CAPÍTULO
XIII
El año de la bestia
El saro, el foxtro y el Víctor Sierra
Si algo caracteriza
a los policías es esa asombrosa y fastidiosa capacidad para ponerle nombres en
clave a las cosas, a fin de que cuando dialogan entre sí o bien a través de la
frecuencia de sus handies, el resta de las personas no pueda entender de qué
están hablando. Para ello, utilizan un código en el que reemplazan cada letra
por una palabra determinada. Así, si un policía tuviera que escribir en
un pizarrón el abecedario que le enseñaron en la escuela, no pondría las
letras a, b, c, d, e, f, sino que escribiría las palabras alfa, bravo, charly,
delta, eco, foxtro,...
Por caso, a la hora
de hablar en clave, los policías no dicen la Jefatura de Policía, sino
que hablan de una tal July Papa y no dicen unidad judicial,
sino Ursula July. Tampoco mencionan base, teléfono, lluvia,
Hospital de Urgencias, baño o sospechoso. Más bien hablan de la bravo, el tango
eco (por la sigla TE.), la doble lima, el hotel Ursula,
el whisky charly (W. C., water closet) y el saro. O la sara, si se
trata de una sospechosa.
Menos aún usan la
palabra muerto, sino que se refieren a un tal fijo, en directa alusión a la
rigidez de un cadáver. Además, por la radio policial nadie habla de que una
persona se encuentra gravemente herida, sino que dicen que está 1/1, lo
opuesto a estar 5/5, es decir, en perfecto estado. Para completar el panorama,
un robo calificado se da a entender como un Romeo July y una violación es una
viola.
En todo este amplio
mundo de neologismos policiales, el término violador serial se ganó su propia
"clave": el Víctor Sierra, en alusión a
las dos primeras letras de las palabras violador y serial.
Durante 2003 y gran
parte de 2004, Marcelo
Mario Sajen iba a ser para los policías simplemente el Víctor
Sierra, un fantasma que se burlaba de todos y de cada uno de ellos y a
quien nadie podía-sabía ponerle freno.
Una
sombra al acecho
Por aquel caluroso
enero de 2003, la Policía estaba lejos de buscar con total dedicación al Víctor
Sierra, quien ya había cometido varias violaciones en la zona del
barrio Nueva Córdoba y, en especial, en el Parque Sarmiento.
Los esfuerzos de
gran parte de los detectives de la Dirección de Inteligencia Criminal
estaban centrados en capturar al famoso Martín Luzi, quien no aparecía
por ningún lado. Las escuchas telefónicas, los interrogatorios a buchones y
los rastreos por distintos barrios no daban ningún resultado. El Porteño parecía
haberse hecho humo. Y eso los tenía desesperados.
Para colmo de
males, en medio de esa incesante búsqueda, otro secuestro se produjo en Córdoba
y tuvo por víctima a un supuesto financista que fue capturado y liberado en San
Luis, en medio de un operativo conjunto realizado entre las policías
cordobesa y puntana. Las cosas empezaban lentamente a complicarse para
la Policía y la inseguridad iba agravándose.
En marzo de ese
año, la Brigada Antisecuestros de la Policía cordobesa debió vérselas
frente a un nuevo secuestro extorsivo, que desde Córdoba rápidamente
saltó como gran noticia a todo el país. Se trataba del caso del productor de
soja Marcelo Dezotti, quien había sido secuestrado el 27 de ese mes por
una banda de encapuchados que copó su domicilio, el de su padre y el de unos
tíos, en la localidad de Oncativo, a 90 kilómetros al sur de la Capital
provincial.
El secuestro
representó un desafío, y a la vez todo un cachetazo, para el entonces jefe de
Policía, comisario general Jorge Rodríguez , ya que el golpe comando en Oncativo
se había desplegado durante más de dos horas y en forma simultánea en varios
domicilios ubicados apenas a un par de cuadras de la comisaría del pueblo.
Desde un primer
momento, los policías tuvieron claro que el principal sospechoso del secuestro
de Dezotti volvía a ser el Porteño Luzi. Más aún lo
temieron cuando, gracias al dato de un "soplón arrepentido",
lograron rescatar vivo a Marcelo Dezotti, en la primera semana de
abril, antes de que se pagara un suculento rescate de 300 mil dólares, en la
casa de un familiar de Luzi.
Finalmente, el Porteño iba a ser atrapado
en marzo de 2004 por una comisión de investigadores de la Brigada
Antisecuestros, que lo capturó cuando iba en un remis en el partido
bonaerense de Morón, luego de hacer unas compras en un shopping. Durante
un año y cinco meses, el Porteño iba a permanecer detenido en la Cárcel
de Bouwer, hasta que se escapó en el marco de una fuga tan increíble como
imposible a principios de agosto de 2005, pocos días antes de empezar a ser
juzgado por el secuestro de Dezotti.
Pero volvamos a
2003. Los primeros meses de ese año fueron de los más complicados para la Policía
de la Provincia. La ola de inseguridad en Córdoba, al igual de lo
que sucedía en Buenos Aires y principalmente en la Capital Federal,
se había disparado como nunca antes. A los asaltos a empresas y domicilios, se
sumaron una serie de conmocionantes y sangrientos homicidios en la ciudad
Capital.
La sociedad empezó
a alarmarse y, a la vez, indignarse cuando comenzaron a saltar a la luz de la
opinión pública graves hechos de corrupción en los que supuestamente estaban
involucrados uniformados de los más diversos rangos. Entonces empezó a
barajarse la idea de que Gendarmería dejara los cuarteles en la ciudad
de Jesús María y se dirigiera a Córdoba Capital para colaborar
en la lucha contra el delito. También se llegó a comentar sobre la posibilidad
de que el Ejército -de la guarnición Córdoba de camino a La Calera-
también saliera a la calle para combatir la delincuencia. Sin embargo,
esto era prácticamente inviable, ya que la ley no permite que los soldados
cuiden la seguridad interior, salvo un decreto presidencial.
No es difícil
imaginar que en aquellos primeros meses los medios de prensa no hablaban de
otra cosa que del incremento de la inseguridad, al tiempo que las encuestas
daban cuenta de que la mitad de la población cordobesa tenía una imagen
negativa de toda la Policía.
El gobernador de Córdoba,
José Manuel De la Sota, desechó de plano la alternativa de llamar
al Ministerio del Interior de la Nación para pedir la Gendarmería.
Sin embargo, consciente de que la exigencia de mayor seguridad estaba al tope
de los reclamos de la población y de los tiempos electorales que se le
avecinaban (en julio de ese año iba a ser reelegido), el
mandatario decidió realizar una cuantiosa inversión en la compra de flamantes
camionetas 4x4 para la Policía. Para que el efecto ante la población
fuera aún mayor, De la Sota decidió crear una nueva brigada de
calle que iba a estar compuesta por los vehículos recién adquiridos. Se trataba
del Comando de Acción Preventiva (CAP), una cuadrilla que
iba a funcionar en forma paralela a las demás patrullas de calle "en
la lucha preventiva contra el delito", como decía el comisario
general Rodríguez . Al poco tiempo, el CAP terminaría por
reemplazar en la práctica a los demás patrulleros, dado que los automóviles
estaban hechos pedazos.
Para el lanzamiento
del CAP, De la Sota no tuvo mejor idea que convocar al
jefe de Policía para que protagonizara las publicidades televisivas,
radiofónicas y gráficas. Pronto la ciudad quedó empapelada de afiches que
mostraban las flamantes camionetas policiales pintadas de blanco, rojo y negro.
Sin embargo, ninguna
publicidad oficial alertaba a la población sobre la existencia de un violador
serial. Tampoco ninguna autoridad judicial salía ante los micrófonos a alertar
sobre lo que estaba sucediendo: un hombre se movía por las noches con total
tranquilidad e impunidad por las calles de la ciudad, violando jovencitas a su
paso.
Según comentan en la actualidad en la
Jefatura de Policía, el caso del Víctor Sierra estaba en manos de
los comisarios Acosta y Toledo de la División Protección de
las Personas. Sin embargo, los intentos por atraparlo eran cuanto menos
inútiles, en parte por la escasa cantidad de recursos -tanto de personal como
de dinero- y además porque debían dilucidar otros hechos de abuso sexual que se
registraban en la ciudad de Córdoba y en el Gran Córdoba. La
mayor parte de estos casos se refería a violaciones cometidas dentro de
núcleos familiares.
Blooper
En ese marco de
intenso trabajo, se produjo el Blooper
del año en la provincia, lo que terminó por dejar muy mal parada a la Policía.
El 7 de julio de 2003, una mujer se
presentó en la Jefatura para denunciar que su esposo, un humilde taxista, había
desaparecido. Al principio, varios investigadores de Protección de las
Personas pensaron que el trabajador se había ido de "joda"
con amigos o bien con otra mujer. Eso piensa casi siempre un policía cada vez
que un hombre no vuelve en hora a su hogar.
Sin embargo, cuando
el caso fue reflejado por los medios de prensa, se inició una impresionante
búsqueda que incluyó la participación de numerosas brigadas y de hasta el
helicóptero de la Policía, ante la presunción de que el taxista podía haber
sido asesinado en un asalto. Sin embargo, las cosas iban a aclararse al día
siguiente, cuando se supo que el hombre no estaba desaparecido, ni asesinado,
ni Acostado junto a una mujer. En realidad se encontraba detenido en
una comisaría y el jefe de ese precinto se había olvidado de avisárselo a sus
superiores.
La falta de
coordinación y de comunicación dentro de la Policía saltó ante la sociedad como
una prueba acabada de su ineficiencia. El Blooper recorrió
el país y, como no podía ser de otra manera, cayó como una bomba en la Casa
de Gobierno de Córdoba.
Para frenar las
carcajadas de la gente, las autoridades decidieron sancionar a varios
comisarios. A la larga, en aquella volteada caería el comisario Acosta,
quien fue desafectado de Protección de las Personas y enviado a otra
unidad policial, Jejos del área de investigaciones. Entonces, el comisario Toledo
quedó a cargo exclusivamente de esa división y, por ende, de la investigación
del violador serial.
Pero la purga no se
acabaría allí. A las pocas semanas, el comisario general Rodríguez realizó
varias modificaciones más en los principales puestos jerárquicos de la fuerza,
desplazó al Pato Reparaz de Inteligencia Criminal (fue
pasado a retiro) y puso en su lugar al comisario mayor Pablo Nieto,
un hombre de su entera confianza.
Ni bien pisó su
flamante despacho, Nieto cambió el escritorio de lugar y modificó toda
la oficina, a fin de que nadie recordara a Reparaz. Instaló un
televisor, un equipo de música y llenó la habitación de cuadros con diplomas
de su paso por distintas unidades policiales. Colocó varias plantas, fotos
suyas con otros comisarios y hasta una bandera argentina. Detrás de su
sillón, dejó un chaleco antibalas de los que habían sido adquiridos hacía poco.
Finalmente, estampó sobre un estante un cartel que, medio en broma, medio en
serio, decía que el jefe siempre tiene la razón, aunque no la tuviera.
A poco de que
asumiera, Inteligencia Criminal pasó a denominarse Dirección General
de Investigaciones Criminales. Sin embargo, no le iba a ser tan fácil a Nieto
-apodado Trapito o Droopy por sus subordinados- ganarse la
confianza de sus subalternos. El Pato Reparaz era un hombre querido y
respetado en Investigaciones, mientras que Nieto era observado con
cierta desconfianza como un nuevo superior que entraba al despacho del jefe de
Policía sin golpear la puerta. Pero Nieto es inteligente. No por
nada dejó que en la oficina de al lado sobreviviera el subjefe de
Investigaciones, el comisario mayor Eduardo Rodríguez , un tipo gordo,
pícaro para esclarecer casos, simplón y, por sobre todo, de gran aceptación entre
los detectives policiales y entre los periodistas.
Bebucho, tal como lo
apodan, fue durante muchos años jefe de la División Protección de las
Personas y sus detractores -entre los que se encuentran muchos de los
investigadores judiciales afectados a la causa serial- lo acusan de
ser uno de los grandes culpables de que Sajen se convirtiera de delincuente sexual en
violador serial. "Durante los años en que
estuvo al frente de aquella división el caso nunca contó con la atención que se
merecía", afirman. De todas maneras, aquel gordito pícaro
que arrastra las palabras para hablar y suele hacerlo sin la utilización de las
"s" intermedias, parece ser más ágil que muchos y fue la
persona que puso al tanto a Nieto sobre las causas pendientes de
resolución de las distintas divisiones como Antisecuestros, Homicidios,
Robos y Hurtos, Sustracción de Automotores y Delitos
Económicos.
Una
helada mañana de julio de ese año también le informó sobre los casos
irresueltos de Protección de las Personas, entre los que obviamente se
encontraban los hechos del violador serial de Nueva Córdoba. Bebucho
informó que desde hacía un buen tiempo en Córdoba actuaba un depravado
que violaba a estudiantes y que el caso era investigado exclusivamente por el
comisario Toledo. Le explicó que, si bien no tenían el patrón genético
del violador serial en base a un examen de ADN, era fácil suponer que
esas violaciones eran cometidas por una misma persona.
Nieto se levantó, cerró
la puerta de la oficina y volvió a sentarse. La noticia le interesaba y empezó
a tomar nota en su agenda de cuero negro. Bebucho Rodríguez se
acomodó y empezó a informarle todo lo que sabía.
Tenemos un
Sierra
-Pablo,
creemos que este nuevo Víctor Sierra de Nueva Córdoba es el mismo guaso que
supo cometer otros casos en los '90 - dijo Rodríguez .
-No jodás, Bebucho -respondió Nieto,
mientras bajaba el volumen de un handy, apoyado sobre el escritorio y a través
del cual se escuchaba claramente a investigadores de Homicidios mientras
hacían un allanamiento.
-En serio, jefe. Creemos que el tipo
empezó a atacar entre el '97 y el '98. Tengo un informe del 14 de febrero de
1999, que fue hecho por las doctoras Adriana Carranza y Alicia Chirino de la
Unidad Judicial de Protección de las Personas, y que se lo enviaron a sus
jefes en la Policía Judicial. Hicieron ese informe en base a un laburo
brillante que hizo uno de mis hombres: el sargento primero Osvaldo Fabián. Las
violaciones están desperdigadas en distintas fiscalías de instrucción.
Nieto intentó abrir la
boca para hacer un comentario, pero Rodríguez siguió hablando.
-Pablo,
Fabián llegó a contar unas 12 violaciones entre 1997 y 1998. Las víctimas
fueron chicas de unos veinticinco de años y los casos se registraron en la zona
de barrio Altamira, Müller y también en el Parque Sarmiento. -¿Y qué pasó? - interrogó, por fin, Nieto.
-Los casos se frenaron en 1999, justo
cuando agarramos a un saro que andaba en bicicleta. Era el sátiro de la bici.
Para esa época teníamos a otros violadores seriales. Estaba uno que entraba a
estudios contables o inmobiliarias que funcionaban en departamentos y violaba a
mujeres, haciéndose pasar como comprador... -Un tal Rodríguez , ¿no?
-Sí. ¡Justo tenía que tener mi
apellido! Se llama Luis Guillermo Rodríguez y también supo estar
imputado, aunque fue absuelto, por el caso Corradini como uno de los presuntos
asesinos (el caso del asesinato del
panadero Héctor Corradini conmovió a Córdoba en el año 1998 y hasta el día de
hoy no se ha resuelto. En los últimos tiempos las sospechas se concentraron en
la viuda del comerciante, quien se encuentra detenida y acusada de homicidio
junto a otros dos ex policías) pero por suerte no es de mi
familia. Le metieron como 20 años de prisión, como para que tenga. También
estaba otro que se metía a departamentos y abusaba de pibas. Hubo un caso de
una chica a la que sometió en una oficina de un hotel de primer nivel ubicado
cerca de la plaza San Martín. El tipo ató a la piba a una silla, la manoseó
toda y se masturbó frente a ella. -¿Y
ése quién era?
-Un tal
Riquelme, que también cayó y está en cana actualmente. Y bueno, después
tuvimos el caso del policía Machuca. -Gustavo
Machuca, ¿no?
-El mismo.
Gustavo Oscar Machuca. A ese lo agarramos hace poco tiempo, luego de que una de
sus víctimas lo reconociera en el Parque Sarmiento... Pero volviendo al sátiro
de la bicicleta, al tipo ese lo cazamos y fue juzgado por tres violaciones,
pero lo condenaron por dos. Y bueno, nos quedaron 12 casos en el tintero. Y
desde hace un tiempito hemos vuelto a tener violaciones muy parecidas a
aquellas del '97 y del '98. -Ah, la
mierda. ¿Y cómo son estos casos? - alcanzó a decir Nieto.
-El tipo sorprende a las chicas desde
atrás. Siempre de atrás. En su mayoría las víctimas son estudiantes
universitarias. Las agarra en la calle, principalmente en la zona de Nueva
Córdoba, y las abraza -dijo Rodríguez , quien se había puesto de
pie en medio de la oficina y acompañaba su relato haciendo ademanes-, A
veces, les dice a las chicas que es policía y a veces dice que lo buscan a él,
en muchas ocasiones les dijo que se llama Gustavo o hace como que las confunde
como amigas de un tal Gustavo. Se las lleva al Parque y las termina violando.
Algunos de los changos de Protección piensan que son violaciones de Machuca, pero
creo que no por dos motivos.... -¿Cuáles?
- quiso saber el jefe de Investigaciones.
El subjefe se
acomodó el saco y volvió a sentarse.
-Primero, este nuevo Víctor Sierra no
viola dentro de autos. Y segundo, los hechos fueron cometidos cuando a Machuca ya
lo habíamos metido adentro.
-¿No anda en auto? -preguntó Nieto,
entre aturdido y asombrado.
-No, creemos que anda a pie. Ninguna
víctima le vio coche alguno, porque siempre se les aparece de atrás. A fines
del año pasado tuvimos el caso de una chica que fue violada en una pensión
donde paraba y el guaso le robó un televisor y se fue caminando. No sabemos
para dónde tomó, la chica quedó en la cama y no pudo verlo. Tampoco tenemos
testigos. -¿Un televisor?
-preguntó Nieto, sin entender nada. -Sí, un TV caro
-respondió Rodríguez - Después a las pocas semanas hubo otros
casos más, pero siempre al aire libre. En la zona del Parque, la Ciudad
Universitaria, los Molinos Minetti... -Bueno
Bebucho, sé que hay mucho laburo pendiente, pero hay que poner en la zona al
personal de civil que tengamos disponible, no queda otra. Convocá a las chicas
de Protección de las Personas, que se arreglen, se pongan bien QAP
(listas) y vayan a la zona,
junto a alguna brigada de hombres para que las cuiden. Hay que peinar bien el
Parque Sarmiento, Nueva Córdoba, los Molinos Minetti.
El
gato y el ratón
A lo largo de su
vida, Marcelo
Mario
Sajen
había adquirido una extraordinaria capacidad para descubrir policías de civil
en la calle. En el acto, los volteaba -como se dice en la jerga
delictiva-, estuviese donde estuviese: ya sea en el supermercado, en la
cola de un banco, en una despensa, cuando llevaba a los chicos a la escuela, en
una plaza, en el taller mecánico, en un semáforo o en la vereda.
No por nada en el
barrio General Urquiza recuerdan una vieja anécdota que se centra en un
picado de fútbol que se desarrollaba en un baldío del sector. Era media tarde y
Marcelo
Sajen
jugaba a la pelota con una camiseta con el número 9 en la espalda. De repente,
a una cuadra de la canchita apareció por una polvorienta calle de tierra un
vehículo con varios ocupantes. "¡La
cana, la cana!", gritó Sajen, justo en el momento que echaba a correr
y se perdía entre unos árboles. Los demás giraron para ver el auto. Cuando volvieron
a mirar donde estaba Marcelo, sólo hallaron la remera con la 9
tirada en el suelo. En efecto, luego se sabría que los ocupantes del auto no
eran otros que detectives de Sustracción de Automotores que venían a
buscar a Sajen
por un problema con unos vehículos.
Por ello
a Sajen
le fue tan fácil darse cuenta de que en el Parque Sarmiento y en Nueva
Córdoba, la zona que venía recorriendo periódicamente de noche en lo que
iba de 2003, habían empezado a deambular mujeres de más de 35 años que no se
parecían en absoluto a estudiantes universitarias, por más que se pusieran
minis o jeans ajustados, musculosas coloridas, lentes oscuros y cargaran en sus
brazos apuntes con el logo de la Universidad Nacional de Córdoba.
Para
colmo, había comenzado a advertir el paso de algunos vehículos -Fiat Duna,
Renault 19 y utilitarios Fiorino o Express, entre otros-
que, pese a tener vidrios polarizados, dejaban ver claramente la cara de
policía de sus ocupantes. En efecto, eran vehículos con investigadores de la
División Protección de las Personas que circulaban lentamente por las
principales arterias de Nueva Córdoba. No eran muchos, pero su mera
presencia le molestaba. Si esos autos hubieran tenido balizas y sirenas
encendidas, quizá hubieran pasado más inadvertidos. Ni bien empezó a olfatear
a aquellos policías de cacería, Sajen optó por desaparecer de la zona como lo
había hecho cada vez que se había visto en peligro.
Hasta
entonces -julio de 2003- el violador serial había perfeccionado
la forma de atacar a jóvenes y se movía con total tranquilidad por las calles
de Nueva Córdoba, del centro y las arboledas del Parque Sarmiento,
aprovechando la ausencia de patrullaje de móviles identificables de la Policía.
Además, se valía de que gran parte de los pesquisas estaban abocados
principalmente a las investigaciones de asaltos, secuestros express y a la
búsqueda del escurridizo Porteño Luzi.
Sin
embargo, a raíz de la presencia de los detectives de Protección de las
Personas, Sajen
se vio obligado a mudarse por algún tiempo a otros sectores de la ciudad, como
los barrios San Vicente, Jardín o Villa Revol, entre
otros.