CAPÍTULO IV
Atacar
Pilar 1985, la primera
vez
El almacén estaba casi vacío. Ni bien recibió las monedas de
vuelto, las metió en el bolsillo del pantalón. Guardó la lapicera, las fibras y
el block de hojas tamaño Rivadavia
que acababa de comprar en una bolsa de nailon, saludó a la dueña y partió rápidamente
hacia su casa. Era lunes y caía la noche de invierno en Pilar.
Susana comenzó a
caminar a la vera de la ruta provincial 13 a una hora en que el tránsito se
limitaba a unos pocos camiones que pasaban esporádicamente. Aunque conocía el
camino de memoria había dejado dicho en su casa que cuando llegara su papá la
fuera a buscar. La oscuridad de la tarde presagiaba una noche cerrada. Entonces
decidió apurar el paso, sin imaginar que ese lunes 9 de setiembre de 1985
sufriría la peor pesadilla de su vida. Eran las 20.30.
"Por aquellos
años yo era una chica normal", relata Susana 20 años después, cuando, a instancias de esta investigación
y desoyendo las sugerencias de muchos de sus familiares que prefieren mantener
esta historia dentro del ámbito privado, compartió con nosotros estos detalles
y pidió reserva con respecto a su identidad para que, "de
una vez por todas", la experiencia más desoladora de su vida pueda
formar parte de su pasado.
"No acostumbraba
a andar sola, y menos de noche, principalmente porque mis padres eran muy
estrictos. Además vivíamos en una zona bastante alejada del pueblo. Ese año me
había recibido de profesora de danzas y cursaba mi último año de secundaria en
un instituto de monjas de Villa del Rosario. Como mi papá no volvía a casa, tuve que ir de compras
sola porque necesitaba cosas para el colegio. Salí tranquila, pero temiendo que
me agarrara la noche le dejé dicho a mi papá que cuando llegara me fuese a buscar",
prosigue la mujer y no puede evitar que los ojos se le llenen de lágrimas.
"Fue a la hora
del Rosario... En este pueblo nunca había ocurrido algo así hasta que apareció
ese desgraciado", comenta, por su parte, el abuelo de la
chica mientras señala el campo, hoy pintado de soja, donde su nieta fue
violada.
De regreso del almacén, Susana
caminaba tan absorta en sus pensamientos que no prestó atención a un Renault Gordini azul estacionado sobre
una de las calles de tierra que cruzan la ruta. Tampoco escuchó cuando la
puerta delantera izquierda del auto se abrió ni cuando alguien bajó y comenzó a
seguirla. Fueron segundos, instantes que cambiarían su vida para siempre.
Escuchó unos pasos sobre la banquina detrás de sí, y percibió la respiración agitada
de alguien que se acercaba y finalmente, una sombra que se le abalanzaba.
Cuando quiso darse vuelta y gritar, ya era tarde.
"Estaba a una
cuadra de mi casa cuando alguien me atacó de atrás, me puso un trapo con nafta
en la cara y amenazó con que tenía un arma e iba a matarme",
recuerda Susana. Aquella sombra era Marcelo Mario
Sajen, el joven de 19 años que hasta hacía dos había vivido en Pilar.
Aquel día, el muchacho no había ido a trabajar como
changarín junto a su padre al Mercado de
Abasto de la ciudad de Córdoba.
Esperaba a Susana y la había seguido
con un solo objetivo. Ahora se encontraba detrás de la joven y no pensaba
dejarla escapar.
Antes de que ella pudiera reaccionar, Sajen pasó el brazo derecho
sobre su espalda y, aunque aún estaba lejos de lograr la manera de atacar que
perfeccionaría con los años, no le resultó difícil controlarla. La víctima, de
cabellos castaños y rostro delicado, era mucho más pequeña que él y su cuerpo
era frágil. Rápidamente, él apoyó sobre su rostro un trapo enmugrecido que
momentos antes había empapado en nafta. Susana
sintió que el profundo olor a combustible llegaba a sus pulmones y la
desvanecía. Sin embargo, alcanzó a manotear la velluda mano del verdulero y
gritó. Quiso darse vuelta, pero Sajen la golpeó en la nuca. El trapo cayó al
piso.
"Luché, grité por
un buen tiempo, siempre de espaldas a él. Lo rasguñé en la cara y forcejeé
hasta que las fuerzas no me dieron más y estaba a punto de desvanecerme",
señala Susana.
Sajen la arrastró campo adentro. El cielo
estaba despejado y la oscuridad ya se extendía por todo el terreno.
-Déjeme ir a mi casa, vivo en Villa del
Rosario... -imploró la chica, pero la mentira no sirvió. Sajen
la conocía bien.
Sin dejar de caminar detrás de ella para que no le viera el
rostro, intentó tranquilizarla:
-Mira vos, che, yo soy de Buenos Aires y estuve en cana hasta hace
poco... -dijo Sajen, agitado.
Susana reconoció
la tonada y se dio cuenta de que el sujeto mentía. Intentó zafar del brazo que
la apretaba, pero no pudo impedir que la siguiera arrastrando. Las espinas de
unas plantas de espinillo los lastimaron, pero él no se detuvo. Por primera vez
se sentía un lobo y estaba en plena cacería. Las siluetas de algunos autos y
camiones provenientes de Río Segundo
se recortaban a lo lejos.
-Callate, hija de puta -le dijo Sajen al oído mientras le pegaba
una cachetada en el rostro.
Susana empezó a
llorar y Sajen
volvió a golpearla. Las bofetadas se sucedieron una tras otra.
La joven tropezaba e intentaba en vano detenerse. De pronto
logró darse vuelta y alcanzó con las uñas el rostro oscuro y de gruesas cejas
del depravado. Tan fuerte lo arañó, que algunas uñas se le quebraron. Sajen
gritó de dolor y con su mano derecha golpeó furiosamente a su víctima en la
nuca.
Cerca de unos árboles rodeados por espesos matorrales, Sajen
se detuvo, miró alrededor y comprobó que la zona estaba desierta. A lo lejos se
oían algunos ladridos. De un empujón, arrojó a Susana al suelo. La chica cayó boca abajo y sintió la tierra fría y
los yuyos en el rostro. El miedo no la dejaba pensar. El pelo le tapaba parte
de la cara, pero pudo ver claramente la camisa leñadora que llevaba el hombre
encima de una remera roja. También alcanzó a verle un viejo pantalón de
gabardina beige y unas zapatillas Adidas azules con tiras blancas.
Susana intentó
incorporarse, pero Sajen la tomó violentamente de las manos y la
arrastró hacia un árbol. Aterrada, la chica escuchó que el hombre se
desabrochaba el pantalón.
-¿Por
qué no nos vamos? -quiso
convencerlo.
Sajen se enfureció, le apretó el cuello y, con
el rostro fuera de sí, gritó:
-Te juro que te voy a cagar matando. Te voy a matar hija de puta si no
hacés lo que te digo.
Recién entonces la chica se paralizó, aterrada. Sajen
bajó el tono de voz y comenzó a hablar pausadamente.
-Sólo te voy a hacer el amor y después te dejo ir a tu casa. Si no te
dejás, te mato -le repitió.
Sin darle tiempo a nada, le levantó el pulóver, la remera y
comenzó a acariciarle los senos, mientras le besaba el cuello, la espalda y la
cintura. Luego, la arrojó al suelo nuevamente. Susana cayó de rodillas y sintió ganas de vomitar.
-Soy virgen, por favor no me hagas nada
-alcanzó a implorar la chica con un hilo de voz.
El detalle pareció enardecerlo. Se le sentó encima y le desprendió
el pantalón bruscamente. Con furia y pese a la resistencia de Susana, el hombre la penetró
violentamente por la vagina. Ella alcanzó a arañarlo otra vez, justo antes de
que Sajen
le pegara varias trompadas en el rostro. La chica quedó atontada y la sangre
comenzó a brotarle de la nariz y de los labios.
-Dejá de moverte porque si no te mato, hija de puta... -dijo furioso.
No pudo ver el rostro del violador, pero sintió el profundo hedor
que emanaba ese cuerpo encima de ella. Después, el hombre la obligó a ponerse
boca abajo y abusó de ella en forma anal, mientras Susana no paraba de llorar y de rezar. En medio de la oscuridad, a
unos 100 metros de la ruta 13 y con perros ladrando a lo lejos, Sajen
se tomó todo el tiempo del mundo para saciarse.
A pocas cuadras de allí, su esposa Zulma, de 17 años, embarazada de la segunda hija de Sajen,
ignoraba lo que sucedía y esperaba la llegada de su marido, mientras hacía la
cena en la humilde cocina de la casa de sus padres donde regularmente los Sajen
se instalaban a pasar algunos días.
Los minutos transcurrieron eternamente para Susana. Ya no gritaba, pero no podía
dejar de llorar. El dolor y el asco más profundo se le habían hecho carne. Una
vez que todo terminó, Sajen se levantó y se subió el pantalón.
-Vestite -le ordenó a la joven.
Susana se sintió
sucia y contuvo las náuseas. Se limpió la sangre de la cara y, temblorosa,
empezó a vestirse. Lo hizo rápido, sin dejar de sollozar, mientras miraba de
reojo la silueta oscura que seguía allí parada. Cuando se levantó,
instintivamente se dio vuelta y quedó frente a frente con el violador, que se
enfureció ante la posibilidad de que la chica le hubiera visto el rostro.
-Te voy a matar, hija de puta -le gritó, sin ver que por la vera
de la ruta una persona se acercaba en bicicleta.
En ese momento Susana
tuvo un instante de lucidez que, quizá, le salvó la vida. "Salí corriendo sin importarme lo que sucediera, pedí
auxilio y vi que esa persona era mi padre, que había salido a mi encuentro",
recuerda Susana.
Sajen volvió sobre sus pasos y salió corriendo
hacia donde había dejado su auto. La presencia del Renault Gordini azul estacionado a esas horas había llamado la
atención de los habitantes de las cuatro casas de la cuadra; un detalle que al
violador pareció no importarle.
Susana y su padre
no oyeron cuando el automóvil arrancó para perderse en medio de la oscuridad y
levantó una polvareda detrás de él.
Sajen se dirigió hacia la casa de sus suegros,
donde minutos después disfrutaría de la comida que acababa de preparar su mujer.
Cuando Zulma vio las marcas en su
rostro, pensó que otra vez un cajón del Mercado
de Abasto lo había lastimado.
Cuando se enteró de lo sucedido, el padre de Susana sintió que un odio desconocido
hasta entonces lo quemaba por dentro. Cargó a su hija en la bicicleta y la
llevó hasta la casa de una vecina. Luego pasó por su vivienda, buscó su
camioneta y salió a buscar al depravado.
"Agradezco a Dios
que no lo encontró", asegura la joven. La búsqueda
Aquella noche del 9 de setiembre de 1985 no quedaba ningún
patrullero sano en la comisaría de Pilar.
Tampoco había demasiados policías. Un solo oficial salió con Alberto a buscar al violador en la pick
up. Una vez en el campo, pusieron las luces altas como si estuvieran cazando
una bestia. Pero no encontraron nada. Hacía ya varios minutos que Sajen
se dedicaba plácidamente a hacer la sobremesa, acompañado por Zulma, su pequeña hija y sus suegros, Chiche Villalón y Dominga Liendo.
Mientras tanto, el rastreo sólo pudo dar con los zapatos de Susana. Estaban tirados en el campo,
cerca de los árboles donde había sido ultrajada. Vieron las pisadas, las ramas
de espinillo quebradas y encontraron el trapo embebido en nafta.
El padre de Susana
sintió un odio feroz y una incontrolable necesidad de venganza. La noche espesa
lo encontró vagando sin respuestas cuando se dio cuenta de que era hora de
regresar a casa. Para entonces, Susana
era un despojo. Llevaba horas tiradas en una silla del comedor sin dejar de
llorar. Se sentía sucia y asqueada. Se dio un baño y se acostó para no cerrar
un ojo durante el resto de la noche.
La mujer cuenta en la actualidad que hasta el día de hoy desconfía
atrozmente de cada hombre desconocido que se acerca a ella y afirma: "Un hecho como éste no te abandona nunca. Aprendés a vivir
con él pero nunca podés borrarlo completamente de tu vida".
Con los primeros rayos de sol del 10 de setiembre de 1985, acompañada
por su padre, Susana fue a hacer la
denuncia a la comisaría de Pilar, un
viejo edificio de dos plantas ubicado a casi un kilómetro de su propia
vivienda.
Con la vergüenza a flor de piel, la chica relató lo sucedido
a un policía que a duras penas podía escribir en una vieja Remington. Una vez realizada la denuncia, su padre la llevó a una
clínica privada para un examen médico. Al someterse a la revisación, Susana comenzó a sentir que su cuerpo
había dejado de pertenecerle y no pudo contener las lágrimas. Así lo recuerda:
"Entonces comenzó otro tipo de suplicio. Ir
de una comisaría a otra, haciendo una y otra vez las mismas declaraciones y
pasando por las mismas revisaciones médicas. Nunca imaginé, mientras él me
metía en el suelo y yo le pedía a Dios que me dejara salir con vida de todo
eso, que lo que vendría después sería tan duro".
El Gordini azul
Por aquellos años, los estudios que permitieron descifrar el
código genético de la especie humana recién comenzaban a realizarse y la
posibilidad de efectuar un análisis de ADN
(ácido
desoxirribonucleico) era simplemente una utopía. En los casos de
violación y de asesinato se trabajaba con análisis de los grupos sanguíneos,
pero los niveles de certeza que esos estudios científicos podían aportar eran
prácticamente nulos. En consecuencia, probar una violación era algo más que
complejo.
Los policías de Río
Segundo empezaron a investigar el caso bajo las directivas de un joven
funcionario judicial por quien, en aquel entonces, no hubieran dado dos pesos
dada su aparente inexperiencia. El abogado se llamaba Juan Manuel Ugarte y era el secretario
del Juzgado de Instrucción de 1era. Nominación. Diecinueve años después y ya
convertido en Fiscal de Instrucción en Córdoba
Capital, el funcionario volvería a encontrarse con Marcelo Mario Sajen y sería el
responsable de ubicarlo cuando éste ya se había convertido en el delincuente
más odiado de Córdoba y del país.
La vinculación de Sajen con el ataque a Susana se logró en base a una serie de indicios y a la puesta en
práctica de un método de trabajo que el mismo fiscal perfeccionaría hasta el
día en que identificó a Sajen como el violador serial. Pidió a la
comisaría de Pilar que le informaran
de todos los otros hechos de importancia que se habían denunciado en la
localidad en los días anteriores y posteriores. Uno de ellos aportaría un dato
revelador.
La joven declaró una y otra vez que no había podido verle el
rostro al violador, y por lo tanto no podía identificarlo. Fue así que los
policías empezaron a buscar testimonios entre los habitantes de las
inmediaciones del campo donde se había producido la violación. Varios vecinos
comentaron que aquella noche les había llamado la atención la presencia de un Renault Gordini azul estacionado en una
calle. Uno de los testigos, incluso, relató que el auto no tenía el paragolpes
delantero y que al cabo de un rato un hombre había aparecido y se había
marchado en el coche a toda velocidad.
Con esos datos, los policías emprendieron la búsqueda del
depravado en Pilar y sus
inmediaciones. No tardaron demasiado en dar con el hijo del verdulero Leonardo, el Zurdo, Sajen,
un hombre respetado por todos los vecinos del pueblo. El Gordini de Marcelo Sajen era azul y le faltaba el paragolpes del
frente. Los policías examinaron el auto y comprobaron, además, que una de las
ruedas coincidía con la descripción aportada por un vecino del pueblo que había
denunciado, a su vez, el robo de un neumático de su propio Gordini.
"Hubo un detalle
revelador en este caso que se sumó a otros tantos indicios con los que contábamos
y fue que al auto de Sajen le faltaba el
tapón del tanque de combustible. En su lugar utilizaba un trapo que por el
contacto con el combustible estaba siempre empapado de nafta. La vinculación
con el trapo que usó el violador cuando atacó a esa chica era inevitable. Con
esos elementos finalmente se lo detuvo", comenta el fiscal Ugarte, sentado en su despacho del
edificio de Tribunales II, rodeado
de hojas y hojas pertenecientes al expediente de Sajen.
El funcionario recuerda que esa causa fue una de las
primeras que le tocó investigar en su carrera judicial. Para él, aquel caso
estaba compuesto por una suma de indicios que lo llevaron a la verdad: "Podríamos decirlo así. No sabíamos si se trataba de un
pato, pero tenía forma de pato, caminaba como pato, tenía plumas de pato y
hacía 'cuac'", asegura sonriente antes de agregar con el
orgullo que lo caracteriza y que a muchos exaspera dentro del ámbito de la
Justicia de Córdoba... "Y, modestamente lo digo, mi acusación finalmente fue
usada durante el juicio...".
La mañana del viernes 13 de setiembre de 1985 (cuatro
días después del ataque), con la orden judicial en la mano, dos
policías fueron a arrestar a Sajen en un destartalado patrullero Ford Falcon, triste rezago de los años
de plomo.
A esa hora, Zulma
preparaba el desayuno. Oyó que golpeaban la puerta y, al asomarse, le extrañó
la presencia del móvil azul. Abrió y se encontró con dos policías del pueblo.
Uno de ellos era el subcomisario Liendo.
El otro era el oficial Mario Díaz,
un uniformado que años después mantendría una relación sentimental con la única
hermana del violador serial, Stella
Maris Sajen.
Hola Zulma. ¿Está tu marido? -preguntó uno de los de
azul. Está en el baño. ¿Qué pasa? -se extrañó la mujer,
mientras Boyaba sus manos a ambos lados de su cintura. Nada malo, no te
asustés. Hubo un robo y queremos llevarlo a I la comisaría para hacerle unas
preguntas. Vamos a demorar un ratito. Ya te lo traemos...
Marcelo apareció bostezando y, en cuanto vio a
los policías, trató de ocultar los arañazos que le surcaban el rostro y los
raspones que los espinillos habían trazado en sus manos.
-Sajen, tenés que
acompañarnos por un trámite -dijo uno de los policías.
Con aire extrañado, Marcelo dijo que no entendía nada, pero los
policías insistieron en llevarlo. Finalmente, besó a su esposa y subió al
patrullero. Acababa de quedar detenido por la violación de Susana y la tenencia de un neumático robado. Desde aquella mañana,
pasarían cuatro años hasta que Sajen volviera a quedar nuevamente en
libertad.
En la comisaría
Después de esperar unas horas, Zulma Villalón de Sajen fue caminando hasta la comisaría. Llegó exhausta.
El patrullero que se había llevado a Marcelo estaba estacionado frente al edificio
policial, en la calle Zenón López al
1300.
-Por favor, díganme qué pasó. Déjenme ver a
mi marido -insistió la mujer con los ojos llenos de lágrimas y
su panza de embarazada al aire.
Un suboficial sonrió, bajó el volumen de la radio policial y
trató de calmarla.
-Lo trajimos porque hubo un robo a una tienda. -¿Puedo pasar a verlo? -insistió la mujer.
-Negativo señora, está incomunicado. Recién va a poder verlo cuando lo
autorice el juez -cortó el diálogo el uniformado.
Sajen estaba en otra habitación, frente a un
sumariante que ponía una hoja en blanco en la destartalada máquina de escribir.
En la comisaría se oían los llamados de algunos presos encerrados en los húmedos
calabozos.
-¿Cuál es tu gracia? -interrogó el
policía.
-Sajen... Marcelo Mario -respondió el verdulero, al cabo de unos
segundos.
El policía apretó la tecla "s", la "a"
y luego la "g" en lugar de
la "j", un error de tipeo
que con el paso de los años daría lugar a más de una confusión en los
expedientes judiciales y archivos policiales.
-¿Documento?
-17.851.312... -respondió Sajen,
mientras escudriñaba la oficina y a los policías que lo perforaban con la
mirada.
No sin cierta dificultad, el sumariante escribió que el
sospechoso había nacido el 26 de octubre de 1965, que era hijo de Leonardo Sajen y de María Rosa Caporusso, y que su
domicilio estaba en el cruce de las calles 5 y 3 del barrio Ramón J. Cárcano de la Capital de Córdoba. Sajen le dijo que tenía seis
hermanos y le dio el nombre de cada uno: Leonardo,
Stella Maris, Eduardo, Luis Gabriel, Daniel y Luca Ezequiel. Finalmente,
agregó que era padre de una criatura y que tenía otra en camino. Todo eso quedó
escrito en la planilla.
-¿Profesión? -siguió el policía, sin
mirarlo.
-Verdulero. Trabajo con mi viejo. También
soy changarín en elMercado de Abasto -agregó el sospechoso.
-¿Estudios cursados?
-Primario.
El policía sacó la hoja de la máquina y la selló. La
planilla prontuarial de la Policía quedó archivada con el número 297.469.
Mientras le tomaban declaración a Sajen, en una sala contigua, Susana volvía a dar detalles de la
violación a los policías. La chica estaba anímicamente destrozada. De pronto
hizo silencio, se secó las lágrimas y presto atención a la voz que provenía de
la habitación vecina. Como la puerta no estaba cerrada por completo, reconoció algo
familiar en el timbre de voz de ese hombre.
«Es él. Ésa es la voz. Ese es el tipo que me
violó", gritó, según comentan hoy fuentes oficiales que
formaron parte de aquel procedimiento. Susana
insistió en que no vio el rostro al violador, pero aseguró que podía
reconocerlo por la voz.
Aquel detalle fue clave para Ugarte y le permitió cerrar la acusación contra Sajen.
El expediente cayó en manos del Juez de Instrucción
de 1era. Nominación de Córdoba,
un abogado llamado Javier Praddaude.
Por esas coincidencias del destino, catorce años después el mismo Praddaude actuaría como fiscal de Cámara durante las audiencias
en las que Sajen
fuera juzgado por el asalto a una pizzería de la ciudad de Córdoba en 1999.
Cuando se le consultó en 2005 sobre aquellos dos hechos, el
funcionario judicial, uno de los más antiguos en el ámbito de la Justicia
cordobesa, aseguró no recordarlos y, en consecuencia, tampoco pudo vincularlos
entre sí.
El encuentro
Zulma Villalón de Sajen
regresó a la comisaría de Pilar al
día siguiente. Recién entonces la dejaron pasar al calabozo para ver a su
marido. Lo encontró temblando, sucio y vestido con una camisa bordó y un
pantalón negro manchado con sangre.
-¿Sabés por qué me
tienen acá? -le preguntó Marcelo. -Sí, por robo, me
dijeron -contestó Zulma
abrumada. -¿Qué robo? -negó Marcelo-
Me tienen por violación. La Susana dice que la violé -aclaró,
despertando en Zulma sensaciones
encontradas- Pero yo no te quiero hacer daño. Perdóname,
por favor. Te juro que es mentira.
Zulma sintió que
el mundo se desmoronaba. La situación era más grave de lo que había imaginado.
Su esposo estaba preso por un abuso sexual y ella se quedaba sola cuando
faltaban pocos días Para volver a dar a luz.
Así lo recuerda la mujer, sentada en el acogedor comedor de
su casa, donde las fotos de su marido llenan cada uno de los espacios. "Pobrecito mi Marcelo...
Estaba todo sucio y lleno de moretones por toda la cara. Los policías lo habían
desfigurado a golpes en la comisaría. Me contó que lo torturaron a trompadas
para que confesara la violación. Pero él era inocente. Él no violó a nadie. La
historia de esa mujer siempre fue una mentira. Se trató de una infidelidad de
mi marido y la otra armó toda una mentira y lo terminó denunciando...",
dice Zulma, mientras ceba un mate
dulce, lavado, que se acaba en apenas segundos.
Según Villalón,
los policías engañaron a su esposo y le hicieron firmar una confesión falsa.
"Le dijeron 'no te hagás pegar más,
Sajen.
Firmá esta hoja y te vas a tu casa'. Y bueno, él firmó y
lo juzgaron...", relata la mujer.
Luego de verlo, Zulma
fue hasta la casa de Susana, a quien
- según
asegura- conocía debido a que habían asistido juntas a clases de
folklore. A fuerza de sollozos, la mujer de Sajen clamó ante los padres de
la víctima la inocencia de Marcelo y pidió que retiraran la denuncia. Alberto y su esposa le dijeron que
estaba loca si pensaba que podía suceder algo así.
Finalmente, Zulma
se retiró sin lograr lo que había ido a buscar. El destino de su marido estaba
sellado. "Recuerdo que esa mujer estaba embarazada;
estaba por comprar. Vino a llorar y a pedir disculpas, pero de nada sirvió",
comenta el abuelo de Susana.
Sajen permaneció varios días alojado en un
húmedo calabozo de la comisaría de Pilar.
Su padre nombró como abogado defensor a Jorge
Alberto Ferro, a quien conocía desde hacía años y de quien siempre admiró
su forma de vestir. Ferro era un
ferviente cultor de los trajes y los zapatos blancos, atuendo que combinaba con
camisas llamativas, moños de color rojo y una infaltable rosa en el ojal
superior del saco. El abogado hacía gala, además, de una faceta de escritor;
periódicamente publicaba en el diario La
Voz del Interior crónicas policiales de dudosa calidad periodística, pero
de una innegable ambición literaria.
El letrado defendió a Sajen durante un tiempo pero no logró evitar
que, el 20 de setiembre de 1985, el Juzgado
de Instrucción N° 1 ordenara el traslado del sospechoso a la Cárcel de Encausados, en el barrio Güemes de la ciudad de Córdoba.
EL 03 de setiembre de 1985, Sajen llegó a ese penal. Ni bien
el Servicio Penitenciario ingresó,
los guardias cárceles cerraron el enorme portón de acceso, provocando un
estruendo que terminó por alterar a Marcelo que viajaba esposado en la parte trasera
del móvil, nervioso y asustado por lo que se le venía.
Su contacto con aquel edificio de cuatro pisos que ocupa
toda un manzana y contiene ocho centros divididos en 25 pabellones se mezcló
con esa sensación de impotencia que genera esa enorme estructura de ladrillo y
ventanas de hierro, que cuenta con un muro perimetral de unos 10 metros de
altura que rodea el predio por completo.
Trataba de tranquilizarse mientras recordaba las palabras de
su padre, que en la comisaría de Pilar
le había dicho que se serenase, que él había hablado con un conocido suyo que
era una alta autoridad del Servicio
Penitenciario. Esta persona le había dicho que podía ubicar a su hijo en un
sitio de poco riesgo para que no tuviera problemas con los demás presos, y que
incluso podía darle un trabajo. En síntesis, el jefe penitenciario le había
prometido que podía protegerlo.
El padre de Marcelo quería que por lo menas no le
sucediera nada malo. Sabía a la perfección que un violador corría serios
riesgos de muerte.
Sajen trataba de calmarse, pero no le era
fácil. Encausados era un mundo completamente nuevo para él. Los guardias
abrieron la puerta del vehículo y lo bajaron esposado.
-Dale Sajen, bajá rápido. Bienvenido a Encausados.
¿Así
que a vos te traen por una violación en Pilar? Vas a ver ahora lo que les pasa a
los 'violetas' acá adentro. Son cogidos por todos los demás internos, pero bien
cogidos. Vas a ver cómo te van a dejar- dijo uno de los guardias, a las
risotadas.
Quedó pálido. Sin embargo, no eran las palabras del
penitenciario lo que lo atemorizaba, sino contemplar el imponente y derruido
edificio que se erigía delante de él. Miró hacia arriba y vio los enormes muros
de ladrillos. A través de las rejas de las ventanas de las celdas, decenas de
hombres asomaban sus cabezas y le silbaban, le escupían, le gritaban. Le daban
la bienvenida, a su manera.
-¡La que te espera acá adentro pibe!
-dijo otro de los penitenciarios. Pero quedate tranquilo, te van a cagar
violando, pero a lo mejor te gusta. Es más, tal vez encuentres un buen
noviecito...
Esposado, fue llevado a una oficina, donde le hicieron completar
una ficha, le tomaron las huellas digitales y le sacaron fotos. A la hora de
mirar al fotógrafo puso su mejor cara de pibe bueno. Primero lo pusieron de frente
a la cámara y luego de perfil. Detrás de él, una mano sostenía un cartel en el
que podía leerse el número 15.364.
De ahora en más, esa cifra pasaba a ser el número de su prontuario, una especie
de DNI que sólo tiene validez dentro
de los muros de la cárcel.
Cumplidos los trámites de rigor, Sajen fue trasladado al pabellón
de los presos primarios, es decir aquellos que caían detenidos por primera vez.
Claro que no estuvo con internos acusados por graves delitos, sino con aquellos
procesados por causas menores y de buena conducta.
Para llegar al pabellón, los guardias lo hicieron atravesar varios
portones de rejas separados de pasillos en los que se podían ver colgadas de
las ventanas las sábanas sucias de cada celda. Cuando Sajen oyó el ruido metálico de
la última puerta que se cerraba detrás de él, se sintió completamente solo. En
sus 20 años de vida nunca había tenido tanto miedo.
Apenas entró al pabellón supo que la cárcel era mucho más
cruda de lo que le habían comentado. Lo primero que lo alteró fue el denso
hedor a cloaca que inundaba el pasillo, mezclado con el olor a comida -el
rancho- que los presos preparaban en sus celdas.
El pabellón era lúgubre y el piso estaba sucio. La luz se
colaba apenas por las ventanas que daban a un patio interno. El bullicio
provenía de todos los rincones. Algunos presos caminaban por el pasillo, yendo
y viniendo, otros fumaban apoyados en las puertas de sus celdas o bien contra
la reja de entrada al pabellón. El paisaje se completaba con los trapos
colgando de las ventanas, puertas y sogas colgadas entre las paredes. Desde
afuera se oían los gritos de algunos reclusos que jugaban al fútbol en el
patio. Cuando lo vieron entrar al pabellón, llevando un bolso, todos se
callaron.
Esa noche Sajen no durmió por miedo a que lo violaran o
lo mataran. Recién lograría conciliar el sueño -ese bien que como la libertad es
bendito para todo preso- varios días después.
Con el paso de los días y de las semanas, Sajen
se encargó de decirle a todo aquel que le preguntara que estaba detenido por
haber robado una rueda de auto y que, además, lo acusaban por haberse acostado
con la hija de un criador de caballos de Pilar.
El hijo de puta del padre me denunció. Sólo fue un tordeo, no pasó de eso y me
metieron en cana -decía Sajen,
una y otra vez, mientras insistía a los gritos que era inocente, que odiaba a
los violadores y que si pudiera los mataría.
"Marcelo Sajen le decía a los
demás internos que le había metido los cuernos a su mujer con una chica de Pilar
y que el novio y el padre de la chica lo habían denunciado a la Policía. Era un
buen farsante", comenta en la actualidad una ex alta
directiva del Servicio Penitenciario de Córdoba.
Incluso su esposa -según testigos- se encargó de
difundir, dentro y fuera de la cárcel, la versión de que su marido no había violado
a nadie, sino que había sido una "amante despechada" quien lo
había denunciado.
Daniel Sajen
insiste que en Encausados su hermano
no tuvo problemas con nadie porque contó con la protección de un amigo de su
padre. "Creo que el apellido era Sarmiento",
dice Daniel.
Esta velada protección con la que contó Marcelo se habría enmarcado
dentro de la legalidad y le permitió estar alojado en los pabellones menos
peligrosos, tener todas las comodidades posibles y, principalmente, que los guardia
cárceles lo trataran un poco mejor. Incluso le posibilitó que lo terminaran
cuidando de cualquier tipo de hostigamiento por parte de los demás internos.
Claro que la protección de algunos penitenciarios no era ad honorem, sino que
requería de "obsequios" como regalos de todo tipo: ropa, favores y
cigarrillos, entre otras cosas.
En este sentido, varios presos explican que años atrás era
"muy común que, para ser protegidos, los
delincuentes con antecedentes por violaciones fuesen absorbidos por áreas
técnicas del Servicio Penitenciario. Estos internos eran llevados a trabajar a
sectores de la cárcel en los que no estaban en contacto con otros presos encarcelados
por graves delitos”. "Eso también hacía que los “violines” fueran odiados, porque no sólo cometían los peores crímenes,
sino que además, al ser protegidos por las autoridades penitenciarias, la
pasaban mejor que todos", explica un hombre que supo estar
alojado en Encausados, acusado por
homicidio en ocasión de robo.
Según los registros que obran en su prontuario, mientras estuvo
alojado en Encausados, Sajen trabajó de lunes a viernes como fajinero
y prácticamente no tuvo conflictos con los demás internos.
Los fines de semana recibía las visitas de su mujer, Zulma, de sus padres y de sus hermanos.
En octubre de 1985, el juez
de instrucción envió finalmente a juicio a Sajen. Cuando eso ocurrió, el
padre de Marcelo
desistió de los servicios del abogado Ferro
como defensor.
Fue entonces que don Leonardo
Sajen contrató a Diego Albornoz,
un abogado a quien había conocido poco tiempo atrás mientras repartía verduras
en barrio San Vicente. Albornoz tenía su estudio particular en
la calle Duarte Quirós al 500 de la
ciudad de Córdoba y se convertiría
con el tiempo en el abogado de confianza para gran parte de la familia Sajen.
Durante años el Pelado Albornoz, como le dicen en el ámbito de la Justicia,
sería el defensor de Marcelo, quien tenía la costumbre de regalarle
cajas de champaña para su cumpleaños o bien para las fiestas de fin de año. Esa
relación se interrumpiría en el año 2003, cuando Albornoz asumió como fiscal
de Cámara de la ciudad de Córdoba.
Con Marcelo preso, don Leonardo Sajen cayó en una profunda depresión. Para una persona
trabajadora como él, el hecho de que su hijo más adorado estuviera detenido,
tal como había sucedido años antes con Leonardo,
representaba una verdadera humillación. "Cuando
pasó lo de la violación de Pilar, papá se bajoneó mucho. Se puso muy mal. Fue
algo muy feo sobre todo para él y, también, para mamá...",
comenta el Nene Sajen.
Ante los jueces
Marcelo Mario Sajen fue detenido en setiembre
de 1985. Siete meses después, a principios de abril de 1986, comenzó a ser
juzgado como supuesto autor de violación en la Cámara 3a del Crimen, que por aquella época funcionaba en el Palacio de Tribunales I, el emblemático
y ostentoso edificio ubicado en pleno centro de la ciudad de Córdoba, frente al Paseo Sobremonte y a la Municipalidad.
Como se trataba de un delito de instancia privada, los
jueces Miguel Ángel Ferrero, Luis Alberto Visconti y José Vicente Muscará – quien
actuó como presidente del Tribunal- decidieron que las ausencias se
realizaran a puertas cerradas. Aun si las hubieran dejado abiertas, ningún
periodista se habría interesado por el caso: Sajen era un completo
desconocido.
Por consejo de su abogado defensor, el acusado optó por
negar los cargos y no declarar luego de que le leyeron la acusación. Ese
silencio expectante se extendería hasta la lectura de la sentencia. También por
consejo de Albornoz, Sajen
se había preparado para la audiencia. Llevaba zapatos nuevos, camisa limpia y
pantalones oscuros prolijamente planchados. El pelo negro y ondulado estaba
limpio y recortado. Se había afeitado y había puesto su mejor cara de inocente,
arqueando las profusas cejas oscuras. Sus ojos negros clamaban inocencia. Los
arañazos ya habían cicatrizado. Sólo había que convencer a los jueces de que
era una persona humilde y trabajadora, que por nada del mundo podía haber
cometido el delito que le atribuían. Sin embargo, la estrategia dio contra una pared
y se rompió en pedazos.
Dado que el acusado no quiso declarar, el juez Muscará ordenó que se incorporara a la
causa lo que Sajen
había dicho durante la investigación ante el secretario de Juzgado, Juan Manuel Ugarte. En esa oportunidad,
el sospechoso había señalado (pese a que Zulma asegura que Sajen le explicó "la Susana
dice que la violé") que no conocía a la víctima, que si bien el
día de la violación había estado en Pilar,
en realidad había ido a visitar a su suegra y que no se había movido de esa
casa durante todo el día. Ugarte no
le creyó y los camaristas le creyeron al secretario.
Ese mismo día, los jueces hicieron pasar a la víctima a la
sala de audiencias. Con paso tembloroso, Susana
entró y se paró ante el estrado. Estaban sus padres y metros más atrás, sentada
en una pequeña silla de madera, Zulma,
quien le clavó "una mirada de odio" durante el
tiempo que duró su testimonio. Junto a ella se encontraban el padre de Marcelo
Sajen
y algunos de sus hijos.
Susana juró decir
toda la verdad y nada más que la verdad. Antes de empezar a declarar pidió que
el acusado no estuviera presente. El juez Muscará
aceptó la solicitud y ordenó a un guardia cárcel que esposara a Sajen
y lo llevara a otra habitación.
Mientras era retirado de la sala de audiencias, Sajen
miró a su víctima, pero ella dejó caer la vista al suelo.
Con tono pausado, la joven relató detalladamente la
pesadilla vivida aquella noche de setiembre del año anterior. Describió el
campo, contó cómo el depravado la había atacado desde atrás, le había colocado
un trapo mojado con nafta sobre la nariz, la había golpeado violentamente una y
otra vez, y describió, con toda la vergüenza del mundo, la manera en que fue
violada. Declaró no haber reconocido físicamente al atacante, ya que no pudo
verle el rostro. Sin embargo, aclaró de inmediato que podía reconocerlo por su
voz, ya que éste le había hablado todo el tiempo.
-No era porteño, era bien cordobés. Y pude
reconocerlo por la voz mientras estaba en la comisaría, porque él estaba en
otro cuarto y la puerta estaba entreabierta -relató la chica
ante los jueces.
Los magistrados tomaron nota de cada detalle. Susana también comentó cómo estaba
vestido. Esas prendas habían sido halladas después de la detención en una serie
de allanamientos a la casa de Marcelo Sajen.
El abogado defensor intentó desacreditar a la chica y
desvirtuó la violación. Incluso trató de demostrar que no era posible que Sajen
hubiera usado el trapo con el que tapaba el tanque de nafta para intentar
adormecerla. De nada sirvió. El relato de Susana
fue tan consistente y convincente que Albornoz
decidió finalmente llamarse al silencio.
La tensión luego de la declaración de la joven fue tal, que
los jueces decidieron hacer un extenso cuarto intermedio. Cuando el juicio se
reanudó, muchos presintieron que el fallo ya había sido decidido por la Cámara.
Durante algunos días desfilaron por la sala de audiencias numerosos
testigos, incluyendo a la esposa de Sajen, su padre, sus suegros e incluso un
hombre de apellido Rodríguez para
quien Marcelo
Sajen
trabajaba como changarín en el Mercado
de Abasto. Ninguno de estos testimonios logró refutar la acusación. Las declaraciones
de los policías, sumadas a las de algunos vecinos, terminaron por agravar la
situación de Sajen.
En el transcurso de aquellas audiencias, Marcelo
Sajen
fue juzgado, además, por haber comprado una rueda de automóvil robada. De acuerdo
a la causa, el día 11 de setiembre de 1985 -dos días después de la violación-
Sajen
fue hasta el puente del río Xanaes, une Pilar con Río Segundo,
para comprarle a otra persona una rueda de un Renault Gordini que había sido robada a un vecino de la zona. Por
la transacción, Sajen
pagó ocho australes sin imaginar jamás que el legítimo dueño de la rueda
reconocería el neumático al verlo conducir su auto unos días después. El vecino
lo denunció a los policías de Pilar
y éstos sumaron nuevos elementos para detener a Sajen.
Finalmente, el 22 de abril de 1986 los jueces dieron el veredicto.
El encargado de leer el fallo fue el secretario
de la Cámara, Fernando Morales.
En forma unánime, los jueces, condenaron a Marcelo Mario Sajen a seis años de prisión
como autor material de violación y encubrimiento. A la hora de determinar el
castigo, los camaristas valoraron la joven edad del delincuente, el hecho que
no contaba con antecedentes penales y la circunstancia de tener mujer e hijos.
De no haber sido así, la pena podría haber sido peor.
Una vez que se leyó la sentencia, el violador insultó en voz
baja a su víctima. Zulma se largó a
llorar. Para evitar escándalos mayores, el juez Muscará ordenó desalojar la sala de inmediato. Un guardia sujetó
los brazos de Sajen
y los llevó hacia atrás para ponerle las esposas, mientras los concurrentes
abandonaban la sala de audiencias. Marcelo apenas alcanzó a darse vuelta para despedirse
de su mujer mientras lo sacaban del cuarto. Desesperados y aturdidos, sus
familiares corrieron hasta la puerta de salida que el edificio de Tribunales I tiene sobre calle Bolívar, pero cuando llegaron el móvil
del Servicio Penitenciario de Córdoba
ya había partido con el condenado hacia la Cárcel
de Encausados.
"Esa violación
siempre fue una mentira. Lo que sucedió fue que un día el padre de ella la
descubrió en la cama con Marcelo y esa gente armó
todo eso. Ella siempre me tuvo bronca porque Marcelo me eligió a mí
como novia. Yo la conocía de folklore y ella siempre me veía andar por el
pueblo de la mano de él...", asegura Zulma en el presente. "Esa chica
siempre fue un monito y estaba celosa porque Marcelo me había elegido
a mí, porque yo era más linda...", afirma mientras acaba el
mate dulce.
"Eso de la
violación fue una farsa. Marcelo y esa chica se conocían
bien (nota de los autores: ¿por qué entonces Sajen declaró que no la conocía?) y salieron un tiempo cuando vivíamos en Pilar. Ella y su
familia vivían a cinco cuadras de donde estábamos nosotros, así que nos veíamos
siempre. Había sido novia de Marcelo y su padre lo denunció a la Policía",
asegura por su parte Eduardo Sajen, en su casa de barrio Vipro de la Capital, y agrega: "Mi papá se bajoneó mucho. Él siempre fue un hombre recto,
y si alguno de sus hijos caía preso él decía: 'Que se joda'. Pero con
Marcelo
fue distinto. Siempre estuvo de su lado".
El juicio a Marcelo Sajen significó un pequeño aunque estimulante
triunfo para el secretario de juzgado, Juan
Manuel Ugarte, quien a partir de entonces iniciaría una ascendente carrera
en la Justicia, basada -así le gusta explicarlo- en el orden
y la meticulosidad aplicados a su trabajo.
"Con todas las
pruebas, la situación del acusado se tornó comprometida, pero lo decisivo que
cerró el círculo para atraparlo fueron las heridas que se le constataron al ser
detenido», dijo en 1986 el juez Muscará, al justificar la condena.
Nadie se dio cuenta de un error en el expediente. Allí
constaba que la violación había ocurrido el 11 de setiembre, cuando en realidad
había sucedido dos días antes.
Susana pasó un
largo período deprimida. Sin embargo, logró salir adelante y se casó con un
joven con quien estaba de novia en 1985, antes de la violación. Como el
muchacho estaba divorciado, tuvieron que viajar a Bolivia para casarse. Hoy son padres felices de varios chicos.
En la carta que escribió para este libro, Susana señala: "Quienes somos víctimas, primero sufrimos el ataque del
violador y luego el maltrato emocional de otros. Yo he comprobado que las actitudes
e ideas erróneas que existen respecto de la violación resultan en que la culpa
recae sobre la víctima. La misma sociedad puede llegar a herir a la víctima
casi tan profundamente como el propio violador. Me refiero a todas las cosas
que se dicen en torno a nosotras. Nunca pensé que él fuera el violador serial
hasta el día en que escuché su nombre y fue como un nuevo golpe: volver a
recordarlo todo".