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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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Jorge Omar Charras

ajedrez, informatica, casos reales, policiales etc.

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//12 de Noviembre, 2010

CAPÍTULO XXI El ocaso

por jocharras a las 17:39, en La Marca de la Bestia
CAPÍTULO XXI

El ocaso

No tan inocentes (28 de diciembre)

Como había venido ocurriendo en los últimos días, los celulares de todos los integrantes de la investigación permanecían en­cendidos las 24 horas del día. Aquella cálida mañana del 28 de diciembre, cuando hacía poco que había amanecido, sonó el telé­fono del fiscal Ugarte, quien tomaba un café en la cocina de su casa. El funcionario atendió de inmediato y escuchó del otro lado la voz de la jefa del Ceprocor, Nidia Modesti.

-Doctor Ugarte, es Marcelo Sajen. Las muestras de ADN del hijo, de la saliva del cepillo de dientes y del cabello son coincidentes con el perfil genético del serial. Los análisis de la san­gre del hijo y del hermano se están realizando, pero sus porcen­tajes se corresponderían con esos parentescos. Y diría que no hay dudas. El violador serial es Marcelo Sajen.

La voz de Modesti sonaba acelerada, ansiosa. La bioquímica era consciente del valor de la información que estaba transmitiendo.

Ceremonioso como siempre, sin perder la compostura, Ugarte agradeció el llamado y cortó. Desde hacía varios días, el fiscal tenía la sospecha que el hombre que le quitaba el sueño era aquel delincuente que había conocido en 1985. La sangre empezó a correrle aceleradamente. Había que atraparlo. Capturarlo era el gran desa­fío de su vida: el más importante de todos. Las cartas estaban tira­das de tal manera que podía convertirse en un héroe o bien en el mayor de los inútiles, y aunque lo primero era algo que siempre había esperado, no estaba dispuesto a tolerar lo segundo.

A partir de ese llamado telefónico, los relojes habían empezado a correr para atrás. Había que atrapar a Sajen cuanto antes, pero la incertidumbre era precisamente si él aún se encontraba en Córdoba. Y en ese caso, dónde.

¿La Policía podía atraparlo? ¿Podía capturarlo vivo? Cientos de preguntas envolvieron al fiscal, quien rápidamente se comunicó con su jefe, Gustavo Vidal Lazcano, y con sus pares, Pedro Caballero y Maximiliano Hairabedian.

En pocos segundos, otros celulares iban a comenzar a sonar. Entre ellos el del gobernador José Manuel De la Sota, que tomó la noticia como un ansiado triunfo para un año que, en materia de seguridad, había sido nefasto.

De la Sota estaba por subir al helicóptero de la Gobernación, dispuesto a viajar a la localidad de Morrison, al sudeste provincial, para inaugurar unas vivienda cuando se enteró de la noticia y de que Ugarte quería hacer una conferencia de prensa. Ni lerdo ni perezoso, decidió quedarse en la Capital.

El jefe de Policía, Jorge Rodríguez, recibió la noticia de boca del ministro de Seguridad, Carlos Alesandri, y se la retransmitió a su plana mayor, entre quienes se encontraba el jefe de Investigaciones Criminales, Pablo Nieto. Asimismo el propio Alesandri fue quien se encargó de retransmitír  la buena nueva al otro grupo que había participado de la investigación: la Policía Judicial.

Nieto llegó rebosante al primer piso de la Jefatura de Policía y fue derecho al casino de oficiales donde un grupo de comisarios, entre los que estaban Eduardo Rodríguez, Oscar Vargas y Rafael Sosa, desayunaban.

-Bebucho, ¿sabés quién es el serial? -dijo Nieto, dirigiéndose a su segundo, el comisario Rodríguez.

-¡Yo! -bromeó el comisario

-No, hablo en serio, che. Es Sajen. Ya está el ADN.

 -¡Ja, ja, ja! Linda joda del día de los inocentes -respondió Rodríguez, mientras daba cuenta del primer criollito (bizcocho) de los tantos que devora al día.

No hizo falta que Nieto aclarara nada. El rostro del comisario les mostró que hablaba en serio. Todos dejaron las tazas sobre la mesa y se levantaron de un ¿alto. A partir de entonces, se iniciaba una jornada frenética para los investigadores y, por cierto, para gran parte de los policías de Córdoba.

Como Sajen ya se le había escapado a la Policía en varias opor­tunidades, Ugarte no quiso correr  más riesgos y decidió que lo más conveniente era pedir ayuda a la población. "El tipo es un violador serial. Será delincuente sí, tendrá contactos con el bajo mundo sí, pero al fin y al cabo es un violador. Es un ser repugnante y nadie le va a dar ayuda. Le van a soltar la mano. Hay que dar a conocer esto a la sociedad", razonó el fiscal, que además desconfiaba seriamen­te de que la Policía pudiera agarrarlo. Sus pares y su jefe estuvie­ron de acuerdo. Entonces, lo mejor era realizar una conferencia de prensa, con la mayor cantidad de medios periodísticos posibles, y dar a conocer el rostro del delincuente y su identidad.

De la Sota, que ya se imaginaba sosteniendo la foto del enemi­go público N° 1, apenas tres días antes del fin de Un año desastroso en materia de seguridad, se mostró de acuerdo y redobló la apuesta: había que hacer la conferencia, reiterar los números telefóni­cos y, además, volver a ofrecer la recompensa de 50 mil pesos en efectivo.

La idea, además, era que antes de que se iniciara la conferencia, toda la Policía debía saber a quién tenían que buscar. Todos los patrulleros debían salir a recorrer las calles con una foto del prófugo. Para ello se ordenó realizar cientos de copias color de las imágenes que, días antes, habían obtenido los investigadores de la División Homicidios cuando filmaron a Sajen en el falso control vehicular. La orden del fiscal, ni siquiera en ese momento de tamaña tensión, iba a llegar a cumplimentarse con la celeridad necesaria.

El jefe de Policía, Jorge Rodríguez, se reunió con la plana mayor en la Jefatura, principalmente con los comisarios Nieto y Miguel Martínez, jefe de Operaciones, con quienes diagramó el plan de búsqueda que en la práctica recaería en Vargas y Bebucho Rodríguez.

"Se dispuso un amplio operativo de rastreo con la mayor canti­dad de hombres posible. Además, ordené que se controlaran las rutas, peajes y la terminal de ómnibus ante la posibilidad de que Sajen se nos fugara", señala Nieto.

Cerca de las 10 de la mañana, Ugarte mantuvo un cruce con Vidal Lascano respecto a dónde debía realizarse la conferencia. El fiscal quería hacerla en su propia oficina, pero su jefe lo convenció de que lo más razonable era que se concretara en la mismísima Fiscalía General, en el edificio de Tribunales I. Sin embargo, De la Sota desechó ambas y ordenó que un acto de esa envergadura no podía realizarse en otro ámbito que no fuera la Casa de las Tejas. Ugarte evaluó que si lo que necesitaba era dar un impacto, el mejor lugar podía ser la Casa de Gobierno. Aunque reconocía la manifiesta intencionalidad política del gobernador, aceptó.

El periodista Miguel Clariá, de radio Cadena 3, fue el primer periodista en dar la información a la población en el marco del programa Juntos, el de mayor audiencia de Córdoba. Era el día de los inocentes y los cruces de llamados entre periodistas para confirmar la información se multiplicaron. A las 11, todos los medios de prensa de Córdoba y varios móviles de los principales canales de Buenos Aires ya estaban en Casa de Gobierno, en la avenida Chacabuco al 1300 del barrio Nueva Córdoba.

Los canales televisivos locales comenzaron a transmitir en vivo. Diez minutos después se inició la conferencia en la sala principal de la sede gubernamental. La sala, elegantemente alfombrada y en cuyo ingreso hay puertas de madera como tenían los antiguos cines de barrio, estaba atestada de expectantes periodistas.

En medio del escenario principal se ubicó De la Sota, quien quedó flanqueado por Alesandri, Jorge Rodríguez, Vidal Lascano y el triunvirato de fiscales con Ugarte a la cabeza. Un poco más atrás se ubicó el jefe de la Policía Judicial, Gabriel Pérez Barberá. Su­gestivamente no estaba el secretario de Seguridad, Horaldo Senn. Nadie del Gobierno quería que apareciera en la foto, luego de los desafortunados comentarios que había lanzado contra Ugarte días antes.

A excepción de Ugarte, Hairabedian, Caballero y Pérez Barberá, los demás funcionarios no paraban de sonreír, sin poder ocultar su euforia. Para ellos, el solo hecho de haber identificado al delincuente que había hecho tambalear como nadie la seguridad en la provincia, representaba un triunfo. Y allí estaban en hilera posando para los fotógrafos, dejando de lado las rivalidades y odios que hasta la se­mana anterior habían enfrentado a muchos de ellos.

Con toda grandilocuencia, De la Sota desplegó ante las cámaras una hoja con el rostro impreso de Sajen. Detrás de él, sobre un telón, yacía estampado el logo de su gestión: "Córdoba corazón de mi país". Los flashes de los fotógrafos hicieron blanco en la imagen del violador serial, iluminando el salón. El rostro adusto de Ugarte seguía sin inmutarse. ¿A qué obedecía semejante parquedad? Al tono de la conferencia tan plagado de intenciones políticas pero, principalmente a que no confiaba en que los policías, a los que - creía- Sajen se les había perdido, pudieran atraparlo ahora.

Luego de las palabras de De la Sota, fue el fiscal quien se encargo de informar que el violador se llamaba Marcelo Mario Sajen o Gustavo Adolfo Segal o Gustavo Adolfo Brene, basándose en las distintas identidades que el delincuente había proporcionado cada vez que había estado detenido en 1985, 1993 y 1999. Mientras indica­ba que había cumplido dos condenas en su vida, una por violación, la jefa de prensa de Vidal Lascano, Nelva Manera, repartía son­riente copias de la foto de Sajen a los periodistas. Finalmente, Ugarte dijo que se había ordenado la captura provincial, nacional e internacional del prófugo y pidió ayuda a la población.

Antes de que todo concluyera, De la Sota manoteó el micrófo­no y aclaró que seguía en pie la recompensa.

"Era imprescindible esa conferencia. Había que dar ese shock mediático para que los cordobeses nos ayudaran a buscarlo. Era imprescindible. Yo sabía que la gente iba a colaborar. Nadie podía ayudar a un ser tan deleznable. Teníamos información fehaciente de que el serial se iba del país", justifica el fiscal.

Cuando concluyó la conferencia, De la Sota desapareció de la sala por atrás, junto a su ladero Alesandri. Los periodistas se aba­lanzaron sobre el jefe de Policía y sobre los fiscales; pero ninguno quiso hablar demasiado. En la Casa de las Tejas muchos comenta­ban que la cacería se había largado y la presa no iba a aparecer viva.

El rostro de Sajen, mirando a cámara con sus oscuras cejas arqueadas y ese gesto de perplejidad, pronto se metió en cientos de miles de hogares y quedó grabado en la memoria de muchos. En algunos, la noticia provocó sorpresa y curiosidad lógica, algo esperable si se tiene en cuenta lo que significaba esa revelación. Sin embargo, en otros domicilios, tanto de la provincia de Córdoba como de otras provincias argentinas, la noticia iba a representar una profunda y dolorosa puñalada. Eran los hogares de aquellas jóvenes que habían sido víctimas del depravado. Ahora, el dolor y el odio ya tenían un rostro humano.

Barrio copado

Mientras en la Casa de las Tejas se informaba que el violador serial había dejado de ser un fantasma, en barrio General Urquiza todo era locura y vorágine. El grupo de elite Eter de la Policía, junto a brigadas de investigadores, allanaron la casa de Sajen en calle Montes de Oca. Algunos entraron por adelante, mientras otros brin­daban apoyo subidos al techo. En la vivienda se encontraron con los hijos del fugitivo, quienes lloraban desconsolados sin poder enten­der nada de lo que estaba ocurriendo. Hacía unos pocos minutos su madre, Zulma Villalón, había salido raudamente en un remis hacia Tribunales II para hablar con Ugarte (en realidad telefónicamente había acordado con Marcelo que él se entregaría esa misma mañana para prestarse al análisis de ADN) además, la mujer contaba con la promesa de que ese día estaría el resultado del examen de sangre que le habían efectuado a su hijo. No encontró al fiscal y se tuvo que conformar con ser atendida por los secretarios del funcionario, quie­nes le dijeron que sólo le quedaba esperar.

A la salida del edificio, según explica en la actualidad, Zulma se encontró con una cuidadora de autos que le decía a otra persona que por radio ya habían dado el nombre del violador serial.

-Es un tal Marcelo Sajen -dijo la mujer.

Zulma sintió de golpe que el mundo volvía a derrumbársele encima. Pero ya no eran el dolor y la bronca que había sentido allá por 1985 o en 1999. Esto era diferente.

En remis regresó al barrio y se encontró con una marea de po­licías, curiosos y cámaras de televisión arremolinados frente a su casa, lo que terminó por provocarle una crisis nerviosa. Villalón se descompuso y tuvo que ser atendida por un equipo médico del ser­vicio de emergencias 107 dentro de una cabina telefónica de una despensa ubicada cerca de su casa.

"Ese día, mientras toda la Policía lo buscaba, Marcelo me llamó desesperado, pobrecito. Quería verme a mí y a los chicos. Le dije que fuera a Tribunales, arreglara todo y después viniera a casa. Pero no lo volví a ver", comenta Zulma.

Aquel día, ella ignoraba que la Policía había pedido la intervención (pinchadura) de su celular para obtener alguna pista sobre el paradero de Sajen. Sin embargo, la autorización llegaría dema­siado tarde, cuando el caso ya hubiera tenido un desenlace.

Otro que esperaba atrapar a Sajen era Pérez Barberá, quien había iniciado una rueda de contactos para ofrecerle la posibilidad de entregarse en la Policía Judicial y no en la Policía de la provincia, a cambio de protegerlo de posibles abusos de autoridad.

Las decenas de móviles del CAP que habían copado la barriada recorrían sin pausa todas las cuadras. Iban y venían, sin noticias. Desde el aire, el helicóptero de la Policía tronaba. Por momentos se alejaba, pero de inmediato volvía a sobrevolar el sector, generando más nerviosismo entre los presentes. La búsqueda estaba centrada no sólo en el barrio General Urquiza, sino que además se extendía a una amplia franja a la redonda.

A medida que las órdenes de allanamiento eran libradas por los fiscales de la causa, los policías iban tirando la puerta abajo de distintos domicilios.

Sin embargo, del prófugo no había noticias por ningún lado.

Los uniformados, armados como pocas veces se había visto, entraron a varias viviendas, a la escuela del barrio, a la villa El Chaparral, revisaron techos, tanques de agua y hasta los baúles de todo automóvil que estuviera estacionado o transitara por allí. Por la radio se escuchaba a esa hora al jefe del servicio informativo de Cadena 3, Carlos Abel Castro Torres, decir con su clásica voz ronca:

-El violador serial está cercado.

Ese anuncio estaba bastante lejos de la realidad.

Minutos antes del mediodía, el sol ya pegaba fuerte y la tempe­ratura empezaba a aumentar gradualmente. Sin embargo, el calor no fue impedimento para que Rodríguez y Alesandri fueran hasta el barrio de Sajen para supervisar los operativos y, a la vez, aten­der los incesantes requerimientos de la prensa.

Semejante grado de exposición mediática llegó a su punto más cómico cuando el grupo Eter estuvo a punto de allanar una vivienda donde los vecinos aseguraban haber visto entrar a Sajen. Para ello los efectivos desplazaron nerviosamente a los periodistas hacia la otra vereda. Cuando se dieron vuelta dispuestos a tirar abajo la puerta de entrada, se encontraron con que el jefe de Policía había arrastrado a un periodista porteño hasta la vereda opuesta y, parado en el umbral de la casa que estaba por allanarse, sonreía frente a las cámaras. El Eter debió esperar hasta que Jorge Rodríguez terminara de dar la entrevista para completar el operativo.

Para ese entonces, los teléfonos de la central de comunicacio­nes 101 y el 0800 habían empezado a recibir los primeros llamados de personas que aseguraban conocer a Sajen e informaban haberlo visto esa mañana. "Parecía mentira, pero recibimos un aluvión de llamados de gente que aseguraba haberse cruzado con Sajen, al mismo tiempo y en lugares distantes uno del otro. Eso nos volvía locos, porque había que salir disparando para cualquier lado, pero el tipo no aparecía por ningún lado", recuerda sonriente el comisa­rio Eduardo Rodríguez.

Ugarte, a todo esto, no se despegaba de su celular, que sonaba a cada rato. Tiempo después, colaboradores estrechos suyos iban a asegurar que había información de que Sajen había vendido un auto (sería el Fiat Uno que conducía cuando fue filmado) para pa­gar alrededor de 1.500 pesos a una persona que lo iba a llevar hasta Paraguay en una camioneta 4x4 roja con vidrios polarizados. En ese viaje, supuestamente iba a viajar también su amante, la Negra Chuntero. En la actualidad, Adriana del Valle Castro se encarga, en parte, de desvirtuar el destino de la fuga. "Marcelo me dijo que estuviera lista porque de un momento a otro me iba a pasar a bus­car para que nos fuéramos. ¿A Paraguay? No, no sé a dónde se que­ría ir. Él decía que quería irse lejos, pero no sé a dónde", relata la mujer.

Lobo escondido

Aquel 28 de diciembre, Sajen se despertó bien entrada la mañana en la casa de su tío Andrés Caporusso, en el barrio Santa Isabel 3a Sección, donde paraba desde hacía dos días. El hecho de que abriera los ojos tan tarde no era ninguna sorpresa para los integrantes de la familia Caporusso.

En las últimas horas, Marcelo se comportaba extrañamente. Estaba callado, tenía el rostro demacrado y tomaba pastillas para tranquilizarse, al tiempo que le costaba conciliar el sueño. Cada tanto salía en su moto o en el Peugeot 504 bordó de la pareja de Caporusso, Mariela Mercedes Quintero, a dar largas vueltas y vol­vía tarde.

Aquel día de los inocentes, Caporusso se levantó temprano, como hacia siempre desde que era chico, y partió en su destartalada camioneta Ford F-100 verde modelo '79 para trabajar en el Mercado de Abasto, camino a Monte Cristo. El día anterior había llevado a su sobrino Marcelo para que lo ayudara.

Su mujer tampoco se encontraba en la casa, ya que se había ido a visitar a un familiar -Toli Sajen- a la ciudad de Villa Allende.

En la vivienda quedaron Sajen y los hijos de la pareja, todos chicos de no más de 13 años.

Marcelo acostumbraba a dormir en el comedor de la casa sobre un viejo sillón doble cuerpo. Cuando se despertó, caminó hasta la heladera, se sirvió un vaso de vino, le echó un poco de Coca Cola y se puso a tomar. Fueron un vaso, dos vasos, tres vasos...

Nadie puede precisar si aquella mañana Sajen se enteró por televisión o por radio de que su nombre ya estaba en boca de todo el mundo. Aunque es muy probable que haya sido así, también es posible que hasta su llegada al barrio no supiera que había sido identificado como el violador serial.

Marcelo tomó su vieja pistola Colt calibre 11.25, se sentó en el sillón y, en presencia de algunos de sus primos, empezó a cargarla lentamente. Primero colocó en el cargador 15 balas calibre 11.25 milímetros fabricadas en 1945. Luego puso un último proyectil, pero fabricado en 2003. Delante de los ojos asombrados de los chicos, metió el cargador y, con un rápido movimiento de manos, cargó la pistola. Un clac-clac metálico se sintió en la habitación y los chicos quedaron boquiabiertos.

-¿Para qué es eso, Marcelo? -se atrevió a preguntar el mayor de sus primos.

-No, para nada. Vos no le cuentes a tu papá que llevo esto - respondió Sajen, mientras metía el arma dentro de la bermuda verde y la tapaba con la chomba blanca que llevaba puesta.

Luego, abrió la puerta de calle y sacó su vieja moto Motomel, de 125 centímetros cúbicos color negro. A esa hora, en la calle de tierra ubicada al frente de la vivienda, varios chicos corrían detrás de una pelota.

Sajen los contempló en silencio y en un rápido movimiento con el pie arrancó el motor. Su primo se acercó unos metros y le preguntó si le enseñaba a manejar. El hombre dio unos pasos, con su característico andar de gorila, sujetó al chico de los brazos y en un santiamén lo puso en el asiento de cuerina. Los demás pibes dejaron la pelota y se acercaron corriendo.

Como si estuviera ante sus alumnos, Sajen sonrió y les enseñó cómo acelerar, frenar y tocar bocina. Los chicos miraban con aten­ción cómo la enorme mano de su maestro aceleraba a fondo y el caño de escape escupía humo negro mientras el motor rugía. La clase no se extendió más de unos minutos.

Sajen se puso unos lentes oscuros y le pidió prestada una gorra azul a su primo, la colgó del manubrio y se puso un casco blanco con el cual tapó sus cabellos teñidos.

Como lo había hecho siempre, Sajen aceleró a fondo y se perdió por la polvorienta callejuela sin decir adónde iba. Unos perros flacuchentos que vagaban por allí empezaron a correrlo, mientras ladraban enloquecidos. El ruido de la moto despertó a Paula, la joven a la que Sajen había intentado atacar el día anterior.

-Decile al tío que vuelvo en un rato - alcanzaron a escuchar los chicos, mientras se alejaba velozmente.

Hasta el día de hoy, nadie entiende cómo hizo Sajen para cru­zar media ciudad y burlar el cerco policial que se había dispuesto en torno a barrio General Urquiza. En este punto, bien vale aclarar que los llamados operativos cerrojo siempre se han caracterizado por mostrar serias falencias y en más de una oportunidad termina­ron siendo completamente ineficaces. En el caso Sajen, de cerro­jo, el operativo no tuvo nada.

Ya en su barrio, Sajen sentía que jugaba de local. Conocía como nadie los recovecos de cada cuadra, las entradas, las salidas, los atajos, las calles cortadas. Primero pasó por una casa de la calle Ramón Ocampo, donde es posible que se haya enterado de que lo habían descubierto. Entonces subió a la moto y transitó por la calle Asturias hasta Tristán Narvaja por donde subió rumbo a las vías.

Sajen llegó hasta proximidades del hogar que compartía con Zulma y sus hijos, pero al ver tantos patrulleros y semejante revue­lo de vecinos, decidió alejarse doblando por la calle Miguel del Mármol. En esas circunstancias, a media cuadra vio parada a una mujer a quien no reconoció como una vecina. Se trataba en verdad del agente de policía Analía Vemposta, quien, vestida de civil y una pistola dentro de un ajustado jean azul, realizaba algunas averiguaciones en la cuadra. Al ver al motociclista, la mujer lo reconoció en el acto.

Ahí viene! ¡Ahí viene! ¡Ahí viene Sajen! -exclamó la policía, que se desempeñaba desde hace años en Investigaciones Criminales y que a lo largo de ese año se había pasado noches sin dormir trabajando como señuelo en el Parque Sarmiento, junto a su compañera Natalia Berardo. Ahora tenía al violador fren­te a sí. Era el momento.

Vemposta trató de atraparlo, pero el motociclista alcanzó a es­quivarla   y aceleró. La mujer, sin parar de gritar, alertó a los com­pañeros que estaban cerca, pero Sajen logró hacerse humo. Conti­nuó por Miguel del Mármol rumbo a la villa El Chaparral y pasó a metros de la casa donde creció, sobre la calle Juan Rodríguez. Allí, su amigo de la infancia Marcelo Gorosito, quien a esa hora de la mañana se encontraba pintando el frente de su vivienda, lo vio pa­sar concentrado y mirando hacia todos lados.

"Me miró pero sin sacar las manos del manubrio, yo jamás hu­biera pensado que él andaba metido en ese embrollo", recuerda el muchacho. Frente a la casa de Gorosito se encuentra la casa de Paola, otra de las amantes de Sajen.

Desesperado, buscando un lugar donde producir la confusión necesaria para escapar, Sajen siguió por la calle Miguel del Mármol hasta que ésta se topa con Granada, dobló a la izquierda y, antes de meterse en la villa, abandonó la moto en la puerta de la casa de su vecino Pedro Burgos, en proximidades del puente pasa­rela que une General Urquiza con El Chaparral y muy cerca de la casa de Yolanda.

A todo esto, Vemposta tomó un handy y le informó al comisario Sosa lo que acababa de suceder. El jefe de Homicidios, quien se encontraba patrullando en un coche de civil por el sector, se volvió loco. De un tirón se ajustó el chaleco antibalas que llevaba puesto y le ordenó a sus detectives, vía handy, que "peinaran" (revisaran) la zona de punta a punta.

"Lo tengo que agarrar, yo lo tuve en mis manos y me obligaron a dejarlo ir. Ahora es algo personal", le diría por teléfono a un periodista algunos minutos después y antes de pedir disculpas por­que iba cortar y no volvería a atenderlo. El policía, al igual que sus jefes, una gran parte de los investigadores y hasta el ministro Alesandri, consideraban que si no hubiese sido por el miedo que Ugarte le tenía a los medios, Sajen podría haber sido detenido una semana antes, cuando fue filmado. El fiscal asegura que en aquel momento no había pruebas consistentes contra Sajen.

Sajen se quitó el casco y no le importó que Burgos y su hijo lo reconocieran.

-Cuídame la moto, ya vuelvo -les dijo serio a ambos, mientras se evaporaba entre los ranchos del asentamiento marginal. A lo lejos se oían sirenas y autos que aceleraban a fondo.

Faltaban pocos minutos para el mediodía y en los distintos ca­nales de televisión local acababan de comenzar los principales in­formativos dando a conocer la noticia excluyente del día.

Un grupo de policías llegó hasta la casa de Burgos y debió con­tentarse con encontrar la moto apoyada sobre una tapia. En el lu­gar había quedado el casco tirado, no así la gorra de lona azul. En el suelo de tierra se observaban las huellas de una persona que usaba zapatillas.

Nadie podía creer a esa altura de las circunstancias, que el violador serial se paseara con total impunidad por las narices mis­mas de los policías. Los de azul, con perros adiestrados y la Guar­dia de Infantería en pleno, entraron nuevamente a El Chaparral - un asentamiento que se extiende a lo largo de varias cuadras a la vera de las vías del tren, sobre la calle Malagueño-, pero sólo die­ron con vecinos que aseguraban no haber visto jamás al fugitivo corriendo por allí.

Desde el aire, el helicóptero no dejaba de dar vueltas incesan­temente.

Se sabe que Sajen se metió a un zanjón de varios metros de profundidad que bordea la villa y el barrio General Urquiza y que llega hasta San Vicente, luego de pasar por debajo de la avenida Sabattini. El serial corrió y corrió hasta que estuvo bien lejos de los uniformes.

Como era de esperar, los domicilios de varios familiares del serial fueron allanados. Una de estas casas era la de Eduardo Sajen, el jubilado, quien vive con su esposa Monchi y sus hijos en el ba­rio Vipro, en el Camino a 60 Cuadras. "De repente, la zona se llenó de policías. Nunca vi tanta Policía junta, salían de todos lados. Para colmo se escuchaba el helicóptero que no dejaba de dar vuel­tas. Vino gente de Homicidios y les abrí la puerta para que pasaran y vieran por su propia cuenta que yo no tenía escondido a mi hermano . Estuvieron un rato y se fueron. Yo no podía creer lo que pasaba. Me había enterado por la tele y no entendía nada", comen­ta Eduardo mientras con su mano derecha se acaricia una profunda cicatriz -provocada por una navaja- que recorre su cuello.

Los investigadores también allanaron la casa de la madre de Sajen, en barrio José Ignacio Díaz 3a Sección, pero tampoco dieron con él. Rosa Caporusso sufrió una descompostura y debió ser atendida por médicos.

Es él, es él

Pasadas las 12, no había móvil del CAP que no estuviera buscando a Sajen. Los policías iban y venían por gran parte de la zona sur de la ciudad. En el tablero de los patrulleros llevaban pegada la fotocopia con su rostro. Sus jefes les habían ordenado que se memorizaran esa cara y la buscaran a como diera lugar.

A las 12.45, dos uniformados que patrullaban lentamente a bor­do del móvil 4.655 por las calles del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección vieron el rostro de Sajen a bordo de un Fiat Duna gris. El patrullero y el auto se cruzaron de frente, lo que permitió al poli­cía Raúl Ludueña, quien iba sentado en el lado del acompañante, ver claramente cómo el conductor del Duna, a su vez, lo miraba directamente a los ojos. Claro que el conductor no tenía el pelo teñido de rubio, sino que era castaño.

Es él! ¡Es él! ¡Parate ahí, carajo! -le gritó el policía al sospechoso.

Sin embargo, el Duna no se detuvo. Ni aceleró, ni frenó, sólo siguió andando normalmente. El CAP ensayó un giro en "U" y empezó a seguirlo por calle Unión Ferroviaria, una de las principales del barrio. A unas 15 cuadras de allí, la prensa se seguía agolpando en el ingreso a la villa El Chaparral, cerca de la casa donde Sajen había dejado abandonada la moto.

Allí se produjo otro episodio gracioso, cuando el ministro Alesandri llegó al lugar y vio la moto del serial que desde hacía largo rato estaba siendo controlada por la Policía. El ministro le preguntó a los vecinos si era la moto del delincuente y éstos -toda­vía sin entender lo que estaba ocurriendo- respondieron que sí. Entonces el funcionario alzó la vista y le gritó a un oficial que esta­ba apostado a unos 50 metros

Sargento! Confirmado, eh. ¡Esta es la moto! -mientras, tras acomodarse el pelo, accedía a sacarse una foto señalando con mirada seria y preocupada el vehículo que él, solito, acababa de encontrar.

En tanto, en José Ignacio Díaz 1a, uno de los policías quiso usar el altavoz del móvil, pero desde hacía varias semanas el aparato no funcionaba. Entonces encendió la sirena y encaró directo hacia el Duna. El auto dobló en la esquina, recorrió una cuadra y volvió a girar nuevamente. En un momento, el coche aminoró la marcha y su conductor sacó su mano izquierda. Los policías creyeron ver que arrojaba un arma sobre un montículo de arena.

El CAP se detuvo y uno de los policías halló tirado un revólver calibre 22 marca Dallas. El patrullero volvió a arrancar y pidió apoyo. A los pocos metros, varios móviles se le cruzaron al Duna, al tiempo que numerosos uniformados se bajaban a los gritos con sus 9 milímetros en la mano. Dentro del auto, había un hombre idénti­co al fugitivo. A su lado, estaba sentada una mujer embarazada con una nena en brazos.

Quieto carajo, quieto! ¡Arriba las manos! ¡Dejame ver las ma­nos! ¡Bajate, bajate! -gritó uno de los policías.

 Es Sajen, es Sajen! ¡Quieto! ¡Levantá las manos o te quemo!

El hombre fue a parar al piso, mientras varios policías lo esposaban por la espalda. La mujer que lo acompañaba empezó a llorar. Uno de los uniformados le manoteó el documento y vio que en la segunda hoja decía: Sajen, Daniel Alejandro. En ese momen­to, llegó otro móvil más, del cual se bajó un policía panzón que se agachó, miró a los ojos al sospechoso y vociferó.

-Éste no es el Sajen que buscamos. Este es el hermano.

Pero son iguales, son iguales! -respondió un oficial.

-Pero te digo que éste no es el Víctor Sierra.

-No importa, por las dudas lo llevemos igual.

Los gritos y órdenes de los policías se superponían. Todo era confusión. Y en derredor la esquina comenzaba a poblarse cada vez de más curiosos.

Daniel Sajen fue llevado a la comisaría del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección y luego a la División Protección de las Personas en Jefatura de Policía.

"Yo no andaba armado. Los policías me plantaron el arma para justificar la detención. Ellos querían a mi hermano y empezaron a preguntarme por él", comenta el Nene Sajen.

En Jefatura, los policías le dijeron que tenían orden del fiscal Ugarte para extraerle sangre para un análisis de ADN. Daniel Sajen se quiso negar, pero algunos investigadores, según relata el herma­no del violador serial, le dijeron que podían extraerle la muestra por las buenas o por las malas. Finalmente, Daniel aceptó y dos bioquímicos de la Policía Judicial se hicieron de la muestra.

"Luego, los policías me interrogaron para que largara dónde estaba escondido mi hermano. Yo no tenía ni idea. Algunos llegaron a decir que yo estaba dando vueltas con el auto para distraer a la Policía, para que mi hermano pudiera escaparse. Eso es menti­ra. Yo llevaba a mi esposa embarazada a una farmacia para com­prar unos medicamentos porque se sentía mal", añade el Nene.

Ese mismo día, fue llevado a la Alcaidía de Investigaciones, en calle Santa Rosa 1345, donde quedó encerrado en un calabozo, im­putado por tenencia ilegal de arma de uso civil por orden, casual­mente, del fiscal Caballero.

En agosto de 2005, Daniel Sajen finalmente fue juzgado por la Cámara 2a del Crimen de Córdoba por ese delito y terminó absuelto de culpa y cargo por el beneficio de la duda. Ya que el acta de secuestro que había sido confeccionada por los policías contenía una colección de errores.

En una de las audiencias del juicio, la esposa de Daniel Sajen, Lorena Emilse Mozzarecchia, declaró que aquel día un policía la subió al Fiat Duna y empezó a dar vueltas con ella, mientras le preguntaba por el paradero del violador serial. "Me decía que si les decía dónde estaba escondido, ellos soltaban a mi marido. Pero yo no sabía nada. ¡Qué quería que les dijera!", dijo la joven.

En el período de instrucción de la causa, mientras estaba preso en Bouwer, Daniel mantuvo con nosotros las entrevistas que hemos citado a lo largo de este libro.

Búsqueda infructuosa

Ese 28 de diciembre, a medida que pasaba el tiempo, crecía el desconcierto entre los investigadores y los fiscales. Ya se habían allanado varios inmuebles, entre ellos el taller mecánico de Eduardo Sajen y la concesionaria de autos de Daniel Sajen, en la avenida Armada Argentina al 900., camino a la ciudad de Alta Gra­cia, y no se había encontrado nada. También se había interrogado a familiares de Sajen, a vecinos, a ex novias, a compañeros de andanzas, a los clásicos buchones de siempre, pero nadie aporta­ba nada. No había rastros del violador serial. Había desapareci­do.

Mientras algunos pensaban que el depravado podría haberse matado y que su cadáver estaría tirado en algún descampado, otros suponían que ya se había fugado muy lejos de la provincia.

A todo esto, los teléfonos de la central del 0800 seguían ardien­do. Permanentemente entraban llamadas de personas que asegura­ban haber visto a Sajen escapando. Antes de cortar, muchos pre­guntaban cómo tenían que hacer para cobrar los 50 mil pesos de recompensa.

En la calle, los investigadores seguían dando vueltas por distintos barrios de la zona sur en busca de pistas que pudieran orien­tarlos en la cacería.

En Jefatura, mientras tanto, se sucedían las reuniones y se ana­lizaban estrategias a seguir. Algo similar se registraba en la Casa de las Tejas, donde el gobernador seguía atentamente el avance de la búsqueda, en permanente contacto con su mano derecha, el mi­nistro Alesandri.

Ugarte, por su parte, se reunía con los otros dos fiscales y sus más estrechos colaboradores, con quienes analizaban los avances hasta ese momento y los datos que llegaban de todos lados, pero sin ser conducentes.

El fiscal decía que si Sajen no caía pronto, iba a hacerlo en los días sucesivos. Sin embargo, sabía que eso no iba a ser tan sencillo. El violador serial podía fácilmente sortear la frontera y huir hacia Paraguay y, una vez allí, cambiar de aspecto y de identidad. En ese caso, la captura iba a tornarse casi imposible.

El panorama iba a cambiar cerca de las 2 de la tarde.

La llamada

Andrés Caporusso volvió exhausto de trabajar después de un largo día vendiendo verduras. Se sentó a almorzar con su mujer, Mercedes, y los chicos y prendieron el televisor como hacían todos los mediodías. Estaban dando Crónica 10 Primera Edición.

Todos quedaron paralizados cuando vieron en la pantalla al gobernador sosteniendo una foto de Marcelo. Sobre la imagen, una placa roja y blanca decía: "Identificaron al violador serial". En off, el periodista Jorge Petete Martínez informaba sobre las últi­mas novedades del caso.

Los chicos comenzaron a gritar y Andrés los hizo callar para escuchar cómo De la Sota informaba que su sobrino era el violador serial que durante años había atacado a decenas de jovencitas en Córdoba. La comida quedó servida en la mesa. "Lo tuve en mi casa, sin saber. De haberme imaginado que era el violador serial, jamás le hubiera dado entrada a mi casa, jamás le hubiera dejado mis chicos, tengo una hija de once años", declararía Mercedes, la mu­jer de Caporusso, en la causa.

Caporusso no lo pensó dos veces y fue caminando hasta la co­misaría del barrio, ubicada a unas 10 cuadras de su casa, la misma dependencia que el día anterior había sido visitada por Paula para denunciar que habían intentado abusar de ella.

Caporusso se entrevistó con un comisario de apellido Aguirre, a quien le dijo que en su casa había estado parando Sajen. El policía quedó perplejo. Según consta en la causa, el tío de Sajen le explicó que él no quería tener problemas con la Policía y que quería que Marcelo se entregara para aclarar todo el tema. Con lujo de detalles, el verdulero relató que su sobrino le había dicho que la Policía lo buscaba porque había golpeado a su esposa.

Caporusso le indicó que esa mañana Sajen se había marchado en la moto y no sabía a qué hora iba a regresar. Una y otra vez, el hombre le insistió al policía que no quería tener problemas con nadie y menos con la ley. Así fue que con el comisario diagramaron un plan: cuando Sajen retornara al hogar, uno de los hijos de Caporusso iba a ir hasta la comisaría en bicicleta. Ésa sería la se­ñal para que los uniformados fueran a buscarlo.

Don Andrés clamó que no quería tiroteos ni que nadie resultara herido. El comisario se lo aseguró y, una vez que Caporusso se marchó, tomó el teléfono y se contactó con sus jefes inmedia­tos.

En pocos minutos, el fiscal Ugarte estuvo al tanto de todo. En ese momento, le volvió el alma al cuerpo.

"A Caporusso se le dijo que la Policía iba a esperar que el chico fuera en bicicleta a la comisaría. Sin embargo, no nos podíamos dar ese lujo. Era algo arriesgado. ¡Mirá si Sajen volvía y el chico al final no aparecía por el precinto! Por ello se apostaron policías de civil en el sector por si aparecía Sajen de repente", comenta en la actualidad una fuente de la fiscalía de Ugarte.

Ante la desesperación de todos, el violador serial no volvió a almorzar, ni a dormir la siesta a la casa de su tío.

Venite conmigo

Al mediodía, Adriana Castro había ido a buscar unos bolsones de comida que otorga el Gobierno de la provincia en una escuela del barrio José Ignacio Díaz 1a Sección, cuando de golpe apareció su sobrina con el rostro desencajado.

-Tía, ¿dónde está el Marcelo?

-Se fue a trabajar -respondió Adriana.

-Tía, en la tele están diciendo que lo buscan por ser el violador serial.

Adriana salió corriendo de la escuela, regresó a su hogar, encendió el televisor y no se despegó más de la pantalla. "Sentí una cosa muy fea dentro mío. No lo podía creer. No me podía estar pasando esto a mí. Hasta horas antes había estado con Marcelo y no me había dicho que lo buscaban por eso. Estaba tan mal, tan abatido, pobrecito", señala la mujer.

A media tarde de aquel martes, un vecino fue hasta su casa y, a través de la ventana que da a la calle, le dijo que Marcelo estaba esperándola en un baldío cercano. Desesperada, la mujer salió corriendo y fue al lugar. Detrás de un añoso árbol, en medio de los yuyos, estaba Sajen apoyado sobre una bicicleta. Tenía puestos los lentes oscuros, llevaba la gorra azul y miraba frenéticamente para todos lados.

Adriana se acercó llorando y lo abrazó.

-Negrita mía, te juro que yo no soy eso que andan diciendo-empezó a decirle Sajen, mientras le apretaba las manos.

-Te creo Marcelo, te creo.

-Te juro por Dios y nuestro hijo que yo no soy el violador serial. Pero no aguanto más, no soporto más esto. Negrita, vámonos de acá. Armate un bolso, después te vengo a buscar y venite conmigo. Dejemos todo y vayámonos a algún lado juntos. No me dejes solo, no me abandones ahora.

-No Marcelo, no te voy a abandonar -decía Adriana, entre llan­tos.

-A las 9 de la noche te vengo a buscar, negrita. Estate lista y nos piramos.

-Andate Marcelo, yo te voy a estar esperando para que escape­mos juntos -balbuceó la Negra Chuntero.

La pareja se dio un beso. Sajen, finalmente, subió a la bicicleta y empezó a pedalear hacia la villa Los Eucaliptos, el mismo asentamiento donde vive Jota. A lo lejos se sentía el ruido del heli­cóptero de la Policía dando vueltas y vueltas.

Adriana regresó a su casa y se acostó a descansar en la cama. Dentro suyo, algo le decía que Sajen no iba a volver más y que todo iba a terminar mal. No se equivocaba.

Hasta el día de hoy tiene la imagen de él, agobiado, entregado y escapando a toda velocidad en una bicicleta. Así y todo, insiste que su cara demostraba "paz".

Un vecino vio a Sajen y llamó a la Policía. Al cabo de un rato, varios móviles del CAP y otros coches de civil de la Policía frenaron de golpe frente a su hogar. Una semana antes habían allanado la casa de los ancianos cuando Sajen los engañó haciéndoles creer que era la vivienda de su amante. Al ver semejante despliegue, Adriana abrió la puerta de calle e invitó amablemente a pasar a los policías.

-, Marcelo es mi amante, y qué. ¿Pero no les parece tonto pensar que, estando ustedes dando vueltas en la zona, él se va a arriesgar y va a venir a verme? -exclamó desafiante la mujer, mientras los uniformados revisaban todas las habitaciones y hasta debajo de las camas, armas en mano.

Mientras tanto, Sajen no dejaba de pedalear. Una vez que los policías se fueron de la casa de Adriana, ella se acostó a dormir. Jamás armó el bolso. Sólo se levantaría de la cama horas después, cuando desde la cocina, su sobrina pegara un grito al enterarse por televisión de que el violador serial había caído.

Misterio

En el período de tiempo desde que Marcelo Mario Sajen aban­donó la moto en el ingreso a la villa El Chaparral, hasta que se encontró con su amante en el baldío, Sajen estuvo refugiado y no sabemos exactamente dónde. Conjeturas hay muchas. Lo cierto es que en ese tiempo Sajen se hizo de la bicicleta con la que fue a ver a la Chuntero, se enteró de que su hermano Daniel había caído preso y se cambió la ropa.

Se trata de un misterio para el que no hemos podido encontrar respuestas precisas. Los investigadores creen que en la villa El Chaparral, hubo personas que lo habrían protegido. "Lo protegie­ron porque lo conocían desde siempre, porque se movía en el bajo mundo y desde ahí tenía contactos con muchos delincuentes", razo­na un comisario.

Los investigadores también creen que el violador serial habría estado escondido cuanto menos en dos domicilios. Una de las viviendas o aguantaderos, según creen, estaba ubicada en barrio Talleres Sur, muy cerca de la casa de su hermano Daniel -quien, vale reiterar, a esas horas estaba detenido-, y de la vivienda de su amante Adriana Castro, en José Ignacio Díaz 1a Sección.

El otro domicilio donde habría estado escondido es la casa de un matrimonio del barrio Santa Isabel 2a Sección, en proximidades del domicilio de su tío Caporusso. En la causa obran testimo­nios que señalan que -no se especifica si el día 28 o algún día ante­rior- Sajen fue visto saliendo de una casa de ese sector, a bordo de una camioneta 4x4 roja de vidrios oscuros con caja en la parte tra­sera.

Ahora bien, de ser esto cierto, ¿de qué matrimonio se trataba? Para determinar esto bien vale analizar los momentos finales de la fuga.

No soy yo, tío

Cerca de las 7 de la tarde, Sajen llamó por teléfono a su tío y le preguntó si había policías cerca de la casa.

-Tío, me escapé de la cana en El Chaparral, aguantáme que voy para allá - alcanzó a decir el violador serial, antes de cortar la comunicación.

Momentos antes, Sajen había pasado en bicicleta por el barrio José Ignacio Díaz 3a Sección con la intención de saludar por última vez a su madre. Sin embargo, no llegó a verla. Algunos conocidos lo alertaron, diciéndole que la Policía estaba por todos lados y que lo mejor era que escapara de allí.

Apenas colgó el teléfono, Caporusso regresó a la comisaría ubi­cada al lado de la fábrica de Renault y le contó al comisario la novedad. En la sede policial, el hombre insistió en que no quería problemas ni un desenlace trágico. Y recalcó que su sobrino le ha­bía manifestado en los últimos tiempos que no pensaba entregarse a la Policía, ya que antes de eso prefería pegarse un tiro.

Caporusso nos cuenta en la actualidad que retornó a su hogar y se encontró con Marcelo, completamente desesperado. En este punto vale detenerse nuevamente y preguntarse cómo hizo el prófugo para llegar a esa vivienda, siendo que la Policía supuestamente ya esta­ba apostada en las inmediaciones.

Don Andrés relata que su sobrino se arrodilló en el piso del ga­raje y se largó a llorar. "Me dijo: 'Te juro tío que no soy yo. Te lo juro. Yo no soy el violador serial'. Tenía el arma en su mano y decía que iba a matarse mientras lloraba desconsolado", cuenta el hombre.

Finalmente Caporusso, según nos dijo, decidió ayudarlo y escondió a Sajen en la parte trasera de la camioneta Ford F 100 de­bajo de unos cajones de madera. Con su mujer y su hijo a bordo llevó al delincuente más buscado de Córdoba fuera de allí. "Hice menos de siete cuadras y cerca del barrio Santa Isabel 2a Sección, lo dejé. Después no lo vi más", añade don Andrés.

Cae la red

Al caer la noche en Córdoba, el cielo se nubló y la historia del violador empezó a cerrarse. Minutos antes de las ocho de la noche, una mujer llamó desde su celular al 101 de la Policía. Se la notaba nerviosa, agitada, alterada.

La mujer, a- quien llamaremos Ñ.Ñ., le dijo a la oficial que la atendió que mientras circulaba junto a su esposo -X.X.-y otro hom­bre en un utilitario Renault Kangoo con vidrios semipolarizados, en proximidades del Cottolengo Don Orione (sobre la avenida Armada Argentina) había visto caminando a Marcelo Sajen con el pelo teñi­do. La oficial le pidió más información, al tiempo que le indicó que en pocos minutos un móvil policial iba a acudir al lugar.

Ñ.Ñ. le comentó a la Policía que su marido era quien había reconocido a Sajen, ya que había estado preso con él años atrás en Encausados y que no se había olvidado jamás de su rostro. La lla­mada, como todas las efectuadas al 101, quedó grabada en la com­putadora de la Policía.

Dado que el patrullero no llegaba, a los tres minutos, Ñ.Ñ. vol­vió a comunicarse. Esta vez fue atendida por un agente, quien le indicó que varias patrullas iban en camino. La mujer le aclaró que ellos se iban a quedar en la zona para indicarles a los policías que llegaran hacia dónde había huido el serial.

Mientras el matrimonio aguardaba en la Kangoo en proximidades del Cottolengo, a unas 20 cuadras de allí, frente a la concesionaria de autos del Nene Sajen, en la avenida Armada Argentina al 900, había un revuelo. Ocurría que un vecino, a su vez, había alertado al 101 ya que había visto al violador serial en el negocio. Fue entonces que decenas de camionetas rojinegras de la policía acudieron hasta el lugar, bajo el mando del comisario Pedro Tobares, en aquel momento jefe del distrito 2. Los policías entraron a la concesionaria y comprobaron que no había nadie. Tobares sintió que alguien le tocaba la espalda.

-Jefe disculpe -preguntó un hombre, mientras se restregaba las manos nerviosamente.

-Qué pasa -respondió secamente Tobares, mientras prestaba atención a lo que otro policía hablaba por la frecuencia de la radio.

-Hace un ratito, Sajen anduvo por acá y se fue en un coche oscu­ro con vidrios polarizados. -¿Vos lo conocés a Sajen?

-Lo conozco desde que éramos pibes. Era un personaje y de jo­ven andaba en una cupé Renault Fuego, con una pistola en la cintura. Nunca me imaginé que fuera el serial... Es más. Siem­pre en los asados sacaba el chumbo y lo hacía girar con el dedo de la mano como hacían los cowboys. -Ta' bien ¿Dónde lo viste?

-Andaba en un vehículo con otra gente, bajó la ventanilla y me dio unas cosas para su hijo. Ahí nomás arrancó como quien va para la zona de Villa El Libertador o de Santa Isabel. -¿Seguro que era él? ¿No estarás hablando al cuete, vos? -No jefe. Se lo juro. Era Sajen.

Tobares se dio vuelta y pulsó el handy.

-Central Cóndor, Central Cóndor. -QRB Cóndor -respondió un policía desde la base. -Central, poné QAP (atentos) a todos los móviles. El Víctor Sierra anda en un vehículo de vidrios oscuros. Hace QTN (se diri­ge) a Villa El Libertador o a Santa Isabel. Anda con unos saros a bordo. ¡Con la "preca" del caso, debe estar armado! -gritó Tobares, mientras subía a una camioneta del CAP y arrancaba velozmente.

A poco de cortar la comunicación, por la frecuencia policial, un oficial solicitaba que se dirigieran móviles hasta el frente del Cottolengo Don Orione y se entrevistaran con los ocupantes de una Kangoo roja con vidrios oscuros que aseguraban haber visto a Sajen caminando por la zona.

-Estamos en la correcta, negro. ¡Aceleré! -gritó Tobares al cabo que manejaba el patrullero.

Detrás de ellos, otros móviles del CAP aceleraron a fondo y emprendieron viaje hacia Santa Isabel, con la sirena apagada para pasar inadvertidos.

No eran los únicos policías que andaban por la zona. Paralela­mente circulaba un Fiat Duna al mando del subcomisario Mario Viva, compañero de Tobares, quien llevaba a un vecino del sector que aparentemente podía decir dónde estaba oculto Sajen.

Y había otra brigada más. Se trataba de un grupo de detectives del Cuerpo de Investigaciones Especiales (CIE), dependiente de la Dirección de Investigaciones Criminales, que bajo el mando del subcomisario Daniel Flores recorría las calles de Villa El Liberta­dor en un Renault 18. Los policías iban con una persona que podía indicarles dónde vivía una vieja novia del violador serial.

Entre los móviles del CAP y los del CIE no existía ningún tipo de comunicación. Los primeros se reportaban directamente con el comisario Martínez, de Operaciones, mientras que los segundos lo hacían con el comisario Nieto, de Investigaciones.

El primer CAP en llegar hasta el Cottolengo fue el 3.911, perte­neciente a la comisaría 18 de Villa El Libertador, donde iban los policías Sergio Bolloli y Gustavo Albornoz. Sin embargo, la Kangoo no estaba al lado de este instituto, sino al frente, cruzando la ave­nida Armada Argentina, en el ingreso mismo al barrio Santa Isabel 2a Sección. A esa hora del día, las luces de las calles ya se habían encendido.

El móvil policial debió girar en un semáforo y se acercó hasta el utilitario que se encontraba detenido junto a la vereda. En este punto existe una serie de contradicciones, ya que algunos indican que la orden inicial que habían recibido los policías era "controlar a la Kangoo" porque alguien había visto a Sajen a bordo de la misma. Sin embargo, cuando los uniformados se acercaron, los ocupantes de ese vehículo bajaron una ventanilla y empezaron a gritar:

Allá va, Sajen!... ¡Allá va! ¡Se fue para aquel lado! ¡Agárrenlo!

Sin alcanzar a verlo, los policías del CAP arrancaron a toda velocidad y recorrieron unas cuatro cuadras, sin lograr ubicarlo. Giraron en "U" y volvieron hasta donde estaba la Kangoo, vehículo que a su vez había empezado a moverse y se había detenido en el cruce de las calles Tío Pujio y Altos de Chipión. El CAP llegó y la pareja se bajó del vehículo.

Ése que va ahí! ¡Ése es Sajen! ¡El que va caminando allá!

Los policías giraron la cabeza y, sin forzar demasiado la vista, divisaron esta vez, a unos 50 metros, a un hombre con gorrita que se alejaba caminando por la vereda.

Subieron a la camioneta y las gomas chirriaron al pisar el acelerador. Eran poco más de las 8 de la noche. La bestia tenía los minutos contados.

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