CAPITULO X
Volver tras las
rejas
He robado
Aquella madrugada, el teléfono empezó a sonar. Zulma
se despertó sobresaltada, prendió el velador y vio el reloj despertador que
descansaba en la cómoda. Ya eran casi las 4 de la mañana del 8 de febrero de 1999.
Dormida, tanteó la cama por costumbre y comprobó que su marido, otra vez, había
decidido no dormir en su casa. El sonido insistente del teléfono le dio un mal
presentimiento.
Había tenido un día difícil. Tenía fiebre, le dolía
todo el cuerpo y para colmo no podía sacarse de la cabeza que estaba por nacer
"el bastardito", como siempre llamaba al hijo que la Negra
Chuntero tendría con Marcelo.
Precisamente por ese tema había discutido el día anterior con Sajen. Estaba segura que "la otra"
vivía como una reina, mientras ella se sentía cada vez más desplazada.
Se levantó en camisón, fue rápido hasta la cocina y
levantó el teléfono. Era Marcelo.
-He robado y me agarraron -del otro lado del tubo Sajen hablaba apurado, nervioso, asustado.
Zulma sintió que el mundo se le derrumbaba. Como una tormenta, cientos de
recuerdos volvieron a cruzarse por su cabeza. Recordó Pilar, la Policía
allanando su casa, Marcelo trasladado
en un patrullero, los aprietes en la comisaría, el juicio en Tribunales I,
el rostro del secretario Ugarte, la cara de piedra de los jueces que
condenaron a su marido y las penurias que vivió cuando tuvo que ir a visitarlo
a la cárcel.
-¡¿Dónde mierda
estás, hijo de puta?! -exclamó Zulma.
-En la primera..., me tienen en la comisaría
del centro. Metí el
caño en una pizzería, el dueño me corrió y la yuta
me agarró.
Me tienen encerrado y me permitieron hacer una
llamada.
Llamalo al doctor Albornoz y pedile que me venga a
ver urgente
y me saque. Perdóname Zulmita, por el amor de Dios.
Perdóname. No sé qué me pasó.
-¡¿Cómo que no sabés?!
¡¿Cómo te agarraron?! Me prometiste que no... -gritó Zulma,
llorando.
Los chicos se despertaron y se largaron a llorar,
asustados por los chillidos de su madre.
-No sé si voy a
seguir con vos Marcelo. Se acabó. ¡Esta vez, basta! ¡Te vas a la mierda!
-bramó la mujer antes de cortar.
-¿Qué pasa mamá? -preguntó una
de sus hijas, mientras se asomaba a través del marco de la puerta. Detrás de
ella, estaban sus otros hermanos.
-Nada, no pasa nada. Tuve una
discusión con tu padre. Váyanse a dormir.
Zulma se sentó en una silla del comedor y siguió llorando. Esta vez, la
relación con Marcelo se acababa.
A unas 50 cuadras de allí, en un calabozo de la
comisaría primera, ubicada en la calle Corrientes 534, a pocas cuadras
de la terminal de ómnibus de Córdoba, Marcelo
Sajen se sentía perdido. Definitivamente perdido. Acababan de
atraparlo luego de un asalto y se veía condenado otra vez en una celda de la Penitenciaría.
Pero lo que más terror le daba no era haber caído preso, sino que la chica a la
que había violado momentos antes hiciera la denuncia y los policías vincularan
ambos casos.
Sabía que no era imposible que ella fuera a esa
comisaría. "Falta que me encuentre cara a cara y se pudre todo",
pensó. Sin embargo, lobo y víctima no iban a cruzarse. La joven efectuó la
denuncia en la unidad judicial de la comisaría cuarta, del barrio
Nueva Córdoba, y luego en la División Protección de las Personas,
en la Jefatura de Policía. Como las actuaciones judiciales quedaron
asentadas en distintas oficinas, nadie relacionó la violación con el asalto, a
pesar de que ambos delitos se habían cometido a escasas cuadras de distancia
entre sí y en un breve lapso entre uno y otro.
La Policía y la Justicia se enterarían de que el
ladrón y el violador eran la misma persona recién varios años después.
Permaneció un par de horas en la Comisaría
Primera y luego fue trasladado a la Décima (llamada por aquel
entonces Precinto 5), en la avenida Vélez Sarsfield 748, donde
pasó la noche encerrado en un calabozo junto a varios presos más. Estuvo todo
el día prácticamente sin dormir. Al día siguiente, antes de que lo trasladaran
a la Cárcel de Encausados y de que pudiera ver a su abogado, los
policías le permitieron a Sajen otra
comunicación telefónica. Esta vez, llamó a Adriana.
La Negra Chuntero no estaba en casa para
atender el teléfono. Había sido internada de urgencia en una clínica del centro
de la ciudad para dar a luz al bebé que había concebido con Marcelo nueve meses antes.
La criatura nació por parto natural.
"No sé por
qué Marcelo
robó esa noche. Lo que sí sé, es que él estaba desesperado porque
Zulma lo tenía loco. Estaba atormentado
porque ella le exigía plata todo el tiempo. En cambio, yo nunca fui así,
siempre me conformé con lo poco que tengo y que él me daba. Marcelo siempre me
decía que yo sabía economizar, mientras que Zulma y sus hijos gastaban y
gastaban. Pobrecito, todo lo que le pedían, él les daba", recuerda
Adriana.
La Negra Chuntero recién se enteró de que Marcelo había sido detenido dos días después,
cuando su cuñado Daniel Sajen fue a visitarla y a conocer a su flamante
sobrino.
"Yo estaba
desesperada, porque esa noche Marcelo no había vuelto a casa a cenar. Encima tampoco me venía
a visitar y a ver al bebé. 'Este no me quiere más y me dejó para siempre',
pensé. Y sufrí mucho. Cuando supe que había caído preso, me puse peor",
señala la mujer.
A pesar de la bronca que sentía por su marido, Zulma
había ido a contratar los servicios del abogado Diego Albornoz,
el mismo que lo había defendido en el juicio por la violación de Pilar
en 1985.
Cuando Zulma lo llamó, el abogado se puso a
trabajar de inmediato para que su cliente recuperara su libertad. Sin embargo,
no había mucho por hacer, las pruebas en su contra eran demasiadas.
Nombre
falso
A los pocos días de haber dado a luz, Adriana
regresó a su hogar. Quería sentirse feliz de haber sido madre nuevamente, pero la
angustia de saber que su pareja estaba detenida no la dejaba pensar.
Un día a la mañana, sonó el teléfono y ella
presintió que era su "negro", no se equivocó.
-Negrita mía. Te extraño mucho. ¿Cómo estás? ¿Cómo está el nene?
¿Está bien? ¿Toma la teta? -Sajen
no paraba de hacerle preguntas. Se lo oía abatido, desesperado, angustiado
-Adrianita, vení a visitarme. Te
extraño. Me tienen en Encausados . Pero
cuando vengas como visita, pedí por Gustavo
Rodolfo Brene. No digás Sajen. Acordate, Gustavo Rodolfo Brene.
Ese es el nombre que di acá -dijo Sajen,
susurrando.
Brene no era un invento cualquiera. Había adoptado el
apellido de un familiar que su esposa Zulma tenía en Pilar. Adriana
no entendía nada, pero igual anotó el nombre en un papel para no olvidarse.
Esa mañana había comprado los diarios, pero al
igual que en los días anteriores no informaban nada sobre la captura de un ladrón
en el centro luego de cometer un asalto a una pizzería.
Viejo conocedor del código delictivo, Sajen había dado una identidad falsa. Lo
había aprendido de sus hermanos. Y no sería la última vez. Sabía bien que
dando un nombre trucho, y no teniendo el documento de identidad encima, la
Policía iba a tardar mucho tiempo en averiguar si tenía antecedentes delictivos
y podían soltarlo.
El cotejo de sus huellas dactilares con las
planillas de antecedentes delictivos se hacía en forma manual, al igual que en
la actualidad, y eso demandaba un extenuante trabajo para cualquier policía.
De esa forma, pensó que podía zafar de una condena abultada.
"Ahora es
más difícil pero antes siempre que caías preso se daba cualquier identidad
menos la de uno, porque los canas, al ver que no tenías antecedentes, te
dejaban en libertad y te decían 'preséntese mañana'. Si tenías esa suerte te
ibas y no volvías más", señala, sonriendo, Daniel Sajen.
El fin de semana siguiente a haber dado a luz, Adriana
fue hasta Encausados a visitarlo. La mujer ya conocía bien el
derruido penal del barrio Güemes. Sajen
la había acompañado varias veces, cuando ella iba a visitar a un hermano que
tenía "privado de la libertad", como prefiere decir
ella antes de usar la palabra "preso".
Durante meses, loca de amor, la Negra Chuntero
fue a ver a Marcelo todos los fines
de semana. Incluso iba los miércoles y jueves. Le llevaba comida, ropa y algo
de dinero. Cigarrillos no, porque no fumaba. La mujer iba con su pequeño bebé,
a quien Marcelo veía crecer poco a
poco.
Sin embargo, las cosas no eran fáciles para ella.
No tenía dinero y no podía alquilar más, por lo que se fue a vivir durante un
tiempo a la casa de la madre de Marcelo,
María Rosa Caporusso, en barrio Maldonado.
Paralelamente, durante todo ese tiempo, Zulma
nunca había ido a visitar a su esposo. La mujer realmente estaba fastidiada con
él porque había robado y caído preso. "Cuando
fue detenido, lo dejé de ir a ver por un buen tiempo. Estaba muy enojada,
porque no tenía por qué robar. Teníamos trabajo, dinero... Me había
desilusionado mucho", recuerda Villalón.
"Zulma es,
y siempre lo fue, una mujer de muchos principios. Una mujer de fierro, por eso
dejó a Marcelo solo, cuando cayó preso. No se banco que él robara",
relata por su parte un abogado allegado a la familia Sajen.
Finalmente, luego de seis meses, la mujer decidió
ir a Encausados junto a dos de sus hijas a visitar a su esposo. Y
pasó lo inevitable.
A metros de la puerta de entrada a la cárcel, sobre
calle Ayacucho, Zulma y Adriana se encontraron frente a frente en
la cola que hacían aquellas mujeres que iban de visita con sus bolsas de hacer
compras, cargadas con azúcar, yerba y fideos. Ambas se conocían bien tras
haberse cruzado en el barrio varias veces.
El encuentro no fue precedido precisamente por un
beso y un abrazo afectuoso. Las dos se agarraron de los pelos y empezaron a
insultarse y pegarse. Todo era griterío. Las demás visitas empezaron a gritar
también y formaron una ronda para observar de cerca la pelea.
"Yo estaba
con mi bebé en brazos y a ella no le importó, y me tiró de los pelos. Sin
querer, quise defenderme con las manos y le pegué a una de sus hijas y le
empezó a salir sangre de la nariz. Zulma se desesperó y llamó a la Policía. Zulma
siempre lloraba la carta y en la Policía le
daban bolilla", recuerda Adriana.
La Negra Chuntero fue a parar a la Comisaría
Décima, donde le pintaron los dedos y la dejaron demorada durante algunas
horas hasta que fue a buscarla su padre. Ese día no pudo ver a Marcelo. Zulma sí, pero al cabo de unas
semanas iba a abandonarlo por un largo tiempo. Las secuelas de este episodio
llegarían a oídos de los presos de boca de sus propias mujeres, que vieron a Zulma
y a Adriana peleándose por Marcelo.
Eso alimentaría en la cárcel el mito de mujeriego y "ganador"
que Sajen ya traía desde su barrio,
hasta el punto de que la primera referencia que todos los presos que lo
conocieron hacen de él es que era visitado por dos mujeres en la cárcel.
El pluma del
pabellón
Aquel 1999, Sajen
estaba preso y Encausados era pura ebullición. Ya se sabía que de
un momento a otro el edificio iba a ser desalojado y que los internos iban a
ser trasladados al flamante Complejo Carcelario Padre Lucchese, una
moderna cárcel del Primer Mundo ubicada en la comuna de Bouwer,
en el camino a Despeñaderos, varios kilómetros al sur de la ciudad de Córdoba.
Sajen entró a Encausados el 9 de febrero
del '99 y fue a parar directamente "al Cerro", como se
conocía al sector de los pabellones "VIP", ubicados por aquel
entonces en los pisos superiores y que daban hacia calle Belgrano. El
nombre hace referencia al Cerro de las Rosas, uno de los barrios más
exclusivos de la ciudad de Córdoba. Se trataba de los pabellones 16, 17,
18 y 19. Se los denominaba así ya que, en comparación con los demás espacios,
contaban con mejores condiciones de alojamiento, baños y celdas limpias,
cocinas con freezer, heladera, lavarropas y hasta televisión con una antena
parabólica satelital que permitía ver partidos de fútbol o la señal del canal
porno Venus.
A diferencia de la primera vez que había estado
alojado en Encausados , esta vez Marcelo
Sajen no se sentía solo. Si bien ya no estaba más aquel directivo
del Servicio Penitenciario -amigo de su padre- que le
había brindado cierta protección, Marcelo
se sentía seguro y acompañado en el pabellón, ya que a muchos los conocía del
barrio, de la calle, de la vida misma. Ellos lo conocían como "Marcelo", aunque él seguía haciéndose
pasar ante los guardia cárceles como un tal Gustavo Brene.
Todos sabían que había caído por robo e ignoraban su violación en Pilar,
cometida años antes.
Sajen permaneció alojado los primeros tiempos en el
pabellón 19 que, respecto a los otro cuatro del sector VIP era el que tenía las
menores comodidades.
Un buen día se produjo una violenta pelea entre dos
bandos que disputaban el control del pabellón 19. El grupo de Sajen fue el que perdió y Marcelo terminó expulsado a patadas y
estocadas con púas. Lo primero que se hace en estos casos es solicitar a los
guardias que se traslade al preso y Sajen
terminó recayendo en el pabellón 6 del primer centro, uno de los más duros de Encausados.
Allí se encontraba alojado su hermano mayor Leonardo
(el Turco Miguel), que por aquel entonces, según coinciden sus
hermanos y varios reclusos que lo conocieron, era el más pesado del pabellón.
Era el pluma, el jefe de los demás. Todos le temían y cumplían sus órdenes a
rajatabla. Si alguien iba en contra de sus designios, terminaba mal.
Como no podía ser de otra manera, Marcelo llegó al pabellón para acompañar a su
hermano y pronto se convirtió en otro pie de plomo ante los demás.
Un pluma es un preso peligroso y respetado que
controla todo en un pabellón: ya sea cómo se dividen los internos en cada
celda, quién se queda, quién se va, qué se come, qué no se come, qué se debe
hacer, qué no. Muchos incluso llegan a convertirse en cerebros de
organizaciones delictivas muros adentro e incluso de bandas que actúan muros
afuera. Y no están solos, sino que cuentan con un ejército de "perros"
-reclusos que les demuestran fidelidad- que harán cumplir sus
normas y designios al pie de la letra.
Según se comenta, Leonardo Sajen en
toda su etapa carcelaria fue un buen pluma que no tenía perros bajo sus órdenes
porque prefería manejarse solo. La tarea no es nada fácil, ya que un pluma debe
tener el control y para ello tiene que evitar que nadie más pueda competirle
dentro del pabellón. Así también, sabe bien que cualquier decisión que adopte,
a la larga se puede volver en su contra.
"Si llega un
tipo nuevo al pabellón y comienza a hacer amigos, tenés que controlarlo. Si no
lo hacés, el tipo te va a disputar el poder en poco tiempo. Entonces tenés que
anularlo. Si no lo hacés, te arriesgás a una pelea y podés perder. Además, el Servicio
Penitenciario necesita que vos tengas controlado el
pabellón para evitar motines y problemas. Si demostrás que no podés controlar
la situación en tu pabellón, no le sos útil al Servicio. A la larga, dejás de
ser pluma, uno no lo es toda la vida. Así empezás a deambular entre pabellones
y en cada uno hay un hermano, un amigo o un primo de algún tipo al que le
cagaste la vida y que te la va a cobrar", comentan dos
plumas alojados en la Penitenciaría, quienes conocieron a los hermanos Sajen bien de cerca.
Durante largo tiempo, Leonardo y Marcelo habrían sido juntos plumas del
pabellón 6. Al poco tiempo, llegó Daniel, el otro hermano. Entre los tres -dicen
algunos- fueron imparables.
Por aquellos meses, estaba preso en Encausados un
sujeto que se hacía llamar el Conchita Martínez, quien ganó su
sobrenombre por su notable parecido con la ex tenista española que brilló en
los '90.
Conchita había sido "capeado" -echado- del
pabellón 17 -el sector VIP- y, luego de pasar por varios
sitios de Encausados -una asamblea de presos que dirigía el
pabellón 18 le negó la entrada-, recaló finalmente en el pabellón 6, de
los hermanos Sajen.
Martínez está sospechado por la
Policía de haber sido un preso que manejaba el ingreso y comercio de las
pastillas sedantes, la droga por excelencia en la cárcel, presuntamente en
complicidad con guardia cárceles. Incluso, en la cárcel, se le adjudica el
supuesto récord de haber logrado ingresar entre la Navidad de 1999 y el
1° de enero de 2000 la friolera de 11 mil pastillas.
Los presos que estuvieron con los Sajen recuerdan que los hermanos le exigieron
una condición a Conchita para que pudiera quedarse en el
pabellón: la compra de un televisor, una heladera y pintura suficiente para
pintar todo el sector.
"Los Sajen
lograron mejoras y además quedaron bien con los demás internos",
señala uno de los presos.
En marzo de 1999, el fiscal de instrucción del Distrito
2 Turno 2 de la ciudad de Córdoba, Alejandro Moyano, comprobó
que Gustavo Brene y Marcelo Mario Sajen eran la misma persona -las
huellas dactilares eran idénticas- y envió su causa por el asalto a la
pizzería a juicio. Sin embargo, iba a pasar mucho tiempo hasta que el juicio
finalmente se iniciara.
Aparentemente, dado el poder que tenían los Sajen, las autoridades penitenciarias con el
director de Encausados , Gustavo Mina, a la cabeza, decidieron
separar a los hermanos. En realidad, dentro de la cárcel y en la familia, se
comenta que conociendo el perfil de pluma de Leonardo puede haberse
producido algún enfrentamiento entre los hermanos. En este sentido, Daniel
confiesa que fue el mismo Marcelo
quien pidió trasladarse al VIP nuevamente dejando a sus hermanos con el
poder del pabellón 6.
Después de unos meses, Marcelo
Sajen empezó un derrotero por distintos pabellones, en muchos de los
cuales tuvo serios problemas con los internos y, como duro boxeador que había
aprendido a ser, se trenzó en violentísimas peleas con varios de ellos. Eso le
permitía hacerse respetar y por sobre todas las cosas reivindicar su fama de
duro.
En las fojas de su prontuario quedó archivado un
grave incidente registrado a fines de 1999 en el pabellón 24. En aquella oportunidad,
Sajen se peleó con varios presos y
cuando los guardia cárceles entraron al sector para sacarlo a los bastonazos,
él tomó un secador de piso, lo partió en dos y fabricó una improvisada lanza.
Así estuvo varios minutos amenazando a los guardias, evitando que nadie se le
acercara, mientras a los gritos incitaba a los demás internos para que se amotinaran.
En efecto, hubo una revuelta que rápidamente fue disuelta. Sajen se entregó y pasó varias semanas en
aislamiento, encerrado en una celda oscura, sin salir al patio y, sobre todo,
sin la visita de Adriana, quien durante todo este tiempo seguía estando
presente todos los días de visita.
Culpable
Dado que las pruebas en su contra, por el asalto a
la pizzería, eran abrumadoras, Sajen
aceptó el consejo de su abogado Albornoz. El letrado le había sugerido
que aceptara la realización de un juicio abreviado, ya que así podía obtener
una condena menor a la de un juicio común.
Albornoz le explicó cómo era el proceso. El secretario del juez lee la
acusación, el fiscal amplía los detalles de la causa y pide la pena, el acusado
confiesa el delito y el juez da su sentencia. Todo rápido, todo en menos de una
hora. Y la condena puede ser benévola.
El 19 de octubre de 2000, Sajen fue trasladado hasta los Tribunales
II, un moderno edificio construido en el barrio Observatorio,
ubicado a pocas cuadras de Encausados , y que reemplazó a Tribunales
I para el tratamiento de las causas penales.
Un guardia cárcel lo condujo a la sala de
audiencias de la Cámara 8a del Crimen, que estuvo
prácticamente vacía durante la hora que duró el juicio abreviado. Obviamente,
el proceso pasó totalmente inadvertido para los periodistas que recorrían por
aquellos tiempos los pasillos de Tribunales II en busca de primicias judiciales.
La audiencia estuvo presidida por el juez Jorge
Moya, quien hizo leer a su secretario, Luis López, la acusación. El
funcionario relató que en los primeros minutos del 8 de febrero de 1999, Marcelo Mario Sajen había entrado a una
pizzería de calle San Luis y Cañada y, luego de amenazar a los
encargados del local con un arma, se había apoderado de dinero en efectivo,
luego de lo cual huyó. El dueño lo persiguió y, al cabo de unas cuadras, fue
atrapado por el mismo comerciante.
Terminada la lectura de la acusación, el juez Moya
miró a Sajen y le cedió la palabra.
El delincuente, tal como había practicado en prisión con su abogado, confesó
que todo era verdad. En la sala de audiencias estaban algunos de sus hermanos y
Adriana.
Luego de oír al fiscal Javier Praddaude -el
mismo que lo había procesado 14 años antes por la violación de Pilar- y
al abogado defensor Albornoz, el juez dictó la sentencia: Sajen fue condenado a cinco años y medio de
prisión por robo calificado, tenencia de arma de guerra, abuso de arma y
encubrimiento.
Para decidir la pena, Moya había valorado la
naturaleza del juicio abreviado, la acción desplegada por Sajen a la que consideró como peligrosa y la
reiteración de los hechos delictivos. "A su
favor tengo en cuenta que Sajen es un hombre de condición humilde, con familia constituida
por esposa y cinco hijos, que no tiene vicios", resaltó el
juez en aquel fallo.
El magistrado también tuvo presente que el
delincuente había confesado todo, "demostrando
con ello su voluntad de encausar su vida hacia la comprensión y el respeto de
la ley y su reinserción social". Nada más lejos de la
realidad.
El juez ignoraba por completo que Sajen ya había empezado a violar en serie en
1991 y que su último ataque hasta que cayó preso había ocurrido justamente media
hora antes de asaltar la pizzería. También ignoraba, como pareció desconocerlo
durante años el
Servicio Penitenciario, que no era un delincuente primario (que
purgaba su primera condena), sino que ya había estado condenado
anteriormente. De acuerdo a las planillas del Servicio Penitenciario,
también se desconocía la violación cometida en 1985 en Pilar hasta el
punto de que en ninguno de sus estudios psicológicos y criminológicos se llega
a hacer referencia a aquella violación.
La condena impuesta debía cumplirse el 8 de agosto
de 2004. Sin embargo, el tiempo que Sajen
estaría en prisión sería mucho menor, gracias a la ley del 2x1, una
norma que permite que a un preso que se encuentra sin condena firme, cada día
de detención se le compute doble. Sajen
estaría detenido hasta el 8 de octubre de 2002. Veintiséis días después de
quedar en libertad volvería a violar.
Enjaulado
Al día siguiente de haber sido condenado fue
trasladado hasta el Complejo Carcelario Padre Lucchese, conocido en la
actualidad como la Cárcel de Bouwer. El traslado no era casual, sino que
se debía al cierre de Encausados .
Sajen se salvó de ser patoteado por guardia cárceles
como había ocurrido meses antes en otro traslado, cuando varios empleados
penitenciarios golpearon violentamente a unos 36 reclusos como parte de "una
despedida" de la cárcel de barrio Güemes, hecho que luego
sería investigado por el fiscal Juan Manuel Ugarte.
Bouwer es la cárcel más moderna de toda Córdoba. Ubicada a unos 20
kilómetros al sur de la Capital, el complejo carcelario demandó varios años de
construcción y su estructura fue copiada a los modelos de presidio de alta
seguridad de los Estados Unidos. Cuenta con cuatro módulos separados
que funcionan prácticamente como cárceles independientes. Cada módulo está
compuesto de pabellones que tienen celdas habilitadas para alojar a uno o dos
internos. Cada celda tiene .cama, baño, repisa y una ventana de vidrio con
rejas que da al exterior. Todas las puertas de la cárcel se cierran en forma
automática y el predio cuenta con un alambrado perimetral electrificado para
evitar fugas. Sajen fue alojado en el
pabellón D4 del sector B del módulo de mediana seguridad 1 de Bouwer. A
los pocos días de estar en su nuevo lugar de residencia, cumplió 35 años.
Prácticamente ni los festejó.
Para colmo de males, recibió una dura sanción
disciplinaria, luego de que guardia cárceles le encontraran 82 psicofármacos
ocultos en el bolsillo izquierdo de su pantalón, listos para ser vendidos
dentro del penal, según consta en su prontuario número 15.364.
La versión oficial era que Sajen estaba tan desesperado que en un
descuido de los guardias, quienes aún no conocían del todo las medidas de
seguridad que había que tomar en la nueva cárcel, logró escapar de su pabellón
cuando se abrió la puerta electrónica. Fue recapturado y le aplicaron una
sanción aún mayor. La versión de Sajen,
escrita a mano y enviada a las autoridades de la cárcel, era diferente y
vinculaba a los guardias con el mercado ilegal de pastillas dentro del penal.
En ese texto el preso dice que los guardias le hicieron levantar un paquete que
no le pertenecía y que estaba lleno de psicofármacos; según su versión los
penitenciarios le mintieron para que saliera del pabellón y después lo
agarraron como si él hubiese intentado escapar. "Yo no quisiera perder mi trabajo, mi conducta. Además
nunca tuve un castigo por psicofármacos", asegura Sajen en aquella carta.
El director de Bouwer, Maximino Bazán,
no le creyó y lo mandó durante varias semanas a una celda de aislamiento. Como
protesta, Sajen inició una huelga de
hambre que se extendió por varios días y que marcaría el comienzo de su etapa
más conflictiva dentro de la cárcel.
Mientras se encontraba en castigo, llegó a Bouwer
una notificación de la Municipalidad de Córdoba en donde se lo instaba a
abonar una abultada deuda por impuestos impagos.
Cuando salió de aislamiento, lo llevaron esposado al
módulo MX1 de Bouwer, el de máxima seguridad. Sajen estaba excitado, sacado, extremadamente
violento.
Por aquella época, la Cárcel de Bouwer era
noticia nacional por la reiteración de casos de presos que se ahorcaban en sus
celdas, dado que no se acostumbraban a las nuevas y rígidas condiciones
penitenciarias. El pésimo estado en que se encontraba Sajen se puede comprobar en un informe que
data del 30 de noviembre de 2000 y que fue firmado por el entonces adjutor
principal Roberto Sosa. En el informe de actualización, se especificó
que su conducta era "mala 2", que poseía varias
sanciones en su haber, que la relación con el personal penitenciario era
regular y que tenía "conflictos manifiestos" con los
demás internos. Además, en el informe consta que su aseo personal era "regular",
al igual que el estado de su celda.
En los primeros días de diciembre de aquel 2000,
por orden de la Cámara 8a del Crimen, Sajen fue trasladado a la Penitenciaría
del barrio San Martín.
Ni bien llegó al presidio, Marcelo pidió ser alojado en el pabellón 6.
Cuando le preguntaron a qué se debía la solicitud, respondió que conocía a la
totalidad de los internos alojados allí y sabía que se iba a llevar bien con
ellos.
Se trataba del mismo pabellón que cinco años más
tarde iba a iniciar un terrible motín que se extendería a todo el penal, que
duraría todo un día y que acabaría con ocho personas muertas y con el edificio
prácticamente destruido.
Nadie se explica por qué, cuando entró a la Penitenciaría,
Sajen fue a parar al primer centro,
ubicado en la parte delantera del establecimiento. Ocurre que por lo general,
los recién llegados van a parar a los pabellones "del fondo"
de la cárcel, donde precisamente se encuentran los internos de peor conducta y
peores condenas.
Sajen fue sacado del pabellón 6, luego de protagonizar
una violenta pelea con otros reclusos. Según consta en su prontuario, cuando
los guardias cárceles intervinieron, lo encontraron en la puerta de ingreso a
los baños con una púa recubierta con un trapo en el mango para no cortarse la
mano. Este tipo de "arma blanca" -como dice la Policía- sería usada
en algunas de sus violaciones en la zona de Nueva Córdoba. Aunque
algunos investigadores aseguran que nunca usó un arma blanca, sino que asustaba
a sus víctimas con la ganzúa con la que después abría la puerta de los autos.
Del pabellón 6, Marcelo
fue trasladado al 4, donde se encontraba su hermano Leonardo -convertido
en todo un pluma- cumpliendo una condena por robo calificado.
Tal como había ocurrido en la anterior oportunidad
que cumplió una condena en la Penitenciaría, Sajen
trató de que nadie supiera que él una vez había sido condenado por una
violación en Pilar. Sin embargo, algunos lograron enterarse de ese
hecho. Pero lo que nadie sabía era que él ya era un violador serial y que tenía
varios ataques en su haber en la ciudad de Córdoba.
"Muy pocos
sabíamos que él andaba metido en ese 'embrollo'. Nadie sabía que era un mete
pito. Después nos fuimos enterando, pero no le pasó nada, porque él era muy
bueno para las piñas y se defendía cuando lo querían 'picotear'",
comenta Maximiliano, un joven de barrio Colón que supo compartir
pabellón con Sajen durante aquellos
años.
Marcelo permaneció un tiempo en el 4 hasta que fue
cambiado de lugar por orden del director del penal, Eduardo Sardarevic,
quien lo envió al segundo centro de la Penitenciaría, sector que por
aquel entonces empezaba a ser copado por "Los guerreros de
Jesucristo", un movimiento de presos que practicaba la religión
evangelista y que seguía los pasos de un interno llamado Astrada,
devenido en pastor.
Sajen estuvo "aplaudiendo", como
llaman despectivamente los presos a lo que hacen los evangelistas, pero terminó
convirtiéndose en un interno problemático y durante un largo período fue desfilando
de pabellón en pabellón. Cada vez que lo cambiaban era porque había mantenido
una violenta pelea con algún interno.
Según los testimonios recogidos en el marco de esta
investigación, ninguna pelea se originó por su condición de violador, sino por
cuestiones más "domésticas", como el hecho de haber
sido pluma en otro pabellón o bien por ser un tipo pesado que no se dejaba
dominar por cualquier "gil".
En su itinerario por la Penitenciaría llegó
a estar alojado en el pabellón 2, donde se mostró como un interno tranquilo que
no se metía con nadie. Muchos lo recuerdan sentado en la puerta de su celda
tomando mate, tarareando canciones de Chébere, Sebastián, La
Barra o Gary. Si bien no era pluma, era una persona que se hacía
respetar. Saludaba a algunos internos cuando tenía ganas, mientras que a otros
directamente no les daba ni la hora.
"El tipo era
respetado por varios presos no sólo porque era un pesado, sino porque en los
choreos nunca los había cagado. Era un tipo duro, pero leal. Tenía códigos. Era
un choro como los de antes, nunca cagaba a sus compañeros de andanzas,
llevándose algo de dinero a las escondidas. Si había buen 'filo', lo repartía
en forma proporcional, pero sin joder a nadie", recuerda un
abogado. "Pero era un delincuente sexual,
todo el tiempo andaba hablando de sexo. En la cárcel lo que él más extrañaba
era coger, como cuando estaba con sus mujeres", añade el
mismo letrado.
Corrían los primeros días de setiembre de 2001.
Fecha en la que, como se contará más adelante, el deseo de volver a ver a su
gente (Zulma y los chicos) hizo que Sajen
abandonar aquel código de silencio que sus compañeros de robo dicen que siempre
respeté.
"Mientras estuvo preso, nunca dejó de preocuparse por sus
hijos. Yo estaba desesperada y nerviosa por la situación que me tocaba
atravesar y le contaba que discutía con los chicos. Y ahí empezábamos a
discutir, porque no le gustaba que yo me peleara con ellos. Siempre me decía:
'Si realmente me querés, no te enojes con los chicos'",
comenta Zulma.
"Es gracioso, pero sus dos mujeres lo iban a ver a la
cárcel. Iba Zulma y, cuando salía, entraba Adriana. A veces era al revés. Durante
bastante tiempo fue así", rememora Andrés Caporusso,
tío de Sajen.
Varias personas que supieron
conocer a Sajen en prisión, comentan
que él siempre dio la imagen de un hombre que odiaba a los violadores. "Él decía todo el tiempo que habría que matar a los
'violines'. Decía que los odiaba", cuentan algunos. "Permanentemente andaba diciendo: 'Me voy a coger a éste si
no hace tal cosa, me voy a coger a aquel otro", rememoran
otros.
"Acá en la cárcel no teníamos idea de que era un violín. Es
muy raro, porque cuando entra un violín los mismos guardias te lo marcan,
haciendo la típica mímica de estar tocando un violín. La verdad es que nos
sorprendió enterarnos de que era el serial, porque su personalidad no daba la
pauta de ser violín. No tenía rasgos de ese tipo", señala
un joven que compartió pabellón con Sajen.
Otro interno, Walter Romero,
compañero suyo en el pabellón 2, cuenta: "A
la medianoche o a la madrugada los chantas acá te habilitaban el canal Venus y
todos nos juntábamos a ver. Un día estábamos frente a la tele y Sajen, que siempre
permanecía en su celda, se asomó para gritarnos: '¡Degenerados hijos de puta,
vayan a dormir en lugar de ver esa porquería!'".
Todas las personas consultadas
fueron concluyentes: nadie recuerda haber visto u oído que Sajen haya sido violado por algún interno.
"Mi hermano era un tipo bravo, era de pelearse mucho. Una
vez se cruzó con Roberto Carmona (el asesino de Gabriela
Ceppi), quien le tiró aceite
hirviendo con azúcar. Marcelo alcanzó a esquivar el chorro y luego lo cagó a
trompadas", cuenta Eduardo Sajen.
"Mi hermano vio matar a un hombre en la cárcel. Era un
tipo que estaba acusado de violar a una nena. Los demás presos lo colgaron de
una reja y lo apuñalaron con púas. Marcelo siempre me decía que eran preferibles los policías en la
calle, que los presos en la cárcel", dice Eduardo.
Teniendo en cuenta el odio que Sajen
sentía por quienes vestían uniforme, la frase resulta más que elocuente.
A Marcelo
no le gustaba que los demás internos le hicieran bromas con alguna de sus mujeres.
De hecho, cualquiera que le insinuara que una de ellas lo engañaba, terminaba
con la nariz rota de una trompada. Menos aún toleraba que le insultaran a su
madre.
Personalidad
neurótica
Dijimos que durante su primer residencia carcelaria
no quedaron registros que demuestren que Sajen
haya sido entrevistado por los gabinetes psicológicos en referencia a las
razones por las que violó. Ahora debemos decir que el más completo de los
informes psicológicos que existe en los archivos de su segunda etapa carcelaria
tiene apenas una página y media (fue realizado meses después de la
sentencia) y tampoco hace referencia a sus antecedentes de delincuente
sexual.
Se transcribe en forma textual el informe
criminológico inicial, realizado por el Centro de Observación y Diagnóstico
del Servicio Penitenciario de Córdoba, el 13 de marzo de 2001.
Interno: Sajen, Mario Marcelo Prontuario: 15.364.
Informe criminológico inicial
Interno de 35 años de edad, reincidente,
quien se encuentra cumpliendo una condena de cinco años y seis meses de
prisión por el delito de autor responsable de robo calificado por el empleo de
armas. Familia de origen urbana, de características socio-económica baja,
numerosa, compuesta en su origen por los progenitores y seis hijos, siendo el
interno el cuarto en orden de nacimiento.
El rol de proveedor económico sería
ejercido por su padre en el mercado laboral informal en diferentes actividades
(verdulero, chapa y pintura, almacén) a lo largo de su vida.
Se infiere que el control y
efectivización de los límites quedaría a cargo de su madre, tomando su
progenitor una actitud pasiva y cómplice; advirtiéndose que existiría cierta
idealización de la figura paterna, vivenciándola como bueno y compañero,
y una figura materna autoritaria y distante.
Culmina el primer ciclo de
escolarización integrándose en el mercado laboral en tareas a destajo. A la luz
del material y tomando en consideración los aportes del profesional
interviniente en anterior condena, se coincidiría que: "la problemática
del interno es de tipo neurótica, juicio y sentido de realidad se encontrarían
conservados...: evidenciándose características de tipo pasivas, aspectos
depresivos e inmaduros que subyacen en dicha estructura.
Al momento se deduciría cierta labilidad
yoica, fragilidad y precariedad a nivel de las defensas, como también que
existirían sentimientos de minusvalía e inferioridad.
Durante su adolescencia (16 años)
conforma pareja legalmente constituida con una joven de 14 años de edad, con
la cual tiene 5 hijos. Vínculo que se habría mantenido durante su condena
anterior y que se sostendría en la actualidad.
El sostén económico del grupo familiar
vincular sería ejercido por el interno en tareas a destajo, las que serían
alternadas con actividades delictivas, como forma de cubrir las necesidades
básicas insatisfechas, llegando a ser naturalizadas dichas actividades por el
grupo familiar externo.
Se deduciría a partir de las entrevistas
administradas cierta sensación interna de abatimiento y tristeza, devenida de
la sustitución de encierro; nivel de angustia subyacente.
En relación al delito por el cual se encuentra privado de la libertad,
lo reconoce, a pesar de que no se observa implicancia subjetiva con respecto
al mismo, depositando en el afuera la responsabilidad de su accionar
transgresor.
Recomendaciones:
- Atención técnica a demanda.
- Trabajo a demanda.
El trabajo está firmado por las licenciadas Rita
Luque y Miriam Zbrun, trabajadora social y psicóloga,
respectivamente.
Más informes
Durante todo 2001, Marcelo
Sajen pasó por gran parte de los pabellones de la Penitenciaría.
Cada vez que lo sacaban de uno, los guardia cárceles le preguntaban con quién
había tenido problemas a fin de llenar una planilla. Viejo conocedor del código
carcelario, Sajen siempre se
mantuvo en silencio para evitar males mayores en un futuro. Sin embargo, los
responsables de la División Seguridad del penal lo tenían entre
ojos: sabían muy bien que era una persona problemática y así lo hacían constar
en sus expedientes, donde señalaban que su conducta era pésima.
Marcelo buscó ayuda en el gabinete psicológico del
penal. Fue atendido por la psicóloga María Elena de Paul, quien,
luego de una serie de entrevistas, elaboró un informe en el que constaba que Sajen tenía "sentimientos de culpa y una búsqueda de reparación por el
daño ocasionado" en el asalto a la pizzería. (La
licenciada no tenía por qué saber, como lo sabemos nosotros, que al momento de
robar los problemas de Sajen no consistían
en la dificultad para llenar una canasta básica, sino dos y que al momento de
aquel robo el delincuente -como lo aseguró Zulma- poseía
tres automóviles).
Finalmente refirió en el estudio -que consta
en el prontuario 15.364-: "Subyacen
aspectos de índole depresiva en su estructura de personalidad. Se infiere
estado de angustia ante la situación descripta precedentemente y cierta
inhibición de sus derivados impulsivos en este contexto".
Sin embargo, la psicóloga no expuso ninguna
conclusión respecto a su condición de delincuente sexual, porque simplemente lo
ignoraba, como todos. Sajen era una
tumba. Hablaba de aquello que quería y ocultaba lo que no podía saber nadie.
"Yo lo
conocí en la cárcel. Era capo. Solía juntarse con una banda de barrio General
Urquiza. Pero cuando en ese pabellón se supo que él había sido un violador,
tuvo problemas con los demás internos. Se cagó a trompadas con todos, lo
sacaron del pabellón y lo llevaron a otro lado. Él siempre se defendía a las
piñas", comenta Wilson, un joven que supo cumplir
una dura condena por robo.
Hacía tiempo que Sajen
había dejado de ser ese interno gentil y educado que en la década del '80
eligió ir al cine a ver Las aventuras de Chatrán.
Sajen, el soplón
Acababa de cobrar 22 mil pesos después de adherirse
al retiro voluntario de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (Epec)
y, con apenas 47 años, se preparaba para vivir una nueva vida. Corría 2001 y
estaba a punto de comenzar la primavera. El mundo se encontraba conmovido:
hacía ocho días que la red terrorista Al Qaeda había cometido el
atentado contra el World Trade Center en Nueva York. Pero para
los vecinos de barrio General Urquiza estaba por pasar algo mucho más
importante.
Ocurrió la noche del miércoles 19 de setiembre,
alrededor de las nueve y cuarto de la noche. Eduardo Virgilio Murúa salió
de la casa de una amiga y se dirigió hasta donde se encontraba estacionado su Renault
19. Sin tomar precauciones, el hombre subió y, antes de que pudiera
arrancar, vio que por la ventanilla se asomaba un hombre y le exigía dinero.
El ladrón no estaba solo, lo acompañaban otros dos y lo amenazaban con una
pistola. Aparentemente, Murúa lo reconoció.
El empleado de Epec, sabiendo lo que
buscaban, decidió que no estaba dispuesto a entregar su nueva vida, así que no
bajó el vidrio y, nervioso, intentó encender el motor. No pudo. Uno de los
asaltantes destrozó la ventanilla y le disparó un balazo desde corta distancia
que terminó incrustándose en el hombro de la víctima. El proyectil salió por la
base del cuello, provocándole instantáneamente una hemorragia que a la larga
sería mortal.
A esa hora se jugaba en Chile un partido de
la Copa Mercosur entre Universidad Católica y Boca Juniors.
Ese fue el pretexto que pusieron la mayoría de los vecinos para justificar que
no escucharon el disparo. Los asaltantes escaparon con la campera de Murúa
y una cartera donde, se cree, estaba el dinero. En el bolsillo del hombre
moribundo quedaron 734 pesos.
Murúa, tapando con la mano derecha el orificio que tenía en el cuello,
alcanzó a descender del auto y caminó 50 metros por la calle Miguel del
Sesse, mientras intentaba evitar que la sangre siguiera brotando de la
herida. Quería llegar a la casa de su amiga, pero nunca llegó. La ambulancia
del servicio de emergencias lo encontró muerto en la vereda.
A lo largo de toda su vida, Sajen se mostró como un enemigo de la Policía.
De hecho, odiaba a todo aquel que formara parte de las fuerzas de seguridad.
Sin embargo, hay un episodio que vincula a toda su familia y que lo muestra
especialmente a él como un informante de esa fuerza a la que aseguraba odiar.
El hecho merece ser relatado porque explicará
muchas de las cosas que en el año 2004, con Sajen
ya convertido en el principal sospechoso de ser el violador serial, ocurren en
torno a la familia de este hombre para facilitar que la Justicia realice el
análisis de ADN final, que terminó vinculándolo a la serie de
violaciones.
El homicidio de Murúa golpeó particularmente
a la familia Sajen, ya que el hombre
en cuestión había sido una de las personas que más ayudó a los hijos de Marcelo cuando éste estaba preso. Inclusive se
dice en el barrio que uno de los hijos de Zulma llegó a irse de
vacaciones con éste hombre durante el verano de 2000/2001. La casualidad hizo
que el encargado de investigar ese homicidio fuera un joven y ascendente policía
de la División Homicidios, llamado Rafael Sosa, que por ese
entonces se desempeñaba como jefe de calle de la dependencia.
Fuentes policiales señalan que el comisario Sosa,
uno de los investigadores más respetados de la causa del violador serial, logró
identificar a uno de los asesinos gracias a la ayuda de una mujer llamada Zulma
Villalón, que se comunicó con Homicidios y dijo que su marido (Marcelo Sajen, preso en la cárcel) tenía
información que permitiría resolver el caso.
Este hecho estableció un vínculo, principalmente
entre Zulma y Sosa, que volverían a encontrarse en una dramática
(pero a la vez graciosa) circunstancia en diciembre de 2004. Los
datos aportados en aquella oportunidad llegaron a Sosa de la boca de Sajen, quien se comunicó desde un teléfono
público del pabellón en el que se encontraba para brindar los datos de la
persona que, "según se decía en la cárcel", había
matado a Murúa.
La
libertad
El año 2002 fue un año de cambios para Sajen. Por consejo de su abogado Albornoz,
se concientizó de que debía evitar los conflictos con otros internos y se puso
como meta principal mejorar la conducta. Sólo de esta forma podía beneficiarse
con la salida condicional. Aún faltaban más de dos años y medio para cumplir
el total de la condena, pero Sajen no
aguantaba más permanecer encerrado en prisión.
Durante los primeros meses trató de ganarse la
confianza de los guardias, evitó las riñas y se mantuvo fuera de cuanto motín o
reyerta se registrara en la Penitenciaría. En efecto, en su prontuario
no consta ninguna sanción o llamado de atención por participar en ese tipo de
episodios.
Paralelamente, empezó a trabajar en la cárcel,
aunque esto no fue fácil, ya que no había suficientes vacantes ni presupuesto
para las áreas laborales. De todos modos, logró ganarse un puesto como fajinero
en la cocina y hasta empezó a hacer manualidades, lo que le permitió ganar algo
de dinero.
"Fabricaba
veladores, cuadritos, pósters, lo que podía. Yo le llevaba algunos implementos
y él los hacía. Luego me los daba y yo me encargaba de venderlos en la calle,
junto a mis hijos. De paso me hacía de algunos pesos y me ayudaba a sobrevivir.
También hacía trabajar a otros presos que estaban con él",
cuenta sonriente Adriana del Valle Castro.
En marzo de ese año, el Consejo Criminológico
del Servicio Penitenciario evaluó sus antecedentes y concluyó que Sajen demostraba una capacidad auto reflexiva
sobre el delito y había mejorado en su conducta y su relación con los demás
internos y el personal. Por ello, en forma unánime, se le permitió que entrara
en la "fase de afianzamiento", lo que posibilitó que al
poco tiempo empezara a gozar de salidas transitorias los sábados, día en que
iba a visitar a su esposa Zulma y a sus hijos.
En setiembre de 2002, el Consejo Criminológico
se volvió a reunir y concluyó en forma positiva a favor, algo que él había
estado demostrando todo ese tiempo. El informe daba cuenta de que su conducta
era excelente, era responsable en la realización de tareas y participativo,
además de respetuoso y colaborador con sus docentes y compañeros. Tampoco
presentaba dificultades de aprendizaje ni de integración.
En la planilla también constaba que en el trabajo
como fajinero era muy responsable y no tenía conflictos con los demás internos.
Finalmente, el estudio psicológico indicaba que Sajen
estaba "expectante ante la posibilidad de
libertad anticipada", lo que generaba en él "deseos de retornar a su
grupo familiar" y de trabajar en "actividades alejadas de lo
delictivo". "En relación al delito por el cual cursa condena, Sajen ha podido
reconocerlo como de su autoría, aduciendo malestar (...) como así también ha
referido arrepentimiento e intentos de reparación frente al daño ocasionado",
remarcaba el informe psicológico.
"Marcelo estaba entusiasmado en salir de prisión, porque le había
dicho que íbamos a estar juntos y que íbamos a trabajar en la venta de autos",
comenta Zulma.
A fines de setiembre de 2002, Albornoz
presentó en Tribunales II, y ante la Cámara 8a del Crimen,
una solicitud para que Sajen pudiera
salir definitivamente en libertad condicional.
En los primeros días de octubre, la Cámara
respondió a favor del planteo, ya que a su entender el interno había cumplido
el tiempo suficiente en prisión, tal como lo exigía la ley. El lobo estaba por
ser liberado en poco tiempo.
En la resolución, firmada por el juez Luis
Hirginio Ortiz, la Cámara terminó concediéndole a Sajen el beneficio de la libertad condicional.
Tuvieron que pasar un par de semanas más, por cuestiones burocráticas, para que
el dictamen se cumpliera en forma definitiva.
El 8 de ese mismo mes, Marcelo
Mario Sajen preparó su bolso y dejó la Penitenciaría. En el
penal de barrio San Martín quedaron, en tanto, varios de sus conocidos.
Entre ellos se encontraba un tal X. X.[1], un hombre condenado por robo y que
compartió pabellón con Sajen.
X. X. se convertiría en un eslabón clave el 28 de
diciembre de 2004, en plena cacería del violador serial, ya que él avisaría a
la Policía dónde se encontraba el Marcelo Mario
Sajen que tanto buscaban.
Aquel día que recuperó su libertad, fue llevado en
un móvil del Servicio Penitenciario de Córdoba hasta los Tribunales
II, donde firmó el acta de su liberación en la Cámara que lo había condenado
tres años antes.
El violador se esmeró y firmó Marcelo Sajen en la planilla con una letra
perfecta, como hacía tiempo que no conseguía plasmar. De la Cámara, y a
través del presoducto, fue trasladado a la Alcaidía de los Tribunales
II, en el subsuelo del edificio. A las 13.50 de ese día, Sajen recuperó su ansiada libertad, luego de
haber permanecido 44 meses preso o, lo que es lo mismo, tres años y ocho
meses.
Ni bien la puerta de salida de la Alcaidía se
abrió, dio unos pasos, dejó caer el bolso y se fundió en un abrazo con Zulma
y sus hijos, quienes habían ido a buscarlo. Durante un par de minutos, todos
lloraron en silencio. Ese día, Sajen
se juró dos cosas. Una era que nunca más iba a hacer sufrir a su familia. La
otra que nunca más volvería a la cárcel. Antes, prefería matarse como Bichi,
de un tiro en la cabeza.