CAPÍTULO XV
Mirando hacia otro lado
Boliviano
-Dale
flaco. Me hace falta que hagas memoria rápido, porque no tenemos mucho tiempo.
Quiero que me digas cómo era el tipo ese que viste en la calle. Pensá bien,
hacé memoria y describímelo. Cómo eran sus ojos, el pelo, la nariz, la boca...
En fin, cómo era el rostro.
En una asfixiante oficina del
área de Investigaciones, en la Jefatura de Policía, un par de detectives policiales
y un retratista de la Policía Judicial dialogaban con Javier, un joven de no más de 25 años. El muchacho fumaba
aceleradamente, se tomaba la cabeza, se mordía los labios, miraba para arriba,
miraba para abajo.
Pocas horas atrás, mientras caminaba de noche por la avenida
Estrada, pleno barrio Nueva Córdoba, el joven se había cruzado con la
novia de su mejor amigo, quien caminaba abrazada por un sujeto al que no
conocía. Al pasar frente a ellos, la chica lo había mirado desesperadamente a
los ojos. Pero Javier no dijo nada y clavó la mirada
en el otro hombre, mientras insultaba para sus adentros. "¡Mírala
a esta hija de puta! Lo está gorreando a mi mejor amigo y tiene la caradurez
de pasar al lado mío y mirarme a los ojos, como si nada. ¡Es una turra!",
pensó Javier que sólo había visto a la chica
en un par de oportunidades anteriores.
Esa misma noche, el muchacho se enteraría de boca de la propia
novia de su mejor amigo, que había sido llevada a un descampado por un
delincuente que al final la terminó violando.
Hasta la actualidad, Javier no se perdona no haber hecho
nada por salvarla.
El joven se ofreció como testigo en la Policía y algunos
investigadores se mostraron muy interesados en su relato. Es que hasta ese
entonces, prácticamente ninguna víctima del violador serial lo había visto
directamente a la cara y podía dar una descripción clara y precisa de su
fisonomía.
Javier miró al violador un par de
segundos y grabó ese rostro en su memoria. Ahora, los investigadores querían
que se lo contase al retratista, a fin de confeccionar un identikit.
-¿Pensaste
bien, flaco? Empezá a contarme- dijo el hombre
que sostenía un block de papel tamaño A4 y un lápiz de color negro.
-Bueno, era un tipo
morocho...
-¿Negro?
-Morochito, como si
fuera un boliviano, un salteño. Tenía la cara redonda y era de tez media oscura
-¿Y los
ojos?
-Eran negros,
oscuros, medio achinados...
-La
nariz, ¿cómo era?
-Era medio chata,
como los boxeadores.
-¿Cómo era
la boca? Era fina, gruesa, carnosa...
-Carnosa, eso, era
carnosa. Tenía labios grandes.
-Decime,
cómo tenía el pelo.
-Corto, peinado para un costado, creo. No me acuerdo
bien...
Esa misma tarde de agosto de 2003, el identikit del violador serial quedó confeccionado, en
base al aporte de un solo testigo, quien había visto al depravado durante
apenas un par de segundos, en un sitio no del todo iluminado y en medio de la
noche. Nunca se había hecho un dibujo tan impreciso del rostro de Marcelo Mario Sajen.
Ese identikit fue guardado como oro por los investigadores
de la División Protección de las
Personas. Sin
embargo, el rostro del sospechoso -bautizado por varios detectives como
"el bolivianito"- no iba a ser distribuido a las demás
reparticiones policiales y mucho menos dado a conocer a la población.
Quienes vieron ese identikit fueron algunas víctimas del serial, cuando
fueron entrevistadas por los investigadores. "Se lo
mostraban a las chicas y le preguntaban: '¿El hombre que te violó era parecido
a esta persona?'. Todo un despropósito. Porque las chicas nunca le habían visto
la cara al violador serial. Entonces, veían ese dibujo y con tal de ponerle un
rostro al fantasma que las había atacado, terminaban por decir que el identikit era parecido. Eso nos confundía más...", refiere en la actualidad
un investigador de la causa.
Durante largo tiempo, Javier fue considerado un "testigo
clave" e incluso terminó citado varias veces para participar como
testigo en las ruedas de reconocimiento de sospechosos, en Tribunales II. Su testimonio siempre fue valorado como una
palabra autorizada. Algo que, como se vería después,
estaba completamente alejado de toda realidad. El retrato del supuesto
sospechoso de rasgos norteños fue fotocopiado varias veces y pasó de mano en
mano entre los principales pesquisas de Protección
de las Personas, quienes
salieron a la calle a atraparlo.
Comenzaba la
caza de brujas, un nuevo y lamentable capítulo de los tropiezos de la
investigación policial y judicial en la causa del serial.
Un
violador suelto
El 13 de
agosto de 2003, el periodista Daniel Díaz de radio Universidad de Córdoba, quien trabajaba como movilero
en los Tribunales II de Córdoba, salió al aire en el informativo
del mediodía. En diálogo con el conductor del programa, Mario Pensavalle, informó que desde hacía
algunos meses la Policía investigaba la existencia de un violador serial en la
zona de Nueva Córdoba.
El periodista se reservó la identidad de la fuente que le confió
el dato, pero es fácil intuir que esa persona fue el funcionario de alguna
fiscalía.
Al día siguiente, la primicia de Díaz fue desarrollada con más
detalles en la cabeza de la contratapa del diario La
Voz del Interior. La noticia
daba cuenta sobre el accionar de un depravado que en los "últimos
tiempos" había violado a 28 mujeres, en su mayoría estudiantes
secundarias, según confirmaron en su momento informantes policiales.
En la nota se explicaba que el depravado atacaba de noche, andaba
armado, a veces se hacía pasar por un miembro de la Policía o decía que
escapaba de los uniformados. Además se indicaba que sorprendía a las víctimas
desde atrás, en el barrio Nueva Córdoba, o en la zona céntrica, y las
conducía hacia el Parque Sarmiento para finalmente abusar de ellas.
La crónica consignaba también que las violaciones eran realizadas
principalmente en el ex Foro de la
Democracia o bien en
la pista de patinaje.
La información pronto fue reproducida por algunos medios
televisivos, aunque no de una manera impactante con grandes titulares.
Por esas cosas del destino, el día que salió publicada esa
información en el diario, el jefe de la División
Homicidios, comisario Rafael Sosa, fue absuelto, junto a otros policías más, en
un juicio que se realizaba por supuestos apremios ilegales cometidos contra dos
pescadores que habían sido confundidos como los asesinos de un policía, en Villa Carlos Paz.
La absolución significó toda una revalorización para Sosa, un joven comisario que estaba haciendo carrera en el área de Investigaciones. Sin embargo, el funcionario policial -quien
durante ese proceso había permanecido en libertad- tuvo su gran
desquite ante los jefes y ante la opinión pública cuando a fines de ese mes
capturó a Antonia Giampietro, una
peligrosa mujer apodada la Viuda Negra, acusada de haber dopado
a varios jubilados para robarles la jubilación, dos de los cuales finalmente
murieron a causa de la ingesta de poderosas drogas. Gracias a la investigación
policial, la Viuda Negra fue condenada.
La buena reputación del Rafa -como le dicen sus compañeros-
crecería tiempo después cuando el jefe de Homicidios capturó a varios sospechosos
prófugos de resonantes crímenes, tal el caso del presunto matador del inspector
municipal, Omar Gauna, quien había
sido salvajemente apuñalado durante una riña callejera que se registró frente a
la plaza de la Intendencia de Córdoba. El sospechoso fue capturado por el propio Sosa y un par de pesquisas suyos en La Paz, Bolivia, luego de eternos
meses de investigación. Aquella detención fue filmada con una cámara digital y
desde la azotea de un edificio, por el propio Sosa. La misma filmadora sirvió para
eternizar la primera imagen de Marcelo Mario Sajen que llegó a los ojos de los
cordobeses el 28 de diciembre de 2004.
Aquellos
logros permitirían finalmente a Sosa captar la atención de sus jefes
por lo que meses después terminaría afectado como un colaborador más en la
causa del violador serial.
Policía
serial
Mientras un par de investigadores buscaban al violador serial de Nueva Córdoba, el 26 de setiembre de 2003 la Justicia
cordobesa condenó a 22 años de prisión a un oficial de policía que estaba
acusado de abuso sexual contra 20 mujeres entre diciembre de 2000 y octubre de
2001 en distintos barrios de Córdoba. El depravado abusó tanto de
chicas de entre 20 y 30 años, como también de criaturas de apenas 9 años que
habrían sido manoseadas.
Era Gustavo Oscar
Machuca, un
tucumano de 32 años, a quien la Cámara 11a del Crimen lo encontró culpable
de once hechos de abuso sexual sin acceso carnal, tres casos de violaciones,
cuatro de coacciones calificadas y dos de exhibiciones obscenas. Su abogado fue
Carlos Hairabedian, quien no logró demostrar su
inocencia ante los jueces.
De acuerdo a lo que quedó comprobado en el juicio -que
se desarrolló a puertas cerradas, como aquel en el que se condenó a Sajen en 1986-, Machuca sorprendía a sus eventuales
víctimas en la calle y, usando su pistola
reglamentaria o una navaja, las introducía a su viejo Chevette gris con vidrios polarizados, donde abusaba de ellas. Actuaba entre las 20 y las 6 cuando salía a trabajar y
dejaba a su esposa (enfermera) en su lugar de trabajo. Machuca se dirigía a la Ciudad Universitaria, estacionaba su vehículo y
esperaba.
El fiscal de Cámara, Jorge
de la Vega, logró demostrar que Machuca siempre actuaba con su rostro a
la vista, sin el uniforme policial, en los barrios Nueva
Córdoba, Güemes, Alto Alberdi y hasta en el centro de la
ciudad. Por lo general abusaba de jóvenes que concurrían a la Universidad o bien a tomar clases a algún colegio
secundario.
Así como Sajen utilizaba el Gustavo,
uno de los ardides predilectos de Machuca para acercarse a sus víctimas
consistía en llamarlas por un nombre ficticio en plena calle o bien
preguntarles por algún familiar al cual simulaba conocer. Cuando la joven ya
estaba cerca, el policía sacaba el arma y la obligaba a subir al auto, donde
finalmente la violaba.
Machuca contaba con excelentes
antecedentes dentro de la Policía. Sin embargo, los exámenes psicológicos habían sido incapaces de
descubrir que detrás de su rostro de buen policía se escondía una personalidad enferma.
Diversos investigadores señalan que la mayoría de los delincuentes
seriales son atrapados en flagrancia. No ocurrió esto con Machuca. Tampoco pasaría con Sajen.
El policía fue atrapado una mañana mientras hacía gimnasia en el Parque Sarmiento, luego de que fuera reconocido
casualmente por una de sus víctimas que justo pasaba por la avenida del Dante. La mujer salió corriendo y alertó a unos policías que
patrullaban cerca de la plaza España. Cuando se vio rodeado por sus
pares. Machuca quiso hacer valer su jerarquía
sobre los dos uniformados y llegó a mostrar la chapa de oficial. De nada le
sirvió. Fue encerrado y llevado a la Jefatura. El examen de ADN, las armas y el vehículo de su propiedad, comprobaron su
responsabilidad en los hechos.
En el marco de la búsqueda del violador serial (que
resultaría ser Marcelo Sajen), Machuca fue entrevistado por los
comisionados del caso que tenían a su cargo los fiscales y por personal de la Policía Judicial, en búsqueda de cualquier
información que pudiera tener sobre el depravado.
La imagen remite al thriller
El
silencio de los inocentes, del escritor Thomas Harris, en el que la
investigadora del FBI Clarice Starling entrevista a un
psiquiatra asesino serial -Hannibal
Lecter- a fin de que la ayude a atrapar a un homicida de mujeres.
Lo concreto es que el policía Machuca intentó ayudar pero sólo con una
intuición y pretendiendo cobrar la recompensa que ofrecía el Gobierno para
quien aportara datos sobre el serial. Los pesquisas salieron de la Penitenciaría de barrio San
Martín con un nombre,
el portero de un edificio que él conocía de sus épocas de violador y a quien
creía capaz de cometer estos hechos. Después de ser chequeado, ese individuo
fue descartado como sospechoso.
Paralelamente, la falta de respuestas concretas por parte de los
pesquisas afectados al caso del Víctor Sierra
obligó a las
autoridades policiales a mover el tablero en el área de Investigaciones.
Una mañana
de setiembre de ese año, los comisarios Vargas y Sosa, viejos amigos de Homicidios, se encontraron en el baño del primer piso de la Jefatura.
-¡Qué
cara loco! ¿Qué te pasa negro? ¿Te peleaste con la bruja?
-preguntó
sonriente Sosa, mientras se paraba frente al
mingitorio.
-No, Rafa. Me llamó
el jefe y tengo que ir a verlo cuanto antes
-dijo Vargas mientras se lavaba las manos frente al espejo y
sostenía en
sus labios su infaltable cigarrillo Parliament.
-Mmm, ahí te van a encajar de lleno el quilombo del serial.
-Sí Rafa. Me sacan de Homicidios y me mandan a
Delitos Especiales. Voy a tener a mi cargo a los de Protección de las Personas.
El hijo de puta del Víctor Sierra no para y el tema se está poniendo feo. Está
atacando por todos lados y no lo pueden parar.
-Estaba cantado que te iban a poner a vos en ese caso. ¡Suerte, macho!
-Gracias, Rafa. Sería bueno que pudiéramos laburar
juntos. Vamos a ver qué dice Nieto.
-Después contame.
-Ok, después charlamos - respondió Vargas, mientras enfilaba para el despacho del jefe de Investigaciones Criminales.
Meses
después, Vargas y Sosa finalmente trabajarían juntos en
la causa del serial y se protegerían mutuamente, en medio de los celos y
disputas internas entre algunos jefes.
Investigador
Me sumé a la causa del violador serial en setiembre de 2003 - cuenta el comisario Oscar Vargas,
ex jefe del Departamento Protección de las Persona- Lo primero que encontramos fue que entre las denuncias
cotidianas que normalmente apuntan al entorno familiar y a personas que han
sido violadas por alguien en especial, sobresalía una gran cantidad de
denuncias atribuidas a un "NN". Esos ataques se concentraban en Nueva
Córdoba. Para esa época teníamos identificados a los autores de otros hechos de
violación; pero ahora estábamos teniendo nuevos hecho de abuso sexual cometidos
por un sujeto, del cual no teníamos pistas. En estos casos había un cierto
patrón común de comportamiento de este delincuente y una coincidencia en las
descripciones de los hechos.
Pensé que quizá esto tenía que ver con que las denuncias habían
sido tomadas por un mismo ayudante fiscal. Muchos tienen una forma estructural
Fija de trabajar, de hacer las preguntas y de redactar las denuncias. Entonces
se pensó en un primer momento, y en forma errada, que por culpa de esa persona
había similitud en las denuncias. O sea, no sabíamos si estábamos frente a un
serial o si era un problema del sumariante que escribía parecido e inducía a
las víctimas a declarar en un sentido en particular.
Empezamos a trabajar y pronto juntamos 11 causas en los
últimos tiempos. En estos casos la modalidad coincidía. Hablé entonces con la
ayudante fiscal de la Unidad Judicial de Protección de las Personas y le dije: "Abramos el ojo, estamos ante el
mismo sujeto". Y esta
funcionaría me comentó que pensaba lo mismo.
Juntamos
las causas en una misma caja. Y así, revisando, encontré un informe hecho por
un comisionado en 1999 -el sargento Osvaldo
Fabián- en el que informaba sobre
varios hechos ocurridos años antes aparentemente por una misma persona.
Como
antes de 1999 las denuncias se hacían en las comisarías, nos fuimos a los
depósitos de los precintos a revisar papeles viejos. Así desempolvamos
denuncias viejas de hasta 1992 en el que saltaba un sospechoso que se
asemejaba a este nuevo serial.
Uno de los máximos problemas que teníamos era que las denuncias
estaban distribuidas en distintas fiscalías. Y eso era muy complicado a la hora
de recibir directivas o encarar un trabajo bien hecho.
Para colmo, las víctimas de este serial no podían aportar
demasiados datos sobre él. Algunas decían sin especificar demasiado que era un
poco más alto que ellas, otras decían que era más ancho, más panzón. Él las
abrazaba y les decía que lo abrazaran. Hacía que le pusieran la cara en el
pecho y que miraran para adelante. Así, nadie les miraba el rostro. Era muy
poco lo que esas pobres criaturas podían ver.
A una de sus víctimas supo decirle: "Te voy a bolacear". Ahí nos dimos cuenta de que el tipo había estado preso,
porque ése era un término muy tumbero, muy de la cárcel. Bolacear significa que
con mis palabras solas, te puedo hacer caer, quebrar y hacer lo que quiera. Él.
con su labia, dominaba la situación y la mantenía controlada. Cuando la
víctima nos contó eso, nos ayudó mucho, claro que obtuvimos ese dato recién en
setiembre de 2004, tres meses antes
de que cayera Sajen.
La llamada
Una vez que se conoció públicamente la existencia de que un nuevo
violador serial andaba suelto en Córdoba, algunos investigadores de Protección de las Personas se vieron obligados por órdenes
de arriba a incrementar el rastreo y los operativos con el identikit que el testigo Javier había ayudado a confeccionar. Paralelamente, por algún tiempo,
se empezó a notar un leve aumento del patrullaje de los móviles del CAP por la zona de Nueva Córdoba y el Parque
Sarmiento. Este ir y
venir de patrulleros iba a durar apenas un tiempo.
Sajen desapareció de esa zona por
algunas semanas y empezó a atacar en otros barrios cercanos, por caso Villa Revol, un sector de clase media enclavado al sur
de la Ciudad Universitaria, vías de por medio.
El 7 de octubre de 2003, Susana y Raúl empezaron a impacientarse cuando
el reloj marcó las diez de la noche y su hija Lorena, de 25 años, aún no había
retornado al hogar, ubicado en la periferia de Villa
Revol. Era martes
y ese día, la chica tenía un examen en la Facultad
de Psicología, donde
cursaba los últimos años.
Los minutos fueron pasando y la angustia pronto se adueñó del
matrimonio. La mujer presintió que algo malo había sucedido con su hija, sobre
todo teniendo en cuenta lo que había escuchado esa misma mañana cuando fue a
hacer las compras a la despensa: cinco días atrás, en un oscuro callejón del
barrio, un hombre había violado a dos jóvenes. La historia turbó a Susana.
La mujer estaba en su casa con la mirada clavada en un punto
lejano del televisor, junto a su marido que se consumía en cigarrillos
mientras veía pasar el tiempo. Pasadas las 11 de la noche, alguien golpeó la
puerta desesperadamente. Susana se paralizó y se llevó las manos
al pecho. Fue su esposo quien abrió y se encontró con su hija, convertida en un
manojo de nervios y pronunciando frases ininteligibles.
Los padres la serenaron un poco y Lorena alcanzó a balbucear: "Un
tipo me violó..."
Raúl quedó en silencio unos segundos
hasta que explotó de furia y cerró de un portazo. El odio empezaba a
enceguecerlo lentamente.
Susana llevó a Lorena al baño, luego a su pieza y
trató de darle un té para que se calmara. La taza terminó enfriándose en la
mesa de luz. La chica no paró de llorar en ningún momento, mientras se aferraba
a su mamá. Así y todo, luego de largos minutos, pudo contarle que esa noche
salió temprano de la facu, tomó un colectivo y se bajó en la avenida Riccheri cerca del cruce con Javier Díaz, donde entró a un cyber. Durante
un par de minutos estuvo en el local, chateando con algunos amigos mientras
revisaba los mails. Pagó y enfiló hacia su casa. A poco de salir, un sujeto con
bermuda, gorra con visera y manos velludas la agarró de atrás, le puso un arma
en el cuello y la condujo a un baldío en la avenida Rogelio
Nores Martínez, entre las
calles De la Industria y Del Comercio, de Villa Revol, donde finalmente la ultrajó.
Raúl insultó una y otra vez, mientras buscaba respuestas de su hija
que, shockeada como estaba, no podía responder. El hombre quería hacer justicia
por mano propia, al igual que lo habían sentido y lo sentirían posteriormente
decenas de otros padres.
"Entonces era cierto
lo que me contaron en la despensa, un sátiro anda suelto en el barrio", exclamó Susana. "¡Por qué a nosotros, Dios, por qué a nosotros!". Los gritos y lamentos
podían oírse desde afuera de la casa.
Esa misma
noche, Susana y Raúl (después de que toda la cuadra se
llenó de móviles del CAP a raíz de un llamado de ellos a la Policía) fueron hasta la comisaría del
barrio para denunciar lo que había ocurrido. Pero allí no encontraron la
solución que buscaban. Los atendió un policía que les explicó, de mala manera,
que él no podía hacer nada y que encima en la comisaría no había móviles
disponibles para salir a buscar al sujeto. Susana le dijo que en los últimos días,
contando el caso de su hija, ya sumaban tres las violaciones. El policía, con
un indisimulable gesto de fastidio, le reiteró que no podía hacer nada, que no
sabía sobre la existencia de un violador y que debían ir a Jefatura para hacer
la denuncia.
A la media
hora el matrimonio y su hija ya estaban en la central en la Unidad Judicial de Protección de las Personas. Allí le dijeron a Susana que su hija, seguramente, había sido víctima de un violador
serial que venía atacando a estudiantes desde el año anterior. Incluso le
indicaron que las dos chicas que habían sido abusadas noches antes en el barrio, habían caído en
manos del mismo depravado. Como si el espanto y el dolor no hubieran sido suficientes para Lorena y sus padres, luego de
completada la denuncia en la unidad judicial, unos
policías se acercaron y le mostraron a la joven el identikit de un hombre con rasgos norteños para que reconociera si se trataba de su agresor.
Lorena sintió que se descomponía y tuvo
nauseas. Susana le gritó al policía que en la
comisaría de su barrio no sabían nada sobre un violador
y que tampoco tenían identikit alguno. Los investigadores optaron por
callarse.
Las siguientes noches se hicieron
interminables para la familia. Nadie dormía, nadie encontraba respuestas,
nadie podía parar tanto dolor.
A mediados
de octubre, Susana no aguantó más. Tomó una edición
del diario La Voz del
Interior, que hasta
entonces no había informado sobre la violación de su hija sencillamente porque
la Policía ocultaba este tipo de casos, y buscó el número de teléfono de la
redacción. Un periodista atendió y empezó a tomar nota en el primer papel que
encontró.
-¿Hablo con el diario? ¿Hablo con policiales? Mire, quiero
denunciar públicamente que en Córdoba hay un violador serial. Ha atacado a mi
hija noches atrás y estoy indignada porque la Policía sabe sobre este sujeto y
no hace nada. Es más, oculta todo. En la comisaría del barrio ni siquiera
tienen el identikit del
tipo. Ustedes los periodistas tienen que contar lo que está pasando, tienen la
obligación de decirlo y alertar al resto de la gente.
La entrevista con Susana y Raúl se realizó al día siguiente,
duró más de dos horas y fue publicada finalmente el domingo 19 de ese mes en la
contratapa del diario.
Durante la charla, el padre de Lorena comentó: "Un policía me dijo
que por orden del gobernador De la Sota, ninguno de ellos durmió durante días
hasta que encontraron a la beba que había sido raptada hace poco en la
terminal. Todo porque se venían las elecciones". El hombre se refería al
caso de una pequeña que le había sido arrebatada a su madre, en la terminal,
por otra mujer.
Curiosamente
en este caso, la Policía sí difundió el identikit de la sospechosa. Esto permitió que un
taxista llamara a la Policía y dijera dónde vivía la ladrona, ya que la había
llevado en un viaje. La investigación para dar con la beba estuvo a cargo de
los comisarios Juan Carlos
Toledo y Eduardo Bebucho Rodríguez. El hallazgo de la pequeña, sana
y salva, fue una reivindicación para todos los investigadores, pero sobre todo
para Toledo. Sin embargo, la falta de resolución del caso del serial y la
reiteración de violaciones sería finalmente su condena: el comisario fue
retirado del área de Investigaciones tiempo después.
"Si la Policía no durmió para recuperar la beba, yo
quiero ahora que tampoco duerma y agarre a ese violador y lo encierre de una
vez. Sólo así, la sociedad dejará de estar en peligro...", afirmó el padre de Lorena durante la entrevista. "Así no habrá más chicas, como mi hija, que sean
violadas", lo
interrumpió entre llantos su esposa. "La Policía nos dijo que esperan que el tipo ataque
de nuevo, recién entonces ellos podrán salir a contraatacar. No puede ser,
ellos deben atacar ahora y atraparlo como sea, para que ese sinvergüenza no
vuelva a hacerlo más", agregó Raúl.
En la nota publicada se reprodujo por primera vez el identikit del serial. El dibujo en blanco
y negro dejaba ver a un hombre morocho, de pelo lacio y negro, nariz y labios
gruesos, y con una mirada que infringía miedo. El dibujo había sido cedido al
periodista en forma extraoficial por un miembro de la investigación, luego de
varios días de insistencia.
En la publicación, además, se informaba en detalle que el violador
tenía alrededor de 35 años, era robusto, un poco gordo y no muy alto. También
se señalaba que llevaba una gorra blanca para ocultar sus facciones, andaba
armado y que en los dos últimos años había violado a una treintena de jóvenes
en distintos puntos de la zona centro y sur de la ciudad de Córdoba. En otro párrafo también se consignó que en el Centro de Asistencia a la Víctima del
Delito, una entidad que funciona en el pasaje Santa Catalina, a un costado del Cabildo Histórico de Córdoba, se había registrado un
incremento en las consultas y denuncias por el accionar de un depravado sexual
serial.
Una segunda parte del informe periodístico salió publicado al día
siguiente, en el que se volvió a publicar el identikit y una entrevista a fondo con los padres de Lorena. En los meses sucesivos, Susana se convertiría en una referente
clave en la campaña para atrapar al violador serial. De hecho, la mujer participaría en varias marchas e integraría una organización
dedicada a defender a las mujeres de
los abusos sexuales.
El mismo lunes 20 de octubre, el por entonces jefe de Policía, Jorge Rodríguez, arrojó el diario sobre el escritorio y tomó
su celular.
Minutos más tarde, el comisario Nieto (a cargo aún de Investigaciones) se convirtió en carne de cañón
y tuvo que salir a dar la cara que durante años decenas y decenas de
funcionarios de todo rango se habían encargado de ocultar.
Nieto recibió a la docena de periodistas que se había agolpado desde
temprano en la oficina de prensa de la Jefatura, en la planta baja, para tener
una palabra oficial sobre ese supuesto violador serial. El comisario tuvo que
poner su mejor cara al atender los ansiosos micrófonos y grabadores que se le
abalanzaban sin pausa.
-Estamos trabajando arduamente para erradicar de la sociedad
a este sujeto que nos llena de preocupación, obviamente, por los graves hechos
que está cometiendo. El violador es muy difícil de atrapar ya que comete
hechos aislados y aparece y desaparece. Esto imposibilita seguir sus pistas.
Pero estamos trabajando arduamente para capturarlo.
Era la primera vez en toda esta historia que la Policía admitía
oficialmente que en Córdoba actuaba un depravado serial
suelto por las calles. Sajen ya había abusado de 55 mujeres.
Ese día, los medios televisivos reprodujeron las palabras de Nieto y el identikit que había sido publicado por el diario el
día anterior.
Hasta la actualidad, muchos en la Policía insisten en que haber
cedido ese rostro a la prensa constituyó un tremendo error, ya que afectó la
investigación y terminó complicando la búsqueda. Más allá de lo discutible que
resulta tal apreciación, vale detenerse un momento y preguntarse qué hubiera
sucedido si ese retrato no hubiera sido difundido por los medios. Sin caer en
una postura extremista sobre la libertad de expresión, sirve interrogarse: ¿acaso, la sociedad
se hubiera enterado sobre la existencia de un serial de boca de las propias
autoridades? ¿La Policía habría salido a dar a conocer ese secreto
tan bien oculto, mientras un grupo ínfimo de investigadores fracasaba a cada
paso que daba? ¿Algún funcionario judicial habría llamado a
conferencia de prensa? Con analizar la sucesión de los hechos, la respuesta salta a la
vista.
Durante
varios días, Marcelo Mario Sajen iba a mantenerse bien oculto en
sus distintos hogares. Por un lado, seguramente lo inquietaba el hecho de que
sus aberrantes violaciones habían sido informadas por los medios de prensa,
aunque es probable que a la vez sintiera algo de tranquilidad al saber que la
Policía buscaba a un hombre de rasgos bolivianos, que, como había visto por
televisión, en nada se le asemejaba.
No
es el violador, señora
23.15 del
martes 28 de octubre de 2003, en la Comisaría
Cuarta de Nueva Córdoba.
Apoyados
sobre un viejo mueble de madera, los dos policías se callaron ni bien vieron
entrar a una mujer acompañada de su hija adolescente. Hacía apenas una hora un
hombre la había querido violar cerca del Instituto Helen Keller, un establecimiento para ciegos ubicado detrás de la Ciudad Universitaria a metros de la Universidad Tecnológica
Nacional Regional Córdoba. Eso fue lo que empezó a
decirle la mujer a los dos uniformados, quienes no dejaban de mirar con cierta
desconfianza a la menuda adolescente.
-El tipo agarró a mi
hija desde atrás, le tironeó la mochila y le dijo que pensaba robarle, ¿no es
así hija? Le puso un arma en la cabeza, mi chica gritó y el tipo le pegó una
trompada en la cara. Ahí nomás empezó a bajarle los pantalones.
-¿Dónde dice que pasó eso?
-interrumpió uno de los uniformados, mientras daba una larga pitada a un
cigarrillo rubio, cuyo humo inundaba todo el ambiente. Su compañero no dejaba
de mirar a la chica, quien a su vez no despegaba la mirada del suelo. Frente al
precinto estaba estacionado un solo móvil del CAP en medio de una fila de autos, todos con las ruedas desinfladas,
los parabrisas llenos de tierra y con rótulos de papel con sellos del Poder Judicial, pegados en las puertas.
-Fue cerca del Helen
Keller, a metros de la entrada Instituto Pablo Pizzurno. Mi hija iba a tomar el
colectivo para volver a casa.
-Ajam,
¿y qué pasó? -preguntó el policía.
-Ya le dije, empezó
a bajarle los pantalones. El tipo quiso violar a mi hija. Ella se defendió y le
pegó una trompada y un patadón en los testículos y salió corriendo hacia donde
iban unos chicos caminando. La mochila quedó tirada en la vereda. Debe haber
sido ese violador serial que tanto habla la prensa y mi hija logró zafar.
¡Tienen que ir a agarrarlo!
-Cálmese,
señora, por favor. No debe ser el violador, seguramente se trató de un robo. El
tipo simplemente le quiso arrebatar la mochila, señora. Hechos como esos se
producen a diario.
-¿Pero de qué ladrón
me habla? ¡Era el violador, seguro que era él! ¿Acaso no actúa en la Ciudad
Universitaria y de noche?
-Señora, los asaltos se cometen a diario en
la Ciudad
Universitaria y se producen a toda hora.
-¡Le estoy diciendo que ese hijo de puta le quiso
bajar los pantalones a mi hija! ¿De qué robo me habla? ¡La quiso violar!
El policía apagó el cigarrillo con fastidio, resopló y le dijo a
la mujer que de todas maneras en la comisaría no podían tomarle la denuncia.
Segundos después, madre e hija abandonaron la comisaría de calle Buenos Aires 525 del barrio Nueva Córdoba y partieron en taxi hasta la Jefatura de Policía. La joven fue interrogada por
los hombres de Protección de
las Personas, quienes la
trasladaron hasta la zona donde había sucedido el ataque. Los pesquisas no
tenían dudas de que estaban frente a una nueva aparición del Víctor Sierra.
Eran casi las 3 de la madrugada cuando llegaron al Helen Keller. La zona estaba desierta.
Apenas se bajaron del auto, la chica divisó su mochila tirada en medio de la
vereda. Adentro estaba su campera de cuero, una calculadora, el documento y
una tarjeta de crédito. También estaba la billetera, pero sin el dinero.
A pesar de que en ese ataque no se cometió ninguna violación, al
año siguiente el fiscal Ugarte adjudicaría el hecho a Marcelo Sajen, que había salido nuevamente de
cacería.
Todo
en uno
A la semana siguiente, Nievas se reunió con los distintos
fiscales que tenían causas de violaciones adjudicadas a un NN y comprobó que
varias de las Investigaciones estaban truncas. Así fue que
decididamente encaró al por entonces Fiscal
General de la Provincia, Carlos Baggini.
-¿Y vos qué querés hacer, Gustavo?
-le dijo Baggini, en su oficina del primer piso
en el Palacio de Tribunales I.
-Me parece que las causas podrían unificarse,
teniendo en cuenta que se trata aparentemente de un mismo violador. Hagamos una
campaña informativa, avisemos a la población, hagamos algo... -dijo Nievas.
Ni bien se retiró del despacho, Baggini levantó el teléfono y marcó un número que
conocía de memoria. Nievas subió a su auto y encaró hacia Tribunales
II. Al rato,
comenzó a sonarle el celular y atendió. Era el fiscal general.
-Gustavo, he decidido que todas las causas de ese supuesto violador
serial vayan a parar a tu fiscalía. Vos te vas a hacer cargo -dijo Baggini.
Nievas prácticamente no tuvo tiempo de
contestar, antes de que del otro lado el fiscal general cortara. A las pocas,
horas, el fiscal ya estaba reunido con las responsables de la Unidad Judicial
de Protección de las Personas. A partir de entonces, esas
funcionarías -Adriana Carranza y Alicia Chirino- iban a convertirse prácticamente en las únicas
personas en quienes Nievas iba a confiar plenamente. Ellas le informaron que el serial había
abusado de una veintena de jóvenes en lo que iba del año, principalmente en la
zona de Ciudad Universitaria, el Parque
Sarmiento y Nueva Córdoba. Y le aclararon que los casos debían de ser
muchos más, ya que eran muy pocos los abusos sexuales que se denunciaban. El
primer hecho que arrancaba la serie se había registrado el 3 de noviembre de
2002 a la noche y había tenido como víctimas a dos chicas.
El paso
siguiente que dio Nievas fue entrevistarse con los investigadores policiales del caso, quienes por ese entonces ya estaban
comandados por el comisario Vargas. Los detectives le mostraron al funcionario judicial cuatro identikits, entre los que se encontraba el del hombre con rasgos norteños y le
explicaron que era preciso determinar si el violador serial
que buscaban era uno o varios que actuaban en forma similar.
Esa misma semana. Nievas se compró tres libros con tratados completos sobre el ADN y sus ventajas en la investigación, a fin de interiorizarse en el
tema.
"Como no estaba claro si estábamos frente a un único
violador serial o a varios que actuaban de la misma forma, decidí que lo mejor
era realizar un estudio de histocompatibilidad con los restos de semen hallados
en las víctimas y en sus prendas íntimas. Eso nos iba a permitir corroborar si
se trataba de una misma persona", comenta en la actualidad Nievas, mientras revuelve un café sentado en un bar de la avenida Sabattini, a escasas cuadras de donde vivía Marcelo Sajen. "Y pensar que el
serial vivía acá nomás, cerca de casa", añade.
A los pocos días, el fiscal del Distrito 3 Turno 3 solicitó al Centro
de Excelencia en Productos y Procesos de Córdoba (Ceprocor) la realización
de ese estudio con las muestras de semen que se obtuvieron de las víctimas.
Paralelamente, entrevistó a algunas jovencitas y mantuvo diálogos con sus
familiares, a quienes les explicó que haría lo imposible para atrapar al
depravado. Si bien contaba con un reducido equipo de trabajo, Nievas sentía que estaba solo en la
cruzada.
A principios de noviembre, el fiscal decidió empapelar puntos
clave de la ciudad con el identikit del violador -que, por cierto, los medios de
prensa ya se habían encargado de difundir- y una serie de teléfonos
para que la gente llamara si tenía alguna pista. Muy pocos en la Policía
estuvieron de acuerdo con esa medida.
“La idea era sacar el rostro a la calle, había que
empapelar la ciudad, para que la gente estuviera alertada y a la vez colaborara
con la causa. Quería que el retrato se viera en todos lados y que los
cordobeses lo tomaran como propio. Parecía mentira pero en las comisarías ese identikit
ni se conocía",
explica Nievas hoy.
Empleados de
la fiscalía de Nievas comentan que el funcionario, al comienzo, tuvo que poner dinero
de su propio bolsillo para realizar las primeras fotocopias del dibujo. Otro
obstáculo para el fiscal fue la carencia de un vehículo propio para realizar
las principales diligencias. Ese auto iba a ser cedido bastante tiempo después.
"Pedí
dinero para llevar adelante una campaña informativa y digamos que no tuve todo
el apoyo necesario que se requería en ese momento. Por suerte, tiempo después,
el problema se subsanó", señala Nievas.
El identikit del violador serial empezó a circular por
todos lados, ya sea en la Universidad, en comercios, hospitales,
postes, taxis, remises y colectivos. También comenzó a ser reenviado entre los
mismos estudiantes y profesores a través de los correos electrónicos. Esto
significó un duro golpe para las propias víctimas del serial, muchas de las
cuales se enteraron de que habían caído a manos de un mismo depravado y que
ese sujeto andaba impune por la ciudad desde hacía largo tiempo.
"Esa
campaña informativa fue desacertada, porque provocó que empezaran a llover
datos truchos. La gente llamaba y decía que creía conocer al violador, cuando
no era así. Ese identikit mostraba un rostro común en Córdoba, por eso todos
creían verlo a cada rato, por lo que la investigación se terminó complicando", señalan algunos
investigadores.
No obstante, la campaña publicitaria permitió que familiares de
víctimas del serial que no habían hecho la denuncia se acercaran a la fiscalía
para dar testimonio de lo que les había sucedido a sus seres queridos.
A principios de noviembre, el fiscal Nievas mantuvo una reunión con el jefe de Policía, a quien le solicitó
que intensifique los patrullajes en la zona de Nueva
Córdoba y, en
especial, el Parque Sarmiento. "Yo trabajaba con una psicóloga que me dijo que seguramente
el violador serial, al ver que no podía actuar donde siempre lo había hecho,
se iba a trasladar hacia su zona, hacia su barrio. Y ahora que lo pienso, así
fue, porque tuvimos casos de ataques en la zona de barrio San Vicente y Altamira, que
queda cerca de donde vivía Sajen", comenta Nievas, quien por las noches recorría la avenida del Dante en su propio auto para comprobar si el patrullaje se llevaba a
cabo. "En más de una oportunidad, tuve
que tomar el celular y llamar al jefe de Policía para decirle que no veía
ningún policía en la zona", recuerda indignado Nievas. A los pocos minutos, comenzaban a verse balizas azules iluminando
la oscuridad de la avenida del Dante.
La presunción del por entonces fiscal no era errónea. Tanta
saturación policial hizo que el serial se moviera de lugar cada vez más. El 27
de noviembre a la noche, volvió a atacar en un sitio que nadie había imaginado.
El delincuente sorprendió a una chica de 27 años que caminaba
para encontrarse con su novio en avenida Patria
y calle Sarmiento, en el barrio Alto General Paz. "Caminá
o te mato", le dijo Sajen y la llevó varias cuadras hasta
el Centro de Participación Comunal (CPC)
Pueyrredón, un edificio destinado a
atender trámites municipales y que se encuentra ubicado en una calle que se
convierte finalmente en la ruta nacional 19 que va a San Francisco o a Pilar.
La joven fue violada en un oscuro sector de las adyacencias del
edificio. A pocos metros había una guardia policial que no se enteraría de la
violación, hasta que el caso tomó estado público por la prensa.
"El tipo se me apareció de atrás y me preguntó si yo
trabajaba en una oficina y si llevaba cinco mil pesos. Yo le dije que no, pero
él insistía que yo tenía plata. Me hizo que lo abrazara y me apuntó con el
arma. Tenía que mirar para la derecha y no verlo. Me dijo: 'Si pasa un policía o el CAP somos novios. No grités que yo
no te voy a hacer nada'. Tenía tonada norteña, boliviana. Me preguntó si
conocía a un tal Gustavo. Me dijo que lo acompañara unas cuadras y que después
me iba a dejar. Estaba desorientado. Me hizo doblar en un pasaje y se enojó
porque no tenía salida. 'Mirá a donde me traés', me dijo. Ahí se me cruzaron mil cosas y me largué a
llorar porque pensé que me mataba. 'No llorés que yo no te voy a hacer nada', me decía. Hizo que
dobláramos. En el camino, un perrito me peleó, me rasguñó, y él me dijo que si
me mordía lo iba a matar. Yo no tenía palabras para decirle. Llegamos a la
cuadra del CPC y, en el descampado, me violó. Tenía papada, grasa. Era un poco
más alto que yo, era robusto, pelo corto negro, tenía labios gruesos, andaba
vestido con un short de fútbol con franjas blancas, llevaba zapatillas y una
remera celeste",
relató la joven a un investigador que la entrevistó tiempo después.
La tardanza del Ceprocor a la hora de confirmarle a Nievas si se estaba en presencia de un
mismo violador serial hizo que él se quejara durante una entrevista
periodística. El hecho de ventilar esa molestia ante la sociedad provocó, a su
vez, que el Tribunal Superior de
Justicia lo reprendiera en una reunión que se realizó a puertas cerradas.
Portación
de cara
Durante noviembre y diciembre de 2003, en las calles de Córdoba comenzaron a reiterarse detenciones de todo hombre cuyas
características físicas coincidían con las del violador serial. Esta política
de cacería por portación de cara, implementada por la Policía, se
intensificaría al año siguiente y llegaría a su punto máximo con el arresto de
Gustavo Camargo, un hombre de notable parecido
al identikit y que llegó a estar preso casi
40 días, luego de haber sido señalado por una víctima de Sajen que creyó reconocerlos en una calle de barrio San Vicente. Para colmo, el hombre no llevaba
calzoncillo debajo del pantalón, lo que hizo que la Policía y el fiscal Nievas creyeran que habían dado en el
blanco.
Por aquellos días de fin de año, mientras las vidrieras de los
comercios empezaban a poblarse de Papá
Noel, arbolitos verdes y angelitos coloridos, Nievas no paraba de moverse ni de salir en los medios de prensa. A
diferencia de otros fiscales, que hacen del bajo perfil un culto, él no dudaba
en atender a todo aquel periodista que lo consultara, ya sea sobre los avances
en la investigación contra Kammerath o bien en la causa del serial. En esa
vorágine, Nievas se hacía tiempo para entrevistar
a jóvenes que, merced a la campaña informativa, se acercaban a denunciar que
habían sido violadas por el serial. También se reunía periódicamente con los
investigadores y con jefes policiales.
Nievas recuerda que les dio
instrucciones para que rastrearan a todos los delincuentes seriales de los
últimos cinco años que habían atacado en Córdoba y a sujetos que fueron
arrestados por merodeo. La decisión de investigar a los merodeadores se debía a
que en la investigación ya se pensaba que el serial efectuaba un plan previo de
seguimiento de sus víctimas y de los lugares adonde iba a llevarlas.
-Este tipo está cebado. Muy cebado y no va a parar. Lo peor
es que tengo miedo de que mate a una chica -no se cansaba Nievas de reiterarle a los policías.
Para fines de 2003, Nievas y sus hombres (y
mujeres, de la Unidad Judicial) barajaban los nombres de ocho
sospechosos. La mayoría estaba en libertad y se les había extraído sangre para
análisis de ADN. Había de todo. Uno era docente
de la UNC, otro era el estudiante de
odontología, había un enfermero que trabajaba cerca del Parque Sarmiento, un peluquero, un comerciante,
un desocupado y dos policías en actividad. Sí, dos policías. Es que muchos de
los investigadores, aunque lo niegan hoy, tenían por aquel entonces la íntima y
explícita sospecha de que el depravado era violador serial de noche, pero de
día vestía uniforme azul. La idea estaba centrada en la forma de hablar y de
actuar del delincuente, pero sobre todo porque tenía la extraña capacidad de
desaparecer de los lugares donde se hacían operativos especiales con investigadores
vestidos de civil. El razonamiento era simple: ya habían tenido un policía
violador. ¿Por
qué no podían estar frente a otro? La sola idea de que esto fuera cierto, le causaba al jefe de
Policía más que un simple dolor de estómago.
El 29 de diciembre, los ocho
sospechosos fueron sometidos a una rueda de reconocimiento de personas en la
alcaidía de los Tribunales II. La medida procesal, de la que
participaron cinco de las nueve víctimas que habían sido citadas y Javier (el muchacho que ayudó a confeccionar el identikit), se extendió durante toda la
jornada. Los imputados fueron pasando por una sala que tenía un vidrio
espejado a través del cual, en otra habitación separada, observaban las
jóvenes.
Al no ser reconocido ninguno, quienes estaban presos quedaron en
libertad de inmediato.
Sin brindis
Aquel 31 de diciembre de 2003, en varios hogares quedaron las
copas guardadas en los estantes. Ninguna víctima ni sus familias tenían motivos
para festejar el final del año y el comienzo de otro. Uno de esos hogares
destruidos estaba ubicado en la ciudad de Villa
María, al sur de Córdoba.
En la casa vivían un hombre, su esposa y su hija adolescente. En
realidad, sobrevivían. En agosto de ese año, la jovencita, quien se había
trasladado a la ciudad de Córdoba para estudiar una carrera
universitaria, había caído en las garras del violador serial. Fue salvajemente
violada y golpeada en el ex Foro de la
Democracia.
La chica era virgen. Esa noche de
viernes, luego de que el serial la amenazara de muerte y la dejara abandonada,
regresó como pudo hasta su departamento y llamó a su padre para contarle todo.
En poco más de una hora, el
hombre viajó en su auto, por la ruta nacional 9 hasta llegar a Córdoba. Entró al departamento y luego de llorar durante un largo rato
con su pequeña, le armó los bolsos y se la llevó de regreso a Villa María.
La joven no volvió a pisar la ciudad de Córdoba.
Pero el sufrimiento no se iba a
acabar con la pesadilla sufrida aquella noche. Pocas semanas después, en su
casa, comprobó que había quedado embarazada. El ginecólogo se encargó de
confirmarle el calvario que se le avecinaba.
Por decisión de sus padres,
abortó y jamás hizo la denuncia. El tratamiento psicológico no fue suficiente.
La adolescente intentó suicidarse dos veces. En ambas oportunidades ingirió
grandes cantidades de pastillas, mientras dormía en su cama. Su madre también
intentó poner fin a su sufrimiento de igual manera. Por fortuna, ambas
sobrevivieron. Hoy se encuentran bajo un estricto tratamiento terapéutico.
Aquel 31 de diciembre de 2003, mientras aquella familia
villamariense padecía el infierno en sí mismo, Marcelo Mario Sajen levantaba la copa feliz de la
vida, rodeado de sus seres queridos, brindando y festejando la llegada del
2004. Sería la última vez que celebrara el fin de año.
Soy Gustavo, el
violador serial
16.58. Domingo 4 de enero de 2004, central 101 de la Jefatura de Policía:
-Policía,
buenos días, atiende Jorgelina.
-Hola, mirá, soy
Gustavo Reyes... Soy el violador serial que andan buscando.
-¿Ah,
sí? ¿No me diga?
-Mirá hija de puta. Soy el violador serial y te voy a
cagar cogiendo a vos como lo hice con todas las demás. Te voy a hacer de todo.
Y a vos te va a pasar lo mismo, te voy a cagar cogiendo.
Cuando la oficial del servicio 101, del Departamento Centro de Comunicaciones de la Policía, que funciona
en el cuarto piso de la Jefatura, quiso realizar una nueva pregunta, el hombre
colgó. De inmediato, la policía dejó los auriculares con el micrófono incorporado
en su estación de trabajo y se levantó corriendo para contarle a su jefe lo que
había sucedido. El comisario levantó el teléfono y avisó a los pesquisas de Protección de las Personas.
Dado que el sujeto no había
antepuesto *31#, el número del
teléfono que había usado quedó registrado en la pantalla de la computadora. En
segundos, los investigadores supieron que la llamada había sido efectuada desde
un aparato ubicado en la calle Soto,
a pocos metros del Arco de Córdoba, en el barrio Empalme.
En pocos minutos, una comisión de investigadores salió disparada
hacia ese lugar y se encontró con un teléfono público ubicado en un comercio.
Los policías encararon a la dueña del negocio y desplegaron ante sus ojos el identikit del norteño.
-Mmm, sí, puede ser. El hombre era morocho y habló un
ratito y cortó.
-¿Algo más señora? ¿No hubo nada más que le haya llamado la atención?
- inquirió uno de los policías.
-Hablaba bajito, así que no se podía oír bien lo que
hablaba.
-¿Algo más? ¿Algo fuera de lo común?
-¡Sabe que sí! Me llamó la atención el hecho de que
mientras hablaba parecía sobar el teléfono, lo acariciaba con las manos... Fue
muy extraño - respondió
la mujer.
De nada sirvió que los investigadores le preguntaran si conocía a
aquella persona, si sabía dónde vivía o si alguna vez lo había visto por el
barrio. La mujer no tuvo más nada que aportar y los policías debieron retirarse
maldiciendo por lo bajo. Tampoco fue efectiva la búsqueda que desplegaron en la
zona, dando vueltas y vueltas en procura de dar con el sospechoso. Nada. Al
llamador anónimo se lo había tragado la tierra.
Hasta el día de hoy no existe certeza sobre si esa breve
comunicación telefónica realizada fue efectuada o no por Marcelo Sajen.
No obstante, investigadores de la Policía
Judicial y hasta el mismo fiscal Nievas sospechan que el violador serial bien puede haberse contactado con la Policía, en
parte para burlarse y también para demostrar cuán lejos era capaz de llegar, sabiendo que los detectives estaban muy lejos de poder
capturarlo.
"Ese llamado telefónico me dio una bronca bárbara. Porque sentí como que el
tipo se estaba burlando de nosotros. Y me acordé de la película Siete pecados capitales en la que
Kevin Spacey hace de un asesino que
va dejando mensajes a los policías que quieren agarrarlo. Bueno,
en este caso, pensé que este perverso nos estaba dejando muestras", señala Nievas.
Había dos detalles sugestivos en
la llamada: por un lado el extraño se había presentado como Gustavo, el mismo nombre que venía
usando en cada uno de sus ataques; y por el otro, el teléfono estaba ubicado en
barrio Empalme, a metros de la
avenida Sabattini, una zona que, si bien estaba
alejada de Nueva Córdoba y del centro, se encontraba
dentro de su radio de acción.
Incluso, una alta fuente del
Cuerpo de Investigaciones Criminales, de la Judicial, redobla la apuesta: señala que el
serial no sólo llamó aquella vez, sino que además lo habría hecho al menos en
dos oportunidades más al 0800 que
sería habilitado posteriormente. Esas dos llamadas se habrían producido en el
mes de diciembre de 2004.
Desde la Policía, algunos refuerzan
el misterio y comparten la tesis de que Sajen quiso burlarse de quienes lo
perseguían. Sin embargo, hay quienes desvirtúan todas estas conjeturas porque
entre el 21 de diciembre del año anterior y el 30 de marzo el serial desapareció.
Ese día volvió a atacar en barrio Observatorio.
Ese mismo enero, luego de que los
análisis realizados en el Ceprocor,
sobre restos de semen hallados en las víctimas, demostraron que el violador
serial era un solo hombre, Nievas ordenó que la Policía investigara a todos los Gustavo Reyes que existían en Córdoba y áreas cercanas.
"Visto hoy, aquel estudio del Ceprocor suena menor,
pero fue importantísimo. Y, pese a la gravedad del caso, nos trajo alivio
porque indicaba que estábamos detrás de una misma persona. Imagínate si hubiera
demostrado que en realidad había varios violadores seriales", añade Nievas.
No era
ninguna tarea fácil investigar a todos los Gustavo
Reyes existentes. El listado era enorme. Luego de
eliminar a aquellos que ya habían muerto, a quienes eran
demasiado chicos o grandes, los policías tuvieron una lista acotada que se
estrechó aún más al calcular la edad. Sospechaban, en base a
las víctimas, que el serial andaba entre los 30 y los 40 años. A lo sumo, 45 años. No podía tener más, a no ser que tomara Viagra o algún estimulante sexual semejante. Sajen consumía esa pastilla y tenía 39
cuando cayó.
En marzo, los policías detuvieron a un joven que tenía la mala
suerte de parecerse al identikit, de caminar solo por Nueva Córdoba a altas horas de la noche y, encima, de
llamarse Gustavo Reyes.
Por aquellos días, se manejaban
tres hipótesis en la causa. El violador serial podía ser:
- Un portero de un edificio, el cuidador de una obra en construcción,
o un albañil. Desde ámbitos policiales aseguran que se investigó prácticamente
a todas las personas que trabajaban en las construcciones de Nueva Córdoba.
- Un comisionista del interior provincial que Viniera a Córdoba
Capital a cobrar algún trabajo y, de paso, aprovechaba la oportunidad para
cometer una violación. Por ello es que se investigó a todos los comisionistas o
cobradores que salían en los avisos clasificados de los diarios.
- Un hombre que residiera en alguna localidad
"dormitorio" del Gran Córdoba y que viniera a trabajar a la Capital.
La sospecha era que esta persona bien podía cometer los ataques sexuales y
luego escapar hacia la terminal de ómnibus. Se apostaron investigadores de
civil en la estación, pero no sirvió de nada.
¿Qué pasó con Gustavo Reyes? Fue sometido a una rueda de
reconocimiento de personas. Ninguna víctima lo señaló y el hombre quedó en
libertad. Los resultados de su ADN terminaron por desinvolucrarlo
Mapa
El hombre fuma el cigarrillo y lo
apoya en el cenicero. Es el cuarto que prende en lo que va de la charla.
Arranca una hoja de la agenda y la pone en la mesa, mientras el humo se disipa
lentamente en la habitación. De pronto, mete la mano derecha en el bolsillo
interno del saco oscuro y saca una lapicera azul. Se acomoda en el respaldo de
la silla y, en segundos, dibuja en el papel varias rectas paralelas y
perpendiculares entre sí.
Hace varios círculos, algunos
cuadrados y traza líneas que por momentos parecen rectas y después se vuelven
curvas. "Esta es la ciudad de Córdoba, éstas son las
principales avenidas y las vías que cruzan la zona sur de la Capital", dice por fin el comisario
Oscar Vargas, quien cuando el serial era su
obsesión, se identificaba como España 1 cada vez que le daba una orden
a su grupo de detectives. A su lado, está el comisario Rafael Sosa, Portugal 1, que lo mira en silencio.
Vargas, empieza a sombrear los círculos por dentro y marca flechas, con
destreza. "Y éstas son las zonas donde actuaba el Víctor Sierra,
en todos estos sectores se movía el tipo", agrega.
España 1 dibuja el mapa de memoria. Si
quisiera, podría hacerlo con los ojos cerrados. Se nota que junto a su equipo
de trabajo dibujó varias veces ese mismo esquema una y otra vez, analizando
detalles, buscando respuestas, infiriendo deducciones.
Deja el cigarrillo y empieza a
hablar con pasión. Explica que en las primeras épocas, en los años 1991 y 1992,
Sajen atacó en la zona de Villa Argentina y de Empalme, cerca de la avenida Sabattini, a cuadras del Arco de Córdoba. Sosa lo interrumpe: "Yo conocí a una
amiga que vivía en Villa Argentina. Una noche,
mientras volvía sola a su casa, un tipo la agarró de atrás, le mostró un arma
y la quiso llevar a un descampado. Ella gritó y un vecino salió a socorrerla.
El desconocido salió corriendo y se perdió... No tengo dudas de que era Sajen".
Retoma la palabra Vargas. Explica que el violador serial
siempre se fue moviendo, cambiando de zonas de acción, cada vez que la Policía
empezaba a trabajar cerca de él. "No creo que el tipo haya contado con alguien que nos
buchoneara. Nadie ayuda a un violador. Él era un caco, un delincuente. Los
choros siempre reconocen cuando un policía está cerca, por más que lleve
uniforme o esté de civil como
nosotros. Lo huelen. Lo presienten. Y nosotros a ellos. Si estuviéramos en
un bar y entran unos cacos, seguro que se dan cuenta de que somos canas. Y
viceversa. Es como un juego, como un juego del gato y el ratón. Sajen era muy pícaro para darte vuelta y reconocerte como
cana", dice
Vargas.
Y vuelve a tomar la lapicera. "Mirá, el tipo se fue cambiando de zona de acción", dice y la ceniza
acumulada del cigarrillo cae como un cadáver sobre la hoja. "Entre el 92 y el 94
hay hechos en la zona donde se ubica la Cooperativa Paraíso. En el '96, el '97
y el '98 ataca en San Vicente, en Altamira y zonas cercanas. Después, en '99 empezó en Nueva Córdoba
y la zona adyacente al centro".
Sosa vuelve a hablar. "Sí, actúa en Nueva Córdoba
hasta que pierde. Cae en cana luego de asaltar la pizzería de la calle San Luis".
La lapicera vuelve a dibujar sobre las rayas-avenidas. "Y cuando salió en
libertad volvió a atacar en la zona de Nueva Córdoba, una zona que conocía muy
bien para moverse". Vargas vuelve a hablar del gato y el ratón. Señala que cuando los
policías coparon ese sector, el serial se mudó a la zona sur. "Fue a la zona de
barrio Cabañas del Pilar, luego a barrio Iponá, Villa Revól, barrio Jardín y
así. Siempre se fue corriendo, cada vez que nos acercábamos".
"Acordate Oscar -interrumpe Portugal 1- que después
se mandó para la zona de San Vicente y Pueyrredón". Vargas une con una línea todos los
pequeños círculos que representan las zonas donde Sajen atacó y forma un gran círculo.
"Y
vuelve a atacar en Nueva Córdoba, es el caso de la chica Ana, la del mail", señala Vargas, mientras tapa la birome y la guarda en el bolsillo de su saco
oscuro.
Pero se acuerda de algo y vuelve a sacarla. "Me olvidaba del
tema de las vías del tren", dice el comisario. Según explica, las vías eran muy usadas
por el serial. En efecto, allí cometió una de las violaciones más salvajes
contra una adolescente de corta edad. Además, por una de las vías que pasan
cerca de su casa habría escapado corriendo cuando lo buscaba toda la Policía.
"Sajen andaba por las vías, porque por allí no pueden
andar los patrulleros. Eso lo sabe cualquier choro", razona en voz alta.
Luego, agarra el papel y lo hace un bollo. Sosa es quien toma finalmente la
posta.
"El tipo nunca atacó en la zona norte de la ciudad.
Sí, atacó en los barrios Pueyrredón o San Vicente, que están cruzando el río. Pero nunca se fue al
Cerro, a Argüello o a Villa Allende. Nunca se fue a Carlos Paz. Creo que era
porque él no dominaba bien esos ámbitos y se movía con total tranquilidad en la
zona centro y sur de la ciudad, que es donde solía operar desde hacía años.
Aparte, su casa le quedaba cerca", agrega Sosa, antes de levantarse de la mesa.
Los
caminos de la bestia
"Marcelo era un desastre para recordar las direcciones. Pero
sabía ubicarse en las calles y sabía bien por dónde ir", dice Zulma Villalón, mientras recuerda detalles de la vida
cotidiana de Sajen. Hay que creerle, porque dice la
verdad.
Por un lado, basta con analizar
cómo su esposo sabía movilizarse y escabullirse cada vez que notaba la
presencia policial. Por otro lado, sirve examinar las calles y avenidas que
rodeaban la zona donde vivía para comprobar cuáles eran seguramente los caminos
que usaba para llegar en pocos segundos a los sitios donde iba a violar a sus
víctimas. Y por cierto, cuáles iban a ser los atajos para escapar ante
cualquier imprevisto.
En los últimos tiempos, Marcelo Sajen vivía en calle Montes de Oca al 2800 del barrio General Urquiza. Si quería ir desde su casa, a San Vicente o a Altamira, bastaba con que tomara la calle
Juan Rodríguez, que pasa a pocas cuadras de su hogar y así
cruzar, en una esquina semaforizada, la avenida Amadeo
Sabattini. Si quería
ir a Villa Argentina, debía bajar por Juan
Rodríguez y al llegar
a Sabattini, en vez de cruzar la avenida, giraba hacia la derecha un par de
cuadras.
Para los investigadores, tanto la
calle Juan Rodríguez como su paralela Gorriti eran una vía clave de circulación para su accionar. Varios de los
abordajes a sus víctimas fueron cometidos en ambas arterias.
Pero volvamos a su domicilio. Si Sajen tomaba la calle Montes de Oca en dirección al este llegaba, en
cuestión de minutos, al barrio José Ignacio
Díaz 1a Sección, donde
vivía su amante, Adriana del
Valle Castro.
En cambio, si salía de su casa
por Montes de Oca, llegaba a Tristán
Narvaja y en esta
calle doblaba a la derecha, llegaba a la avenida Malagueño. Esta arteria, que corre
paralela a las vías del
tren, era clave. Así podía llegar en un corto tiempo a los barrios José Ignacio Díaz 2a Sección, donde estaba el taller mecánico
de su hermano Eduardo, o bien a José Ignacio Díaz 3a Sección, donde vivía su madre y
algunos de sus otros hermanos.
Varias personas relatan que era común ver a Sajen transitar por estas calles, en auto o en moto. "Yo llegué a verlo muchas veces andando en moto por la zona
del barrio Coronel Olmedo. Varias
veces lo vi jugando a las bochas en una canchita muy conocida de esa zona", comenta un empleado de
los Tribunales II que trabaja en la planta baja. Para llegar a
barrio Coronel Olmedo a Sajen le bastaba tomar la avenida 11 de Setiembre que cruza la Malagueño y luego se convierte en el camino a 60 Cuadras.
Desde la casa de Sajen había dos caminos rápidos para
llegar hasta el Parque Sarmiento y al barrio Nueva Córdoba. Podía ir por la avenida Sabattini o por la mencionada Malagueño, donde la presencia policial es
menor. Una vez que llegaba a la avenida Revolución
de Mayo, doblaba
hacia la derecha y en cuestión de segundos llegaba al ingreso mismo al Parque Sarmiento, a la altura de la Bajada Pucará.
Por cualquiera de los dos caminos podía llegar a la terminal de
ómnibus, donde, según sospechan algunos investigadores, el serial dejaba
estacionado su auto en la playa para luego salir de cacería.
Si, en cambio, quería llegar a los barrios Cabañas del Pilar, Jardín o Villa Revol, donde cometió varias
violaciones, Sajen debía salir de su casa, tomar
la avenida Malagueño y seguir andando, en forma
paralela a las vías, hasta llegar a destino.
Finalmente,
el violador serial viajaba a menudo a la localidad de Pilar. Para llegar allí, le bastaba tomar la avenida Sabattini y dirigirse hacia el este. Así llegaba a la vieja ruta nacional 9
sur o a la autopista Córdoba-Pilar.
Inocente
a prisión
El fiscal Gustavo Nievas se despertó sobresaltado por el ruido del celular. Eran las 2 de
la mañana del martes 25 de mayo de 2004. Para que su familia no se despertara, Nievas atendió rápido. Del otro lado
oyó la voz de uno de los comisarios de Investigaciones.
-¿Qué pasa? -preguntó Nievas, con voz ronca.
-Malas noticias, doctor. Ha vuelto a atacar. Esta vez
en San Vicente. La chica tiene 16 años. Salía de un cyber y el Sierra la
agarró. La hizo caminar unas 15 cuadras y la llevó hasta un baldío de la calle
Sargento Cabral y las vías del tren. Ahí la violó. La chica le mintió
diciéndole que tenía Sida, pero el tipo no le creyó y la violó igual.
-¿A qué hora fue?
-... Entre las nueve y media y las diez de la noche.
La chica hizo ahí nomás la denuncia, junto a su mamá.
-Mire doctor, esta vez, el tipo fue más violento que
otras veces. Se nota que está sacado, nervioso. Para mí que toda esta campaña
de difusión lo está volviendo loco.
-Ok. En 10 minutos estoy allá.
Cuando el fiscal estuvo en el lugar, se encontró frente a un enorme
descampado que se abría paso delante sobre la vía. En una calle cercana, había
varios patrulleros del CAP y un móvil de la Policía Judicial.
"Fue la primera violación que cometió el serial
después de la intensa campaña de difusión que habíamos largado ese año. El tipo
se sentía acorralado y se fue de donde solía actuar a otro lado. Tal como
pensábamos, se mudó a una zona más cercana a su lugar de residencia", señala Nievas.
Si bien la impresión del entonces
fiscal es acertada respecto a que Sajen comenzó a atacar en una zona no
acostumbrada, el serial regresaría meses después nuevamente a Nueva Córdoba.
Después de realizar la denuncia,
la menor y su madre fueron invitadas a colaborar en la investigación
recorriendo la zona. Y si veían al sospechoso, debían avisar a la Policía.
Eso ocurrió el 31 de mayo al caer
la noche. Mientras la chica caminaba por la plaza Lavalle, corazón del barrio San Vicente, creyó reconocer al violador sentado en un
banco. El hombre se levantó y empezó a caminar. La chica corrió a un teléfono
público y llamó a la Policía. A los pocos minutos, un móvil policial estaba
controlando al supuesto sospechoso.
El hombre era morocho, no tenía
más de 40 años y su parecido con el identikit era extraordinario. Cuando le revisaron el
documento, los policías comprobaron que se llamaba- Gustavo Camargo.
-Así que te llamás Gustavo...,
¡mirá vos! Gustavo..., ¡qué casualidad! ¿El que llamó los otros días al 101 no
se llamaba Gustavo? -dijo uno de los policías.
-El serial, cuando aborda a las
víctimas, menciona el nombre Gustavo -añadió otro uniformado.
Camargo trató de explicarle a los policías que él no era ningún violador
y que había salido a comprar pan, pero los policías no le creyeron y lo
llevaron a la Jefatura, directamente a la División
Protección de las Personas. El hombre fue metido en una oficina y obligado a desnudarse ante
una veintena de investigadores. Todos querían ver el lunar del que tanto
hablaban algunas víctimas. Para peor, el hombre no usaba calzoncillos. Los
investigadores creían estar frente el sospechoso perfecto. Pensaban que con esa
captura, se habían acabado finalmente las andanzas del serial.
"Yo estaba convencido de que Camargo era la persona que
buscábamos. Había sido reconocido por una víctima de violación en la calle.
Pero estábamos equivocados", dice en la actualidad el comisario Nieto.
Lo que Nieto se olvida de contar es que Camargo fue sometido a un humillante
interrogatorio durante toda la noche en el que los policías lo presionaron para
que confesara: "¿De qué forma las agarrabas?";
"¿Las hacías agachar?"; "¿Gozabas?". También
hubo tiempo para las amenazas asegurándole que en la cárcel iban a violarlo
salvajemente.
Mientras la esposa de Camargo salía por todos los medios de prensa a jurar que su esposo no era
ningún violador, Nievas retrucaba que existían indicios que lo vinculaban a los casos del
serial.
En la actualidad, Nievas se apresura a explicar que este hombre no fue detenido porque
estaba sospechado de ser el serial, sino porque una víctima lo había reconocido
en plena calle. "Y el hecho de que haya estado tanto tiempo en
prisión no es culpa mía. Los análisis de ADN en el Ceprocor se demoraron más de
lo esperado",
sostiene.
Esos
estudios demoraron 38 eternos días, en los cuales Camargo debió permanecer encerrado con
presos condenados. Mientras tanto, algunos seguían investigando a otros
hombres que se llamaban Gustavo Reyes
-como
el hijo de un ex funcionario judicial-, pero mientras todos apuntaban
contra Camargo, Marcelo Sajen se encargaría de demostrarle a
los investigadores que en realidad el violador serial seguía suelto.
El 14 de
junio, Sajen abordó a una chica de 22 años en
pleno Nueva Córdoba, en el cruce de Irigoyen y San Luis (a pocas cuadras de la pizzería
que había asaltado en 1999) y la llevó hasta un baldío cercano a los Tribunales II, donde la violó analmente.
Diez días
después, Camargo no fue reconocido en una rueda
de reconocimiento de personas. Al día siguiente, Nievas recibió los resultados de un estudio de ADN del Ceprocor que le confirmaban que no era el violador serial.
Sin embargo, el fiscal dispuso que continuara detenido ya que no tenía el
resultado que le permitía confirmar si había violado o no a la menor en San Vicente.
Recién el 8
de julio, Nievas tuvo los resultados de ADN que le faltaban. Después de estar 38 días preso, Camargo recuperó su libertad.
Para
entonces, la suerte estaba echada sobre Nievas. Al descrédito público a que se vio sometido por la arbitraria
detención de Camargo, se le agregó un pedido de
renuncia por parte del vicegobernador Juan
Carlos Schiaretti, en aquel
entonces a cargo de la Gobernación.
El jueves, Nievas le dijo al flamante Fiscal General de la Provincia, Gustavo
Vidal Lascano, que
abandonaba el cargo.