Primer asesino serial que tuvo Argentina : El petiso orejudo
Comenzó a matar
siendo un adolescente. Sus víctimas eran niños indefensos. El de Cayetano
Santos Godino es el caso más escalofriante de los que
registran los anales policiales del país.
Un día de 1906, el empleado municipal Fiore Godino entró en la comisaría
décima, en la calle Urquiza 550, y a los gritos clamó ayuda para controlar a su
propio hijo, Cayetano Santos Godino, de sólo 9 años:
–¡Señor
comisario, yo no puedo con él! Es imposible dominarlo. Rompe a pedradas los
vidrios de los vecinos, les pega a los chicos del barrio… Y si lo encierro en
casa es peor. Se pone como loco. El otro día encontré una caja de zapatos.
Había matado a los canarios del patio, les había arrancado los ojos y las
plumas y me los dejó en la caja, al lado de mi cama…
El comisario fue a buscar a Cayetano al
conventillo de la calle 24 de Noviembre 623, donde vivían entonces los Godino,
y se lo envió al juez. Tras una reprimenda, fue devuelto a sus padres. Como no
mejoraba, en 1908 lo encerraron en un reformatorio de Marcos Paz. Iba a
pasar allí tres años, pero no sirvió de nada.
Fiore Godino
y Lucia Ruffo, dos campesinos sardos, habían llegado en 1884 a Buenos
Aires. Eran analfabetos y huían de la pobreza, pero también de una tragedia
personal: el hijo primogénito, también Cayetano , había muerto de una afección cardíaca a los
diez meses de edad. Después, los Godino tuvieron una hija, Josefa,
con la que emprendieron la travesía, y en Buenos Aires les nacieron
nueve hijos más. Al último, que vio la luz en 1896 en el conventillo de Deán
Funes 1158, lo bautizaron Cayetano , como al muertito.
El padre de Cayetano era sifilítico y alcohólico,
aunque se las arreglaba para ir tirando, hasta que finalmente consiguió un
trabajo de farolero (encendía el fuego
en los faroles de alumbrado). Cayetano era un
chico frágil: enfermó de enteritis a los pocos años y creció raquítico. Peor
les fue a algunos de sus hermanos, como Antonio, que era epiléptico.
Cuando Fiore llegaba a casa –las dos piezas del conventillo donde la
familia habitaba– les propinaba feroces palizas a Lucía y a sus hijos. Cayetano
fue a varias escuelas, pero duraba poco: lo
expulsaron seis veces y nadie le enseñó a leer. Cuando fue revisado por los
médicos, éstos contaron 27 cicatrices en la cabeza provocadas por las palizas
del padre y de su hermano Antonio.
A los siete años, Cayetano era
tan bajo y menudo que parecía de cuatro. Lo llamaban "El Oreja" o "El
Petiso Orejudo" porque sus apéndices auditivos eran grandes y
apantallados. A los 8 cometió su primera fechoría. Tomó de la mano a un niño de
21 meses y lo llevó a un baldío donde comenzó a pegarle en la cabeza con una
piedra. Al pequeño Miguel de Paoli lo salvó el vigilante de la esquina,
que llevó al agresor a la comisaría. El padre tuvo que ir a buscarlo y todo
quedó como una pelea de chicos. ¿Quién podía pensar que en ese incidente comenzaba su
carrera el mayor asesino serial y pirómano nunca conocido en el sur de América?
El año siguiente,
1912, iba a ser un año lleno de acontecimientos, en la Argentina y en el
mundo. Se hundió el Titanic en el Atlántico norte y en algunos
cabarets de Buenos Aires comenzó a actuar un dúo de tangueros: el cantor
Carlos Gardel y su guitarrista José Razzano. Pero para muchos
porteños aquel 1912 quedó en la memoria como un año atroz, porque fue cuando un
fantasma recorrió Buenos Aires dejando una huella de sangre…
El 25 de enero de 1912 se encontró, en una casa vacía de Pavón 1541, el
cadáver de Arturo Laurora, de 13 años,
golpeado y estrangulado.
A las seis de la
tarde del 7 de marzo de 1912, una niña de 5 años llamada Reina Bonita Vainicoff, hija de inmigrantes judíos
que vivían en la avenida Entre Ríos 522, miraba la vidriera de una
zapatería. De pronto, sin que nadie atinara a darse cuenta cómo, el vestido
blanco de Reina Bonita, lleno de volados
y puntillas, comenzó a arder. Alguien le había tirado un fósforo. A pesar de
los gritos desgarradores de la niña en llamas, y de que un policía se tiró
sobre ella para apagar el fuego con el cuerpo, no pudo ser salvada. Reina Bonita, con quemaduras múltiples, murió 16
días más tarde. La tragedia se ensañó con la familia Vainicoff: el
abuelo, al ver que su nieta ardía, cruzó la avenida Entre Ríos sin mirar y lo
mató un auto.
El 16 de julio de ese mismo año, Cayetano
incendió un corralón en Garay al 3100.
En septiembre, mientras trabajaba como mandadero en unos almacenes del barrio,
acuchilló a un caballo en los establos de Chiclana al 3300. Dos días
después prendió fuego a la estación de tranvías de la Compañía Anglo,
que tenía entrada por Estados Unidos y por Carlos Calvo. El 8 de
noviembre de 1912, y en un descuido de sus padres, desapareció el niño Roberto Carmelo Russo, de dos años y medio, quien
jugaba con su hermanito mayor en la vereda de Carlos Calvo al 3800.
Minutos más tarde, un vigilante rescató a Roberto
Carmelo en un baldío. Lo habían maniatado con un piolín. Junto a él
estaba un muchacho menudo y de orejas apantalladas: alegó que acababa de
descubrir a Robertito y estaba
desatándolo.
Durante ese mes de
noviembre, otros extraños sucesos conmovieron al barrio: alguien incendió un
galpón de azulejos en la calle Carlos Calvo y Carmen Ghittoni, de
tres años, fue golpeada en un baldío de Chiclana y Deán Funes. El
vigilante llegó corriendo y sólo avistó de lejos al agresor, que huía. Cuatro
días después, Catalina Neolener, de cinco
años, sufrió un ataque similar en el umbral de su casa, en Directorio 78. Pero
todo se iba a precipitar el día de la tragedia, el martes 3 de diciembre de
1912.
La señora María
Giordano abrió la puerta de calle y miró al cielo. Estaba nublado y
bochornoso, pero no parecía que fuera a llover. Dirigiéndose a su hijo Jesualdo, un gordito de tres años y medio que
llevaba una pelota colorada bajo el brazo, le recomendó: –Quedate jugando en la vereda, Jesualdito, pero no crucés.
Fue lo último que le dijo. Cuando volvió a verlo, su hijo estaba muerto. La
tarde del 3 de diciembre Jesualdo fue
encontrado en un basural conocido como la quinta Moreno, donde
funcionaba antes el horno de ladrillos de la fábrica La Americana. Lo
habían estrangulado con trece vueltas de un piolín que se le hundió en el
cuello. Como no terminaba de morir, el homicida le perforó la sien derecha con
un clavo de cuatro pulgadas, al que golpeó con una piedra hasta que la punta
salió por el otro parietal. Luego tapó el cuerpito con chapas de cinc y se fue
tranquilamente a su casa.
"El Oreja", con inconsciencia, parecía
provocar al mundo. Durante la reconstrucción del crimen de Jesualdo, Godino
fue visto entre el gentío que llenaba la quinta Moreno. También fue al
velorio, y hasta algunos dijeron que se mostró compungido al acercarse al
féretro blanco y tocar la cabecita con mano trémula. Se sabe que compró un
ejemplar del diario y se hizo leer la crónica de los hechos (era analfabeto).
Luego recortó la noticia y se la guardó.
El proceso a Cayetano
Santos Godino se prolongó por dos años, durante los cuales
"El Petiso" fue
recluido en el Hospicio de las Mercedes. Las más importantes figuras de
la psiquiatría criminal concurrían para examinar al reo y comprobar cómo era
aquel ser al que la prensa calificaba de fiera humana. Muchas voces reclamaron
que se lo condenara a la pena capital, que entonces estaba en vigencia para
delitos como el homicidio, aunque no podía aplicarse a menores. ¿Pero podía
llamársele niño al "Petiso", aunque su partida de nacimiento dijera
que sólo tenía 15 años?
Godino era examinado como un cobayo; en el
diagnóstico, se destacaban sus características físicas: la escasa talla (1,51
metros), la cabeza pequeña (microsomía); la extensión de sus brazos, que
abiertos alcanzaban una envergadura de 1,85 metros; sus orejas desmesuradas y
en asa, su miseria física y la desmesura de su órgano sexual. Todo conducía a
una conclusión: Godino estaba
predestinado al crimen. Por esa época estaban de moda las teorías de Cesare
Lombrosso, que describía a los asesinos según su aspecto físico. Los
médicos decidieron entonces operarle las orejas y coserlas al costado de la
cabeza, suponiendo que de esta manera concluiría su afección al homicidio.
Luego de una larga recuperación, dejaron en libertad al Petiso, quien cometió
otro horrendo asesinato dos días después del alta médica. Fue capturado
nuevamente y esta vez para siempre.
Godino fue condenado en 1914 a la pena de
penitenciaría perpetua, que era irredimible. El juez lo envió a la Penitenciaría
Nacional de la calle Las Heras, donde podía ser aislado en una
celda. Allí pasó varios años. Aprendió a leer y escribir, a sumar y restar.
En 1923 se inauguró
en Ushuaia un presidio de máxima seguridad. Se la llamó "la cárcel del fin del mundo". Godino, severamente custodiado y engrillado,
fue trasladado a ella en el transporte Chaco.
Cayetano Santos Godino nunca recuperó su libertad. Según el
certificado de defunción, "El Petiso Orejudo" falleció el 15 de
noviembre de 1944 por una hemorragia interna causada por gastritis avanzada,
aparentemente provocada por una paliza dada por los presos cuando este mató a
los dos gatos mascotas de la penitenciaría. Cuenta la leyenda que, cuando el
penal fue clausurado, en 1947, los huesos de nuestro primer asesino serial no
pudieron ser hallados en el camposanto del lugar. En cambio, la esposa del
último director tenía un pisapapeles con el fémur de Cayetano
Santos Godino.