PILAR T. " Esposa "
En el velorio de su padre, Pilar T. lloraba en un rincón,
tratando de no mirar la cara del muerto, cuando apareció su madre. Pisando
firme se plantó delante de la hija. "¡Asesina!
Te vas de acá ya mismo. "
Caminando despacio, Pilar hizo un rodeo para no
enfrentar a su madre ni al cajón, y salió. Acababa de cumplir diecisiete años y
estaba embarazada de seis meses.
Su padre era enfermo del corazón y había tenido
cuatro infartos. El penúltimo se produjo cuando Pilar, después de su cumpleaños
de quince, se fugó con su novio y estuvo tres días sin dar señales de vida. Su
padre estuvo internado casi dos meses hasta que le dieron el alta. Su hija ya
había vuelto a la casa y estaba haciendo los preparativos para su boda: Antonio, su novio, había conseguido un buen trabajo y una
casa, y no quería esperar más.
Los padres de Pilar aceptaron ese casamiento inevitable,
aunque la madre, una noche, había entrado al dormitorio de su hija para decirle
que jamás le iba a perdonar su conducta vergonzosa.
El padre tuvo tiempo de entrar en la iglesia
llevando a la hija del brazo, pero unos meses después sufrió el infarto que lo
mató.
El médico que lo atendía se preocupó de hablar con, Pilar
para explicarle que su padre tenía una falla congénita en el corazón que lo
habría matado de todas maneras. "Los disgustos lo
afectaron, por supuesto, pero no te olvides de que él ya había tenido dos infartos
antes de que vos te escaparas con Antonio." El médico, que
estaba al tanto de la situación familiar, trataba de que Pilar no se sintiera tan
culpable, a pesar de que su madre la acusaba, sin ninguna piedad, de haber sido
la responsable de todo. "Mataste a tu
papá ", le dijo en cuanto le dieron la noticia de la muerte
del marido. "Y nunca en mi vida te voy a perdonar."
Veintiocho años después de ese casamiento precipitado,
Pilar
y Antonio seguían viviendo juntos en la misma casa, que había
sido un regalo de los padres de él.
Julio, el hijo, se había
mudado hacía poco tiempo, aunque no se había ido muy lejos.
Antonio tenía un taller
mecánico a medias con un socio, Carlos. Con los años el
taller se había convertido en uno de los más conocidos y confiables de la zona.
Habían contratado a cinco empleados que hacían casi todos los trabajos, y ellos
supervisaban y llevaban la contabilidad.
Pilar pasaba el día entero en su casa. Cuando
recién quedó embarazada le había prometido a su marido que estudiaría abogacía
en cuanto el hijo empezara la escuela primaria. Pero para ese entonces ella ya
estaba tan instalada en su rutina doméstica que ni siquiera se acordó de sus
antiguas aspiraciones.
Su madre, que vivía a veinte cuadras, no había vuelto
a hablarle. Pilar
intentó acercarse a ella muchas veces. La última había sido cuando estaba
organizando la fiesta de sus veinticinco años de casada. Fue a verla,
intimidada pero firme, con la tarjeta de invitación en la mano. La madre abrió
la puerta, la miró, y volvió a cerrar, sin decirle una palabra.
Cuando habían empezado a salir, Pilar y Antonio se
adoraban. Estaban decididos a hacer cualquier cosa para estar juntos. Se veían
varias veces por día y evitaban participar en cualquier actividad que implicara
una separación de muchas horas. Fue por eso que habían decidido escaparse
juntos, aunque a los tres días, cansados y sin un peso para comprar comida,
decidieron volver. Habían estado viviendo en la casa de unos tíos de Antonio, que por esa fecha estaban de vacaciones en la costa.
Ya casados, vivieron un período de alegría y
euforia, hasta que las cosas fueron tomando el clásico tinte doméstico de los
matrimonios. Sin embargo, para ellos el problema más grave no fue la rutina
sino la bifurcación de intereses: mientras que Pilar seguía adorando a su
marido y considerándolo imprescindible para su Vida, Antonio tenía
otros horizontes. Le gustaba su trabajo, quería ampliar el taller y
modernizarlo, pasaba horas leyendo historias de la Guerra Civil española y, al final,
prefería quedarse discutiendo temas políticos con su socio que volver a su casa
a ver a su esposa. Pilar advertía la situación pero se sentía
incapaz de revertirla. Mientras que Antonio había ido creciendo
y cambiando su forma de ver el mundo, ella contaba casi con los mismos recursos
que en su adolescencia: la vida de casada la había empantAnado y
anulado.
Más o menos para la época en la que festejaron los
veinticinco años de casados, Antonio había empezado a
interesarse por una clienta. Era contadora, tenía cuarenta años y se llamaba Ana. Después de verse unas cuantas veces en el taller, se
hicieron amantes.
Al principio se veían una vez por semAna, pero con el tiempo intensificaron la relación. Por
primera vez en su vida, Antonio podía hablar con
una mujer, escuchar sus comentarios y aprender de ella. En la cama también le
resultaba fascinante: Ana era audaz, tenía
experiencia e iniciativa.
Ella también era feliz con su nuevo compañero. Le parecía
increíble que un hombre la escuchara con tanta atención y la mirara como si
fuera la mujer más atractiva de la tierra.
Después de un año de estar juntos, decidieron que era
hora de oficializar el romance.
Antonio vivía su doble
vida con angustia y con culpa. Se daba cuenta de la fragilidad de Pilar
y advertía, con asombro, que la vida de su esposa dependía absolutamente de su
vínculo con él. Julio, el hijo, ya se había independizado, lo
cual empeoraba todo.
En tantos años de convivencia, Antonio se
había habituado a ver a su esposa como una madre perpetua que manejaba la casa
de memoria y con precisión. Cuando supo que de un, momento al otro tendría que
pedirle el divorcio, empezó a mirarla con más atención y con nostalgia
anticipada. Se dio cuenta de que Pilar dedicaba todo su tiempo y su energía a
hacerle la vida más fácil. Hacía todos sus trámites, le preparaba la comida que
a él le gustaba, y hasta le compraba las medias y los calzoncillos. Sin
embargo, era evidente que Pilar no hacía todo eso por obligación sino
porque le hacía feliz atender al marido.
Antonio pasaba horas
pensando cómo abordar el tema sin herirla demasiado. Una noche, después de
comer, le sugirió que el matrimonio no estaba pasando por su mejor momento, y
que, a lo mejor, podrían tomarse un tiempo para tratar de enderezarlo. "Separados vamos a ver las cosas más claras.
"
Pilar escuchó sin asombro el discurso de su
marido. Tanto lo quería y tan insegura estaba de sí misma, que se había
preparado para lo peor: mil veces había imaginado qué haría si él la dejaba o
si se moría. Y cada vez había llegado a la conclusión de que sería imposible
sobrevivir sin él.
Con timidez y miedo, ella le pidió posponer la separación.
Le explicó que estaban pasando por una crisis pasajera y le juró que volverían
a estar bien. Antonio aceptó: no tenía ánimo para contarle
la verdad.
Ana, la amante de Antonio, empezó a presionarlo. Le decía una y otra vez que un
año de relación clandestina era más que suficiente para todos. "Ya viste cómo soy, y ya sabés cómo es tu mujer. Ahora
tenés que decir”.
Antonio tenía todo
clarísimo: quería estar con Ana pero no quería tirar
por la borda casi treinta años de vida matrimonial, ni dejar a Pilar
abandonada y destruida.
Sin saber qué hacer, habló con Carlos, su
socio Carlos ya estaba al tanto de la relación entre
Antonio y Ana, pero no imaginaba que
habían llegado tan lejos. Para él, opinar era complicado: conocía a Pilar
desde siempre, y sabía tan bien como Antonio que para ella una
ruptura sería letal. Además, él también había tenido una amante, muchos años
antes, ya la hora de elegir se había quedado con su esposa. Nunca pudo saber si
el vínculo con esa mujer hubiera resistido una convivencia, pero quedó con la
sensación de haber arruinado cobardemente su vida. Se lo dijo. "Yo no soy quién para aconsejar…No me animé a separarme y
ahora me la paso pensando que me equivoqué. Pero voy tirando.
"
Pilar tenía una única amiga, Sara, a quien había conocido cuando los
hijos de las dos eran compañeros de escuela. A ella ya le había contado hacía
meses que notaba una actitud rara en su marido. "Lo
conozco, le pasa algo", le decía a Sara sin dudar. La amiga creía que Pilar estaba delirando: no
imaginaba en el mundo un matrimonio más estable que el de Pilar y su esposo.
Por eso, cuando Antonio le pidió esa tregua
matrimonial, Pilar
corrió a contarle la novedad. Llorando con amargura, le dijo que algo grave
debía estar pasando. "No quiere un
tiempo para ver qué hacemos. Se
quiere ir. Yo lo conozco a él más de lo que me conozco yo.
"
Sin embargo, Pilar no se animaba a pensar en una amante:
era como imaginar a Antonio robando un Banco. Creía,
sí, que su esposo estaba abrumado ante la cotidianidad del hogar. Había un gran
contraste entre su desánimo a la hora de estar juntos y su entusiasmo al salir
a trabajar. La inocente deducción de Pilar era que en el taller Antonio encontraba todo lo que le faltaba en la casa.
Se lo explicó a la amiga, didáctica. "Allá tiene clientes importantes, gente que sabe
muchísimas cosas. Yo estoy en casa todo el día y cuando él viene no tengo nada
de qué hablar."
Toda la noche anterior había estado pensando una
estrategia para evitar que su esposo la dejara. Al fin, había decidido empezar
a estudiar abogacía, tal como tenía planeado antes de que naciera su hijo,
treinta años atrás. “¿No te das cuenta?",
le explicaba a Sara. "Voy a ponerme en otro nivel, y a Antonio le van a volver
las gAnas de estar conmigo."
Tres meses después, ya estaba en la universidad.
Los esfuerzos de Pilar para conquistar a su
marido eran conmovedores. Sara,
cautelosa, trataba de convencerla de que su situación no era tan grave, ni
siquiera en el peor de los casos. "Nadie se muere
porque el marido se vaya ", le decía, por las dudas,
preparándola para una eventual separación. Antonio, por su parte,
estaba abrumado. Había insistido en la idea de tomarse un tiempo para pensar,
pero los ruegos de Pilar lo paralizaban. "Sos demasiado bueno", le decía su
socio, acaso el que más entendía la situación.
Ana, mientras tanto, no
creía que la actitud de Antonio fuera bondadosa
sino cobarde. "No sé qué favor le hacés si te quedás de
lástima. Y no sé si alguna vez te vas a animar a dejarla."
Antonio le juraba que
estaba haciendo lo posible para irse de la casa sin lastimar a la madre de su
hijo, pero que necesitaba tiempo. Le explicaba que su mujer estaba demasiado
aferrada a ese matrimonio, pero que poco a poco ella iba a entender que no
había otra solución más que el divorcio. Así, cada dos o tres meses Antonio volvía a la carga y trataba de hablar del asunto con Pilar.
Pero Pilar
había optado por la negación de los hechos. En cuanto advertía que Antonio iba a insistir con su idea de tomarse un tiempo, ella
cancelaba la conversación con cualquier excusa o cambiaba de tema.
Al final, después de otro año de verse en forma clandestina,
Ana decidió decirle a Antonio que no volviera a
llamarla.
Durante un tiempo, Antonio hizo
esfuerzos para retomar su matrimonio como si nada hubiera pasado. Pilar
lo notaba más triste pero menos nervioso. Ilusionada, lo esperaba con la
comida, le preguntaba por el funcionamiento del taller y le contaba todo lo que
había aprendido en la facultad. Antonio trataba de interesarse
en lo que su mujer le decía, pero era inútil. Mientras ella hablaba, con
orgullo, de sus exámenes y trabajos prácticos, él pensaba en todo lo que había
perdido al dejar de verse con Ana.
A veces, después de un largo discurso sobre sus actividades
del día, Pilar
se daba por vencida y se quedaba callada, mirando a su marido. Antonio, incómodo, inventaba cualquier excusa y se iba a la
cama.
A la mañAna siguiente, todo
recomenzaba. Tomaban el desayuno triste y agobiado, mientras Pilar
hacía lo posible para crear un falso clima de optimismo.
Con los meses, Antonio volvió a adaptarse
a una vida sin emociones, sin euforia y sin pasión.
Pilar estaba feliz. Iba a tomar el té a la
casa de su amiga Sara y le explicaba
que todo se estaba encaminando. "Antonio está
mucho mejor. Ya no se deprime como antes. Y le encanta que le cuente las cosas
que me enseñan en la facultad. Hasta Julito se dio cuenta de que su papá está
más contento."
En el taller, Antonio tenía largas
charlas con su socio. Los dos habían tenido amantes, los dos habían optado por
no desarmar sus matrimonios y los dos compartían una molesta sensación de
fracaso. Carlos hacía bromas al respecto. Le decía a su
socio que se habían salvado de las incomodidades de una nueva pareja y
reflexionaba sobre el futuro incierto de una relación que se inauguraba a mitad
de la vida. Los dos sabían que se trataba de excusas.
Poco tiempo después, Ana
reapareció. Estaba dispuesta a darle a Antonio una nueva
oportunidad.
Después de la reconciliación, Ana estuvo
vario meses sin mencionarle a Antonio el tema del
divorcio.
No hacía falta. Él sabía perfectamente que era una
condición indispensable para seguir adelante. Cada vez que tenía que despedirse
de Ana a las típicas horas de los hombres comprometidos, se
hacía un silencio tétrico entre ellos. Ana miraba su reloj con una
sonrisa irónica, asentía como para sí misma y cerraba la puerta.
Por supuesto, el vínculo con Pilar había vuelto a empeorar.
Ella estaba desconcertada. Iba a la casa de Sara y lloraba amargamente. "Ya no
sé qué voy a hacer. Antonio volvió a deprimirse. Le digo que vaya a. un médico
pero me contesta mal: me dice que quiere estar tranquilo y que yo lo presiono."
En realidad, Antonio decía más que eso:
le pedía, en forma más o menos directa, el divorcio. Sin embargo, no hablaba de
la existencia de otra mujer.
Simplemente aseguraba que a su edad quería probar
cómo era vivir solo, aunque sea por un tiempo.
Carlos, al tanto de las
excusas que Antonio le daba a Pilar, opinaba que estaba usando
la: estrategia equivocada. Para él, lo mejor era hablar claro y decir la
verdad. Su propia experiencia le indicaba que las mentiras lo complicaban todo.
"Si le decís que querés estar solo, no te va
a entender. La única forma de que Pilar te deje ir es que le digas que te vas
con otra. Pero vos no querés quedar mal."
Carlos había acertado. Antonio prefería mantener el engaño para preservar su imagen
de hombre honesto. Además, hacía tiempo que le juraba que no había ninguna
mujer en su vida más que ella. No podía, de un momento al otro, admitir que
desde hacía más de dos años venía falseando la realidad.
Después de otros seis meses, Ana volvió a
abandonar a Antonio.
Pilar, mientras tanto, seguía con sus
estudios de abogacía y sufría los vaivenes psicológicos de su marido sin llegar
a entender qué estaba pasando.
Cuando Ana se retiraba de escena, Antonio se refugiaba en su casa, amargado y sin ilusiones.
Con Pilar
tenía sentimientos contradictorios: por un lado le daba pena mentirle y se
sorprendía por su paciencia y su dedicación. Por otro, la odiaba ella era la
culpable de que él no estuviese instalado con Ana viviendo
la vida emocionante que siempre había esperado.
Poco después, Carlos se enfermó. Iban a
operarlo, aunque los médicos no parecían optimistas: la operación era riesgosa
y no garantizaba una cura definitiva. En su cama de hospital, Carlos intentaba parecer alegre y valiente. Antonio sufría con su amigo. Pensaba, con espanto, que Carlos estaba a punto de morir, sin haber- se animado siquiera
a pasar un fin de semana con su amante.
Después de la muerte de Carlos, Antonio se desmoronó. Estuvo una semana en la cama mientras Pilar,
conmovida y maternal, le agarraba la mano, le preparaba té de hierbas y caldos
calientes y le leía noticias de los diarios. Ella también había sido amiga de Carlos, desde la época en que estaba recién casada. Con
habilidad innata, Pilar le recordaba historias del amigo muerto
para que no se quedara anclado en la imagen de Carlos
enfermo en el hospital.
Poco a poco Antonio se fue reponiendo.
Volvió al taller, aunque ya no iba todo el día sino en horarios reducidos.
Pilar también retornó la facultad. Estaba convencida
de que su voluntad para el estudio era una de las cosas que su marido valoraba
de ella.
Antonio, en tanto,
quería reencontrarse con Ana aunque no se había
animado a llamarla.
Durante los días en que estuvo en cama, se había
planteado muy seriamente dejar a Pilar. Como tantos hombres asustados por la
muerte de alguien cercano, Antonio quiso hacer un plan
para recomponer su vida. Habló con su hijo y le comunicó que era probable que
le pidiera el divorcio a su madre. Julio, que siempre había
escuchado los relatos de Pilar con escepticismo, no se sorprendió. Le
pidió, sí, que fuera cuidadoso con ella y que le evitara, en lo posible,
sufrimientos innecesarios.
Una tarde, después del almuerzo, Antonio decidió dormir una siesta antes de hacer unos
trámites para el taller. Llovía torrencialmente y no tenía ganas de mojarse.
Pilar, en cambio, preparó sus libros y
carpetas de la facultad, buscó un paraguas que había heredado de su padre y se
despidió de su marido.
Antonio la vio con su
enorme paraguas antiguo y le ofreció el suyo, más chico y manejable. Pilar
sonrió con afecto. "Ni loca. Esos
paraguas de Taiwán se doblan apenas sopla un vientito. Dejáme a mí con el
paraguas de papi que es mucho mejor."
A Antonio siempre le
despertaba una enorme piedad escuchar a su mujer hablar así de su padre. Sabía
que ella se sentía culpable por su muerte y no podía imaginar cómo hacía para
sobrellevar ese peso durante toda su vida. La saludó con un beso y se metió en
la cama. Un minuto después tocaron el timbre. Antonio creyó
que Pilar
se había olvidado sus llaves y abrió. Era Ana. Antonio miró
la calle, inquieto, pensando que todavía podía estar su esposa por ahí. Ana le adivinó el pensamiento. "Ya se
fue", le dijo, y entró.
Antonio y Ana se quedaron un buen rato en el living hasta que fueron al
dormitorio. Seguía lloviendo sin parar y se escuchaban truenos y ráfagas de
viento.
Mientras tanto, en la facultad, Pilar se enteraba de que
suspendían la clase teórica de la tarde porque el profesor, debido a la lluvia,
no había podido llegar.
Cuando volvió a su casa, Pilar vio un impermeable color
tiza apoyado en el respaldo de un sillón. Inquieta, fue a la cocina. No había
nadie. Miró la hora y calculó que Antonio ya debía haberse
ido.
Caminando despacio, chorreando agua, con sus carpetas
y su paraguas todavía en la mano, Pilar abrió la puerta de su dormitorio. Vio a Antonio con una mujer, los dos desnudos y besándose.
Cuando vio a Pilar, Ana se levantó de un salto
y empezó a vestirse. Pilar miraba a Antonio, que
se cubría con la sábana y le decía que tenían que hablar. Pilar estaba fuera de sí. A los
gritos le preguntaba al marido quién era la otra mujer. Antonio
sintió la mirada de las dos y pensó que por una vez en su vida tenía que
jugarse. "Es mi novia ", le dijo
con voz vacilante, mientras Ana salía de la habitación
temblando de miedo.
Pilar dejó caer los libros y se tiró encima
de Antonio, levantando el paraguas de su padre como si fuera una
espada. Se lo clavó en la ingle con ferocidad, y volvió a clavárselo varias
veces en el abdomen.
Cuando llegó la policía, Pilar ya había lavado el cadáver
del marido, lo había peinado y lo había vestido. "Ahí
se los vestí, porque estaba desnudo. Ahora se lo pueden llevar."
En su declaración, Pilar dijo que no se acordaba del momento del
crimen. "Lo único que me quedó en la mente es eso
que él me dijo: que estaba con la novia. Creo que si me decía otra cosa yo no
le hacía nada."
Pilar fue declarada culpable de homicidio
agravado por el vínculo.
Fue condenada a diez años de prisión.
Salió en libertad dos años antes de cumplir su condena.
Se mudó a un pueblo del interior de Catamarca y volvió
a casarse. Su hijo la visita periódicamente y le pasa una suma de dinero
mensual. "Gracias a eso puedo vivir bastante bien. Lo
que quiero ahora es hacer una vida nueva. No quiero pensar en ese accidente que
ya pasó. Ahora hago otras cosas, tengo otra casa, tengo otro marido, tengo
otros amigos, vivo en otro lugar. Así es la vida. Estar pensando en el pasado
no sirve de nada. "
Fuente :
Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)