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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//06 de Octubre, 2010

Pilar T. " Esposa "

por jocharras a las 10:08, en Mujeres Asesinas

PILAR T. " Esposa "


En el velorio de su padre, Pilar T. lloraba en un rincón, tratando de no mirar la cara del muerto, cuando apareció su madre. Pisando firme se plantó delante de la hija. "¡Asesina! Te vas de acá ya mismo. "

Caminando despacio, Pilar hizo un rodeo para no enfrentar a su madre ni al cajón, y salió. Acababa de cumplir diecisiete años y estaba embarazada de seis meses.

Su padre era enfermo del corazón y había tenido cuatro infartos. El penúltimo se produjo cuando Pilar, después de su cumpleaños de quince, se fugó con su novio y estuvo tres días sin dar señales de vida. Su padre estuvo internado casi dos meses hasta que le dieron el alta. Su hija ya había vuelto a la casa y estaba haciendo los preparativos para su boda: Antonio, su novio, había conseguido un buen trabajo y una casa, y no quería esperar más.

Los padres de Pilar aceptaron ese casamiento inevitable, aunque la madre, una noche, había entrado al dormitorio de su hija para decirle que jamás le iba a perdonar su conducta vergonzosa.

El padre tuvo tiempo de entrar en la iglesia llevando a la hija del brazo, pero unos meses después sufrió el infarto que lo mató.

El médico que lo atendía se preocupó de hablar con, Pilar para explicarle que su padre tenía una falla congénita en el corazón que lo habría matado de todas maneras. "Los disgustos lo afectaron, por supuesto, pero no te olvides de que él ya había tenido dos infartos antes de que vos te escaparas con Antonio." El médico, que estaba al tanto de la situación familiar, trataba de que Pilar no se sintiera tan culpable, a pesar de que su madre la acusaba, sin ninguna piedad, de haber sido la responsable de todo. "Mataste a tu papá ", le dijo en cuanto le dieron la noticia de la muerte del marido. "Y nunca en mi vida te voy a perdonar."

Veintiocho años después de ese casamiento precipitado, Pilar y Antonio seguían viviendo juntos en la misma casa, que había sido un regalo de los padres de él.

Julio, el hijo, se había mudado hacía poco tiempo, aunque no se había ido muy lejos.

Antonio tenía un taller mecánico a medias con un socio, Carlos. Con los años el taller se había convertido en uno de los más conocidos y confiables de la zona. Habían contratado a cinco empleados que hacían casi todos los trabajos, y ellos supervisaban y llevaban la contabilidad.

Pilar pasaba el día entero en su casa. Cuando recién quedó embarazada le había prometido a su marido que estudiaría abogacía en cuanto el hijo empezara la escuela primaria. Pero para ese entonces ella ya estaba tan instalada en su rutina doméstica que ni siquiera se acordó de sus antiguas aspiraciones.

Su madre, que vivía a veinte cuadras, no había vuelto a hablarle. Pilar intentó acercarse a ella muchas veces. La última había sido cuando estaba organizando la fiesta de sus veinticinco años de casada. Fue a verla, intimidada pero firme, con la tarjeta de invitación en la mano. La madre abrió la puerta, la miró, y volvió a cerrar, sin decirle una palabra.

Cuando habían empezado a salir, Pilar y Antonio se adoraban. Estaban decididos a hacer cualquier cosa para estar juntos. Se veían varias veces por día y evitaban participar en cualquier actividad que implicara una separación de muchas horas. Fue por eso que habían decidido escaparse juntos, aunque a los tres días, cansados y sin un peso para comprar comida, decidieron volver. Habían estado viviendo en la casa de unos tíos de Antonio, que por esa fecha estaban de vacaciones en la costa.

Ya casados, vivieron un período de alegría y euforia, hasta que las cosas fueron tomando el clásico tinte doméstico de los matrimonios. Sin embargo, para ellos el problema más grave no fue la rutina sino la bifurcación de intereses: mientras que Pilar seguía adorando a su marido y considerándolo imprescindible para su Vida, Antonio tenía otros horizontes. Le gustaba su trabajo, quería ampliar el taller y modernizarlo, pasaba horas leyendo historias de la Guerra Civil española y, al final, prefería quedarse discutiendo temas políticos con su socio que volver a su casa a ver a su esposa. Pilar advertía la situación pero se sentía incapaz de revertirla. Mientras que Antonio había ido creciendo y cambiando su forma de ver el mundo, ella contaba casi con los mismos recursos que en su adolescencia: la vida de casada la había empantAnado y anulado.

Más o menos para la época en la que festejaron los veinticinco años de casados, Antonio había empezado a interesarse por una clienta. Era contadora, tenía cuarenta años y se llamaba Ana. Después de verse unas cuantas veces en el taller, se hicieron amantes.

Al principio se veían una vez por semAna, pero con el tiempo intensificaron la relación. Por primera vez en su vida, Antonio podía hablar con una mujer, escuchar sus comentarios y aprender de ella. En la cama también le resultaba fascinante: Ana era audaz, tenía experiencia e iniciativa.

Ella también era feliz con su nuevo compañero. Le parecía increíble que un hombre la escuchara con tanta atención y la mirara como si fuera la mujer más atractiva de la tierra.

Después de un año de estar juntos, decidieron que era hora de oficializar el romance.

Antonio vivía su doble vida con angustia y con culpa. Se daba cuenta de la fragilidad de Pilar y advertía, con asombro, que la vida de su esposa dependía absolutamente de su vínculo con él. Julio, el hijo, ya se había independizado, lo cual empeoraba todo.

En tantos años de convivencia, Antonio se había habituado a ver a su esposa como una madre perpetua que manejaba la casa de memoria y con precisión. Cuando supo que de un, momento al otro tendría que pedirle el divorcio, empezó a mirarla con más atención y con nostalgia anticipada. Se dio cuenta de que Pilar dedicaba todo su tiempo y su energía a hacerle la vida más fácil. Hacía todos sus trámites, le preparaba la comida que a él le gustaba, y hasta le compraba las medias y los calzoncillos. Sin embargo, era evidente que Pilar no hacía todo eso por obligación sino porque le hacía feliz atender al marido.

Antonio pasaba horas pensando cómo abordar el tema sin herirla demasiado. Una noche, después de comer, le sugirió que el matrimonio no estaba pasando por su mejor momento, y que, a lo mejor, podrían tomarse un tiempo para tratar de enderezarlo. "Separados vamos a ver las cosas más claras. "

Pilar escuchó sin asombro el discurso de su marido. Tanto lo quería y tan insegura estaba de sí misma, que se había preparado para lo peor: mil veces había imaginado qué haría si él la dejaba o si se moría. Y cada vez había llegado a la conclusión de que sería imposible sobrevivir sin él.

Con timidez y miedo, ella le pidió posponer la separación. Le explicó que estaban pasando por una crisis pasajera y le juró que volverían a estar bien. Antonio aceptó: no tenía ánimo para contarle la verdad.

Ana, la amante de Antonio, empezó a presionarlo. Le decía una y otra vez que un año de relación clandestina era más que suficiente para todos. "Ya viste cómo soy, y ya sabés cómo es tu mujer. Ahora tenés que decir”.

Antonio tenía todo clarísimo: quería estar con Ana pero no quería tirar por la borda casi treinta años de vida matrimonial, ni dejar a Pilar abandonada y destruida.

Sin saber qué hacer, habló con Carlos, su socio Carlos ya estaba al tanto de la relación entre Antonio y Ana, pero no imaginaba que habían llegado tan lejos. Para él, opinar era complicado: conocía a Pilar desde siempre, y sabía tan bien como Antonio que para ella una ruptura sería letal. Además, él también había tenido una amante, muchos años antes, ya la hora de elegir se había quedado con su esposa. Nunca pudo saber si el vínculo con esa mujer hubiera resistido una convivencia, pero quedó con la sensación de haber arruinado cobardemente su vida. Se lo dijo. "Yo no soy quién para aconsejar…No me animé a separarme y ahora me la paso pensando que me equivoqué. Pero voy tirando. "

Pilar tenía una única amiga, Sara, a quien había conocido cuando los hijos de las dos eran compañeros de escuela. A ella ya le había contado hacía meses que notaba una actitud rara en su marido. "Lo conozco, le pasa algo", le decía a Sara sin dudar. La amiga creía que Pilar estaba delirando: no imaginaba en el mundo un matrimonio más estable que el de Pilar y su esposo.

Por eso, cuando Antonio le pidió esa tregua matrimonial, Pilar corrió a contarle la novedad. Llorando con amargura, le dijo que algo grave debía estar pasando. "No quiere un tiempo para ver qué hacemos. Se quiere ir. Yo lo conozco a él más de lo que me conozco yo. "

Sin embargo, Pilar no se animaba a pensar en una amante: era como imaginar a Antonio robando un Banco. Creía, sí, que su esposo estaba abrumado ante la cotidianidad del hogar. Había un gran contraste entre su desánimo a la hora de estar juntos y su entusiasmo al salir a trabajar. La inocente deducción de Pilar era que en el taller Antonio encontraba todo lo que le faltaba en la casa.

Se lo explicó a la amiga, didáctica. "Allá tiene clientes importantes, gente que sabe muchísimas cosas. Yo estoy en casa todo el día y cuando él viene no tengo nada de qué hablar."

Toda la noche anterior había estado pensando una estrategia para evitar que su esposo la dejara. Al fin, había decidido empezar a estudiar abogacía, tal como tenía planeado antes de que naciera su hijo, treinta años atrás. “¿No te das cuenta?", le explicaba a Sara. "Voy a ponerme en otro nivel, y a Antonio le van a volver las gAnas de estar conmigo."

Tres meses después, ya estaba en la universidad.

Los esfuerzos de Pilar para conquistar a su marido eran conmovedores. Sara, cautelosa, trataba de convencerla de que su situación no era tan grave, ni siquiera en el peor de los casos. "Nadie se muere porque el marido se vaya ", le decía, por las dudas, preparándola para una eventual separación. Antonio, por su parte, estaba abrumado. Había insistido en la idea de tomarse un tiempo para pensar, pero los ruegos de Pilar lo paralizaban. "Sos demasiado bueno", le decía su socio, acaso el que más entendía la situación.

Ana, mientras tanto, no creía que la actitud de Antonio fuera bondadosa sino cobarde. "No sé qué favor le hacés si te quedás de lástima. Y no sé si alguna vez te vas a animar a dejarla."

Antonio le juraba que estaba haciendo lo posible para irse de la casa sin lastimar a la madre de su hijo, pero que necesitaba tiempo. Le explicaba que su mujer estaba demasiado aferrada a ese matrimonio, pero que poco a poco ella iba a entender que no había otra solución más que el divorcio. Así, cada dos o tres meses Antonio volvía a la carga y trataba de hablar del asunto con Pilar. Pero Pilar había optado por la negación de los hechos. En cuanto advertía que Antonio iba a insistir con su idea de tomarse un tiempo, ella cancelaba la conversación con cualquier excusa o cambiaba de tema.

Al final, después de otro año de verse en forma clandestina, Ana decidió decirle a Antonio que no volviera a llamarla.

Durante un tiempo, Antonio hizo esfuerzos para retomar su matrimonio como si nada hubiera pasado. Pilar lo notaba más triste pero menos nervioso. Ilusionada, lo esperaba con la comida, le preguntaba por el funcionamiento del taller y le contaba todo lo que había aprendido en la facultad. Antonio trataba de interesarse en lo que su mujer le decía, pero era inútil. Mientras ella hablaba, con orgullo, de sus exámenes y trabajos prácticos, él pensaba en todo lo que había perdido al dejar de verse con Ana.

A veces, después de un largo discurso sobre sus actividades del día, Pilar se daba por vencida y se quedaba callada, mirando a su marido. Antonio, incómodo, inventaba cualquier excusa y se iba a la cama.

A la mañAna siguiente, todo recomenzaba. Tomaban el desayuno triste y agobiado, mientras Pilar hacía lo posible para crear un falso clima de optimismo.

Con los meses, Antonio volvió a adaptarse a una vida sin emociones, sin euforia y sin pasión.

Pilar estaba feliz. Iba a tomar el té a la casa de su amiga Sara y le explicaba que todo se estaba encaminando. "Antonio está mucho mejor. Ya no se deprime como antes. Y le encanta que le cuente las cosas que me enseñan en la facultad. Hasta Julito se dio cuenta de que su papá está más contento."

En el taller, Antonio tenía largas charlas con su socio. Los dos habían tenido amantes, los dos habían optado por no desarmar sus matrimonios y los dos compartían una molesta sensación de fracaso. Carlos hacía bromas al respecto. Le decía a su socio que se habían salvado de las incomodidades de una nueva pareja y reflexionaba sobre el futuro incierto de una relación que se inauguraba a mitad de la vida. Los dos sabían que se trataba de excusas.

Poco tiempo después, Ana reapareció. Estaba dispuesta a darle a Antonio una nueva oportunidad.

Después de la reconciliación, Ana estuvo vario meses sin mencionarle a Antonio el tema del divorcio.

No hacía falta. Él sabía perfectamente que era una condición indispensable para seguir adelante. Cada vez que tenía que despedirse de Ana a las típicas horas de los hombres comprometidos, se hacía un silencio tétrico entre ellos. Ana miraba su reloj con una sonrisa irónica, asentía como para sí misma y cerraba la puerta.

Por supuesto, el vínculo con Pilar había vuelto a empeorar. Ella estaba desconcertada. Iba a la casa de Sara y lloraba amargamente. "Ya no sé qué voy a hacer. Antonio volvió a deprimirse. Le digo que vaya a. un médico pero me contesta mal: me dice que quiere estar tranquilo y que yo lo presiono."

En realidad, Antonio decía más que eso: le pedía, en forma más o menos directa, el divorcio. Sin embargo, no hablaba de la existencia de otra mujer.

Simplemente aseguraba que a su edad quería probar cómo era vivir solo, aunque sea por un tiempo.

Carlos, al tanto de las excusas que Antonio le daba a Pilar, opinaba que estaba usando la: estrategia equivocada. Para él, lo mejor era hablar claro y decir la verdad. Su propia experiencia le indicaba que las mentiras lo complicaban todo. "Si le decís que querés estar solo, no te va a entender. La única forma de que Pilar te deje ir es que le digas que te vas con otra. Pero vos no querés quedar mal."

Carlos había acertado. Antonio prefería mantener el engaño para preservar su imagen de hombre honesto. Además, hacía tiempo que le juraba que no había ninguna mujer en su vida más que ella. No podía, de un momento al otro, admitir que desde hacía más de dos años venía falseando la realidad.

Después de otros seis meses, Ana volvió a abandonar a Antonio.

Pilar, mientras tanto, seguía con sus estudios de abogacía y sufría los vaivenes psicológicos de su marido sin llegar a entender qué estaba pasando.

Cuando Ana se retiraba de escena, Antonio se refugiaba en su casa, amargado y sin ilusiones. Con Pilar tenía sentimientos contradictorios: por un lado le daba pena mentirle y se sorprendía por su paciencia y su dedicación. Por otro, la odiaba ella era la culpable de que él no estuviese instalado con Ana viviendo la vida emocionante que siempre había esperado.

Poco después, Carlos se enfermó. Iban a operarlo, aunque los médicos no parecían optimistas: la operación era riesgosa y no garantizaba una cura definitiva. En su cama de hospital, Carlos intentaba parecer alegre y valiente. Antonio sufría con su amigo. Pensaba, con espanto, que Carlos estaba a punto de morir, sin haber- se animado siquiera a pasar un fin de semana con su amante.

Después de la muerte de Carlos, Antonio se desmoronó. Estuvo una semana en la cama mientras Pilar, conmovida y maternal, le agarraba la mano, le preparaba té de hierbas y caldos calientes y le leía noticias de los diarios. Ella también había sido amiga de Carlos, desde la época en que estaba recién casada. Con habilidad innata, Pilar le recordaba historias del amigo muerto para que no se quedara anclado en la imagen de Carlos enfermo en el hospital.

Poco a poco Antonio se fue reponiendo. Volvió al taller, aunque ya no iba todo el día sino en horarios reducidos.

Pilar también retornó la facultad. Estaba convencida de que su voluntad para el estudio era una de las cosas que su marido valoraba de ella.

Antonio, en tanto, quería reencontrarse con Ana aunque no se había animado a llamarla.

Durante los días en que estuvo en cama, se había planteado muy seriamente dejar a Pilar. Como tantos hombres asustados por la muerte de alguien cercano, Antonio quiso hacer un plan para recomponer su vida. Habló con su hijo y le comunicó que era probable que le pidiera el divorcio a su madre. Julio, que siempre había escuchado los relatos de Pilar con escepticismo, no se sorprendió. Le pidió, sí, que fuera cuidadoso con ella y que le evitara, en lo posible, sufrimientos innecesarios.

Una tarde, después del almuerzo, Antonio decidió dormir una siesta antes de hacer unos trámites para el taller. Llovía torrencialmente y no tenía ganas de mojarse.

Pilar, en cambio, preparó sus libros y carpetas de la facultad, buscó un paraguas que había heredado de su padre y se despidió de su marido.

Antonio la vio con su enorme paraguas antiguo y le ofreció el suyo, más chico y manejable. Pilar sonrió con afecto. "Ni loca. Esos paraguas de Taiwán se doblan apenas sopla un vientito. Dejáme a mí con el paraguas de papi que es mucho mejor."

A Antonio siempre le despertaba una enorme piedad escuchar a su mujer hablar así de su padre. Sabía que ella se sentía culpable por su muerte y no podía imaginar cómo hacía para sobrellevar ese peso durante toda su vida. La saludó con un beso y se metió en la cama. Un minuto después tocaron el timbre. Antonio creyó que Pilar se había olvidado sus llaves y abrió. Era Ana. Antonio miró la calle, inquieto, pensando que todavía podía estar su esposa por ahí. Ana le adivinó el pensamiento. "Ya se fue", le dijo, y entró.

Antonio y Ana se quedaron un buen rato en el living hasta que fueron al dormitorio. Seguía lloviendo sin parar y se escuchaban truenos y ráfagas de viento.

Mientras tanto, en la facultad, Pilar se enteraba de que suspendían la clase teórica de la tarde porque el profesor, debido a la lluvia, no había podido llegar.

Cuando volvió a su casa, Pilar vio un impermeable color tiza apoyado en el respaldo de un sillón. Inquieta, fue a la cocina. No había nadie. Miró la hora y calculó que Antonio ya debía haberse ido.

Caminando despacio, chorreando agua, con sus carpetas y su paraguas todavía en la mano, Pilar abrió la puerta de su dormitorio. Vio a Antonio con una mujer, los dos desnudos y besándose.

Cuando vio a Pilar, Ana se levantó de un salto y empezó a vestirse. Pilar miraba a Antonio, que se cubría con la sábana y le decía que tenían que hablar. Pilar estaba fuera de sí. A los gritos le preguntaba al marido quién era la otra mujer. Antonio sintió la mirada de las dos y pensó que por una vez en su vida tenía que jugarse. "Es mi novia ", le dijo con voz vacilante, mientras Ana salía de la habitación temblando de miedo.

Pilar dejó caer los libros y se tiró encima de Antonio, levantando el paraguas de su padre como si fuera una espada. Se lo clavó en la ingle con ferocidad, y volvió a clavárselo varias veces en el abdomen.

Cuando llegó la policía, Pilar ya había lavado el cadáver del marido, lo había peinado y lo había vestido. "Ahí se los vestí, porque estaba desnudo. Ahora se lo pueden llevar." En su declaración, Pilar dijo que no se acordaba del momento del crimen. "Lo único que me quedó en la mente es eso que él me dijo: que estaba con la novia. Creo que si me decía otra cosa yo no le hacía nada."

Pilar fue declarada culpable de homicidio agravado por el vínculo.

Fue condenada a diez años de prisión.

Salió en libertad dos años antes de cumplir su condena.

Se mudó a un pueblo del interior de Catamarca y volvió a casarse. Su hijo la visita periódicamente y le pasa una suma de dinero mensual. "Gracias a eso puedo vivir bastante bien. Lo que quiero ahora es hacer una vida nueva. No quiero pensar en ese accidente que ya pasó. Ahora hago otras cosas, tengo otra casa, tengo otro marido, tengo otros amigos, vivo en otro lugar. Así es la vida. Estar pensando en el pasado no sirve de nada. "


Fuente :

Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)

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