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Hombres y Mujeres Asesinos
Blog dedicado especialmente a lecturas sobre Casos reales, de hombres y Mujeres asesinos en el ámbito mundial.
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Este Blog, no es de carácter científico, pero si busca seriedad en el desarrollo de los temas.

Está totalmente dirigido a los amantes del género. Espero que todos aquellos interesados en el tema del asesinato serial encuentren lo que buscan en este blog, el mismo se ha hecho con fines únicamente de conocimiento y desarrollo del tema, y no existe ninguna otra animosidad al respecto.

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//05 de Octubre, 2010

Próspera G. " Arrepentida "

por jocharras a las 12:28, en Mujeres Asesinas
PROSPERA G. " Arrepentida "


Alberto Gómez se dio cuenta de que algo andaba mal cuando, al acercarse a su casa, vio a su esposa en la vereda, esperándolo. Estaba sentada cerca de la puerta, en una silla de madera, y dibujaba marcas en la tierra con sus alpargatas rotas. Cuando el marido estuvo cerca, Próspera lo miró, confundida. "Gómez, no sabe lo que hice."

Próspera G. era una mujer humilde, sencilla, semi analfabeta, que había sido criada bajo férreos preceptos morales. Ella, sus padres y sus abuelos vivieron siempre en el campo, aislados de toda comodidad, haciendo trabajos duros y poco calificados, desconfiando de los mínimos signos de progreso. A ella le tocó cuidar a sus tres hermanos menores, para lo cual la sacaron de la escuela a los ocho años. Su vida transcurrió entre gallineros y corrales, ayudando en las cosechas y desparasitando animales.

Cuando cumplió diecisiete años se casó con Gómez, a quien conocía de vista de toda la vida: era ahijado de su padre, y lo visitaba un par de veces por año.

Festejaron la boda con un asado con cuero y se fueron a vivir a otro pueblo, a 200 kilómetros de ahí, donde Gómez acababa de inaugurar una carnicería. El negocio era precario pero funcionaba con gran éxito. De a poco, fueron construyendo una casa de ladrillos y derribaron el rancho donde habían empezado a vivir juntos. El piso de la nueva casa era de tierra apisonada pero se propusieron cubrirlo con cemento en cuanto pudieran reunir el dinero.

A pesar de que Próspera y Gómez se casaron sin conocerse demasiado, el matrimonio marchaba bien.

Se gustaban y poco a poco empezaron a quererse. Un año después del casamiento nació Tito, y enseguida le siguieron dos más: Luis y Norma.

Gómez, once años mayor que su mujer, mantenía a su familia con dignidad y tomaba las decisiones.

Próspera se encargaba de la casa y de los hijos.

Sin embargo, en cuanto la menor empezó a caminar, la madre decidió salir a trabajar para aportar dinero al hogar. "Con la carnicería estamos muy justos", argumentó con razón. Ya no vivía tan lejos del pueblo como cuando era soltera, y podía conseguir un trabajo como empleada doméstica. Gómez estuvo de acuerdo.

Poco después Próspera empezó a limpiar la casa de un médico. Le pagaban bien y no la necesitaban más que, tres veces a la semana.

Próspera y Gómez no eran muy sociables, pero se habían hecho amigos de un matrimonio que vivía al lado de su casa. El hombre, Víctor, se dedicaba a fabricar cuchillos, a los cuales les hacía un mango revestido de cuero. Su esposa, María, era una mujer curiosa y vital que, a pesar de su sencillez, ya había vivido un par de años en la ciudad.

Cuando nació Alberto, el primer hijo de Próspera, Gómez le propuso que sus vecinos fueran los padrinos. Poco después nació Mario, el primer hijo de María. Esta vez les tocó a Próspera ya Gómez apadrinar al bebé. La cercanía, los padrinazgos cruzados y las edades similares los volvieron íntimos. Gómez le guardaba a Víctor los mejores cueros para que hiciera sus cuchillos, y las mujeres se ayudaban mutuamente con las cosas de la casa y el cuidado de los hijos.

Cuando Próspera volvía a lo de sus padres para visitarlos, les contaba que era muy afortunada por haber conocido a Víctor y a María. "Son mi familia ", les decía, contenta.

Poco a poco, Gómez había ido comprando unos cuantos animales, que carneaba y vendía luego en su carnicería. Tenía terneros, chivos, corderos y gallinas. El barrio donde estaba el local iba creciendo, y el número de clientes aumentaba.

Próspera, orgullosa, le ayudaba a su marido a cuidar a los animales y a preparar chorizos y morcillas. Algunas tardes, cuando Gómez salía para comprar nuevos animales, ella atendía la carnicería.

Los chicos, en ese caso, quedaban al cuidado de María, que los dejaba correr por el patio de tierra y mirar televisión.

Muchas tardes, las dos mujeres se reunían para ver una novela, tomar mate y criticar, en términos inofensivos, a sus respectivos maridos.

Cuando Norma, la hija menor de Próspera, cumplió seis años, María quedó embarazada de su segundo hijo.

Fue ahí que empezaron los conflictos.

El embarazo de María llegó, para ella, en un momento difícil. Víctor, su marido, acababa de perder su trabajo: el hombre que iba una vez al mes para comprarle los cuchillos le había avisado que no seguiría comprando. Víctor, entonces, empezó a fabricar cinturones, que salía a vender a los pueblos y ciudades vecinas. Así, pasaba días enteros fuera de su casa.

Sola y sin dinero, María se las arreglaba como podía. Próspera y Gómez se turnaban para ayudarla.

Una tarde, cuando Próspera volvía de su trabajo, se encontró en el colectivo con Silvia, otra vecina que también trabajaba en el pueblo. Se sentaron juntas, y después de intercambiar novedades laborales, Silvia le preguntó por su separación. Próspera la miró sin entender. La vecina insistió. “¿No es que el Gómez se fue a vivir con la María?" Próspera se escandalizó. Le dijo que no, que ella y su esposo estaban juntos como siempre, y que así seguirían. Comentó que María estaba esperando su segundo hijo, y que el marido, Víctor, recorría los pueblos para conseguir nuevos trabajos.

Mientras Próspera hablaba, la vecina la estudiaba con curiosidad: "Si vos lo decís. ...debe ser la gente, que inventa cualquier cosa...". El tono burlón y descreído de la otra puso en alerta a Próspera. Poco después, las dos se bajaron del colectivo y se despidieron con un saludo helado.

Ese mismo día, mientras Próspera trabajaba en la casa del médico del pueblo, Gómez estaba ayudando a María a acomodar unas chapas. Había cerrado la carnicería más temprano, y cuando pasó frente a lo de su vecina se le ocurrió preguntar si necesitaba algo.

María lo hizo pasar, le convidó unos mates y le mostró los agujeros del techo. Gómez se subió y estuvo un buen rato tratando de arreglar lo que se podía.

Cuando Próspera volvió a su casa, encontró a su marido escuchando radio y friendo unas tortas fritas para los chicos. Lo miró con incertidumbre. No sabía si tenía que decirle lo que le había contado Silvia, o si el comentario haría enojar a Gómez. Empezó preguntando por María. Gómez le dijo que la había visto esa misma tarde. "Pasé a arreglarle las chapas. Un desastre era el techo de esa casa. "

Por primera vez, Próspera se sintió celosa y molesta. Fastidiada, le dijo al marido que quien debería haberla ayudado era el propio Víctor, "que parece que no se da cuenta de que espera un crío".

Gómez hizo un gesto de desinterés y fue a podar unas plantas.

A medida que el embarazo de María avanzaba, Próspera iba encontrando más y más motivos de sospecha. Como Víctor seguía viajando por el interior de la provincia, Próspera no podía impedir que su marido fuera a ayudarla: después de todo, era el padrino de su hijo, y ella era una vecina que estaba sola, embarazada y sin parientes que vivieran cerca.

La misma Próspera luchaba contra sus dudas y su desconfianza. Pero desde que tuvo esa conversación con Silvia en el colectivo no podía estar tranquila.

Una tarde, en la iglesia, fue a hablar con el cura párroco. Le dijo que estaba preocupada por sus "malos pensamientos". Le contó todo y el cura sonrió, como si hubiera escuchado el relato de una nena. Le dijo que un buen cristiano tiene que tener confianza y entrega. "Confíe, y tenga fe en los suyos."

Próspera lo intentaba. Incluso ella misma se acercaba a la casa de María para ayudarla a lavar la ropa y bañar al hijo.

Una tarde no aguantó más y le contó a María lo que le había comentado la otra vecina. "Silvia creía que Gómez y yo estábamos separados. ¿Y sabés por qué? Porque dice que vos y él están juntos."

Próspera esperaba ver la reacción de su supuesta rival, que no dijo nada y la miró, petrificada. Al fin, María lanzó una carcajada: "Andá, me estás jodiendo".

Próspera, más aliviada, también se rió y siguió preparando un puchero para la noche.

Cuando se acercaba la fecha del parto, Gómez le dijo a Próspera que tenían que ponerse a pensar qué le iban a regalar al hijo de Víctor y María. "Vamos a ser padrinos por segunda vez. Hay que hacer un buen regalo." Próspera dijo que no tenían plata, y que primero estaban los tres hijos propios. "Los chicos nuestros tienen las zapatillas todas agujereadas. Primero les compramos a ellos y después vemos. “Gómez no estuvo de acuerdo. "Hay que comprarle algo. Es así. Somos los padrinos y tenemos que hacerle un regalo."

Próspera, muy enojada, le dijo que en ese caso tenían que renunciar al padrinazgo.

Gómez no contestó, aunque pocos días después fue al pueblo y le compró al futuro ahijado un par de sábanas para la cuna. Cuando Próspera lo vio llegar con el paquete, hizo un escándalo. Pero al fin, después del enojo, acompañó al marido a entregar el regalo.

Víctor volvía a su casa de tanto en tanto, quejándose con amargura de la falta de trabajo. Vendía muy poco, y apenas le alcanzaba para costearse los viajes y pagar algunas cuentas.

Cada vez que aparecía Víctor, Próspera respiraba aliviada. Entonces invitaba a María a la casa, veían juntas las novelas de la tarde y tejían ropas para el futuro bebé.

Mientras tanto, Víctor ayudaba a Gómez con sus animales, a cambio de alguna pieza de cuero para hacer sus cinturones o sus mangos de cuchillos. Pero cuando estaban los cuatro juntos, Gómez advertía que cada vez que le hablaba a María, Próspera los miraba con resentimiento. Lo mismo sucedía cuando él le contaba que había ido a su casa para ver si estaba bien o para ofrecerle ayuda. Decidió entonces no contarle nada más: si visitaba a María, Próspera no tenía por qué saber.

Así, Gómez le arregló la instalación eléctrica, le ajustó una cerradura y le ayudó a cambiar una garrafa de gas. Pero siempre iba a lo de María cuando Próspera estaba en el pueblo trabajando.

Cuando nació el bebé, Gómez organizó un asado para Víctor, María y sus parientes. Él llevó la carne y Próspera hizo el resto. María, todavía débil por el parto, estaba sentada recibiendo a los invitados y mostrándoles el nuevo hijo, al que llamaron Oscar.

Mientras Próspera iba y venía por el patio sirviendo bebidas y controlando a los chicos, vio que Silvia, la otra vecina, se había acercado a saludar. No estaba invitada pero los vio tras la cerca de alambre y dijo que pasaba nada más que para ver al bebé. Entró, felicitó a María ya Víctor y se concentró en el recién nacido. "Vamos a ver a quién se parece", le dijo a la madre. Cuando ya se estaba yendo, miró fugazmente a Gómez y después a María, con una mirada provocadora y suspicaz que Próspera alcanzó a registrar con todo detalle.

Poco después, alarmada, ella también se acercó al bebé y lo estudió con mucho cuidado. María, contenta, le hizo una broma. "No me lo mires así que me lo vas a ojear. "

Próspera buscaba un parecido entre el hijo de María y su marido, pero era imposible hacer una comparación: el chiquito todavía tenía los rasgos indefinidos de los recién nacidos. Habría que esperar.

Poco después del nacimiento de Oscar, María empezó a notar que sus vecinas hablaban de ella a sus espaldas. Primero pensó que era una idea suya, pero una tarde, cuando estaba en la verdulería con su hija, advirtió claramente que dos mujeres estaban comentando algo en voz baja, con aire conspirativo, mientras le lanzaban miradas curiosas.

Próspera no aguantó más. Se acercó a las mujeres y las enfrentó. "¿Ustedes qué hablan de mí? Si me quieren decir algo, me lo dicen de frente, y no por la espalda." Las dos mujeres la miraron sin contestar. Próspera siguió. "Una vergüenza. Andan inventando cosas de mi marido. ¿Por qué tienen que salir a repartir mentiras por todo el barrio?"

La verdulera intervino. "¡Qué mentiras! Si todo el mundo lo ve a Gómez que se la pasa en lo de la María cuando vos estás trabajando. "

Norma, la hija de Próspera, tironeaba de la mano de su madre para salir de la verdulería. Temía que de la discusión pasaran a los golpes.

Próspera se dejó llevar por la hija y salió, apretando las bolsas contra su pecho.

Volvieron a la casa y Próspera se puso a cocinar. Un rato más tarde apareció María que, sin saber lo que había pasado, fue a visitar a su amiga. "Qué hacés, comadre. Aprovecho que está mi suegra para cuidar a los chicos, así nos tomamos unos mates tranquilas. "

Próspera se debatía con sus dudas. No, podía acusar a María por los chismes de las vecinas, pero tampoco podía hacer de cuenta que no pasaba nada. Recordó las palabras del cura y optó por callar y mantener distancia.

De mala gana le mostró una montaña de ropa que tenía separada para lavar. “¡Qué mates! ¡Tengo que hacer, yo ¡ “.

María, sonriente, puso agua en el fuego y se acercó a la pileta donde estaba la ropa. "Yo te ayudo, que ahora me siento mejor."

Próspera no supo qué hacer. La amabilidad de María la abrumaba y le impedía expresar su rabia y su desconfianza.

Mientras fregaba unos trapos de cocina, María la miró de reojo. " ¿Vos no estarás pensando en esas cosas que te dijo la Silvia, no?"

Próspera sonrió, a pesar de sí misma, y negó con énfasis. "No, qué voy a pensar! "

Cuando ya estaba empezando a olvidarse de la supuesta relación entre Gómez y María, Próspera volvió a encontrarse en el colectivo con Silvia. No era el mejor momento para verla a ella ni a nadie. La esposa del médico para quien trabajaba le había anunciado que tenía serios problemas económicos y que a partir del próximo mes no podría contratarla más que una vez a la semana.

Próspera estaba abatida, haciendo cálculos frenéticos entre su sueldo disminuido, el dinero de la carnicería, el costo de los útiles escolares, el gas, la luz y la comida.

Le contó a Silvia las novedades y le pidió que la recomendase en alguna otra casa de familia.

Cuando estaban llegando, Próspera le hizo la pregunta que tenía atravesada desde hacía tiempo. "¿Quién te contó lo del Gómez y la María? ¿No fue la dueña de la verdulería? " Silvia la miró e hizo con las manos un movimiento que abarcaba el barrio entero. "Todos dicen."

Próspera llegó a la casa y encontró a sus tres hijos en el patio jugando con un álbum de figuritas. Llamó a Alberto, el mayor, y le preguntó si su padre había ido a visitar a María. El hijo respondió con inocencia: "Sí, pero él va más temprano. Ahora ya debe estar en la carnicería “.

Sin esperar un segundo, Próspera fue a hablar con su marido. De camino pasó por la casa de María, que estaba cerrada con candado.

Al llegar a la carnicería, encontró a Gómez atendiendo a un cliente. Ella esperó y al final, cuando estaban solos, lo encaró. Gómez se mostró ofendido y tiró una gran cuchilla contra el mostrador de madera. Acusó a su mujer de egoísta y mala vecina y se sacó el delantal. "Yo me voy a casa. Cerrá vos. Así no me dan ganas ni de trabajar."

El siguiente encuentro entre Gómez y María fue fortuito. Se cruzaron por la calle y hablaron de Víctor, la falta de trabajo y las dificultades de la vida cotidiana.

María le anunció que faltaba poco para el bautismo de Oscarcito y que le dijera a Próspera que se fuera preparando.

Antes de irse, María le pidió otro favor: la cuna de Oscar, que había sido heredada de su hermano mayor, se estaba desarmando, y como Víctor no estaba, ella necesitaba que él fuera a ponerla en condiciones. Gómez le dijo que sí, que cuando encontrara un momento pasaría por su casa.

Gómez esperó que Próspera saliera a trabajar y fue a lo de María. Llevó un martillo, una caja de clavos y un paquete de facturas que había comprado a la mañana.

Cuando volvió a su casa se puso a cocinar tortas fritas para los hijos y recibió la visita de Alonso, el encargado de un campo vecino que a veces le vendía o le compraba algún animal.

Próspera llegó después, cansada y dolorida. Tantos años de trabajar en las cosechas le habían provocado un problema de columna crónico. Cuando estaba poniendo la llave en el candado del cerco, advirtió que dos de sus vecinas la miraban y hacían algún comentario. Tan mal se sentía que ni siquiera tuvo fuerzas para enojarse. Saludó a Alonso, besó a cada uno de sus hijos y fue a preparar la cena.

Al día siguiente, Próspera se despertó temprano. Tenía pensado ir al pueblo para hablar con la dueña del mercado. Ella acaso sabría de alguien que estuviese buscando una empleada para trabajos domésticos.

Mientras hacía mate vio, debajo de la mesa de la cocina, una bolsa llena de zapallitos y tomates. Cuando le preguntó a Gómez, él desvió la vista y le contestó que eran para María: se los había regalado Alonso, del campo en el que trabajaba. "Trajo muchos, se iban a pudrir", se defendió.

Para Próspera fue el detalle final. Todas sus sospechas, todo lo que le habían contado, todas las miradas que había creído advertir, todo se resumía en una simple bolsa de plástico llena de zapallitos y tomates.

"Yo se la llevo, que voy de paso", le dijo antes de salir.

Próspera abrió la puerta de la casa de María y entró. María estaba acostada, amamantando a su bebé. En un primer momento, la ternura de la escena la alcanzó.

Enseguida imaginó a su marido y a María, juntos en esa cama, y volvió a sentir la rabia y el enojo que la habían llevado hasta ahí. Madre al fin, Próspera le dijo que quería hablar con ella pero que iba a esperar a que el bebé terminara de alimentarse.

Fue a la cocina a dejar la bolsa y, al volver, Vio el martillo de Gómez al lado de la cuna. Era la constatación definitiva.

Con tono neutro le preguntó por qué el martillo de su marido estaba ahí. María, que sabía perfectamente de las sospechas de su vecina, le contestó insegura y titubeando. "No sé, ni idea. Por ahí lo trajo Víctor."

Próspera empezó a revisar la casa. Estaba segura de que encontraría otras cosas de Gómez.

María, mientras tanto, había dejado a su bebé en la cuna y corría atrás de Próspera, que iba tirando todo lo ese estado. Muy asustada le explicó que Gómez iba a la casa solamente para ayudarla pero que entre ellos no había nada.

Sobre una repisa Próspera encontró un juego de cuchillos de los que hacía Víctor. Agarró uno y se acercó a María, que retrocedió hasta llegar a la cuna del bebé.

En ese momento, Próspera cerró los ojos y le clavó el cuchillo en el pecho.

La cárcel adonde fue a parar Próspera no quedaba lejos de su antiguo lugar de trabajo, y se manejaba con un régimen menos severo que otras cárceles. Tenían una huerta, jardín, y contaban con un grupo de monjas que pasaba buena parte del día con las presas.

Lo primero que hizo Próspera fue hablar con una de las religiosas para mandarle un mensaje al marido: pidió que cuide bien a los hijos y que bajo ninguna circunstancia gaste un solo peso en defenderla.

Gómez no le hizo caso. Uno a uno fue vendiendo todos sus animales para pagar al abogado. También vendió la carnicería a un conocido suyo del pueblo, que a su vez lo contrató como empleado con un sueldo ínfimo.

Gómez jamás fue a visitar a su esposa. Sí mandaba sus hijos: cada domingo los bañaba, los vestía y los subía al colectivo, con una fuente de comida preparada por él, que ellos tenían que llevarle a la madre. Al anochecer, los estaba esperando en la parada del colectivo juntos volvían los cuatro a la casa.

En la cárcel, Próspera era una presa ejemplar. Se llevaba bien con todas sus compañeras, a quienes les enseñaba, además, a cultivar la huerta. Todas las tardes, después de terminar pe limpiar la cocina y los platos del mediodía, hablaba con una de las monjas y le planteaba sus dudas. "¿Usted cree que Dios me va a perdonar?".

Próspera fue condenada a siete años de prisión.

Salió en libertad a los cuatro años, por buena conducta.

Su marido no aceptó que volviera a vivir con él y los hijos. Sin embargo, le construyó una casilla en el fondo del terreno.

Víctor y sus dos hijos siguen viviendo en la misma casa vecina.


Fuente :

Libro Mujeres Asesinas , de Marisa Grinstein, archivado en la Biblioteca Municipal " ALMAFUERTE " - Ciudad de Arroyito (cba)

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