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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.
Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.
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Jorge Omar Charras
ajedrez, informatica, casos reales, policiales etc.
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//31 de Julio, 2010 |
Francisco Laurena (Argentína) |
por
jocharras a las 22:55, en
Hombres Asesinos |
El asesino serial que la historia argentina se empeñó en ocultar
crimenes y misterio
Francisco Laureana no integra la galería de delincuentes famosos
como El Petiso Orejudo o Robledo Puch. Pero fue tan temible como ellos:
se le adjudican quince violaciones y diez homicidios. Murió tras un
tiroteo con la Policía en febrero de 1975. Tenía doble personalidad:
cuando se iba de la casa le pedía a la esposa que cuidara a los
hijos.Tenía un comportamiento tan
misterioso que hasta su mujer se enteró de sus aberrantes crímenes por
los diarios. Corpulento y de manos pequeñas, no tenía amigos y se
presentaba como un humilde artesano que tallaba objetos en madera.
Francisco Antonio Laureana fue un temible asesino: en 1975 violó a
quince mujeres y mató a otras diez. Lo mató la policía en un supuesto
enfrentamiento. Sin embargo, cada vez que se menciona a los asesinos
seriales argentinos su nombre pasa inadvertido.
Laureana fue abatido por la Policía el 27 de febrero de 1975. “Con
el auxilio de un perro y luego de dos tiroteos, matan en San Isidro al
sátiro que en sus fechorías nocturnas asesinó a 15 mujeres en seis
meses”, fue el extenso título del artículo que publicó el diario La
Nación de esa época. Días antes, se había difundido un identikit con su
estatura (1,70), y decía que solía vestir “jeans con zapatillas” y que
su andar era “ágil y esbelto”.
Laureana sometía a las mujeres con una fuerza tal que las
inmovilizaba. Además de abusar de ellas, las mataba a tiros o las
estrangulaba. “Su comportamiento era como el de un asesino serial.
Hasta se quedaba con souvenires de sus víctimas, como cadenitas y
pulseras, que guardaba en una caja”, contó a PERFIL el forense Osvaldo
Raffo, quien le hizo la autopsia a Laureana.
Después de la intensa búsqueda iniciada por la Brigada de
Investigaciones de San Martín, los policías acudieron en forma
inmediata a la denuncia presentada por una mujer, quien dijo que había
visto al asesino tomando sol en una pileta. Los pesquisa recién lo
vieron cuando caminaba por las calles de San Isidro con un bolso
colgado del hombro. Según informó entonces la policía a los
periodistas, “el violento asesino reculó y desenfundó un revólver que
empezó a disparar en varias oportunidades”.
Los efectivos lo hirieron en un hombro, pero él escapó malherido.
Lo volvieron a encontrar en un baldío, después de que un perro
callejero lo viera escondido entre bolsas de basura. Le mordió el brazo
y el delincuente gritó desaforadamente. “Volvió a dispararnos y no
tuvimos más remedio que darle muerte. Fue una pena porque la idea era
apresarlo vivo para que contara todos sus crímenes y qué le pasaba por
su mente”, declaró en ese entonces una fuente policial.
En el bolso de Laureana hallaron una pistola calibre 765, una
Beretta, un revólver 32 y un pistolón calibre 14. “Este individuo tenía
doble personalidad. Cada vez que salía de su casa le decía a su mujer,
con quien tenía tres hijos, ‘gorda’ cuidá a los pibes porque andan
muchos degenerados dando vueltas’”, contó un jefe policial.
Por entonces, los casos policiales ocupaban poco espacio en los
diarios. Es que el país había conflictos que, un año después,
desencadenaron en la dictadura militar. Los medios se referían a los
ladrones como “hampones” y en los títulos aparecían con frecuencia las
palabras “guerrilleros” y “extremistas”. El caso Laureana sólo se
publicó cuando el asesino fue abatido, como si se hubiesen ocultado sus
crímenes en el contexto de un panorama de “paz social” que buscaba
instalar la presidencia de Isabel Martínez de Perón.
Manualidades. Laureana era correntino. En Buenos Aires se dedicaba
a confeccionar artesanías en madera, que luego vendía en ferias y
puestos callejeros. Pasaba varias horas al día ocupado en tallar
figuras gauchescas, ceniceros y caballitos. Quienes lo conocieron lo
definieron como un “sujeto huraño, callado, de mirada torva y
analfabeto”. Pero la más sorprendida por su lado oscuro y siniestro fue
su esposa, quien no podía creer cuando los policías, con la sexta de La
Razón en la mano, le mostraron el artículo que daba cuenta del tiroteo
en el que murió abatido su marido, acusado de cometer violaciones y
asesinatos a mujeres y menores. “Acá tuvo que haber un error”, dijo la
mujer a los investigadores. Sólo dijo que lo único que le molestaba de
Laureana era que “manejaba como un loco”. Tenía un Fiat pero su familia
se animó a dar un solo paseo.
Sin dudas, a juzgar por su prontuario, Francisco Laureana fue uno
de los mayores criminales que hubo en la Argentina. Con menos fama,
pero no con menor cantidad de crímenes, puede ser considerado tan
temible como Cayetano Santos Godino, alias “Petiso Orejudo”, Eduardo
Robledo Puch, también conocido como “el Angel de la muerte” y Mateo
Bancks, quien cometió siete homicidios en la localidad de Azul.
En la mayoría de los casos de los múltiples homicidas (en el caso
de Godino y Laureana se trata de asesinos seriales), los peritos
psiquiátricos dicen estar en presencia de “locos morales”, quienes no
sienten remordimiento ni piedad a la hora de matar. Como bien dice el
doctor Osvaldo Raffo, quien le hizo las pericias psiquiátricas a
Robledo Puch (hoy detenido en el pabellón de homosexuales de Sierra
Chica), “carecen absolutamente de afectividad”.
Los serial killers suelen rememorar sus asesinatos poco después de
cometidos. Es decir, pasan por el lugar de los hechos y gozan viendo la
escena del crimen, aunque después suele invadirlos un vacío que superan
con el próximo crimen. Así lo confesó Santos Godino.
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