CAPITULO VI
De regreso
Volver a los 23
A la par de su vida como marido, como hijo y como padre, Marcelo Mario
Sajen mantuvo otras vidas a las que podría llamarse paralelas. Sin
embargo, no debe entenderse que alguna de ellas estuviera (para su entorno) en
contradicción con la imagen de marido e hijo trabajador, padre cariñoso y
hombre exitoso que todas las personas que lo quisieron insisten en adjudicarle.
Dentro de Marcelo Mario Sajen coexistieron también un
conquistador de mujeres y un experimentado delincuente, perfiles que, si bien
eran conocidos y aceptados por parte de su entorno, terminarían conjugándose
para que, de la totalidad de personas que lo conocían, ninguna estuviera en
condiciones de saber quién era él en realidad.
A la larga, ése sería el secreto que le permitiría concretar
dos cosas que podrían considerarse imposibles para alguien normal: en primer
lugar, convertirse en el delincuente sexual más importante de la historia de Córdoba -y uno de los más importantes del
mundo-, sin que las fuerzas encargadas de investigarlo fueran capaces,
si no de atraparlo, al menos de vincularlo a esos hechos y, en segundo lugar,
hacer que todas las personas que decían conocerlo, trabajar con él, hacerle de comer
y hasta dormir con él, no tuviesen la más mínima sospecha de que él era ese
delincuente sexual que, por otro lado, todos ellos aborrecían.
El proceso fue lento pero sistemático y contó con la aprobación
(o
la aceptación silenciosa) de todas sus personas cercanas, quienes de
una u otra manera fueron cómplices de la construcción de esas existencias que
llamamos paralelas y que, si bien parecen haberse intensificado a partir del
año 1997, definitivamente tienen sus orígenes muchos años antes.
¿Cuándo? Quizás cuando logró
convencer a todos los que estaban cerca de él -incluido el Servicio
Penitenciario- de que su primera víctima de violación había sido en
realidad su novia; o cuando, escondiéndose de su padre, comenzó a delinquir; o
cuando decidió encarar una vida que evolucionó al margen de la de su familia,
llegando a tener amantes con las que mantuvo relaciones a las que casi podría
llamarse "de pareja", construyendo una familia paralela y
erigiéndose en dos barrios vecinos como esposo, padre, ladrón y vendedor de
autos, etc.
En el nombre del padre
Hay acontecimientos que modifican nuestra vida para siempre.
Circunstancias que, por más que intentemos dejar atrás, nos dejan una marca que
nos impide volver a ser lo que alguna vez fuimos. La cárcel cumplió ese rol en
la vida de Sajen.
Independientemente de que un análisis objetivo de la vida de
este sujeto en su primera etapa carcelaria lo muestra como un beneficiado por
el Servicio Penitenciario, todos los
que lo conocieron aseguran que el hombre que salió de la cárcel en libertad
condicional el 13 de setiembre de 1989 no era el mismo que habían visto entrar
tres años y unos meses atrás.
"Se volvió más
callado, dejó de hablar de sus cosas y casi diría que se hizo un poco más
triste", comenta su hermano Eduardo.
"Lo que
Marcelo
sufrió ahí no tiene nombre", señala Cacho Cristaldo, sumándose así a las
afirmaciones de quienes insisten en un detalle vinculado al estado de ánimo de
su amigo: se convirtió en una persona introvertida.
La explicación de ese oscurecimiento del ánimo de Sajen
quizá se deba a que -según cuenta un hombre que ya cumplió varias
condenas y actualmente se encuentra preso en la Penitenciaría del barrio San
Martín- "cuando se está
dentro de la cárcel, nada es más importante que salir, quedar en libertad".
Pero la libertad nunca llega sola y es común que, al cruzar la puerta que los
retiene dentro de los muros, los presos deban enfrentar el desafío de seguir
viviendo dentro de una sociedad que no se muestra preparada para ofrecerles una
alternativa.
Con sólo 22 años, al quedar en libertad Sajen era ya padre de tres niños
y cargaba sobre sus espaldas con un prontuario lo suficientemente complejo como
para impedirle conseguir un trabajo estable. Entonces, decidió vivir del oficio
que su padre le había enseñado, y lo hizo de la mano de la mujer que le había
ayudado a resistir su cautiverio.
Marcelo y Zulma
compraron una casa prefabricada en barrio Io de Mayo de la ciudad de Córdoba, e instalaron una verdulería.
En realidad, todos los Sajen se habían mudado de Pilar a la Capital.
"Marcelo iba a las 4 de
la mañana al Mercado de Abasto y
volvía cerca de las 8 para descargar todo. Desayunábamos juntos y nos poníamos
a trabajar", recuerda Villalón,
quien evoca aquellos años con melancolía y los define como una de las etapas
más felices de su vida. Incluso señala que fue entonces cuando llevó con su
marido "una vida normal".
"Todo estaba bien
porque el negocio funcionaba, pero le teníamos miedo a los asaltos, así que el
barrio nos fue desencantando. En esa época empezamos el ritual de ir al parque
Sarmiento los domingos con los chicos y vivimos una etapa muy linda",
dice Zulma, quien recuerda que las
cosas se complicaron porque en dos ocasiones intentaron robar la verdulería en
momentos en que Marcelo
no estaba y eso los obligó a mudarse.
Zulma y Marcelo
se instalaron en barrio Acosta, en
una casa que pertenecía a los abuelos de la madre de él y que estaba ubicada
sobre la calle Estados Unidos
esquina Callao. Luego volvieron a
mudarse, a finales de 1990, a una casa -habitada en la actualidad por la hija mayor
de Sajen- en la calle Ambrosio Olmos al 2700, de barrio General Urquiza.
"Por esa época
habíamos comprado una chata -recuerda Zulma- y decidimos 'encargar' a nuestro cuarto bebé.
En el nombre del hijo
La historia del serial está íntimamente ligada a la de su
padre. Mientras los hermanos Leonardo,
Eduardo, Luis y Luca fueron
siempre los hijos preferidos de su madre, Marcelo, Daniel
y Stella Maris eran los más
protegidos por su papá. Como todo matrimonio, los padres de estos chicos
soñaban con cosas grandes para ellos.
Que Leonardo
fuera futbolista, que Marcelo siguiera con el trabajo de su padre,
que Eduardo -desde los 15 años empleado en una
fábrica de baterías- formara familia, que Stella se casara con un hombre honesto y que Daniel se convirtiera en abogado.
Sin embargo, las cosas no salieron como se esperaba y eso
produjo una gran decepción en don Leonardo
y en Rosa, quienes además debieron
presenciar cómo varios sus hijos se "descarrilaban".
Del mismo relato de los hijos se desprende que la familia
tenía una cierta dependencia hacia su padre, que era quien aportaba soluciones
y trabajo para todos. En ese sentido los hijos del Zurdo Sajen dicen haberse acostumbrado
a eso hasta el punto que -como cuenta Eduardo- cuando su padre
sufrió un problema que le impidió trabajar con normalidad, los hermanos "no
supieron cómo vivir".
Para recordar aquel episodio es necesario remontarse a
tiempos anteriores a la etapa en prisión de Marcelo. Un día, don Leonardo decidió reparar una camioneta
que estaba "parada" desde hacía tiempo. Con la ayuda de sus hijos,
intentó remolcarla con otro vehículo y para eso ató una soga a la vieja chata.
La idea era arrastrarla unos metros para ver si arrancaba.
Marcelo manejaba la pick up que iba adelante y
Leonardo conducía la de atrás. El
padre de ambos quedó parado en el guardabarros trasero del primer vehículo. En
un momento, le gritó a Leonardo que
frenara, pero quien obedeció la orden fue Marcelo. La camioneta que iba atrás siguió
andando y le aplastó un pie, destruyéndoselo. Don Leonardo tuvo que dejar de trabajar por varios meses y entró en un
período de depresión.
Daniel lo explica
de esta manera: "Cuando mi papá
enfermó nos fuimos cayendo todos. Nos quedamos sin la guía que nos ayudaba a
vivir. Él solía decir: 'Yo pude mantener a siete y siete no me
pueden mantener a mí'. Como no teníamos
qué hacer en Pilar y la verdulería no funcionaba, nos volvimos todos a Córdoba".
"En la Capital
nos descarrilamos todos. Empezamos a 'moquear' y no hubo marcha atrás. Si algo lamento es que mi papá no
haya podido ver nuestra última época con Leonardo y yo dejando atrás ese mundo
que a él tanto le molestaba", asegura el Nene.
Entre tantos golpes, el dolor más grande que tuvo que
soportar don Leonardo fue la
acusación por violación contra Marcelo. "Mi
papá primero dijo que él no nos había criado para eso",
asegura Daniel, que también aporta
un dato importante a la hora de entender cómo asumió la familia aquella
condena. "De esa violación nunca se habló en mi
familia. Nunca lo discutimos, nunca lo evaluamos. Pasa exactamente lo mismo que
con esta acusación de que Marcelo es el violador
serial... de eso no se habla".
En el nombre del
hermano
La cara de Eduardo
Sajen se ilumina y por un momento parece olvidar que la aseguradora de
riesgos de trabajo se niega a pagarle la indemnización que reclama después de
que los médicos le anunciaran que, tras 24 años de trabajar con baterías, su
sangre se ha contaminado en un 80 por ciento con plomo.
Pero su rostro no se ilumina porque esté a punto de reírse,
sino porque a través de la ventana de su humilde vivienda se alcanza a ver un
carro con caballos que se abre paso frente a la plaza, igual al que manejaba su
padre cuando vendía verduras.
"Así
-señala
melancólico-, así como andan
esos chicos en ese carro, andábamos nosotros", comenta el
hombre antes de entristecer de repente, al darse cuenta de lo lejanos que
quedaron aquellos tiempos.
Evidentemente triste pero al mismo tiempo seguro, este
hombre nos abrió la puerta de su casa una mañana soleada de invierno para
hablar sobre su "querido" Marcelo y así sacarse esa bronca
contenida por no poder gritar a los cuatro vientos que su hermano "es
inocente".
"Nunca tendríamos
que haber vuelto de Pilar -dice en una de sus constantes afirmaciones
alternadas por miradas profundas que se pierden en el vacío- Nunca tendríamos que haber vuelto a Córdoba. En el campo
éramos felices, trabajábamos, nos reíamos y al final, cuando fuimos creciendo,
nos casamos todos... no tendríamos que haber vuelto".
A Eduardo le
dicen el Jubilado desde que tiene algo más de 20 años. En el barrio se comenta
que es el "único" de los hermanos Sajen que nunca cruzó la línea
del delito. La falta de antecedentes policiales así lo confirma. Sin embargo,
ahora el sistema y su enfermedad en la sangre parecen estar a punto de quitarle
el mérito de ser el único Sajen con jubilación.
Así y todo Eduardo
tuvo tiempo de hablar durante unas horas y pintar una imagen mucho más íntima y
cariñosa de su familia.
"No es cierto que
hayamos ido a Pilar porque mi hermano Leonardo estaba mandándose mocos. Nos
fuimos porque a mi vieja le gustaba el campo, y fue lo mejor que podríamos
haber hecho. Como les digo, el error fue volver", dice el
Jubilado. A su lado, su esposa Aurora lo contempla en silencio.
"¿Una anécdota? A mi
viejo le gustaban mucho las carreras y en Pilar se puso a criar caballos. Los
tenía como príncipes y, como en todo lo que hacía, era muy meticuloso, si
querías ayudarlo tenías que hacer todo lo que él te dijera para evitar que se
pusiera loco. Un día nos queríamos ir de joda y el Marcelo
no tuvo mejor idea que chorearle el carro. Como encima
estábamos apurados, le robamos el caballo de carrera y nos fuimos a un bosque a
cazar palomas. Hicimos como 20 kilómetros. Cuando volvimos, estaba mi viejo
esperándonos. ¡¿Para qué?! Nos dio la paliza de nuestras vidas y el que peor la
pasó fue Marcelo, porque así como
él era el preferido de mi viejo, yo era el preferido de mi vieja y ella no dejó
que papá me cascara", cuenta Eduardo, y su rostro se enciende.
"Marcelo era así, reidor,
moquero. Le gustaban mucho las minas y la verdad es que le daban mucha pero
mucha pelota". Eduardo
recuerda que tanto Marcelo como su hermano Leonardo llegaron a practicar boxeo en algún momento de sus vidas,
lo que los convirtió en muy buenos "pegadores". Ambos siempre
fueron quienes protegieron a Eduardo
y a Daniel de los demás. Esas peleas
a las trompadas son motivo de leyenda en barrio General Urquiza.
Una de estas historias cuenta que Marcelo llegó a golpear violentamente
a un socio suyo simplemente por faltarle el respeto a uno de sus hermanos. Leonardo es recordado por un episodio mucho
más violento. Según señalan algunos vecinos que pidieron reserva, años atrás
una pandilla que quiso vengarse de él atacó a Eduardo cortándole la garganta y éste "por poco no termina degollado".
Cuenta la leyenda que Leonardo buscó
a esos hombres e hizo lo suficiente como para que los atacantes de Eduardo se arrepintieran.
"Mientras
Marcelo
estuvo preso, siempre se portó bien. Por eso siempre
salió antes de cumplir las condenas. Su primer período en la cárcel lo hizo más
callado, más serio, más seguro de sí mismo y más valiente. Cuando salió, no le
tenía miedo a nada. Decía que no quería volver nunca, pero básicamente yo lo
veía más grande, más preparado".
Los ojos de Eduardo
vuelven a detenerse mirando a la distancia. Instantáneamente, hace un silencio
típico de todos los Sajen, un gesto que parece sacado de las
viejas películas de Rodolfo Bebán,
hasta que unos segundos después rompe la nada en la que parece estar inmerso
para compartir otro recuerdo: "De Pilar nos
volvimos a Córdoba, porque mi viejo tuvo el accidente en el pie y no pudo
seguir viajando todos los días... -un nuevo silencio, otra mirada
profunda y un disparo verbal- Te repito que
nunca nos tendríamos que haber vuelto, pero sin embargo agarramos las dos
camionetas y nos vinimos a Córdoba. Después pasó lo de Marcelo
y nos terminamos de arruinar todos. No sé cómo pasó,
nunca lo entendí; de un día para el otro todos estábamos perdidos".
El año de la muerte
El año 1991 marcaría a fuego la vida de los Sajen
y particularmente la de Marcelo, quien en febrero de ese año y todavía
bajo libertad condicional por no haber completado su condena por violación, fue
arrestado por una infracción al Código
de Faltas. Era la segunda vez desde que estaba libre que se lo acusaba de
cometer una contravención. Sin embargo, ese hecho no complicó su situación
legal.
Dos meses después, en abril, Zulma le comunicó la noticia de que estaba embarazada nuevamente y Marcelo
se dio cuenta de que esta vez iba a poder ser testigo de todo el proceso de
gestación de su nuevo bebé.
Junio sería el mes de la tragedia e inauguraría una serie de
hechos dolorosos para la familia Sajen. El día 30 ocurrió el suicidio de Luis Gabriel” Bichi” Sajen, hecho que se relató al comienzo de este libro.
"Bichi siempre
había sido medio loco y la verdad es que lo que pasó, aunque afectó muchísimo a
mis padres, a nosotros no nos sorprendió demasiado. Él tuvo meningitis de chico
y eso lo dejó rengo y un poco loquito. Era común que se mandara mocos y eso a
mi viejo lo sacaba. Una vez se subió al techo de la casa, acabábamos de ver la
película Superman y dijo que iba a salir volando. Y se tiró nomás",
comenta, entre sonrisas, Eduardo.
"Terminó estrellado sobre una camioneta que
teníamos estacionada y se quebró un brazo".
La supuesta locura de Bichi es relativizada por Andrés Caporusso. Al respecto, comenta
que esa inestabilidad emocional podría tener relación con "los malos tratos que Bichi -según
dice Caporusso- sufría de parte
de su papá". Para darle más valor a su afirmación, el
hombre cuenta que Luis Gabriel Sajen
habló con él -igual que Marcelo trece años después-
antes de matarse y le dijo que iba a quitarse la vida porque Sara, su mujer, lo
había abandonado.
La muerte de Bichi
El 28 de junio de 1991, al anochecer, un joven entró apurado
a una farmacia ubicada en la calle Boedo
2279 del barrio Io de Mayo de la
Capital. Llevaba sus manos en los bolsillos. Cuando el encargado, Agustín Cruz, se acercó para atenderlo,
el recién llegado sacó un revólver calibre 32 y lo puso sobre el mostrador.
Después de un silencio que alcanzó para que las miradas de ambos se cruzaran,
el delincuente habló:
-Esto es un asalto. Dame toda la plata.
Cruz miró de reojo a Alberto
Arce, un vecino que casualmente se encontraba presente en el local, y se
quedó paralizado. El ladrón supo entonces que era hora de actuar. Con un
movimiento frenético tomó el arma y, sin retirar sus ojos de los ojos del hombre
que tenía en frente, le apuntó el 32 directamente a la cabeza. Pasó del otro
lado del mostrador e hizo que el cliente hiciera exactamente lo mismo.
En pocos segundos redujo a los dos, los llevó hacia el fondo
de la farmacia y los obligó a acostarse detrás de unas estanterías repletas de
medicamentos. Ató sus manos con unos cordones y manoteó una caja de
tranquilizantes cuya marca conocía perfectamente por haberlos consumido.
-¡Traguen esto! -les gritó.
Los rehenes sólo obedecieron y apenas un par de minutos después
quedaron sumidos en un profundo sueño. Bichi se sintió a sus anchas. Él,
que había pasado gran parte de la vida medicado, estaba prácticamente en el
paraíso, tenía toda la farmacia a su disposición.
Fue hasta donde estaba la caja registradora, la abrió y se
apoderó de aproximadamente 50 millones de australes. Guardó los billetes dentro
de la campera, cargó algunas prendas que encontró, escondió un par de ansiolíticos
y tranquilizantes, y tomó las llaves del Ford
Taunus del farmacéutico.
En un abrir y cerrar de ojos, Sajen subió al vehículo estacionado
en la calle y desapareció.
"Si habrá sido
tumbado mi hermano Luis que fue a una farmacia, puso el arma sobre el mostrador
y se cruzó de brazos, mientras le decía al dueño que le diera toda la plata",
recuerda Eduardo Sajen, asegurando
que el comerciante asaltado conocía perfectamente a Bichi y le obedeció sólo
porque sabía de sus "problemas mentales".
Dos días después del asalto, una comisión de policías de la
comisaría de barrio Empalme llegó a
la casa de la familia Sajen. En aquel entonces, don Leonardo vivía con sus hijos y su mujer
en una casa ubicada en el número 290 de la calle 5, de barrio Altamira. Frente a la vivienda estaba
estacionado el Ford Taunus del farmacéutico.
Ni bien vio los patrulleros en la puerta, Luis Gabriel Sajen, quien por entonces
tenía 23 años, tomó el 32 y salió corriendo desesperado por los fondos de su
casa. Trepó el techo y saltó al patio de una vivienda vecina.
Era de noche.
Intentó saltar otro muro, pero ya era tarde. Varios policías
estaban en los techos y lo tenían cercado.
Bichi miró para todos lados y vio que no tenía escapatoria. A
lo lejos se oían sirenas de más patrulleros que llegaban al lugar. Estaba por
dar fin a una carrera delictiva que ya lo había llevado a estar detenido en
varias oportunidades en el Instituto Correccional
Crom.
-Largá el fierro loco, dale, no tenés salida, entregate -gritó
uno de los policías. De inmediato, los demás camaradas empezaron también a dar
órdenes. Todo se convirtió en griterío, desesperación y nervios.
-Antes de caer preso, me mato loco, me mato
-gritó Bichi Sajen, mientras apoyaba el caño del revólver
en su sien.
"Marcelo estaba presente
y vio todo. Se puso como loco y empezó a gritarle a los policías que no
dispararan, les decía que su hermanito se iba a entregar. Les pedía que por
favor no hicieran nada...", recuerda hoy Adriana la Negra Chuntero Castro, la amante de Marcelo Sajen.
De pronto, Bichi gatillo. El balazo en la
cabeza lo mató en el acto.
"A todos nos hizo
mal su muerte, pero más quedaron afectados mi papá, que se deprimió, y mi
hermano Marcelo. Tan mal le hizo que cuando teníamos que vestir el cuerpo
para el velatorio, Marcelo no quiso estar
presente y tuve que cambiarlo yo solo", señala Eduardo Sajen.
El suicidio de Luis
Gabriel Sajen quedó reflejado en la contratapa del diario La Voz del Interior, en su edición del
1° de julio de 1991.
La crónica se tituló "Cuando iban a detenerlo, se quitó
la vida" y ocupó un pequeño recuadro, debajo de otra nota, en la
que se daba cuenta sobre el secuestro extorsivo de la dirigente radical Shirley Dadone de Unzueta, en la
localidad de Pueblo Italiano.
El artículo sobre la muerte de Bichi tenía un solo
error. En vez de consignar el apellido Sajen, el periodista, basándose en la información
que le había suministrado la propia Policía, había escrito "Sallent".
El suicidio de Bichi dejó rastros en toda la
familia, pero afectó principalmente a don Leonardo,
quien recibió la muerte de su hijo como un duro golpe del que -dicen
sus hijos- jamás podría salir adelante. Sajen padre comenzó a
desmoronarse. "Empezó a caer hasta que tuvo el accidente
que lo mató", relata Eduardo.
El final de su hermano también golpeó duramente a Marcelo
y la muestra quizá esté en un hecho que toda la familia Sajen desconoce. El 20 de agosto
de ese año, apenas 50 días después de que Marcelo presenciara el suicidio de su hermano,
el violador serial cometió su primer ataque (nos referimos al ataque más
antiguo que consta en la causa que lleva el nombre del serial) al
abusar de una joven en barrio Altamira.
La chica fue abordada en la calle Cartechini al 1400 de ese barrio y violada en un baldío ubicado
apenas a seis cuadras. Aunque no existe comprobación por ADN de ese hecho, los investigadores llegaron a la conclusión de
que su autor no podía ser otro que Marcelo Sajen, teniendo en cuenta el modus operandi,
el hecho de que el mismo baldío sería utilizado por el delincuente para cometer
otros delitos y, principalmente, que por primera vez el atacante iba a
pronunciar la frase "¿lo conocés a Gustavo?" para que
la víctima lo escuchara.
El ataque, que figura en el orden número 1 de la lista que integra
la causa que investigó el fiscal Juan
Manuel Ugarte, fue cometido 33 días antes de que Marcelo terminara de cumplir su
condena y cuando él todavía disfrutaba del beneficio de la libertad condicional.
Hasta la ejecución de la siguiente violación (denunciada
por una víctima) que consta en la causa, habrían de pasar seis años.
El año continuaba y faltaba lo peor. En la mañana del 14 de
noviembre de 1991, don Leonardo
pasaba frente al depósito de una conocida fábrica de artículos de grifería
cuando, de pronto, una mulita salió del predio -según recuerda Eduardo-,
bajó a la calle y embistió el carro de las verduras. En el acto, don Leonardo cayó al pavimento y se
desnucó.
Ese mismo día, apenas unas pocas horas después, Zulma, que estaba embarazada de siete
meses, se descompuso y debió ser internada de urgencia en la Maternidad Provincial. Su vida y la de
su beba estaban en peligro.
No hubo tiempo para hacer duelo.
-¿Usted es Sajen?
-preguntó el obstetra a Marcelo, que estaba parado en uno de los
largos pasillos del edificio. -Sí
-respondió un apesadumbrado Sajen, que todavía se preguntaba cómo había
ocurrido el accidente de su padre. -Bueno, mire, la cosa está muy complicada y
no le puedo mentir. Tanto su beba dentro de la panza como su mujer están graves
y corren riesgo de muerte. Nosotros vamos a tratar de salvarlas a las dos, pero
llegado el momento tenemos que saber qué es lo prioritario. ¿Me sigue?
-Sí, lo sigo... -contestó sin
entender demasiado Marcelo. -Perfecto, entonces usted tiene que saber que
en estos casos, lo prioritario es la madre del chico, ¿entiende?
Un nudo apretó la garganta de Marcelo, que tuvo que esperar
unos segundos para poder procesar la información que acababan de darle.
A las pocas horas, Zulma
dio a luz a una beba sietemesina que debió ser llevada de inmediato a la
incubadora, ya que pesaba poco más de un kilo y medio. Para peor, la criatura
tenía una infección en el estómago y fue derivada a la Casa Cuna (hoy Hospital Pediátrico de barrio San Martín).
Luego de pasar 40 días en la incubadora, la niña se repuso y
salió adelante. Desde entonces, la cuarta hija de Marcelo Sajen se convirtió en su
preferida. "En aquella época, los chicos de ese tamaño
no siempre sobrevivían", recuerda la mujer.
Apenas la vida de la pequeña salió de peligro, Marcelo
se tatuó en su pierna izquierda la frase: "Mi
bebé...", seguido del sobrenombre de la niña.