CAPÍTULO XII
Milena
Llegué a Córdoba desde Jujuy hace cuatro años,
cuando tenía 19 a estudiar
psicología en la Universidad Nacional. Ya conocía la ciudad bastante bien
porque mis dos hermanos estaban estudiando acá. Al principio fue muy difícil
estar lejos de mi mamá, soy muy apegada a ella, extrañaba y lloraba todo el
tiempo. No me ubicaba en la ciudad, ni me animaba a ir sola a ningún lado. Pero
me hizo bien cortar un poco ese lazo, y de a poco me fui soltando, sintiéndome
feliz en mi nuevo lugar. Vivía en Nueva Córdoba, compartiendo un departamento
con dos amigas que ¡legaron conmigo. Cursaba Psicología por la mañana,
almorzaba en casa y por la tarde me reunía con compañeras a tomar mate, a
estudiar, a charlar. Siempre me encantó pasar tiempo con amigas. También iba a
bailar, los viernes y sábados... ¡soy muy salidora!
Milena tiene un rostro fresco, que
denota que aún no pasó los 25. La nariz respingada y la ausencia total de
maquillaje acentúan el aura angelical de su expresión. La piel es blanca, el
pelo castaño y enrulado, y lo lleva más bien corto. Aunque es menudita -no supera el 1,65 metro-, tiene una
silueta de curvas generosas, bien femeninas. El tono de su voz es suave y sigue
con armonía la cadencia de un acento norteño. Es muy fácil imaginarla carpetas
en mano, caminando entre risas con un grupo de compañeras por las calles del
barrio de Nueva Córdoba, mezclada
entre algunos de los más de seis mil estudiantes universitarios que allí viven.
Gran parte del caudal de jóvenes que cada año llega a la ciudad para estudiar
en la Universidad Nacional de Córdoba,
elige instalarse en ese barrio, el más cercano a la institución.
Durante
mi primer año en Córdoba pasé por varios cambios. Dejé de vivir con mis amigas
y me mudé con mis dos hermanos
-los dos son mayores que yo- a otro departamento en Nueva
Córdoba. También descubrí que Psicología no era lo mío.
Era
el verano de 2003, estaba de vacaciones y pensando cómo seguir, qué hacer.
Había buscado información sobre Recursos Humanos, la carrera que más tarde
terminé eligiendo. Luego de pasar todo enero en Jujuy, volví el 15 de febrero a
Córdoba. Días después, la noche del jueves 27 de ese mes, estaba en casa con
unas amigas charlando, y decidimos salir a dar una vuelta. Uno de mis hermanos
pensaba acompañarnos, pero a último momento prefirió quedarse con la novia en
casa. Éramos cuatro chicas, salimos temprano, alrededor de las 22.30 ó 23, y
caminamos rumbo a La Cañada.
Detrás de la expresión seria con
que relata los acontecimientos de aquel verano, se adivina la alegría
sanamente despreocupada con la que ese jueves se abría paso en el bullicio de
los bares que se suceden sobre la calle Marcelo
T. De Alvear, paralela al arroyo encausado conocido como La Cañada, una
marca registrada de la ciudad de Córdoba
y que parte al centro en dos. Especie de costanera pero sin mar donde los fines
de semana se aglutina gran parte de los estudiantes que residen en el área.
Estuvimos
un rato allí, pero pronto decidimos regresar a la zona de la Rondeau, ya eran
más de las 12 de la noche. Una de mis amigas desistió del plan, y quedamos
tres, caminando hacia Nueva Córdoba. íbamos por Rondeau, había poca luz pero
una buena cantidad de gente. Sobre la vereda opuesta un bar estaba abierto y
con mesas ocupadas. Siempre fui algo miedosa y por eso suelo caminar fijándome
en si pasa algo raro, pero esa noche no vi nada. Fue en un segundo: justo al
llegar a la esquina de Independencia, me agaché para acomodarme un zapato, y
cuando me incorporé tenía al tipo encima. Me sujetó por detrás, apuntándome con
una pistola, y dijo: "¡Callate!". "No digan nada
-les ordenó a mis amigas- o la mato".
Aunque era pleno verano usaba un gorro, una campera
inflable y llevaba una mochila. Con la campera se tapaba la pistola con que me
apuntaba a la cintura, y con la otra mano me rodeaba y me decía que lo abrace
como si fuera mi novio. Yo no podía reaccionar, el miedo me paralizó. No podía
hablar, transpiraba frío. El tipo casi no hablaba, me decía que no dijera nada
o me mataba. Y a las chicas les repetía que si salían corriendo, me mataba a
mí. Empezamos a caminar hacia arriba por Independencia y nos ordenó que le
diéramos todo lo que teníamos. Yo le entregué los únicos siete pesos que llevaba
y a mis amigas les dijo que le dieran la plata más adelante. Avanzábamos por
esa calle... ¡había tanta gente! En un momento escucho que me dicen: "¡Mile!". Era un amigo que
me saludaba. Debe haber notado algo anormal en mi cara o en la situación, porque
se quedó mirando extrañado, pero nadie atinó a hacer nada.
Alrededor de
70 bares, restaurantes y discotecas funcionan en Nueva Córdoba, en un área que apenas supera las 40 manzanas. La
sorprendente concentración de oferta nocturna tiene su epicentro en las calles
por las que Milena y sus amigas
fueron conducidas aquella noche. Cuando cae el sol, cientos de jóvenes cruzan
de bares a boliches y desdibujan los límites entre veredas y calles -como Rondeau o Independencia - tomando
cerveza y escuchando música hasta la madrugada. El movimiento cesa un poco durante el verano, con la emigración
masiva de inquilinos que pasan las vacaciones en sus ciudades de origen. En
febrero, la mayor parte de ellos ya está de regreso: hay turnos de examen y
cursillos de ingreso que atender. Eso se notaba en el bullicio de aquella noche
del 27.
Caminando, llegamos a la avenida Hipólito Irigoyen y
el tipo nos hizo seguir en dirección al Parque Sarmiento. Hasta ese momento
casi no había hablado, solamente nos había pedido que le obedeciéramos y nos
había dicho que no nos preocupáramos, que no iba a lastimarnos. Pero cuando
avanzábamos por esa calle, les pidió a las chicas que caminen más adelante y
empezó a hacerme preguntas: que dónde vivía, que a dónde iba, quién me
esperaba, cómo me llamaba... Yo le contestaba "sí", "no",
"sí", "no", y no le decía nada. Entonces empezó a decirme
asquerosidades, cosas obscenas, me preguntaba si mis amigas habían tenido
relaciones sexuales. Quizá estaba drogado, porque también hacía preguntas sin
sentido, como por qué calle íbamos, o en qué lugar estábamos. Era como si se
hiciera el tonto, el que no conocía el lugar. Empezó a manosearme y ahí me di
cuenta de que nos llevaba a algún lugar con otras intenciones más que robarnos.
Las chicas caminaban como unos tres metros adelante, ellas creían que sólo
planeaba asaltarnos, pero yo no podía avisarles nada y él me alejaba de ellas.
Ahora pienso que tenía toda la intención de que salieran corriendo y quedarse
sólo conmigo, pero mis amigas se quedaron, no me dejaron. Caminando, nos hizo
meter al Parque Sarmiento.
La geografía de las 64 Hectáreas del mayor espacio verde de la ciudad
de Córdoba combina una avenida
central (la avenida del Dante) bien iluminada y transitada -sobre
todo en verano- con decenas de rincones que la vegetación y la falta
de luz vuelven manchones negros por la noche. Muchos de ellos están en torno al
lago ubicado en el ombligo del parque, y en una de las dos islas que se
levantan en su interior, un área a no más de 20 metros de la calle y de las
veredas más concurridas del Sarmiento.
"No se preocupen, que les saco las cosas y las dejo", nos dijo cuando entramos al parque. ¡Estaba tan oscuro!
Yo nunca había ido antes, así que no tenía idea de dónde estaba. Nos llevó
atrás de un árbol, junto al lago. El tronco era ancho y como en forma de ele,
desde allí podíamos ver la calle y la gente que pasaba por ahí, pero estaba tan
oscuro que nadie nos veía. Sólo había una parejita sentada cerca, frente a
nosotros, creo que sí alcanzaba a vernos... La verdad es que no entiendo qué
habrán pensado que estábamos haciendo allí como para no hacer nada, no
intervenir, porque nosotras llorábamos y gritábamos.
Entonces pasó lo más espantoso. "Bueno, ahora
una por una me van chupar la pija", nos dijo, y yo tuve la sensación más
fea de mi vida. El mundo, no sé... No, no... yo no entendía nada, era algo como
irreal, algo que no me estaba pasando a mí. Como si fuera una película.
Las tres le rogábamos: "No, no, por
favor", y él nos insultaba: "Hijas de puta", repetía. A mí me
hizo sacar toda la ropa, y a mis dos amigas las hizo desnudar de la cintura
para arriba. Nos arrodillamos, nos dimos la mano, llorando, temblando. Yo
rezaba y rezaba. El nos repetía que no le miráramos la cara. No sé por qué,
pero el tipo se había obsesionado conmigo. Quizá me vio más vulnerable o le
gusté más, qué sé yo. Me decía que me iba a llevar a otro lugar y me iba a
violar. Empecé a desesperarme y sentí que prefería morirme antes de que me
hiciera eso. Lloraba y le rogaba: "No, por favor, estoy
descompuesta". El se puso nervioso al verme así y me arrastró por el suelo
llevándome del pelo. Después me dijo que me tranquilizara, que no me iba a
pasar nada.
Me manoseaba todo el cuerpo. Yo nunca había tenido
relaciones sexuales, entonces no sabía cómo actuar, qué hacer, cómo hacer lo
que decía. En un momento les dijo a mis amigas que si alguna no le hacía sexo
oral y se tragaba su semen, me violaba a mí, entonces una de mis amigas aceptó
hacerlo. En esas situaciones te das cuenta hasta qué punto los amigos pueden
sufrir por vos, para protegerte.
Yo no lo miraba, él no quería que le viéramos la
cara y yo no lo miraba, sólo una de las chicas lo veía a la cara. Nos
insultaba, nos decía y hacía hacer cosas asquerosas. Tenía mal olor. Fue
espantoso todo, estar arrodillada, desnuda, llorando y escuchar a tus amigas
dando arcadas detrás. Yo no sabía si iba a vivir más allá de esa noche, si no
me mataba ahí. Llegó un punto donde dejé de sentir que me tocaba, era como si
lo que estuviera pasando no me pasara a mí, Como si yo viera desde afuera la
situación. Sentí eso que dice mucha gente que le pasó porque estuvo cerca de
morirse: por mi cabeza pasó mi vida como en una película, mi mamá, mis hermanos,
mi familia. En un momento se vistió como para irse, pero se arrepintió y volvió
a sacarse la ropa. Fueron como dos horas las que nos tuvo allí.
A continuación se transcribe la
descripción de la ejecución del abuso sufrido por Milena y sus amigas, ocurrido el jueves 27 de febrero de 2003, tal
como figura en el expediente judicial de la causa denominada "violador serial", extraído del
Protocolo de análisis operativo realizado por la Policía Judicial de Córdoba,
en colaboración con investigadores de la Policía
Federal de Alemania (BKA, según su sigla).
"Una de las
víctimas se encontraba sometida al poder inmediato del autor del hecho y,
durante todo el tiempo era manoseada por él. Le preguntaba qué edad tenía, si
era virgen y si las otras dos chicas ya habían tenido relaciones sexuales. Le
preguntó también si le gustaría que él la 'cogiera' a ella y a las otras dos
jóvenes. Luego que arribó a la isla del parque, él se desnudó. Luego obligó a
las tres víctimas a que se arrodillasen mirando al lago y se desnudaran de la
cintura hacia arriba. Las tres víctimas siguieron las indicaciones del sujeto y
se sacaron la ropa señalada. El autor del hecho se encontraba entonces desnudo
detrás de las chicas y les ordenó que una tras otra 'se la chuparan'. Las
víctimas le pidieron que no les exigiera eso. El autor del hecho las amenazó
con un tiro si las víctimas no hacían lo que él les decía. El autor tomó a las
tres mujeres de los cabellos y las forzó a inclinarse hacia el suelo para que
no pudiesen verlo. Entonces, a la muchacha que había tenido sujetada en el
trayecto al lago, le ordenó que se desnudara completamente y le anunció que
quería violarla. Mientras tanto la forzaba a que le hiciera sexo oral y la
manoseaba por todo el cuerpo. Después de obligar a las tres víctimas a sexo
oral, les preguntó cuál tragaría su eyaculación. Las víctimas se negaron, ante
lo cual el autor del hecho les dijo que si no podían decidirse, entonces violaría
a la joven que tuvo bajo su poder durante el trayecto hasta allí. Una de las
víctimas se declaró dispuesta a acceder a sus deseos, si él, después de eso,
las liberaba.
"El autor eyaculó en la boca de la víctima y ésta
tragó su semen. Entonces el autor del hecho exigió que las jóvenes se dieran
vuelta mientras él se vestía. Mientras tanto seguía manoseando a una de las
víctimas. El sujeto volvió a desvestirse y ordenó a una de las víctimas a que
se sentara en sus rodillas, a fin de poder penetrarla. La víctima le pidió que
no lo hiciera, a lo cual el sujeto la obligó a que le hiciera sexo oral. (...)
sometió a dos de las víctimas a sexo oral. Eyaculó nuevamente en la boca de
ambas mujeres. Entonces les indicó a las víctimas que se pusieron de espalda
para poder vestirse".
Cuando terminó, nos dijo que esperáramos 10 minutos
a partir de que él se fuera, para irnos. Dijo que si no le hacíamos caso, nos
mataría. Estábamos tan asustadas que esperamos. No entendíamos qué nos había
pasado. Llorando, empecé a buscar mi ropa en la oscuridad. Temblaba, estaba
llena de tierra, de barro, sucia. Sentía tanto asco. Tomamos un taxi y fuimos
a mi casa. Cuando llegamos, eran como las 2 y estaba mi hermano solo. Él no
entendía nada cuando aparecimos las tres desesperadas, llorando, sucias. Lo
primero que hicimos fue vomitar, todavía teníamos el olor del tipo encima. Yo
me bañé, quería limpiarme todo eso. Mi hermano estaba desesperado por salir a
matarlo. Pensamos en ir a buscar a mi otro hermano, que estaba en su casa, pero
el que estaba conmigo pensó que era mejor no despertarlo con todo eso. Con las
chicas nos quedamos hasta tarde, hablando, llorando, tratando de entender, de
asimilar lo que nos había pasado.
Después de varias horas ellas se fueron y me acosté
a dormir, pero no pude. Lloré toda la noche. Al otro día cuando mi hermano
mayor supo, me dijo que íbamos a ir a hacer la denuncia en ese momento. Llamó a
una oficial que vino a casa y nos dijo que teníamos que ir a la Jefatura de
Policía.
A pesar de
que los rasgos físicos emparentan a Milena
con la fragilidad, cuando comienza a hablar salen a la luz su determinación y
su fortaleza. Es valiente y se le
nota.
Sólo al revisar los detalles más
sórdidos del infierno de dos horas que vivió ese jueves, la emoción le gana la
garganta entrecortándole las palabras y le humedece los ojos. Pero no se
permite romper en llanto, ni deja de relatar lo que vivió una vez en el mundo
real y otras miles de veces en recuerdos que quedaron como una marca en su
memoria.
En
la Jefatura de Policía me recibieron unos oficiales que me mostraron un mapa y
me explicaron que ellos estaban siguiendo a un violador serial, que atacaba
aquí y allá, y que actuaba de ésta y aquella forma. Entonces empezaron a
decirme qué debería haber hecho yo cuando el tipo me agarró, porque él "no
hubiese disparado con la pistola" por esto y aquello. "En ese caso
hay que correr", me decían. Yo me sentía tan mal, tan culpable. Llena de
tanta, tanta vergüenza. Es impresionante la vergüenza que se siente. Todos los
policías eran hombres, estuve un rato largo ahí.
Después
pasé sola a una habitación en la que un oficial me tomó declaración. Escribía
de costado a mí, en una máquina, sin mirarme, y repetía lo que yo decía.
"Entonces me hizo sacar la ropa", "y me tocó así". Sólo me
miró cuando me preguntó si el tipo me había penetrado y yo respondí que no.
-¿No te
penetró?
-No -dije de nuevo.
-¿Segura?
-Sí
-repetí.
Era como si no me creyera. Le conté todo y después
lo escuché de nuevo, cuando me leyó toda la declaración.
De allí pasé a otra habitación donde había dos
médicos sentados en un escritorio. Me dijeron que me sacara la ropa, que me
diera vuelta, "ahora ponéte así", "ahora así" me pedían sin
tocarme. "¡Cómo te vas a bañar!", me reprocharon. Con un hisopo, me
tomaron muestras de saliva para analizarla, buscando restos de semen. Yo no
podía dejar de pensar en lo irreal que era todo, la noche anterior me vestía
para salir con mis amigas y ahora tenía ese hisopo en la boca. "Ahora
tenés que hacerte el análisis del Sida y la revisación por otras enfermedades,
pero no sé qué resultado dará porque pasó ese tiempo, y bla bla bla...",
repetían los médicos, como aleccionándome. "Pobrecita, ¿cuántos años
tenés? ¡Cómo no fuiste al hospital!". Lo que no me explicaron claramente
fue dónde atenderme y qué hacer por mi salud. Tampoco me ofrecieron ayuda
psicológica de ningún tipo.
Estuve en la Jefatura de Policía desde las 14 hasta
las 22.30, más o menos. Todo el trato fue tan frío... No me dieron una taza de
café, nadie me preguntó cómo me sentía y yo necesitaba tanto que me preguntaran
eso. Sentía tanta vergüenza, tanta soledad y desamparo. Cuando salí, estaba
muy cansada, fue tan humillante pasar por eso de nuevo.
No volví a tener noticias de la Policía hasta dos
meses después, cuando me llamaron para hacer una declaración. Después de eso,
no se volvieron a comunicar conmigo.
"Re victimización o victimización secundaria"
es la forma en que se tipifica desde la Psicología
el efecto que tiene para una víctima revivir, al revisar para sí y relatar a
terceros, el ataque del que fue blanco. Como éste es un costo inevitable de
todo proceso de denuncia, los especialistas aconsejan disminuir los factores
que intensifican la sensación de culpa, vergüenza y humillación de la persona
que lo protagoniza. En el caso de
una mujer violada, las recomendaciones que hacen pueden deducirse desde el
sentido común: que sean mujeres quienes le tomen declaración y la guíen en el
proceso de denuncia, y personal policial con entrenamiento jurídico pero a la
vez formación suficiente como para contenerla el que trate con ella. Los mismos criterios pueden aplicarse
al examen médico-forense.
Al otro día fui al Hospital San Roque, me llevó mi
hermano que es médico. Allí me atendió un doctor que había recibido a otras
chicas víctimas de violaciones, fue muy amable, me explicó todo. Cuando me
tomaron la muestra de sangre para el análisis del Sida, pensaba ¿qué hago yo
haciéndome este análisis? Aún no podía creer lo que me pasaba. El médico me
tranquilizó, me dijo que era muy poco probable que estuviera contagiada.
También me pusieron la vacuna contra la Hepatitis B. Yo fui al hospital gracias
a mi hermano y una amiga, que me guiaron y acompañaron. Pero una de las chicas
prefirió no atenderse.
Sida,
Hepatitis B, Sífilis, Blenorragia, infecciones por clamidia, infecciones por
tricomonas, herpes virus, molusco contagioso y escabiosis; son algunas de las enfermedades
que una mujer violada puede contraer a partir del contacto sexual y el
intercambio de fluidos con su atacante. Si la víctima no es revisada y sometida
a una batería de análisis que permita la detección precoz de estas patologías y
su tratamiento, algunas pueden resultar mortales -tal es el caso del Sida o la Hepatitis B- o generar efectos
permanentes -como la esterilidad, producto de la infección pelviana aguda.
Los
días posteriores a todo eso fueron muy difíciles. Me fui a Jujuy porque me
sentía la persona más sola y desamparada del mundo. Mis padres no supieron muy
bien cómo reaccionar, es difícil para las familias aceptar algo así, tener
claro qué hacer. Mi mamá se largó a llorar cuando me vio y yo me sentí peor.
"Bueno, no le contemos a nadie, hay que olvidarse", dijo. Fue tan
difícil para mí contarles a mis padres lo que había pasado, me sentía culpable,
pensaba en por qué me había pasado a mí. Quizá por cómo me vestía, o porque soy
tetona, o porque hice algo que no debí. Estaba segura de que nadie me iba a
querer, de que ningún hombre iba a querer estar conmigo.
Aunque
mi mamá no supo bien cómo acompañarme, era la persona que yo más necesitaba en
el mundo. Pero mucha otra gente sí me acompañó: mis hermanos, mis amigos... Yo
sentía muchas manos en mi espalda que me sostenían y me decían: "No te
caigas, tenés que seguir adelante".
Cuando
regresé a Córdoba, no quería salir a la calle y tenía miedo de todo. Encima el
tipo estaba libre y yo no sabía si él podía encontrarme. No salía nunca sola y
me ponía muy mal cuando leía algo sobre él o cuando me enteraba de que le había
hecho a otra chica lo que me hizo a mí.