El lunes
23 de noviembre de 1998, se iniciaba en la ciudad de Zhitomir (ex Unión Soviética),
el juicio de un ucraniano acusado de haber asesinado a 52 personas, ante la
celosa mirada de un público enloquecido que reclamaba la cabeza del acusado. Su
calma contrastaba con la emoción de todos los presentes en la sala, en su
mayoría jóvenes.
Después
de confesar en una declaración entregada a la prensa por su abogado antes de la
apertura del juicio, que no se arrepentía de ninguno de los crímenes que había
cometido, Anatoli
Onoprienko respondía dócilmente a las preguntas del juez; reconoció
haber asesinado a 42 adultos y 10 niños, entre 1989 y 1996.
La parte
acusadora ha pedido la pena de muerte, cuyo mantenimiento apoyan tres de cada
cuatro ucranianos, según las encuestas, pero el verdadero problema en este
complicado juicio, es impedir que el público linche al acusado. Complicado por
su envergadura y duración (más de 400 testigos y por lo menos tres
meses de declaraciones por delante), por sus gastos, pero también por
la tensión que se respira entre los familiares de las víctimas, obligados a
pasar cada día por un arco detector de metales, algo no tan corriente en ese
país, mientras el acusado, encerrado en una jaula metálica, está prudentemente
separado de la ira del público...
Las
autoridades le describen como el asesino más terrible de la historia en Ucrania y de la antigua Unión Soviética, mientras que las
familias de las numerosas víctimas lo califican de "animal", "ser
monstruoso" y "bestia demoníaca".
Los
hechos se producían entre octubre de 1995 y marzo de 1996. En aquellos seis
meses, la región de Zhitomir vivió
aterrorizada por una serie de 43 asesinatos que Onoprienko había ido sembrando.
La Nochebuena de 1995 se produjo el ataque a la aislada vivienda de la familia Zaichenko.
El padre, la madre y dos niños muertos y la casa incendiada para no dejar
huellas fue el precio de un absurdo botín formado por un par de alianzas, un
crucifijo de oro con cadena y dos pares de pendientes. Seis días después, la escena
se repetía con otra familia de cuatro miembros. Víctimas de Onoprienko
aparecieron también durante aquellos seis meses en las regiones de Odesa, Lvov y Dniepropetrovsk.
Estas
matanzas incitaron a la segunda investigación delictiva más grande y complicada
en la historia ucraniana (la primera había sido la de su compatriota
Chikatilo). El gobierno ucraniano envió una buena parte de la Guardia Nacional con la misión de velar
por la seguridad de los ciudadanos y, como si el despliegue de una división militar
entera para combatir a un solo asesino no fuera bastante, más de 2000
investigadores de las policías federal y local. Los policías empezaron a buscar
a un personaje itinerante y elaboraron una lista en la que figuraba un hombre
que viajaba frecuentemente por el sudoeste de Ucrania para visitar a su novia.
Con la
policía tras su pista, Onoprienko puso tierra de por medio en 1989 y
abandonó el país ilegalmente para recorrer Austria,
Francia, Grecia y Alemania, en
dónde estaría seis meses arrestado por robo y luego sería expulsado.
De
regreso a Ucrania sumó a los nueve
otros 43 asesinatos, y poco después, ante las pruebas encontradas por los
agentes en los apartamentos de su novia y su hermano (una pistola robada y 122 objetos
pertenecientes a las víctimas), hallaron una razón para arrestarlo.
Cuando la policía le pidió los documentos en la puerta de su casa, Onoprienko
no les quiso facilitar la tarea, e hizo un esfuerzo vano por conseguir un arma
y defenderse. Cuando los policías por fin lo detuvieron, Onoprienko se sentó
silenciosamente cruzando los brazos y les dijo sonriendo: "Yo hablaré con un general, pero no con ustedes".
Aun así, no le quedó más remedio que confesar sus crímenes y dejar que aquellos
le arrestasen.
En su
declaración al juez, aparecerían otros nueve cadáveres cosechados a partir de
1989 en compañía de un cómplice, Sergei
Rogozin, (quien también comparecería en el juicio).
Anatoli Onoprienko siguió los pasos del legendario Andrei Chikatilo. Ambos mataron al
mismo número de víctimas, pero son muy diferentes. Chikatilo, ejecutado en 1994, era un maniaco sexual. Sólo mataba
mujeres y niños, cuyos cuerpos violaba y mutilaba. A veces se comía las
vísceras. Nada de esto aparece en el expediente de Onoprienko, un ladrón que mataba
para robar, con inusitada brutalidad y ligereza, pero sin las escenas del
maniaco sexual. Onoprienko
supera a Chikatilo por el corto
periodo en que realizó su matanza: seis meses frente a doce años.
Cuando
ejecutaba a sus víctimas, el asesino seguía un mismo ritual: elegía casas
aisladas, mataba a los hombres con un arma de fuego y a las mujeres y a los
niños con un cuchillo, un hacha o un martillo. No perdonaba a nadie, después de
sus asesinatos cortaba los dedos de sus víctimas para sacarles los anillos, o a
veces quemaba las casas. Incluso mató en su cuna a un bebé de tres meses,
asfixiándolo con una almohada.
Onoprienko, de 39 años, estatura media,
aspecto de deportista, racional, educado, elocuente, dotado de una excelente
memoria y desprovisto de piedad. Soltero, padre de un niño, reconoció haber
tenido una infancia muy difícil: su madre había muerto cuando él tenía 4 años,
y su padre y su hermano mayor lo habían abandonado en un orfanato. De adulto,
para ganarse la vida, se había embarcado como marino y había sido bombero en la
ciudad de Dneprorudnoye dónde su
ficha laboral le describe como un hombre "duro, pero justo".
Luego había emigrado al extranjero para trabajar de obrero durante ese tiempo,
pero confesó que su fuente primaria de ingreso era criminal: los robos y
asaltos.
El
peritaje médico lo ha calificado como perfectamente cuerdo que puede y debe
asumir las consecuencias de sus actos. El mismo se define como un "ladrón"
que mataba para robar: "Mataba para
eliminar a todos los testigos de mis robos"
Por este
motivo puede ser condenado a la pena capital por crímenes premeditados con
circunstancias agravantes. El presidente ucraniano, Leonid Kuchma, dijo que dará explicaciones al Consejo de Europa para violar en este caso la moratoria de
ejecución de la pena de muerte que su país mantiene desde marzo de 1997.
Gracias al convenio con el Consejo de
Europa, 81 penas de muerte dictadas últimamente en Ucrania no se han ejecutado. La declaración del presidente Kuchma anuncia que se va a hacer una
excepción con Onoprienko.
En un
momento determinado de la investigación, el acusado afirmó que oía una serie de
voces en su cabeza de unos "dioses extraterrestres" que lo
habían escogido por considerarlo "de nivel superior" y le habían
ordenado llevar a cabo los crímenes. También aseguró que poseía poderes
hipnóticos y que podía comunicarse con los animales a través de la telepatía,
además de poder detener el corazón con la mente a través de unos ejercicios de
yoga.
¿Enfermo mental o maniaco homicida? lo
primero podría declararlo imputable, y lo segundo, condenarlo a la pena
capital... el juicio, actualmente en curso, parece seriamente complicado.
Los
psiquiatras, sin embargo, han diagnosticado que el hombre está perfectamente
"cuerdo" y la mayoría quiere que pague por los homicidios.
El mismo Onoprienko
resumía así la filosofía de su carnicería: "Era
muy sencillo, los veía de la misma forma en que una bestia contempla a los
corderos".