Claudia Alejandra Sobrero

Lo primero que le
llamó la atención al policía fue el sombrero de cowboy. En Tucumán no era nada habitual ver por la calle a una chica, casi
adolescente, de zapatillas rojas, jeans apretados y sombrero de cowboy,
caminando bajo la lluvia con cara de angustia existencial.
El policía se
llamaba César Isaya y jamás en su
vida había participado de ningún acontecimiento crucial. Se fijó otra vez en el
sombrero, y después en la cara de la portadora: rubia, ojos celestes grandes,
expresión de conflicto. Ella lo miró y él alcanzó a distinguir el gesto de
fastidio,la incomodidad que es común en los que tienen motivos para esquivar a
la ley.
Él la llamó y le
pidió los documentos: Claudia Alejandra Sobrero. Cédula de Identidad 9.535.969. No pudo creer en su buena suerte.
Era la mujer que todos estaban buscando. Le dijo que tenía que acompañarlo a la
comisaría. Ella pareció aliviada. "Sí, ya sé. Me
buscan por el asesinato de Lino Palacio. Vamos”. Era la madrugada
del jueves 20 de setiembre de 1984.
El viernes anterior, el 14, había sido cometido el crimen.

Lino Palacio
Claudia Sobrero conocía bien al dibujante Lino Palacio. De hecho, había sido la
pareja de Jorge Palacio –el nieto de
Lino- y con él habían tenido una
hija, Cecilia. Pero Sobrero
sentía una especial antipatía por Lino Palacio:
creía que ese hombre, exitoso y con dinero, quería separarla de Jorge. y que, además, no hacía nada para
aliviarlos de la situación económica difícil que estaban pasando.
En enero de 1984, Claudia convenció a Jorge para que le robase a Lino las llaves de su departamento de Callao 2094, 5° piso, de la Capital Federal.
"Tus abuelos van a estar en Mar del Plata,
así que nosotros podemos entrar, tranquilos, y les robamos la guita de la caja
fuerte", sugirió Claudia. Jorge
fue a Mar del Plata, donde su abuelo
estaba pasando unos días junto a su mujer, Cecilia
Pardo. Sin que nadie se diera cuenta, sacó las llaves, hizo copias y volvió
a Buenos Aires. Pocos días después, entraron
al departamento y robaron casi diez mil dólares. Fue el comienzo.
La pareja de Claudia Sobrero
y Jorge Palacio era lamentable. Ella
lo acusaba de maltratar a su primera hija, que había tenido a los 17 años. Se
separaron varias veces, pero ella siempre volvía porque no se sentía capaz de
vivir sin un hombre aliado. Hasta que el martes
11 de setiembre decidió irse para siempre. Ya se había enamorado de Oscar Odín González Muñoz, un chileno
de 19 años, dos menos que ella. Lo había conocido un par de semanas antes en un
pool, en una galería de la calle Talcahuano,
y lo que más le gustó de él fue su tamaño: era petiso, petisísimo y morocho, y
marginal. A los once años se había muerto su madre, y poco después su padre ,
alcohólico, le anunció que tendría que cuidarse solo: él se iría por su lado. Oscar, entonces, se crió en la calle,
casi sin amigos, robando lo que podía. Antes de conocer a Claudia .se había vuelto
inseparable de Pablo Zapata, un
rubiecito que lo llevó a vivir con su madre, en un departamento de Jujuy al 1600. “Juntos
nos va a ir mejor" decían los dos, aludiendo a sus planes
de robo. Y, de a rachas, les iba mejor. Uno de sus robos les dejó el dinero
suficiente para mudarse por un tiempo al hotel
Panamericano. Pero el dinero se les acabó rápido. Fue entonces cuando
apareció Claudia.
El romance
prometía. El martes 11 de setiembre,
el día en que Claudia
abandonó al nieto de Palacio, se mudó
con Oscar y su amigo Pablo a un hotel, el López, en Venezuela y Solís. Ahí, en ese hotel, empezaron a planear un nuevo
robo en la casa del dibujante. Pero esta vez, ella sabía que la casa no estaba
vacía.
Frente a Oscar, Claudia hacía alardes de asesina.
Sabía que su nuevo novio sentía una atracción especial por la violencia y la
sangre. y estaba acostumbrada a detectar con exactitud qué es lo que los
hombres preferían de una mujer. Siempre había usado ese método de seducción:
amoldarse a las fantasías de sus parejas para conquistarlas. Era, casi, su don
natural. De modo que Claudia no hacía otra cosa que exagerar una
pose criminal para deslumbrar a su novio. Mientras planificaba el robo, dejaba
ver que no le importaría matar ni descuartizar ni descabezar a cualquiera. Estaba
demasiado influida por las películas policiales americanas, que adoraba al
igual que Odín. En los pocos días
que llevaban de romance, ella sentía que al fin había dado con el hombre perfecto.
y mientras más lo quería, más insegura se sentía con respecto a él: se veía
fea, algo gorda, tonta. ¿Cómo compararse siquiera con un hombre que
había podido sobrevivir en la calle, sin ayuda de nadie? ¿Cómo
pretender que un hombre tan maravilloso se enamorase de ella? La única
manera era demostrarle que ella podía ser capaz de todo. Que ella podía robar,
que podía matar, que era tan valiente como él. Recién ahí, él podría quererla.
El viernes 14 de setiembre, cerca de las
once de la noche, Claudia tocó el timbre de la casa de Lino. La acompañaban su nuevo novio, Oscar, y el amigo de Oscar, Pablo.
Ella entró
apurada, y presentó a los otros como amigos. Pero enseguida vio la cara de
disgusto de Lino y su mujer Cecilia. Lino empezó una conversación banal, mientras Cecilia, que estaba recién operada y, además, casi sorda, fue a la cocina
a preparar café. Claudia se ofreció a acompañarla. Al rato volvieron y se
quedaron en el living, hablando. Esta vez Claudia inició la charla: habló de su
separación reciente e intentó distraer a los abuelos de su ex pareja para que Oscar pudiera -con la excusa de ir al
baño- acercarse a la caja fuerte que estaba en el escritorio de Palacio.
Mientras tanto,
como la tensión iba en aumento, Claudia se ofreció para ir a la cocina y
preparar una nueva ronda de café. Cecilia
fue con ella. No estuvieron ni dos minutos: Claudia, escuchó, con el pulso
acelerado, los gritos que venían del living. Agarró un cuchillo de un cajón y
corrió a ver qué pasaba. Palacio
estaba prácticamente abrazado a Oscar.
Forcejeaban. A pesar de sus 82 años -la misma edad que su esposa- Palacio tenía un buen estado físico y
pudo por unos instantes dominar a Oscar,
que por su físico esmirriado y, acaso, por un exceso de alcohol, no atinaba a liberarse
del dueño de la casa. Pablo, en
tanto, miraba desde un rincón, paralizado por lo inesperado de la escena. Claudia
no dudó: se ubicó por detrás de Palacio
y le clavó el cuchillo. El viejo liberó al joven y se apoyó en una pared color
arena, que quedó llena de sangre.
A todo esto, Cecilia había llegado y preguntaba con la
voz quebrada qué estaba pasando. Ayudada por sus dos amigos, que habían llevado
cada uno un cuchillo recién comprado, la mataron, y también terminaron de dar
muerte al marido.
Cuando, más
tarde, llegó la hija del matrimonio Palacio,
encontró los cadáveres. La policía no tardó nada en aparecer. Antes de mover
los cuerpos, sacaron fotos y buscaron huellas digitales. En la morgue contaron
las puñaladas fatales: veintisiete para él; dieciséis para ella.
Claudia Sobrero era hija única. Su infancia parece haber
sido simple, feliz. Vivía en Belgrano,
tenía un perro al que llamaba Suzuki,
iba a un colegio religioso. Pero en la adolescencia empezó a mostrar el costado
violento de su personalidad, y una rebeldía fuera de lo común. A los catorce
quiso casarse. Su madre intentó convencerla de que no lo hiciera, y hasta fue a
pedir consejo a un juez de menores, amigo de la familia. El juez fue clarísimo:
"Por mi experiencia, yo sé que es mucho peor
u-atar de oponerse. La chica se le va a escapar". Un año
más tarde, iba a estar casada con un hombre que la maltrataba y que gastaba
todo su dinero en drogas. Ella empezó a odiarlo. y cuando terminó esa relación
y se fue a vivir con Jorge Palacio,
le transfirió gran parte de su resentimiento: descargaba en él la rabia que
había acumulando con su marido. Una de sus amigas le contó a la policía una de las
anécdotas preferidas de Claudia: "Ella
siempre decía que su vida se había arruinado por este tipo con el que se había
casado. y que una vez, mientras iba en auto con Jorge, lo vio cruzando la calle
y le pidió aJorge que lo atropellara. Según Claudia,Jorge le pasó por encima con el auto y su ex terminó
internado por seis meses en un hospital, sin poder ni moverse. No sé si será
verdad, pero a ella le encantaba contar esa historia". El 27 de mayo de 1985, en la cárcel de Ezeiza, Claudia decidió que la fecha de
su fuga sería el 29, dos días más tarde. Junto a una compañera de apellido Allighieri, presa por contrabando,
planificaron todo. Primero limaron un barrote de la celda y saltaron a un
patio. Estaban a siete metros de altura. Allighieri
cayó de mala manera, se fracturó el tobillo y no pudo continuar la fuga. Claudia
sí: sorteó ocho puestos de vigilancia, y consiguió escalar el muro exterior
gracias a una escalera que alguien le había dejado apoyada en el lugar
convenido. Salió de la cárcel, fue en tren hasta Temperley, robó un auto de un estacionamiento y llegó a la casa de
una amiga donde consiguió ropa y el documento de su madre, Marta Ramona Mogabutu. Con ese documento pudo armarse su nueva identidad:
al apellido materno le agregó una A al comienzo y transformó la U final en una
letra O. Cambió la foto de su madre por la suya y alteró como pudo la firma. Tenía
un nuevo nombre: Marta Ramona Amogaburo.
El sábado 31 hizo
dedo para llegar a Mar del Plata. Llegó
ese mismo día. No tenía dinero. Cuando llamó a un amigo, éste le cortó la
comunicación. Durmió dos noches en una plaza, hasta que el lunes por la mañana se
instaló en el hotel Carlitos, de la
calle Salta 1310, esquina 3 de Febrero. Alguien había hecho un
llamado al comisario Domingo Fortunato,jefe
de la IV Unidad Regional, para pasar
la ubicación de la prófuga.
Fortunato mandó a dos de sus hombres, los comisarios Vilella y Repetto, para detenerla. Golpearon la puerta de su habitación. La
misma Claudia
abrió la puerta." ¿Usted es Claudia
Sobrero?", preguntaron. Ella negó con la cabeza y sacó el
documento de su madre modificado. "Soy Marta
Amogaburo". Pero ya la habían reconocido por sus ojos
celestes caídos y porque el número del documento grabado con perforadora correspondía
a alguien mucho mayor.
La detuvieron. En
su bolso tenía apenas un par de remeras y una Biblia. Cuando la llevaron ante
el comisario, para declarar, le habían quitado todas sus pertenencias. Ella
pidió su Biblia. Recién habló cuando se la devolvieron.
Su primer período
en la carcel, antes de su fuga, fue de espanto. Gritaba, se peleaba con sus
compañeras, las golpeaba, era golpeada. Odiaba a las policías que la cuidaban,
lloraba, pedía declarar una y otra vez, jurando que era inocente. Otras veces,
resentida, acusaba a sus cómplices: "Ellos me
abandonaron, me echaron toda la culpa, son unos hijos de puta".
Más tarde, culpó al nieto de Palacio
quien, en realidad, no estaba al tanto de los planes de la mujer que lo había
abandonado.
Después de su
fuga, se transfomó en otra. No se separó de la Biblia ni de su estampita de la Virgen de Luján. Volvió a mencionar a
sus dos hijas. A los periodistas los recibía con una amabilidad inusual en
ella. "Ustedes creen que no tengo sentimientos,
pero sí los tengo. Dicen que soy agresiva, fría y calculadora, pero eso fue
para mí un mecanismo de defensa. La verdad es que cuando tomé conciencia de
todo, lloré muchas veces. Muchas. Siento que me están juzgando por lo que se
dice de mí, no por lo que soy. Cuando pasó lo que pasó, Lino fue el que empezó
a atacar a Odín, habían discutido y fue él quien quiso matar a Odín, y yo
quería salvar lo mío. Por eso pasó todo. Pero Odín. ..Yo lo amo. Es la primera
vez que me enamoré, realmente. Es el amor loco que se siente una sola vez en la
vida. Mi amor es tan grande, y él es tan chiquito. ¿Usted lo vio? Es
como un bebé, hasta tiene carita de bebé. Lo amo tanto. Yo lo visito cada quince
días en la cárcel de Caseros. Tengo la esperanza de formar una familia nueva
cuando salga. Tener un varón, porque a él le encantan los chicos. Esta es mi
esperanza, porque mi ex esposo, Jorge Palacio, se fue con la más chiquita de
mis hijas y le dijo que yo estaba muerta. Yo fui la autora del crimen, pero el
instigador fue él, fue Jorge. Él quería que yo entrara a robar y bueno, lo
hice,me equivoqué. Y después Lino, que quiso matara Odín. Ahora quiero eso,
formar una familia con Odín, y pintar muchos cuadros, y estdr en una isla, en
un lugar todo verde. Y lograr la paz del cuerpo". Oscar Odín, el hombre de la vida de Claudia Sobrero,
fue detenido la misma noche en la que la detuvieron a ella, la noche en la que
un policía se sorprendió por el sombrero de cowboy. Él había tomado un micro de
la empresa Expreso Panamericano.
Llegó hasta Ojo de Agua, en Santiago del Estero. Cuando el policía
lo hizo bajar del colectivo, él no dijo nada. Solamente hacía muecas de
desprecio. Cuando le descubrieron sangre en los zapatos, él se sorprendió. Se
miró los pies con incredulidad y moviendo la cabeza para un lado y para el
otro, dijo: "Qué barbaridad!. Y mire que los había limpiado bien. Es increíble".
Zapata fue apresado pocos días después. El 30
de abril de 1985 se ahorcó con una sábana en su celda del pabellón 16 B de la cárcel de Caseros.
El 7 de junio de 1990 Claudia Alejandra Sobrero y Oscar Odín Muñoz fueron condenados a
reclusión perpetua.
En la cárcel, Sobrero
asimiló su condena con tranquilidad. Rezó con un pastor evangelista, recitó
párraros de la Biblia, cantó unos cuantos salmos elegidos al azar y volvió
hablar de lo mismo: de la isla verde, bien verde, donde va a poder pintar sus
cuadros, acompañada por su nueva familia. Después de todo, había pasado , la
prueba: Odín, a esa altura, ya
estaba en condiciones de quererla.

Fuente :
Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)