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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.
Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.
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Jorge Omar Charras
ajedrez, informatica, casos reales, policiales etc.
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//26 de Septiembre, 2010 |
Jürgen Bartsch |
por
jocharras a las 18:49, en
Hombres Asesinos |
Jürgen Bartsch  A
mediados de los años sesenta del siglo pasado existía en la Ciudad de México una revista llamada Sucesos, cuyo subtítulo era “para
todos”. El contenido de la publicación era misceláneo, con temas de
interés general, además de que ya para entonces recurrían a fotografías a las
que montaban letreros chuscos, una técnica actualmente muy utilizada en diarios
y revistas. De vez en cuando, también, el ejemplar impreso incluía traducciones
de artículos y reportajes de otros países.
Uno de los números de Sucesos, que leí por esos años en una peluquería de la colonia Tacuba, incluyó un amplio
artículo que abordaba el caso de un asesino de niños. Yo tenía entre nueve y
diez años. No me grabé entonces los nombres ni del criminal ni del autor de
aquella entrega. Mi mente sólo dio acuse de recibo a algunos de los pormenores
de la saga de ese homicida. Casi 40 años después reencontré el caso. Puedo
decir, sin temor a equivocarme, que Jürgen Bartsch fue para mí y para mi oficio “El
asesino serial cero”.  El 18 de
junio de 1966, Peter Freese, de 11
años, se arrastró hasta una vela, colocó en la flama las ataduras que impedían
el movimiento de sus manos y, una vez libre, salió del túnel al que había sido
llevado con engaños por un joven de aproximadamente 20 años. Primero en su casa
y después en la comisaría, el relato de su odisea y de lo que había alcanzado a
ver y oler dentro de la cavidad dejó estupefactos a su familia y autoridades.
La policía de Essen, Alemania, se
dirigió de inmediato a una mina que había sido utilizada como refugio contra
ataques aéreos durante la Segunda Guerra
Mundial. Hasta los agentes más curtidos se horrorizaron de lo que
encontraron en ese averno oscuro. Los restos correspondían a cuatro menores
cuyas edades —las autopsias e identificaciones así lo determinaron— oscilaban
entre ocho y 12 años.
Mientras un grupo de trabajadores y peritos
forenses rescataba los cuerpos, otro integrado por policías se dirigió a la
casa del sospechoso. Jürgen Bartsch, de 19 años, veía
tranquilamente la televisión acostado en la cama, en medio de sus padres.
Aguardaba a que oscureciera para regresar a la cueva. Una vez que fue sometido
a los interrogatorios, Bartsch confesó todo.
Pese a su edad, el joven había alcanzado la última fase del asesinato serial,
cuando inconscientemente descuidan su forma de actuar con la esperanza de ser
aprehendidos. Al llegar a este estadio, su necesidad de contarlo todo
generalmente se convierte en una urgencia.  Para
ubicar a sus víctimas potenciales, Jürgen Bartsch viajaba en taxis o en la
camioneta del negocio de su padre, quien era carnicero. En los años 60 del
siglo pasado no era muy común que los jóvenes tuvieran dinero para pagar un
taxi, por lo que frecuentemente el joven extraía algunos billetes de la caja
registradora de la carnicería. Después de que atraía la atención del
adolescente en turno, Bartsch se presentaba como detective o agente
de seguros. Decía que necesitaba un testigo para recobrar de la mina al final
de la calle una maleta llena de diamantes. Cuando la historia resultaba
increíble, Bartsch
cambiaba de estrategia, invitándolo a tomar jugo a refresco a algún bar de la
localidad. El asesino generalmente tomaba varias cervezas y, aunque estuviera mareado,
nunca descuidaba ningún detalle de su cacería. Ya que había ganado la
confianza, el joven y su víctima caminaban a la mina. Otro coto de caza de Bartsch
eran los salones parroquiales, donde acudía gente pobre y sin hogar, individuos
cuya desaparición nadie echaría de menos.

A unas
cuantas semanas de haber nacido, Jürgen Bartsch fue
entregado por su madre a un orfelinato, en el que permaneció casi dos años. Ahí
recibió cuidados, pero no afecto. Cuando el matrimonio que a la postre lo
adoptó lo vio por vez primera quedó prendado del niño. Sin embargo, el señor Bartsch no tenía ojos más que para su negocio y se
desentendió bastante del cuidado de su hijo, mientras que la esposa era una
mujer estricta, que simpatizaba con la idea de que letra con sangre entra.
Durante su declaración, Jürgen afirmó que de niño fue violado por un
cura. Al llegar a la adolescencia, de acuerdo con su confesión, tuvo pocos
amigos, con los cuales practicó juegos homosexuales que culminaban en la
eyaculación de los involucrados.
En cuanto a su modo de operar no fue necesario
que confesara, el estado en el que fueron encontrados los cadáveres hablaba por
sí solo. Los asesinatos de Jürgen Bartsch daban
la apariencia de seguir un guión. Cuando llegaba a la mina acompañado de un
adolescente, lo golpeaba para imponer su mando. Después los maniataba,
manoseaba sus genitales y se masturbaba infructuosamente, pues no llegaba a la
eyaculación. Luego de estrangular a su presa, el asesino decapitaba y abría el
cuerpo en canal. En el momento de la mutilación, Bartsch acumulaba varias eyaculaciones en serie.
Cuando la fatiga lo vencía, extraía ojos, algunos órganos y cortaba genitales,
piezas que se llevaba a casa para continuar el juego o para cocinarlos. En
ocasiones utilizaba una maleta para cargar una mayor cantidad de piezas
corporales.
Jürgen Bartsch fue condenado a cadena
perpetua, contrajo matrimonio en prisión con una mujer que conoció por
correspondencia. En un intento por quedar libre se sometió a una cirugía de
castración, durante la que murió el 28 de abril de 1976 por una sobredosis de
anestésico. POR José Luis Durán King
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