Dolores U. " Poseída "
“La primera vez que me reuní con Dolores sentí que algo
raro había. Estábamos en un bar haciendo un trabajo práctico para la facultad,
y de vez en cuando ella se sacudía, como si le dieran escalofríos, y hacia un
sonido con la boca, soplando hacia adentro y frunciendo los ojos, como si algo
le diera impresión. Yo le pregunte que tenia y ella me dijo que siempre le
pasaba eso, que le daban sacudones, pero era porque se acordaba de cosas. Además,
a cada rato miraba hacia atrás, como si hubiera escuchado que la llamaban. Igual,
podíamos estudiar bien, y ella era buena en matemáticas. Después de reunirnos
muchas veces, me acostumbre a los temblores y todo lo demás. Yo pensaba que
eran tics, como quien guiña un ojo o sacude la cabeza. Con otras compañeras a
veces decíamos que Dolores era rara, pero
tampoco era mucho más rara que otras chicas o chicos. Yal final, paso lo que
paso. El día que todo salió en los diarios, mi mama me fue a buscar a mi pieza
y me abrazo, llorando. Pensó que me podía haber pasado a mí, pobre. Se le
ocurrió que Dolores se podría haber
agarrado conmigo y que entonces ahora estaría muerta".
Laura D. era compañera
de Dolores
en la facultad de Ciencias Económicas.
No eran amigas intimas pero se encontraban una o dos veces por semana para
estudiar. "Además, en la casa de ella siempre había
problemas. Según Dolores, había poco lugar, su padre siempre rondaba por ahí y la
hermana molestaba porque era violenta v drogadicta. Así que yo debo haber ido
dos o tres veces, pero nunca me encontré con nadie, porque Dolores
me invitaba siempre que estaba ella sola. Me parece que
su familia le daba vergüenza".
Dolores tenía veintiún años cuando decidió dar
un vuelco espiritual a su vida. Estaba agobiada y desesperada: Ángela, su madre, había muerto cinco años
atrás, y Oscar, su padre, vivía un
duelo interminable y opresivo que lo paralizaba. Su única hermana, Victoria, ocho años mayor, había
decidido desentenderse de las tareas hogareñas y delegar en ella el manejo del
hogar y de las pobres finanzas familiares.
Dolores nunca se había acostumbrado a vivir
sin su madre. La adoraba y estaba convencida de que su muerte había sido el
producto de los disgustos provocados por la hermana mayor. También pensaba que el
padre compartía esa culpa: nunca había hecho nada para ponerle límites a Victoria, ni para educarla ni para
enderezarla.
Nora G., una de
las mejores amigas de Ángela,
compartía el diagnostico. "Yo era muy amiga
de Angelita, la madre de las chicas, y me consta que la mayor era
tremenda. Angelita sufría porque se daba cuenta de que Victoria andaba
en cosas raras. Una vez me conto que la chica le robaba plata para comprar
droga, y que no quería estudiar ni trabajar. Y tampoco ayudaba a atender el
kiosco que tenía desde hacía un tiempo.
Me acuerdo de que, ya estando muy enferma, dejo de ir al negocio y la mandaba a
la hija mayor. ¡Para que! Victoria
abría a cualquier hora y enseguida se aburría y salía a
tomar cerveza con amigos. Al final, la más chica, Dolores,
era la que sacaba las papas del fuego. Y las sacaba, pero
a qué precio... Después de hacerse cargo de las cosas, la agarraba a la otra y
le hacía escándalos, y más de una vez llego a pegarle fuerte. Y Angelita, la
pobre, en el medio, viendo que su familia era un desastre pero sin poder hacer
nada porque se estaba muriendo".
La agonía de Ángela
duro casi dos años. Dolores la cuidaba y trataba de imponer una
disciplina familiar: hacia las tareas domesticas, reunía a los cuatro para la
cena, mantenía el kiosco en funcionamiento, despertaba a la hermana para que
fuera a sus cursos de diseño de imagen y sonido, y le preparaba al padre la
ropa para ir a su trabajo como empleado en una ferretería. Tenía todo bajo control
excepto a su hermana: usaba la misma ropa durante días, se enjuagaba el pelo
con Coca-Cola para adoptar un aspecto punk, faltaba a la facultad la mitad de
las veces y dormía hasta el mediodía. Dolores intentaba revertir esas "conductas
odiosas", como decía ella, y terminaba llorando de frustración en
brazos de Laura, su compañera de
facultad. "Realmente, con la hermana tenía una relación
de mucho conflicto. Ella se angustiaba y lloraba. A mí me parece que estaba muy
celosa porque Victoria era la mayor y
la preferida del padre. Una vez me dijo que daría años de vida para que el
padre la quisiera como la quería a la otra. También estaba enojada porque en el
barrio se decían muchas cosas. Decían que Victoria y el padre dormían juntos desde que la madre se había
muerto. Ella me contaba eso y yo me quedaba muy asombrada. Pero Dolores nunca me aclaro
si eso que se decía era cierto o no era cierto. Ya mi me daba vergüenza
preguntar".
Luisa C., otra
amiga de la madre, vivía escandalizada por la relación entre la hermana mayor y
el padre. "Yo creo que Ángela sabia
todo, pero que no se animaba a hacer nada. Para ella era demasiado. Imagínese,
sospechar que la hija tenía algo con el padre. Acá hay muchos que hablan de
más, eso es verdad, pero en este caso es distinto. Yo estoy segura de que lo
que se dice era cierto. Victoria
y el padre iban juntos de acá para allá, y se miraban
como novios. Una vez, en una reunión con la familia de ella, que era del
interior, estuve hablando con la prima de Ángela, una mujer sencilla pero inteligente. Y para
la prima, el padre había abusado de la hija cuando era muy chica... Pero me
conto algo más: parece que la hija mayor en realidad era adoptada, no era de
ellos. Se la había dado una mujer del campo, que no la podía criar, y ellos se
hicieron cargo. La pobre mujer me conto todo pensando que yo ya sabía. Y no, no
sabía porque de ese tema ellos nunca hablaron. Es más, estoy segura de que
Dolores
ni siquiera sabe que la hermana no es la hermana, si es
que esa prima me dijo la verdad".
Una tarde, después de una tremenda discusión con su padre, Dolores
fue a la iglesia de su barrio. Estaba decidida a hacer un curso sobre algo que
tuviera que ver con la vida religiosa, pero no sabía qué.
Ya en la iglesia, encaro a un cura que estaba caminando
cerca del altar. Le dijo, sin mayores explicaciones, que necesitaba conectarse
con el catolicismo y las doctrinas religiosas. El cura la vio nerviosa y
confundida y la invito a rezar con él. Le explico que lo mejor era eso, rezar y
entregarse a la gracia divina, pero Dolores quería algo más concreto. Al final,
acepto ir a la iglesia tres veces por semana: dos para las misas, y otra para
comentar con él las enseñanzas de la Biblia.
Su incursión en la vida católica no hizo demasiado efecto en
su furia general: cada día estaba más agresiva con los vecinos, enojada con la
hermana e indignada con el padre. A los vecinos les recriminaba que se metieran
en su vida e hicieran comentarios maliciosos sobre su familia; con la hermana
se peleaba constantemente por su desorden y sus horarios inverosímiles, y al
padre le criticaba su falta de compromiso con el hogar.
Una tarde en la que su padre estaba en el trabajo y Victoria con unos amigos, Dolores
invito a su casa a Laura, su compañera
de estudios. Muchas veces se les complicaba ir a los bares a terminar trabajos prácticos:
se distraían y había demasiado ruido. "Cuando
llegue a su casa Dolores preparo café y
fue a buscar una carpeta con apuntes de la facultad. Pero no la encontraba.
Reviso una biblioteca de arriba abajo y no estaba. A mí me pareció normal
porque a cualquiera se le puede perder una carpeta, pero ella estaba muy
impactada. Se sentó a tomar café y se quedo así con la mirada perdida. Ya ni se
podía concentrar para estudiar. Y después de un rato me dijo que tenía miedo,
porque en la casa desaparecían las cosas. Yo le dije que no fuera paranoica y
se puso muy mal. Se enojo y me dijo que no era paranoica, que ya le había
pasado varias veces: ella guardaba algo en un lugar y después aparecía en otro
totalmente distinto. A mí me pareció, y se lo comente, que por ahí era la
hermana. Mis propios hermanos muchas veces me escondían cosas porque estábamos
peleados, pero ella me contesto que a la hermana le pasaba lo mismo, y al padre
también. Parece que los tres vivian con miedo, y que había noches en que también
se escuchaban ruidos raros, como si hubiera alguien en la casa. A mí me dio
mucha impresión. Después de eso volví a la casa otra vez, y encontré unas velas
prendidas. Le pregunte si las había puesto por algo y me dijo que le gustaban.
Yo me imagine que no estaban por decoración sino para pedirle ayuda a algún
santo o algo así. Igual, la verdad, yo no escuche ruidos ni nada".
Dolores y su familia siguieron perdiendo cosas
y escuchando ruidos extraños. Una noche oyeron a alguien caminando por la
cocina. El padre, muy asustado, fue a ver: encontró dos ollas tiradas, pero no había
nadie que hubiera entrado a la casa. Con las dos hijas revisaron puertas y
ventanas, pero no había nada anormal.
Mientras volvía a poner las ollas en su sitio, Dolores
advirtió que había un olor fuerte a acido muriático, como el que solía usar su
madre, muy diluido, para sacar las manchas de la bañera. Su padre no sintió
nada, pero Victoria, pálida, le dijo
que sí, que olía lo mismo. La conclusión de Dolores fue rápida: la casa
estaba embrujada y había que hacer algo para normalizar las cosas.
Esa noche los tres, muy impresionados, empezaron a dormir
juntos en la misma habitación, encerrados con llave.
Al día siguiente Dolores se levanto temprano y fue a hablar con
el cura. Le conto todo, y le planteo una sospecha: que en su casa se habían
instalado espíritus malignos.
El cura, acostumbrado a la imaginación y fantasía de los
creyentes, le dijo que ningún espíritu, ni bueno ni malo, podía hacer nada
frente a la maravillosa fuerza de la fe. Mando a los tres a rezar con devoción
y dio por terminada la historia.
El padre y las hijas empezaron a ir a misa casi todos los días,
pero fue en vano. Por las noches los ruidos eran aterradores, las lámparas se
quemaban y el olor era nauseabundo. Lo comentaron con sus vecinos, que
parecieron muy asombrados por el asunto pero dijeron que en sus casas no pasaba
nada semejante.
Por sugerencia del cura, los tres empezaron a investigar si
en esa casa había muerto alguien en el pasado. Los vecinos hicieron memoria y
creyeron recordar que hacía muchos años allí había muerto una mujer, pero no
estaban seguros. El cura quiso saber si la madre de Dolores había pasado sus últimos
días en la casa, pero no: ellos se habían mudado ahí varios meses después de la
muerte de la madre.
Al fin, Dolores convenció al cura para que fuera a la
casa a dar un vistazo y ver si encontraba algo. El cura acepto, y fue dispuesto
a rezar alii mismo, para apaciguar a los supuestos espíritus y lograr que esas
almas perdidas pudieran descansar y abandonar la casa, en el caso improbable de
que la hubieran tornado.
La visita del cura llevo casi dos horas. Con un crucifijo en
la mano, acompaño a Dolores por el living, la cocina, y los tres
dormitorios y el baño que estaban en el piso de arriba. Mientras recorrían la
casa, Dolores
le iba contando detalles de la conflictiva vida familiar. Por supuesto, le
mostro los lugares en los que habían desaparecido determinados objetos y donde
habían vuelto a aparecer. El cura se detuvo en la cocina y en el living porque
le habían dicho que allí era donde se escuchaban los ruidos nocturnos. Cuando
vio todo, hizo una segunda recorrida, rezando en voz alta, arrojando agua
bendita e impregnando los ambientes con incienso. Antes de irse recomendó que
ya no siguieran durmiendo los tres juntos: había visto varios colchones
amontonados en uno de los cuartos y le pareció un dato de dudosa moralidad. Dolores
estuvo de acuerdo.
Esa noche los tres comieron en la cocina, muy alertas a
todo. No escucharon nada, pero las hermanas advirtieron que, poco a poco, se
desvanecía el perfume del incienso. Antes de ir a dormir, volvieron a percibir
el olor del acido muriático.
Dolores había empezado a abandonar la
facultad. Cursaba apenas dos materias, y se pasaba el día atendiendo el kiosco
y discutiendo con su hermana. Una mañana Victoria
llego a la casa después de dos días sin aparecer. Pelearon, y Victoria termino con la cara arañada y
un ojo morado. Arrepentida pero furiosa, Dolores fue a la casa de Laura a desahogarse. "Dolores estaba cada vez
peor. Yo trate de convencerla para que no abandonara tantas materias, pero ella
me decía que no tenía tiempo para estudiar, que tenía que trabajar en el kiosco
porque su hermana era una irresponsable, y que además la tenía que cuidar
porque estaba loca y se drogaba. En esa época nos vimos varias veces. Me conto
lo del cura, que había ido a rezar a la casa, para limpiarla. Parece que ella
le dijo al cura que lo que tenía que hacer era un exorcismo, pero el cura decía
que no, que un exorcismo era algo mucho más serio, que la casa de ella no lo
necesitaba. Y al final, después de lo que paso, se debe haber arrepentido de lo
que dijo, o de no haberse dado cuenta de lo que podía pasar... Porque por ese tiempo
ella ya había empezado a estar rara en serio. Estaba obsesionada con el tema de
los espíritus malignos, como ella decía. Y se había enterado del caso de una
mujer que había matado a la hija porque empezó a ver que la nena a veces
cambiaba la voz y hablaba como un hombre grande. Entonces quiso sacarle el
demonio del cuerpo hasta que al final la mato. Yo le decía que no me contara
esas cosas porque me daban mucha impresión, pero ella seguía. Estaba
obsesionada. Me contaba ese caso mil veces, cada vez con más detallecitos y
cosas. Lo de esa nenita era espantoso, a mi me dieron pesadillas por mucho
tiempo, pero Dolores decía que no había
que impresionarse, había que saber que hacer por si le pasaba algo parecido a
alguien de la familia, o a uno mismo".
Poco después del exorcismo del cura, las hermanas volvieron
a escuchar ruidos, esta vez con mayor intensidad y frecuencia. Victoria, asustada, se refugió en los
brazos del padre, pero Dolores decidió hacer algo práctico. Se había
enterado de la existencia de un centro alquímico esotérico que publicitaba su
experiencia "para remover las energías negativas más
comunes que afectan el desarrollo personal e impiden realizar normalmente los
procesos naturales de la vida. Se opera separando las energías impuras de las
puras, para dar luz a un nuevo proceso de crecimiento", según
el texto de un folleto que llego a manos de Dolores. Le habían dicho que en
ese centro eran expertos en deshacerse de los espíritus negativos y diabólicos.
Dolores fue al centro en cuestión y se
entrevisto con uno de los dueños. Cuando conto lo que pasaba en su casa, el
hombre le dijo que todo era obra, efectivamente, de los espíritus negativos, y
que solamente ella podría desalojarlos. Para eso debería hacer un curso práctico
para aprender a liberar su casa y, en segundo término, otro para limpiar su
alma, probablemente contaminada. Y para poder sobrellevar todo con tranquilidad
y equilibrio, lo mejor sería empezar con un curso "muy
interesante y práctico" que acababan de implementar: Meditación con Ángeles.
Dolores tomo sus nuevas prácticas esotéricas
con entusiasmo y dedicación. Y mientras iba dos veces a la semana a su clase de
ángeles, decidió que todo lo que se dictaba en ese centro alquímico podía ser
favorable para encarrilar a su hermana. La convenció y empezaron a ir juntas.
Por alguna razón, la hermana mayor de pronto se había vuelto sumisa y
dependiente de Dolores,
y había empezado a aceptar sus decisiones sin chistar.
Cuando las dos tuvieron el visto bueno del director del
centro, se inscribieron en el curso más importante, el de Operadores Alquímicos.
Una vez que tuvieran los conocimientos y la fortaleza de espíritu, podrían
ellas solas realizar la Novena de
Purificación Ambiental y, de ser necesario, la inquietante Novena de Purificación Personal.
Los cursos duraron ocho meses, pero al fin las hermanas, con
Dolores
a la cabeza, estaban capacitadas para hacerles frente a los espíritus del mal.
Tanta dedicación pusieron las hermanas en las clases esotéricas
que abandonaron por completo sus estudios universitarios. Laura, la compañera de Dolores, intento convencerla para que al menos
siguiera asistiendo a las clases prácticas pero no tuvo éxito. "Conmigo ya no estudiaba, no había caso. Las veces que nos
veíamos ella me contaba lo de sus cursos de esoterismo y a mí me daba mucha
curiosidad, claro. Yo le preguntaba que hacían en ese centro, y ella me iba
explicando. Pero siempre me dio toda la sensación de que Dolores
no entendía mucho lo que estaba haciendo. Le habían dicho
que había una relación entre los espíritus y algo que ellos llamaban pasta
alquímica, pero no sabía decirme cual era esa relación. Lo que si tenía claro
es lo que había que hacer concretamente, paso por paso, pero nunca podía
explicar por qué motivo eso podía llegar a funcionar. Tenían que quemar la
pasta y prender velas, y rezar el Padrenuestro, la Gloria y el Ave María. Yo le
dije que me parecía un poco raro, pero ella me dijo que era bastante científico.
Eso me dijo, que era bastante científico. Siguiendo el ritual, iban a purificar
la casa. Además, se tenían que vestir con túnicas blancas y protegerse con un
oleo especial, que vendían ahí mismo: se ponían un poco en la frente, el
costado de las orejas y la espalda, haciendo la serial de la cruz. Parece que
lo del oleo era para evitar que los espíritus desalojados por la Novena se
metieran dentro de alguno de ellos. Eso a Dolores la
asustaba un poco: que un espíritu maligno se le metiera en el cuerpo, porque en
el curso le decían que eso podía pasar tranquilamente, y que hasta era normal".
Cuando terminaron el curso, el director del centro las
autorizo para empezar con la Novena de
Purificación Ambiental. Les habían dicho que el altar tenía que estar cerca
de alguna corriente de agua. Eligieron la cocina, que además cumplía con el
segundo requisito: que recibiera sol en algún momento del día.
Despejaron la mesa donde comían y la cubrieron con una tela
blanca. En el centro colocaron una estampita de la Virgen María y a la derecha un plato con carbón y pasta alquímica. Ahí
mismo encendieron una vela que Dolores transporto en una recorrida por toda
la casa, insistiendo en los lugares donde se escucharon ruidos o donde se
sentía el famoso olor a acido. En ese trayecto hogareño las dos hermanas iban
rezando en voz muy alta el Padrenuestro,
la Gloria y el Ave María.
El ritual tenía que hacerse durante nueve días, siempre a la
misma hora. A partir del tercer día, las hermanas empezaron a obsesionarse con
la cuestión purificadora. Con espíritu maniático, subían la apuesta y seguían rezando
por la casa mucho después de haber terminado con el rito que les habían enseñado
en el centro. Al quinto día el padre se unió a sus hijas y dejo de ir a su
trabajo. Los tres se recluyeron en la casa y cerraron puertas y ventanas. La
idea la habían tornado del centro, que aconsejaba que en casos graves de
contaminación maligna había que evitar salir a la calle durante los últimos
días del ritual: el contacto con otros ámbitos y otras personas podía echar a
perder el trabajo purificador que se estaba llevando a cabo.
De modo que el padre y las hijas pasaron el quinto, sexto y
séptimo días rezando de la mañana a la noche, sin ver la luz, comiendo apenas,
respirando el aire saturado del humo del carbón, las velas y la pasta
alquímica, y escuchando una y otra vez, por alguna razón inexplicable, la Misa Criolla.
Dolores, con su veta religiosa exacerbada,
lideraba el grupo.
Pero al octavo día, sucedió un acontecimiento que desataría
la tragedia. El padre fue a afeitarse y, mientras controlaba el ir y venir de
la maquinita por su cara, dejo de verse reflejado en el espejo. En su lugar descubrió,
nítida, la cara del diablo.
Cuando el padre les conto a las hijas que había visto la
cara del diablo en lugar de la suya, Dolores no tuvo la menor duda: un error en
todo el proceso había echado a perder las tareas de limpieza espiritual. El
diablo había logrado colarse en el cuerpo del padre y ahí se había instalado. Era
obvio que había que actuar.
Lo que había pasado, sin embargo, no tomo por sorpresa a Dolores:
su curso de operaria alquímica tenía prevista esta tremenda eventualidad. Si el
diablo lograba enquistarse en alguien, había que actuar sin perder un instante,
y reemplazar la Purificación Ambiental
por la más complicada Purificación
Personal. Eso hicieron.
El cambio implicaba, entre otras cosas, que se dejaban de
lado las túnicas blancas. La Purificación
Personal requiere la desnudez absoluta de los operarios alquímicos y la
persona a la que en concreto se quiere limpiar.
A esa altura de los hechos, las hermanas estaban totalmente
compenetradas con el ritual y se entregaron a su mundo místico con un fanatismo
salvaje.
Los tres desnudos, encerrados, hambrientos, alucinados,
pasaban los días rezando a gritos y respirando el humo purificador de los
cirios sagrados.
El momento clave en todo el proceso era la última noche,
cuando la Novena tenía que darse por terminada.
Antes de encerrarse con su familia, Dolores les había advertido a
sus dos vecinos más cercanos que era probable que escucharan rezos y ruidos
fuertes porque iban a hacer una limpieza espiritual de la casa. Agrego que el
cura del barrio ya había intentado quitarle la energía negativa pero su método
no había funcionado.
Los vecinos, entonces, no se sorprendieron por los rezos y
los gritos, pero la noche entre el octavo y noveno día resulto intolerable. Se
juntaron las dos familias vecinas para consultarse si era normal que esa casa
permaneciera cerrada, con aullidos desgarradores y un intenso olor a letrina y vómitos.
Pensaron que lo mejor sería esperar hasta el día siguiente para ver si todo se
calmaba: el aviso que había dado Dolores había sido claro. Esa madrugada los
vecinos estuvieron despiertos, aterrados, como en una pesadilla. A la mañana
siguiente el escándalo seguía y había empeorado. Decidieron llamar a la policía.
Contaron que al principio se escuchaban rezos en voz muy alta pero que los
gritos de la noche anterior sugerían algo verdaderamente grave.
El primer policía que llego toco timbre durante un rato sin
que nadie contestara. Al fin empezó a golpear la puerta. Una voz muy gruesa de
hombre le dijo que se fuera. Sin orden de allanamiento, el policía no podía
entrar por su cuenta: al fin y al cabo la única denuncia recibida era por
ruidos molestos. Sin embargo, el policía volvió a insistir. Movió el picaporte
y advirtió que la puerta estaba sin Llave. La abrió apenas y alcanzo a ver a un
hombre desnudo, totalmente cubierto de sangre, recostado contra una escalera. Una
mujer también desnuda y cubierta de sangre lo estaba apuñalando con su mano
izquierda. La otra mano la tenia metida en la boca del hombre hasta la mitad
del brazo y hacia un movimiento como de revolver y sacar para afuera. El hombre
estaba inmóvil pero no rígido, y, aparte de las cuchilladas por todo su cuerpo,
tenía los costados de la boca cortados, como para agrandar la abertura. Unos
metros a la derecha había otra mujer ensangrentada, sin ropa, con excepción de
una remera desgarrada a cuchilladas.
El policía, a punto de descomponerse, llamo a la seccional
para pedir refuerzos. Pocos minutos después llegaron cuatro compañeros y
entraron todos en grupo. Tres de ellos inmovilizaron a Dolores, que era la que estaba
despedazando a su padre. En cuanto lograron separarla de él, vomito restos de
carne: había comido parte de sus mejillas y labios. Otro policía se encargo de
asistir a Victoria, que tenía cortes
en la espalda, brazos y cara. El último comprobó que Oscar estaba muerto.
Dolores, en tanto, no paraba de gritar
palabras incomprensibles con voz de hombre, mientras se retorcía, furiosa y
enajenada. Cuando intentaron subirla a una Camilla, tuvieron que sujetarla
entre cuatro y atarle brazos y piernas. Los policías se miraban entre ellos,
sin poder creer la escena que estaban viendo. Algunos se persignaban y otros
revisaban la casa buscando a alguien más que hubiera contribuido a hacer
posible ese desastre.
Dolores y Victoria
llegaron al Hospital Pirovano en dos
ambulancias distintas. Las enfermeras enmudecieron cuando los camilleros
bajaron a Dolores,
atada y en plena crisis emocional. Uno de los policías que la acompañaba rezaba
en voz baja. "No hay otra explicación: estaba poseída. O
algo así debía pasarle, porque hablaba 'en lengua' con una voz muy fuerte, de hombre. Y de golpe la cara se le
transformaba: hacia muecas rarísimas y gruñía. Y arqueaba la espalda como si la
fuera a quebrar. No exagero si le digo que levantaba la espalda a medio metro
de la Camilla. Arqueaba la espalda sola: la cabeza y las nalgas le quedaban en
el lugar, ¿se entiende? Y a eso súmele los ojos en Blanco. Nunca vi nada igual.
Además, fui yo el que entro en esa casa cuando estaban los tres adentro. Tengo
doce años de policía, así que imagínese las cosas que vi, pero nada como esto.
Ni parecido. Además, el cadáver del hombre parecía muy reciente y después me
contaron que, por autopsia, llevaba muerto casi diez horas. Lo pienso y no
entiendo como un cuerpo con tantas horas de muerto, que debería tener la típica
rigidez cadavérica, estaba de rodillas y agarrado a la baranda de la escalera".
La violencia de Dolores horrorizo a las enfermeras, que
hicieron lo posible por evitar su internación. Cuando desde la dirección llego
la orden de internarla, varias se negaron a acercarse a la nueva paciente. Una
de las enfermeras tuvo un bajón de presión y debió ser asistida. "Me desmaye. La vi y sentí un escalofrió, y se me puso la
piel de gallina. Fue horrible. Tenía una fuerza tan impresionante que no había
posibilidad de soltarle las ataduras. ¡Nos quería matar a todos!"
La autopsia determino que Oscar murió aproximadamente a las cuatro de la mañana. Tenía cortes
en todo el cuerpo, la mandíbula fuera de lugar y dos enormes tajos a los lados
de la boca. El rostro estaba desfigurado y gran parte de sus mejillas estaban
desgarradas por mordiscos. En el centro del pecho tenia dibujado, a cuchillo,
un gran círculo con un triangulo adentro. Según figuraba en los apuntes que Dolores
había tornado en su curso, era el símbolo de la purificación.
Dolores fue declarada inimputable. Los psicólogos
forenses determinaron que ambas hermanas padecían esquizofrenia, aunque el caso
de Dolores
era más grave. Nunca hizo ninguna mención al crimen de su padre y, ante las
preguntas de los psiquiatras, dice no recordar nada.
Después de permanecer internada en un neuropsiquiátrico
durante casi cinco años, sigue su tratamiento en forma ambulatoria.
Fuente :
Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)