lavaselli), y dos policías de investigación (Cesar Bergese
y Rafael Sáenz de Tejada). Fue como un interrogatorio de culpable, porque me
hicieron preguntas y preguntas por más de dos horas, cosas que yo no entendía
qué tenían que ver con el caso, y a cada rato me advertían: "Mirá que
estás bajo juramento, tenés que decir lo que pasó".
Me
presionaban para responder, inducían las respuestas.
"¿Hiciste algo para que él se
excitara ?". "¿Te agarró, 'así o así?", decían mientras uno de ellos me tomaba de la
misma forma que el tipo.
-¿ Tenía un revólver o una pistola ?
-No sé, no sé,
que sé yo de eso -contestaba
yo.
-Pero lo tenés que diferenciar -repetían.
Me trataron con tanta frialdad, sobre todo el fiscal; sin consideración,
me humillaron.
-¿Era muy peludo? -preguntaban.
-No sé, no estoy
segura -dije.
-¿Así de peludo? -repreguntó el
fiscal mientras le hacía levantar la camisa a uno de los policías, un hombre
bastante gordo que me mostró el pecho peludo.
-¿Frecuentas el circuito gay de Córdoba?
Yo los miraba y no sabía qué
responder. A lo largo de las dos horas de interrogatorio sin pausa me fui
sintiendo mal, aturdida y cansada. Comencé a marearme, me sudaban las manos, se
me bajó la presión y supongo que se dieron cuenta. Entonces uno dijo: "Que conste en acta que la interrogada se sintió cómoda durante la declaración".
Cuando me dejaron salir tenía tanto miedo de haberme
confundido y respondido algo mal "bajo juramento", que lo primero
que hice fue contarle a mi abogado y preguntarle qué podía pasarme. Estaba muy
asustada.
El episodio relatado por Milena fue confirmado a esta investigación por tres fuentes diferentes
que participaron de una reunión realizada en el tercer piso de la Jefatura de Policía, el día posterior a la segunda
marcha de Podemos Hacer Algo, el 18
de noviembre, y mientras otra marcha de similares características se realizaba
en Río Cuarto.
Allí, en una reunión en la que se
intentaba explicar a las integrantes del grupo el avance de la causa, una de
las representantes de las víctimas contó el mal momento que pasó Milena.
Mientras la chica relataba lo ocurrido, el estupor fue ganando a
los presentes, entre los que se encontraban el jefe de Policía,
Jorge Rodríguez; el subjefe, Iban
Altamirano; el
comisario Oscar Vargas, el ministro Carlos Alesandri; el fiscal general, Gustavo Vidal Lascano; el director de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá; el abogado de las víctimas, Carlos Krauth; su asistente, Dolores Frías; y tres amigas de las
víctimas. Así lo relata uno de los presentes: "Nos quedamos todos
con un gusto a asco en la garganta y con la sensación de que eso era increíble.
Sólo la rapidez de Vidal Lascano para pedir disculpas y mirar hacia adelante
permitió que dejáramos de mirarnos unos a otros pensando que Ugarte era un desubicado.
Además la chica que comentó el hecho terminó su relato diciendo que cuando la
joven del interrogatorio fue abusada, su atacante había tenido el torso desnudo".
Cuando se le consultó al respecto al fiscal Ugarte, insistió en que las víctimas se
sintieron "cómodas" en los interrogatorios y recalcó el caso de
algunas (sobre todo de bastantes años atrás), que aseguraron sentirse a
gusto durante los interrogatorios. Otras personas cercanas a Ugarte aseguraron que esas entrevistas
fueron las únicas "completas" que se hicieron a lo
largo de la causa y criticaron duramente los testimonios recopilados por los
sumariantes y los realizados por psicólogos de la Judicial.
Lo cierto es que en el diálogo que tuvimos con Ana, la chica, que reconoce al fiscal del caso como un actor
importante en el final de esta historia, nos dijo que la experiencia de Milena la convenció de no prestarse "a los malos tratos de Ugarte".
El episodio, sumado a la actitud que había tenido Ugarte en aquella reunión con De la Sota, prácticamente le quitaba la confianza de todas las personas
importantes en la investigación. Cuando esto ocurrió, la sensación general era
que Vidal Lascano podía haber cometido un error al designar a Ugarte al frente del caso.
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1 Comentario
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//11 de Noviembre, 2010 |
|
por
jocharras a las 16:33, en
La Marca de la Bestia |
CAPÍTULO XV
Mirando hacia otro lado
Boliviano
-Dale
flaco. Me hace falta que hagas memoria rápido, porque no tenemos mucho tiempo.
Quiero que me digas cómo era el tipo ese que viste en la calle. Pensá bien,
hacé memoria y describímelo. Cómo eran sus ojos, el pelo, la nariz, la boca...
En fin, cómo era el rostro.
En una asfixiante oficina del
área de Investigaciones, en la Jefatura de Policía, un par de detectives policiales
y un retratista de la Policía Judicial dialogaban con Javier, un joven de no más de 25 años. El muchacho fumaba
aceleradamente, se tomaba la cabeza, se mordía los labios, miraba para arriba,
miraba para abajo.
Pocas horas atrás, mientras caminaba de noche por la avenida
Estrada, pleno barrio Nueva Córdoba, el joven se había cruzado con la
novia de su mejor amigo, quien caminaba abrazada por un sujeto al que no
conocía. Al pasar frente a ellos, la chica lo había mirado desesperadamente a
los ojos. Pero Javier no dijo nada y clavó la mirada
en el otro hombre, mientras insultaba para sus adentros. "¡Mírala
a esta hija de puta! Lo está gorreando a mi mejor amigo y tiene la caradurez
de pasar al lado mío y mirarme a los ojos, como si nada. ¡Es una turra!",
pensó Javier que sólo había visto a la chica
en un par de oportunidades anteriores.
Esa misma noche, el muchacho se enteraría de boca de la propia
novia de su mejor amigo, que había sido llevada a un descampado por un
delincuente que al final la terminó violando.
Hasta la actualidad, Javier no se perdona no haber hecho
nada por salvarla.
El joven se ofreció como testigo en la Policía y algunos
investigadores se mostraron muy interesados en su relato. Es que hasta ese
entonces, prácticamente ninguna víctima del violador serial lo había visto
directamente a la cara y podía dar una descripción clara y precisa de su
fisonomía.
Javier miró al violador un par de
segundos y grabó ese rostro en su memoria. Ahora, los investigadores querían
que se lo contase al retratista, a fin de confeccionar un identikit.
-¿Pensaste
bien, flaco? Empezá a contarme- dijo el hombre
que sostenía un block de papel tamaño A4 y un lápiz de color negro.
-Bueno, era un tipo
morocho...
-¿Negro?
-Morochito, como si
fuera un boliviano, un salteño. Tenía la cara redonda y era de tez media oscura
-¿Y los
ojos?
-Eran negros,
oscuros, medio achinados...
-La
nariz, ¿cómo era?
-Era medio chata,
como los boxeadores.
-¿Cómo era
la boca? Era fina, gruesa, carnosa...
-Carnosa, eso, era
carnosa. Tenía labios grandes.
-Decime,
cómo tenía el pelo.
-Corto, peinado para un costado, creo. No me acuerdo
bien...
Esa misma tarde de agosto de 2003, el identikit del violador serial quedó confeccionado, en
base al aporte de un solo testigo, quien había visto al depravado durante
apenas un par de segundos, en un sitio no del todo iluminado y en medio de la
noche. Nunca se había hecho un dibujo tan impreciso del rostro de Marcelo Mario Sajen.
Ese identikit fue guardado como oro por los investigadores
de la División Protección de las
Personas. Sin
embargo, el rostro del sospechoso -bautizado por varios detectives como
"el bolivianito"- no iba a ser distribuido a las demás
reparticiones policiales y mucho menos dado a conocer a la población.
Quienes vieron ese identikit fueron algunas víctimas del serial, cuando
fueron entrevistadas por los investigadores. "Se lo
mostraban a las chicas y le preguntaban: '¿El hombre que te violó era parecido
a esta persona?'. Todo un despropósito. Porque las chicas nunca le habían visto
la cara al violador serial. Entonces, veían ese dibujo y con tal de ponerle un
rostro al fantasma que las había atacado, terminaban por decir que el identikit era parecido. Eso nos confundía más...", refiere en la actualidad
un investigador de la causa.
Durante largo tiempo, Javier fue considerado un "testigo
clave" e incluso terminó citado varias veces para participar como
testigo en las ruedas de reconocimiento de sospechosos, en Tribunales II. Su testimonio siempre fue valorado como una
palabra autorizada. Algo que, como se vería después,
estaba completamente alejado de toda realidad. El retrato del supuesto
sospechoso de rasgos norteños fue fotocopiado varias veces y pasó de mano en
mano entre los principales pesquisas de Protección
de las Personas, quienes
salieron a la calle a atraparlo.
Comenzaba la
caza de brujas, un nuevo y lamentable capítulo de los tropiezos de la
investigación policial y judicial en la causa del serial.
Un
violador suelto
El 13 de
agosto de 2003, el periodista Daniel Díaz de radio Universidad de Córdoba, quien trabajaba como movilero
en los Tribunales II de Córdoba, salió al aire en el informativo
del mediodía. En diálogo con el conductor del programa, Mario Pensavalle, informó que desde hacía
algunos meses la Policía investigaba la existencia de un violador serial en la
zona de Nueva Córdoba.
El periodista se reservó la identidad de la fuente que le confió
el dato, pero es fácil intuir que esa persona fue el funcionario de alguna
fiscalía.
Al día siguiente, la primicia de Díaz fue desarrollada con más
detalles en la cabeza de la contratapa del diario La
Voz del Interior. La noticia
daba cuenta sobre el accionar de un depravado que en los "últimos
tiempos" había violado a 28 mujeres, en su mayoría estudiantes
secundarias, según confirmaron en su momento informantes policiales.
En la nota se explicaba que el depravado atacaba de noche, andaba
armado, a veces se hacía pasar por un miembro de la Policía o decía que
escapaba de los uniformados. Además se indicaba que sorprendía a las víctimas
desde atrás, en el barrio Nueva Córdoba, o en la zona céntrica, y las
conducía hacia el Parque Sarmiento para finalmente abusar de ellas.
La crónica consignaba también que las violaciones eran realizadas
principalmente en el ex Foro de la
Democracia o bien en
la pista de patinaje.
La información pronto fue reproducida por algunos medios
televisivos, aunque no de una manera impactante con grandes titulares.
Por esas cosas del destino, el día que salió publicada esa
información en el diario, el jefe de la División
Homicidios, comisario Rafael Sosa, fue absuelto, junto a otros policías más, en
un juicio que se realizaba por supuestos apremios ilegales cometidos contra dos
pescadores que habían sido confundidos como los asesinos de un policía, en Villa Carlos Paz.
La absolución significó toda una revalorización para Sosa, un joven comisario que estaba haciendo carrera en el área de Investigaciones. Sin embargo, el funcionario policial -quien
durante ese proceso había permanecido en libertad- tuvo su gran
desquite ante los jefes y ante la opinión pública cuando a fines de ese mes
capturó a Antonia Giampietro, una
peligrosa mujer apodada la Viuda Negra, acusada de haber dopado
a varios jubilados para robarles la jubilación, dos de los cuales finalmente
murieron a causa de la ingesta de poderosas drogas. Gracias a la investigación
policial, la Viuda Negra fue condenada.
La buena reputación del Rafa -como le dicen sus compañeros-
crecería tiempo después cuando el jefe de Homicidios capturó a varios sospechosos
prófugos de resonantes crímenes, tal el caso del presunto matador del inspector
municipal, Omar Gauna, quien había
sido salvajemente apuñalado durante una riña callejera que se registró frente a
la plaza de la Intendencia de Córdoba. El sospechoso fue capturado por el propio Sosa y un par de pesquisas suyos en La Paz, Bolivia, luego de eternos
meses de investigación. Aquella detención fue filmada con una cámara digital y
desde la azotea de un edificio, por el propio Sosa. La misma filmadora sirvió para
eternizar la primera imagen de Marcelo Mario Sajen que llegó a los ojos de los
cordobeses el 28 de diciembre de 2004.
Aquellos
logros permitirían finalmente a Sosa captar la atención de sus jefes
por lo que meses después terminaría afectado como un colaborador más en la
causa del violador serial.
Policía
serial
Mientras un par de investigadores buscaban al violador serial de Nueva Córdoba, el 26 de setiembre de 2003 la Justicia
cordobesa condenó a 22 años de prisión a un oficial de policía que estaba
acusado de abuso sexual contra 20 mujeres entre diciembre de 2000 y octubre de
2001 en distintos barrios de Córdoba. El depravado abusó tanto de
chicas de entre 20 y 30 años, como también de criaturas de apenas 9 años que
habrían sido manoseadas.
Era Gustavo Oscar
Machuca, un
tucumano de 32 años, a quien la Cámara 11a del Crimen lo encontró culpable
de once hechos de abuso sexual sin acceso carnal, tres casos de violaciones,
cuatro de coacciones calificadas y dos de exhibiciones obscenas. Su abogado fue
Carlos Hairabedian, quien no logró demostrar su
inocencia ante los jueces.
De acuerdo a lo que quedó comprobado en el juicio -que
se desarrolló a puertas cerradas, como aquel en el que se condenó a Sajen en 1986-, Machuca sorprendía a sus eventuales
víctimas en la calle y, usando su pistola
reglamentaria o una navaja, las introducía a su viejo Chevette gris con vidrios polarizados, donde abusaba de ellas. Actuaba entre las 20 y las 6 cuando salía a trabajar y
dejaba a su esposa (enfermera) en su lugar de trabajo. Machuca se dirigía a la Ciudad Universitaria, estacionaba su vehículo y
esperaba.
El fiscal de Cámara, Jorge
de la Vega, logró demostrar que Machuca siempre actuaba con su rostro a
la vista, sin el uniforme policial, en los barrios Nueva
Córdoba, Güemes, Alto Alberdi y hasta en el centro de la
ciudad. Por lo general abusaba de jóvenes que concurrían a la Universidad o bien a tomar clases a algún colegio
secundario.
Así como Sajen utilizaba el Gustavo,
uno de los ardides predilectos de Machuca para acercarse a sus víctimas
consistía en llamarlas por un nombre ficticio en plena calle o bien
preguntarles por algún familiar al cual simulaba conocer. Cuando la joven ya
estaba cerca, el policía sacaba el arma y la obligaba a subir al auto, donde
finalmente la violaba.
Machuca contaba con excelentes
antecedentes dentro de la Policía. Sin embargo, los exámenes psicológicos habían sido incapaces de
descubrir que detrás de su rostro de buen policía se escondía una personalidad enferma.
Diversos investigadores señalan que la mayoría de los delincuentes
seriales son atrapados en flagrancia. No ocurrió esto con Machuca. Tampoco pasaría con Sajen.
El policía fue atrapado una mañana mientras hacía gimnasia en el Parque Sarmiento, luego de que fuera reconocido
casualmente por una de sus víctimas que justo pasaba por la avenida del Dante. La mujer salió corriendo y alertó a unos policías que
patrullaban cerca de la plaza España. Cuando se vio rodeado por sus
pares. Machuca quiso hacer valer su jerarquía
sobre los dos uniformados y llegó a mostrar la chapa de oficial. De nada le
sirvió. Fue encerrado y llevado a la Jefatura. El examen de ADN, las armas y el vehículo de su propiedad, comprobaron su
responsabilidad en los hechos.
En el marco de la búsqueda del violador serial (que
resultaría ser Marcelo Sajen), Machuca fue entrevistado por los
comisionados del caso que tenían a su cargo los fiscales y por personal de la Policía Judicial, en búsqueda de cualquier
información que pudiera tener sobre el depravado.
La imagen remite al thriller
El
silencio de los inocentes, del escritor Thomas Harris, en el que la
investigadora del FBI Clarice Starling entrevista a un
psiquiatra asesino serial -Hannibal
Lecter- a fin de que la ayude a atrapar a un homicida de mujeres.
Lo concreto es que el policía Machuca intentó ayudar pero sólo con una
intuición y pretendiendo cobrar la recompensa que ofrecía el Gobierno para
quien aportara datos sobre el serial. Los pesquisas salieron de la Penitenciaría de barrio San
Martín con un nombre,
el portero de un edificio que él conocía de sus épocas de violador y a quien
creía capaz de cometer estos hechos. Después de ser chequeado, ese individuo
fue descartado como sospechoso.
Paralelamente, la falta de respuestas concretas por parte de los
pesquisas afectados al caso del Víctor Sierra
obligó a las
autoridades policiales a mover el tablero en el área de Investigaciones.
Una mañana
de setiembre de ese año, los comisarios Vargas y Sosa, viejos amigos de Homicidios, se encontraron en el baño del primer piso de la Jefatura.
-¡Qué
cara loco! ¿Qué te pasa negro? ¿Te peleaste con la bruja?
-preguntó
sonriente Sosa, mientras se paraba frente al
mingitorio.
-No, Rafa. Me llamó
el jefe y tengo que ir a verlo cuanto antes
-dijo Vargas mientras se lavaba las manos frente al espejo y
sostenía en
sus labios su infaltable cigarrillo Parliament.
-Mmm, ahí te van a encajar de lleno el quilombo del serial.
-Sí Rafa. Me sacan de Homicidios y me mandan a
Delitos Especiales. Voy a tener a mi cargo a los de Protección de las Personas.
El hijo de puta del Víctor Sierra no para y el tema se está poniendo feo. Está
atacando por todos lados y no lo pueden parar.
-Estaba cantado que te iban a poner a vos en ese caso. ¡Suerte, macho!
-Gracias, Rafa. Sería bueno que pudiéramos laburar
juntos. Vamos a ver qué dice Nieto.
-Después contame.
-Ok, después charlamos - respondió Vargas, mientras enfilaba para el despacho del jefe de Investigaciones Criminales.
Meses
después, Vargas y Sosa finalmente trabajarían juntos en
la causa del serial y se protegerían mutuamente, en medio de los celos y
disputas internas entre algunos jefes.
Investigador
Me sumé a la causa del violador serial en setiembre de 2003 - cuenta el comisario Oscar Vargas,
ex jefe del Departamento Protección de las Persona- Lo primero que encontramos fue que entre las denuncias
cotidianas que normalmente apuntan al entorno familiar y a personas que han
sido violadas por alguien en especial, sobresalía una gran cantidad de
denuncias atribuidas a un "NN". Esos ataques se concentraban en Nueva
Córdoba. Para esa época teníamos identificados a los autores de otros hechos de
violación; pero ahora estábamos teniendo nuevos hecho de abuso sexual cometidos
por un sujeto, del cual no teníamos pistas. En estos casos había un cierto
patrón común de comportamiento de este delincuente y una coincidencia en las
descripciones de los hechos.
Pensé que quizá esto tenía que ver con que las denuncias habían
sido tomadas por un mismo ayudante fiscal. Muchos tienen una forma estructural
Fija de trabajar, de hacer las preguntas y de redactar las denuncias. Entonces
se pensó en un primer momento, y en forma errada, que por culpa de esa persona
había similitud en las denuncias. O sea, no sabíamos si estábamos frente a un
serial o si era un problema del sumariante que escribía parecido e inducía a
las víctimas a declarar en un sentido en particular.
Empezamos a trabajar y pronto juntamos 11 causas en los
últimos tiempos. En estos casos la modalidad coincidía. Hablé entonces con la
ayudante fiscal de la Unidad Judicial de Protección de las Personas y le dije: "Abramos el ojo, estamos ante el
mismo sujeto". Y esta
funcionaría me comentó que pensaba lo mismo.
Juntamos
las causas en una misma caja. Y así, revisando, encontré un informe hecho por
un comisionado en 1999 -el sargento Osvaldo
Fabián- en el que informaba sobre
varios hechos ocurridos años antes aparentemente por una misma persona.
Como
antes de 1999 las denuncias se hacían en las comisarías, nos fuimos a los
depósitos de los precintos a revisar papeles viejos. Así desempolvamos
denuncias viejas de hasta 1992 en el que saltaba un sospechoso que se
asemejaba a este nuevo serial.
Uno de los máximos problemas que teníamos era que las denuncias
estaban distribuidas en distintas fiscalías. Y eso era muy complicado a la hora
de recibir directivas o encarar un trabajo bien hecho.
Para colmo, las víctimas de este serial no podían aportar
demasiados datos sobre él. Algunas decían sin especificar demasiado que era un
poco más alto que ellas, otras decían que era más ancho, más panzón. Él las
abrazaba y les decía que lo abrazaran. Hacía que le pusieran la cara en el
pecho y que miraran para adelante. Así, nadie les miraba el rostro. Era muy
poco lo que esas pobres criaturas podían ver.
A una de sus víctimas supo decirle: "Te voy a bolacear". Ahí nos dimos cuenta de que el tipo había estado preso,
porque ése era un término muy tumbero, muy de la cárcel. Bolacear significa que
con mis palabras solas, te puedo hacer caer, quebrar y hacer lo que quiera. Él.
con su labia, dominaba la situación y la mantenía controlada. Cuando la
víctima nos contó eso, nos ayudó mucho, claro que obtuvimos ese dato recién en
setiembre de 2004, tres meses antes
de que cayera Sajen.
La llamada
Una vez que se conoció públicamente la existencia de que un nuevo
violador serial andaba suelto en Córdoba, algunos investigadores de Protección de las Personas se vieron obligados por órdenes
de arriba a incrementar el rastreo y los operativos con el identikit que el testigo Javier había ayudado a confeccionar. Paralelamente, por algún tiempo,
se empezó a notar un leve aumento del patrullaje de los móviles del CAP por la zona de Nueva Córdoba y el Parque
Sarmiento. Este ir y
venir de patrulleros iba a durar apenas un tiempo.
Sajen desapareció de esa zona por
algunas semanas y empezó a atacar en otros barrios cercanos, por caso Villa Revol, un sector de clase media enclavado al sur
de la Ciudad Universitaria, vías de por medio.
El 7 de octubre de 2003, Susana y Raúl empezaron a impacientarse cuando
el reloj marcó las diez de la noche y su hija Lorena, de 25 años, aún no había
retornado al hogar, ubicado en la periferia de Villa
Revol. Era martes
y ese día, la chica tenía un examen en la Facultad
de Psicología, donde
cursaba los últimos años.
Los minutos fueron pasando y la angustia pronto se adueñó del
matrimonio. La mujer presintió que algo malo había sucedido con su hija, sobre
todo teniendo en cuenta lo que había escuchado esa misma mañana cuando fue a
hacer las compras a la despensa: cinco días atrás, en un oscuro callejón del
barrio, un hombre había violado a dos jóvenes. La historia turbó a Susana.
La mujer estaba en su casa con la mirada clavada en un punto
lejano del televisor, junto a su marido que se consumía en cigarrillos
mientras veía pasar el tiempo. Pasadas las 11 de la noche, alguien golpeó la
puerta desesperadamente. Susana se paralizó y se llevó las manos
al pecho. Fue su esposo quien abrió y se encontró con su hija, convertida en un
manojo de nervios y pronunciando frases ininteligibles.
Los padres la serenaron un poco y Lorena alcanzó a balbucear: "Un
tipo me violó..."
Raúl quedó en silencio unos segundos
hasta que explotó de furia y cerró de un portazo. El odio empezaba a
enceguecerlo lentamente.
Susana llevó a Lorena al baño, luego a su pieza y
trató de darle un té para que se calmara. La taza terminó enfriándose en la
mesa de luz. La chica no paró de llorar en ningún momento, mientras se aferraba
a su mamá. Así y todo, luego de largos minutos, pudo contarle que esa noche
salió temprano de la facu, tomó un colectivo y se bajó en la avenida Riccheri cerca del cruce con Javier Díaz, donde entró a un cyber. Durante
un par de minutos estuvo en el local, chateando con algunos amigos mientras
revisaba los mails. Pagó y enfiló hacia su casa. A poco de salir, un sujeto con
bermuda, gorra con visera y manos velludas la agarró de atrás, le puso un arma
en el cuello y la condujo a un baldío en la avenida Rogelio
Nores Martínez, entre las
calles De la Industria y Del Comercio, de Villa Revol, donde finalmente la ultrajó.
Raúl insultó una y otra vez, mientras buscaba respuestas de su hija
que, shockeada como estaba, no podía responder. El hombre quería hacer justicia
por mano propia, al igual que lo habían sentido y lo sentirían posteriormente
decenas de otros padres.
"Entonces era cierto
lo que me contaron en la despensa, un sátiro anda suelto en el barrio", exclamó Susana. "¡Por qué a nosotros, Dios, por qué a nosotros!". Los gritos y lamentos
podían oírse desde afuera de la casa.
Esa misma
noche, Susana y Raúl (después de que toda la cuadra se
llenó de móviles del CAP a raíz de un llamado de ellos a la Policía) fueron hasta la comisaría del
barrio para denunciar lo que había ocurrido. Pero allí no encontraron la
solución que buscaban. Los atendió un policía que les explicó, de mala manera,
que él no podía hacer nada y que encima en la comisaría no había móviles
disponibles para salir a buscar al sujeto. Susana le dijo que en los últimos días,
contando el caso de su hija, ya sumaban tres las violaciones. El policía, con
un indisimulable gesto de fastidio, le reiteró que no podía hacer nada, que no
sabía sobre la existencia de un violador y que debían ir a Jefatura para hacer
la denuncia.
A la media
hora el matrimonio y su hija ya estaban en la central en la Unidad Judicial de Protección de las Personas. Allí le dijeron a Susana que su hija, seguramente, había sido víctima de un violador
serial que venía atacando a estudiantes desde el año anterior. Incluso le
indicaron que las dos chicas que habían sido abusadas noches antes en el barrio, habían caído en
manos del mismo depravado. Como si el espanto y el dolor no hubieran sido suficientes para Lorena y sus padres, luego de
completada la denuncia en la unidad judicial, unos
policías se acercaron y le mostraron a la joven el identikit de un hombre con rasgos norteños para que reconociera si se trataba de su agresor.
Lorena sintió que se descomponía y tuvo
nauseas. Susana le gritó al policía que en la
comisaría de su barrio no sabían nada sobre un violador
y que tampoco tenían identikit alguno. Los investigadores optaron por
callarse.
Las siguientes noches se hicieron
interminables para la familia. Nadie dormía, nadie encontraba respuestas,
nadie podía parar tanto dolor.
A mediados
de octubre, Susana no aguantó más. Tomó una edición
del diario La Voz del
Interior, que hasta
entonces no había informado sobre la violación de su hija sencillamente porque
la Policía ocultaba este tipo de casos, y buscó el número de teléfono de la
redacción. Un periodista atendió y empezó a tomar nota en el primer papel que
encontró.
-¿Hablo con el diario? ¿Hablo con policiales? Mire, quiero
denunciar públicamente que en Córdoba hay un violador serial. Ha atacado a mi
hija noches atrás y estoy indignada porque la Policía sabe sobre este sujeto y
no hace nada. Es más, oculta todo. En la comisaría del barrio ni siquiera
tienen el identikit del
tipo. Ustedes los periodistas tienen que contar lo que está pasando, tienen la
obligación de decirlo y alertar al resto de la gente.
La entrevista con Susana y Raúl se realizó al día siguiente,
duró más de dos horas y fue publicada finalmente el domingo 19 de ese mes en la
contratapa del diario.
Durante la charla, el padre de Lorena comentó: "Un policía me dijo
que por orden del gobernador De la Sota, ninguno de ellos durmió durante días
hasta que encontraron a la beba que había sido raptada hace poco en la
terminal. Todo porque se venían las elecciones". El hombre se refería al
caso de una pequeña que le había sido arrebatada a su madre, en la terminal,
por otra mujer.
Curiosamente
en este caso, la Policía sí difundió el identikit de la sospechosa. Esto permitió que un
taxista llamara a la Policía y dijera dónde vivía la ladrona, ya que la había
llevado en un viaje. La investigación para dar con la beba estuvo a cargo de
los comisarios Juan Carlos
Toledo y Eduardo Bebucho Rodríguez. El hallazgo de la pequeña, sana
y salva, fue una reivindicación para todos los investigadores, pero sobre todo
para Toledo. Sin embargo, la falta de resolución del caso del serial y la
reiteración de violaciones sería finalmente su condena: el comisario fue
retirado del área de Investigaciones tiempo después.
"Si la Policía no durmió para recuperar la beba, yo
quiero ahora que tampoco duerma y agarre a ese violador y lo encierre de una
vez. Sólo así, la sociedad dejará de estar en peligro...", afirmó el padre de Lorena durante la entrevista. "Así no habrá más chicas, como mi hija, que sean
violadas", lo
interrumpió entre llantos su esposa. "La Policía nos dijo que esperan que el tipo ataque
de nuevo, recién entonces ellos podrán salir a contraatacar. No puede ser,
ellos deben atacar ahora y atraparlo como sea, para que ese sinvergüenza no
vuelva a hacerlo más", agregó Raúl.
En la nota publicada se reprodujo por primera vez el identikit del serial. El dibujo en blanco
y negro dejaba ver a un hombre morocho, de pelo lacio y negro, nariz y labios
gruesos, y con una mirada que infringía miedo. El dibujo había sido cedido al
periodista en forma extraoficial por un miembro de la investigación, luego de
varios días de insistencia.
En la publicación, además, se informaba en detalle que el violador
tenía alrededor de 35 años, era robusto, un poco gordo y no muy alto. También
se señalaba que llevaba una gorra blanca para ocultar sus facciones, andaba
armado y que en los dos últimos años había violado a una treintena de jóvenes
en distintos puntos de la zona centro y sur de la ciudad de Córdoba. En otro párrafo también se consignó que en el Centro de Asistencia a la Víctima del
Delito, una entidad que funciona en el pasaje Santa Catalina, a un costado del Cabildo Histórico de Córdoba, se había registrado un
incremento en las consultas y denuncias por el accionar de un depravado sexual
serial.
Una segunda parte del informe periodístico salió publicado al día
siguiente, en el que se volvió a publicar el identikit y una entrevista a fondo con los padres de Lorena. En los meses sucesivos, Susana se convertiría en una referente
clave en la campaña para atrapar al violador serial. De hecho, la mujer participaría en varias marchas e integraría una organización
dedicada a defender a las mujeres de
los abusos sexuales.
El mismo lunes 20 de octubre, el por entonces jefe de Policía, Jorge Rodríguez, arrojó el diario sobre el escritorio y tomó
su celular.
Minutos más tarde, el comisario Nieto (a cargo aún de Investigaciones) se convirtió en carne de cañón
y tuvo que salir a dar la cara que durante años decenas y decenas de
funcionarios de todo rango se habían encargado de ocultar.
Nieto recibió a la docena de periodistas que se había agolpado desde
temprano en la oficina de prensa de la Jefatura, en la planta baja, para tener
una palabra oficial sobre ese supuesto violador serial. El comisario tuvo que
poner su mejor cara al atender los ansiosos micrófonos y grabadores que se le
abalanzaban sin pausa.
-Estamos trabajando arduamente para erradicar de la sociedad
a este sujeto que nos llena de preocupación, obviamente, por los graves hechos
que está cometiendo. El violador es muy difícil de atrapar ya que comete
hechos aislados y aparece y desaparece. Esto imposibilita seguir sus pistas.
Pero estamos trabajando arduamente para capturarlo.
Era la primera vez en toda esta historia que la Policía admitía
oficialmente que en Córdoba actuaba un depravado serial
suelto por las calles. Sajen ya había abusado de 55 mujeres.
Ese día, los medios televisivos reprodujeron las palabras de Nieto y el identikit que había sido publicado por el diario el
día anterior.
Hasta la actualidad, muchos en la Policía insisten en que haber
cedido ese rostro a la prensa constituyó un tremendo error, ya que afectó la
investigación y terminó complicando la búsqueda. Más allá de lo discutible que
resulta tal apreciación, vale detenerse un momento y preguntarse qué hubiera
sucedido si ese retrato no hubiera sido difundido por los medios. Sin caer en
una postura extremista sobre la libertad de expresión, sirve interrogarse: ¿acaso, la sociedad
se hubiera enterado sobre la existencia de un serial de boca de las propias
autoridades? ¿La Policía habría salido a dar a conocer ese secreto
tan bien oculto, mientras un grupo ínfimo de investigadores fracasaba a cada
paso que daba? ¿Algún funcionario judicial habría llamado a
conferencia de prensa? Con analizar la sucesión de los hechos, la respuesta salta a la
vista.
Durante
varios días, Marcelo Mario Sajen iba a mantenerse bien oculto en
sus distintos hogares. Por un lado, seguramente lo inquietaba el hecho de que
sus aberrantes violaciones habían sido informadas por los medios de prensa,
aunque es probable que a la vez sintiera algo de tranquilidad al saber que la
Policía buscaba a un hombre de rasgos bolivianos, que, como había visto por
televisión, en nada se le asemejaba.
No
es el violador, señora
23.15 del
martes 28 de octubre de 2003, en la Comisaría
Cuarta de Nueva Córdoba.
Apoyados
sobre un viejo mueble de madera, los dos policías se callaron ni bien vieron
entrar a una mujer acompañada de su hija adolescente. Hacía apenas una hora un
hombre la había querido violar cerca del Instituto Helen Keller, un establecimiento para ciegos ubicado detrás de la Ciudad Universitaria a metros de la Universidad Tecnológica
Nacional Regional Córdoba. Eso fue lo que empezó a
decirle la mujer a los dos uniformados, quienes no dejaban de mirar con cierta
desconfianza a la menuda adolescente.
-El tipo agarró a mi
hija desde atrás, le tironeó la mochila y le dijo que pensaba robarle, ¿no es
así hija? Le puso un arma en la cabeza, mi chica gritó y el tipo le pegó una
trompada en la cara. Ahí nomás empezó a bajarle los pantalones.
-¿Dónde dice que pasó eso?
-interrumpió uno de los uniformados, mientras daba una larga pitada a un
cigarrillo rubio, cuyo humo inundaba todo el ambiente. Su compañero no dejaba
de mirar a la chica, quien a su vez no despegaba la mirada del suelo. Frente al
precinto estaba estacionado un solo móvil del CAP en medio de una fila de autos, todos con las ruedas desinfladas,
los parabrisas llenos de tierra y con rótulos de papel con sellos del Poder Judicial, pegados en las puertas.
-Fue cerca del Helen
Keller, a metros de la entrada Instituto Pablo Pizzurno. Mi hija iba a tomar el
colectivo para volver a casa.
-Ajam,
¿y qué pasó? -preguntó el policía.
-Ya le dije, empezó
a bajarle los pantalones. El tipo quiso violar a mi hija. Ella se defendió y le
pegó una trompada y un patadón en los testículos y salió corriendo hacia donde
iban unos chicos caminando. La mochila quedó tirada en la vereda. Debe haber
sido ese violador serial que tanto habla la prensa y mi hija logró zafar.
¡Tienen que ir a agarrarlo!
-Cálmese,
señora, por favor. No debe ser el violador, seguramente se trató de un robo. El
tipo simplemente le quiso arrebatar la mochila, señora. Hechos como esos se
producen a diario.
-¿Pero de qué ladrón
me habla? ¡Era el violador, seguro que era él! ¿Acaso no actúa en la Ciudad
Universitaria y de noche?
-Señora, los asaltos se cometen a diario en
la Ciudad
Universitaria y se producen a toda hora.
-¡Le estoy diciendo que ese hijo de puta le quiso
bajar los pantalones a mi hija! ¿De qué robo me habla? ¡La quiso violar!
El policía apagó el cigarrillo con fastidio, resopló y le dijo a
la mujer que de todas maneras en la comisaría no podían tomarle la denuncia.
Segundos después, madre e hija abandonaron la comisaría de calle Buenos Aires 525 del barrio Nueva Córdoba y partieron en taxi hasta la Jefatura de Policía. La joven fue interrogada por
los hombres de Protección de
las Personas, quienes la
trasladaron hasta la zona donde había sucedido el ataque. Los pesquisas no
tenían dudas de que estaban frente a una nueva aparición del Víctor Sierra.
Eran casi las 3 de la madrugada cuando llegaron al Helen Keller. La zona estaba desierta.
Apenas se bajaron del auto, la chica divisó su mochila tirada en medio de la
vereda. Adentro estaba su campera de cuero, una calculadora, el documento y
una tarjeta de crédito. También estaba la billetera, pero sin el dinero.
A pesar de que en ese ataque no se cometió ninguna violación, al
año siguiente el fiscal Ugarte adjudicaría el hecho a Marcelo Sajen, que había salido nuevamente de
cacería. Todo
en uno
A la semana siguiente, Nievas se reunió con los distintos
fiscales que tenían causas de violaciones adjudicadas a un NN y comprobó que
varias de las Investigaciones estaban truncas. Así fue que
decididamente encaró al por entonces Fiscal
General de la Provincia, Carlos Baggini.
-¿Y vos qué querés hacer, Gustavo?
-le dijo Baggini, en su oficina del primer piso
en el Palacio de Tribunales I.
-Me parece que las causas podrían unificarse,
teniendo en cuenta que se trata aparentemente de un mismo violador. Hagamos una
campaña informativa, avisemos a la población, hagamos algo... -dijo Nievas.
Ni bien se retiró del despacho, Baggini levantó el teléfono y marcó un número que
conocía de memoria. Nievas subió a su auto y encaró hacia Tribunales
II. Al rato,
comenzó a sonarle el celular y atendió. Era el fiscal general.
-Gustavo, he decidido que todas las causas de ese supuesto violador
serial vayan a parar a tu fiscalía. Vos te vas a hacer cargo -dijo Baggini.
Nievas prácticamente no tuvo tiempo de
contestar, antes de que del otro lado el fiscal general cortara. A las pocas,
horas, el fiscal ya estaba reunido con las responsables de la Unidad Judicial
de Protección de las Personas. A partir de entonces, esas
funcionarías -Adriana Carranza y Alicia Chirino- iban a convertirse prácticamente en las únicas
personas en quienes Nievas iba a confiar plenamente. Ellas le informaron que el serial había
abusado de una veintena de jóvenes en lo que iba del año, principalmente en la
zona de Ciudad Universitaria, el Parque
Sarmiento y Nueva Córdoba. Y le aclararon que los casos debían de ser
muchos más, ya que eran muy pocos los abusos sexuales que se denunciaban. El
primer hecho que arrancaba la serie se había registrado el 3 de noviembre de
2002 a la noche y había tenido como víctimas a dos chicas.
El paso
siguiente que dio Nievas fue entrevistarse con los investigadores policiales del caso, quienes por ese entonces ya estaban
comandados por el comisario Vargas. Los detectives le mostraron al funcionario judicial cuatro identikits, entre los que se encontraba el del hombre con rasgos norteños y le
explicaron que era preciso determinar si el violador serial
que buscaban era uno o varios que actuaban en forma similar.
Esa misma semana. Nievas se compró tres libros con tratados completos sobre el ADN y sus ventajas en la investigación, a fin de interiorizarse en el
tema.
"Como no estaba claro si estábamos frente a un único
violador serial o a varios que actuaban de la misma forma, decidí que lo mejor
era realizar un estudio de histocompatibilidad con los restos de semen hallados
en las víctimas y en sus prendas íntimas. Eso nos iba a permitir corroborar si
se trataba de una misma persona", comenta en la actualidad Nievas, mientras revuelve un café sentado en un bar de la avenida Sabattini, a escasas cuadras de donde vivía Marcelo Sajen. "Y pensar que el
serial vivía acá nomás, cerca de casa", añade.
A los pocos días, el fiscal del Distrito 3 Turno 3 solicitó al Centro
de Excelencia en Productos y Procesos de Córdoba (Ceprocor) la realización
de ese estudio con las muestras de semen que se obtuvieron de las víctimas.
Paralelamente, entrevistó a algunas jovencitas y mantuvo diálogos con sus
familiares, a quienes les explicó que haría lo imposible para atrapar al
depravado. Si bien contaba con un reducido equipo de trabajo, Nievas sentía que estaba solo en la
cruzada.
A principios de noviembre, el fiscal decidió empapelar puntos
clave de la ciudad con el identikit del violador -que, por cierto, los medios de
prensa ya se habían encargado de difundir- y una serie de teléfonos
para que la gente llamara si tenía alguna pista. Muy pocos en la Policía
estuvieron de acuerdo con esa medida.
“La idea era sacar el rostro a la calle, había que
empapelar la ciudad, para que la gente estuviera alertada y a la vez colaborara
con la causa. Quería que el retrato se viera en todos lados y que los
cordobeses lo tomaran como propio. Parecía mentira pero en las comisarías ese identikit
ni se conocía",
explica Nievas hoy.
Empleados de
la fiscalía de Nievas comentan que el funcionario, al comienzo, tuvo que poner dinero
de su propio bolsillo para realizar las primeras fotocopias del dibujo. Otro
obstáculo para el fiscal fue la carencia de un vehículo propio para realizar
las principales diligencias. Ese auto iba a ser cedido bastante tiempo después.
"Pedí
dinero para llevar adelante una campaña informativa y digamos que no tuve todo
el apoyo necesario que se requería en ese momento. Por suerte, tiempo después,
el problema se subsanó", señala Nievas.
El identikit del violador serial empezó a circular por
todos lados, ya sea en la Universidad, en comercios, hospitales,
postes, taxis, remises y colectivos. También comenzó a ser reenviado entre los
mismos estudiantes y profesores a través de los correos electrónicos. Esto
significó un duro golpe para las propias víctimas del serial, muchas de las
cuales se enteraron de que habían caído a manos de un mismo depravado y que
ese sujeto andaba impune por la ciudad desde hacía largo tiempo.
"Esa
campaña informativa fue desacertada, porque provocó que empezaran a llover
datos truchos. La gente llamaba y decía que creía conocer al violador, cuando
no era así. Ese identikit mostraba un rostro común en Córdoba, por eso todos
creían verlo a cada rato, por lo que la investigación se terminó complicando", señalan algunos
investigadores.
No obstante, la campaña publicitaria permitió que familiares de
víctimas del serial que no habían hecho la denuncia se acercaran a la fiscalía
para dar testimonio de lo que les había sucedido a sus seres queridos.
A principios de noviembre, el fiscal Nievas mantuvo una reunión con el jefe de Policía, a quien le solicitó
que intensifique los patrullajes en la zona de Nueva
Córdoba y, en
especial, el Parque Sarmiento. "Yo trabajaba con una psicóloga que me dijo que seguramente
el violador serial, al ver que no podía actuar donde siempre lo había hecho,
se iba a trasladar hacia su zona, hacia su barrio. Y ahora que lo pienso, así
fue, porque tuvimos casos de ataques en la zona de barrio San Vicente y Altamira, que
queda cerca de donde vivía Sajen", comenta Nievas, quien por las noches recorría la avenida del Dante en su propio auto para comprobar si el patrullaje se llevaba a
cabo. "En más de una oportunidad, tuve
que tomar el celular y llamar al jefe de Policía para decirle que no veía
ningún policía en la zona", recuerda indignado Nievas. A los pocos minutos, comenzaban a verse balizas azules iluminando
la oscuridad de la avenida del Dante.
La presunción del por entonces fiscal no era errónea. Tanta
saturación policial hizo que el serial se moviera de lugar cada vez más. El 27
de noviembre a la noche, volvió a atacar en un sitio que nadie había imaginado.
El delincuente sorprendió a una chica de 27 años que caminaba
para encontrarse con su novio en avenida Patria
y calle Sarmiento, en el barrio Alto General Paz. "Caminá
o te mato", le dijo Sajen y la llevó varias cuadras hasta
el Centro de Participación Comunal (CPC)
Pueyrredón, un edificio destinado a
atender trámites municipales y que se encuentra ubicado en una calle que se
convierte finalmente en la ruta nacional 19 que va a San Francisco o a Pilar.
La joven fue violada en un oscuro sector de las adyacencias del
edificio. A pocos metros había una guardia policial que no se enteraría de la
violación, hasta que el caso tomó estado público por la prensa.
"El tipo se me apareció de atrás y me preguntó si yo
trabajaba en una oficina y si llevaba cinco mil pesos. Yo le dije que no, pero
él insistía que yo tenía plata. Me hizo que lo abrazara y me apuntó con el
arma. Tenía que mirar para la derecha y no verlo. Me dijo: 'Si pasa un policía o el CAP somos novios. No grités que yo
no te voy a hacer nada'. Tenía tonada norteña, boliviana. Me preguntó si
conocía a un tal Gustavo. Me dijo que lo acompañara unas cuadras y que después
me iba a dejar. Estaba desorientado. Me hizo doblar en un pasaje y se enojó
porque no tenía salida. 'Mirá a donde me traés', me dijo. Ahí se me cruzaron mil cosas y me largué a
llorar porque pensé que me mataba. 'No llorés que yo no te voy a hacer nada', me decía. Hizo que
dobláramos. En el camino, un perrito me peleó, me rasguñó, y él me dijo que si
me mordía lo iba a matar. Yo no tenía palabras para decirle. Llegamos a la
cuadra del CPC y, en el descampado, me violó. Tenía papada, grasa. Era un poco
más alto que yo, era robusto, pelo corto negro, tenía labios gruesos, andaba
vestido con un short de fútbol con franjas blancas, llevaba zapatillas y una
remera celeste",
relató la joven a un investigador que la entrevistó tiempo después.
La tardanza del Ceprocor a la hora de confirmarle a Nievas si se estaba en presencia de un
mismo violador serial hizo que él se quejara durante una entrevista
periodística. El hecho de ventilar esa molestia ante la sociedad provocó, a su
vez, que el Tribunal Superior de
Justicia lo reprendiera en una reunión que se realizó a puertas cerradas.
Portación
de cara
Durante noviembre y diciembre de 2003, en las calles de Córdoba comenzaron a reiterarse detenciones de todo hombre cuyas
características físicas coincidían con las del violador serial. Esta política
de cacería por portación de cara, implementada por la Policía, se
intensificaría al año siguiente y llegaría a su punto máximo con el arresto de
Gustavo Camargo, un hombre de notable parecido
al identikit y que llegó a estar preso casi
40 días, luego de haber sido señalado por una víctima de Sajen que creyó reconocerlos en una calle de barrio San Vicente. Para colmo, el hombre no llevaba
calzoncillo debajo del pantalón, lo que hizo que la Policía y el fiscal Nievas creyeran que habían dado en el
blanco.
Por aquellos días de fin de año, mientras las vidrieras de los
comercios empezaban a poblarse de Papá
Noel, arbolitos verdes y angelitos coloridos, Nievas no paraba de moverse ni de salir en los medios de prensa. A
diferencia de otros fiscales, que hacen del bajo perfil un culto, él no dudaba
en atender a todo aquel periodista que lo consultara, ya sea sobre los avances
en la investigación contra Kammerath o bien en la causa del serial. En esa
vorágine, Nievas se hacía tiempo para entrevistar
a jóvenes que, merced a la campaña informativa, se acercaban a denunciar que
habían sido violadas por el serial. También se reunía periódicamente con los
investigadores y con jefes policiales.
Nievas recuerda que les dio
instrucciones para que rastrearan a todos los delincuentes seriales de los
últimos cinco años que habían atacado en Córdoba y a sujetos que fueron
arrestados por merodeo. La decisión de investigar a los merodeadores se debía a
que en la investigación ya se pensaba que el serial efectuaba un plan previo de
seguimiento de sus víctimas y de los lugares adonde iba a llevarlas.
-Este tipo está cebado. Muy cebado y no va a parar. Lo peor
es que tengo miedo de que mate a una chica -no se cansaba Nievas de reiterarle a los policías.
Para fines de 2003, Nievas y sus hombres (y
mujeres, de la Unidad Judicial) barajaban los nombres de ocho
sospechosos. La mayoría estaba en libertad y se les había extraído sangre para
análisis de ADN. Había de todo. Uno era docente
de la UNC, otro era el estudiante de
odontología, había un enfermero que trabajaba cerca del Parque Sarmiento, un peluquero, un comerciante,
un desocupado y dos policías en actividad. Sí, dos policías. Es que muchos de
los investigadores, aunque lo niegan hoy, tenían por aquel entonces la íntima y
explícita sospecha de que el depravado era violador serial de noche, pero de
día vestía uniforme azul. La idea estaba centrada en la forma de hablar y de
actuar del delincuente, pero sobre todo porque tenía la extraña capacidad de
desaparecer de los lugares donde se hacían operativos especiales con investigadores
vestidos de civil. El razonamiento era simple: ya habían tenido un policía
violador. ¿Por
qué no podían estar frente a otro? La sola idea de que esto fuera cierto, le causaba al jefe de
Policía más que un simple dolor de estómago.
El 29 de diciembre, los ocho
sospechosos fueron sometidos a una rueda de reconocimiento de personas en la
alcaidía de los Tribunales II. La medida procesal, de la que
participaron cinco de las nueve víctimas que habían sido citadas y Javier (el muchacho que ayudó a confeccionar el identikit), se extendió durante toda la
jornada. Los imputados fueron pasando por una sala que tenía un vidrio
espejado a través del cual, en otra habitación separada, observaban las
jóvenes.
Al no ser reconocido ninguno, quienes estaban presos quedaron en
libertad de inmediato.
Sin brindis
Aquel 31 de diciembre de 2003, en varios hogares quedaron las
copas guardadas en los estantes. Ninguna víctima ni sus familias tenían motivos
para festejar el final del año y el comienzo de otro. Uno de esos hogares
destruidos estaba ubicado en la ciudad de Villa
María, al sur de Córdoba.
En la casa vivían un hombre, su esposa y su hija adolescente. En
realidad, sobrevivían. En agosto de ese año, la jovencita, quien se había
trasladado a la ciudad de Córdoba para estudiar una carrera
universitaria, había caído en las garras del violador serial. Fue salvajemente
violada y golpeada en el ex Foro de la
Democracia.
La chica era virgen. Esa noche de
viernes, luego de que el serial la amenazara de muerte y la dejara abandonada,
regresó como pudo hasta su departamento y llamó a su padre para contarle todo.
En poco más de una hora, el
hombre viajó en su auto, por la ruta nacional 9 hasta llegar a Córdoba. Entró al departamento y luego de llorar durante un largo rato
con su pequeña, le armó los bolsos y se la llevó de regreso a Villa María.
La joven no volvió a pisar la ciudad de Córdoba.
Pero el sufrimiento no se iba a
acabar con la pesadilla sufrida aquella noche. Pocas semanas después, en su
casa, comprobó que había quedado embarazada. El ginecólogo se encargó de
confirmarle el calvario que se le avecinaba.
Por decisión de sus padres,
abortó y jamás hizo la denuncia. El tratamiento psicológico no fue suficiente.
La adolescente intentó suicidarse dos veces. En ambas oportunidades ingirió
grandes cantidades de pastillas, mientras dormía en su cama. Su madre también
intentó poner fin a su sufrimiento de igual manera. Por fortuna, ambas
sobrevivieron. Hoy se encuentran bajo un estricto tratamiento terapéutico.
Aquel 31 de diciembre de 2003, mientras aquella familia
villamariense padecía el infierno en sí mismo, Marcelo Mario Sajen levantaba la copa feliz de la
vida, rodeado de sus seres queridos, brindando y festejando la llegada del
2004. Sería la última vez que celebrara el fin de año.
Soy Gustavo, el
violador serial
16.58. Domingo 4 de enero de 2004, central 101 de la Jefatura de Policía:
-Policía,
buenos días, atiende Jorgelina.
-Hola, mirá, soy
Gustavo Reyes... Soy el violador serial que andan buscando.
-¿Ah,
sí? ¿No me diga?
-Mirá hija de puta. Soy el violador serial y te voy a
cagar cogiendo a vos como lo hice con todas las demás. Te voy a hacer de todo.
Y a vos te va a pasar lo mismo, te voy a cagar cogiendo.
Cuando la oficial del servicio 101, del Departamento Centro de Comunicaciones de la Policía, que funciona
en el cuarto piso de la Jefatura, quiso realizar una nueva pregunta, el hombre
colgó. De inmediato, la policía dejó los auriculares con el micrófono incorporado
en su estación de trabajo y se levantó corriendo para contarle a su jefe lo que
había sucedido. El comisario levantó el teléfono y avisó a los pesquisas de Protección de las Personas.
Dado que el sujeto no había
antepuesto *31#, el número del
teléfono que había usado quedó registrado en la pantalla de la computadora. En
segundos, los investigadores supieron que la llamada había sido efectuada desde
un aparato ubicado en la calle Soto,
a pocos metros del Arco de Córdoba, en el barrio Empalme.
En pocos minutos, una comisión de investigadores salió disparada
hacia ese lugar y se encontró con un teléfono público ubicado en un comercio.
Los policías encararon a la dueña del negocio y desplegaron ante sus ojos el identikit del norteño.
-Mmm, sí, puede ser. El hombre era morocho y habló un
ratito y cortó.
-¿Algo más señora? ¿No hubo nada más que le haya llamado la atención?
- inquirió uno de los policías.
-Hablaba bajito, así que no se podía oír bien lo que
hablaba.
-¿Algo más? ¿Algo fuera de lo común?
-¡Sabe que sí! Me llamó la atención el hecho de que
mientras hablaba parecía sobar el teléfono, lo acariciaba con las manos... Fue
muy extraño - respondió
la mujer.
De nada sirvió que los investigadores le preguntaran si conocía a
aquella persona, si sabía dónde vivía o si alguna vez lo había visto por el
barrio. La mujer no tuvo más nada que aportar y los policías debieron retirarse
maldiciendo por lo bajo. Tampoco fue efectiva la búsqueda que desplegaron en la
zona, dando vueltas y vueltas en procura de dar con el sospechoso. Nada. Al
llamador anónimo se lo había tragado la tierra.
Hasta el día de hoy no existe certeza sobre si esa breve
comunicación telefónica realizada fue efectuada o no por Marcelo Sajen.
No obstante, investigadores de la Policía
Judicial y hasta el mismo fiscal Nievas sospechan que el violador serial bien puede haberse contactado con la Policía, en
parte para burlarse y también para demostrar cuán lejos era capaz de llegar, sabiendo que los detectives estaban muy lejos de poder
capturarlo.
"Ese llamado telefónico me dio una bronca bárbara. Porque sentí como que el
tipo se estaba burlando de nosotros. Y me acordé de la película Siete pecados capitales en la que
Kevin Spacey hace de un asesino que
va dejando mensajes a los policías que quieren agarrarlo. Bueno,
en este caso, pensé que este perverso nos estaba dejando muestras", señala Nievas.
Había dos detalles sugestivos en
la llamada: por un lado el extraño se había presentado como Gustavo, el mismo nombre que venía
usando en cada uno de sus ataques; y por el otro, el teléfono estaba ubicado en
barrio Empalme, a metros de la
avenida Sabattini, una zona que, si bien estaba
alejada de Nueva Córdoba y del centro, se encontraba
dentro de su radio de acción.
Incluso, una alta fuente del
Cuerpo de Investigaciones Criminales, de la Judicial, redobla la apuesta: señala que el
serial no sólo llamó aquella vez, sino que además lo habría hecho al menos en
dos oportunidades más al 0800 que
sería habilitado posteriormente. Esas dos llamadas se habrían producido en el
mes de diciembre de 2004.
Desde la Policía, algunos refuerzan
el misterio y comparten la tesis de que Sajen quiso burlarse de quienes lo
perseguían. Sin embargo, hay quienes desvirtúan todas estas conjeturas porque
entre el 21 de diciembre del año anterior y el 30 de marzo el serial desapareció.
Ese día volvió a atacar en barrio Observatorio.
Ese mismo enero, luego de que los
análisis realizados en el Ceprocor,
sobre restos de semen hallados en las víctimas, demostraron que el violador
serial era un solo hombre, Nievas ordenó que la Policía investigara a todos los Gustavo Reyes que existían en Córdoba y áreas cercanas.
"Visto hoy, aquel estudio del Ceprocor suena menor,
pero fue importantísimo. Y, pese a la gravedad del caso, nos trajo alivio
porque indicaba que estábamos detrás de una misma persona. Imagínate si hubiera
demostrado que en realidad había varios violadores seriales", añade Nievas.
No era
ninguna tarea fácil investigar a todos los Gustavo
Reyes existentes. El listado era enorme. Luego de
eliminar a aquellos que ya habían muerto, a quienes eran
demasiado chicos o grandes, los policías tuvieron una lista acotada que se
estrechó aún más al calcular la edad. Sospechaban, en base a
las víctimas, que el serial andaba entre los 30 y los 40 años. A lo sumo, 45 años. No podía tener más, a no ser que tomara Viagra o algún estimulante sexual semejante. Sajen consumía esa pastilla y tenía 39
cuando cayó.
En marzo, los policías detuvieron a un joven que tenía la mala
suerte de parecerse al identikit, de caminar solo por Nueva Córdoba a altas horas de la noche y, encima, de
llamarse Gustavo Reyes.
Por aquellos días, se manejaban
tres hipótesis en la causa. El violador serial podía ser:
- Un portero de un edificio, el cuidador de una obra en construcción,
o un albañil. Desde ámbitos policiales aseguran que se investigó prácticamente
a todas las personas que trabajaban en las construcciones de Nueva Córdoba.
- Un comisionista del interior provincial que Viniera a Córdoba
Capital a cobrar algún trabajo y, de paso, aprovechaba la oportunidad para
cometer una violación. Por ello es que se investigó a todos los comisionistas o
cobradores que salían en los avisos clasificados de los diarios.
- Un hombre que residiera en alguna localidad
"dormitorio" del Gran Córdoba y que viniera a trabajar a la Capital.
La sospecha era que esta persona bien podía cometer los ataques sexuales y
luego escapar hacia la terminal de ómnibus. Se apostaron investigadores de
civil en la estación, pero no sirvió de nada.
¿Qué pasó con Gustavo Reyes? Fue sometido a una rueda de
reconocimiento de personas. Ninguna víctima lo señaló y el hombre quedó en
libertad. Los resultados de su ADN terminaron por desinvolucrarlo
Mapa
El hombre fuma el cigarrillo y lo
apoya en el cenicero. Es el cuarto que prende en lo que va de la charla.
Arranca una hoja de la agenda y la pone en la mesa, mientras el humo se disipa
lentamente en la habitación. De pronto, mete la mano derecha en el bolsillo
interno del saco oscuro y saca una lapicera azul. Se acomoda en el respaldo de
la silla y, en segundos, dibuja en el papel varias rectas paralelas y
perpendiculares entre sí.
Hace varios círculos, algunos
cuadrados y traza líneas que por momentos parecen rectas y después se vuelven
curvas. "Esta es la ciudad de Córdoba, éstas son las
principales avenidas y las vías que cruzan la zona sur de la Capital", dice por fin el comisario
Oscar Vargas, quien cuando el serial era su
obsesión, se identificaba como España 1 cada vez que le daba una orden
a su grupo de detectives. A su lado, está el comisario Rafael Sosa, Portugal 1, que lo mira en silencio.
Vargas, empieza a sombrear los círculos por dentro y marca flechas, con
destreza. "Y éstas son las zonas donde actuaba el Víctor Sierra,
en todos estos sectores se movía el tipo", agrega.
España 1 dibuja el mapa de memoria. Si
quisiera, podría hacerlo con los ojos cerrados. Se nota que junto a su equipo
de trabajo dibujó varias veces ese mismo esquema una y otra vez, analizando
detalles, buscando respuestas, infiriendo deducciones.
Deja el cigarrillo y empieza a
hablar con pasión. Explica que en las primeras épocas, en los años 1991 y 1992,
Sajen atacó en la zona de Villa Argentina y de Empalme, cerca de la avenida Sabattini, a cuadras del Arco de Córdoba. Sosa lo interrumpe: "Yo conocí a una
amiga que vivía en Villa Argentina. Una noche,
mientras volvía sola a su casa, un tipo la agarró de atrás, le mostró un arma
y la quiso llevar a un descampado. Ella gritó y un vecino salió a socorrerla.
El desconocido salió corriendo y se perdió... No tengo dudas de que era Sajen".
Retoma la palabra Vargas. Explica que el violador serial
siempre se fue moviendo, cambiando de zonas de acción, cada vez que la Policía
empezaba a trabajar cerca de él. "No creo que el tipo haya contado con alguien que nos
buchoneara. Nadie ayuda a un violador. Él era un caco, un delincuente. Los
choros siempre reconocen cuando un policía está cerca, por más que lleve
uniforme o esté de civil como
nosotros. Lo huelen. Lo presienten. Y nosotros a ellos. Si estuviéramos en
un bar y entran unos cacos, seguro que se dan cuenta de que somos canas. Y
viceversa. Es como un juego, como un juego del gato y el ratón. Sajen era muy pícaro para darte vuelta y reconocerte como
cana", dice
Vargas.
Y vuelve a tomar la lapicera. "Mirá, el tipo se fue cambiando de zona de acción", dice y la ceniza
acumulada del cigarrillo cae como un cadáver sobre la hoja. "Entre el 92 y el 94
hay hechos en la zona donde se ubica la Cooperativa Paraíso. En el '96, el '97
y el '98 ataca en San Vicente, en Altamira y zonas cercanas. Después, en '99 empezó en Nueva Córdoba
y la zona adyacente al centro".
Sosa vuelve a hablar. "Sí, actúa en Nueva Córdoba
hasta que pierde. Cae en cana luego de asaltar la pizzería de la calle San Luis".
La lapicera vuelve a dibujar sobre las rayas-avenidas. "Y cuando salió en
libertad volvió a atacar en la zona de Nueva Córdoba, una zona que conocía muy
bien para moverse". Vargas vuelve a hablar del gato y el ratón. Señala que cuando los
policías coparon ese sector, el serial se mudó a la zona sur. "Fue a la zona de
barrio Cabañas del Pilar, luego a barrio Iponá, Villa Revól, barrio Jardín y
así. Siempre se fue corriendo, cada vez que nos acercábamos".
"Acordate Oscar -interrumpe Portugal 1- que después
se mandó para la zona de San Vicente y Pueyrredón". Vargas une con una línea todos los
pequeños círculos que representan las zonas donde Sajen atacó y forma un gran círculo.
"Y
vuelve a atacar en Nueva Córdoba, es el caso de la chica Ana, la del mail", señala Vargas, mientras tapa la birome y la guarda en el bolsillo de su saco
oscuro.
Pero se acuerda de algo y vuelve a sacarla. "Me olvidaba del
tema de las vías del tren", dice el comisario. Según explica, las vías eran muy usadas
por el serial. En efecto, allí cometió una de las violaciones más salvajes
contra una adolescente de corta edad. Además, por una de las vías que pasan
cerca de su casa habría escapado corriendo cuando lo buscaba toda la Policía.
"Sajen andaba por las vías, porque por allí no pueden
andar los patrulleros. Eso lo sabe cualquier choro", razona en voz alta.
Luego, agarra el papel y lo hace un bollo. Sosa es quien toma finalmente la
posta.
"El tipo nunca atacó en la zona norte de la ciudad.
Sí, atacó en los barrios Pueyrredón o San Vicente, que están cruzando el río. Pero nunca se fue al
Cerro, a Argüello o a Villa Allende. Nunca se fue a Carlos Paz. Creo que era
porque él no dominaba bien esos ámbitos y se movía con total tranquilidad en la
zona centro y sur de la ciudad, que es donde solía operar desde hacía años.
Aparte, su casa le quedaba cerca", agrega Sosa, antes de levantarse de la mesa.
Los
caminos de la bestia
"Marcelo era un desastre para recordar las direcciones. Pero
sabía ubicarse en las calles y sabía bien por dónde ir", dice Zulma Villalón, mientras recuerda detalles de la vida
cotidiana de Sajen. Hay que creerle, porque dice la
verdad.
Por un lado, basta con analizar
cómo su esposo sabía movilizarse y escabullirse cada vez que notaba la
presencia policial. Por otro lado, sirve examinar las calles y avenidas que
rodeaban la zona donde vivía para comprobar cuáles eran seguramente los caminos
que usaba para llegar en pocos segundos a los sitios donde iba a violar a sus
víctimas. Y por cierto, cuáles iban a ser los atajos para escapar ante
cualquier imprevisto.
En los últimos tiempos, Marcelo Sajen vivía en calle Montes de Oca al 2800 del barrio General Urquiza. Si quería ir desde su casa, a San Vicente o a Altamira, bastaba con que tomara la calle
Juan Rodríguez, que pasa a pocas cuadras de su hogar y así
cruzar, en una esquina semaforizada, la avenida Amadeo
Sabattini. Si quería
ir a Villa Argentina, debía bajar por Juan
Rodríguez y al llegar
a Sabattini, en vez de cruzar la avenida, giraba hacia la derecha un par de
cuadras.
Para los investigadores, tanto la
calle Juan Rodríguez como su paralela Gorriti eran una vía clave de circulación para su accionar. Varios de los
abordajes a sus víctimas fueron cometidos en ambas arterias.
Pero volvamos a su domicilio. Si Sajen tomaba la calle Montes de Oca en dirección al este llegaba, en
cuestión de minutos, al barrio José Ignacio
Díaz 1a Sección, donde
vivía su amante, Adriana del
Valle Castro.
En cambio, si salía de su casa
por Montes de Oca, llegaba a Tristán
Narvaja y en esta
calle doblaba a la derecha, llegaba a la avenida Malagueño. Esta arteria, que corre
paralela a las vías del
tren, era clave. Así podía llegar en un corto tiempo a los barrios José Ignacio Díaz 2a Sección, donde estaba el taller mecánico
de su hermano Eduardo, o bien a José Ignacio Díaz 3a Sección, donde vivía su madre y
algunos de sus otros hermanos.
Varias personas relatan que era común ver a Sajen transitar por estas calles, en auto o en moto. "Yo llegué a verlo muchas veces andando en moto por la zona
del barrio Coronel Olmedo. Varias
veces lo vi jugando a las bochas en una canchita muy conocida de esa zona", comenta un empleado de
los Tribunales II que trabaja en la planta baja. Para llegar a
barrio Coronel Olmedo a Sajen le bastaba tomar la avenida 11 de Setiembre que cruza la Malagueño y luego se convierte en el camino a 60 Cuadras.
Desde la casa de Sajen había dos caminos rápidos para
llegar hasta el Parque Sarmiento y al barrio Nueva Córdoba. Podía ir por la avenida Sabattini o por la mencionada Malagueño, donde la presencia policial es
menor. Una vez que llegaba a la avenida Revolución
de Mayo, doblaba
hacia la derecha y en cuestión de segundos llegaba al ingreso mismo al Parque Sarmiento, a la altura de la Bajada Pucará.
Por cualquiera de los dos caminos podía llegar a la terminal de
ómnibus, donde, según sospechan algunos investigadores, el serial dejaba
estacionado su auto en la playa para luego salir de cacería.
Si, en cambio, quería llegar a los barrios Cabañas del Pilar, Jardín o Villa Revol, donde cometió varias
violaciones, Sajen debía salir de su casa, tomar
la avenida Malagueño y seguir andando, en forma
paralela a las vías, hasta llegar a destino.
Finalmente,
el violador serial viajaba a menudo a la localidad de Pilar. Para llegar allí, le bastaba tomar la avenida Sabattini y dirigirse hacia el este. Así llegaba a la vieja ruta nacional 9
sur o a la autopista Córdoba-Pilar.
Inocente
a prisión
El fiscal Gustavo Nievas se despertó sobresaltado por el ruido del celular. Eran las 2 de
la mañana del martes 25 de mayo de 2004. Para que su familia no se despertara, Nievas atendió rápido. Del otro lado
oyó la voz de uno de los comisarios de Investigaciones.
-¿Qué pasa? -preguntó Nievas, con voz ronca.
-Malas noticias, doctor. Ha vuelto a atacar. Esta vez
en San Vicente. La chica tiene 16 años. Salía de un cyber y el Sierra la
agarró. La hizo caminar unas 15 cuadras y la llevó hasta un baldío de la calle
Sargento Cabral y las vías del tren. Ahí la violó. La chica le mintió
diciéndole que tenía Sida, pero el tipo no le creyó y la violó igual.
-¿A qué hora fue?
-... Entre las nueve y media y las diez de la noche.
La chica hizo ahí nomás la denuncia, junto a su mamá.
-Mire doctor, esta vez, el tipo fue más violento que
otras veces. Se nota que está sacado, nervioso. Para mí que toda esta campaña
de difusión lo está volviendo loco.
-Ok. En 10 minutos estoy allá.
Cuando el fiscal estuvo en el lugar, se encontró frente a un enorme
descampado que se abría paso delante sobre la vía. En una calle cercana, había
varios patrulleros del CAP y un móvil de la Policía Judicial.
"Fue la primera violación que cometió el serial
después de la intensa campaña de difusión que habíamos largado ese año. El tipo
se sentía acorralado y se fue de donde solía actuar a otro lado. Tal como
pensábamos, se mudó a una zona más cercana a su lugar de residencia", señala Nievas.
Si bien la impresión del entonces
fiscal es acertada respecto a que Sajen comenzó a atacar en una zona no
acostumbrada, el serial regresaría meses después nuevamente a Nueva Córdoba.
Después de realizar la denuncia,
la menor y su madre fueron invitadas a colaborar en la investigación
recorriendo la zona. Y si veían al sospechoso, debían avisar a la Policía.
Eso ocurrió el 31 de mayo al caer
la noche. Mientras la chica caminaba por la plaza Lavalle, corazón del barrio San Vicente, creyó reconocer al violador sentado en un
banco. El hombre se levantó y empezó a caminar. La chica corrió a un teléfono
público y llamó a la Policía. A los pocos minutos, un móvil policial estaba
controlando al supuesto sospechoso.
El hombre era morocho, no tenía
más de 40 años y su parecido con el identikit era extraordinario. Cuando le revisaron el
documento, los policías comprobaron que se llamaba- Gustavo Camargo.
-Así que te llamás Gustavo...,
¡mirá vos! Gustavo..., ¡qué casualidad! ¿El que llamó los otros días al 101 no
se llamaba Gustavo? -dijo uno de los policías.
-El serial, cuando aborda a las
víctimas, menciona el nombre Gustavo -añadió otro uniformado.
Camargo trató de explicarle a los policías que él no era ningún violador
y que había salido a comprar pan, pero los policías no le creyeron y lo
llevaron a la Jefatura, directamente a la División
Protección de las Personas. El hombre fue metido en una oficina y obligado a desnudarse ante
una veintena de investigadores. Todos querían ver el lunar del que tanto
hablaban algunas víctimas. Para peor, el hombre no usaba calzoncillos. Los
investigadores creían estar frente el sospechoso perfecto. Pensaban que con esa
captura, se habían acabado finalmente las andanzas del serial.
"Yo estaba convencido de que Camargo era la persona que
buscábamos. Había sido reconocido por una víctima de violación en la calle.
Pero estábamos equivocados", dice en la actualidad el comisario Nieto.
Lo que Nieto se olvida de contar es que Camargo fue sometido a un humillante
interrogatorio durante toda la noche en el que los policías lo presionaron para
que confesara: "¿De qué forma las agarrabas?";
"¿Las hacías agachar?"; "¿Gozabas?". También
hubo tiempo para las amenazas asegurándole que en la cárcel iban a violarlo
salvajemente.
Mientras la esposa de Camargo salía por todos los medios de prensa a jurar que su esposo no era
ningún violador, Nievas retrucaba que existían indicios que lo vinculaban a los casos del
serial.
En la actualidad, Nievas se apresura a explicar que este hombre no fue detenido porque
estaba sospechado de ser el serial, sino porque una víctima lo había reconocido
en plena calle. "Y el hecho de que haya estado tanto tiempo en
prisión no es culpa mía. Los análisis de ADN en el Ceprocor se demoraron más de
lo esperado",
sostiene.
Esos
estudios demoraron 38 eternos días, en los cuales Camargo debió permanecer encerrado con
presos condenados. Mientras tanto, algunos seguían investigando a otros
hombres que se llamaban Gustavo Reyes
-como
el hijo de un ex funcionario judicial-, pero mientras todos apuntaban
contra Camargo, Marcelo Sajen se encargaría de demostrarle a
los investigadores que en realidad el violador serial seguía suelto.
El 14 de
junio, Sajen abordó a una chica de 22 años en
pleno Nueva Córdoba, en el cruce de Irigoyen y San Luis (a pocas cuadras de la pizzería
que había asaltado en 1999) y la llevó hasta un baldío cercano a los Tribunales II, donde la violó analmente.
Diez días
después, Camargo no fue reconocido en una rueda
de reconocimiento de personas. Al día siguiente, Nievas recibió los resultados de un estudio de ADN del Ceprocor que le confirmaban que no era el violador serial.
Sin embargo, el fiscal dispuso que continuara detenido ya que no tenía el
resultado que le permitía confirmar si había violado o no a la menor en San Vicente.
Recién el 8
de julio, Nievas tuvo los resultados de ADN que le faltaban. Después de estar 38 días preso, Camargo recuperó su libertad.
Para
entonces, la suerte estaba echada sobre Nievas. Al descrédito público a que se vio sometido por la arbitraria
detención de Camargo, se le agregó un pedido de
renuncia por parte del vicegobernador Juan
Carlos Schiaretti, en aquel
entonces a cargo de la Gobernación.
El jueves, Nievas le dijo al flamante Fiscal General de la Provincia, Gustavo
Vidal Lascano, que
abandonaba el cargo. |
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//10 de Noviembre, 2010 |
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por
jocharras a las 11:53, en
La Marca de la Bestia |
CAPÍTULO XIV
Manual de un violador
No mirés
Con el paso de los años, Marcelo Sajen había aprendido que, para capturar a sus
víctimas, nada era mejor que sorprenderlas desde atrás mientras caminaban por
la vereda o la calle solas o acompañadas.
Siempre
abrazaba a la víctima desde atrás y le pasaba su brazo derecho por la espalda,
apoyándole la mano sobre el hombro. De esta forma, ejercía una leve presión con
sus dedos y así lograba paralizar a la mujer para tener un dominio absoluto de
la situación. Sus dedos presionados evitaban que la chica pudiera hacer
cualquier movimiento inesperado, como salir corriendo o abalanzarse sobre alguna persona que pasara a su lado.
Eso, sumado a su gran manejo de la tensión, se convertía en su seguro de vida.
Como
confirmación vale recordar lo que dijo Carlos
-el ex cómplice de Sajen- cuando contó que en las reuniones,
fiestas o cumpleaños, "Marcelo solía abrazar cariñosamente" a sus
amigas apoyándoles su pesada mano derecha sobre los hombros mientras ejercía
una fuerte presión con sus dedos índice y anular.
Mientras
abrazaba a la víctima de turno con su mano derecha, utilizaba la izquierda para
apoyarle en la cintura (en algún caso también en el cuello)
una pistola, una navaja o bien una ganzúa de las que se usan para forzar las
puertas de los autos.
Sajen tenía claro que su víctima no
debía verle el rostro. Por ello la amenazaba de muerte y le hacía poner el
cabello de tal forma que no pudieran observarlo. A veces, las hacía mirar para
el lado contrario a donde estaba él o les sujetaba el mentón o la nuca para que
sólo miraran hacia delante y para abajo.
Por lo general, mientras abrazaba
a la joven, le decía que la Policía lo buscaba y que ella debía ayudarlo a
escapar, fingiendo que era su novia.
Cuando la joven se daba cuenta de que todo era mentira, ya era tarde.
El 3 de marzo de 2003
aproximadamente a las 22, de acuerdo al expediente judicial, Marcelo
Mario
Sajen
sorprende a una joven de 17 años que acababa de salir de trabajar de una panadería
de Nueva Córdoba. Ni bien la abraza desde atrás, le dice que lo busca la
Policía y le pide que lo ayude a escapar. "Si nos para la cana, vos decí que sos mi novia.
¿Está claro?".
La chica es conducida hasta el ex Foro de la Democracia del Parque Sarmiento,
un edificio que fue construido en la década del '80 para ser centro de
convenciones, a instancias del por entonces gobernador Eduardo Angeloz. El
Foro está ubicado al lado del complejo para chicos Superpark y en la actualidad
está abandonado y usurpado. En un oscuro rincón de la parte posterior del
edificio, la joven es abusada.
Sajen aprendió que sus víctimas jamás
debían imaginarse que iban a abusar de ellas. Tampoco tenía que anticiparles
dónde las llevaba. En los casos en
que no respetó esas dos reglas, la mujer se había aterrorizado logrando, en
algunos casos, escapar. Cuando no decía que lo buscaba la Policía, le indicaba
a la víctima que se trataba de un asalto asegurándole que la llevaba a otro
lugar para que le entregara todo el dinero que llevaba. "Ya te largo en
la próxima cuadra", "una
cuadrita más y te dejo, quedate tranquila que ya te dejo",
"vamos a ir caminando como una pareja y me
vas a ir entregando la guita que llevás encima", eran
algunas de sus frases más utilizadas mientras el violador serial miraba para
todos lados, controlando que la situación no se le fuera de las manos.
La
utilización de las palabras que para sus amigas, amantes y enamoradas lo
convertía en alguien "dulce y atractivo" lo mostraba
manipulador y perverso para sus víctimas. Mientras eran conducidas hacia
oscuros descampados las amenazaba fieramente, pero si la chica se asustaba y
empezaba a llorar, cambiaba por completo sus palabras y el tono, a fin de tranquilizarla. Una vez en el lugar donde pensaba
cometer el abuso empezaba a revisarla de arriba abajo con la excusa de buscarle
dinero oculto. En la mayoría de los casos terminaba por robarles algunos
billetes, relojes, pulseras, cadenitas y anillos de oro. En realidad las
palpaba porque de esa forma se excitaba.
Además del
ex Foro de la Democracia, Sajen
solía abusar de sus víctimas en proximidades del lago del Parque Sarmiento o bien en los viejos Molinos Minetti, a unas 10 cuadras del parque. En ese edificio,
según constancias de los investigadores de la Policía Judicial, Sajen
abusó de 11 mujeres. El 7 de marzo de 2003, alrededor de las 23.30, sorprende a una chica de 21 años que caminaba
sola por la avenida Chacabuco, en el
corazón de Nueva Córdoba. Abraza a
la estudiante justo cuando cruza
la calle Derqui. Amenazándola con un
arma de fuego, la hace caminar más de 15
cuadras hasta hacerla entrar al edificio de los viejos Molinos Minetti, donde la obliga a que le practique sexo oral. Luego la penetra
analmente.
El tiempo de
duración de los ataques tenía relación directa con la tranquilidad que
experimentaba el delincuente. Si se encontraba nervioso o con miedo a ser
descubierto por la Policía, los abusos sexuales eran de corta duración;
mientras que si notaba que no existía ninguna posibilidad de que lo
sorprendiera otra persona, llevaba a cabo todas sus fantasías sexuales y podía
llegar a abusar de una joven durante más de una hora. En algunos casos llegó a estar con su víctima por casi dos
horas.
Por lo
general, hacía poner a la joven de pie y de cara contra la pared, al tiempo que
le tapaba el rostro con alguna prenda.
Las veces
que se sentía seguro de que nadie podía descubrirlo, ponía su campera en el
suelo y violaba a sus víctimas de todas las formas posibles. En numerosas
ocasiones, de acuerdo al relato de las propias jóvenes, Sajen eyaculaba en el suelo.
En este
punto, bien vale trazar un paréntesis que permite saber que la estructura
investigativa afectada a esta causa navegó (hasta el final) sobre un
terreno fangoso en el que muchas veces, por no llegar a entender el accionar de
Sajen,
se aventuraba a tomar como certezas cosas que quizás estaban lejos de serlo. El
hecho de que Sajen
eyaculara en el piso (o en la boca de sus víctimas y no en la
vagina o en el ano) y que sus víctimas sugirieran que, aunque lo
intentaba, el delincuente no podía evitar contener esa eyaculación terminó
incorporando a la causa el término eyaculador anedónico, para referirse a Sajen.
Esa
definición que se escuchó por primera vez de boca de una sexóloga en las páginas
de La Voz del Interior, fue aportada
a la causa por un médico colaborador de la Policía
Judicial. A partir de allí, se distribuyó como un lugar común entre todas
las personas vinculadas a la causa y, desde los policías de más bajo rango
hasta los fiscales y las autoridades políticas, aseguraban a viva voz (sin
tener la menor idea de lo que significaba) que el violador serial era
un "eyaculador anedónico o anadónico"
Esta
investigación habló con un andrólogo (la ciencia que estudia todos los fenómenos
biológicos en torno a los órganos sexuales masculinos) quien negó la
existencia de un problema biológico de esa índole. Se consultó a diferentes
psicólogos que también aseguraron desconocer el tema y, cuando se recurrió de
nuevo a los autores de la afirmación, se encontró con que tampoco tenían en
claro de qué hablaban.
"Creemos que él
no sentía el placer y por eso necesitaba ver la eyaculación para darse cuenta
de que había llegado al orgasmo. Nos dijeron que eso se puede diagnosticar con
ese nombre", dijo una fuente de la Judicial.
La aclaración más lapidaria al respecto fue dada por Juan Carlos Disanto, un docente de la Universidad de Buenos Aires, Licenciado
en Psicología y especialista en investigar las conductas de delincuentes y
homicidas sexuales seriales, quien es por otra parte el principal especialista
del tema en Argentina y el principal
referente de los mismos investigadores que comenzaron a reproducir aquella
frase como cierta: "Eso es poco
probable. La única persona que puede saber eso es Sajen y no está para
responderlo. No se puede especular al respecto porque sólo mediante un
tratamiento adecuado podría determinarse. Por lo demás, nunca escuché sobre ese
término".
Algo que también se sospechó en aquellos tiempos y quedó confirmado
cuando el delincuente se quitó la vida y se encontró en su bolsillo una
pastilla, fue que el violador consumía Viagra.
La hipótesis, surgió sobre la base de que en sus testimonios, las víctimas
aseguraban que el atacante llegaba a eyacular dos, tres y hasta más veces en
cortos períodos de tiempo. Los científicos consultados por nosotros
confirmaron que sólo consumiendo esa pastilla es posible lograr ese rendimiento
sexual.
Algunos
científicos auguran que esa pastilla puede llegar a modificar los promedios de
edad de los delincuentes seriales sexuales. Antes de la pastilla la edad
promedio de los autores de este tipo de delitos oscilaba entre los 20 y los 45
años. El Viagra la estiraría aún
más.
El 16 de marzo, faltando pocos
minutos para la 1 de la madrugada, aborda a una chica de 20 años, oriunda del
sur de Córdoba, en la avenida Hipólito Irigoyen, a pocos metros de la
plaza España.
la conduce hasta el Parque
Sarmiento. Pasa al lado del mástil de la avenida del Dante y, sin importarle la presencia de una barra de
jóvenes que se encontraba cerca de un bar y de varios autos estacionados con
parejas en su interior,; lleva a la joven hasta proximidades del lago de la Isla Crisol, en el corazón del Parque.
Precisamente se trata del mismo sitio donde solía pasear las
tardes de domingo con su esposa e hijos, y donde se encontró por primera vez
con quien se convertiría en su amante, Adriana
del Valle Castro. Debajo de un frondoso árbol, viola a su víctima durante un
largo rato. Luego la hace vestir, se queda con ella unos minutos y la acompaña
un par de cuadras, mientras la amenaza para que no haga la denuncia ante la Policía. Es la primer víctima de Sajen
que es besada por el delincuente, la segunda será justamente la última. Antes de separarse le dice: "Si yo quería, te llenaba de leche".
Por un lado está claro que Sajen conocía (al menos de vista) a
algunas de sus víctimas de antemano. De hecho, a varias de ellas llegó a
decirles que las observaba siempre en la zona de Nueva Córdoba y les conocía sus rutinas. Se trataba de jóvenes que
regresaban de la facultad o bien salían del trabajo, del gimnasio o un
cyberbar, y siempre hacían el mismo camino a casa, a la misma hora. "Mi
marido solía ir de día a Nueva Córdoba para hacer trámites o para averiguar
por los autos en venta que salían en los clasificados del diario",
comenta Zulma Villalón.
Según dicen los investigadores de la Policía, el conocimiento que Sajen
tenía de Nueva Córdoba se debía al
hecho de que él deambulaba por esas calles supuestamente en busca de autos estacionados
para robar. "Es sabido que recorría esa zona para levantar
coches. De hecho no por nada andaba con una ganzúa en sus manos. Con ese fierro
amenazaba a las chicas y a la vez levantaba autos", señala
el comisario general Pablo Nieto.
Los investigadores sospechan que "mientras buscaba coches o
asaltaba negocios", aprovechaba para violar mujeres.
También está claro que Marcelo Sajen conocía de antemano, y a la perfección,
los lugares adonde llevar a sus víctimas. Si bien mientras caminaba con ellas
fingía estar perdido y preguntaba por el nombre de las calles, no hay dudas de
que conocía perfectamente cada arteria, sabía exactamente qué camino hacer y a
qué descampado dirigirse, para dar rienda suelta a su ferocidad.
Conocía las entradas, las salidas y los rincones de los Molinos Minetti, los predios del ferrocarril Mitre (ubicado al frente), el Parque
Sarmiento, el ex Foro de la
Democracia, la pista de patinaje, y descampados próximos al Palacio de Tribunales II (frente
a la estatua de Domingo Faustino Sarmiento) u otros ubicados en las
adyacencias de la Costanera o al Centro de Participación Comunal (CPC)
del barrio Pueyrredón, por citar
algunos.
"El tipo tenía
evaluado su nivel de riesgo. Nunca iba a violar en un lugar que no conocía de
antemano. Necesitaba sentir que tenía todo bajo control y para eso tenía que
conocer el lugar en el que se encontraba. Tenía que estar oculto, ser oscuro y
tener rápidas vías de escape. Además, era muy ágil para correr y saltar paredes",
señala un detective de la Policía Judicial.
El 5 de abril, alrededor de las 22.30, el violador serial sorprende
a una chica salteña de 23 años mientras estaba por cruzar una calle en Nueva Córdoba. La amenaza, le pone un
arma en la cintura y le dice que sólo quiere su dinero. Primero la lleva hasta
un oscuro pasillo ubicado en proximidades del colegio Taborín, en la avenida Amadeo
Sabattini. Mientras manoseaba a la joven pasa un muchacho caminando, por lo
que Sajen
toma a la chica y se la lleva directamente hasta la pista de patinaje del Parque Sarmiento, ubicada a un par de
cuadras. Amparado por la oscuridad del lugar, sobre un montículo de tierra y
debajo de un árbol de frondosa copa por el que no se colaban las luces de los
edificios ubicados al frente, el violador serial abusa de la joven durante una
hora. Una vez que termina, sale
corriendo y se pierde en la avenida Poeta
Lugones, sin que la víctima pueda ver para qué lado huyó.
Al momento de cometer las violaciones, Sajen actuaba de igual forma que
cuando llevaba abrazadas a sus víctimas por la calle. Esto es: fluctuaba
permanentemente entre la bestialidad y las palabras tranquilizadoras. Sin
embargo analizando con detenimiento las violaciones, se pudo saber que el
contexto (generalmente condicionado por la actitud de la víctima)
modificaba la actitud de Sajen.
Cuando las
mujeres se resistían a ser atacadas de manera brusca, Sajen respondía con la misma
fiereza y era capaz de golpearlas brutalmente. En cambio, cuando la resistencia
de las jóvenes se asemejaba a un ruego, a un pedido desesperado de piedad, Sajen
sufría una especie de disfunción eréctil que le impedía mantener su erección.
En muchos de esos casos y por este tipo de circunstancias, el delincuente tuvo
dificultades de penetrar analmente a las mujeres que tenía dominadas.
Uno de los psicólogos de Policía Judicial que más trabajó en
torno al análisis de estos episodios nos sugirió que su idea personal era que
si Sajen
fue un chico abusado (se refiere no sólo a abusado sexualmente,
sino también a la violencia familiar que puede haber sufrido en su infancia),
esa disfunción puede haber sido una señal que le recordaba a sí mismo pidiendo
piedad a su propio victimario.
El 14 de abril (otra vez el día antes del
cumpleaños de su hija mayor y a pocas cuadras de su casa de la infancia, sobre
la calle Juan Rodríguez ), pocos minutos después de la hora 20, el delincuente reduce a
una chica de 17 años que acababa de salir de un colegio del barrio San Vicente. Con el arma apoyada en la
nuca, la adolescente de 17 años es conducida a un descampado ubicado a la vera
de las vías del tren, a metros del cruce con la calle Juan Rodríguez . Durante
la violación, la joven alcanza a zafar, se pone de pie y empieza a golpear al
serial. Forcejean unos segundos y Sajen logra tumbarla mediante golpes en el
rostro sobre una toalla que antes había tirado en el suelo. Una vez en el
suelo, le pone un trozo de vidrio en el cuello y vuelve a abusar de ella. En un momento, el depravado
advierte los destellos amarillos de la baliza de un camión recolector de basura
que pasa a pocos metros. Se detiene por un momento y reanuda la violación, una
vez que el vehículo se ha marchado. Cuando la víctima testificó aseguró que el
trapo que Sajen
tiró al suelo era una toalla oscura con la imagen del Ratón Mickey, muy parecida a la que algunos años antes, Sajen
le habría regalado a su segundo hijo varón para su cumpleaños junto con un kit
completo de productos de Mickey
En la mayoría de los casos, las víctimas describieron que usaba
ropa deportiva, jeans, bermudas, buzos y una gorra blanca con la que ocultaba
su rostro. Varias veces anduvo con ojotas y no dudó en usar camperas inflables
(de
aquellas que parecen una bolsa de dormir), a pesar de las altas
temperaturas del verano. Según señalan los investigadores, llevar campera le
permitía esconder con facilidad cualquier arma o bien modificar su apariencia
si debía escapar de la Policía ante cualquier contingencia. Es decir, si una chica alcanzaba a escapar, era probable que le
dijera a la Policía que el violador andaba con campera. Para cuando los móviles salieran a buscarlo, él ya se habría
cambiado de ropa.
Jamás se
disfrazó de albañil, de médico o de enfermero, como supusieron en su momento
algunos detectives abocados al caso. Sí solía andar con una mochila, en cuyo
interior nadie sabe qué llevaba.
Por lo general, a la hora de
violar a una mujer, no se bajaba por completo los pantalones, por las dudas
tuviera que escapar ante una eventualidad. Sólo si se sentía tranquilo,
sabiendo que no corría riesgos, se desnudaba de la cintura para abajo. En esos
casos, supo obligar a sus víctimas a que le besaran un lunar que tenía en el
muslo derecho.
El 1" de mayo, cerca de las 20.30, abusa de una joven de 19
años, oriunda de un pequeño pueblo del interior cordobés, en un baldío ubicado
a pocas cuadras de los Tribunales II,
en proximidades de la estatua de Domingo
Sarmiento ubicada en la avenida Pueyrredón,
en el barrio Güemes. La joven había
sido abordada mientras caminaba sola por la esquina de la calle Duarte Quirós y la Cañada. Durante la violación, Sajen se desnudó casi por completo, pero le
dijo que no podía terminar porque estaba nervioso. A la hora de formular su
denuncia, la víctima relató que le llamó la atención la vestimenta que llevaba
el hombre. Luego de abusar de la chica oral, vaginal y analmente, el serial le
dio dos pesos para que se tomara un taxi y pudiera volver a su casa.
Por lo general, las víctimas elegidas por Marcelo Sajen tenían un perfil determinado.
No tenían más de 25 años, eran menuditas, delgadas, de espaldas pequeñas y con
cola llamativa. La mayoría tenía un
rostro con facciones delicadas, tez blanca, pelo castaño o rubio y por lo
general largo hasta los hombros. Ninguna tenía que ser más alta que él (Sajen medía casi 1,70 metro). En este
sentido, investigadores de la causa resaltan el parecido físico de estas víctimas
con la esposa de Sajen, Zulma Villalón, cuando era adolescente. En
esta línea de análisis infieren que Sajen veía -o buscaba- en sus
víctimas a la Zulma de años atrás.
Señalan que el violador serial llegaba a tratar a varias víctimas como si
fueran novias sumisas con quienes quería pasar largo tiempo. Si eran vírgenes,
más se excitaba.
En varias oportunidades, el violador serial permaneció un buen
lapso Acostado en los baldíos junto
con ellas, mientras les prodigaba palabras cariñosas y les decía que tuvieran
cuidado de andar solas por la calle no vaya a ser cosa que las sorprendiera un
degenerado. Hubo casos en los que llegó a decirles: "Qué
lindo sería poder estar con vos en una cama, pero bueno, eso no se puede".
Vale reiterar que luego de cometer algunas violaciones, acompañó
a las jóvenes por varias cuadras, sin dejar de abrazarlas. Esto tiene dos
lecturas. Algunos creen que lo hacía para cerciorarse de que no iban a buscar a
un policía de inmediato para hacer la denuncia, lo que le daba tiempo de
escapar. Sin embargo, no es descabellado pensar que Marcelo Sajen completaba así una
fantasía de ser por un momento el novio de esas inocentes víctimas a quienes
les acababa de marcar la vida para siempre. En uno de esos episodios tuvo la
"delicadeza" de acompañar a su víctima, detener un taxi,
abrirle la puerta del mismo y saludarla antes de escapar.
Los
psicólogos que analizaron su caso, resaltan que el violador serial justificaba
sus ataques sexuales y disolvía cualquier tipo de culpa, diciéndole a sus
víctimas: "Bueno, de última sólo nos echamos un
polvo, qué tanto". Incluso, según estos profesionales, él
trasladaba la responsabilidad de lo que había sucedido a la presa de turno:
"Es tu culpa tener una cola tan linda".
El 4 de mayo, ataca a una chica de 20 años, oriunda de una
provincia vecina a Córdoba y, luego
de recorrer más de 10 cuadras, abusa de ella en el mismo baldío de la avenida Pueyrredón donde había atacado a otra
mujer tres días antes. La joven es violada contra una pared y luego en el
suelo. Al terminar, Sajen se lamenta de no tener otro lugar para
estar junto a ella. Luego, le
pregunta hacia dónde quería ir y la amenaza con que no le cuente a nadie lo que
ha sucedido. "Se van a reír de
vos, porque me prestaste la cola", le dice. Según relató
luego la joven a un policía, a los tres meses, el violador fue al negocio donde
trabajaba en pleno centro de Córdoba
y le preguntó por el precio de un par de zapatillas. "Vos no te acordás de mí, pero yo sí me acuerdo de
vos. Chau, hasta mañana", le dijo antes de
abandonar el local.
Hoy se sabe que Marcelo Sajen se movía con total naturalidad por las
calles de Nueva Córdoba, sin
importarle que hubiera muchas personas ya sea en la calle o bien en los bares o
boliches existentes en el corazón del barrio.
De todos
modos, por lo general, abordaba a sus víctimas en los sectores más alejados de
la barriada, allí donde las calles son más oscuras, las obras en construcción
abundan y los cyber y locutorios telefónicos están casa de por medio. No le
importaba en absoluto que hubiera gente en las proximidades cuando abrazaba a
la víctima elegida: sabía que pasaba tranquilamente sin ser advertido, como si
fuera el novio o un cariñoso amigo. ¿Cuántos ataques
se hubiesen evitado si la Policía de calle hubiera tenido al menos este
insignificante dato?
Además, el serial sabía zafar de
situaciones inesperadas, como cuando alguna joven lograba escaparse y corría a
buscar ayuda. En esos casos, la
insultaba a los gritos ("loca de mierda, es la última vez que salimos
juntos", vociferó una vez) y se alejaba caminando como una persona
más. En otra oportunidad, mientras llevaba a tres chicas hasta el Parque Sarmiento se cruzó en el camino
con un automóvil cuyo conductor empezó a decirle piropos a las jovencitas.
"Ellas vienen conmigo, así que váyanse nomás", dijo Sajen
en un tono tal que hizo que el auto se marchase rápidamente.
El 11 de mayo, poco después de
las 22.30, sorprende a una joven de 25 años en la zona de Nueva Córdoba y la hace recorrer un largo trecho hasta violarla. En el camino, la chica ve que a lo
lejos venía su hermano caminando y, sin darse cuenta, se lo dice a Sajen,
quien la hace doblar rápidamente en una esquina. El muchacho recién se enteraría de la violación, una vez que su
hermana regresó al departamento, completamente destruida.
A pesar de la escasa presencia policial en la zona de Nueva Córdoba en aquel 2003, el
violador serial supo cruzarse en más de una oportunidad con un policía o con un
patrullero mientras llevaba a su víctima rumbo a un descampado. Varias jóvenes
relataron que, si bien el depravado solía estar nervioso y miraba para todos
lados cuando las llevaba, jamás se alteró demasiado al toparse con un hombre de
azul. En una oportunidad, pasó junto a un móvil del CAP abrazado con una estudiante, que no atinó a hacer ningún gesto
porque estaba amenazada de muerte. Otra vez, mientras caminaba por la calle Rondeau sujetando a una chica de unos
20 años, pasó tranquilamente al lado de un policía que, handy en mano, hacía
custodia en una esquina. "Eso demuestra
que Sajen sabía actuar. Si hubiera
cruzado la calle, si se hubiera dado vuelta para caminar hacia el lado
contrario, si se hubiera puesto nervioso, ahí se habría comportado en forma
sospechosa y el policía podría haberlo parado", admite un
investigador de la Policía Judicial y agrega: "Sin embargo, el serial siguió
adelante con su plan, fue al descampado y violó a la mujer".
Otro caso
que causó asombro respecto a cuán lejos estaba dispuesto a llegar Sajen,
se produjo durante una violación en el Parque
Sarmiento. Mientras la chica era abusada detrás de unos arbustos, vio los
fogonazos azules de un móvil policial que pasaba a pocos metros. El serial le
tapó la boca con una mano, mientras que con la otra le apoyaba una pistola en
la sien. El patrullero pasó lentamente. Una vez que estuvo lejos, la violación
prosiguió.
Bien vale
aclarar que al momento de 2003, ningún policía del CAP que patrullaba la zona tenía un conocimiento acabado sobre la
existencia de un violador serial. La noticia era increíblemente propiedad
exclusiva de un par de investigadores de la División Protección de las
Personas.
En las
comisarías, en los patrulleros, en los puestos de custodia en las esquinas,
ningún uniformado común lo sabía. O
si lo sabía, nadie le había dado directivas expresas o las características del
sujeto, lo que para el caso era lo mismo. Sajen se movía enfrente de ellos, a espaldas
de ellos, junto con ellos y nadie lo veía.
Ante esta
situación muchos llegaron a pensar que Sajen bien podría haber contado con la
supuesta complicidad de algún efectivo de la fuerza. "¿Proteger a un
violador? Eso es un disparate. Ahora, si contaba con complicidad de algunos
policías que lo conocían por ser ladrón de autos, es otra cosa. De todos modos,
no tenemos pruebas concluyentes para afirmar que Sajen, como levantador de autos,
haya contado con ayuda policial", opina el comisario Eduardo Bebucho Rodríguez , quien por esas
cosas de la vida - que en la historia de
una institución como la Policía, tienen poco de casualidad y mucho de intrigas
y conveniencias- terminaría, después de pasar tres meses
castigado al frente de la Unidad
Departamental Cruz del Eje, convirtiéndose en el jefe de la Dirección General de Investigaciones
Criminales.
Su
nombramiento se produjo después de que Nieto
fuera desplazado en el marco de una masiva purga, que incluyó a toda la plana
mayor de la Policía, dispuesta por De la Sota tras un acuartelamiento
policial en reclamo de mejoras salariales y por la fuga del Porteño Luzi del penal de Bouwer.
A lo largo
de los trece días que siguieron a la fuga de Martín Luzi, ocurrida el 12 de agosto de 2005 y hasta su recaptura
el día 25 del mismo mes en la localidad de Vinchina,
La Rioja, Rodríguez pasaría de ser
casi un paria de la Policía, a convertirse en el principal artífice de su
propia recuperación.
La
permanente sospecha sobre la posible connivencia de Sajen con algunos miembros de la
Policía será analizada páginas más adelante.
El violador serial, volviendo a
aquellos meses en Nueva Córdoba, se
sentía tranquilo mientras acechaba en las calles. Jamás temió pasar frente a
edificios oficiales y que contaban con uniformados de custodia, tales como la Delegación Córdoba de la Policía Federal,
Gendarmería Nacional, la Side, los Tribunales Federales, los
Tribunales I e incluso la Policía
Judicial.
El 27 de mayo, a las 22.20, el violador serial abraza a una chica
de 23 años, oriunda del interior de Córdoba,
y que hacía pocos minutos acababa de salir de un gimnasio de la calle Corrientes, en el centro de Córdoba. Rápidamente la lleva caminando
en dirección al río Suquía. En el
recorrido, el depravado ve un patrullero, pero ni se inmuta y pasa al lado
caminando junto a la joven. Se dirige hasta la Costanera y, en proximidades del puente 24 de Setiembre, contra un
muro y a metros de las chozas de unos cirujas, viola a la mujer. Durante el
tiempo que dura el ataque, la chica no deja de oír autos y gente caminando que
pasan sin cesar por la Costanera.
Los investigadores señalan que Marcelo Sajen era un violador por poder,
refiriéndose a qué era lo que le otorgaba satisfacción en sus ataques. En este
punto entienden que su método de ataque incluía situaciones que de alguna
manera incrementaban el placer que sentía al ejecutarlo. Se podría decir que él
disfrutaba de la situación de poder que ejercía sobre la víctima desde el
momento de su captura y que esa sensación se acrecentaba al pasearse por
lugares abarrotados de gente, cerca de móviles policiales, etc. Como si el
desafío a las personas que debían descubrirlo le diera un valor agregado a su
excitación.
En el mismo contexto -como ya se ha descrito-, cuando las
víctimas pedían piedad, él tenía dificultades para mantener su miembro eréctil.
Esta particularidad hizo especular a los investigadores que Sajen
quizás podría haber sido víctima de abuso, entendiendo que, al escuchar los
ruegos de piedad, algo se activaba en su memoria (¿sus propios gritos de
piedad? ¿Los de alguien cercano?), provocándole ese tipo de disfunciones.
El 4 de junio, alrededor de ¡as 22.20, reduce a una joven de 21
años a quien venía siguiendo desde hacía cuatro cuadras a lo largo de la
avenida Chacabuco, en proximidades
de la plaza España. Intenta
robarle, pero ella no tenía dinero. La conduce hasta el ex Foro de la Democracia, donde termina obligándola a que le practique
sexo oral. Antes de escapar, la amenaza para que se quede quieta durante unos
cinco minutos.
A la joven la llamaremos Lucrecia. A continuación se reproduce,
en base a un registro escrito, parte de una entrevista grabada que un
investigador de la Policía Judicial
mantuvo con ella meses después del ataque.
La historia de Lucrecia
-Bueno, quiero que haya quedado claro Lucrecia. Vamos a volver la
película para atrás y vamos a apelar a tu buena memoria. Contanos cómo era tu
vida, lo que vos hacías, con quién vivías...
-Siempre
viví en el mismo domicilio, con mi mamá, mi abuelo y mi hermano.
-Contame Lucrecia, ¿y qué hacías?
-Yo estudiaba en la facultad y trabajaba
como maestra particular de lunes a viernes. Primero daba clases y luego, a la
tarde, me iba a la facultad.
-¿En qué te ibas al centro? ¿En colectivo?
-En el colectivo C3 o en el C5. A veces me
iba caminando a la Universidad y me volvía caminando.
-¿Y de la facultad salías tarde?
-Sí, a las 23 horas. Tomaba el colectivo
siempre. A veces cuando se me pasaba o hacía frío, como no me gustaba esperar,
me iba caminando hasta la plaza España. Pero ese día no conseguí cospeles.
Entonces seguí caminando. Yo siempre solía volver de la facultad con mi novio.
Pero ese día, él justo no había ido a la facultad. Yo salí antes de clase y
decidí volverme sola.
-Aparte de no tener cospeles ese día, ¿te pasó otra cosa atípica?
-No
-¿Y con tu novio a dónde solías ir los fines de semana, por ejemplo?
¿Iban a bailar?
-íbamos a comer afuera. O íbamos al shopping
Patio Olmos, o a una parrillada en la Maipú o a una heladería.
-¿Has dejado algún curriculum en alguna empresa alguna vez?
-Sí, en varios lados.
-¿Y dejaste fotos en los currículums?
- Sí, varias veces.
-¿Y alguna vez tuviste algún problema?
-No, nunca.
-¿Alguna vez tuviste algún problema con alguien del grupo de la iglesia a
la que vas?
-No, es un grupo muy bueno.
-Y cuando andabas en la calle, ¿tomabas cualquier Remis o alguno en
particular?
-Cualquiera, el que pasara.
-¿Ibas al banco a pagar algunos impuestos? ¿Tuviste algún problema con
algún cajero?
-No, jamás.
-¿Cuántos años tenés?
-22 años.
-Bueno Lucrecia, necesito que me orientes sobre aquel día, desde el
momento que esta persona te agarra hasta que te deja libre, el tiempo que
transcurrió, sé que los momentos difíciles parecen eternos y los felices son
cortitos.
-Yo salí de la facultad y pasé por la plaza España.
Bajé por la Chacabuco y crucé frente a un bar. Ahí, cerca de un quiosco de
revistas, me pareció ver a alguien raro que me estaba mirando mucho. Ahí
preguntó, algo en el negocio que vende cospeles...
-Te pareció sospechoso.
-Lo vi ahí y me dijo algo. Lo miré y se
levantó.
-¿En San Lorenzo te aborda?
-En Obispo Oro. En un momento, me agarran de
atrás. Yo pensé que era mi novio. Eran como las 10 y 25 de la noche.
-¿Y cuándo te deja libre?
-Y, como a las 11 menos cuarto.
-Con el autor, ¿el tiempo pasó rápido?
-Sí. Me tomó y aparecimos en el Foro.
-¿Y ahí es donde te somete?
-Sí.
-Hay algo que nunca comentaste o que consultaste con tu almohada y no
te animaste a decirlo a la persona que te tomó la declaración?
-No, yo lo dije todo como te lo cuento a vos.
-O sea que no hay nada que te haya quedado para vos sólita.
-No.
-¿Hay algún detalle que a lo mejor no dijiste, como una mancha que él
tiene en su miembro? ¿Había luz?
- Sí, se veía perfecto. Lo que pasa es que
estábamos en una lomadita al oscuro, pero había luz del edificio que está
abandonado y que tiene luz al costado.
-¿Y esa mancha te llamó la atención? ¿Estaba en la punta, en un costado,
en todo el miembro?
-No era una mancha de cicatriz. Estaba en el
tronco, por ahí...
-¿Algo más que te acuerdes?
-Ahhh, se bajó el cierre, no se bajó el
pantalón.
-¿Intentó sacarla, bajándose el cierre?
-Sí. Y me hizo hacerle una fellatio.
-¿Tenía una conducta violenta, verbal o físicamente?
-Cuando yo me tropecé, me dice:
"¡Che boluda, qué hacés!". Pensó
que yo me quería escapar. Porque me hizo subir por una canaleta que estaba con agua.
Y yo pisé una botella y me resbalé.
-¿Vos tenés la sensación que él conocía el lugar a donde te llevaba?
-No sé. Daba la sensación que estaba
buscando otro lugar. Porque primero fue costeando como yendo para la terminal
de ómnibus, pero después se volvió y me llevó para el otro lado.
-Vos Lucrecia dijiste, cuando declaraste por primera vez, que él tenía
una campera azul como la que usan los policías.
-Sí, esa que por dentro es naranja y tiene
un avioncito.
-¿Tenía algún olor especial? ¿Alcohol? ¿Cigarrillo?
-No, tenía mucha pinta de policía.
-¿Te parecía que era una persona limpia?
-Ajam.
-Respecto a esa sensación de que te parecía un policía, ¿la tenés de
aquella vez o es por lo que se ha hablado en la prensa, en los diarios?
-Es por la forma en que él hablaba. Cuando
íbamos caminando, por ejemplo, me decía: "¿Cuál
es tu gracia?". Mi papá es policía
y siempre usa esas palabras. Él hablaba como un lenguaje de policía y tenía
tonada de cordobés.
-Bueno, te voy a decir que nosotros tenemos la tonada muy marcada. Uno
no nota la diferencia como si hablara con un vecino. ¿Viste si tenía un arma?
-Claro. En un momento, la deja.
-¿Vos sabés la diferencia entre las armas?
-Sí. Era como la de la Policía. Pero esa
estaba despintada. Era como plateada, pero estaba oxidada, como vieja y pintada
encima.
Sospecha
Como era de
esperar, los primeros investigadores que tomaron el caso del violador serial en
2003 empezaron a considerar la posibilidad de que el depravado fuera un policía. "Si ya tuvimos un Machuca, bien
podíamos tener otro de ese tipo en nuestras filas. Y reconozco que eso nos
desesperó mucho", confiesa un alto integrante del área de
Investigaciones.
Las sospechas
de los pesquisas se basaban básicamente en tres puntos: la forma en que el
violador hablaba y se movía (el hecho de palpar a las jóvenes, por
ejemplo), el uso de una pistola calibre 11.25, que a los ojos de un
inexperto se confunde con una 9 milímetros y, por sobre todo, el hecho de
dejar de atacar aquellas noches que los detectives tendían una celada con
mujeres de anzuelo y policías de civil mezclados en distintos sitios, ya sea
como mozos en los bares, recolectores de basura o simples vecinos esperando el
ómnibus.
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